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Por Olmedo Beluche

En materia de Historia, la distinción entre objetividad científica y opinión política del historiador, siempre ha sido una relación problemática. En esto hay dos extremos opuestos a evitar: 1. El relativismo, que pretende que la objetividad no existe en el quehacer del historiador porque todas las interpretaciones que se hagan de un hecho siempre estarán sujetas a la opinión de quien hace historia, ya que en el fondo no hay en la Historia humana ninguna regularidad o ley, porque cada acontecimiento es un hecho singular; 2. La “neutralidad valorativa”, tan preciada del positivismo y su heredero norteamericano, el estructural funcionalismo, que pretende que el científico social o historiador es capaz de desprenderse por completo de sus juicios de valor y opiniones personales, para ser tan objetivo como el biólogo que destripa al sapo para analizar sus órganos internos.

Ni lo uno, ni lo otro. En Ciencias Sociales y en Historia, es posible tener opiniones o valoraciones personales, que incluso pueden trascender la interpretación de un acontecimiento y, a la vez, ser completamente objetivo respecto a la descripción de los hechos. La objetividad, piedra angular de la ciencia moderna, tiene como requisito captar y describir con precisión la realidad. Si nos mantenemos fieles a ese criterio de objetividad, aunque choque con nuestras creencias, valores y opiniones, es posible hacer aportes significativos al análisis de los hechos sociales o históricos que sirvan incluso a quienes no comparten nuestras opiniones políticas.

Es como el astrofísico que cree en Dios. Mientras su fe no afecte los resultados de sus investigaciones y en ellas se mantenga objetivo, no hay problema. Una regla de oro de la epistemología, es distinguir entre “el ser” y el “deber ser”. En Historia interesa el “el ser”, o “lo que fue”, no lo “que debía ser”.

En el mismo sentido, me parece repudiable el voluntarismo político que pretende disfrazar de sólo virtudes a los próceres de la Independencia hispanoamericana para que sirvan de modelo a nuestros pueblos, mientras se desfiguran sus rasgos reales, sus debilidades personales, sus limitaciones y compromiso de clase que son los que explican el curso que en verdad siguieron los acontecimientos. Acto de falsificación que no pocas veces se hace en nombre del marxismo. Resultando que, en ocasiones, tenemos historiadores reputados de “marxistas”, pero cuya obra no sirve para nada, pues la realidad ha sido suplantada por una caricatura. Ya se sabe que “de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”. Por el contrario, a veces encontramos historiadores de derechas, con un claro desprecio hacia el pueblo, pero con un apego a los hechos, que su trabajo es la mejor fotografía que podamos encontrar.  

Esta opinión no cuestiona que debamos proponer a nuestros pueblos del siglo XXI levantar las banderas de independencia nacional y unidad bolivariana, incluso teniendo a ese próceres como antecesores, pero sin falsear la realidad de los hechos. Al menos desde el Imperio Romano, las clases dominantes se han servido del mito como instrumento de dominación ideológica. Pero para el tipo de profundas transformaciones sociales a los que aspiramos los socialistas, “la verdad es la que nos hará libres”, no el mito y la falsificación.

Para comprender cabalmente la historia de la independencia de Venezuela, es muy útil un libro como “Historia de la rebelión popular de 1814”, de Juan Uslar Pietri, un hombre de evidentes opiniones conservadoras. El trasfondo personal del libro de Uslar Pietri es el culpar por irresponsables a los próceres mantuanos (la élite criolla de Caracas) y a sus jacobinos de la Sociedad Patriótica (como Miranda y Bolívar) por echar a perder la primera y la segunda repúblicas al despertar el monstruo dormido de las aspiraciones igualitaristas de la masa del pueblo (las castas), de esclavos negros. Esa es la valoración personal de Uslar Pietri, con la que obviamente no estamos de acuerdo. Pero lo que es invaluable en el libro es la descripción social y política del momento, la evolución y las etapas de cada coyuntura y de cada clase social. Salvando las distancias, esa descripción es tan brillante como la usada por Marx en “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” (juicio personal y subjetivo).

