Por Olmedo Beluche

En política, como en medicina, conviene empezar por el diagnóstico, para saber cuál es la cura. Un mal diagnóstico conduce a errores en el tratamiento, un análisis equivocado de la realidad conduce a propuestas políticas tramposas.

Al borde de la barbarie

La dramática situación social de Panamá, y por extensión del mundo, pone en evidencia la necesidad de una salida urgente que salve del sufrimiento a millones de seres humanos. Solo en nuestro país, según cifras oficiales, 275 mil trabajadores han perdido sus empleos en los últimos cuatro meses bajo el eufemismo de “contratos suspendidos”. Y la cifra sigue creciendo cada día. La Organización Internacional del Trabajo habla de la pérdida de decenas de millones de empleos en el continente americano y cientos de millones en el mundo.

A los casi 300 mil nuevos desempleados, hay que agregar los 146 mil que ya estaban desocupados al iniciar el año 2020, y otros 716 mil que corresponden a quienes sobreviven con un empleo informal. La mitad de la fuerza de trabajo panameña, más de 1 millón de trabajadores, se encuentran en situación dramáticamente precaria. El otro millón de asalariados, no está del todo bien pues muchos han visto sus jornadas de trabajo y salarios recortados, y sus pocos ahorros esfumarse.

Si antes de la pandemia más del 20% de las familias no les alcanzaba para pagar la Canasta Básica General, y el 10% ni siquiera tenía suficientes ingresos para la Canasta Alimenticia, una encuesta realizada en este momento mostraría el drama de la situación.

Tan solo los funcionarios públicos han sostenido sus ingresos, gracias a los cuales se mantiene activa la economía, pese a que voces avaras de la burguesía claman en los medios de comunicación por recortes en la planilla estatal, sin comprender que sin esos salarios la crisis del capitalismo panameño sería aún peor. Irracionalidad sistémica.

Hasta las clases medias se han visto pauperizadas, por el cierre y muy probable quiebra de sus pequeños y medianos negocios. Aunque hayan logrado acuerdos de moratoria con sus bancos saben que el plazo fatal es en diciembre, cuando deberán hacer frente a sus “obligaciones” financieras, sin ninguna garantía de que sus negocios puedan funcionar.

Si este análisis socioeconómico lo hiciéramos extensivo al conjunto del planeta se haría evidente una crisis humanitaria, que ya era importante antes del COVID-19, ahora arrastra a una buena parte de los habitantes del mundo al hambre y la desesperación. Es una crisis de las mismas dimensiones de la que llevó a Rosa Luxemburgo a advertir, ante la tragedia de la Primera Guerra Mundial, que la alternativa era: “socialismo o barbarie”.

¿Cuál es la causa, el COVID-19 o el sistema capitalista?

Los elementos aportados que, aunque cifras frías, muestran el alcance de la degradación humana a la que estamos llegando, son parte de los síntomas del problema. A estos síntomas podríamos añadir otros, como: las crecientes disputas comerciales entre potencias, especialmente de Estados Unidos y China; la crisis política y el descrédito de gobiernos y partidos tradicionales; la llegada a los gobiernos de sectores fascistoides al estilo de Trump y Bolsonaro; el derrumbe del progresismo que sucumbe ante sus propias contradicciones y asume criterios neoliberales que decía combatir, etc.

Ninguno de estos síntomas empezó con el COVID-19. Ya existían con antelación al año que discurre. Lo que ha hecho la pandemia es potenciar, poner en evidencia, las contradicciones del sistema. Incluso se ha estimado que la recesión económica ya había empezado a fines de 2019.

Que el coronavirus se apoye en la sociabilidad de los humanos, es una característica natural de este tipo de enfermedades. Pero que el virus haga de los pobres sus víctimas predilectas, no es natural, es producto del sistema capitalista en que vivimos y las desigualdades sociales que impone.

Son productos artificiales del capitalismo: la pobreza, el hacinamiento habitacional, los bajos ingresos e incapacidad para adquirir lo básico para la alimentación e higiene, desnutrición, pésimos sistemas de transporte, deterioro de los sistemas de salud públicos, especialmente la atención primaria, desabastecimiento de insumos y medicinas, altos precios de medicamentos, etc.

No existe una cepa más benigna del capitalismo, un “capitalismo más humano”, ésta no ha sido descubierta en ningún sitio. Por el contrario, se ha puesto en evidencia el fracaso de las variantes “progresistas”, socialdemócratas, nacionalistas, neokeynesianas, etc.

No puede ser de otra manera, pues el capitalismo es un sistema de explotación de clases. Es un sistema canibalesco que consume trabajo humano para extraerle plusvalía en beneficio de una minoría. Esa costumbre de comer carne humana, casi que literalmente, el sistema capitalista no la pierde ni siquiera bajo crisis como la pandemia actual. Por el contrario.

