Por Melchor Banavente

Después de un periodo de incertidumbre, donde se tejieron todo tipo de especulaciones, finalmente la Organización de Estados Americanos (OEA) anunció el  envió de la esperada delegación de observación de las elecciones municipales a realizarse en noviembre de este año 2017, a cargo del cuestionado Wilfredo Penco.

Para entender lo que pasa en Nicaragua, debemos apretarnos fuertemente el cráneo, ya que las oscilaciones políticas tienden a hacer saltar abruptamente nuestros sesos. En el año 2016, Daniel Ortega había declarado, ante el Congreso del FSLN, que jamás volverían los observadores internacionales pisar el suelo nicaragüense, y mucho menos observar las elecciones. Después, ante la presión de la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos, que aprobó la primera versión de la llamada Nicaact, Ortega tuvo que retroceder, y en un giro inesperado firmó un Acuerdo con la OEA, no solo para supervisar las elecciones municipales del 2017, sino también ayudar a democratizar el régimen político, haciendo cambios en el sistema electoral y en otras instituciones.

En el año 2017, al calor de la crisis venezolana, se produjeron tensiones y desacuerdos entre el gobierno de Ortega y la OEA, y la misión de observación parecía destinada al fracaso. Se habló de la falta de recursos económicos y hasta de la posibilidad que Estados Unidos financiara la misión de observación, pero ambos aspectos se diluyeron.

En el ínterin, la oposición burguesa se rasgó las vestiduras. El régimen de Daniel Ortega ha logrado atomizar y dividir a la oposición, haciendo negociaciones directas con los empresarios del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP). Ortega comprendió, al igual que el somocismo, que era mejor hacer concesiones directamente a la cúpula empresarial, en vez de hacerlo a través de sus agentes políticos, los partidos de derecha.

La oposición burguesa, debilitada al extremo, estaba en vilo, ante el dilema de participar o no participar en las elecciones municipales. Siempre hay dos bloques: los que se adaptan a las condiciones impuestas por Daniel Ortega, y aquellos que libran una lucha frontal, y cuya consecuencia es la reducción de los espacios políticos y la casi desaparición.

En el primer bloque tenemos al Partido Liberal Constitucionalista (PLC) de Arnoldo Alemán, que se resiste a morir. El PLC ha hecho todo tipo de maniobra y alianzas con tal de superar el estado de postración en que se encuentra. También tenemos a los pequeños partidos “zancudos” (ALN, PLI y Partido Conservador) que consideran que deben aprovechar cualquier espacio político, léase aprovechar los cargos y las prebendas. El debilitamiento de estos partidos también es parte de un proceso de desencanto y desilusión de las masas con el sistema político.

En el centro, completamente solo, se encuentra el nuevo partido de Eduardo Montealegre, dirigido y administrado por su alter ego, Kitty Monterrey, y que se denomina Ciudadanos por la Libertad (CxL). Este partido acaba de obtener su personalidad jurídica, y no la va arriesgar con una política abstencionista, ya que la Ley Electoral castiga a los partidos que no participan en los procesos electorales.

CxL estaba desgarrado internamente por el dilema de no participar, ante la falta de observación electoral. Las sucesivas denuncias de fraude electoral se han convertido en un boomerang contra la oposición burguesa, porque hasta sus propias bases se niegan a participar en procesos electorales en los que al final el Consejo Supremo Electoral (CSE), controlado por el sandinismo, impone las cuotas de candidatos ganadores a cada partido.

En el extremo de este abanico de fuerzas dispersas se encuentra el Frente Amplio por la Democracia (FAD), una alianza entre el Movimiento Renovador Sandinista (MRS) con los chingastes de las divisiones de todos los partidos. En el FAD hay gente que fue del PLC, que fueron del grupo de Montealegre, y otros organismos de la sociedad civil.

El FAD tiene una posición tajante: no se puede participar en las elecciones mientras no haya garantías mínimas. Incluso, el FAD ha criticado la designación de Wilfredo Penco como coordinador de la delegación de observadores de la OEA, debido a que ya ha participado en otras delegaciones y ha avalado los fraudes electorales.

En ese ambiente de denuncias anticipadas, y sin la posibilidad que los trabajadores y la izquierda presenten sus candidatos, no hay duda de que la abstención se impondrá, y con ello Daniel Ortega habrá capeado nuevamente el temporal.