Recordemos que en Venezuela, como en casi toda Hispanoamérica, la Independencia tuvo dos momentos: en 1810, cuando los criollos asumen el gobierno local mediante Juntas que desplazaron a las autoridades coloniales, pero esas Juntas no declararon la Independencia, sino lealtad al Rey Fernando VII; y otro en 1811, cuando el proceso se radicaliza y, entonces sí se declara la Independencia absoluta y se crean instituciones republicanas sin la tutela española.

El año que va entre uno y otro momento está marcado por crecientes contradicciones entre los diversos bandos políticos. Cuando se crearon las primeras Juntas de gobierno en cada gran ciudad, las que asumieron el poder pero jurando lealtad a la persona del rey Fernando VII, preso por Napoleón, se desarrolló un proceso que va profundizando las contradicciones entre la élite criolla que asumió el poder y los realistas que aspiraban a mantener la situación pretérita controlada por los virreyes y demás autoridades coloniales, y a lo interno del campo criollo, entre los criollos moderados y un ala radical conformada por capas medias que aspiraban a la independencia completa y al sistema republicano. Entre todos ellos gravitaba el pueblo, compuesto por mestizos, indígenas y esclavos negros (las castas), al principio marginadas del proceso y luego involucrándose cada vez más en busca de la verdadera igualdad y libertad para sí mismos.

En Caracas la primera fase se inicia el 19 de abril de 1810, cuando asume la primera Junta de Gobierno y se establece un Congreso. La descripción que hace Uslar Pietri del grupo que asume el poder es muy precisa: “ricos terratenientes en su mayor parte y por lo tanto timoratos e indecisos”. Y sigue: “El grupo que efectuó indirectamente el 19 de abril no fue, a excepción de un puñado de revoltosos, un grupo revolucionario. Ni mucho menos. Era un conjunto de hombres moderados, a los que el porvenir de sus negocios no convenía el monopolio económico de esa España decadente y atrasada de la cual eran vasallos obligados. Querían la independencia de la patria mientras esa independencia no significara, en manera alguna, lesión de los intereses por los cuales efectuaban semejante movimiento. Es decir, ni guerra con España ni trastornos internos”.

Más adelante precisa que se trata de grandes propietarios (de tierras) y comerciantes ligados a la producción nacional. Es el grupo que condenó a Francisco de Miranda en sus primeras intentonas independentistas. Este grupo o clase “quiere independencia sin guerra, y libertad con pueblo esclavo y sumiso”.

Por otro lado estaban los realistas, “compuesto por los empleados españoles y criollos de los distintos ramos administrativos; por los hacendados españoles y por el enjambre de pequeños comerciantes, canarios en su mayoría, que deseaban ardientemente la vuelta al viejo régimen”.

Luego tenemos a los “jacobinos”, “compuesto en su mayor parte por jóvenes pertenecientes a la clase media o a la nobleza. Estos últimos, ricos herederos como los Bolívar o los Ribas, impregnados de la filosofía revolucionaria francesa y plenos de idealismo nacional, a quienes nada les importa perder posesiones y fortunas…”.

El cuarto grupo o clase (no usa este concepto don Uslar): “el pueblo, libres y esclavos, negros y mestizos, formando en un 95 por 100 lo que en aquellas épocas se denominada “las castas””. Y agrega un juicio de valor, hablando de este grupo: “No tiene noción de lo que puede ser la patria, la familia o la religión... Ven al blanco con el odio intenso de la inferioridad forzada”.

Posterior al 19 de abril, retorna a Caracas Francisco de Miranda, procedente de su exilio inglés, y propone junto a Francisco Espejo la creación de un “Club” (lo que hoy llamaríamos partido político) “donde los ciudadanos se reunieran para discutir cuestiones de interés general”. Ese “club” pasó a llamarse la “Sociedad Patriótica”, y en él confluyeron los sectores más radicalizados de la juventud de Caracas, quienes aspiraban a una ruptura completa con España y a un régimen republicano. Entre ellos estaba el joven Simón Bolívar.

