Opinión Libre


Por Ernesto Fuertes

A partir de lo que escribimos antes (http://elsoca.org/index.php/america-central/costa-rica/3892-costa-rica-crisis-economica-y-espectro-politico), podemos sacar las siguientes conclusiones:

Una vez que pasamos de la época de auge de la tasa de ganancia y de productividad (en el boom de post-guerra, precisamente el período inmediatamente posterior e instaurado por la guerra civil del 48) y pasamos a la época de la caída de la tasa de ganancia (posterior al shock petrolero de 1973), la burguesía pasa del reformismo al neoliberalismo: éste neoliberalismo no es la causa de los problemas estructurales de la sociedad costarricense, sino su consecuencia; es el reordenamiento o el reacomodo del posicionamiento de la burguesía para afrontar precisamente la época de la caída de la tasa de ganancia posterior a la crisis petrolera de 1973-74. Es un reacomodo en el enfoque, que pretende destruir frontalmente las conquistas logradas a lo largo del siglo XX por la lucha de clases, y así lograr subsanar formalmente (a través de la ‘reducción de costos de producción’) el problema de fondo de la crisis capitalista.

De ahí que la burguesía está plenamente consciente de que este enfoque históricamente distinto para afrontar la economía tiene consecuencias sociales explosivas, y por lo tanto, a medida que se acrecientan las medidas neoliberales, se acrecienta también el autoritarismo o el bonapartismo característico del país (desde el estado de sitio en Limón, con motivo de la privatización de Moín, derrota histórica del movimiento social costarricense, pasando por la represión de la protesta social en general enfocada directa y selectivamente en sectores ligados a la izquierda revolucionaria y movimientos populares, hasta el crecimiento de las requisas públicas y las tomas de calles y barrios a lo largo y ancho del país detrás del discurso de la ‘seguridad’ como parte del crecimiento en general del aparato policial del Estado, etc): la destrucción de las conquistas de los sectores populares del país son diametralmente opuestas a formas democráticas de gobierno, ya que implican aumento de los estallidos sociales, de la movilización, del descontento generalizado de una sociedad pauperizada, y eso implica una respuesta que, al dejar de basarse en reformas y pase abiertamente a contra-reformas, se tenga que basar en la represión para contener el orden del capital. Del lado opuesto, esto implica un aumento progresivo del descontento, de la explosividad y de la movilización de los sectores populares, en busca de soluciones a sus condiciones de vida y que lo colocan como tendencia en la dirección completamente opuesta y en choque frontal con el deterioro de las formas democráticas de gobierno en el país.

El movimiento de masas, aunque aumenta su descontento y explosividad, no tiene en sus miras el proyecto de una revolución. La mayoría del pueblo se ampara todavía en la democracia burguesa, ya sea la burguesía propiamente dicha, o en el programa pequeño-burgués del Frente Amplio. La izquierda revolucionaria no tiene influencia alguna sobre el movimiento de masas. Pero esto sería guiarse demasiado por la política electorera. El hecho de que haya un gran abstencionismo y que aumente la explosividad de la lucha campesina y de las huelgas o protestas, señalan la divergencia y la vacilación histórica misma de los trabajadores y la población en general, entre las opciones burguesas y las políticas progresivas del movimiento popular. El que la pequeña-burguesía vacile entre el fascismo, la democracia burguesa o el reformismo, o el que el campesino y el proletariado no tengan en sus miras ningún programa revolucionario, y se dediquen simplemente al apoyo de opciones ahora burguesas, ahora reformistas, se debe a un único y mismo problema: el carácter de la política del movimiento revolucionario de Costa Rica. En el problema histórico de la dirección del movimiento de masas, la partida la está ganando el democratismo burgués (los partidos oficialistas burgueses) y pequeño-burgués (el FA). Aunque existen condiciones concretas en las que los trabajadores y otros sectores rompen en germen con el democratismo burgués (a través de protestas o huelgas, o a través del abstencionismo crónico), no existe organización alguna que lidere esos intereses y los lleve a la victoria. Más allá de los ciclos de crisis y revoluciones, existe una diferencia muy grande entre ésta época de crisis actual y el período revolucionario de 1914 a 1945/48: aquél período partía históricamente de un ascenso del movimiento revolucionario sin ninguna experiencia de revolución, mientras que hoy tenemos 1) el peso de la derrota y contrarrevolución de la revolución rusa y de todas las experiencias del ‘bloque socialista’ mundial, y 2) la recesión y decadencia del movimiento de masas (la caída histórica del sindicalismo, de la militancia, de la relación entre organizaciones y masas, etc). En palabras más informales: en lugar de culminar un proceso de ascenso, estamos trabajando en una época de recesión. Esto provoca que los sectores populares tanteen entre opciones políticas distintas de la revolución (desde las revoluciones de color en Europa del este, pasando por los movimientos reformistas suramericanos, y llegando hasta la Primavera Árabe, etc), y hace más difícil la transición desde las demandas reformistas hasta las revolucionarias.

