Por Zacarías Noguera

La revolución democrática que actualmente se vive en nuestro país ha utilizado una variedad de eficaces métodos de lucha, que van desde el uso masivo de las redes sociales para informarse y establecer mecanismos de coordinación y articulación, así como gigantescas movilizaciones, marchas de madres, cacerolazos, etc. Sin embargo, la forma principal de presión y enfrentamiento a la dictadura ha sido el tranque. Barricadas de adoquines, de piedras con maderas, de promontorios de tierra han surgido a lo largo y ancho del territorio nacional para impedir la circulación de vehículos y personas afectando considerablemente la economía global y sobre todo la articulación y coordinación del Estado en los diferentes territorios que conforman nuestra geografía.

Esta forma de lucha tiene ventajas extraordinarias dado que su montaje y sostenimiento no requiere de grandes recursos y se estructura sobre todo en base a la disponibilidad de movilización de los pobladores. Un tranque no requiere mantenimiento y la logística para su sostenibilidad es mínima. Basta con que un grupo de pobladores cuente con el apoyo de la población circunvecina para que el tranque se mantenga y pueda ejercer su papel de impedir el libre tránsito de vehículos, afectando el desenvolvimiento de todas las actividades vinculadas en ese territorio. Los tranques llevan dos meses de estar instalados en casi todo el territorio nacional. Algunos han sido desmontados, otros, la mayoría, se mantienen firmes y, en algunos territorios, incluso se han incrementado.

Por su parte, Ortega sin poder contar con el apoyo abierto del Ejército y con una Policía desbordada por los acontecimientos, se ha visto obligado para mantenerse en el poder, a estructurar un ejército irregular de paramilitares recurriendo a viejos cuadros leales y a pandilla de lumpenes reclutados en los barrios de Managua y de otros municipios del país. El principal objetivo de este ejército ilegal es desmontar los tranques y aniquilar la revolución democrática. Este ejército irregular es costoso. Implica gastos extraordinarios en salarios, logística y movilización. El sostenimiento del mismo implica una hemorragia de las finanzas públicas, que es la principal, sino la única, fuente de financiamiento de Ortega en esta crisis.

Con la crisis económica que se profundiza y con algunos brotes de desobediencia civil, que influye en una disminución significativa de los ingresos del Estado, este ejército irregular es insostenible en un mediano y hasta corto plazo. Por lo que Ortega se está viendo obligado a impulsar una guerra relámpago con operaciones limpieza en los territorios donde los tranques dominan. Ortega no tiene capacidad de enfrentar una resistencia prolongada, lo que sumado a su absoluto aislamiento político, permite prever fácilmente su inevitable derrota, a menos que lograra desmontar los tranques en un plazo muy corto. Sin embargo, a pesar de tener pocas posibilidades de triunfar, la capacidad de Ortega para  hacer daño al país es inmensa y todo parece indicar que este es su cometido principal, en la víspera de su salida del poder.

En esta crisis, Ortega lo que aprecia es un gran campo de batalla, es decir una guerra, donde dos ejércitos se enfrentan, uno formado por sus bandas de criminales y otro formado por los sectores populares que montan y defienden los tranques. Por tanto, actúa en consonancia a su esquema mental, movilizando y concentrando sus fuerzas militares para doblegar y aniquilar al enemigo. A los luchadores por la democracia no nos queda otro camino que abordar de la misma manera el problema. Debemos adquirir conciencia que estamos en una batalla cuyo objetivo político (la guerra es la política por otros medios) debe ser lograr el desarme, la rendición y la salida de Ortega del gobierno.

En esta insurrección popular, las fuerzas que luchan por la democracia tienen una ventaja estratégica considerable: dominan y controlan la mayor parte del territorio, han afectado de manera considerable las fuentes de financiamiento del enemigo, han desarticulado en muchos territorios la coordinación y la movilidad de las fuerzas de la dictadura y, con la presencia de las combativas mujeres nicaragüenses  han golpeado la moral combativa de las tropas de la dictadura. Las posibilidades de un reacomodo que modifique esta correlación de fuerzas que garantizan la derrota de Ortega son casi inexistentes pero no imposibles. A medida que la lucha se profundiza,  la dictadura recurre a métodos militares tratando de  someter  a las fuerzas democráticas mediante el exterminio de sus cuadros más combativos y el terror sobre la población que los apoya. La reacción inevitable  a esta oleada criminal de represion por parte de la dictadura, es que las fuerzas insurrectas incrementen su capacidad de resistencia en ese terreno, independientemente de la dirección pacifista que tienen actualmente. Para los luchadores de los tranques asumir  la resistencia violenta,  o sea armada, es un asunto de  sobrevivencia y sostenimiento de sus posiciones. Obligados por la necesidad tienen que abandonar,  y en algunos casos ya lo han hecho, las concepciones pacifistas que simplemente los vuelve carne de cañón ante una turba de asesinos despiadados.

Si se pretende triunfar contra un enemigo despiadado, se deben de obtener los medios para lograrlo. Si se quiere mantener las posiciones, elevar la moral combativa del pueblo, eliminar el terror y contragolpear fuertemente a un enemigo despiadado es necesario que los tranques discutan las nuevas formas de lucha. La situación ha madurado a una nueva etapa. Ya no se lucha contra policías de línea antimotines que llevaban escudos y disparaban gases lacrimógenos, a los cuales las piedras y los morteros afectaban considerablemente. Ahora la lucha es contra fuerzas de choque tipicamente fascistas que usan tácticas militares portando armas de guerra de grueso calibre,  con la pretensión de eliminar sin piedad cualquier foco de resistencia. Las piedras, las huleras y los morteros tienen muy poca o nula efectividad en esta situación. La única manera de repeler y golpear al enemigo es recetarle caldo de su misma medicina.

Ha llegado la hora: ¡la revolución democrática debe armarse para desarmar al asesino!!