La Sociedad Patriótica pronto confrontaría a los sectores moderados (“timoratos”) de la nobleza mantuana que controlaban la Junta de Caracas y el Congreso. “…la primera arma que esgrime Miranda es explotar el odio de la gente de color y exaltar los rencores escondidos bajo la opresión. Sus discursos y proclamas de igualdad y libertad han de ser los primeros martillazos a la cadena que ha reventar en 1814 ocasionando la gran rebelión popular y sepultando, sin quererlo él, toda la organización de los blancos, la República y trescientos años de colonialismo sostenido”, dice don Uslar.

Y agrega: “Bien es sabido que generalmente los que inician las revoluciones acaban por ser devorados por ellas, pues aquellos que al principio surgen como agitadores al fin terminan como moderados… ninguno de los miembros de la Sociedad Patriótica llegó a ser, en su momento oportuno, jefe de la rebelión popular” (de 1814).

Juan Uslar Pietri, con palabras cargadas con cierto rencor, que dejan ver su pensamiento íntimo, pero a la vez con una lucidez prístina, describe los grandes acontecimientos que se anunciaban en ese interregno de 1810-1811:

“El Congreso temía. Temía que la libertad pura, virginiana, que tanto deseaba se empezase a corromper merced a las gestiones demagógicas de la Sociedad Patriótica. Temía que una libertad popular, “sans-cullote”, sería una exposición constante de sus más caros intereses… aquellos revolucionarios de la Sociedad Patriótica, pertenecientes en su mayoría a la nobleza o a la burguesía y ligados por lazos familiares al grupo de los “timoratos”, no se deban cuenta de lo que estaban haciendo… no medían la catástrofe… con sus vociferaciones demagógicas, pedían las libertades rousseaunianas para los esclavos que llenaban sus haciendas… No podían imaginarse que aquellos mismos esclavos siguiendo los emblemas revolucionarios de Andresote, de José Leonardo Chirino y del Negro Miguel, guiados por capataces, pulperos y contrabandistas… fueran…, en un arrebato de furor igualitario, a asesinar a sus mujeres, a sus hijos y a ellos mismos, sembrando por todas partes la ruina y la desolación al propio tiempo que la libertad social”.

De manera que entre 1810 y 1811 se empezó a producir una situación de dualidad de poder en Caracas, entre la Sociedad Patriótica y el Congreso. La agitación del club jacobino caraqueño llegó a un primer clímax durante los festejos del primer aniversario del 19 de Abril, cuando salieron a la calle en manifestaciones levantando sus demandas de radicalización del proceso e independencia.

Entre abril y julio la situación escala más, dadas diversas conspiraciones de los realistas en Guayana, en Coro y en la propia Caracas, las cuales colocan al Congreso en la disyuntiva de avanzar hacia la completa independencia o sucumbir. Los timoratos quedan aplastados entre la conspiración realista y la Sociedad Patriótica, a la que acusan de querer constituirse en un congreso paralelo. Simón Bolívar responde en un afamado discurso, el 3 ó 4 de julio de 1811:

“No es que hay dos Congresos. ¿Cómo fomentarán el cisma los que conocen más la necesidad de la unión? Lo que queremos es que esa unión sea efectiva y para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad; unirnos para reposar, para dormir en los brazos de la apatía, ayer fue mengua, hoy es una traición. Se discute en el Congreso Nacional lo que debería estar decidido. ¿Y qué dicen? Que debemos comenzar por una confederación, como si todos no estuviésemos confederados contra la tiranía extranjera. Que debemos atender a los resultados de la política de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Qué los grandes proyectos deben esperase con calma! Trescientos años de calma ¿no bastan? La Junta Patriótica (la Sociedad Patriótica) respeta, como debe, al Congreso de la nación, pero el Congreso debe oír a la Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad sudamericana: vacilar es perdernos”.

