Opinión Libre


Por Olvin Rodríguez

Ante el embate del neo liberalismo, con sus flagelos de corrupción, trampa, mafia,  autoritarismo, mandraque y el descredito de los partidos políticos históricos, de las iglesias, de las fuerzas armadas y de las policías, de los sindicatos y demás instituciones que nacieron con el Estado Liberal, la verdadera sociedad civil catracha está experimentando un renacimiento sorprendente. La trayectoria de los indignados y la Alianza de Oposición a la Dictadura, animados, entre otros, por jóvenes hasta ahora indiferentes son, en este sentido, ejemplares. Estas fuerzas ocupan una posición central en la nueva sociedad civil. Sus estructuras locales son poderosas, ágiles y están animadas por dirigentes y militantes que hacen gala de una determinación formidable. Buscan un camino, encarnan la esperanza en nombre de los oprimidos y de los excluidos. Los luchadores de la esperanza saben con certeza lo que no quieren. Esta nueva sociedad civil intenta organizar la resistencia contra el usurpador. Pretenden pensar, criticar y combatir el orden establecido por los depredadores del Banco Mundial, del FMI y las trasnacionales. Este y no otro es el método que está aplicando la nueva sociedad que está a punto de surgir para detener el avance y poner en apuros sus estrategias. Siguiendo a José Martí dirán: “es la hora de los hornos y sólo hay que ver la luz”. 

En los 18 departamentos y en los 298 municipios del país, en todas partes, estos hombres y estas mujeres se enfrentan a los amos de Honduras y han quebrado su bipartidismo. Pero si hasta el presente luchan de forma dispersa, ¿qué es lo que les da el poder de convocatoria y la fuerza que tienen? Sin lugar a dudas, precisamente, esta miríada de frentes locales, de frentes políticos en todos los municipios. De este modo, la nueva sociedad civil hondureña responde contra la concentración de poderes que detenta el usurpador. Los luchadores de la esperanza son tratados como bandidos, como mareros, como delincuentes que atacan la propiedad de la buena gente, son víctimas de asesinatos cometidos por la Policía Militar, como le ocurrió a los casi 30 mártires, sencillamente porque ellos encarnan la esperanza concreta de una revolución victoriosa.

Todos estos nuevos Frentes de la Alianza presentan algunas características comunes. Se movilizan con un mínimo de recursos económicos y son ajenos a la paga gubernamental; la ideología tiene un papel muy pequeño en la toma de decisiones; actúan conforme a un pragmatismo de buena ley, de forma puntual e ininterrumpida; practican una oposición hiperactiva, casi permanente, que no concede respiro al ejército y a las policías; una extrema movilidad intelectual y organizativa preside sus acciones; y sus integrantes, cuidan, además, como si de un tesoro se tratara, sus respectivas singularidades.

Sus líderes están al frente de las protestas y entre ellos rechazan cualquier forma de jerarquización; son irreverentes y detestan la estandarización del lenguaje, de los métodos de lucha o del análisis – así como la uniformidad; a sus militantes les apasiona el intercambio de ideas, el diálogo constante; pese a la extrema diversidad de sus luchas singulares, de su negativa categórica a aceptar cualquier forma que sea de institucionalización; esta Alianza, no obstante, se da cita por breves espacios de tiempo en acciones relámpagos; de este modo, son capaces de intervenciones coordinadas a escala nacional de una rapidez fulgurante y una eficacia temible; de ello han dado prueba las marchas de las Antorchas, El Cacerolazo, sus manifestaciones pacíficas, las tomas de carreteras y las protestas masivas con que se han opuesto al fraude electoral.

Les alienta el deseo de algo distinto, la voluntad de ser ellos mismos y les alimenta la esperanza de su combate futuro; son totalmente espontáneos; no financiados por nadie; se apropian de la calle sin violencia; no tienen un sesgo político ideológico y en sus mesas de indignación promueven una cultura política libre de corrupción; por sus redes tienden puentes, intercambian experiencias de ‹‹resistencia››, reflexionan sobre la coordinación de las prácticas y están superando la cultura de la pobreza de que hablaba el antropólogo norteamericano Oscar Lewis; cualquier movimiento armado, con independencia de la simpatía que pueda despertar entre algunos de los participantes, también es alejado del estrado; «Reunir sin unir», se trata de una red capaz de asociar a individuos y grupos en condiciones tales que nadie pueda dominar o reducir a los demás, unas condiciones, además, que permiten conservar todos los recursos vinculados a la diversidad de las experiencias, de los puntos de vista y de los programas. Nada impide esperar que la confrontación democrática de un conjunto de individuos y grupos que reconocen presupuestos comunes pueda generar una respuesta coherente y sensata a preguntas fundamentales a las cuales ni sindicatos, ni iglesias, ni partidos políticos, son capaces de aportar una solución global. La nueva sociedad civil hondureña es una sociedad en proyecto, una sociedad en gestión, sin parangón en ninguna de las formaciones sociales que la han precedido.

PERO OJO. Hay unas señoronas y señorones, que haciéndose pasar por sociedad civil han sido cooptados e infiltrados por la dictadura (“esquiroles”), quienes habiendo emergido subrepticiamente, manipulados diabólicamente y cooptados por el gobierno para sus fines perversos, terminaron siendo instrumentos conscientes o inconscientes, muros de contención, parachoques de la oligarquía, para contener el ímpetu de los indignados. Ellos, sin escrúpulos, usurpando una representación que no tienen, se prestan a ser comparsa en diálogos entre cortesanos.