Europa


Por Juan P. Castel

La llamada izquierda internacional se ha dislocado nuevamente tras el repunte de las votaciones el pasado jueves 8 de junio, que dejó firme al Partido Laborista de Reino Unido (Labour Party) de cara al toletazo al que llamaba la actual ministra Theresa May, del Partido Conservado y Unionista (Conservative and Unionist Party) para enterrar bajo años de desaciertos del laborismo y de sus direcciones burguesas más acentuadas (Blaire, Gordon y Miliband). Pero el cálculo frío de la proclamada por los tabloides de derecha inglés, como la Margaret Thatcher de este siglo, le ha colocado en una posición que lejos de la estabilidad mayoritaria en el parlamento (Cámara de los Comunes) para negociar el Bretexit con Bruselas, la ha dejado casi fuera del gobierno, sin una mayoría clara y con los índices de popularidad más bajos desde que ésta remplazó a David Cameron, después de la dimisión que le siguió al referéndum en el que la salida de la Unión Europea le ganó a la permanencia.

"Si Jeremy Corbyn se convierte en el líder laborista, la derrota electoral no será sólo como la de 1983 o 2015, el partido se enfrentará a una aniquilación", escribió el ex primer ministro y enterrador del laborismo socialdemócrata Tony Blair para su columna en el diario The Guardian. Pero la gran sorpresa fue la corta distancia a la que quedó el Laborismo de los conservadores que planeaban una estocada final contra una acumulación de errores previos sin precedencia en la historia; y fue precisamente el líder dibujado por la prensa derechista inglesa como antisistema, Jeremy Corbyn, el culpable de este repunte que por el momento ha silenciado a sus adversarios dentro del partido y le ha dado un nuevo respiro a la corriente de izquierda a la cual él representa.

"Jeremy Corbyn fue vigilado durante 20 años y estuvo catalogado como subversivo por la Unidad Especial de Scotland Yard", así amanecía el matutino Daily Telegraph, de conocida tendencia amarillista reaccionaria, pero en lugar de volcar la opinión pública a favor de los conservadores, lo único que lograron fue promover el cierre de las bases del laborismo descantadas durante la última década con los liderazgos pomposos y engañosos al servicio del statu quo. Fue así como miles de viejos afiliados del laborismo que veían en Corbyn a un líder rojo radical, se movieron a emitir sus votos por detener los agravios de la prensa y de los grandes emisarios del conservadurismo inglés.

El llamado por todos los diarios atlantistas como el momento de la gran reconciliación del ilegible candidato, se produjo con la filtración calculada del manifiesto laborista, el llamado libro rojo de Jeremy Corbyn, con el que se presentó en mano a todos los mítines antes del día de las elecciones del 8 de junio: renacionalización de la energía y los ferrocarriles, subida de impuestos a los más ricos, fin a siete años de austeridad que han dejado los servicios públicos en situación límite, junto a esto volver gratuita la matrícula universitaria en uno de los países donde la educación superior es la más cara a nivel mundial, recuperar los correos y el control de las cuatro grandes empresas eléctricas del reino unido, todo esto privatizado en tiempos de David Cameron.

“Queremos que las matrículas universitarias sean gratis: no podemos arrancar la vida arrastrando una deuda de 9.000 libras”, afirmaba un votante de 19 años para el diario ElPais, cuando concurría a emitir su voto.

Y claramente Jeremy Corbyn logro hacer conexión con ese millón y medio de jóvenes que votarían por primera vez el pasado 8 de junio, también encandiló al sector naturalmente torie del centro de Gales, comprendido entre los 45 y 65 años y disputó una lucha condado por condado en los bastiones históricos del laborismo, las zonas industriales del norte de Inglaterra, donde los tories habían hecho del laborismo un hazme reír condenado a su división y dispersión perpetua desde los tiempos de Gordon Brown. Con un discurso mordaz luchó contra los representantes de su partido que desde el parlamento proponían censurarlo y quitarle el liderazgo inestable que hasta el 8 de junio tenía. “No confiéis en los tories”, No podéis fiaros de ellos para garantizar vuestras pensiones o vuestra asistencia social. Los conservadores no han hecho más que dar giros y traicionar una y otra vez sus promesas”.

