Este 21 de agosto se cumplieron 77 años del asesinato de León Trotsky (1879-1940), fundador del Ejército Rojo y de la Cuarta Internacional. Trotsky formó parte, junto a V.I. Lenin, de la alta dirigencia bolchevique que encabezó el triunfo de la primera revolución proletaria, hace 100 años. Rendimos tributo a su memoria, publicando este relato de su esposa, Natalia Sedova (1882-1962) sobre como ocurrió el asesinato de Trotsky

 

El martes 20 de agosto de 1940, a las siete de la mañana, Leo Davidovich me dijo:

—¿Sabes? Me siento muy bien esta mañana; me siento como no me había sentido desde hace mucho tiempo. Anoche tomé doble dosis de soporífero. He notado que me produce buen efecto.

—Sí; recuerdo que ya lo notamos en Noruega, cuando sentías decaer tus fuerzas más a menudo que ahora. Pero no es el soporífero lo que te sienta bien. Un sueño profundo constituye un descanso completo.

—Es cierto.

Al abrir por la mañana o al cerrar por la noche los postigos blindados de nuestros amigos después del asalto a la casa, el veinticuatro de mayo, Leo Davidovich decía de vez en cuando:

—Ahora no nos harán daño los Siqueiros.

Y al despertar solía decir para sí mismo y para mí:

—Aquella noche no nos mataron, y aún no estás contenta.

Yo trataba de defenderme como podía. Una vez, después de este saludo, añadió pensativo:

—Sí, Natacha: nos han concedido un plazo.

En 1928, cuando nos desterraron a Alma Ata, donde nos esperaba una incertidumbre completa, charlamos durante toda una noche en el departamento del vagón. No podíamos conciliar el sueño. Nuestra vida en Moscú durante las últimas semanas, sobre todo durante los últimos días, había sido tan agitada y era tal nuestra fatiga que no podíamos dominar aún la excitación nerviosa. Recuerdo que Leo Davidovich me dijo:

—¿Es preferible morir en una cama del Kremlin que la deportación? No lo creo.

¡Cuán lejos estaba aquella mañana de todos estos pensamientos! Su excelente estado físico le daba la esperanza de poder trabajar durante todo el día “como era debido”.

Terminada su rápida fricción habitual y después de vestirse no menos rápidamente, salió con vivacidad al patio para darles de comer a sus conejos. Cuando se sentía mal, el alimentarlos le incomodaba; rehusaba, sin embargo, abandonar esa tarea, pues le inspiraban lástima sus animalillos. Hacerlo como él quería y como tenía por costumbre —es decir, bien— resultaba difícil. Además, debía tener cuidado: era menester ahorrar sus fuerzas para el trabajo intelectual. El cuidado de los animales y la limpieza de sus cajas le ofrecían descanso y distracción; pero, al mismo tiempo, lo fatigaban físicamente, y esto se observaba en su capacidad global de trabajo. Todo lo que emprendía era con animación. No sabía hacer nada a medias; le eran extrañas la languidez y la desgana. Por eso no le fatigaba nada, tanto como las conversaciones triviales o semitriviales. ¡Con qué ánimo recogía cactos para replantarlos en nuestro jardín! Se entregaba a esta tarea por entero. Y se enardecía incluso; empezaba a trabajar el primer y terminaba el último; ninguno de los jóvenes que lo acompañaban en sus excursiones era capaz de igualarlo. Se iban rezagando uno tras otro hasta que abandonaban la tarea. Pero él era infatigable. Muy a menudo, al contemplarle, me maravillaba este milagro. ¿De dónde sacaba esa energía, esa fuerza física? Ni el sol, insoportablemente ardiente, ni las montañas, ni el acarrear cactos pesados como el hierro producían efectos sobre él. Y parecía hipnotizado por el resultado de su trabajo. Encontraba una especie de descanso en el cambio. En el trabajo hallaba una compensación contra los crueles golpes que lo perseguían. Y cuanto más fuerte era el golpe, más apasionadamente lo olvidaba gracias al trabajo.

Por causas de fuerza mayor, las excursiones en busca de cactos hacíanse cada vez más raras. De vez en cuando, fatigado y hastiado de la monotonía de la vida que llevaba, solía decirme:

—¿No crees que podríamos salir durante todo un día esta semana?

—Es decir, para ir a “trabajos forzados” —decía yo, bromeando—. ¿Por qué no?

—Lo mejor sería salir muy temprano. ¿Por qué no a las seis de la mañana?

—¿Por qué no? Pero, ¿no te cansarás demasiado?

—No; por el contrario, eso me reanima. Además, te prometo moderarme.

Leo Davidovich habíase acostumbrado a alimentar a sus conejos y a sus gallinas, a los que observaba atentamente, entre las siete y quince o las siete y veinte minutos y las nueve de la mañana. De vez en cuando se interrumpía con el fin de dictar una u otra disposición o las ideas que se le ocurrían mientras se entregaba a esas tareas.

Aquel día estuvo trabajando en el patio sin interrupción. Después del desayuno me dijo una vez que se sentía completamente bien y quería empezar a dictar un artículo sobre la instrucción militar en los Estados Unidos. Y, en efecto, empezó a dictar.

A la una de la tarde nos visitó Rigalt, nuestro abogado en el asunto del veinticinco de mayo. Después de esta visita, Leo Davidovich vino a decirme, no sin sentirlo, que debía posponer el artículo comenzado para volver al trabajo relacionado con el proceso que se seguía como consecuencia del asalto. Resolvió con el abogado que era necesario contestar a El Popular en vista de que, durante un banquete, habían acusado a Leo Davidovich de difamación.

—Tomaré la ofensiva y los acusaré de cínicos calumniadores —dijo en tono de desafío.

—¡Qué lástima que no puedas escribir ese artículo sobre la movilización!

—¿Qué hacer? Tendré que dejarlo para dentro de dos o tres días. Ya he indicado que me pongan sobre el escritorio todos los antecedentes sobre el caso. Después de la comida les echaré un vistazo.

Y repitió una vez más:

—Me siento muy bien.

Después de dormir una breve siesta le vi sentado ante su escritorio, cubierto de materiales sobre El Popular. Su estado físico seguía siendo bueno y me sentía contenta. En los últimos tiempos, Leo Davidovich se quejaba de una debilidad general. Sabía que era algo pasajero, pero en tales momentos pensaba “en ellos” más de lo debido. Aquel día nos pareció como el comienzo de una temporada mejor para su estado físico. Su aspecto exterior era también bueno. Para no molestarle, de vez en cuando entreabría yo la puerta de su despacho y lo observaba en su posición acostumbrada, inclinado sobre su escritorio, con la pluma en la mano. “Un episodio más y estos anales habrán terminado”, pensé. Así se expresaba el antiguo cronista Pimen en el drama Boris Godunof, de Puchkin, anotando los crímenes del zar Boris. El modo de vida de Leo Davidovich parecía el de un preso o un anacoreta, con la diferencia de que, en su soledad, no sólo registraba los acontecimientos, sino que mantenía también una lucha irreconciliable contra sus enemigos ideológicos.

Durante ese día, hasta las cinco de la tarde, Leo Davidovich registró en el dictáfono parte de su artículo sobre la movilización militar en los Estados Unidos y alrededor de cincuenta pequeñas páginas de respuesta a El Popular, es decir, a las perfidias de Stalin. Todo ese día gozó de un completo equilibrio mental y físico.

A las cinco, como de costumbre, tomamos el té. A las cinco y veinte minutos, quizás a las cinco y media, me asomé al balcón y vi que Leo Davidovich estaba en el patio, cerca de la conejera abierta. Daba de comer a los conejos. Con él había un individuo al que no reconocí hasta que se quitó el sombrero y vino hacia el balcón. Era Jacson. “Ya ha venido otra vez”, pensé. Y me pregunté a mí misma: “¿Por qué ha empezado a venir con tanta frecuencia?”.

—Tengo una sed espantosa y quisiera tomar un vaso de agua —dijo después de saludarme.

—¿Quiere usted tomar una taza de té?

—No, no; he comido tarde y siento la comida aquí —se llevó la mano a la garganta—. Me está estrangulando.

El color de su cara era verde-gris y parecía muy nervioso.

—¿Por qué lleva usted sombrero e impermeable?

—El impermeable lo llevaba en el brazo izquierdo, pegado al cuerpo—. Hace mucho sol.

—Pero usted sabe que es pasajero y que puede llover.

Yo quise contestarle: “Hoy no lloverá”. Se jactaba de no usar sombrero y abrigo ni aun en el peor tiempo. Pero me sentí molesta y no dije nada.

—¿Y cómo está Silvia?

No me entendió. Sin duda lo había confundido con mi pregunta sobre el impermeable y el sombrero. Estaba absorto en sus propios pensamientos. Sumamente nervioso, como si despertara de un sueño, contestó al fin:

—¿Silvia? ¿Silvia?

Y, recobrándose, añadió negligentemente:

—Está siempre bien.

Luego se fue hacia las conejeras, donde seguía Leo Davidovich. Andando junto a él le pregunté:

—¿Está listo su artículo?

—Sí: ya está terminado.

—¿Pasado a máquina?

Con la misma mano con que sujetaba el impermeable —en el que, como se vio luego, llevaba cosidos el zapapico y el puñal— hizo un movimiento embarazoso y, manteniéndola pegada al cuerpo, me enseñó algunas hojas escritas a máquina.

—Está bien que no lo traigo manuscrito, pues a Leo Davidovich no le gustan los manuscritos desordenados.

Había venido a visitarnos hacía dos días, también con impermeable y sombrero. Yo no lo vi, pues desgraciadamente no estaba en casa. Pero Leo Davidovich me dijo que había venido Jacson y que le había sorprendido un poco su actitud. Lo mencionaba como si no quisiera detenerse demasiado en ello. Pero al mismo tiempo, observando ciertas circunstancias nuevas, no pudo dejar de comunicarme su impresión.

—Me ha traído un artículo, más bien un borrador… algo por demás confuso. Le di algunos consejos. Vamos a ver qué resulta.

Y añadió:

—Ayer no parecía un francés. Se sentó de repente sobre mi escritorio y permaneció todo el rato sin quitarse el sombrero.

—Es extraño —observé, sin manifestar la menor sorpresa—. Él no usa sombrero nunca.

—Pues esta vez lo usaba —observó Leo Davidovich sin detenerse, pues iba escribiendo mientras hablaba.

Púseme yo en guardia; creí comprender que esta vez Leo Davidovich había observado algo extraño, pero sin llegar a ninguna conclusión. Se desarrolló esta conversación la víspera del crimen.

El sombrero puesto… el impermeable bajo el brazo… sentado en el escritorio… ¿No se trataba de un ensayo? Lo hizo con el fin de encontrarse más seguro después en sus movimientos.

Pero, ¿quién podía adivinar entonces todo esto? ¿Quién podía prever que el veinte de agosto, un día como cualquier otro, sería el fía fatal? Nada hacía prever esta fatalidad. El sol brillaba desde por la mañana, como siempre aquí. Abríanse las flores y el césped resplandecía como barnizado. Todos nosotros, cada cual a su manera, sentíamos la preocupación de facilitarle el trabajo a Leo Davidovich. Varias veces durante ese día subió los escalones de ese mismo balcón, entró en el mismo despacho y se sentó sobre esa misma silla, ante su escritorio… ¡Era todo tan común! Pero ahora, por eso mismo, ¡tan terrible y tan trágico! Ninguno de nosotros —ni él mismo— podíamos prever la catástrofe próxima. Y esa ausencia de intuición ocultaba un abismo.

Por el contrario, ese día fue uno de los más armoniosos. Cuando Leo Davidovich salió al jardín, hacía las doce, le vi bajo el ardiente sol, descubierto, y me apresuré a llevarle la gorra blanca, para defender su cabeza contra la inclemencia del sol. ¡Defenderlo del sol cuando estaba ya bajo la amenaza de una muerte horrible! No sentíamos que estaba ya condenado; el impulso de la desesperación no mordía aún nuestro corazón.

Recuerdo que cuando nuestros amigos construían el sistema de señales de la casa, llamé cierta vez la atención a Leo Davidovich sobre la necesidad de poner una guardia cerca de la ventana. En aquel momento me parecía indispensable esta medida, pero él me hizo observar que en tal caso sería necesario extender el sistema de defensa y aumentar el número de los guardias hasta diez, lo que no guardaba proporción con los medios ni con el material humano de que disponía nuestra organización. Un guardia cerca de la ventana no podía salvarle en un momento determinado; sin embargo, me preocupó mucho la falta del mismo en aquel lugar. Leo Davidovich estaba muy impresionado con el regalo enviado por nuestros amigos, consistente en un chaleco blindado o especie de cota de malla. Viéndolo, le dije que sería conveniente tener algo también para la cabeza. Leo Davidovich insistía en que cada compañero que ocupara el puesto responsable en un momento determinado usara ese chaleco blindado. Después del fracaso sufrido por nuestros enemigos en el ataque del veinticuatro de mayo, sabíamos que Stalin no se detendría ahí y nos preparábamos en consecuencia. También sabíamos que la G.P.U. emplearía otro medio de asalto. No excluimos un ataque por una persona sobornada por la G.P.U. Pero ni la cota de malla ni el casco hubieran sido capaces de protegerle. Era imposible emplear directamente estos medios de protección. Era imposible pasarse la vida en una tarea autodefensiva. Hubiera perdido ésta, en tal caso, todo su valor.

Cuando me acerqué con Jacson a Leo Davidovich, éste me dijo en ruso:

—¿Sabes? Espera que venga Silvia, pues se van mañana.

Quiso indicarme así que sería conveniente invitarlos, si no a cenar, por lo menos a tomar el té.

—No sabía que espera usted a Silvia y que se van ustedes mañana.

—Sí, sí; se me olvidó decírselo.

—¡Qué lástima no haberlo sabido! Hubiera podido enviar algo a Nueva York.

—Puedo volver mañana por la mañana.

—¡Oh, no! Muchas gracias. Sería una molestia para usted y para mí.

