Por Orson Mojica

El 24 de febrero del año en curso, se reunieron en Washington los presidentes de los países del Triángulo Norte --Jimmy Morales de Guatemala, Salvador Sánchez Cerén de El Salvador y Juan Orlando Hernández de Honduras—con el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden. El motivo de la reunión es el mismo: monitorear los avances del Plan de Alianza para la Prosperidad (PAP), que pretende modernizar los Estados en crisis de los países del Triángulo Norte.

Una estrategia para evitar revoluciones

La estrategia de reacción democrática implementada con el PAP es una continuidad de la aplicada a raíz de los Acuerdos de Esquipulas II, en 1987, que abrieron la puerta a la negociación y a la rendición política de las guerrillas del FSLN, FMLN y URNG y que pusieron fin a la revolución en Centroamérica.

Si bien es cierto el imperialismo norteamericano obtuvo una victoria innegable, muchas de las tareas democráticas continuaron sin resolverse, acumulándose en el tiempo. Los aliados del imperialismo reclamaron los trofeos de la victoria y se enquistaron en los aparatos del Estado, creando redes de corrupción.

Debido a la agudización de la crisis económica, y después de 25 años de ofensiva neoliberal, crece el descontento en las sociedades del Triángulo Norte, motivo por el cual el imperialismo se vio compelido a actuar contra sus antiguos aliados, ahora sus enemigos, y estableciendo alianzas con la clase media y las ONGs.

Una nueva fase de la vieja estrategia de reacción democrática

Debido a la profundización de la crisis del capitalismo, Estados Unidos ha comprendido que necesita apuntalar los Estados del Triángulo Norte que están siendo socavados por las actuaciones torpes de una burguesía inepta y corrupta, por la actividad del narcotráfico y el crimen organizado, factores que profundizan la crisis de los Estados y provocan oleadas migratorias que la decadente economía del imperialismo norteamericano ya no puede absorber, como ocurría en décadas pasadas.

Es importante señalar que, a diferencia de la década de los años 70 y 80 del siglo pasado, el gobierno de Estados Unidos en esta ocasión no apoya dictaduras militares, ni golpes de Estado, sino que enarbola una política mucho más nefasta: ahora es el campeón de la lucha por la democracia, y en contra de la corrupción enquistada en los Estados del Triángulo Norte.

En cierta medida, la nueva política del imperialismo ataca y persigue a aquellos militares que han sido denunciados como violadores de los derechos humanos. Estos sectores de militares y de miembros de los cuerpos de seguridad que en la lucha contra las guerrillas aplicaron al pie de la letra lo que indicaban los manuales de contrainsurgencia elaborados por Estados Unidos, actualmente son perseguidos, deportados de Estados Unidos y hasta enjuiciados penalmente. Estos sectores se sienten utilizados y traicionados.

Manipulando los sentimientos democráticos

La nueva estrategia imperialista está golpeando a las mafias enquistadas en los aparatos del Estado de los países del Triángulo Norte, apoyándose en los sentimientos democráticos de la clase media, que honestamente trata de luchar contra la corrupción. El imperialismo no trata de promover revoluciones sino todo lo contrario: esta nueva estrategia de reacción democrática pretende evitar el estallido de nuevas revoluciones, como la ocurrida en Nicaragua en 1979.

Al parecer el imperialismo norteamericano está aprendiendo de las lecciones pasadas, no quiere cometer los mismos errores que ocurrieron con la dictadura de Somoza, que cuando quisieron cambiarla ya era demasiado tarde.

La manipulación de los sentimientos democráticos de la clase media ya la hemos visto en acción durante las movilizaciones contra el corrupto gobierno de Pérez Molina en Guatemala. También hemos visto la mano pachona del imperialismo norteamericano durante la marcha de las antorchas en Honduras. En estos dos casos, la clase media urbana salió a protestar con justa razón, pero al no tener una dirección revolucionaria, estas movilizaciones terminaron siendo copadas por tontos útiles del imperialismo.

El rol de las ONGs

¿Quiénes son los tontos útiles? Debemos de llamar a las cosas por su nombre y decir la verdad, aunque duela. Una buena parte de las ONGs, que son financiados por fundaciones norteamericanas y europeas, se han convertido en la avanzadilla de esta nueva fase de la estrategia de reacción democrática. Durante mucho tiempo, especialmente después del derrumbe de la URSS y de la derrota de la revolución en Centroamérica, una parte de la izquierda se refugió en las ONGs.

Hasta hace poco las ONG eran organismos que ayudaban a la movilización popular y en cierta medida organizaban la protesta social. Esta fusión de la izquierda con la actividad propiamente sectorial fue en cierta medida progresiva. Pero la crisis del capitalismo ha agotado las fuentes de financiamiento de las ONGs, y ante la escasez de fondos solo permanecen aquellos programas o proyectos con alto contenido político. Sin quererlo, en la desesperada búsqueda de fondos, las ONGs poco a poco se han convertido en apéndices de las estrategias de dominación de los imperialismos norteamericano y europeo, porque deben cumplir con los lineamientos de las instituciones que los financian.

