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Colaboración especial de Fernando Armas

Periódico “Masas” No 210 del Partido Obrero Revolucionario

Los grandes hechos históricos, si han sido socialmente traumáticos, pueden ser mirados, de un modo general, de dos grandes maneras posibles. Estamos acostumbrados a una de esas miradas, aquella que los congela (¡y los conmemora!) con la rutina propia de las cosas inmutables, como si el dolor que provocaron tuviera tan sólo una vigencia recóndita. Esta mirada sólo se proyecta al presente y al futuro para decir “Nunca Más”.

Trataré de desarrollar otra mirada, aquella que pueda meterse en la intimidad del hecho histórico, en su trama. Me valdré para este objetivo de un recurso que considero legítimo: mi militancia ininterrumpida entre el año 1974 y nuestros días, lo que me permite abordar el balance del 24 de marzo del 76 no como un observador pasivo, sino como un partícipe activo de los acontecimientos.

La noche anterior al golpe estaba yo en una reunión de la dirección regional de la Unión de Juventudes por el Socialismo, expresión en el sector de la organización Política Obrera. Nuestra evaluación de la situación era profundamente exitista. Preveíamos la posibilidad del golpe, pero creíamos sinceramente que la tendencia a una nueva huelga general contra el plan Mondelli (Ministro de economía que sucedió a Celestino Rodrigo bajo el Gobierno de Isabelita), iba a derrotar a los golpistas. Nuestro espontaneísmo y desprecio del factor subjetivo era muy grande, ya que por ese entonces, las direcciones fundamentales del movimiento de masas no se orientaban a enfrentar la salida reaccionaria, sino que expresaban distintas formas de funcionalidad a la misma.

El propio Gobierno y la partidocracia burguesa trabajaban activamente con distintas fracciones militares, intentando pergeñar cada sector su propio golpe, donde quedar más o menos bien colocados. No casualmente, peronistas, radicales y la totalidad de los partidos provinciales (demoprogresistas, demócratas de Mendoza, populares neuquinos, etc.), prestaron infinidad de funcionarios a la dictadura militar, en los distintos ámbitos del poder: intendentes, jueces, ministros y secretarios de estado, etc. Como parte de este andamiaje institucional del Sistema, la cúpula de la Iglesia Católica (pero también las de las demás instituciones religiosas) avaló el avance represivo, con su silencio y también con su acción, anatemizando al comunismo, y dando la razón a Carlos Marx en eso de que “la religión es el opio de los pueblos”.

La poderosa central obrera (CGT), torpedeaba toda posibilidad de huelga general, y más bien conspiraba, cumpliendo su papel pro-golpista: la imagen del Secretario General, Casildo Herreras, declarando “yo me borro” y huyendo a Uruguay, fue patéticamente clara.

El poderoso Partido Comunista argentino y su Federación Juvenil (dirigida por Patricio Echegaray), acuñaron una clasificación de los militares en beneficio de apoyar (contra los fascistas), al sector de Videla y de Viola. Es célebre una declaración de su Comité Central (que ya amarillenta, tengo ahora en mis manos), que reza textualmente: “El gobierno del General Videla ha pedido comprensión. Del Partido Comunista la tiene”. ¿La fecha? 25 de marzo de 1976.

Su fracción maoísta, el Partido Comunista Revolucionario (inspirador de la actual Corriente Clasista y Combativa), había desplegado una intensa campaña contra el golpe, pero bajo el perfil de la “Defensa de Isabel”, gobierno no sólo moribundo, sino ejecutor en su agonía de los propios planes de los golpistas. Este planteamiento iba a contramano de la evolución de las masas, que lejos de defender a Isabelita, la combatían. El único camino posible para enfrentar el golpe era desenvolver ese combate, demostrando que el Gobierno peronista y los golpistas eran dos formas de un mismo contenido reaccionario. No estábamos en presencia de un gobierno popular débil, sino del régimen reaccionario de Rodrigo, López Rega y la Triple A.

Un capítulo especial merecen los grupos foquistas (Montoneros, ERP, etc.). Luego de desarmar política y organizativamente a sus propias bases en los frentes de masas (con el pase a la clandestinidad y a la lucha armada de sus principales cuadros), presentaban la caída de Isabel como el resultado de su lucha: “Ya la volteamos a la Chabela, ahora le toca el turno a Videla”, rezaba un volante conjunto repartido inmediatamente después del golpe. Dada la influencia que tenían en algunos sectores del movimiento obrero, en el movimiento campesino, y en especial, en el movimiento estudiantil, tal política vaciadora de los organismos de masas nos afectó a todos, ya que debilitó las posibilidades de lucha y organización de los explotados. Recuerdo que el poderoso cuerpo de delegados de más de 30 miembros de 2º Año de Medicina de Rosario (que yo integraba), ya había sido vaciado a menos de una decena en 1975, por la medida del pase a la clandestinidad de cuadros de la Juventud Peronista. Independientemente de otras discusiones (que por cierto, recorren andariveles diferentes según sea el grupo foquista del que se trate), había un denominador común, cual es su desprecio por el trabajo organizativo de la conciencia de las masas. Así, aplicaban el principio de “Cuanto peor, mejor”, sugiriendo la peregrina idea que la agudización de las contradicciones generaba por sí misma la revolución.

En este apretado balance histórico, que pone de relieve la política funcional al golpe de las principales corrientes que dirigían las organizaciones de las masas, importa hacer una distinción: las bases y cuadros medios de esas mismas corrientes chocaban cotidianamente con la estrategia de sus dirigentes, o bien eran víctimas del aventurerismo o el ilusionismo. ¡He ahí las víctimas, en su inmensa mayoría delegados y activistas de fábricas!

Las décadas de los 60 y 70 generaron lo más rico en cantidad y calidad de militancia en la historia argentina, como expresión de un fenómeno mundial. Pero colocaron a los miles que formábamos la legión de revolucionarios ante una fenomenal crisis de dirección, que se expresó dramáticamente en la derrota sufrida el 24 de marzo de 1976.

Esta derrota no se limitó a los 30.000 desaparecidos ni a los miles de presos, torturados, perseguidos y exiliados. Esta derrota se proyectó luego en el miedo, y en las falsas ilusiones en la democracia burguesa que aún alicaída, ejerce su dictadura de clase. Así, la construcción revolucionaria de la conciencia de clase es en general rechazada por amplias capas de valiosos activistas, como una anticualla setentista, a pesar que es harto evidente que en el altar de la democracia se han sacrificado las reivindicaciones más elementales del pueblo, incluidas las democráticas. ¡Ahí están las leyes de obediencia debida y punto final, y el indulto, para demostrarlo!

Hoy, que marcharemos nuevamente en repudio al golpe genocida del 24 de marzo de 1976, el mejor homenaje a las miles de víctimas de la dictadura es recuperar su espíritu revolucionario, someter a un balance crítico toda nuestra valiosa experiencia, para proyectarla hacia la construcción de la herramienta que necesitamos para triunfar sobre los explotadores.