Volviéndome hacia Leo Davidovich, le expliqué en ruso que le había ofrecido el té a Jacson y que éste lo había rechazado, quejándose de cierto malestar y de una sed espantosa y que se había limitado a pedirme un vaso de agua. Leo Davidovich lo miró de una manera interrogante y le dijo con un ligero reproche:

—Está usted malo otra vez y tiene muy mal aspecto. Eso no está bien.

Hubo un silencio. Leo Davidovich no quería dejar sus conejos y no parecía muy dispuesto a escuchar la lectura del artículo. Pero, sobreponiéndose al fin, preguntó:

—Entonces, ¿quiere usted leerme su artículo?

Cerró las puertas de las jaulas sin apresurarse y se quitó los guantes que usaba en este menester. Cuidaba sus dedos, que se herían harto fácilmente, lo cual le producía irritación porque le impedía escribir. Mantenía su pluma, como sus dedos, siempre limpia. Sacudió su blusa azul y se dirigió, lenta y silenciosamente, con Jacson y conmigo, hacia la casa. Los acompañé hasta la puerta del estudio de Leo Davidovich. La puerta se cerró tras ellos y yo penetré en la habitación contigua.

Habían transcurrido apenas tres o cuatro minutos cuando oí un grito terrible y estremecedor; no me di cuenta en seguida de quién era. Pero corrí hacia él… Entre el comedor y el balcón, en el umbral de la puerta, apoyado en el bastidor, permanecía de pie Leo Davidovich, la cara ensangrentada y destacándose claramente el azul de sus ojos sin las gafas, los brazos caídos.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Qué pasa?

Lo abracé, pero él no me contestó inmediatamente. Pensé que había caído algo del techo, que estaba en reparación. Pero ¿por qué aparecía de repente allí? Él me dijo lentamente, sin alteración, amargura o despecho:

—Jacson.

Leo Davidovich pronunció esta palabra como si quisiera decir: “Se cumplió”. Dimos algunos pasos y con mi ayuda, se echó sobre la estera en actitud de reposo.

—Natacha, te amo.

Lo dijo tan inesperadamente, tan significativamente, en tono casi tan solmene y severo, que yo, sin fuerzas y dominada por un temblor interior, me incliné hacia él.

—¡Oh, no! No hay que dejar entrar a nadie en la casa sin ser cacheado.

Y cautelosamente, poniendo un almohadón debajo de su cabeza rota, le puse hielo en la herida y, con un algodón, restañé la sangre de su rostro.

—Hay que alejar a Siova de todo esto —dijo con dificultad, indistintamente.

Me pareció que Leo no se daba cuenta de esta dificultad.

—¿Sabes? Allí —e indicó con los ojos la puerta del estudio—. Sentí… comprendí lo que quería hacer… Me quiso golpear otra vez, pero yo se lo impedí.

Dijo esto con voz baja y entrecortada, con calma.

“Pero yo se lo impedí”. Estas palabras revelaban una cierta satisfacción. Después Leo Davidovich empezó a hablar con Joe en inglés. Estaba éste arrodillado, como yo misma, en el lado opuesto. Yo me esforcé por comprender sus palabras, pero no lo conseguí. En este momento vi que Charles, muy pálido, entraba en el despacho de Leo Davidovich con un revolver en la mano.

—¿Qué hemos de hacer con ése? —le pregunté a Leo Davidovich—. Lo van a matar.

No, no deben matarlo; hay que obligarlo a hablar —respondió Leo Davidovich pronunciando siempre las palabras despacio y con dificultad.

Oímos de repente un alarido lastimoso. Miré a Leo Davidovich, interrogante. Con un movimiento de los ojos, apenas perceptible, indicó la puerta de su despacho y dijo con despego:

—Es él… ¿No ha llegado el médico?

—Va a venir en seguida. Charlie ha ido a buscarlo con el coche.

Llegó el médico, vio la herida y dijo, conmovido, que no era de peligro. Leo Davidovich lo aceptó tranquilamente, casi con indiferencia, como si no se pudiera esperar de un médico otra opinión en tales circunstancias. Pero, dirigiéndose a Joe en inglés y señalando su corazón, dijo:

—Siento aquí… Que esto es el fin. Esta vez lo han logrado.

A mí me quiso ahorrar esto.

La ambulancia, en medio del bullicio de la ciudad, con su frivolidad, las apreturas de la gente, la intensa iluminación nocturna, iba maniobrando y avanzando con el ininterrumpido sonido de su sirena y el silbato de los policías en sus motocicletas. Y nosotros llevábamos a nuestro herido con un dolor profundo, insoportablemente agudo en el corazón y con una alarma siempre creciente. Conservaba el su lucidez. Su mano izquierda se extendía a lo largo del cuerpo, paralizada; ya lo había dicho el doctor Dutrem cuando lo examinó en el comedor de la casa. La derecha, como si no encontrara un lugar donde apoyarla, movíala constantemente en círculos y se encontraba con la mía. Hablaba con mayor dificultad. Inclinándome hasta rozarle, le pregunté cómo se sentía.

—Ahora, mejor —me contestó.

“Ahora, mejor…”. Despertó en mí una aguda esperanza. El ruido ensordecedor, los silbatos de los motoristas, el ulular de la ambulancia continuaban, pero mi corazón latió esperanzado. “Ahora, mejor”.

Atravesamos la puerta. La ambulancia se detuvo. Nos rodeaba mucha gente. “Entre ella pueden estar los enemigos, como siempre en estos casos —pensé—. ¿Dónde están los amigos? Sería preciso que rodearan la camilla”.

Fue colocado en su cama. En silencio, los médicos examinaron su herida. Siguiendo sus instrucciones, la enfermera procedió a cortarle el pelo. Yo estaba de pie, a la cabecera. Sonriendo ligeramente, me dijo:

—También ha venido el peluquero.

Trataba de alejar de mí la pena.

El mismo día habíamos hablado de llamar al peluquero para que le cortara el cabello, pero no lo hicimos. Ahora lo recordaba.

Leo Davidovich invitó a Joe, que estaba a mi lado, a apuntar en una libreta su despedida de la vida, como supe después:

—Estoy seguro del triunfo de la IV Internacional. ¡Adelante!

A mi pregunta sobre lo que había dicho, respondió Joe:

—Me pidió que apuntara algo sobre estadística francesa.

Me extrañó que hablara entonces de estadística francesa. ¡Muy extraño! Quizá se sentía mejor.

Continué de pie a la cabecera, sosteniendo el hielo sobre la herida y escuchando. Empezaron a desnudarlo y, para no causarle molestias, cortaron con la tijera su blusa de trabajo. La enfermera y el doctor cambiaron una mirada de simpatía por aquella blusa obrera y después le cortaron el chaleco y la camisa. Le quitaron el reloj de la muñeca y la ropa restante sin cortarla. En este momento me dijo:

—No quiero que me desnuden ellos; quiero que lo hagas tú.

Lo dijo muy distintamente, pero con gran aflicción. Estas fueron sus últimas palabras dirigidas a mí.

Al terminar me inclinó y puse mis labios sobre los suyos. Respondió a mi beso. Respondió largamente. Así fue nuestra despedida. Pero no lo sabíamos. El herido perdió el conocimiento. La operación no lo volvió en sí. Sin apartar de él mis ojos, seguí velándole toda la noche y esperando el despertar. Sus ojos estaban cerrados, pero la respiración, por momentos difícil, otros tranquila, inspiraba esperanza. Así pasó también el día siguiente. Hacia el mediodía, según la previsión de los médicos, se produjo una mejoría. Pero a la caída de la tarde hubo un cambio repentino en la respiración del paciente: se aceleraba más y más, pronunciándome una inquietud mortal. Los médicos y el personal del hospital rodearon la cama del herido, visiblemente conmovido. Perdiendo el dominio sobre mí misma, pregunté que significaba aquello. Sólo uno de los médicos, cauteloso, me aseguró que aquello pasaría. Los otros, callaron. Comprendí lo falso que era este consuelo y lo desesperado de la situación. Lo incorporaron, la cabeza se inclinó sobre el hombro y cayeron sus brazos como en “El descendimiento de la Cruz”, del Ticiano, el vendaje en lugar de las corona de espinas.

Los rasgos de su rostro mantenían toda su pureza y todo su orgullo. Parecía como si fuera a incorporarse bruscamente y a decidir él mismo su suerte. Pero era demasiado grande la profundidad de su herida del cerebro. El despertar, tan ansiosamente esperado, no produjo. No volvimos a oír sus palabras. Ya no estaba en el mundo.

Llegará la venganza contra los asesinos. Durante toda su bella y heroica vida, Leo Davidovich creyó en la libertad del futuro humano. Su fe no se debilitó durante los últimos años, sino que, por el contrario, se fortaleció y se vigorizó. La humanidad futura, liberada de la miseria, suprimirá toda clase de violencias. Él me enseñó a creer en eso.

Publicado en:

Julian Gorkin, Cómo Stalin mató a Trotsky, capítulo VIII “Así fue”, Barcelona, Plaza & Janés, 1965, pp. 110-120


Por Pierre Brue

(…) Era en Cataluña donde subsistía lo esencial de las conquistas revolucionarias y del armamento de los obreros; allí se encontraba el bastión de la oposición revolucionaria. Allí se encontraba también la organización más resueltamente decidida a poner fin a la revolución, el stalinista Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC)., al que apoyaban firmemente el Estado republicano de Luis Companys y la pequeña burguesía impaciente por sacudirse el yugo de los anarquistas. Fue allí donde se produjeron los acontecimientos que prendieron la mecha.

Comenzó el 17 de abril con la llegada a Puigcerdá, y después a Figueras y a toda la región fronteriza, de los carabineros de Negrín, que habían llegado para quitar a los milicianos de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) el control de las aduanas, de que se habían apoderado desde julio de 1936. Ante la resistencia de las milicias, el Comité Regional de la C.N.T. catalana fue corriendo a los lugares para negociar un entendimiento. El 25 de abril, en Molins de Rey, Roldán Cortada, dirigente de la U.G.T. y miembro del P.S.U.C. fue asesinado. El P.S.U.C. reaccionó con violencia, denunció a los incontrolables” y a los ”agentes fascistas escondidos”.

La C.N.T. condenó formalmente el asesinato y exigió una investigación que, según ella, pondría a sus militantes al margen de toda sospecha. Pero el asesinato de Roldán Cortada había avivado los recuerdos de la época de los paseos y de los arreglos de cuentas de los primeros días de la revolución. El P.S.U.C. buscó sacar el mayor provecho a su ventaja. El entierro del líder de la Unión General de Trabajadores (UGT) fue la ocasión de una poderosa manifestación: policías y soldados de las tropas controladas por el P.S.U.C. desfilaron con las armas al hombro durante tres horas y media. Los delegados del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y de la C.N.T. que habían acudido al entierro comprendieron que la situación era más grave de lo que habían creído: era una manifestación de fuerza que el P.S.U.C. había organizado contra ellos. Al día siguiente, la policía de la Generalidad hizo una expedición punitiva a Molins de Rey: detuvo a los dirigentes anarquistas locales, sospechosos de haber participado en el asesinato, y los condujo, esposados, a Barcelona. En Puigcerdá, carabineros y anarquistas cambiaron disparos: ocho militantes anarquistas quedaron muertos y, entre ellos, el alma de la colectivización de la región, Antonio Martín.

Fue ese el momento en que, en Barcelona, se propaló el rumor de la llegada de una circular del ministerio de gobernación prescribiendo el desarme de todos los grupos obreros no integrados a la policía del Estado. Inmediatamente, los obreros reaccionaron: durante varios días, según la relación de fuerzas, obreros y policías se desarmaron unos a otros. Barcelona parecía estar en vísperas de combates callejeros. El gobierno prohibió toda manifestación y toda reunión para el 19 de mayo. Solidaridad Obrera denunció la que llamaba la ”cruzada contra la C.N.T.” e invitó a los trabajadores a desatender a toda provocación. La Batalla incitó a velar ”con las armas en la mano”.

Fue el lunes 3 de mayo cuando la batalla que amenazaba estalló, con el incidente de la central telefónica. Los hombres de la C.N.T. les habían quitado a los sublevados el edificio. Desde entonces, la central, que pertenecía al trust norteamericano American Telegraph & Telephon había sido incautada y funcionaba bajo la dirección de un Comité U.G.T.-C.N.T. y de un delegado gubernamental. Lo cuidaban milicianos de la C.N.T. Constituía un excelente ejemplo de lo que era la dualidad de poderes, y de que subsistía, puesto que la C.N.T. catalana se hallaba en situación de poder interrumpir a voluntad, no solamente las comunicaciones o las órdenes del gobierno catalán, sino también las comunicaciones entre Valencia y sus representantes en el extranjero.

Aquel día, Rodríguez Salas, comisario de orden público y miembro del P.S.U.C. se dirigió a la central con tres camiones de guardias y penetró. Desarmó a los milicianos del piso bajo, pero tuvo que detenerse ante la amenaza de ametralladoras colocadas en batería en los pisos de arriba. Puestos de inmediato al corriente, los dirigentes anarquistas de la policía, Asens y Eroles, se precipitaron a la telefónica donde, según Solidaridad Obrera del 4 de mayo, intervinieron oportunamente para que nuestros camaradas, que se habían opuesto a la acción de los guardias en el edificio, renunciasen a su justa actitud”. Pero, al mismo tiempo, la mayoría de los obreros se puso en huelga: Barcelona se cubrió de barricadas, sin que ninguna organización hubiese lanzado la menor consigna.

Al anochecer, en la ciudad en pie de guerra, tuvo lugar una reunión común de los Comités Regionales de la C.N.T., de la Federación Anarquista Ibérica (FAI)., de las juventudes libertarias y del Comité Ejecutivo del P.O.U.M. Los representantes del P.O.U.M. declararon que el movimiento era la respuesta espontánea de los obreros de Barcelona a la provocación, y que había llegado la hora: ”O nos ponemos a la cabeza del movimiento para destruir al enemigo interior, o el movimiento fracasará y eso será nuestra destrucción”. Pero los dirigentes de la C.N.T. y de la F.A.I. no estuvieron de acuerdo con ellos y decidieron trabajar en pro del apaciguamiento.

