Historia


Por Orson Mojica

Desde agosto del 2002, la administración de George W. Bush había tomado la firme decisión de derrocar al régimen de Sadam Hussein. Para invadir Irak, Bush necesitaba una justificación “creíble” ante el mundo y por eso ordenó a las siniestras agencias de inteligencia exagerar los informes sobre el arsenal de armas químicas y de destrucción masiva que el propio Estados Unidos había proporcionado, en los años anteriores, al ejército iraquí en su lucha por contener la revolución dirigida por los ayatollah chiitas en Irán.

De esta manera el imperialismo norteamericano e inglés pusieron en marcha la maquinaria de guerra más poderosa de la historia de la humanidad, en contra de Irak, una nación debilitada no solo por los efectos de la guerra contrarrevolucionaria contra Irán (1980-1990), el posterior bloqueo imperialista impuesto durante más de una década por la ONU, sino también por la propia dictadura de Sadam Hussein, que reprimía violentamente a los chiitas, kurdos y otras minorías nacionales, colocando a la nación iraquí en un callejón sin salida.

Fisuras en el frente imperialista antes de la invasión

A diferencia de las invasiones a Yugoslavia, Somalia y Afganistán, por primera vez se produjo una grieta significativa en el frente de naciones imperialistas. Francia y Alemania -- con el apoyo de Rusia-- manifestaron su oposición a la acción “unilateral” de Estados Unidos e Inglaterra --apoyados por España e Italia-- de invadir Irak sin el consentimiento de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

A pesar de que Sadam Hussein hizo todas las concesiones políticas y diplomáticas posibles e inimaginables para evitar la invasión, la suerte estaba echada: la invasión imperialista comenzó el 20 de marzo y las principales operaciones militares concluyeron en mayo del 2003.

La silenciosa reconstrucción del ejército y fuerzas de seguridad iraquíes

Una vez que el ejército iraquí se rindió sin presentar combate al ejército norteamericano, comenzó la dispersión del mismo. Los ataques militares de la resistencia iraquí contra el ejército de ocupación, ocultó el verdadero objetivo de la intervención “unilateral” de los Estados Unidos: reconstruir las fuerzas armadas y de seguridad iraquíes bajo su control, única forma de garantizar el control de las inmensas reservas de petróleo.

Mucha de la oficialidad del antiguo ejército fue reenganchada con el objetivo de reconvertir el aparato militar iraquí, el otrora cuarto ejército más poderoso del mundo.

Un régimen contrarrevolucionario que se oponía al imperialismo

Antes de la invasión imperialista, en Irak había un régimen dictatorial y contrarrevolucionario liderado por Sadam Hussein, antiguo aliado de Estados Unidos, que mantenía el terror, la persecución y violencia contra del movimiento de masas, especialmente contra la mayoría chiita y otras minorías nacionales como los kurdos. No había libertades democráticas, el partido Baath ejercía el control totalitario sobre todos los aspectos de la vida social.

Pero, a pesar de sus rasgos contrarrevolucionarios, el régimen de Sadam Hussein constituyó, contradictoriamente, sobre todo en el periodo posterior a la finalización de la guerra con Irán en 1990 y de la invasión a Kuwait, un gobierno que se rebelaba ante los dictados del imperialismo norteamericano. Esta relativa independencia política se asentaba, contradictoriamente, no en la movilización de las masas sino sobre un régimen represivo y contrarrevolucionario, que minaba y debilitaba desde adentro a la nación iraquí ante sus enemigos.

Este aspecto represivo del régimen de Sadam Hussein se acentuó con el bloqueo imperialista decretado por la ONU, después de finalizada la primera guerra contra Irak, llamada Guerra del Golfo en 1991. En esa ocasión, el imperialismo norteamericano obligó al ejército iraquí a salir de Kuwait, pero no se atrevió a continuar la guerra hasta el derrocamiento de Sadam Hussein debido a que todavía estaba en pie, aunque tambaleándose, su principal aliado militar: la URSS.

Una vez completada la primera fase de la invasión en mayo del 2003, el vacío dejado por el desplome del aparato represivo de Sadam Hussein fue ocupado rápidamente por las tropas de ocupación.

El Concejo de Gobierno impuesto por los Estados Unidos se esforzó por aparentar ser mucho más blando que el régimen dictatorial de Sadam Hussein. Las manifestaciones de chiitas por las calles de las principales ciudades iraquíes, marcaron la tónica en las semanas posteriores a la ocupación. En la mayoría de los casos había alegría por el fin del régimen de Sadam Hussein, pero también señalaban claramente que las tropas de ocupación debían irse inmediatamente. Las tropas imperialistas se esforzaron en parecer como “libertadoras” y no como “opresoras” del pueblo, aunque en realidad su verdadera misión fue la de establecer un gobierno semicolonial, controlado por los Estados Unidos, que garantizara el petróleo a un precio barato a las potencias imperialistas.

A partir de la invasión imperialista, en Irak se produjo un enorme retroceso. El triunfo militar del imperialismo implicó la pérdida de la independencia política de la nación iraquí, la dispersión de sus fuerzas armadas nacionalistas, la disolución de la soberanía nacional, la instauración de un gobierno títere dirigido por Paul Bremen, la persecución de los patriotas, la imposición del toque de queda, etc.

