Por Orestes Molina

«Lo insignificante es tan grande para mí como lo más grande» Walt Whitman

Octavio Paz señala en su libro Pequeña crónica de grandes días que «muy pocas veces la historia es racional; todo aquel que la haya frecuentado sabe que siempre hay que contar con un elemento imprevisible y destructor: las pasiones de los hombres, su ambición y su locura.» Creemos -al barrer los hechos recientes toda duda- que a los espacios de pequeños recorridos apenas, también les precede este elemento.

Ayer nos llegó el anuncio que confirma este pasaje: la ambición disfrazada de acto solemne. Se festejó un proceso de elección en desmedro de la alternancia democrática, fiel principio de las radiantes asociaciones de carrera. Pareciera que las pasiones se adelantaron a las razones y que la locura está muy cerca de nosotros.

Nos inquieta pensar cada vez con más desgano y asombro, que en una asociación se revelen los tropiezos de los que está dotada toda una sociedad como la nuestra, tal parece que en las pequeñas comunidades se van entretejiendo por montón, los males que enfrentan hoy por hoy las sociedades. Los hechos vuelven a producir abatimiento a los que confían ciegamente aún en «la otra sociedad» -la academia-, la que pretende arrojar luces a su hermana sombría y miserable. Una padece, sin reserva alguna, las dolencias de la otra y viceversa.

Se vaticina hoy entre nosotros lo habitual del salvajismo político; el afán carroñero que desgaja al adversario censurándole de su voz crítica y lastimera; la temeridad que desplaza al diálogo y antepone la disuasión de los que aprueban todo en asambleas sin previas discusiones, etcétera.

En alguna parte Marx sentencia que «la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.» Dicho esto, la pasión, ambición y locura parecerán cánticos que resonarán en los oídos de los que vienen a esta prodigiosa carrera. ¡Toda una tradición consumada!

Hoy la carrera de filosofía tiene tras de sí un oscuro designio: estamos frente al acabose de la Asociación de estudiantes de Filosofía (AEF) en la UNAH, un saludable experimento, extraño en tanta tozudez política que abunda allí afuera. Ha ganado el peso de la tradición: los «golpes» que a diestra y siniestra socaban el discurrir de los procesos, y que yacen incrustados, cual raíz a inmensas cavidades.

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