Al día siguiente, el 4 de mayo, los obreros, cuya acción fue aprobada por el P.O.U.M., las juventudes libertarias y los Amigos de Durruti, eran dueños de la capital catalana, que cercaron poco a poco. Después de una entrevista con los dirigentes de la C.N.T., Companys dirigió la palabra por radio, desaprobó la iniciativa de Rodríguez Salas contra la central telefónica y lanzó un llamado a la calma.

El Comité Regional de la C.N.T. lo apoyó: ”Deponed las armas. Es al fascismo al que debemos abatir”. Solidaridad Obrera no informó de los acontecimientos de la víspera más que en la página ocho y no dijo ni una palabra de las barricadas que cubrían la ciudad. A las 17 horas, llegaron en avión, desde Valencia, Hernández Zancajo, dirigente de la U.G.T., amigo personal de Largo Caballero y dos de los ministros anarquistas, García Oliver y Federica Montseny. Se sucedieron hablando por radio, uniendo sus esfuerzos a los de Companys y los dirigentes regionales de la C.N.T. ”Una ola de locura ha pasado sobre la ciudad - exclamó García Oliver. Hay que poner fin, inmediatamente, a esta lucha fratricida. Que cada uno permanezca en sus posiciones... El gobierno... va a tomar las medidas necesarias”.

El miércoles 5 de mayo, los obreros seguían dueños de las barricadas. La radio difundía el texto de los acuerdos a que se había llegado entre la C.N.T. y el gobierno de la Generalidad: cese el fuego y statu quo militar, retirada simultánea de los policías y de los civiles armados. Nada se decía del control de la telefónica: sin embargo, el movimiento retrocedía. Los elementos de la C.N.T. de la 26a división y los elementos de la 29a del P.O.U.M., que se habían concentrado en Barbastro para marchar sobre Barcelona, al recibir la noticia de los acontecimientos, no pasaron de Binefar: delegados del Comité Regional de la C.N.T. lograron persuadir al jefe de la 26 división, Gregorio Jover, de que había que evitar todo gesto agresivo. Después de algunas vacilaciones, fue otro dirigente de la C.N.T., Juan Manuel Molina, subsecretario de defensa de la Generalidad, el que logró persuadir al oficial anarquista Máximo Franco de que detuviera a sus hombres en Binefar.

Sin embargo; en varias ocasiones, todo estuvo a punto de saltar de nuevo. Elementos del P.S.U.C. atacaron el automóvil de Federica Montseny, y el secretario de la U.G.T. catalana, Antonio Sesé, cuyo ingreso al gobierno acababa de anunciar la radio, fue muerto, probablemente, por milicianos de la C.N.T. Los Amigos de Durruti abogaron por que continuara la lucha: la C.N.T.-F.A.I. los condenó en términos muy enérgicos.

El jueves 6 de mayo el orden estaba casi restablecido. Companys proclamó que no había ”ni vencedores, ni vencidos”. La masa de obreros de Barcelona había escuchado los llamados a la calma y el P.O.U.M se plegó: ”El proletariado - proclamó - ha obtenido una victoria parcial sobre la contrarrevolución... Trabajadores, volved al trabajo”. El nuevo gobierno, compuesto provisionalmente por un republicano, y por Mas de la C.N.T. y Vidiella de la U.G.T. no comprendía ya ni a Comorera, ni a Rodríguez Salas. La interpretación de Companys parecía ser la buena, si no se hubiese producido en ese momento la intervención de Valencia. Investidos de una misión gubernamental de apaciguamiento llegaron á Barcelona García Oliver y Federica Montseny con la promesa expresa, si hay que creerles, de que no se produciría ninguna intervención militar antes de que ellos mismos la hubiesen pedido.

Sin embargo, desde el 5 de mayo llegaron al puerto navíos de guerra, por orden de Prieto. Algunas horas después, a petición expresa de Companys y bajo la presión de los ministros, Largo Caballero decidió tomar en sus manos el orden público y la defensa de Cataluña. El general Pozas, el antiguo jefe de la guardia civil afiliado al P.C., recibió el mando de las tropas de Cataluña. Para asegurar el orden, el gobierno envió desde el frente del Jarama una columna motorizada de 5000 guardias. Sin embargo, y esto ilustra la ambigüedad y las incertidumbres del momento, estas fuerzas de policía que llegaban para restablecer el orden en Cataluña y de las que, a primera vista, parecía que los anarquistas debían temerlo todo, eran mandadas por el antiguo jefe de la columna anarquista Tierra y libertad, el teniente coronel Torres Iglesias: algunos guardias hicieron su entrada a Barcelona al grito de ”¡Viva la F.A.I.!”.

Con su llegada, los combates cesaron definitivamente. El balance oficial se elevó a 500 muertos y 1000 heridos. Entre las víctimas, del lado gubernamental, aparte de Antonio Sesé, se mencionó a un oficial comunista, el capitán Alcalde, y del lado revolucionario a Domingo Ascaso, el hermano de Francisco, y a ”Quico” Ferrer, el nieto del ilustre pedagogo, muertos en la calle. Pero no tardaron en descubrirse otras víctimas. Al anochecer del día 6, se encontraron los cadáveres de Camillo Berneri y de su amigo y colaborador Barbieri. Los dos hombres, sacados de su casa, durante el día, por milicianos de la U.G.T., fueron muertos disparándoles a quemarropa. En el mismo momento se observó la desaparición de Alfredo Martínez, el secretario del Frente de la Juventud Revolucionaria, cuyo cadáver encontraron algunos días más tarde. Tanto el uno como el otro habían denunciado los procesos de Moscú y habían tildado de ”contrarrevolucionaria” la actitud del P.C., del P.S.U.C. y de sus aliados. Así el uno como el otro desempeñaban el papel de dirigentes de la acción revolucionaria.

Aunque no fue posible realizar ninguna indagación en aquellos días revueltos - sus conclusiones, por lo demás, casi no podrían ser publicadas -, no queda ninguna duda de que Berneri y Martínez perecieron víctimas de un arreglo de cuentas político. Muchos creen que se trató de la secuela del aviso de Pravda y de la primera intervención brutal de los servicios secretos rusos.

Julia Ward Howe

Julia Ward Howe

Por Gioconda Martínez

El Día de la Madre comenzó como un llamado a la acción para mejorar la vida de las familias a través de la salud y la paz. Ann Jarvis, norteamericana de origen apalache, fundó el Día de la Madre el 9 de mayo de 1858 en Estados Unidos, para promover el saneamiento en respuesta a la alta mortalidad infantil. Después de la Guerra Civil Norteamericana (1861-1865), la abolicionista Julia Ward Howe hizo un llamado del Día de la Madre a las mujeres para protestar contra la carnicería de la guerra.

La labor de Julia Ward Howe

Julia Ward Howe fue una feminista y abolicionista de por vida y, por lo tanto, probablemente, una partidaria reacia de la racionalidad antiesclavista del Ejército de la Unión por ir a la guerra contra el Confederado pro esclavista del Sur.

Hija de una familia de clase alta compasiva y bien educada, Howe fue también una poeta que, en los primeros días de la Guerra Civil, escribió "El himno de la batalla de la República" usando muchas frases bíblicas.

Aunque más tarde se convirtió en una pacifista y un activista famosa contra la guerra, sus fervientes actitudes antiesclavistas la inspiraron a escribir esa canción todavía famosa; Y lo hizo en una sola sesión, en la oscuridad anterior al amanecer del 18 de noviembre de 1861.

Originalmente, Howe había pensado en su canción como un himno abolicionista. Sin embargo, debido a algunas letras de sonido militante y la melodía eminentemente de marcha militar, la canción pronto fue adoptada por el ejército de la unión como su canción de guerra más inspiradora.

Los horrores de la guerra civil norteamericana

En aquel momento, la Guerra Civil tampoco había degenerado en la masiva masacre de masas que los avances en armamento estaban destinados a hacer obsoleta la caballería, la bayoneta y la espada.

Debido al relativamente poco censurado campo de batalla del periodismo de la época, las sombrías imágenes de soldados muertos, fue posible por la invención de la cámara, no tardó mucho tiempo para que los activistas pacifistas y orientados a la justicia reconocieran que la guerra era la Equivalente del infierno en la tierra.

Cuando terminó la Guerra Civil en 1865, unos 600.000 soldados estadounidenses habían muerto, sin contar exactamente el número probablemente mayor de soldados heridos, discapacitados o desaparecidos en acción.

Las mujeres vieron que sus hijos y esposos regresaban a casa rotos en cuerpo y espíritu, definitivamente no como héroes, como había sido la esperanza de antes de la guerra, y las mentes de Howe y otras mujeres fueron cambiadas por la mentira de que la guerra es gloriosa.

Las familias de los veteranos de la Guerra Civil que regresaban, tanto del Norte como del Sur, también descubrieron que muchos de los soldados que no tenían cicatrices visibles estaban emocionalmente discapacitados, un problema que empeoró después de estar en casa y fuera de "peligro".

El efecto curativo del tiempo no funcionó como se suponía con estos veteranos psicológicamente heridos. Los llamados "desenfrenados" a menudo sufrían melancolía, pesadillas, no podían funcionar en la sociedad y se volvían suicidas, homicidas y / o antisociales.

Muchos de los ladrones más famosos de trenes y bancos, asesinos en serie de finales de 1800, comenzaron como soldados de la guerra civil. Debido a la incapacidad normal de la sociedad de lidiar con un número masivo de veteranos traumatizados por la guerra, los primeros "hogares de veteranos" fueron construidos para el cuidado a largo plazo de decenas de miles de ex soldados exiliados que de otra manera podrían haber muerto sin hogar, hambrientos e indefensos.

Muchos de estos desafortunados fueron diagnosticados con "Corazón de Soldados", también conocido en la era de la Guerra Civil como "Nostalgia", una enfermedad comúnmente incurable mejor conocida hoy como "PTSD Inducido por el Combate" (trastorno de estrés postraumático).

Los horrores de la Guerra Civil incluso cambiaron los que hicieron famoso el conflicto. Hablando a una clase graduada de cadetes militares años más tarde, el general Guillermo Tecumseh Sherman de la unión pronunció su famosa verdad sobre la naturaleza de la guerra como parte de un reproche a los "halcones de gallina" de la era, personas que llaman a la guerra sin haberlo experimentado.

"Confieso sin vergüenza que estoy cansado y enfermo de guerra", dijo Sherman. "Su gloria es toda luz de luna, sólo aquellos que no han oído los gritos y los gemidos de los heridos, que claman en voz alta por más sangre, más venganza, más desolación ... La guerra es el infierno".

En 1870, Julia Ward Howe se había visto profundamente afectada tanto por las continuas agonías de los veteranos de la Guerra Civil como por la carnicería ocurrida en el extranjero en la Guerra Franco-Prusiana. Aunque muy breve, esa guerra resultó en casi 100.000 muertos en acción más otros 100.000 heridos o enfermos letales.

El primer intento para celebrar el Día de la Madre

Así, como humanista que se preocupaba por las personas que sufrían - así como una feminista y una sufragista que defendía la justicia social - Howe escribió su "Proclamación del Día de la Madre" en 1870 como un llamamiento a las madres para ahorrar a sus hijos ya los hijos de otros de la Depredaciones de la guerra.

La proclamación del Día de la Madre fue en parte un lamento por las muertes inútiles y en parte una llamada a la acción para detener las guerras futuras. La llamada estaba dirigida, no a los hombres, muchos de los cuales se sintieron orgullosos de su "servicio", sino a las mujeres, que a menudo han demostrado ser más reflexivas y humanas sobre las cuestiones del sufrimiento humano.

Luego, el 2 de junio de 1872, en la ciudad de Nueva York, Julia Ward Howe celebró el primer "Día de la Madre" como una observación contra la guerra, una práctica Howe continuó en Boston para la próxima década antes de morir.

El Día de la Madre moderno, con su mensaje apolítico, surgió a principios del siglo XX, borrando la intención original de Howe en la conciencia colectiva. La visión de Howe sobre el llamado a la acción de la madre de la guerra fue diluida en una expresión anual de sentimentalismo.

Como la mayoría de los otros días festivos (incluyendo los religiosos), el Día de la Madre en el mundo se ha transformado en otra expectativa de compra de regalos y donaciones, en un negocio capitalista.

Lo que originalmente era un llamado para movilizar a las madres indignadas para que sus hijos y maridos no saliesen a media altura para matar y morir por algún especulador de la guerra corporativa u otra, se convirtió en otra oportunidad para comercializar bienes de consumo no esenciales.

En la Declaración del Dia de la Madre, redactada por Howe, se sentía fuertemente que las esposas y las madres nunca debían ponerse en posición de reconfortar o aplaudir a sus maridos o soldados cuando regresaban de la guerra "apesadumbrados de carnicería". En su opinión, la prevención de "reeking" era mucho más simple que el intento de revertir las consecuencias de la "carnicería" de la guerra.

Howe también sentía que las madres nunca debían permitir que las instituciones de fabricación de guerra hicieran asesinos de sus hijos que habían criado para ser personas éticas y humanas con amor a la humanidad.

Uno debe preguntarse, también, lo que Howe quiso decir cuando se refirió a "agencias irrelevantes". Sólo se puede suponer que las mismas agencias militares, gubernamentales, corporativas y burocráticas estadounidenses que han estado estropeando cosas en Irak, Afganistán, Nueva Orleans, el Golfo de México y en todo el mundo también estaban operando en la última mitad del siglo XIX.

Wall Street y el complejo militar/industrial/congresional/mediático - las entidades que dominan la formulación de políticas de Estados Unidos hoy en día - probablemente también estarían en funcionamiento, aunque seguramente con salarios, bonos, contratos y excesos de costos exorbitantes.

Dados los horrores de la guerra, tal vez sea finalmente el momento para que la gente de buena voluntad recuerde la visión de paz de Julia Ward Howe en el Día de la Madre de 2010.

La Declaración del Dia de la Madre en 1870

Esta fue la proclama redactada por Julia Ward Howe en el año 1870:

"¡Levántate, mujeres de este día, levántate, todas las mujeres que tienen corazón, si tu bautismo es el agua o las lágrimas!

"Diga con firmeza: 'No vamos a tener grandes preguntas decididas por agencias irrelevantes.

Nuestros maridos no vendrán a nosotros, reeking con la carnicería, para las caricias y los aplausos.

No se nos quitarán nuestros hijos para que desaprendan todo lo que les hemos enseñado de caridad, misericordia y paciencia.