Así, presionado por la Sociedad Patriótica y el pueblo de Caracas movilizado por ésta, el Congreso convoca para el 5 de julio una sesión para abordar el tema de la declaración de Independencia. “Desde temprano la ciudad está despierta y el pueblo, al igual que la juventud revolucionaria, ocupa las puertas y tribunas de la Capilla. Cuando van entrando los diputados a ocupar sus puestos amenazan de muerte a los moderados”, dice Juan Uslar.

Pese a que el diputado Felipe Paúl propuso una ley previa contra el “libertinaje” y Antonio N. Briceño el voto secreto, la presión de la masa popular pudo más y todos, salvo el Padre Maya (de La Grita) votaron a favor de la Independencia definitiva. El pueblo se lanzó a la calle a festejar y enarboló la bandera diseñada por Miranda, mientras despedazaba el emblema español y los cuadros de Fernando VII.

Cita Uslar a José D. Díaz, un compungido timorato: “Aquellos pelotones de hombres de la revolución, negros, mulatos, blancos, españoles y americanos, corrían de una plaza a otra, en donde oradores energúmenos incitaban al populacho al desenfreno y a la licencia. Mientras tanto, todos los hombres honrados, ocultos en sus casas, apenas osaban ver desde sus ventanas entreabiertas a los que pasaban por sus calles…”.

El asunto recién empezaba. Por un lado, un grupo de “pardos” de Caracas, dirigidos por Fernando Galindo, fue arrestado cuando intentaban organizarse bajo una proclama de “libertad e igualdad ilimitadas”, quienes a demás tenían a Miranda por inspirador. Por otro lado, el bando realista realizó una fallida insurrección en Los Teques, el 11 de julio, bajo el grito: “viva el Rey y mueran los traidores”. El elemento nuevo e interesante es que estos realistas prometieron la libertad a los esclavos que se sumaran a su revuelta.

La insurrección de Los Teques fracasó, pero los realistas en Valencia tuvieron éxito insurreccionando “a todos los negros de los alrededores, dictando proclamas igualitarias y reivindicaciones sociales, dando libertad a los esclavos y la igualdad a los pardos”. Más adelante agrega Uslar: “La situación de Valencia, más que grave era interesante, pues por primera vez se usaba a “las castas” para organizar un movimiento popular y darle todo el empuje necesario.

Ironías de la historia, el programa social más radical en esta coyuntura, fue levantado por el bando realista. La actitud del Bando republicano, encabezado por los “timoratos”, fue la contraria. El 28 de julio se emitió un decreto mediante el cual se organizaban patrullas para “la aprehensión de esclavos fugitivos”, las cuales “… harán que se guarde el debido orden en esta parte de nuestra población destinada a la cultura de las tierras… La esclavitud honrada y laboriosa nada debe temer de estas medidas de economía y seguridad, con que el Gobierno procura el bien de los habitantes del país. ” Con esos dos actos opuestos había quedado derrotada la Primera República. Era cuestión de tiempo.

Frente al levantamiento en Valencia, el gobierno de los timoratos actuó con lentitud y nombró al incompetente Marqués del Toro para aplastar la insurrección. Labor en la que falló por completo, teniendo que aceptar la Junta la presión del ala radical para que nombrase a Francisco Miranda, el cual decididamente toma la ciudad insurrecta y derrota a los realistas. Miranda como jefe del ejército pide permiso al Congreso para marchar sobre Coro, donde se gestaba una contraofensiva realista. Pero los mantuanos, temerosos del poder que adquiría Miranda y la Sociedad Patriótica, le monta un expediente y le exige volver a Caracas, donde su ejército rápidamente es licenciado.

