Literatura, ensayos, poesía
Por Winston Manrique

Empujados por cierto descrédito de la ficción, por la erótica de la intimidad ajena, por el aliado cibernético de los 'blogs'..., los diarios de escritores viven días de éxito. Una de las formas más libres de escritura. Instrumento de trabajo y, por qué no, de terapia. James Salter, Alma Guillermoprieto, Alan Pauls y Justo Navarro nos ofrecen extractos inéditos de sus diarios. John Banville realiza el ejercicio de escribir uno para 'El País Semanal'. Y desvelamos pasajes de los de León Tolstói y Susan Sontag, de próxima publicación.

Alguien, al reconocer lo efímero de la vida, plasma esa sensación en alguna parte sin saber que hacia el año 2010 esa práctica de apuntes y anotaciones privadas sobre su vida y la vida será muy popular, seducirá a los lectores y mostrará, como pocos géneros, las pulsiones y pulsaciones de su tiempo.

Día primero. "12 de junio de 1942. Espero poder confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un gran apoyo". Así empieza Ana Frank a los 13 años su Diario, ejemplo por antonomasia de un género que, en su caso, siendo el registro de su encierro y el de su familia huyendo del nazismo, se convertirá en testimonio clave de una época trágica.

Entre aquel tiempo y hoy hay un arco donde el yo no ha cesado de conquistar territorios literarios. El origen de tantos diarios como diaristas, divididos en dos grupos: los de continuidad (a lo largo de la vida) y los de crisis (en momentos puntuales, sobre todo al final de la existencia).

El riesgo de manipulación es latente, advierte el británico William Boyd, autor de Bamboo (Duomo), un ensayo sobre la escritura de diarios: "Hay escritos que tienen el propósito de una publicación, e incluso de que esta sea póstuma. Los grandes diarios literarios han sido escritos sin ninguna expectativa de ser leídos. Algunos ejemplos son los de James Boswell y Samuel Pepys".

Ya sea como diarios puros o no, su expansión imparable estaría en el descrédito de la ficción, asegura Andrés Trapiello, que lleva un diario que ya va por el tomo 16, Salón de pasos perdidos (Pre-Textos), y es autor de El escritor de diarios (Península).

Día segundo. Carlos García Gual, experto en literatura griega y romana, recuerda que "los antiguos no escribían (o no publicaban) diarios, aunque sí nos dejaron interesantes apuntes autobiográficos, como los que hay en la famosa Carta séptima de Platón, en las Cartas familiares de Cicerón y, más extensamente, en las Meditaciones o Notas para sí mismo del emperador Marco Aurelio. Conservamos dos autobiografías en griego, la del historiador judío Josefo y la del orador Libanio, y, en latín y con otro enfoque espiritual, las Confesiones de San Agustín. Las Meditaciones del estoico Marco Aurelio se asemejan ciertamente a un diario, pero no tienen fechas".

Día tercero. Viajeros, exploradores y conquistadores que ensanchan el mundo dejan escritos de sus experiencias. En las grandes embarcaciones surge el más claro antecesor de los diarios: el cuaderno de bitácora. Entre los registros y testimonios de viajeros y descubridores destaca el Diario de a bordo de Cristóbal Colón en 1492.

Día cuarto. La aparición de la imprenta en 1440, el advenimiento de la Ilustración y la conquista de los Derechos Humanos y las libertades sociales e individuales alientan los diarios como se conocen hoy. Los libros de cuentas y los libros de familia derivan en anotaciones de carácter personal y expresivo, explica Manuel Alberca, de la Universidad de Málaga y autor de La escritura invisible. Testimonios sobre el diario íntimo (Sendoa).

Día quinto. Tras el Romanticismo, el siglo XX deja a su paso cada vez más diarios de autores como Fernando Pessoa, Katherine Mansfield, Giorgio Seferis, Thomas Mann, Virginia Woolf, Robert Musil, Franz Kafka, Julien Green, André Gide, Josep Pla, George Orwell, Witold Gombrowicz, Cesare Pavese, Ernst Jünger, Susan Sontag...