Las mujeres de un país serán demasiado tiernas de las de otro para permitir que nuestros hijos sean entrenados para herir a los suyos.

"Del pecho de la tierra devastada, una voz sube con la nuestra, y dice: 'Desarmad, desarmad!'

La espada del asesinato no es el equilibrio de la justicia. La sangre no elimina el deshonor, ni la violencia indica la posesión.

Como los hombres a menudo han abandonado el arado y el yunque en las convocatorias de la guerra, dejen que las mujeres dejen ahora todo lo que pueda quedar de su hogar para un gran y serio día de consejo.

Que se conozcan primero, como mujeres, para llorar y conmemorar a los muertos. Que tomen solemnemente consejo unos a otros en cuanto a los medios por los cuales la gran familia humana puede vivir en paz, cada uno teniendo después de su propio tiempo la impresión sagrada, no de César sino de Dios.

"En nombre de la feminidad y de la humanidad, pido encarecidamente que se pueda nombrar y celebrar un congreso general de mujeres sin límite de nacionalidad en el lugar que se considere más conveniente y en el primer momento compatible con sus objetivos, Las diferentes nacionalidades, la solución amistosa de las cuestiones internacionales, los grandes y generales intereses de la paz ".

Desnaturalización del Día de la Madre

El primer Día de la Madre de este tipo se celebró en Virginia Occidental en 1907 en la iglesia donde la anciana Anna Jarvis había enseñado en la Escuela Dominical. Y de allí la costumbre se extendió a otros Estados de Estados Unidos. Finalmente, la fue declarada oficialmente un día festivo en 1914 cuando el presidente Woodrow Wilson, declaró el primer Día Nacional de la Madre, el segundo domingo del mes de mayo. Esta proclamación oficial se produjo cuando estaba a punto de estallar la primera guerra mundial.

Tenemos, pues, un ejemplo clásico de una lucha democrática, justa, que comienza contra el sistema pero que al final es asumida por el Estado capitalista, que termina finalmente desnaturalizando su origen y convirtiendo el Día de la Madre en un fabuloso negocio, en la negación de sus orígenes.


Por Gregory Zinoviev

El autor de estas líneas escuchó la noticia del estallido de la revolución de febrero en Berna. En ese momento, Vladimir Ilich vivía en Zurich. Recuerdo que me fui a casa desde la biblioteca sin sospechar nada. De repente me di cuenta de un gran malestar en la calle. Una edición especial de un periódico se vendía a toda prisa con el titular: 'Revolución en Rusia'.

La cabeza me daba vueltas en el sol de primavera. Corrí a casa con el periódico, impreso en tinta que todavía no estaba seca. Tan pronto como llegué a casa me encontré con un telegrama de Vladimir Ilich, que me pidió que fuera a Zurich “inmediatamente”.

¿Esperaba Vladimir Ilich una solución tan rápida? Los que hojeen nuestros escritos de ese período (impresos en Contra la corriente) verán la pasión con la que Vladimir Ilich llamaba a la Revolución Rusa y la forma en que la esperaba. Pero nadie había contado con una solución tan rápida. La noticia fue inesperada.

¡El zarismo había caído! El hielo se había roto. La masacre imperialista había recibido el primer golpe. Se había despejado uno de los obstáculos más importantes en el camino de la revolución socialista. Los sueños de generaciones enteras de revolucionarios rusos, finalmente, se habían convertido en realidad.

Recuerdo un paseo, que duró varias horas, con Vladimir Ilich por las calles de Zurich, que se inundaron con sol de primavera. Vladimir Ilich y yo caminábamos sin rumbo fijo; nos encontrábamos a la sombra de los acontecimientos que se desarrollaban rápidamente. Elaboramos todo tipo de planes, mientras esperábamos a la entrada de la redacción de la Neue Zeitung Züricher nuevos telegramas y nuestras especulaciones se apoyaban en piezas fragmentarias de noticias e información. Pero apenas habían transcurrido unas cuantas horas y no fuimos capaces de contenernos.

Teníamos que ir a Rusia. ¿Qué podríamos hacer para salir de aquí lo más pronto posible? Esa era la idea fuerza que dominaba cualquier otro pensamiento. Vladimir Ilich, que habían sentido la tormenta que se avecinaba, había estado particularmente angustiado en los últimos meses. Era casi como si le faltase el aire para respirar. Todo le empujaba a trabajar, a luchar, pero en 'agujero' suizo no tenía otra opción que sentarse en las bibliotecas. Recuerdo la 'envidia' (si, envidia, no puedo encontrar ninguna otra expresión de este sentimiento) con la que contemplábamos a los socialdemócratas suizos que, de una manera u otra, vivían entre sus trabajadores y se integraban en el movimiento obrero de su país. Pero estábamos separados de Rusia como nunca antes. Anhelamos la lengua rusa y el aire ruso. En aquel entonces, Vladimir Ilich casi me recordaba a un león atrapado en una jaula.

Teníamos que ir. Cada minuto era crucial. Pero, ¿cómo íbamos a llegar a Rusia? La masacre imperialista había alcanzado su cenit. Las pasiones chauvinistas hacían estragos con todas sus fuerzas. En Suiza estábamos aislados de todos los estados involucrados en la guerra. Todos los caminos estaban prohibidos, todas las rutas bloqueadas. Al principio no éramos conscientes. Pero después de unas horas se hizo evidente que se interponían grandes obstáculos y que no sería fácil atravesarlos. Pensamos varias rutas, enviamos una serie de telegramas: era obvio que estábamos atrapados y que era imposible llegar a Rusia. Vladimir Ilich elaboró varios planes, cada uno de los cuales resultó menos factible que el anterior: volar a Rusia en avión (nos faltaban unas cuantas cosas: un avión, los medios necesarios, el permiso de las autoridades, etc.); viajar a través de Suecia usando pasaportes de sordomudos (porque no hablábamos una palabra de sueco); negociar nuestro viaje a Rusia a cambio de la liberación de prisioneros de guerra alemanes; viajar a través de Londres, etc. Hubo varias conferencias de exiliados (con mencheviques, socialrevolucionarios y otros) que trataron de cómo conseguir la amnistía y de pudieran viajar a Rusia todos los que quisieran hacerlo. Vladimir Ilich no asistió a estas conferencias, pero me envió, sin abrigar ninguna esperanza en cuanto al resultado.

Cuando se hizo evidente que no conseguiríamos salir de Suiza - al menos no en pocos días - Vladimir Ilich volvió a concentrarse en sus 'Cartas desde lejos'. Nuestro pequeño grupo comenzó un intenso trabajo para determinar nuestra línea en la revolución que acababa de comenzar. Los escritos de Vladimir Ilyich de ese período son suficientemente conocidos. Recuerdo un debate en Zúrich, en una pequeña taberna obrera y otra en el piso de Vladimir Ilich, sobre si debíamos exigir el derrocamiento del gobierno de Lvov. Varios 'izquierdistas' de entonces insistían que los bolcheviques debían defender ya esa consigna. Vladimir Ilich estaba completamente en contra. Nuestra tarea, dijo, era educar con paciencia y perseverancia, decirle a la gente toda la verdad, pero al mismo tiempo entender que necesitábamos ganar a la mayoría del proletariado revolucionario, etc.

Salida

Se había decidido. No teníamos otra opción. Viajaríamos a través de Alemania. Pasase lo que pasase, era evidente que Vladimir Ilich debía estar en Petrogrado tan pronto como fuera posible. Cuando se mencionó por primera vez esta idea, provocó - como era de esperar - una tormenta de indignación entre los mencheviques, los socialrevolucionarios y de hecho entre todos los exiliados no bolcheviques en Suiza. Incluso hubo algunas dudas entre los bolcheviques. Esta reacción fue, de hecho, comprensible: los riesgos implícitos no eran insignificantes.

Recuerdo cómo, cuándo subíamos al tren en la estación de Zurich, que salía para la frontera suiza, un pequeño grupo de mencheviques organizó una especie de manifestación hostil contra Vladimir Lenin. A las 11 am- literalmente, unos minutos antes de que el tren partiera - un muy agitado Riazánov llamó aparte al autor de estas líneas y le dijo: “Vladimir Ilich se ha dejado llevar y no está teniendo en cuenta los peligros. Es usted demasiado flemático: ¿no se da cuenta de que es una locura? Convenza a Vladimir Ilich de que debe abandonar su plan de viajar a través de Alemania”. Pero después de unas semanas, Mártov y otros mencheviques se vieron obligados a embarcarse también en la ‘locura’ de ese viaje.

... Habíamos partido. Recuerdo la macabra impresión de un país muerto cuando viajamos a través de Alemania. Berlín, que vimos a través de las ventanillas del tren, parecía un cementerio.

El estado de excitación en el que todos nos encontrábamos de alguna manera abolió nuestra percepción del espacio y el tiempo. Un vago recuerdo de Estocolmo ha quedado en mi mente. Nos movimos mecánicamente a través de las calles y compramos mecánicamente las cosas necesarias para mejorar la higiene de Vladimir Ilich y de los demás. Preguntamos cuando saldría el próximo tren para Torneo – había casi cada 30 minutos. Nuestra imagen de los acontecimientos en Rusia era todavía muy difusa en Estocolmo. Ya no había ninguna duda sobre el equívoco papel jugado por Kerenski. Pero ¿que estaba haciendo el sóviet? ¿Se habían aposentado Chkeidze y compañía ya en el Soviet? ¿A quién apoyaba la mayoría de los trabajadores? ¿Qué posición había adoptado la organización bolchevique? Todo ello era aún muy poco claro.

Torneo: recuerdo que era de noche. Viajamos en trineos sobre los golfos congelados. Había dos personas en cada trineo. La tensión alcanzó su cenit. Los camaradas más vivaces de entre los jóvenes (como Usievich, que ahora está muerto) estaban inusualmente nerviosos. Pronto veríamos los primeros soldados revolucionarios rusos. Ilich permanecía extremadamente tranquilo. Le interesaba especialmente lo que estaba ocurriendo en Petersburgo. Viajando a través de los golfos congelados, miraba con curiosidad en la distancia. Como si sus ojos ya pudieran ver lo que estaba sucediendo en el país revolucionario a 1.500 kilómetros frente a nosotros.

Rusia

Ya estábamos en el lado ruso de la frontera (la actual frontera entre Finlandia y Suecia). Los camaradas más jóvenes se abalanzaron hacia los soldados de frontera rusos (había probablemente sólo 20 a 30) y entablaron conversación para averiguar lo que estaba sucediendo. Vladimir Ilich se hizo con unos periódicos rusos. Había números sueltos de la Pravda de Petersburgo. Vladimir Ilich devoró las columnas y luego levantó las manos en forma de reproche: había leído la noticia de que se había descubierto que Malinovsky en realidad era un espía.

A Vladimir Ilich le preocuparon varios artículos de los primeros ejemplares de Pravda, que no eran del todo irreprochables desde el punto de vista del internacionalismo. ¿Era cierto? ¿No estaba el punto de vista internacionalista lo suficientemente claro? Lucharíamos contra esto y pronto se corregiría la línea del periódico.

Nos encontramos entonces por primera vez con los ‘lugartenientes de Kerensky', los demócratas revolucionarios. Después nos cruzamos con soldados revolucionarios rusos, que Vladimir Ilich calificó de “concienzudos defensores de la patria”, a los que teníamos que “educar con paciencia”. Siguiendo las órdenes de las autoridades, un grupo de soldados nos acompañó a la capital. Llegamos al tren.

Vladimir Ilich tanteó a estos soldados; hablaron de la patria, de la guerra y de la nueva Rusia. La conocida especial capacidad de Vladimir Ilich de acercarse a los trabajadores y los campesinos permitió que en poco tiempo se estableciera una excelente relación de camaradería con los soldados. Las discusiones continuaron durante toda la noche sin interrupción. Los soldados, los “defensores de la patria”, insistieron en que ellos tenían razón. La primera cosa que Vladimir Ilich concluyó de este intercambio fue que la ideología de la 'defensa de la patria' seguía siendo una fuerza poderosa. Con el fin de luchar contra ella necesitábamos una terca rigidez, pero también paciencia y astucia en como dirigirnos a las masas.

Todos estábamos convencidos de que seríamos detenidos por Miliukov y Lvov a nuestra llegada a Petersburgo; Vladimir Ilich era el más convencido de que ocurriría y preparó a todo el grupo de camaradas que viajábamos con él para esta eventualidad. Para mayor seguridad, incluso hicimos que todos los que viajaban con nosotros firmasen declaraciones oficiales, declarando que estaban dispuestos a ir a la cárcel y que defenderían la decisión de viajar a través de Alemania ante cualquier tribunal. Cuanto más nos acercábamos a Bjeloostrov, más nos emocionábamos. Pero al llegar allí fuimos recibidos por las autoridades con la suficiente cortesía. Uno de los oficiales de Kerensky, que tenían el cargo de comandante de Beloostrov, incluso dio el parte a Vladimir Ilich.

En Beloostrov fuimos recibidos por nuestros amigos más cercanos - entre ellos Kamenev, Stalin y muchos otros. En un estrecho y oscuro vagón de tercera clase, iluminado únicamente por una vela, tuvimos el primer intercambio de opiniones.

Vladimir Ilich bombardeó a los camaradas con preguntas.

“¿Vamos a ser arrestados en Petersburgo?”

Los camaradas que habían viajado para reunirse con nosotros no nos proporcionaron una respuesta específica y se limitaron a sonreír furtivamente. En el camino, en una de las estaciones cercanas a Sestrorezk, cientos de proletarios recibieron a Vladimir Ilich con la calidez que habían reservado sólo para él. Lo llevaron en hombros y dio su primer breve discurso de bienvenida.

Un triunfo

La plataforma de la estación de Finlandia en Petersburgo. Ya era de noche. Sólo entonces entendimos las sonrisas furtivas de nuestros amigos. Lo que esperaba a Vladimir Ilich no era la prisión, sino un triunfo. La estación y la plaza de en frente se inundaron de la luz de los faros. En la plataforma había una larga columna de guardias de honor de todas las armas y servicios. La plataforma, la plaza y las calles adyacentes estaban llenas de decenas de miles de trabajadores que con entusiasmo daban la bienvenida a su dirigente. Sonó 'La Internacional'. Decenas de miles de obreros y soldados contenían a penas la emoción.