Al final, la estabilidad requerida por el conservadurismo para poder llevar a cabo unas negociaciones fructíferas con Bruselas en lo que para ellos era un sueño cada vez más alejado de la realidad de dominar la cámara de los comunes con los 350 escaños necesarios para legislar casi como un sistema de partido único, le ha abierto al laborismo la oportunidad de gobernar desde la minoría, por medio de un acuerdo con los partidos menores poder conseguir hacer gobierno. Todo esto dependerá de la capacidad del equipo de Jeremy Colbyn de llegar a acuerdos, aunque el Partido Conservador ya ha empezado a acercarse a los unionistas de Irlanda, partido ligado al extremismo derechista contra las organizaciones y activistas independentistas de Irlanda del Norte.

Cabe mencionar que el partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP) ha sido, después del conservadurismo, el gran perdedor, ya que los resultados muestran cómo el UKIP perdió votos frente al conservadurismo que logró abanderar las consignas anti-inmigrantes y anti-musulmanes, que eran ficha fuerte de este partido derechista casi en su bancarrota. Como ya es común, el Partido Nacionalista Escocés (SNP) logra mantenerse bajo el estandarte de mantenerse dentro de la Unión Europea como una Escocia independiente.

Desde la Izquierda

Antes, durante y después de las elecciones en el centro de la metrópoli imperialista que es el Reino Unido, se ha criticado abiertamente el papel de la dirección actual del Partido Laborista, bajo el liderazgo de Jeremy Colbyn, debatiendo acerca de su vocación antisistema, de izquierdista, de radical y de demás tópicos sin sentido, alejados de las condiciones concretas dadas en un país opresor como lo es el Reino Unido en el mundo. Cabe recordar que el Partido Laborista fue fundado en el año de 1900, partido en ese entonces de marcada posición patronal corporativista como lo fueron siempre los tradeunionistas, que dependieron siempre de sus direcciones burguesas amilanadas por la concentración del capitalismo en el país que le dio origen.

Como en Centroamérica podemos ver radicalismo en el democratismo pequeñoburgués cuando éste logre desembarazarse de la guía del imperialismo yanqui, en el Reino Unido la dialéctica de las posiciones políticas corresponde al desarrollo de las fuerzas vivas de la sociedad en lucha. El Reino Unido es un país donde el capitalismo está fuertemente acentuado y que ha servido desde finales de la Primera Guerra Mundial como cabeza de playa de los intereses monopólicos del imperialismo inglés, siempre en alianza pero en pugna con los imperialismo de mayor potencia como el yanqui o de menor potencia como el de la Unión Europea en este tiempo. Solo entender estas condiciones materiales nos dejará entender cómo un marcado programa democrático en el centro de la metrópoli que choca con las políticas de austeridad iniciadas después de la crisis financiera mundial de 2008, deja ver dentro de las masas obreras de la metrópoli y dentro de esa misma clase media que históricamente ha votado al laborismo a un Corby Rojo, a una dirección laborista anti sistema.

El laborismo ha vivido 100 años como un partido de masas, el partido con más afiliados en la Europa occidental –más de 500 mil–, un partido de una base obrera y clase media que ha estado bajo el control de una dirección burguesa y corporativista al servicio del bipartidismo inglés, que oprime en primera línea a los obreros de Irlanda del Norte, Gales y Escocia y de manera más clara por medio del neocolonialismo a los países en su esfera de influencia. Por eso es claramente entendible que fracciones de la izquierda anti capitalista española o latinoamericana no lo vean como un radical desde los tópicos de la periferia, pero que para la masa y para las base en la que se ha respaldado este viejo activista anti-guerra para vencer a los sectores más regresivos del laborismo que después del 8 de junio han recibido un coletazo, en la que veían como tumba política del equipo de Jeremy Corbyn incluso a costa del desmantelamiento por derecha y por izquierda del centenario partido de los trabajadores ingleses.