Las tropas ocupantes realizaron una despiadada represión selectiva contra los miembros de la resistencia y su base social de apoyo. Hubo miles de presos, sin ningún tipo de derecho o garantía, por el simple hecho de ser “sospechosos” de colaborar con la resistencia. También hubo miles de desaparecidos o asesinados, supuestamente en operaciones de combate

Debido a que las instituciones del Estado burgués se desplomaron estrepitosamente con la invasión, se produjeron algunos resquicios por donde las masas expresaron su descontento, y un interesante y fragmentario proceso de creación de milicias y sindicatos, especialmente dentro de los chiitas. Este proceso fue canalizado políticamente por el imperialismo norteamericano, transformando a una parte de las milicias chiitas en colaboradoras del ejército de ocupación

Divide y vencerás

La resistencia iraquí estaba conformada por diferentes grupos, que representan de manera global los intereses de un sector de la burguesía iraquí y árabe que, utilizando métodos terroristas y ataques guerrilleros, se oponían furiosamente a la ocupación imperialista. El sector más activo de esta resistencia fueron las guerrillas sunnitas, quienes se sienten desplazados del poder, y temen la venganza de los chiitas.

La sociedad iraquí continúa divida en el sectarismo religioso que es azuzado por las direcciones burguesas sunnitas y chiitas. Éstas, aunque rechazan la presencia de tropas extranjeras, las justifican y las toleran como el “mal menor” para evitar que el partido Baath asuma nuevamente el gobierno, y finalmente los grupos de la resistencia que luchan armas en manos contra las tropas de ocupación.

Los grupos de la resistencia tienen una determinada base social, pero no lograron atraer a la mayoría de las masas iraquíes. El más exitoso de estos ha sido el Estado Islámico (EI), que nació como una guerrilla sunnita, y logró atraer el descontento contra la ocupación norteamericana, y contra el colaboracionismo chiita. Irónicamente, ahora el sector oprimido son las masas sunnitas. Estas guerrillas sunnitas han recibido apoyo material y militar de las monarquías árabes que temen el avance de los chiitas encabezados por Irán.

La resistencia no tuvo una política revolucionaria para ganarse a las masas. No privilegió la movilización de las masas, sino que utilizó métodos guerrilleristas y terroristas para combatir al enemigo común.

El apoyo del clero chiita a la ocupación

El ayatola Al Sistani representó el ala mayoritaria del clero chiita que colaboró con la ocupación norteamericana y apoyó la realización de elecciones vigiladas por las tropas de ocupación. En su oportunidad, Paul Bremer declaró que sentía un "gran respeto" por el Gran Ayatola. Bremer dijo que "seguiremos animando a dirigentes, como el ayatolá Sistani, a desempeñar un papel mayor en su país como ya lo hizo en los últimos meses." (www.BBCmundo.com).

La estrategia imperialista

Parte de la nueva estrategia de contra insurgencia de Estados Unidos fue promover acercamientos entre líderes sunitas y chiitas moderados. Estados Unidos primero persiguió y aplastó al partido Baath, pero después inició un proceso de reconciliación, permitiendo que antiguos funcionarios formaran parte de las nuevas fuerzas armadas, los servicios de seguridad y defensa y los ministerios de información.

Al despedirse de Irak en el año 2004, el general Ricardo Sánchez, en una entrevista concedida al diario francés Le Figaro, reconoció que “(...) para garantizar la seguridad, hace falta que sean los propios iraquíes los que luchen en primera fila (...) el objetivo final de las tropas estadounidenses es hacerse menos visibles (...) Nuestro proyecto es reclutar a 90.000 policías, bien formados y equipados. Esta policía deberá ser capaz de garantizar el mantenimiento del orden y, al mismo tiempo, luchar contra el terrorismo. Prevemos asimismo una fuerza de intervención civil, una guardia nacional de seis divisiones y un Ejército de tres divisiones motorizadas”. (ABC, 11 de julio 2004).

La estrategia era muy clara, y hasta cierto punto resultó exitosa: reconstruir el ejército iraquí, para que sean los propios iraquíes quienes persigan y maten a los miembros de la resistencia. Para ello, primero aplastaron al partido Baath, capturaron y ahorcaron a Sadam Hussein y su círculo cercano, después se inició el proceso de reconciliación bajo una alianza política de chiitas y kurdos, quienes impusieron su hegemonía a la rebelde minoría sunnita.

Al mismo tiempo, Estados Unidos inició un proceso de acercamiento con las burguesías árabes, en su mayoría pertenecientes al ala sunnita del Islam, para que no brindasen apoyo logístico y militar a la resistencia. Esta estrategia combinada de negociación y de superioridad militar en el campo de batalla, dio resultados y al final lograron debilitar a la resistencia, la cual, como hemos explicado, no tuvo una estrategia de movilización de las masas, sino de desencadenar atentados terroristas que a la larga tuvieron el efecto contrario al esperado.

La mayoría de las tropas norteamericanas han salido de Irak, otras quedaron en bases militares fuera de las ciudades, asesorando al nuevo ejército iraquí bajo control chiita, previo a su salida definitiva. Todo parece indicar que estamos ante un triunfo político y militar de los Estados Unidos, aunque algunos creen que esta retirada es un triunfo de la presión militar de la resistencia. La realidad es que los Estados Unidos han avanzado mucho en la reconstrucción y adiestramiento del nuevo ejército iraquí, a pesar de los tropiezos ocurridos por el enfrentamiento sectario-religioso entre sunitas y chiitas. Debemos sacar un balance y aprender las lecciones.

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