En unos pocos segundos Vladimir Ilich se ‘adaptó’ a la nueva situación. En la llamada Cámara Imperial fue recibido por Chkeidze y una delegación plenaria del Sóviet. El viejo zorro de Chkeidze dio la bienvenida a Lenin en nombre de la 'democracia revolucionaria' y expresó 'su esperanza', etc. Sin pestañear, Lenin respondió a Chkeidze con un breve discurso que, desde la primera palabra hasta la última, fue una bofetada en la cara a la 'democracia revolucionaria'. Su discurso terminó con las palabras: “¡Viva la revolución socialista”.

En este momento una enorme masa de gente se abalanzó hacia nosotros. Mi primera impresión fue que éramos como un corcho en esa enorme ola. Vladimir Ilich fue levantado en el aire y colocado en la parte superior de un tanque y de esa manera hizo su primera visita a la capital revolucionaria, entre densas filas de obreros y soldados, cuyo entusiasmo no tenía límites. Dio discursos cortos y lanzó las consignas de la revolución socialista a la multitud.

Una hora más tarde llegamos al palacio Kshesinskaia, donde estaba esperándonos casi la totalidad del partido bolchevique. Los discursos de los camaradas duraron hasta el amanecer y Vladimir Ilich les respondió con el discurso final. Temprano por la mañana, casi al amanecer, nos separamos unos de otros y aspiramos el aire hogareño de Petersburgo. Vladimir Ilich estaba fresco y feliz. Tenía buenas palabras para todos. Se acordó de todos y que volvería a verlos a todos, mañana, cuando comenzase la nueva tarea.

Caras felices por todas partes. El líder ha llegado. Todos ellos miraban a Vladimir Ilich con una alegría sin límites, entusiasmo y amor y él tomó nota de este hecho.

Vladimir Ilich estaba en Rusia, en la Rusia revolucionaria, después de largos años de exilio. La primero de una serie de revoluciones había comenzado. La Rusia revolucionaria por fin tenía un verdadero líder. Un nuevo capítulo en la historia de la revolución internacional comenzaba.


Por Leonardo Ixim

El asesinato del líder popular colombiano Jorge Eliécer Gaitán Ayala el 9 de abril de 1948 marcó un hito en la historia de Colombia y la conflictividad entre las clases en una de las sociedades más desiguales del continente; no solo por sus consecuencias inmediatas, el Bogotazo, la violencia, el gobierno de Pinilla y el del Frente Nacional, sino de carácter más global. La guerra interna que vive ese país, el uso del terrorismo de estado por parte de los grupos dominantes y la reacción popular violenta, entre otras cosas, que hoy se prefigura en un nuevo intento de acuerdo de paz, sin que los mecanismos de terror de la oligarquía estén desactivados.

Gaitán Ayala nació el 23 de enero de 1903 en Bogotá, fue un importante líder del Partido Liberal Colombiano. Este partido se ha caracterizado en su historia, por además de ser un instrumento de las elites oligárquicas, tener bases plebeyas y alas que en varios momentos tuvieron posiciones progresistas.

Eliécer Gaitán, fue un líder popular de formación abogado y miembro de una de estas alas. Fue ministro de trabajo y previsión social en el gobierno de Alfonso López Pumarejo entre 1942 y 1943, ministro de educación en el gobierno de Eduardo Santos entre 1940 y 1941, alcalde de Bogotá años antes y miembro de la Cámara de Representantes y presidente de esta entre 1931 y 1932.

Contexto social

Se dieron grandes huelgas de trabajadores bananeros en 1929 y 1932 contra la United Fruit Company, propietaria de extensas plantaciones de banano en la región de la costa caribeña colombiano; la primera por una masacre de obreros aplastada por el ejército de ese pais a pedido de la patronal gringa, huelga que tuvo el apoyo además de los trabajadores del ferrocarril y los puertos, de los pequeños propietarios bananeros, con el protagonismo de militantes del Partido Liberal y del minúsculo Partido Socialista Revolucionarios que años después se convertiría en el Partido Comunista Colombiano (PCC). Después de ello llegaron al gobierno, luego de una larga permanecía del Partido Conservador, una serie gobiernos liberales: los dos gobiernos de López Pulmarejo, el de Santos y el de Lleras Camargo.

Estos aprobaron una reforma constitucional en 1936 que entre otras medidas decretó la función social de la propiedad, la protección de derechos laborales y sindicales y la intervención del Estado en la economía. Fue una forma de responder a las demandas sociales sin romper la dependencia total del imperialismo, pero ya para la segunda mitad de la década de los 40s el liberalismo había perdido el gobierno por el conservador Mariano Ospina Pérez, debido a las divisiones del Partido Liberal entre el ala plebeya de Eliécer Gaitán y el ala oligárquica de Gabriel Turbay.

La dependencia al imperialismo gringo por su parte, se caracterizaba por haberle pagado a Estados Unidos la suma de 25 millones de dólares tras aceptar la independencia de Panamá en 1903 y la concesión para la construcción del canal, la concesión de tierras a la UFCO y a empresas petroleras. Las inversiones estadunidenses para 1928 eran de 235 millones de dólares.

En ese contexto, en toda América Latina existían luchas populares democráticas anti-oligárquicas y anti-fascistas, que habían derrocado gobiernos dictatoriales en varios países de Centroamérica y el ascenso de gobiernos populistas como los de Perón, Cárdenas y Vargas, en Argentina, México y Brasil, respectivamente. Así en Colombia, existía un malestar contra el gobierno conservador que había revertido algunas medidas del ciclo progresista del liberalismo.

El Bogotazo

En ese ambiente emerge como líder del malestar popular, la facción más organizada de la oposición, la de Gaitán Ayala, que venía de ganar las elecciones legislativas en 1947 y tras la muerte del Turbay en París, quedó la vía libre a Gaitán en su control del liberalismo. Se celebra en ese marco, la IX Conferencia Panamericana en Bogotá, después de casi cincuenta años de parte de Estados Unidos para crear un organismo interamericano; se logra establecer en 1948 lo que se denominó la Organización de Estados Americanos (OEA).

La presencia de los delegados americanos, coincidió con la presencia de un congreso estudiantil donde figuraba entre otros líderes Fidel Castro, que sirvió de fondo para denunciar el intervencionismo gringo en Latinoamérica.

Esto en un contexto que prefiguraba ya las estructuras de la guerra fría y toda la estrategia de seguridad nacional. Recordemos que años antes en 1943 se había conformado el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Tiar), en Rio de Janeiro. En ese sentido se forma la OEA que fue calificada por el Che Guevara como el departamento de colonias tras la expulsión de Cuba años posteriores.

Aprovechando esta ocasión, la población de la capital colombiana salió a las calles para exigir la renuncia del gobierno conservador. En estas movilizaciones se puso a la cabeza Eliécer Gaitán, identificado por el gobierno como líder, procediendo a mandar un grupo de esbirros a asesinarlo, identificados con el Partido Conservador. Años después ha salido la tesis de que éste fue asesinado por miembros de la recién creada CIA.

La revuelta parecía salirse de las manos del gobierno de Ospina Pérez, pues a las manifestaciones que adquirieron mayor relevancia tras la indignación por el asesinato de Gaitán, la muchedumbre cogió al presumible asesino y lo colgó en una plaza. En ese ambiente policías y soldados se unieron a las movilizaciones, entregando y usando sus armas contra las fuerzas represivas.

La respuesta gubernamental fue fortalecer las unidades represivas leales al gobierno para aplastar la movilización popular, dejando como saldo según versiones oficiales 500 muertos, pero según otras versiones hasta tres mil.

Consecuencias

En diciembre de 1949 se realizan elecciones generales, en las cuales los liberales no participan aduciendo falta de garantías, siendo nombrado prácticamente como presidente Laureano Gómez, quien fuera ministro de relaciones exteriores del gobierno de Ospina. Este gobierno continuó los rasgos represivos del de Ospina quien había cerrado el Congreso. Gómez aplicó un estado de sitio permanente, se reprimió a la oposición liberal radical y a las izquierdas, buscando imponer un régimen político corporativo al estilo del falangismo español.

Este gobierno protagonizó lo que se denominó “la violencia” cual fue una política represiva de asesinatos a líderes campesinos por medio de paramilitares denominados “pájaros”, ocasionando miles de asesinatos y el desplazamiento de población que sería el sello de los conflictos en ese país y el martirio para el campesinado colombiano; a lo cual se agrega los 220 mil muertos que toda la guerra interna a generado en ese país y el mas de un millón de desplazados, globalmente.

El campesinado por su parte respondió con grupos de autodefensa organizados por el Partido Comunista y las facciones radicales del liberalismo. Esta situación se volvió intolerable y un sector militar dio un golpe de estado en 1953 asumiendo el teniente coronel Pinilla Rojas, formando un partido la Alianza Nacional Popular (Anapo), estableciendo un gobierno populista que derivó autoritariamente y tuvo que renunciar en 1958, ante protestas estudiantiles y populares.

Los sectores dominantes, a la caída de Pinilla para lograr cierta estabilidad crearon el Frente Nacional entre los partidos liberales y conservadores, que gobernó hasta finales de los setenta donde se repartieron el gobierno, dos periodos cada uno y las distintas instituciones del Estado, aplicando una estrategia contrainsurgente, que con el pretexto de los denominados “bandoleros” se persiguió al pueblo organizado. Por su parte, el campesinado, pese a aceptar la tregua durante el gobierno de Pinilla, aunque éste hostigó al Partido Comunista, siguió siendo reprimido por bandas paramilitares que agarraron fuerza durante el Frente Nacional y de esto evolucionó a las denominadas “repúblicas independientes” y de ahí, a la formación de los primeros grupos guerrilleros.

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia en 1964 con la venia de los comunistas, el Ejercito de Liberación Nacional formado por elementos intelectuales de capas medias inspirados en la revolución cubana en 1965 y el Ejército Popular de Liberación en 1967, una escisión maoísta del PCC, que conformo el Partido Comunista Marxista Leninista, que continúa movilizado. En la década de los setenta un sector de capa media rompe con la ANAPO y forma el M-19 y autodefensas indígenas formaron el Movimiento Armado Quintín Lame.

En la década de los 80s se efectuaron las primeras pláticas de paz entre las guerrillas, en ese momento aglutinadas todas en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, aunque el ELN se separó. Estas pláticas se dieron en el gobierno del conservador Belisario Betancur y liberando a varios presos políticos, lo que permitió de parte del PCC y las Farc-EP que en 1982 se agrega Ejército del Pueblo, organizar la Unidad Popular. Agrupación que fue desarticulada por el paramilitarismo, fracasando las negociaciones.

A inicios de los 90s el M-19, Quintin Lame y parte del EPL se desmovilizan en el gobierno del liberal Virgilio Barco. Posteriormente en el gobierno del conservador Andrés Pastrana a finales del siglo pasado se vuelve a intentar negociaciones entre el Estado y las Farc-EP. En la actualidad el proceso de paz con este grupo guerrillero parece encaminado, aceptando estos la desmovilización, sin embargo, con el ELN habido diferencias para iniciar las negociaciones; el EPL por su parte al ser considerado una banda criminal y sin mayor fuerza, no está en el escenario una negociación. Todo esto, mientras que el terrorismo de Estado continúa por medio del paramilitarismo contra el movimiento popular y el tema de la justicia transicional parece difuso.

 

El 8 de marzo de 1917 se inició la segunda revolución rusa, un acontecimiento que cambió al mundo. En este año 2017 se cumplen los 100 años de la revolución rusa, que permitió en octubre de 1917 instaurar el primer gobierno de los trabajadores en el siglo XX.

Publicamos extractos del capítulo VII del Libro “Historia de la Revolución Rusa”, escrito por León Trotsky.

El último día de febrero de 1917 (marzo en el viejo calendario ruso) fue para Petersburgo el primer día de la nueva era triunfante: día de entusiasmos, de abrazos, de lágrimas de gozo, de efusiones verbales; pero, al mismo tiempo, de golpes decisivos contra el enemigo. En las calles resonaban todavía los disparos.

Se decía que los “faraones” de Protopopov, ignorantes todavía del triunfo del pueblo, seguían disparando desde lo alto de las casas. Desde abajo disparaban contra las azoteas y los campanarios, donde se suponía que se guarecían los fantasmas armados del zarismo. Cerca de las cuatro fue ocupado el Almirantazgo, donde se habían refugiado los últimos restos del poder zarista. Las organizaciones revolucionarias y grupos improvisados efectuaban detenciones en la ciudad. La fortaleza de Schluselburg fue tomada sin disparar un solo tiro. Tanto en la ciudad como en los alrededores iban sumándose constantemente a la revolución nuevos batallones.

El cambio de régimen en Moscú no fue más que un eco de la insurrección de Petrogrado. Entre los soldados y los obreros reinaba el mismo estado de espíritu, pero expresado de un modo menos vivo.

(…) Hasta el día 27 de febrero no empezaron las huelgas en las fábricas de Moscú; luego, vinieron las manifestaciones. En los cuarteles, los oficiales decían a los soldados que en las calles estaban promoviendo disturbios unos canallas a los cuales serían preciso poner coto. “Pero ahora -cuenta el soldado Chischilin- los soldados empezaban a entender la palabra “canalla” en sentido contrario”. A las dos se presentaron en el edificio de la Duma municipal un gran número de soldados de diversos regimientos, que buscaban el modo de adherirse a la causa de la revolución. Al día siguiente se extendió el movimiento huelguístico. De todas partes acudía la muchedumbre a la Duma con banderas.

(…) Se abrieron las cárceles. El mismo Muralov llegó con un camión lleno de presos políticos liberados.

(…) En varias ciudades de provincias el movimiento no empezó hasta el primero de marzo, después que la revolución había triunfado ya hasta en Moscú. En Tver, los obreros se dirigieron en manifestación desde las fábricas a los cuarteles, y, mezclados con los soldados, recorrieron las calles de la ciudad cantando, como en todas partes entonces, La Marsellesa, no La Internacional.