Quién lo dude, puede apreciar la actitud del gobierno panameño: salvar con miles de millones de dólares al sistema bancario, mientras que da un miserable “bono solidario” a los pobres (y no a todos) que apenas representa un tercio de la canasta básica de alimentos, y una bolsa de comida cuyo costo es menor a 20 dólares que no llega a una semana.

Si la causa es el sistema capitalista, el remedio no puede ser un “pacto” con la oligarquía

La burguesía panameña avizora el abismo que tiene ante sus pies, presiente la posibilidad de un alzamiento popular ante tanta miseria, tiene pesadillas con el “fantasma que recorre el mundo”.

Por esa razón busca abrazarse de todo aquel que la pueda salvar del peligro. Busca el abrazo de oso aplicado a los potenciales enemigos: personalidades hasta ahora intachables, humanistas, socialdemócratas, líderes populares, dirigentes sindicales.

El abrazo del oso consiste en proponer la idea de un pacto interclasista por el que, a cambio de pocas dádivas, se salve al sistema capitalista. La idea de un “Pacto Social” o “Nuevo Contrato Social”, el “Diálogo” que salve la “unidad nacional” para “salir” de la crisis.

Hay un sector que ya ha conformado un “Think Tank”, denominado “Repensar Panamá”, al que han sumado conspicuos empresarios de lo más representativo de la burguesía nacional, como Stanley Motta, Juan D. Morgan y Mario Galindo con notables dirigentes del Partido del Pueblo, el partido de los “comunistas panameños” y que, entre otras cosas, han propuesto: “urgentemente” la tarea de transformar el Estado y las políticas públicas mediante la planificación a mediano y largo plazo”.

Entre esas reformas, ya han propuesto la creación de un organismo regente de la educación panameña ubicado por encima del MEDUCA, con participación del sector privado y los que se dedican al negocio de la educación. Por supuesto, estas propuestas no han sido ni discutidas ni consensuadas con los gremios magisteriales, pero son la carne para una reforma constitucional en ciernes estilo gatopardista, “cambiar para que nada cambie”.

En el mismo sentido se ha escuchado el 1 de julio al presidente Laurentino Cortizo llamando al “diálogo tripartito” sobre la economía, sobre la reforma de la Caja de Seguro Social, etc. Aquí es donde la dirigencias populares y sindicales deben extremar sus cuidados, porque pueden quedar envueltos en acuerdos que marchiten sus prestigios para siempre. Porque el abrazo del oso ahoga, y con él se hunden no solo los políticos de la burguesía sino los sindicalistas que se presten al juego.

Que hay que negociar, vale. Pero a veces vale más no pactar y sufrir una imposición a que las bases interpreten que sus dirigentes han sido cómplices de los males que se les imponen.

Construir la unidad popular, pero también la alternativa socialista

La única manera de enfrentar la crisis actual para las clases populares y explotadas es promoviendo una unidad desde abajo, para la lucha contra las miserias que imponen el sistema y el gobierno, para exigir el derecho a una vida digna para todos. Se requiere con urgencia un organismo de coordinación de la lucha, no por arriba, sino desde las bases, con democracia participativa por abajo, y no como acuerdo de élites burocráticas.

Se requiere un organismo como el que constituimos en el Paraninfo Universitario en 2005 en defensa de la Caja de Seguros Social, capaz de concitar la unidad popular y movilizar a decenas de miles bajo una misma sigla. Recordemos que esa lucha detuvo la llamada “Ley de la Muerte”.

De la lucha en común contra las imposiciones del gobierno y sus jefes capitalistas, nacerá la posibilidad de constituir una alternativa política que sustente un programa para un Panamá diferente, basado en la justicia social, la democracia participativa, la independencia nacional, la soberanía alimentaria, el proteccionismo, el fomento del empleo con un gran plan de obras públicas, el respeto a los derechos de los pueblos originarios, los afrodescendientes, las mujeres, los grupos LGBTi, etc.

Paralelamente a esa unidad popular, que incluye a todos los sectores, incluso a los que aún tienen ilusiones con la democracia burguesa y el capitalismo, se requiere la unidad de quienes sabemos que el sistema capitalista es el problema, de quienes sabemos que el deber histórico pasa por construir una organización y un programa para luchar, no por la utopía, sino por la única alternativa realista: el socialismo.

Al margen de las dudas, las incógnitas sin respuestas, las incertidumbres, los revolucionarios socialistas deberíamos dar ejemplo de unidad, para empezar. Y hasta ahora no es así.

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