Por João Pedro Stedile, miembro de la Coordinación Nacional del MST y de la Vía Campesina Brasil.

(Revista Caros Amigos, Sao Paulo, enero de 2009).(Traducción ALAI)

En enero de 1984, había un proceso de reascenso del movimiento de masas en Brasil. La clase trabajadora estaba reorganizándose, acumulando fuerzas orgánicas. Los partidos clandestinos ya estaban en la calle, como el Partido Comunista Brasileño (PCB), el Partido Comunista del Brasil (PCdoB), etc. Habíamos conquistado una amnistía parcial, pero la mayoría de los exiliados habían regresado.

Ya se habían conformado el Partido de los Trabajadores (PT) y la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y el Congreso Nacional de las Clases Trabajadoras (CONCLAT), impulsada por los comunistas que más tarde se fundió en la CUT. Amplios sectores de las iglesias cristianas ampliaban su trabajo de hormiguita, para ir generando consciencia y núcleos de base en defensa de los pobres, inspirados por la teología de la liberación. Había entusiasmo en todo lado, porque la dictadura estaba siendo derrotada y la clase trabajadora brasileña, a la ofensiva; luchando y organizándose.

Los campesinos en el medio rural vivían el mismo clima y la misma ofensiva. Entre 1979 y 1984 se realizaron decenas de ocupaciones de tierra en todo el país. Los posseiros (1), los sin tierra, los asalariados rurales, perdieron el miedo. Y fueron a la lucha. Ya no querían migrar más a la ciudad como bueyes que marchan al matadero (en la expresión de nuestro recordado poeta uruguayo Zitarroza).

Fruto de todo eso, nos reunimos en Cascabel, en enero de 1984, estimulados por el trabajo pastoral de la CPT (Comisión Pastoral de la Tierra), líderes de luchas por la tierra de dieciséis estados brasileños. Y allá, después de 5 días de debates, discusiones, reflexiones colectivas, fundamos el MST: el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra.

Nuestros objetivos eran claros. Organizar un movimiento de masas a nivel nacional, que pueda concienciar a los campesinos para que luchen por tierra, por reforma agraria (implicando cambios más amplios en la agricultura) y por una sociedad más justa e igualitaria. Queríamos, en fin, combatir la pobreza y la desigualdad social. Y la causa principal de esa situación en el campo era la concentración de la propiedad de la tierra, conocida como latifundio.

No teníamos la menor idea de si eso era posible. Ni cuanto tiempo llevaríamos en busca de nuestros objetivos.

Han pasado 25 años. Mucho tiempo. Fueron años de muchas movilizaciones, muchas luchas y de una obstinación constante, de siempre luchar y movilizarnos contra el latifundio.

Pagamos caro por esa obstinación. Durante el gobierno Collor fuimos duramente reprimidos, con la instalación inclusive de un departamento especializado en sin tierra en la Policía Federal. Después, con la victoria del neoliberalismo del gobierno de Fernando Henrique Cardoso, hubo luz verde para que los latifundistas y sus policías provinciales ataquen al movimiento. Y tuvimos en poco tiempo dos masacres: Corumbiara y Carajás. A lo largo de esos años, cientos de trabajadores rurales pagaron con su propia vida, por el sueño de la tierra libre.

Pero seguimos la lucha.

Frenamos al neoliberalismo eligiendo el gobierno Lula. Teníamos esperanza de que la victoria electoral pudiese desencadenar un nuevo reascenso del movimiento de masas y que, con eso, la reforma agraria tendría más fuerza para ser implementada. No hubo reforma agraria durante el gobierno Lula. Al contrario, las fuerzas del capital internacional y financiero, a través de sus empresas transnacionales, ampliaron su control sobre la agricultura brasileña. Hoy, la mayor parte de nuestras riquezas, producción y distribución de mercancías agrícolas está bajo control de las empresas transnacionales. Ellas se aliaron con los hacendados capitalistas y produjeron el modelo de explotación del agro-negocio. Muchos de sus portavoces se apresuraron a preanunciar en las columnas de los grandes periódicos de la burguesía que el MST se acabaría. Equívoco engaño.

La hegemonía del capital financiero y de las transnacionales sobre la agricultura, no consiguió, felizmente, acabar con el MST. Por un solo motivo: el agro-negocio no presenta solución alguna para los problemas de los millones de pobres que viven en el medio rural. Y el MST es la expresión de la voluntad de liberación de esos pobres.

La lucha por la reforma agraria que antes se basaba sólo en la ocupación de tierras del latifundio, ahora se presenta más compleja. Tenemos que luchar contra el capital. Contra la dominación de las empresas transnacionales. Y la reforma agraria dejó de ser aquella medida clásica: expropiar grandes latifundios y distribuirlos en lotes a los

pobres campesinos. Ahora, los cambios en el campo, para combatir la pobreza, la desigualdad y la concentración de riquezas, dependen de cambios no sólo de la propiedad de la tierra, sino también del modelo de producción. Ahora, los enemigos son también las empresas internacionalizadas, que dominan los mercados mundiales. Significa también que los campesinos dependerán cada vez más de las alianzas con los trabajadores de la ciudad para poder avanzar en sus conquistas.

Felizmente, el MST adquirió experiencia en estos 25 años. Sabiduría necesaria para desarrollar nuevos métodos, nuevas formas de lucha de masa, que puedan resolver los problemas del pueblo.

Nota

(1) Campesinos que tienen posesiones precarias de tierra, sobre todo en la Amazonía, que, sin embargo, no tienen títulos de propiedad.

Hemeroteca

Archivo