(….) A los pueblos, las noticias relativas a la revolución llegaban de las capitales próximas, unas veces por conducto de las propias autoridades y otras veces a través de los mercados, de los obreros, de los soldados licenciados. Los pueblos acogían la revolución más lentamente y con menos entusiasmo que las ciudades, pero no menos profundamente. Los campesinos relacionaban el cambio con la guerra y con la tierra.

No pecaremos de exageración si decimos que la revolución de Febrero (marzo en el nuevo calendario) la hizo Petrogrado. El resto del país se adhirió. En ningún sitio, a excepción de la capital, hubo lucha. No hubo en todo el país un solo grupo de población, un solo partido, una sola institución, un solo regimiento, que se decidiera a defender el viejo régimen.

(…) La revolución se llevó a cabo por la iniciativa y el esfuerzo de una sola ciudad, que representaba aproximadamente 1/75 parte de la población del país. Dígase, si se quiere, que el magno acto democrático fue realizado del modo menos democrático imaginable. Todo el país se halló ante un hecho consumado. El hecho de que se anunciase en perspectiva la convocatoria de la Asamblea constituyente no significa nada, pues las fechas y los procedimientos de convocación de la representación nacional fueron decretados por los órganos del poder surgidos de la insurrección triunfante en Petrogrado.

(….) La revolución manifiesta tendencias centralistas, pero no es imitando a la monarquía derribada, sino por inexorable imposición de las necesidades de la nueva sociedad, que no se aviene con el particularismo. Si la capital desempeña en la revolución un papel tan preeminente, que en ella parece concentrarse, en ciertos momentos, la voluntad del país, es sencillamente por dar expresión más elocuente a las tendencias fundamentales de la nueva sociedad, llevándolas hasta sus últimas consecuencias. Las provincias aceptan lo hecho por la capital como el reflejo a sus propios propósitos, pero transformados ya en acción. La iniciativa de los centros urbanos no representa ninguna infracción del democratismo, sino su realización dinámica. Sin embargo, el ritmo de esta dinámica, en las grandes revoluciones, no coincide nunca con el de la democracia formal representativa. Las provincias se adhieren a los actos del centro, pero con retraso.

(….) Después de las jornadas de Febrero se contaron las víctimas. En Petrogrado hubo mil cuatrocientos cuarenta y tres muertos y heridos, de los cuales ochocientos sesenta y nueve pertenecían al ejército. De estos últimos, sesenta eran oficiales. En comparación con las víctimas de cualquier combate de la gran guerra, estas cifras, considerables de suyo, resultan insignificantes. La prensa liberal proclamó que la revolución de Febrero había sido incruenta. En los días de entusiasmo general y de amnistía recíproca de los partidos patrióticos, nadie se dedicó a restablecer el imperio de la verdad.

(….) Si la revolución de Febrero no fue incruenta, no puede dejar de producir asombro que hubiera tan pocas víctimas en el momento de la revolución y, sobre todo, durante los días que la siguieron. No hay que olvidar que se trataba de vengarse de la opresión, de las persecuciones, de los escarnios, de los insultos ignominiosos de que había sido víctima durante siglos el pueblo de Rusia.

(….) ¿Quién dirigió la revolución? ¿Quién puso en pie a los obreros? ¿Quién echó a la calle a los soldados? Después del triunfo, estas cuestiones se convirtieron en la manzana de la discordia entre los partidos. El modo más sencillo de resolverlas consistía en la aceptación de una fórmula universal: la revolución no la dirigió nadie, se realizó por sí misma. La teoría de la “espontaneidad” daba entera satisfacción no sólo a todos los señores que todavía la víspera administraban, juzgaban, acusaban, defendían, comerciaban o mandaban pacíficamente en nombre del zar y que hoy se apresuraban a marchar al paso de la revolución, sino también a muchos políticos profesionales y exrevolucionarios que, habiendo dejado pasar de largo la revolución, querían creer que en este respecto no se distinguían de los demás.

(…) No era una idea política ni una consigna revolucionaria, ni un complot, ni un motín, sino un movimiento espontáneo, que redujo súbitamente a cenizas todo el viejo régimen. Aquí, la espontaneidad adquiere un carácter casi místico.

(…) ¿Cuál fue la actitud de los bolcheviques? En parte, ya lo sabemos. Los principales dirigentes de la organización bolchevista clandestina que actuaba a la sazón en Petrogrado eran tres: los ex-obreros Schliapnikov y Zalutski, y el ex-estudiante Mólotov. Schliapnikov, que había vivido durante bastante tiempo en el extranjero y que estaba en estrecha relación con Lenin, era, desde el punto de vista político, el más activo de los tres militantes que constituían la oficina del Comité central. Sin embargo, las Memorias del propio Schliapnikov confirman mejor que nada que el peso de los acontecimientos era desproporcionado con lo que podían soportar los hombros de este trío. Hasta el último momento, los dirigentes entendían que se trataba de una de tantas manifestaciones revolucionarias, pero en modo alguno de un alzamiento armado. Kajurov, uno de los directores de la barriada de Viborg, a quien ya conocemos, afirma categóricamente: “No había instrucción alguna de los organismos centrales del partido... El Comité de Petrogrado había sido detenido y el camarada Schliapnikov, representante del Comité Central, era impotente para dar instrucciones para el día siguiente.”

La debilidad de las organizaciones clandestinas era un resultado directo de las represiones policíacas, las cuales habían dado al gobierno resultados verdaderamente excepcionales en la situación creada por el estado de espíritu patriótico reinante al empezar la guerra. Toda organización, sin excluir las revolucionarias, tiende al retraso con respecto a su base social. A principios de 1917, las organizaciones clandestinas no se habían rehecho aún del estado de abatimiento y de disgregación, mientras que en las masas el contagio patriótico había sido ya suplantado radicalmente por la indignación revolucionaria.

(….) Los bolcheviques no tenían en la Duma fracción alguna: los cinco diputados obreros, en los cuales el gobierno del zar había visto el centro organizador de la revolución, fueron detenidos en los primeros meses de la guerra. Lenin se hallaba en la emigración con Zinóviev, y Kámenev estaba en el destierro, lo mismo que otros dirigentes prácticos, poco conocidos en aquel entonces: Sverlov, Rikov, Stalin. El socialdemócrata polaco Dzerchinski, que no se había afiliado aún a los bolcheviques, estaba en presidio.

(…) Si el partido bolchevique no podía garantizar a los revolucionarios una dirección prestigiosa, de las demás organizaciones políticas no había ni que hablar. Esto contribuía a reforzar la creencia tan extendida de que la revolución de Febrero había tenido un carácter espontáneo. Sin embargo, esta creencia es profundamente errónea o, en el mejor de los casos, inconsistente.

(…) La insurrección tenía en el partido de los bolcheviques a la asociación más afín, pero decapitada, con cuadros dispersos y grupos débiles y fuera de la ley. Y a pesar de todo, la revolución, que nadie esperaba en aquellos días, salió adelante, y cuando en las esferas dirigentes se creía que el movimiento se estaba ya apagando, éste, con una poderosa convulsión, arrancó el triunfo.

¿De dónde procedía esta fuerza de resistencia y ataque sin ejemplo? El encarnizamiento de la lucha no basta para explicarla. Los obreros petersburgueses, por muy aplastados que se hubieran visto durante la guerra por la masa humana gris, tenían una gran experiencia revolucionaria. En su resistencia y en la fuerza de su ataque, cuando en las alturas faltaba la dirección y se oponía una resistencia, había un cálculo de fuerzas y un propósito estratégico no siempre manifestado, pero fundado en las necesidades vitales.

En vísperas de la guerra el sector obrero revolucionario siguió a los bolcheviques y arrastró consigo a las masas. Al empezar la guerra la situación cambió radicalmente; los sectores conservadores levantaron cabeza, llevando consigo a una parte considerable de la clase. Los elementos revolucionarios viéronse aislados y enmudecieron. En el curso de la guerra la situación empezó a modificarse, al principio lentamente, y después de la guerra de un modo cada vez más veloz y más radical. Un descontento activo iba apoderándose de toda la clase obrera.

(…) El ejército había visto aumentar sus efectivos enormemente, incorporando a sus filas a millones de obreros y campesinos. No había nadie que no tuviera a alguien de su familia en el ejército: a un hijo, al marido, al hermano, al cuñado. El ejército no se hallaba separado del pueblo, como antes de la guerra. La gente se veía con los soldados con una frecuencia incomparablemente mayor, los acompañaba al frente, vivía con ellos cuando llegaban con permiso, conversaba con ellos sobre el frente en las calles y en los tranvías, les visitaba en los hospitales. Los barrios obreros, el cuartel, el frente, y en un grado considerable la aldea, se convirtieron en una especie de vasos comunicantes. Los obreros sabían lo que sentía y pensaba el soldado. Entre ellos se entablan conversaciones interminables acerca de la guerra, de los que negociaban con ella, acerca de los generales y del gobierno, acerca del zar y la zarina.

El soldado decía, hablando de la guerra: “¡Maldita sea!”, y el obrero contestaba:

Más importante es todavía otro aspecto de la cuestión, que nos lleva ya fuera de los muros del cuartel. La sublevación de los batallones de la Guardia, que fue una sorpresa para los elementos liberales y socialistas que actuaban dentro de la ley, no fue inesperada, ni mucho menos, para los obreros. Y sin esta sublevación no habría salido a la calle el regimiento de Volinski. La colisión producida en la calle entre los obreros y los cosacos, que el abogado observaba desde su ventana y de la cual dio cuenta por teléfono a un diputado, se les antojaba a ambos un episodio de un proceso impersonal: la masa gris de la fábrica había chocado con la masa gris del cuartel. Pero no era así como veía las cosas el cosaco que se había atrevido a guiñar el ojo de un modo significativo. El proceso de intercambio molecular entre el ejército y el pueblo se efectuaba sin interrupción. Los obreros observaban la temperatura del ejército y se dieron cuenta inmediatamente de que se acercaba el momento crítico. Esto fue lo que dio una fuerza tan invencible a la ofensiva de las masas, seguras de su triunfo.

(…) La Ocrana, al registrar los acontecimientos en los últimos días de febrero, consignaba asimismo que el movimiento era “espontáneo”, es decir, que no estaba dirigido sistemáticamente desde arriba. Pero añadía: “Sin embargo, los efectos de la propaganda se dejan sentir mucho entre el proletariado.” Este juicio da en el blanco; los profesionales de la lucha contra la revolución, antes de ocupar los calabozos que dejaban libres los revolucionarios, comprendieron mejor que los jefes del liberalismo el carácter del proceso que se estaba operando.

La leyenda de la espontaneidad no explica nada. Para apreciar debidamente la situación y decidir el momento oportuno para emprender el ataque contra el enemigo, era necesario que las masas, su sector dirigente, tuvieran sus postulados ante los acontecimientos históricos y su criterio para la valoración de los mismos. En otros términos, era necesario contar, no con una masa como otra cualquiera, sino con la masa de los obreros petersburgueses y de los obreros rusos en general, que habían pasado por la experiencia de la revolución de 1905, por la insurrección de Moscú del mes de diciembre del mismo año, que se estrelló contra el regimiento de Semenov, y era necesario que en el seno de esa masa hubiera obreros que hubiesen reflexionado sobre la experiencia de 1905, que supieran adoptar una actitud crítica ante las ilusiones constitucionales de los liberales y de los mencheviques, que se asimilaran la perspectiva de la revolución, que hubieran meditado docenas de veces acerca de la cuestión del ejército, que observaran celosamente los cambios que se efectuaban en el mismo, que fueran capaces de sacar consecuencias revolucionarias de sus observaciones y de comunicarlas a los demás. Era necesario, en fin, que hubiera en la guarnición misma soldados avanzados ganados para la causa, o, al menos, interesados por la propaganda revolucionaria y trabajados por ella.

(…) A la pregunta formulada más arriba: ¿Quién dirigió la insurrección de Febrero?, podemos, pues, contestar de un modo harto claro y definido: los obreros conscientes, templados y educados principalmente por el partido de Lenin. Y dicho esto, no tenemos más remedio que añadir: este caudillaje, que bastó para asegurar el triunfo de la insurrección, no bastó, en cambio, para poner inmediatamente la dirección del movimiento revolucionario en manos de la vanguardia proletaria.


Por Ana María Portugal

¿Flores, perfumes y poemas en el Día Internacional de la Mujer? El mundo de la publicidad comercial y los medios de comunicación han convertido esta fecha en objeto de consumo y de culto al mujerismo. ¿Cúal es el verdadero sentido de esta fecha?

El 8 de marzo es una fecha para recordar las gestas más emblemáticas protagonizadas a inicios del siglo XX, por una generación de mujeres que bajo la égida de los socialismos, anarquismos y sufragismos, reclamaron derechos sociales y políticos en escenarios marcados por guerras y revoluciones.

El derecho a la educación, a un salario justo, al voto político y la anticoncepción, fueron algunas demandas de los primeros movimientos organizados de mujeres en sus distintas vertientes: socialistas, comunistas, sufragistas y pacifistas.

En la actualidad, las herederas de la pasión y valentía de las gestoras del Día Internacional de la Mujer, son todas las mujeres que desde distintas esferas públicas: movimientos feministas, organizaciones sociales y derechos humanos, parlamentos, partidos políticos, medios de comunicación y en ámbitos de la cultura, el arte y la academia defienden los derechos de sus congéneres.

El Día Internacional de la Mujer es un día de recuerdo y de reconocimiento al legado de coraje, sabiduría e independencia que nos entregaron nuestras pioneras. Tenemos la responsabilidad de transmitir esta herencia a las nuevas generaciones de mujeres para decirles que los derechos de los que hoy gozamos, fueron ganados duramente a costa de sacrificios, dolor y ostracismo por esas valientes mujeres que se enfrentaron a la incomprensión, el autoritarismo y la maledicencia de la sociedad de su tiempo.

Cada 8 de Marzo, renovamos nuestro compromiso de mantener vigentes los principios de libertad, justicia y autonomía del ideario de las madres fundadoras del feminismo. Compromiso que se renueva en las propuestas y en las acciones de las agendas feministas y de los movimientos sociales de mujeres en su interlocución con los gobiernos y las instituciones.