Implica, probablemente, una lucha reformista separada de la lucha revolucionaria por la toma del poder (similar a lo que plantea Trotsky sobre la lucha contra el fascismo en Alemania, y tal y como lo plantea Lenin en sus tesis sobre el colonialismo). Esto no quiere decir que se pospongan las consignas máximas revolucionarias, sino que a diferencia de una revolución socialista, estemos hablando exactamente de un programa mínimo triunfante, defendido por la fuerza revolucionaria del proletariado y el campesino en conjunción con la pequeña burguesía radicalizada, pero sin plantearse la toma del poder socialista, y una revolución que logre pasar de consignas mínimas a revolucionarias de manera permanente o ininterrumpida. Todo esto depende de las características políticas específicas del resultado de la revolución: la salida revolucionaria necesita urgentemente un trabajo político previo de difusión y aceptación no solo entre obreros industriales, ni tampoco ni siquiera entre obreros en general, sino entre la mayoría de las masas del pueblo (campesinos y pequeño-burgueses incluidos). Solo dependiendo de la posibilidad política de que las fuerzas populares pasen ininterrumpidamente desde una Asamblea Constituyente hasta la toma definitiva del poder, es que es posible la apertura de una revolución socialista en Costa Rica. Sin este trabajo político previo, sin resolver el problema histórico de la dirección del movimiento de masas en favor de la revolución, el movimiento popular está condenado a seguir buscando opciones dentro de las alternativas democrático-burguesas, o peores aún, como el fascismo, etc.

Sobre la táctica

En términos generales, el mayor problema de la izquierda revolucionaria es el economicismo. Necesitamos no solo volcar a los trabajadores industriales a la revolución, sino a todo obrero (comercial, de servicios, campesino, etc), y además tenemos que ganar al sector campesino a que apoye a ese proletariado en la revolución, y conseguir todo el apoyo posible (la mayoría de la población tiene que estar de nuestro lado) de entre la pequeña-burguesía industrial, comercial, etc, también a los bandos revolucionarios. Esto solo se puede hacer a través de la utilización del programa mínimo de modo transicional con el programa máximo, para pasar (en la práctica política, y no en la teoría) de las reformas a la política revolucionaria. Para esto, en términos muy resumidos y generales, se vuelve necesario elevar las demandas sindicales a demandas políticas: desde la reivindicación de mejoras a las condiciones de vida, tenemos que hacer ver al pueblo (es decir, a los obreros industriales, comerciales, de servicios y del campo, en conjunción con la pequeña-burguesía que se radicalice en vísperas de una situación revolucionaria) que cualquier mejoramiento de sus condiciones de vida los pone diametral y frontalmente en oposición no solo a la clase burguesa, sino al Estado burgués, y la necesidad de la conquista del poder.

