Por Hercilia Cáceres

El 20 de septiembre se publicó en el diario oficial el acuerdo 189-2019, que prohíbe el uso de plásticos de último uso en Guatemala, propiciada por Alfonso Alonzo, titular del Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (MARN). Dicho acuerdo prohíbe el uso de bolsas plásticas y artículos de duroport, esperando entrar en vigencia durante septiembre de 2021, para que los comerciantes se “adapten” a productos biodegradables. Según el ministro, ha mantenido diálogo al respecto con las gremiales productoras de productos desechables. El engaño de los biodegradables es simple, estos no se degradan con facilidad, ya que no se descomponen en la velocidad que aseguran, no dejan de ser contaminantes para cuerpos de agua y tampoco son una solución para el control de desechos,

El ministro Alonzo, expresó que la mayoría de la población se encuentra feliz y claro, muestra falsas soluciones que no cambiarán nada, ni mucho menos mejoran la situación ambiental del país, cuando su administración muestra otra realidad. Alfonso Alonzo, jamás contó con preparación técnica, pero fue una de las cartas que utilizó el Gobierno de Jimmy Morales para favorecer concesiones a la industria extractiva, los Megaproyectos y la ampliación territorial de Monocultivos.

La medida parece ser solo una limpieza a la pésima imagen que posee el MARN, porque desde que Alonzo inició su administración en dicho ministerio, la situación ambiental del país empeoró considerablemente. Guatemala es un país con una legislación ambiental pobre, que carece de un juzgado específico, por lo que quienes gobiernan y poseen el poder económico, destruyen a su antojo los recursos de un país megadiverso para atender los beneficios de unos pocos. El desinterés del gobierno por la naturaleza se expresa abiertamente con el presupuesto que se designa para la solución de problemas ambientales, el poco interés en crear una ley de aguas o penar a las empresas culpables de atentar contra los diferentes ecosistemas, que causan deforestación y ecocidios; esto además de no plantear soluciones para los tratamientos de desechos sólidos y el asesinato de líderes comunitarios en defensa de la naturaleza.

Se ha puesto de moda en esta parte del siglo XXI la implantación de un ideal individualista que pretende retirar responsabilidad ambiental a gobernantes y empresarios. Este ideal se basa en creer utópicamente que dejar de usar pajillas o desechables es la solución a un problema estructural que tiene sus raíces en un sistema de producción que jamás será “amigable con el ambiente”, pero que sienta sus bases principalmente en las capas medias. El capitalismo no será mejor con la naturaleza, pues sus raíces tienen origen en la explotación de los recursos naturales, del hombre y la mujer.

Es patético creer que las alternativas que nos producen las gremiales son de beneficio para el planeta, pues no es de esa manera. Actualmente el discurso del capitalismo ha cambiado de forma y nos vende “biodegradables”, que no son más que marketing y un engaño para los consumidores. Es bien cierto que la contaminación por el uso de desechables está llegando a niveles incontrolables que efectivamente están acelerando los procesos naturales y el cambio climático y sí, este es un problema de clase, porque no afecta a todos por igual, son los más pobres quiénes tienen menos posibilidades de adaptarse. Estos fenómenos que producen desigualdad se deben analizar adecuadamente, relacionándolos directamente con los fenómenos sociales, no la naturaleza en sí misma.

A esto hay que agregar el discurso de las “acciones individuales”, en el que se plantea no consumir productos provenientes de los monocultivos para ser verdes y conscientes. Pero ¿cómo pedirle al campesino o citadino regular que deje de utilizar productos provenientes de aceite de palma, si para ellos son las alternativas más accesibles?; productos con otro tipo componentes responden a características elitistas.

Es necesario fijar acciones reales, no separar lo político de lo ambiental, porque la destrucción de la naturaleza no está aislada de las dinámicas político-económicas de un sistema que va a terminar con todos sus recursos. El descontento debe ser desde la raíz del problema, porque ser consciente con la naturaleza no es solo cambiar los hábitos, sino también exigir que se castigue a los empresarios por no respetar las ambiguas leyes ambientales; también reclamar la solución de problemas a los gobernantes y recordar que los cambios más drásticos en el medio ambiente están relacionados estrechamente con gobiernos que responden a intereses con el sector privado.