La nueva República gana tiempo, gracias a la victoria de Miranda en Valencia, pero estos meses son desperdiciados en la continuidad de las disputas entre timoratos y radicales, y en medidas completamente impopulares, como la emisión de papel moneda sin respaldo, lo cual produjo una inflación de hasta un 1,000% en ciertos productos y la desconfianza generalizada de la población. El clero, antes medio imparcial, ahora pasó a la conspiración abierta ante una ley del Congreso que proponía someter los curas a la justicia ordinaria.

La guinda del helado vino a ponerla un “castigo divino”: el terremoto del 26 de marzo de 1812, que redujo a escombros gran parte de Caracas y La Guaira. Para colmo, esto sucedió un Jueves Santo, igual que el 19 de Abril, que también había sido Jueves Santo. El presagio estaba dado y el clero los usó para movilizar a los ignorantes contra la República. Uslar cita a un cura dominico que pregonaba: “aquel espantoso sacudimiento era un castigo visible del cielo por haber desconocido al que estaba destinado por Dios para gobernar estos pueblos, y que habiendo concedido dos años para el arrepentimiento continuaban en su pecado”.

La situación estaba madura para el contraataque realista. El general Monteverde inicia su marcha logrando al principio apoyo campesino y poca resistencia. Frente a la amenaza, la Junta recurre nuevamente a Miranda y lo nombra Dictador. En San Mateo, Miranda logra derrotar a Monteverde y detiene su marcha, pero no es una derrota total. Miranda terminó de enajenarse a los mantuanos con un decreto por el cual reclutaba forzosamente a los esclavos de las haciendas para el ejército, pese a que el decreto fue un fracaso, a decir de Uslar Pietri, porque los esclavos “no es que no amasen su libertad, sino que la creían una red ofrecida por los que habían sido sus señores, y la preferían recibirla del isleño popular (los canarios), que se rozaba con ellos, y vivía entre ellos, y con ellos trabajaba la tierra”.

Para colmo, Puerto Cabello, donde estaba el parque de municiones de la República, que había sido puesta al mando de Simón Bolívar y José F. Ribas cayó en manos enemigas producto de un descuido de estos dos, que dejaron el cuartel al mando del traidor Vinoni, mientras iban a la boda del propio Ribas. “Mientras… en el interior del país se levantaban montoneras armadas de esclavos insurrectos que iban por los campos y haciendas de Barlovento saqueando y matando blancos con el fin determinado de dirigirse a Caracas… a establecer un Gobierno popular dirigido por los negros… Esta insurrección provocada por un grupo de blancos realistas que,… Sólo cuando toda aquella masa formidable de esclavos, sedientos de las más esenciales libertades humanas, comienza a matar a todo ser que tenga rostro blanco y a incendiar todo lo que encuentra, tanto patriota como realista, es que vienen a comprender el gran daño que han realizado…”.

Llegada la insurrección a los límites de Caracas, la única forma que encontró la Junta para contenerla fue el envío del cura Pedro Echezuría, el cual convenció a los sublevados de no avanzar sobre Caracas, esperando que se resolviera el problema de si finalmente gobernarían los realistas o republicanos, pero no los pudo convencer de que retornaran a sus pueblos. Quedando la situación en un equilibrio inestable. “Los negros, que no habían retrocedido ante nada, fueron contenidos por el crucifijo”.

Se había despertado el gigante dormido y éste no se detendría hasta 1814. La revolución social, más profunda, arrasaría la tímida y vacilante revolución política de la Primera República. Mientras los negros insurrectos avanzaban por Curiepe, Capaya, Guapo y se acercaban a La Guaria, todos los que tenían algo que perder, empezaron a forzar un armisticio entre Monteverde y Miranda. El armisticio se firmó el 25 de julio de 1812, en San Mateo, y constituyó una capitulación completa de la República, firmada por Francisco de Miranda, por la cual se formaliza la entrega de Caracas al ejército realista y el licenciamiento del ejército republicano.