Las características del economicismo, basándonos en el ¿Qué hacer? de Lenin, se pueden resumir de la siguiente manera, y se interrelacionan todas entre sí de manera dialéctica:

  1. El uso de la táctica-proceso en vez de la táctica-plan

Ningún grupo de la izquierda revolucionaria planifica en lo más mínimo. Se basan en el espontaneísmo y el seguidismo: es decir, en lugar de organizar y tomar en sus manos la organización de todas las demandas no solo económicas de la clase obrera (sindicalismo), sino políticas y democráticas de todas las clases (la política clásica “social-demócrata” leninista), los grupos se dedican a ir siguiendo espontáneamente las coyunturas que se van dando una detrás de la otra, sin tiempos de organización, sin agitación y propaganda, sin unificación de la clase y de los sectores populares con un contenido netamente revolucionario en su sentido transicional, y prefiriendo el simple mando inmediato de sus dirigentes en lugar de la discusión democrática y planificada de lo que se va a realizar (como en el centralismo democrático), etc. Como vemos, todas las características nombradas abajo se relacionan.

  1. El olvido de la agitación y la propaganda

Ningún grupo de la izquierda revolucionaria se encarga de agitación y propaganda sistemática (es decir, planificada, como lo dijimos en el punto anterior) durante todo el año. Recordemos que según Lenin, incluso cualquier participación electoral está supeditada a que se garantice la agitación y la propaganda para la movilización. En Costa Rica más bien se opta por movilizar unas veces, y dejar de movilizar otras, sin garantizar acciones de agitación y propaganda permanentes. Usamos agitación y propaganda en el sentido que lo define la social-democracia (desde Plejanov), como 1) las acciones en las que uno habla de un solo tema a muchos (agitación), y como 2) las acciones en las que una persona habla de muchos temas a pocos (propaganda). Eso incluye entonces mitines, foros, protestas y pasadas por barrios o aulas como agitación, y la venta de un periódico nacional, el volanteo, o la discusión individual como propaganda. Todas estas acciones (especialmente la agitación) tienen que ser planificadas, y no dejadas a los caprichos de la dirigencia espontánea.

  1. La fragmentación sectaria típica de la etapa de círculos y no de la etapa de movimiento

Todos los grupos de izquierda revolucionaria niegan la teoría de la unidad de acción de Trotsky, en donde las condiciones básicas del ABC marxistas son: 1) la agrupación revolucionaria completamente independiente no solo de la burguesía (como lo suele decir el movimiento trotskista costarricense hasta el día de hoy), sino independiente también de cualquier reformismo o tendencias oportunistas, pero igualmente de importante y como tendencia dialécticamente contraria a aquella, 2) la unidad de acción con todas las fuerzas incluso burguesas y liberales de entre todas las clases (y no solo de la clase obrera) del país. No se trata de “democratismo abstracto”: ésta vinculación de trabajo entre todas las clases, como lo dice el propio Lenin, no implica hacer una política que por su contenido sea para todas las clases, sino que implica un contenido claramente clasista pero que es formalmente popular. Además, se trata precisamente de la salida del sindicalismo y la política tradeunionista, y alcanzar la política “social-demócrata” revolucionaria: es decir, pasar de las consignas particulares que fragmentan la multiplicidad de luchas sindicales, a las consignas generales que unifiquen todas esas fuerzas en objetivos mínimos comunes y se enfrenten victoriosamente contra el Estado burgués.