Sobre el origen del Día Internacional de la Mujer existen diversas versiones. La más difundida se refiere a un incendio ocurrido en una fábrica textil de Nueva York en 1857, donde habrían muerto quemadas las obreras que hacían una huelga. Según la historiadora canadiense Renée Coté, no existen pruebas documentales de que un incendio de esas características se produjera ese año, ni que ese hecho fuera motivo para establecer una jornada internacional de las mujeres.

Pero es bueno anotar que la historia sobre los orígenes del 8 de Marzo, está cruzada por situaciones y hechos que a la luz de investigaciones realizadas a lo largo del tiempo, nos muestran un escenario más complejo y rico en acontecimientos marcados por las dos Guerras Mundiales, la Revolución Rusa, la lucha por el sufragio femenino, las pugnas entre socialistas y sufragistas, y el creciente auge del sindicalismo femenino durante las primeras décadas del siglo XX en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica.

El 8 de Marzo y la Revolución de Octubre

Queremos traer a la memoria un hecho de gran significación histórica . Hecho vinculado con los orígenes de la Revolución Rusa de 1917 cuyas protagonistas fueron las obreras de Petrogrado.

¿Fue la huelga general de 1917 liderada por las obreras de Petrogrado, la chispa que incendió la revolución rusa? Todo parece indicar que sí. Nuevas pistas historiográficas nos llevan al día clave de esta rebelión: 23 de febrero de 1917 (por el calendario ruso) señalado como Día Internacional de la Mujer en esa época. Esta fecha de acuerdo con el calendario occidental fue el 8 de marzo.

¿Un 8 legítimo?

El derrotero de estas investigaciones nos conduce al Petrogrado de 1917, día 23, fecha señalada por las obreras textiles para salir a las calles exigiendo justicia a las demandas laborales de la clase obrera, protestar por la escasez de alimentos y la participación de Rusia en la I Guerra Mundial. Esta revuelta denominada Revolución de Febrero se realiza contrariando las órdenes de la dirigencia de la oposición zarista, renuente a convocar una huelga general en esta fecha por temor a una gran represión.

Hoy la insurrección de Petrogrado es considerada como la primera fase de la Revolución que precipitó la abdicación del Zar Nicolás II. La presencia y protagonismo de las mujeres obreras fue determinante. Para dar fundamento a esta versión existen los testimonios de dos importantes testigos de esa época citados por el estudioso Vito Gianotti, Alexandra Kollontai y León Trotsky, miembros del Comité Central del Partido Obrero Socialdemocráta de Rusia. El testimonio de Trotsky es muy elocuente, figura en el primer tomo de su Historia de la Revolución Rusa.

“El 23 de febrero era el Día Internacional de la Mujer. Los elementos socialdemócratas se proponían festejarlo de manera tradicional: con asambleas, discursos manifiestos, etc. A nadie se le pasó por las mentes que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución. Ninguna organización hizo un llamamiento a la huelga para ese día. La organización bolchevique más combativa de todas, el Comité de la barriada obrera de Viborg, aconsejó que no se fuese a la huelga”.

Pero, según Trotsky, a pesar que muchos sectores obreros de Viborg estaban dispuestos a salir, los dirigentes consideraron “que no había llegado todavía el momento de la acción”, en vista de que el Partido no era suficientemente fuerte, y no había seguridad de la adhesión de los soldados. Así, en vísperas del 23 de febrero, la decisión fue no ir a la huelga, “sino prepararse para la acción revolucionaria en un vago futuro”.

“Al día siguiente”, sigue diciendo Trotsky, “haciendo caso omiso de sus instrucciones, se declararon en huelga las obreras de algunas fábricas textiles y enviaron delegadas a los metalúrgicos pidiéndoles que secundaran el movimiento”. Según Kajurov, uno de los líderes obreros, “fueron a la huelga a regañadientes, secundados por los obreros mencheviques y socialrevolucionarios”. Por su parte Alexandra Kollontai escribió: “El día de las obreras, el 8 de Marzo, fue una fecha memorable en la historia. Ese día las mujeres rusas levantaron la antorcha de la revolución”. Ocho meses después los bolcheviques asumen el poder y el curso de la historia cambió.

En 1921, se realiza en Muscú la Conferencia de las Mujeres Comunistas que acuerda instituir el 8 de Marzo como Día de la Mujer Comunista. Esta fecha tendrá un gran auge en la Rusia soviética y en el resto de los países del socialismo real. Pero las dos Guerras Mundiales, la aparición del nazismo en Alemania y la burocratización estalinista, entierran “las manifestaciones del 8 de Marzo” (Gianotti). Este autor advierte que a medida que la URSS se convierte en un régimen absolutista, pierde su espíritu revolucionario y con ello borra de la memoria el contenido rebelde y pionero del episodio de Petrogrado con las obreras como protagonistas.

Esto no debe extrañar. En innumerable cantidad de veces las historias oficiales han ignorado, borrado o minimizado la actuación de las mujeres. Las obreras de Petrogrado “osaron” invadir un terreno de exclusivo dominio masculino: la actividad política y la conducción “iluminada” del proceso revolucionario. Quedó para la historia en letras de molde, los nombres de los dirigentes varones como los únicos artífices de la Revolución de Octubre y muy pocos de mujeres que terminaron figurando como la comparsa de los esclarecidos.

Hoy, los testimonios de Kollontai y de Trotsky constituyen un valioso documento que rescata la verdad de los hechos. No es casual que Alexandra Kollontai y León Trotsky fueran estigmatizados y proscritos por el stalinismo.

1857 y otras historias

Al término de la II Guerra Mundial, en Europa, durante las décadas de 1950 y 1960, la conmemoración del 8 de Marzo en los países comunistas resalta el heroísmo de unas obreras textiles en huelga que murieron quemadas al quedar encerradas en la instalaciones de la fábrica donde trabajaban. A esta movilización se le adjudicó una fecha y un lugar preciso: 8 de marzo de 1857, Nueva York.

En la década de 1950, un artículo publicado en el periódico del Partido Comunista francés L 'Humanité, destaca la historia de las obreras de Nueva York, recordando que en su memoria se estableció el 8 de Marzo. La misma versión es replicada el 1 de marzo de 1964, en la prensa de la CGT francesa. Posteriormente, el boletín de la Federación Democrática Internacional de Mujeres de Alemania Oriental (RDA), publicado en 1966 retoma esta historia. (Gianotti). Petrogrado quedó sepultado.

La publicación de las mujeres alemanas relata que en la II Conferencia de la Internacional Socialista de Mujeres, la dirigenta Clara Zetkin propuso la fecha del 8 de Marzo como “Día Internacional de la Mujer “en recuerdo a la fecha de la huelga de las tejedoras americanas, 53 años antes” (Gianotti) Con la aparición de la segunda ola del feminismo occidental, el 8 de Marzo es recuperado por los primeros grupos de mujeres estadounidenses entre 1968 y 1969, pero los actos de conmemoración no recogen la fecha de 1917.

En el afán de aportar más información sobre esta huelga y esclarecer los orígenes del 8 de Marzo, a lo largo del tiempo aparecieron distintos trabajos de investigación en esta línea. Uno de los más importantes es el de la historiadora canadiense Renée Coté, publicado en 1984 con el largo título “El Día Internacional de la Mujer. Los verdaderos hechos y fechas de los misteriosos orígenes del 8 de marzo, hasta hoy confusos, maquillados y olvidados”.

Coté luego de una búsqueda de 10 años en bibliotecas, periódicos, revistas y archivos de la prensa obrera de Norteamérica y Europa, afirma que no existen pruebas documentales que este incendio ocurriera en 1857, y menos que fuera el móvil para establecer una jornada internacional de las mujeres.

Cuando en la década de 1970, la historia consagrada del incendio de 1857, era mundialmente difundida, el periódico feminista francés Historia d'Elles, en su número 0 de 1977, dedicado al 8 de Marzo, llamó la atención sobre esta versión a su juicio errónea, advirtiendo que luego de “largas búsquedas, nada se encontró, sobre la famosa huelga de Nueva York, de 1857. Pero esta alerta no tuvo eco””. (Gianotti).

Algunas polémicas

Al margen de estas polémicas, debemos rescatar el origen netamente socialista de esta conmemoración que surge en los países industrializados en un tiempo de encendidos debates ideológicos y de turbulencia social.

En 1901, nace el Partido Socialista de Estados Unidos que favorece la formación de la Unión Socialista de las Mujeres con la finalidad entre otras, de realizar campañas por el voto femenino. En Europa, los partidos socialistas se muestran favorables a desarrollar una plataforma a favor de los derechos de las mujeres. En Alemania, la derogación de las leyes que prohibían a las mujeres alemanas tener actividad política, atrae en 1908 a cientos de mujeres a ingresar al Partido Socialdemócrata (Reck, Vidal).

Una de las figuras centrales que impulsó la organización de las mujeres en el Partido Socialdemócrata alemán fue la dirigenta Clara Zetkin (1857-1933). Con este propósito creó la revista Igualdad (Die Gleichheit) en 1891 que llegó a tener 125 mil suscripciones. Zetkin asumió la dirección hasta 1917. Esta publicación se convirtió en el órgano oficial de la Internacional de Mujeres Socialistas (Reck, Vidal).

De acuerdo con Alicia Mijares, “las bases para un movimiento femenino fueron puestas por Clara Zetkin. Amparándose en las tesis de Bebel, subrayó que la lucha de las mujeres obreras por su emancipación era parte integrante de la lucha del proletariado”. Fue insistente en advertir la imposibilidad de una colaboración “entre burguesas y proletarias”. Mijares concluye afirmando que “sus presupuestos fueron aceptados por el partido como medio más adecuado de evitar una tendencia separatista por parte de las mujeres”.

Con anterioridad, en 1900, dentro del Programa Mínimo del VI Congreso Nacional del Partido Socialista italiano, se aprobó el “sufragio universal, simple, directo y secreto para todos los mayores de edad de ambos sexos”. Vemos que el marco de referencia para la acción es el sufragio femenino, terreno en disputa entre las socialistas feministas y las feministas/sufragistas de tendencia liberal. El debate al interior de los partidos socialistas de Alemania y Estados Unidos sobre la situación de la mujer y el sufragio femenino, es introducido por primera vez en los congresos de la II Internacional Socialista de 1889 y 1893. Clara Zetkin, Louise Kaustsky, Ottilie Baader y jóvenes obreras austriacas fueron las iniciadoras dando lugar a la formación de dos corrientes.

La primera considerada “radical”, insistía que era prioritario apoyar a las trabajadoras más explotadas y que tanto el movimiento obrero como el Partido debían hacer del “problema femenino” un asunto prioritario. La segunda tendencia, denominada “burguesa”, sostenía que había que apartarse de la línea dominante del sindicalismo y de la tesis sobre la condición de la mujer defendida por el marxismo, para, a través de un análisis específico, elaborar propuestas de cambio a favor de las mujeres y de esta manera justificar sus luchas. Queda así trazada una línea demarcatoria que definirá durante décadas las tensiones entre el socialismo y el feminismo. (Mijares).

Las dos Conferencias Internacionales de Mujeres Socialistas (Stuttgart, 1907, Copenhague, 1910) definen un derrotero: ninguna cooperación con el sufragismo burgués, en circunstancias que la campaña por el derecho al sufragio femenino adquiría grandes proporciones en Estados Unidos e Inglaterra, pues desde la mitad de la década de 1860, voces de mujeres en esos países reclamaban derechos políticos.

En 1867 surge en Inglaterra, la Sociedad Nacional Pro Sufragio de la Mujer (National Society for Women's Suffrage, NSWS) liderada por Lydia Becker. Al año siguiente, en Estados Unidos, Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony fundan la Asociación Nacional Pro Sufragio de la Mujer (National Woman Suffrage Association, NWSA), bajo la premisa “la lucha por los derechos de la mujer dependía de las mujeres solas” (Mijares).

Por este motivo en Stuttgart, 58 delegadas representantes de 17 países, aprueban una moción para comprometer el apoyo de sus partidos en la campaña por el sufragio. “Todos los partidos socialistas deben luchar por el sufragio femenino”. Esta moción fue elaborada en la casa de Clara Zetkin, por ella y sus huéspedes, Rosa Luxemburgo y Alexandra Kollontai (Gianotti).

En Estados Unidos, el debate dentro del Partido Socialista se hace en los llamados Clubes de Mujeres Socialistas que en gran medida rechazaban toda forma de cooperación con las sufragistas burguesas, pero al mismo tiempo, las militantes sentían que la dirección del Partido no estaba acogiendo sus demandas. En 1909, el Comité de Mujeres Socialistas tomó la decisión de participar en acciones por el sufragio al lado de las sufragistas, esto despertó encontradas reacciones (Mijares).

Precisamente el Partido Socialista estadounidense recomendó a sus secciones dedicar el último domingo de febrero para realizar actividades a favor del sufragio femenino.

Gestación de una fecha

El debate sobre el sufragio y el acceso de las mujeres al trabajo remunerado en iguales condiciones con los hombres, así como su incorporación a los sindicatos, son temas presentes en las actividades de las mujeres socialistas estadounidenses dentro de los llamados Women 's Day (Día de la Mujer), antecedentes del 8 de Marzo. En 1908, domingo 3 de marzo, la Federación de Mujeres Socialistas de Chicago, convoca a un Día de la Mujer en el Teatro The Garrick para discutir sobre “la educación de la clase trabajadora y la mujer y el Partido Socialista”.

Esa iniciativa, según Vito Gianotti, partió de las propias mujeres y no del Partido que no reconoció este encuentro. Por ello al año siguiente, el 28 de febrero, el Partido se organizó oficialmente en Nueva York “el primer Día de la Mujer”. El tema central fue “obtener el derecho de voto y abolir la esclavitud sexual” (Gianotti).

El segundo Día oficial de la Mujer se realizó el último domingo de febrero de 1910 en el Carniege Hall de Nueva York, con el objetivo de “enrolar a las mujeres en el ejército de los camaradas de la revolución social”. La concurrencia de un importante número de obreras textiles de la Compañía de Blusas Triangle que el año anterior habían sostenido una larga huelga en protesta por haber sido despedidas, otorgó un sello especial al acto. Esta huelga conocida como la “sublevación de las 20.000” (por el número aproximado de trabajadoras de diversas fábricas que prestaron su apoyo), duró del 28 de septiembre de 1909 al 15 de febrero de 1910, fecha cercana al Día de la Mujer. A partir de esa fecha y hasta 1914, las celebraciones en Estados Unidos se cumplirán el último domingo de febrero.