Juan Uslar exculpa de la situación a Francisco de Miranda: “Lo que sucede es que, para ganar batallas es necesario, antes que todo, ser buen general, contar con el apoyo nacional y luchar por una causa popular. Y a Miranda le faltaban estos dos últimos factores”.

Pero no deja lugar a dudas que, tanto mantuanos como realistas comprendían que tenían intereses en común frente a la sublevación de las castas, ya que es el propio Miranda quien desarma a los batallones de pardos que se negaron a aceptar el armisticio de San Mateo y que pretendían unirse a los sublevados de Barlovento para marchar juntos a Caracas. Sobre ese desarme de los pardos, fue que pudo Monteverde pasar a ocupar Caracas. Inclusive, se dice que Francisco Espejo, fundador junto a Francisco de Miranda de la Sociedad Patriótica exclamó, ante la llegada de Monteverde: “Gracias al cielo de volver bajo la dominación de los dueños legítimos”. Lo que no le sirvió para evitar ir a dar a la cárcel por sus delitos contra la Monarquía.

El propio Miranda sufrió el escarnio de la derrota porque se dirigió a La Guaira con intención embarcarse en el buque inglés “Sphir”, pero fue arrestado por Casas, Simón Bolívar y Peña. Usla Pietri insinúa que la actitud de Bolívar pudo ser para “congraciarse con las autoridades españolas”. Más adelante explica: “Bolívar estaba desagradado por la actitud de Miranda de no ratificar, como era lo convenido, el pacto de San Mateo, dejando la capitulación inconclusa, tomando el primer barco que se encontraba en el puerto, sin esperar al enemigo y entregarle la capital, abandonando todo, dando la sensación de huída”.

La Primera República había muerto, ahogada en sus propias contradicciones, pero la breve “restauración” encabezada por Monteverde sería efímera, pues ya era imposible retroceder los hechos a 1809. No le ayudó la represión generalizada que lanzó contra los mantuanos, ni la inestabilidad económica que continuó, ni mucho menos, el no cumplirle a “las castas” las promesas realistas de libertad e igualdad. “El Gobierno no podía hacer efectivas esas aspiraciones de los negros, porque de hecho hubiera sido ocasionar una revolución en los medios de producción, una revolución económica ésta que habría perjudicado a las demás colonias españolas e inglesas trastornando las bases de la sociedad colonial”, sentencia Juan Uslar Pietri.

El intento de los insurgentes de tomar La Guaira, mal armados de palos y machetes, fue rápidamente aplastado por el ejército realista. Pero la insurrección esclava, negra y parda, recién empezaba. Aún faltaría el fracaso del Gobierno de Monteverde, la Campaña Admirable de Bolívar, la restauración de la República y la nueva insurrección popular salida de los Llanos y encabezada por el canario Tomás Boves. Pero eso es otra cosa.

En realidad Simón Bolívar sólo incorporaría, parcialmente, las demandas sociales y políticas de los esclavos negros, al retornar de su exilio antillano, y decretar la libertad de los esclavos que se sumaran al ejército libertador. Factor decisivo que le ayudó a derrotar a los realistas a partir de 1818 en adelante. Pero los que se mantuvieron como mano de obra en las haciendas siguieron bajo el sistema esclavista heredado del período colonial. En Colombia la esclavitud continuaría siendo una institución legal, aunque en decadencia, hasta 1851.

Uno no puede dejar de admirar cierto paralelismo, en la misma época, de la situación de Venezuela y la Nueva Granada, entre Francisco de Miranda y Antonio Nariño, entre el Congreso Nacional de Caracas y el Congreso Federal encabezado por Camilo Torres en Colombia. La época de “la Patria Boba”.

Bibliografia:

   1. Bolívar, Simón. Doctrina del Libertador. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1985.

   2. Uslar Pietri, Juan. Historia de la rebelión popular de 1814. EDIME. Caracas – Madrid, 1962.

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