Confesiones que seducen a lectores. ¿El secreto? Virginia Woolf desvela una parte: "El diario es tan privado y tan instintivo que incluso permite que otro yo se desgaje del yo que escribe, que se separe y observe al primero cuando escribe. El yo que escribe es un yo extraño; a veces nada le induce a escribir".

Otra parte del secreto de seducción la revela Truman Capote: "Cuando repasas tu diario, lo que abre un surco en tu memoria son los apuntes más intrascendentes". Una idea que completa Antonio Muñoz Molina, que aunque no se declara un autor de diarios sino "alguien que a veces anota cosas que le ocurren", lo hace por la curiosidad de comprobar cómo al poco tiempo esas cosas se le han olvidado.

Día sexto. En medio de esta bonanza hay una inflexión en 1939: André Gide empieza, con 70 años, la publicación de sus diarios. Infidencias esparcidas de reflexiones como la plasmada en el mes de julio de hace cien años: "Situar la idea de perfección, el anhelo, ya no en el equilibrio y la mesura, sino en el extremo, en el quién da más, es eso quizá lo que mejor señalará nuestra época y la distinguirá de forma más enojosa".

Día séptimo. La segunda mitad del siglo XX llega con preguntas: ¿qué es un diario?, ¿por qué se escriben?, ¿son sinceros?

Un diario es la huella dactilar de quien lo escribe, asegura Trapiello. Lo escriben "llevados por el síndrome del flâneur, del transeúnte, tal como lo formula Walter Benjamin: llegan demasiado tarde al lugar de los hechos o se van de allí demasiado pronto. El hombre moderno es un ser desplazado que además está roto en mil pedazos. Sólo la literatura parece darnos la posibilidad de recomponer la vida".

Una literatura confesional que lo impregna todo. "Muchos escritores vienen experimentando en torno a esos nuevos parámetros de subjetividad y antificción, extrayendo de una escritura cotidiana, como la diarística, una modulación literaria", explica Anna Caballé, de la Universidad de Barcelona, responsable de su Unidad de Estudios Biográficos, y autora de la biografía Carmen Laforet, una mujer en fuga (RBA). Para Caballé, los autores "juegan con la fragmentación, la deriva, la libertad de una forma que no está condicionada por un cierre".

El filósofo José Luis Pardo aclara: "Es un error pensar que lo íntimo es incomunicable, pero también lo es confundirlo con el cotilleo sobre la vida privada, aunque sea la de escritores. Que unos vendan sus chismorreos, incluso en forma de libro o de diario, es una diversión a menudo penosa pero no punible. Lo criminal comienza cuando a ese negocio se le quiere llamar periodismo o literatura, pues el arte es el elemento privilegiado en el que la intimidad se desvela sin pervertirse por ello ni degradarse en privacidad".

Los diarios también inspiran libros mestizos. Como los de las hijas de León Tolstói y José Donoso: Tatiana Tolstói con Sobre mi padre (Norte Sur) y Pilar Donoso con Correr el tupido velo (Alfaguara), ambos se editan en otoño. O como ha hecho Justo Navarro con su poemario Mi vida social (Pre-Textos) salido de su propio diario.

Día octavo. El imperio del yo en el siglo XXI está garantizado por un aliado: el ciberespacio y los blogs. Para el argentino Alan Pauls, el crecimiento de este género "tiene que ver con la pretensión de escribir una cotidianidad en vivo. El escritor mata (o cree matar) tres pájaros de un tiro: la relación con la actualidad (cómo ser contemporáneo), la relación con el lector (cómo saber que me leen) y la relación con la propia imagen (cómo constituirme en escritor visible)".

Día noveno. 25 de julio de 2010. Los escritores James Salter, Alma Guillermoprieto, Alan Pauls y Justo Navarro comparten con El País Semanal pasajes de sus diarios, mientras John Banville hace aquí este ejercicio por primera vez. Una muestra, como dice Muñoz Molina, de que los diarios se hacen para combatir la desmemoria. Y recuerda el poema de José Emilio Pacheco Los días que no se nombran: "En vano trato / de recordar lo que pasó aquel día. / Estuve en algún lado, / hablé con alguien, / leí algún libro... / Lo he olvidado todo. / A tan sólo unos meses de distancia / parece que las cosas sucedieron /en el siglo XIV antes de Cristo".