La lucha de clases es una lucha de fuerzas reales, es decir: se necesita una fuerza social y política de tal magnitud que efectivamente ponga a un Estado burgués de rodillas y que cumpla las reformas de su programa transicional, y si es posible, elevar esa condición a la revolución socialista de manera permanente (a sabiendas de que todo triunfo reformista, si no pasa a la revolución, será una derrota del proletariado y del campesinado). Ningún grupo de izquierda de Costa Rica puede triunfar contra el Estado de manera fragmentada, sino que necesita la fuerza de la mayoría de la clase trabajadora en unión con el campesinado y la pequeña burguesía. Lenin llama al período temprano de la revolución rusa el período o etapa de ‘círculos’, y lo diferencia de su período de ‘movimiento’: el primero son grupos atomizados que solo ocasionalmente se relacionan entre sí (¡en Costa Rica ni siquiera se relacionan!), mientras que la segunda etapa existe una relación estrecha y convergente entre partidos y organizaciones revolucionarias y no-revolucionarias. No estamos hablando de unificaciones partidarias (e.j.: formar un partido único). Ésta convergencia tiene que aumentar progresivamente hasta unificar sindicatos, organizaciones populares y campesinas, etc, y atestar un golpe cerrado contra el Estado burgués. La única forma de solucionar el problema histórico de la dirección revolucionaria, es haciendo que exista una disputa política real por la dirección revolucionaria del movimiento de masas, y para que exista esa disputa, tiene que existir tan siquiera un encuentro y choque de tendencias políticas y un movimiento unificado y creciente qué disputarse. Parece mentira que haya que decir algo tan claro. El ABC de la unidad de acción en un frente, organización o coordinación colectiva cualquiera es: 1) la unidad sobre la base de acuerdos mínimos o transicionales, y 2) la completa y absoluta libertad de agitación y propaganda para las consignas y críticas en las que no hay acuerdos y que representen el programa máximo de cada organización (aun si esas críticas son contra miembros de la unidad de acción). Eliminar la política pusilámine de crítica absoluta (sectarismo) o conciliación absoluta (oportunismo), es tal vez la prioridad más importante en términos tácticos para la consecución de nuestros objetivos estratégicos: se tiene que mezclar las alianzas con la crítica.

  1. El clasismo exclusivo dentro de la clase obrera, y no la política revolucionaria entre todas las clases (incluidas las burguesas y liberales, en las luchas democráticas)

Toda organización revolucionaria está supeditada a las reivindicaciones meramente sindicales o tradeunionistas. Si no se modifican las características que estamos nombrando aquí, es imposible elevar las reivindicaciones económicas inmediatas y específicas/particulares de una clase, y elevarlas a la condición general y política de su confrontación directa con el Estado burgués y la totalidad del sistema capitalista, y la necesidad de la toma revolucionaria del poder. Toda la actividad política de los grupos revolucionarios niega los postulados leninistas de trabajar entre todas las clases y entre todas las tendencias progresivas, democráticas, republicanas y reformistas para diseminar entre todas ellas un programa con contenido revolucionario (es decir, no solo económico sino político). La izquierda revolucionaria está completamente supeditada a las reivindicaciones que surgen del movimiento sindical, a lo que decidan o no los dirigentes sindicales, a lo que pase o no pase a lo interno de los sindicatos, etc. Nadie eleva las consignas del sector público o privado, por ejemplo, a políticas económicas nacionales y mucho menos a la necesidad de derrotar y enfrentar a ese Estado burgués que se niega a aplicar las políticas económicas que resolverían los problemas particulares de cada gremio separado. Todos hablan de trabajar solo y exclusivamente entre trabajadores, y peor aún, ni siquiera entre todos los trabajadores y su clase, sino solamente entre trabajadores industriales (negando todas las definiciones de clase del propio Marx). Esto se une al hecho de que cada lucha particular en lugar de unificarse alrededor de las causas generales que las producen (las políticas del Estado burgués y el sistema capitalista), más bien se fragmentan y se sindicalizan como si fueran de interés solamente de los directamente afectados, y no de la totalidad de los sectores populares del país. No se trata de “unirse con todos y cualquiera”, sino que se trata de unirse con sectores que por el contenido político de su tendencia, defienden objetivos progresivos y que tienden en general hacia el objetivo revolucionario. Si hablamos de burgueses y liberales como posibles aliados, hablamos de burgueses y liberales en casos concretos particulares en los que defiendan políticas democráticas, republicanas y reformistas, y no una alianza permanente y en todo lugar alrededor de cualquier tema.

