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30 años del asesinato de Oliverio Castañeda

 

 

Por Raúl Campirán

 

El año de 1978 marcó una ruptura en el movimiento revolucionario guatemalteco: es el año del auge y el inicio de la debacle del movimiento popular. La crisis mundial de principios de los 70 devino en un acelerado proceso de empobrecimiento entre los sectores populares, contradicciones que se agudizarían luego del terremoto de 1976. En este contexto y en medio de un clima de aparente “apertura democrática” se da un acelerado crecimiento del movimiento popular, facilitado en buena parte por el trabajo organizativo de la guerrilla durante sus años de repliegue.

 

 

En 1976 la Alianza Democrática y Progresista FRENTE ganó las elecciones por el control de la AEU, el cual mantuvo hasta 1985. La principal influencia política de esta agrupación provenía de la JPT (Juventud Comunista), que seguía los lineamientos del ala más conservadora del PGT, que aún mantenía su confianza en alguna posibilidad de triunfo por la vía electoral. Sin embargo la AEU conducida por FRENTE logró consolidar al movimiento estudiantil, fogueándose en las calles y participando en las luchas de los trabajadores.

 

En mayo de 1978 Oliverio Castañeda de León asumió la dirigencia estudiantil. Se trataba de un joven pequeño burgués, hijo de un reconocido pediatra y sin mayor complicación durante su vida. Y sin embargo, en aparente “contradicción de clase” decidió trabajar por la revolución, llegando a morir por ella.

 

En julio de ese año Lucas asumió el poder. Una de sus primeras medidas fue liberar los precios de la canasta básica. Oliverio pasó toda su gestión entre protestas por reivindicaciones populares y por las respuestas asesinas de la reacción. Por su parte ese mismo mes se inició una crisis en el transporte público, que traería enormes repercusiones. Para octubre de ese año la ciudad llevaba más de dos meses sin transporte, y autoridades y transportistas no llegaban a ninguna solución. El 2 de octubre comenzaron las protestas populares en las calles. Todos los días se registraron enfrentamientos con la policía, que dejaron un saldo de alrededor de 30 muertos, 100 heridos y 500 detenidos. Finalmente el 12 de octubre se decide dejar sin efecto el aumento al pasaje.

 

Pero a la aparente victoria le seguiría una oleada de represión. El gobierno, mediante un supuesto “Ejército Secreto Anticomunista”, condenó a muerte a decenas de líderes, entre ellos Oliverio. El 20 de octubre, luego de finalizado el mitin en el que Oliverio fue uno de los oradores, una banda de sicarios del Comando 6 de la policía ejecutó la sentencia, a plena luz del día y ante decenas de testigos. Dos semanas más tarde fue desaparecido su sucesor, Antonio Ciani, y durante los meses siguientes los secuestros y asesinatos continuarían cada vez más salvajes y frecuentes hasta que para 1980 el movimiento de masas había sido prácticamente aniquilado.

 

La AEU se vio obligada a pasar a la clandestinidad, recibiendo golpes fatales en 1984 y 1989, cuando sus dirigencias fueron desaparecidas en silenciosas operaciones de inteligencia. Nunca se recuperó. Hoy la AEU está convertida en un reducto de delincuentes que usurparon por la fuerza la dirección estudiantil, sin representar a nadie más que a ellos mismos. Se pasean armados y con guardaespaldas por la ciudad universitaria, mantienen vínculos con criminales y funcionarios del Ministerio Público, se lanzan a candidatos por caducos partidos de derecha mientras ocupan su puesto de representantes ante el Consejo Superior Universitario, y tienen mucho más de capos mexicanos que de revolucionarios.

 

Hoy más que nunca es necesario sacar de la AEU a los infiltrados cuya misión fue terminar de aniquilar al movimiento estudiantil luego de la firma de la paz. No permitamos que sigan usurpando el nombre de Oliverio y pisoteando la memoria de tantos compañeros asesinados por el enemigo. Y que el pueblo nunca olvide tampoco los nombres de los asesinos, generales Romeo Lucas y David Cancinos, coronel Germán Chupina, así como los “civiles” Donaldo Álvarez, Valiente Téllez y Pedro García Arredondo, por citar unos pocos. Que no nos engañen con míseras condecoraciones y homenajitos oficiales. ¡Que la sangre de miles y miles de compañeros que entregaron su vida por la revolución no se haya derramado en vano!