Por Olmedo Beluche

Abrumados por tantos escándalos de corrupción que se suceden semana tras semana (compra de diputados, ANATI, Corredor Sur y un largo etcétera) los panameños pueden hacerse dos preguntas: ¿Cuándo se originó todo esto? ¿Cuándo terminará? La segunda pregunta es fácil de responder: no sabemos o, en el mejor de los casos, cuando el pueblo diga basta ya y se rebele contra tantos desmanes. La primera es más compleja y tiene una historia a sus espaldas. Probablemente la ciudadanía más joven crea que la misma se inició en este período “democrático” o con el régimen militar. Los mayorcitos recordarán que antes del Golpe del 68 se cernían sobre la República las mismas sombras que hoy vemos, que hundieron aquella “democracia” oligárquica y corrupta.

Los aficionados a la historia podríamos ver a la corrupción arribar a nuestras costas en los barcos españoles, en la codicia de los conquistadores capaces de los más atroces crímenes por unos gramos de oro. Aunque quizás ya estaba instalada en nuestras comunidades indígenas y hemos perdido su rastro como hemos perdido la historia prehispánica de esos pueblos. Podría ser, porque la corrupción, y su hermana la codicia, son tan antiguas como la sociedad de clases, y aquellas comunidades indígenas se encontraban en la fase intermedia entre lo que los antropólogos llaman barbarie y civilización. No se confunda nadie, porque el último concepto no implica más “humanidad”, como prueba la historia del mundo hasta hoy. Pero no cabe duda, de que la modernidad capitalista con pasaporte europeo las potenció y les dio su mayoría de edad (a la codicia y la corrupción).

Así que ellas están claramente asentadas en la primigenia Santa María La Antigua del Darién, en las márgenes del golfo de Urabá, en las luchas de poder entre los propios conquistadores que se asesinaban unos a otros por el control de las riquezas y el poder político. La vida del Vasco Núñez de Balboa es muy diciente al respecto. Él traiciona a Encizo, sólo para sucumbir más tarde a manos de Pedrarias Dávila. Casi ninguno de los conquistadores pudo disfrutar de los frutos de sus saqueos.

Pero saltándonos algunos siglos, y muchos corruptos de por medio, la lacra de la corrupción  está claramente presente en el origen de la República de Panamá, separada de Colombia (la chica y la corrupta, también). Como un “pecado original” que gravita sobre el presente se ciernen los hechos entre trágicos y risibles del 3 de Noviembre de 1903.   Eso que algunos insisten en llamar “independencia”, no fue más que un ultraje cometido contra el pueblo panameño, contra su territorio y su soberanía. Violación descarada cometida por muchos autores complotados, cada uno siguiendo sus propios fines e intereses.

El autor principal del crimen fue el imperialismo norteamericano que, en su expansionismo inexorable, había arrebatado a México la mitad de su territorio a mitad del siglo XIX y, para asegurarse su recién conquistada California, puso su pata en Panamá usándola como vínculo entre sus intereses de la costa Este y la costa Oeste. Expansionismo que continuó en 1898, cuando le arrebató al decadente imperio español sus últimas colonias de ultramar: Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. Hecho lo cual, necesitaba urgentemente un canal para que su flota naval garantizara sus intereses coloniales en Asia. Para lo cual jugó con Nicaragua y Panamá, iniciando las negociaciones de un tratado que cuajó en el Herrán-Hay, de enero de 1903. Tratado abusivo, por el cual se anexaba la parte medular del territorio ístmico, mediante una Zona del Canal, a cambio de lo cual pretendía pagar una bicoca de 10 millones de adelanto y 250 mil de anualidad (misma cantidad que ya pagaba la Compañía del Ferrocarril). Doble abuso, financiero y contra la soberanía, que fue denunciado por muchos panameños y colombianos honestos, entre ellos Belisario Porras y Juan B. Pérez y Soto. Pero Teodoro Roosevelt, en nombre del imperio, no permitiría que se cuestionaran sus condiciones, así que blandiendo su “garrote” decidió tomar Panamá a la fuerza (“I took Panama”, confesó años más tarde).

Los otros autores del estupro lo fueron los accionistas de la Compañía Nueva del Canal (francesa), William Cromwell y Felipe Bunau Varilla a la cabeza, para quienes ese tratado representaba un negocio por el que se embolsarían 40 millones de dólares por unas acciones devaluadas y máquinas en desuso, sin pagar ni un céntimo de la garantía establecida por no terminar la obra. Entre ambos planean dar un toque de “legitimidad” a su rapiña, apelando a un grupo de panameños empleados en la Compañía del Ferrocarril de Panamá, también bajo control de Cromwell, para que declararan una seudo “independencia” que justificara la llegada de los “marines” y otorgara al francés la potestad de firmar el tratado a nombre de la joven república. La llamada “Junta Provisional” instalada la noche del 3N no sólo cumplió esos deseos, sino que nombró a Cromwell cónsul “panameño” en Nueva York y “agente fiscal” que manejó a su antojo el resto de 6 millones pagados por EE UU a Panamá, como un “fondo de la posteridad”.

Participaron de la violación colectiva un grupo de “panameños”, algunos nacidos en otras partes de Colombia, empezando por los funcionarios de la Compañía del Ferrocarril, José A. Arango y Manuel Amador Guerrero (cartagenero), los empresarios Tomás y Ricardo Arias, el cubano estadounidense José G. Duque, Federico Boyd y algunos liberales que habían traicionado al cholo Victoriano Lorenzo, entre quienes destaca Eusebio A. Morales (de Sincelejo).  Los jefes del ejército colombiano, Esteban Huertas y otros oficiales. Los historiadores panameños Oscar Terán y Ovidio Díaz Espino, en sus respectivos libros,  consignan cómo fueron los dólares y no las balas los que aniquilaron la dignidad y la conciencia de mucha gente. Se dice que hasta 1 millón de dólares (de los 10 pagados por Washington) desaparecieron sin recibos en manos de próceres, oficiales y soldados. También llevaron su carga de responsabilidad, y probablemente de dólares, los altos funcionarios y políticos del gobierno colombiano, empezando por el Presidente Encargado, Marroquín, quienes actuaron de manera abiertamente negligente y en clara omisión cómplice frente a un hecho vaticinado con bastante anticipación.

Al igual que ahora hay gente honesta y digna pese a tanto corrupto, entonces también hubo panameños que enfrentaron el hecho y sufrieron las consecuencias: desde los mencionados Pérez y Soto (que no pudo volver más a Panamá), Belisario Porras (quien purgó un largo exilio y le costó ser reconocido como ciudadano panameño), Buenaventura Correoso, y otros a quienes la historia ha borrado, para crear un mito lleno de falacias, pues la historia la escriben los vencedores. Pero, como se dice, “la verdad nos hará libres”. Reflexionar hoy sobre aquellos acontecimientos nos ayudará a conocer mejor a nuestros actuales corruptos y a tomar fuerza moral para combatirlos.

Fuerza moral que nos viene de los verdaderos próceres y forjadores de la patria que no aparecen en los libros de historia y que, generación tras generación, lucharon por la soberanía y contra las consecuencias del 3 de Noviembre de 1903: la Zona del Canal, las bases militares y un protectorado del imperialismo yanqui, que fue en lo que nos convertimos, no en un país independiente.

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