Por Horacio Villegas

Cuando se dio a conocer la elección de Salvador Nasralla, el popular presentador de televisión, como candidato de la Alianza de Oposición, expresamos nuestras dudas por el discurso derechista que mantuvo a lo largo de los años. Era imposible que cambiase de la noche a la mañana.

El rol nefasto de Nasralla

La necesidad de luchar contra la reelección de Juan Orlando Hernández (JOH) hizo pensar a muchos compañeros que Nasralla era un mal necesario, un trago amargo que debíamos apurar, para poder derrotar electoralmente a JOH. Toda la izquierda claudicó ante Nasralla. Incluso, hubo una corriente de activistas que nos cuestionaron por no llamar a votar críticamente por Nasralla, como lo habíamos hecho con las candidaturas de luchadores a diputados del partido Libertad y Refundación (LIBRE), en el año 20913.

Los contextos son diferentes. En 2013, la resistencia se había convertido en partido electoral, y una buena parte de las candidaturas a diputados eran luchadores populares y de izquierda. No se había vivido la experiencia de reformismo electoral con LIBRE. Para las elecciones del 2017, ya se había demostrado que LIBRE no luchaba por cambiar las estructuras del Estado, sino por reformarlas, manteniendo el capitalismo salvaje. La candidatura de Nasralla reflejó nítidamente los cambios políticos en la cúpula de LIBRE, controlada férreamente por el caudillo liberal, Mel Zelaya.

Por esta razón llamamos al voto nulo en las elecciones presidenciales del 2017. El hecho que Nasralla ganara las elecciones no invalida nuestra critica. Los hechos posteriores nos dieron la razón: las incoherencias de Nasralla, sus constantes vacilaciones, hicieron un tremendo daño a la lucha contra el fraude electoral. Las declaraciones de Nasralla, fueron un balde de agua fría sobre los miles de personas que arriesgaron su vida en la semi insurrección que sacudió a Honduras.

La disputa por el liderazgo

Las mayores ambivalencias de Nasralla se produjeron después que JOH fue proclamado ganador. Nasralla aceptó el dialogo, dijo que nunca dialogaría con JOH y lo hizo, primero, de manera indirecta, a través de intermediarios, y después de manera directa. Evidentemente, que estas actitudes lo hacían entrar en contradicciones con Mel Zelaya, que sabe que la sobrevivencia política depende de mantener sus estructuras y aparato electoral. Las actitudes de Nasralla introducían desmoralización ante las bases de LIBRE.

El desacuerdo final fueron las declaraciones de Nasralla de que constituiría un nuevo partido político, en torno a su figura, como hizo con el PAC, que después le fue arrebatado por JOH.

La asamblea de la Alianza de Oposición: entre titubeos, irrealidad y ausencia de un verdadero programa revolucionario

Desde entonces, la Alianza de Oposición está en crisis, y en reuniones constantes tratando de salvar el proyecto.

 “El partido Libertad y Refundación (Libre) en su asamblea denominada ‘Kimberly Dayana Fonseca’ acordó retomar las movilizaciones hasta llegar al paro nacional. Además, acordaron la creación de los Comandos Insurreccionales para la toma del poder bajo el método de la No violencia e impedir que los Estados Unidos imponga a Juan Hernández dando la apariencia de recuperación de la institucionalidad.” (Criterio.hn, “Asamblea del Partido Libre acuerda paros progresivos hasta el gran paro nacional”, 15 de abril de 2018)

Ya lo ha dicho Edelberto Torres-Rivas con el uso razonado de cada palabra: “En Centroamérica no ha habido una tradición socialista en tanto no se conformó por mucho tiempo nunca ni una cultura obrera ni una experiencia partidaria…” (“¿Quién destapó la caja de pandora? Reflexiones sobre la crisis y los sujetos del conflicto en Centroamérica”, 49). Con sobrada razón se puede asegurar que la naturaleza del Partido Libre ha respondido a un liberalismo radical que ha empleado métodos para nada revolucionarios, que antes de buscar las estrategias de presión colectiva, ha cedido lugar a los “pactos” y “acuerdos” que han dado en el traste a las situaciones insurreccionales en Honduras: en el golpe de estado del 2009, y ahora recién pasada la crisis pos-electoral.

Un verdadero programa revolucionario hace uso de todas las circunstancias aprovechables en una coyuntura o crisis política. No deja caer en el “basurero de la historia” las oportunidades; no se construye bajo el principio de la “irrealidad” e “inactualidad” de los hechos. Nuestro país cayó en una crisis política que vio surgir la figura de la insurrección popular: el enardecimiento de varias capas de la sociedad hondureña hecho protestas en barrios y colonias; una oportunidad que se hizo añicos por la represión y violencia militar, pero también por la indecisión y titubeos de la dirección política de la Oposición.