Más tarde se celebra en Copenhague, la II Conferencia de la Internacional Socialista de Mujeres, evento de trascendencia histórica. Es ahí donde las delegadas del Partido Socialista estadounidense, Lena Morrow y Mary Wood Simons presentan la propuesta de su Partido de establecer un día internacional de la mujer. “Así aceptando la propuesta de las delegadas de Estados Unidos, Clara Zetkin y otras camaradas proponen la realización anual del Día Internacional de la Mujer Socialista sin especificar una fecha determinada dejando que cada país la definiera, tampoco se hace referencia al supuesto suceso de 1857”. Un total de 100 delegadas de 17 países asume este compromiso.

Una segunda propuesta presentada al Plenario defendida por Clara Zetkin y otras mujeres, que pedía conmemorar el Día de la Mujer junto a la fecha del 1 de Mayo no tuvo aceptación, pues la mayoría consideró “que el Día de la Mujer debería ser conmemorado en un día propio específico”. El texto de la Resolución publicado en Igualdad el 29 de agosto de 1910, establece: “Las mujeres socialistas de todas las naciones organizarán un Día de las Mujeres, cuyo primer objetivo será promover el derecho de voto de las mujeres. Es preciso discutir esta propuesta, conectándola a la cuestión más amplia de las mujeres, en una perspectiva socialista” (Gianotti).

En Europa, el primer Día Socialista de la Mujer tiene lugar el 19 de marzo de 1911 por acuerdo de la Secretaría de la Mujer Socialista, organismo de la Internacional Socialista. Alejandra Kollontai propuso ese día, en memoria del levantamiento que protagonizaron las mujeres obreras en Prusia, el 19 de marzo de 1848 en el marco de la Revolución Alemana. Estados Unidos siguió celebrando el último domingo de febrero hasta 1913. En Rusia la primera conmemoración se realizó el 3 de marzo de 1913. Al año siguiente todas organizadoras son encarceladas por el régimen zarista.

En 1911, al calor del activismo de ese día, Alexandra Kollontai haciendo un balance de las movilizaciones en los distintos países de Europa, dijo: “Era un mar de mujeres, estremecido y en plena ebullición. Se organizaron reuniones en todas partes, en pequeños pueblos, e incluso en aldeas, los recintos se abarrotaron de tal forma que tuvieron que pedir a los trabajadores que cedieran su lugar a las mujeres. Para variar, los hombres se quedaron en casa con sus hijos, y sus esposas, amas de casa, cautivas, acudieron a las reuniones” (Stevens). La misma Kollontai ungida como Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública por el nuevo gobierno de los soviet, convence “a Lenin para convertir dicha fecha en un festividad comunista oficial, en conmemoración de las 'heroicas mujeres trabajadoras', en alusión a las obreras de la histórica huelga de Petrogrado.

Significado político

En el decenio de 1970 del siglo pasado, el feminismo organizado dará un nuevo contenido a esta fecha en “la invención de gestos, palabras y modos de estar”, que han transformado el 8 de Marzo de los últimos años en una ocasión de creatividad femenina”, escribieron en 1985, Tilde Capomazza y Marisa Ombra, historiadoras italianas. Ellas afirmaron que “desde el momento en que el feminismo también hizo suyo el 8 de marzo, cambia la propia imagen de ese Día. El tema de la sexualidad volvió a ser puesto en la orden del día. Es un tema que, habiendo estado fugazmente presente en los orígenes de la historia, fue después excluido de toda la tradición posterior ligada a la II y III Internacional”.

Este rescate del espíritu del 8 de Marzo que se inicia en la década de 1970 del siglo XX tiene que continuar. Debemos luchar por preservar su significado político y cultural, hoy amenazado por expresiones y contenidos comerciales, faranduleros y superficiales que han convertido a esta fecha en una mera exaltación al mujerismo en el homenaje vacuo.

Nuestras pioneras nos abrieron el camino. Gracias a ellas, las mujeres del siglo XXI buscaran nuevos modos de ser, como quería la escritora mexicana Rosario Castellanos.

Fuentes:

Coté,Renée. 1984. La Tournée Internationale des Femmes ou Les varaies des mystérieuses origenes du 8 mars. Jusqu'ici embroullées, truquées, oubliées. Les

Editions de Rémue, Menage, Montreal.

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Por Juan P. Castel

Nacido en 1892 en El Vendrell (Tarragona), hijo de un zapatero y una campesina, Nin era fruto de su tiempo, prole de una España que sufría las ambivalencias de haberse quedado congelada en los postreros principios del Siglo XIX. Catalanista desde sus primeras horas, se le recuerda con tan solo 14 años interviniendo con su dominio discursivo en un acto del nacionalismo catalán.

Del Catalanismo al Internacionalismo; de Barcelona a Moscú:

En 1910 se instaló definitivamente en Barcelona donde comenzó su formación como maestro y entabló relaciones con los círculos del republicanismo y el obrerismo catalán. En estos años es cuando pasa de integrar las filas del liberal y pequeñoburgués Unión Federal Nacionalista Republicana, que se reclamaba del liberalismo federalista y de la autonomía catalana, hacia las filas catalanas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Las posiciones de conciliación y de corporativismo que colocaban a la clase trabajadora detrás del programa de los burgueses republicanistas desencantaron rápidamente a Nin, que pasó a formar parte de las filas de la anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que poseía en Barcelona en particular y en Cataluña en general, sus bastiones históricos. Su papel activo tanto en las polémicas como en la acción callejera y de agitación fabril lo colocó rápidamente en la secretaría general del Comité Nacional cenetista.

La revolución de octubre de 1917 lo empujó a las filas de la izquierda consciente y que luchaba por que la clase trabajadora fuera independiente de los intereses burgueses corporativistas que se envalentonaban detrás de la máscara de la unidad nacional ibérica. Nin cumplió un papel fundamental al promover dentro de la dirección política cenetista que la organización se adhiera irrestrictamente a la Internacional Comunista (IC); para este período en la cabeza de Nin la clase obrera del mundo es una sola y las diferencias tácticas entre las dirigencias anarquistas y comunistas serán barridas, según él, por las contradicciones entre la naciente república de los soviets (Obrera) y los imperialismo vencedores (Inglaterra, Francia y EU).

España era ayer como lo es hoy, un país de la periferia capitalista, el sur en el norte, el campo rural en la metrópoli industrial europea. La división del trabajo dejada por el mercantilismo y posteriormente por la revolución industrial, dejó a España rezagada, con una economía agraria de producción para su pequeño mercado interior y con una balanza de cambios que no puede equiparar la obtención de una patata o una naranja con la importación de carros y demás mercancías industriales. Los pocos focos industriales dejados por la pobre acumulación capitalista ibérica se volvieron rápidamente un hervidero y derivaron en la suplantación del gran padre de la unidad nacional, “el rey”, en un pusilánime incapaz que no podía ni sacar a España del oscurantismo agrario, ni combatir el auge del anarquismo y el comunismo.

Siendo secretario del Comité Nacional Cenetista y estando en Moscú, se produjo el golpe militar al mando del capitán general para Cataluña Miguel Primo de Rivera, el hombre fuerte de la burguesía histérica, con el cual Alfonso XIII buscaba detener el tiempo y con la ayuda de la bota militar desmantelar las organizaciones de bandera roja o negra por igual. Nin residió en Moscú entre 1922 y 1930. El diario devenir cotidiano le dio la oportunidad de dominar el idioma ruso y las polémicas a lo interno del movimiento comunista internacional cuyo centro era Moscú, conociendo a la naciente burocracia revolucionaria, llegando a ser el “número dos” de la Internacional Sindical Roja (ISR). El cargo le asignó un trascendental papel, dándole la oportunidad de radiografiar el movimiento comunista internacional de la época de las revoluciones y contrarrevoluciones que siguieron a las victorias y derrotas de la república de los soviets.

El exilio impuesto por el golpe y la implantación de un Directorio Militar respaldado por la casa real no alejó a Nin de la labor de propaganda desde lejos con fuertes ecos en su tierra natal, colaborando en la prensa catalana más politizada (La Batalla, posteriormente órgano del POUM). No perdió la comunicación con Joaquín Maurín, quien había ocupado el cargo de secretario general de la CNT en ausencia de Nin; Maurín era promotor desde 1922 de los Comités Sindicalistas Revolucionarios (CSR) que le hacían frente a la represión de la dictadura.

El nivel de controversia alcanzado a lo interno del partido bolchevique luego de la derrota de la revolución alemana, el establecimiento de los cerrojos ante el mundo, que delineó las primeras líneas operativas de la “teoría del socialismo en un solo país” derivó en la ocupación de todos los órganos de regulación, de control y de dirección política y militar a manos de la burocracia que empezaba a asaltar desde adentro, al partido de la revolución. Stalin se convirtió en el líder de las subsiguientes purgas en el aparato y en el aniquilamiento de la vieja guardia que no era capaz de desembarazarse del principio teórico y práctico: el internacionalismo proletario y la revolución mundial.

Andreu Nin junto con el comunista franco-belga Víctor Lvóvich Kibálchich (Victor Serge) serán los casos más recordados de aquel batallón internacionalista que respondió al llamado de Lenin en las primeras horas de la revolución socialista, dejando los mejores años de su vida al servicio de la construcción proletaria del futuro y que pagarían con la cárcel y la posterior expulsión por mantenerse al lado de los postulados de la revolución internacional y de las diferentes corrientes anti estalinistas y precisamente la oposición de izquierda (mal llamada por el enemigo, como Trotskistas). Nin fue expulsado oficialmente en 1930, al igual que Serge, después de pasar un tiempo en la cárcel y debido a la presión internacional.

“Para ganar la guerra al fascismo hay que hacer la revolución”

De vuelta en España reinició su actividad política y su propaganda escrita. En septiembre de 1935 nace de la unión de Izquierda Comunista de España (ICE) y del Bloque Obrero Campesino (BOC), el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), iniciativa de Nin y de Maurín que contravenía la línea de León Trotsky en la que se debía hacer entrismo en el propio PSOE para que la fracción de izquierda lograra bolchevizar el partido; cosa que Nin creía imposible por el colaboracionismo del PSOE con la burguesía liberal y los grandes terratenientes.

Al estallar la guerra civil en julio de 1936, el POUM pasó a disputarse la dirección política del proletariado y el jornalero catalán, el cual estaba dividido entre el terrorismo apolítico de la CNT y el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), de sumisión soviética y organización hermana del estalinista PCE. El alzamiento franquista sorprendió a Maurín en la zona rebelde y Nin le sucedió en la dirección del POUM. En Cataluña fue nombrado Conceller (Consejero) de Justicia de la Generalitat (Gobierno Catalán), en un gobierno de unidad antifascista de cada una de las organizaciones republicanas. Pero esta unidad mostró ser solo figurativa y las tensiones internas le abrieron paso en 1937 a las intrigas urdidas por los agentes soviéticos (Chekistas).

Nin se apartó del gobierno en enero de ese año, precediendo al abierto enfrentamiento de las fuerzas de la retaguardia en los llamados “hechos de mayo”: conflicto que se abrió en Barcelona del 3 al 7 de mayo de 1937 entre las organizaciones republicanas con programas diferentes de lucha. Estos enfrentamientos iniciaron por la ocupación por las fuerzas de orden público (ordenada por el conseller de Seguretat) del edificio de Telefónica, controlado por la CNT, ya que intervenían las conversaciones de los miembros del gobierno, incluyendo al propio Jefe de Estado, Manuel Azaña.

La negativa ácrata a abandonar la toma desató el enfrentamiento. Una facción reunió a anarquistas de la CNT y de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), y al POUM, que promovían la consigna de desarrollar la revolución para vencer. La otra aglutinó al PSUC, la Unión General de Trabajadores (UGT) del PSOE, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y otras fuerzas menores con una prioridad opuesta: efectuar la revolución tras derrotar a los rebeldes fascistas. Para lograrlo proponían medidas como despojar del control de las industrias a sindicatos y partidos –que habían llenado el vacío dejado por la desbandada burguesa de los primeros días del alzamiento en la cual anarquistas y comunistas impusieron el terror rojo para desmantelar a los seguidores del alzamiento en territorio republicano–, crear un ejército regular (El ejército popular de la república) y un único cuerpo de seguridad interior. El enfrentamiento acabó con la victoria de los republicanos etapistas y más de 300 muertos. La CNT entró en caída y el POUM fue desacreditado y perseguido como fascista, vieja treta estalinista de asimilación, en la que se busca equiparar a los opositores políticos de izquierda con los enemigos de la derecha.

El choque entre las fuerzas en la retaguardia es recordado por los historiadores como: “una guerra civil en la guerra civil”- que derivó en el rediseño del gobierno catalán y del republicano que terminó hacia 1939, demostrando que en las barricadas de mayo habían ganado los contrarrevolucionarios.

El asesinato de Nin

La historia revelaría más temprano que tarde que Nin había sido secuestrado por agentes de la NKVD y ejecutado en una de las muchas chekas exportadas por el terror estalinista, con la ignorancia funcional o el silencio inicuo de los comunistas españoles. La llamada operación Nikolai estuvo a cargo del espía Alexander Orlov con el húngaro Erno Gerö.

Para desarmar a las milicias populares que estaban llevando la revolución al colocar bajo control obrero las fábricas y al hacer la reforma agraria de hecho en las propiedades de los terratenientes que apoyaban a los alzados, era necesario descabezar a sus movimientos, aniquilar a sus líderes e idearios. Andreu Nin es desde luego un marxista revolucionario prolífero en la pluma, que no dudaba en martillar a cada paso, en cada pensamiento, en cada una de las consignas que buscaron que los hijos de su clase, de la misma clase obrera de la que el surgió, contraviniendo todas las vicisitudes, lograran su verdadera independencia e emancipación. Es para los revolucionarios centroamericanos un paradigma, un símbolo de las luchas que no mueren con los martirizados y los que se enfrentaron a los traidores sin remordimientos y con la frente en alto.

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