Obviamente, no todas las ONGs juegan este rol, todavía existen aquellas que sinceramente creen en los postulados del empoderamiento de la sociedad civil. Pero estas comienzan a ser la excepción de la regla. Otra parte de estas ONG eran financiados por el ALBA, pero la crisis económica en Venezuela y el debilitamiento de los “gobiernos de izquierda” en América Latina las ha dejado en la orfandad.

Donde se ha expresado con mayor nitidez el rol de las ONGs como comparsas acríticos de la política del imperialismo norteamericano y europeo, fue en las recientes jornadas de lucha contra Pérez Molina en Guatemala, y durante la marcha de las antorchas en Honduras. Lamentablemente estas ONGs y una parte de la izquierda se oponen a construir alternativas independientes del movimiento popular.

La implementación del PAP

El vicepresidente Joe Biden es el encargado de ejecutar y coordinar el PAP. Ya se ha reunido varias veces con los presidentes del Triángulo Norte. En relación a la última reunión del 24 de febrero, la Casa Blanca emitió un largo comunicado de prensa que es indicativo de los avances del plan imperialista en los países del Triángulo Norte, que debemos analizar con detenimiento.

Estados Unidos tiene programado entregar financiamiento por 2,600 millones de dólares a los gobiernos del Triángulo Norte para la ejecución del PAP. Las entregas de dinero están sujetas a la evaluación del gobierno de Estados Unidos

Recuento de los “logros”

El principal logro de esta nueva fase de la reacción democrática es el cambio de gobierno en Guatemala, en donde la oportuna intervención del imperialismo y de sectores del Ejército, evitó que la movilización popular impusiera un gobierno desde abajo. Lograron conducir la rabia popular al campo electoral e impusieron a Jimmy Morales como nuevo presidente, quien está aplicando a pies juntillas los dictados del imperialismo, en el sentido de acelerar la reforma del Estado para evitar el estallido de una situación revolucionaria. El triunfo popular que significó la caída del gobierno de Pérez Molina fue revertido completamente, causando gran desconcierto en el movimiento obrero y popular.

La Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) no solo goza de amplio prestigio popular, sino que Estados Unidos logró la renovación del mandato de ésta por 4 años más.

En Honduras, después de un largo forcejeo con el gobierno de Juan Orlando Hernández, que se resistía a ser supervisado por un organismo internacional, el imperialismo norteamericano logró desvirtuar el descontento popular manifestado en las marchas de las antorchas, imponiendo la Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (MACCIH), como una salida de consenso pactada con los grupos de poder en Honduras.

El Salvador es el país donde aparentemente el imperialismo norteamericano no ha logrado imponer sus planes, pero no debemos confundir la esencia con la apariencia. A pesar de la resistencia del segundo gobierno del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), a constituir una Comisión Internacional contra la Corrupción en El Salvador (CICIES), hay avances sustanciales del plan imperialista.

El comunicado de prensa de la Casa Blanca menciona como logros en El Salvador “la creación de un Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana y Convivencia (…) para enfrentar el crimen y promover la prevención de la violencia denominado “Plan El Salvador Seguro”. (…) la investigación y procesamiento de las extorsiones, la cual ha llevado a una tasa de condena del 93 por ciento. En general, los fiscales salvadoreños lograron en 2015 un total de 1,034 condenas por cargos relacionados con extorsiones”.

Pero lo que no menciona el comunicado, es que una parte de las instituciones del Estado en El Salvador, están jugando el rol de la no creada CICIES, como es “probidad” y la Sala Constitucional, quienes después de la muerte repentina del expresidente Francisco Flores, que estaba siendo procesado por corrupción, ahora están procesando los expresidentes Elías Antonio Saca y Mauricio Funes.

La lucha por la democratización real

La estrategia de Estados Unidos, aunque busca cómo manipular el descontento de la clase media urbana, la más golpeada por el ajuste neoliberal y las continuas reformas fiscales, no se basa en la movilización sino en todo lo contrario: los verdaderos soportes de esta estrategia de reacción democrática son los ejércitos y los aparatos de seguridad, que el imperialismo quiere depurar para que puedan jugar el rol represivo en momentos de peligro. No persigue la democratización real de las sociedades del Triángulo Norte sino sencillamente contener y evitar la revolución social.

No obstante, la lucha contra la corrupción nos abre una oportunidad que puede ser utilizada por los socialistas centroamericanos para iniciar el reagrupamiento de los revolucionarios y la izquierda luchadora, para iniciar la movilización por la democratización real. Para ello, necesitamos la más absoluta claridad de lo que está ocurriendo.