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Nuestras recomendaciones a los trabajadores egipcios

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En Centroamérica, como en el resto del mundo, celebramos con júbilo la huida del tirano Hosni Mubarak. Hubiésemos querido verlo colgado de una soga al cuello, en la plaza Tahir, como era el deseo de millones de egipcios, pero lamentablemente este deseo no se pudo cumplir. El hecho que Mubarak haya abandonado el gobierno, después que hasta el último momento quiso permanecer asido al poder, es un indudable triunfo de la movilización popular.

Esa es una parte de la realidad. La otra parte oscura de la realidad  es que Estados Unidos y la Unión Europea maquinaron para lograr la “renuncia” de Mubarak, antes de que estallara la insurrección popular. Como cualquier dictador, Mubarack nunca se apoyó en su pueblo, más bien lo hambreó y masacró, sino que se apoyó en las potencias imperialistas. Por eso cuando las potencias imperialistas, preocupadas por el ascenso de masas, comenzaron a retirar su anterior apoyo incondicional, Mubarak comenzó a tambalearse. La intransigencia de las movilizaciones populares le dio el tiro de gracia a la dictadura.

En Egipto se ha producido un golpe de estado en caliente pero silencioso, con saldo de más de 500 muertos del lado popular, propinado por el ejército que finalmente obligó a Mubarak a salir del poder, bajo la presión  de las movilizaciones populares pero también de las potencias imperialistas. Estas se regocijan de haber logrado la salida "pacífica" de Mubarak, conservando intactos el ejército y la policía, los pilares fundamentales del Estado burgués. Es más, el reacomodo del ejército en los últimos días, le han devuelto cierta credibilidad política y algún grado de prestigio a esta institución represiva, al menos ante los ojos de las masas egipcias, por el momento. A veces se nos olvida que en los años anteriores, bajo el pretexto de combatir el terrorismo, el ejército egipcio persiguió y aniquiló a dirigentes y activistas de la oposición, especialmente a los islamistas moderados agrupados en los Hermanos Musulmanes.

Las funciones de Omar Suleiman como presidente provisional, al cual le delegó poderes el tirano Mubarak antes de huir, personifican una compleja situación de triunfo revolucionario y de maniobras en las alturas, en la que las fuerzas armadas, es decir, las fuerzas del viejo orden, mantienen todavía el control del país. Aparte de la caída de Mubarak, y de que las masas con su movilización han conquistado amplias libertades políticas, las instituciones del sistema totalitario se mantienen más o menos intactas, en crisis, moribundas, pero ahí están y su supervivencia representa un peligro inmediato para la revolución democrática en curso. Hace falta propinar el golpe final que conlleva a la destrucción total del régimen totalitario.

En nuestra Declaración del Partido Socialista Centroamericano (PSOCA), sobre la actual situación en Egipto, que publicamos en este misma edición, en base a la experiencia de lucha acumulada contra las dictaduras de Somoza en Nicaragua, y contra las dictaduras militares en El Salvador, Guatemala y Honduras, recomendamos a los trabajadores egipcios, desde la distancia, movilizarse hasta derrocar al gobierno de Suleiman, heredero del Mubarakismo.

Este régimen totalitario en Egipto debe terminar para siempre. Se requiere derrocar al gobierno de Suleiman e instaurar un gobierno de los sindicatos y demás organizaciones populares que han participado en la lucha, para que convoque a una Asamblea Nacional Constituyente, libre, democrática y soberana, que reorganice democráticamente la sociedad y el Estado en Egipto, siempre en beneficios de las mayorías desempleadas y empobrecidas por el sistema capitalista.

En nuestra Declaración sobre Egipto hemos propuesto un programa de lucha, de reivindicaciones transicionales, para el triunfo de la revolución democrática y el inicio de la revolución socialista, tareas que están entrelazadas. Esa es nuestra propuesta, los trabajadores egipcios tienen la palabra.