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Por Olga Rodríguez (Periodismo Humano)

Desde la caída de Mubarak el pasado viernes hasta hoy miles de empleados públicos -transportistas, empleados de compañías petroleras, de fábricas textiles y de armas, médicos, abogados, periodistas, artistas, profesores universitarios, ferroviarios, incluso policías- están secundando huelgas y protestas en diversos puntos de Egipto.

Piden mejoras laborales, una vida y salarios dignos y atacan la corrupción existente tanto en la dirección de las empresas como en los sindicatos oficiales.

El movimiento 25 de enero, impulsor de la revolución, integrado por grupos que llevan años organizando protestas prohibidas y al mismo tiempo por ciudadanos que por primera vez participaban de forma activa contra el régimen, ha redactado una serie de demandas para el consejo militar que ostenta el poder:

1.- La salida del poder de todos los elementos del régimen y sus símbolos

2.-La creación de una Asamblea Popular y de consejos locales

3.-La formación de un gobierno civil de transición hasta la celebración de elecciones, la creación de un comité para el desarrollo de una Constitución que garantice las libertades políticas y sindicatos independientes en base a los principios de justicia social y desarrollo económico

4.- La cancelación de la Ley de Emergencia y del resto de leyes que restringen las libertades;

5.-La aprobación de partidos políticos y asociaciones sin restricciones

6.-El fin del estado policial y la puesta en libertad inmediata de todos los prisioneros políticos.

De momento los militares se han comprometido a cumplir una de estas peticiones: la creación de un comité para determinar en los próximos días las reformas constitucionales.

El prólogo de la revolución

La revolución egipcia no ha surgido por generación espontánea.

La reacción a la II Intifada primero y el no a la guerra contra Irak después marcaron un punto de partida y sirvieron para crear una red social movilizada en Egipto que se consolidó con la creación en 2004 del movimiento Kefaya y el inicio de las protestas y huelgas organizadas por los obreros del sector estatal.

El epicentro de las movilizaciones fue la fábrica textil Misr Hilados y Tejidos de Mahalla, con 27.000 empleados. Allí los trabajadores -hombres y mujeres- protagonizaron importantes huelgas desde el año 2006. Muchos fueron arrestados y sufrieron torturas, pero no por ello abandonaron su lucha.

En 2008 el precio del pan en Egipto aumentó un 50%, a causa, entre razones, de la especulación financiera mundial. La gente tenía hambre, literalmente.

Estuve en aquella época trabajando en El Cairo: en cada calle, en cada barrio, se formaban largas colas de personas desesperadas por obtener una ración de pan subvencionado.

Las aglomeraciones y disputas provocaron 15 muertos en tan solo dos semanas y fueron titulares en la prensa internacional.

En medio de aquél clima de necesidad y tensión los obreros de algunas fábricas estatales y diversos movimientos sociales decidieron redoblar sus protestas.

Se registraron manifestaciones espontáneas en diversos puntos del país y se convocó una nueva huelga general para el 6 de abril, la fecha que iba a dar nombre al movimiento 6 de abril, fundado por líderes de Kefaya e impulsor de las protestas actuales.

Mahalla fue de nuevo protagonista aquél 6 de abril de 2008. La huelga tuvo un importante seguimiento. Cientos de activistas fueron encarcelados y algunos sufrieron torturas, como el periodista Kareem El-Beherey.

La repercusión de la huelga fue tal, que la embajada estadounidense en Egipto redactó un informe -publicado hace unos días por wikileaks- titulado: “Revueltas en Mahalla, ¿incidente aislado o punta del iceberg?”

Punta del iceberg

En ese informe se lee:

“Lo ocurrido en Mahalla es significativo (…) Ha irrumpido una nueva fuerza orgánica de oposición que desafía etiquetas políticas y aparentemente no está relacionada con los Hermanos Musulmanes. Esto puede forzar al Gobierno a cambiar su guión.”

Más adelante señala:

“Otro resultado de Mahalla es que Mubarak podrá resistirse con más fuerza a las reformas económicas y políticas. (…) Estamos oyendo que el aumento de los precios ha fortalecido las posiciones del gabinete de ministros, que se resiste a privatizar y a realizar otros esfuerzos dirigidos a la liberalización económica.”

A tenor de estas palabras, se deduce que Washington conocía el mensaje de los trabajadores egipcios.

Aunque en público esgrimía la amenaza del islamismo para justificar su realpolitik, en privado era consciente de que el orden establecido que tanto defendía podía verse amenazado por los pobres, las víctimas de políticas capitalistas voraces y los jóvenes hartos de la injerencia extranjera y la corrupción.

El cable muestra cómo existía en la diplomacia estadounidense preocupación ante la posibilidad de que las protestas pusieran freno al modelo neoliberal que Washington -junto con el FMI y el Banco mundial- fomentaba en Egipto.

Mahalla fue la punta del iceberg. Lo que allí comenzó se extendió a otros sectores.

Estudiantes, médicos, abogados y obreros de otras fábricas protagonizaron manifestaciones y huelgas en contra de la corrupción, la impunidad policial, las privatizaciones de industrias estatales, las políticas económicas neoliberales de Mubarak y la complicidad de El Cairo con Tel Aviv.

Y así llegamos a la revolución actual.

Estados Unidos aporta anualmente 1.500 millones de dólares de ayuda a las Fuerzas Armadas egipcias.

Mientras este apoyo continúe, ¿estarán dispuestos los militares egipcios a dar la espalda al modelo económico ultracapitalista exigido por los organismos internacionales?

¿Se verán satisfechas las demandas de quienes han protagonizado la revolución egipcia? Son preguntas que muchos activistas se formulan a puerta cerrada estos días.

El consejo supremo militar está pidiendo a los egipcios que regresen a sus trabajos para “volver a la estabilidad” e impedir pérdidas económicas mayores.

El título con el que el movimiento 25 de enero ha presentado sus demandas deja clara su postura: “La revolución continúa hasta que alcancemos nuestros objetivos”. Ya hay convocadas nuevas protestas para este viernes.

Puede que para algunos la revolución haya terminado, pero no ha hecho más que empezar para los trabajadores que llevan años reivindicando sueldos dignos y derechos laborales en un país en el que el 40% de la población vive con menos de un euro al día.

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