Se sabe que Trotsky en sus escritos sobre Francia o España niega cualquier forma de Frente Popular, pero no niega que tiene que existir una política hacia la pequeña-burguesía (pensando especialmente en el campesinado: las ambivalencias entre las políticas burguesas y reaccionarias de la pequeña-burguesía y la posibilidad de su ruptura, no la determinan solo los ‘estratos medios’ de las ciudades, sino principalmente el propio campesino); además, sus escritos sobre unidad de acción hablan de unidad incluso con “social-demócratas” asesinos de trotskistas, en caso de ser necesario. No es posible aquí ningún personalismo que debilite la lucha revolucionaria. Para nosotros eso implica que además de la unidad sindical, se tiene que hacer una unidad política con los representantes políticos de todos esos sectores que levanten reformas mínimas progresivas, como forma de insertar ya no solo reformas, sino el contenido netamente clasista y revolucionario de manera permanente e inmediata. El Frente Único revolucionario (entre fuerzas que van desde el ultra-izquierdismo hasta el reformismo social-demócrata) tiene que mezclarse con políticas permanentes hacia la pequeña-burguesía e incluso la burguesía liberal alrededor de cualquier reivindicación democrática (no solo económica, sino política: por ejemplo, el abuso policial), que permita entablar alianzas coyunturales o sobre aspectos específicos (cuotas electorales, solo por poner un ejemplo).

  1. La burocratización y la negación o incomprensión absoluta del centralismo democrático

Como consecuencia de todo lo anterior, el mando de las organizaciones es improvisado, espontáneo, seguidista y en términos generales economicista. Esto provoca que las bases de las organizaciones no tengan poder de decisión sobre las políticas, las tácticas y las estrategias que aprueban o no sus partidos, y que todo dependa simplemente del mando verticalista de las direcciones. Se niega completamente las formulaciones trotskistas y leninistas acerca de la centralización del partido, y se intercambia por la noción de la centralización de un centro con relación al partido. Por la misma razón, este centro (con el cual se cree que se está haciendo centralismo solo porque es un centro) se encarga de toda la elaboración de tácticas y estrategias. En cambio, la centralización no de un centro administrativo, sino de la totalidad del partido (como lo dice Lenin) implica que la información tiene que ir de arriba abajo y viceversa, lo que implica una planificación colectiva de las tácticas y las estrategias del partido. Solo la instauración de métodos de información interna a los partidos puede solventarse esta carencia, pero los dirigentes se niegan a utilizar cualquiera de estos métodos, y prefieren el mando casual y espontáneo a través del cual pueden simplemente ordenar todo lo que quieran sin ninguna planificación democrática, permanente, sistemática y unificada.

Conclusión

El resultado de estas políticas es que el movimiento popular (la unión de trabajadores, campesinos y pequeña burguesía indispensable para crear una revolución) está completamente fragmentado, sindicalizado y burocratizado. No existen consignas políticas y generales que unan todas las luchas, y mucho menos organismos de base y populares que agrupen a todas las organizaciones de distintos intereses y objetivos, debajo de una lucha unificada para derrotar al Estado costarricense. El economicismo ultra-izquierdista ayuda y fortalece al Estado burgués en sus políticas reaccionarias. Esto solo se puede cambiar si existe un programa transicional que unifique todos los intereses particulares alrededor de políticas generales, y que sea sobre la base de la práctica concreta de esas reformas, que se desarrollen las consignas máximas o transicionales que lleven a la población a acercarse cada vez más a posiciones revolucionarias.

Eso implica la combinación dialéctica transicional y permanente de consignas mínimas y la unidad en la acción con todo sector democrático, republicano y progresista alrededor de estas consignas generales, junto con las consignas revolucionarias también de manera permanente e inmediata (sin postergaciones de ningún tipo). En términos de relaciones sociales y objetivas, la tarea inmediata y primordial son las reformas. Sin el trabajo político previo de llevar a la totalidad de las clases y de la sociedad costarricense esta combinación de programa mínimo y máximo, no existen esperanzas ya no solo de revolución, sino incluso de cumplir con el programa transicional. Implica el triunfo de las contra-reformas e incluso la posibilidad de la reacción fascista abierta. La única forma de convencer al pueblo de la necesidad de salir del programa mínimo de manera transicional al programa máximo, es en la práctica concreta: llevar a la práctica las reformas mismas que demuestren sus límites (y los límites de los partidos y direcciones pequeño-burguesas y reformistas), y la necesidad (posterior en términos históricos, pero permanente en términos políticos) de pasar a objetivos revolucionarios: la toma del poder por parte de los trabajadores y campesinos.