Piotr Kropotkin (1842-1921)

Por Rodrigo Quesada[1]

El príncipe Piotr Alexéievich Kropotkin, nació en Rusia en 1842 y murió en 1921. Bien puede tratarse de uno de los pensadores, científicos y revolucionarios más connotados de la segunda parte del siglo XIX, y de la primera del XX; no sólo en su país, sino también en Europa y el resto del mundo. Lo que lo ha hecho tan atractivo para mucha gente, es que, durante décadas, varias de sus investigaciones científicas como geólogo y geógrafo, reportes de sus viajes, algunos de sus escritos y datos biográficos estuvieron ocultos, o fueron, al menos, distorsionados, para el público en general, por razones que nada tienen que ver con la simple nobleza del silencio de la historia. La sabiduría de esta última es insondable, y de manera efectiva tiende a volver invisible, lo que puede perturbar el trayecto normal de aquello que las personas interesadas, o las sociedades en general, aceptan como sentido común, o como parte de la vida cotidiana.

Kropotkin era un príncipe, con todo lo que ello implicaba. Su familia formaba parte de lo más selecto de la aristocracia rusa, y estaba íntimamente relacionada con la monarquía de los Romanov, que estuvo al frente de ese inmenso país durante trescientos años. De esta forma, a simple vista, pareciera carecer de lógica, que un aristócrata terminara vagando por los desolados yermos de Siberia, o diera tumbos en las cárceles rusas y europeas, simplemente porque sus ideas y emociones estaban con la clase trabajadora y los desheredados en general. Su renuncia al bienestar, las comodidades, la riqueza y la buena vida que podía proporcionarle el círculo aristocrático cercano al zar, en ningún momento debe ser asumida como una pose sacrificial, similar al gesto caritativo del rico arrepentido, antes bien que a la verdadera solidaridad, sustentada en un humanismo de profundas raíces clasistas.

Con frecuencia, de nuevo, la historia registra el caso de grandes revolucionarios, hombres y mujeres portadores de un rico abanico de simpatías hacia la clase trabajadora, sin que, necesariamente, sus raíces hayan sido sembradas ahí. Y está el caso, también, de aquel o aquella, que se entregan por completo a su servicio. Kropotkin fue uno de ellos. Pero la lista puede ser interminable, pues registra nombres tan ilustres como el de Karl Marx (1818-1883), Frederick Engels (1820-1895), Mikhail Bakunin (1814-1876), León Tolstoi (1828-1910), Rosa Luxemburgo (1871-1919), Alejandra Kollontai (1872-1952), Emma Goldman (1869-1940), Voltairine de Cleyre (1866-1912), León Trotsky (1879-1940) Simón Bolívar (1783-1830), José de San Martín (1778-1850) y muchos otros que, no sin contradicciones evidentes, pueden alegar en favor de sus orígenes obreros o campesinos. La educación, en estos casos, ha jugado el papel de un decodificador excepcional. El acceso al aula universitaria, a la gran biblioteca, al archivo bien abastecido, o al profesor erudito y comunicativo, hacen la diferencia con el proletario, o el campesino que tiene que partirse la espalda, a veces, hasta por doce horas diarias y el cual, con serias dificultades, dispone de tiempo para comer.    

Son estos ingredientes, entre otros, los que han provocado un acercamiento bastante ambiguo, de parte de ciertos intelectuales y políticos, hacia la figura de Pedro Kropotkin. Y ni qué decir del antiguo régimen soviético. En 1974, por ejemplo, de su espléndida autobiografía, se extrajo la historia de su espectacular fuga de la infame prisión de Pedro y Pablo, donde estuvo encerrado en solitario durante dos años, y se realizó una historia para niños, de la cual se publicaron (en la vieja Unión Soviética) unos setecientos cincuenta mil ejemplares. Pero las ácidas críticas de Kropotkin hacia los bolcheviques y su estado centralizado, le generaron unas simpatías bamboleantes de parte de algunos sectores del régimen soviético, proclives hacia el control policíaco de la producción académica y artística.

No debería sorprender entonces que, Kropotkin, como muchos de los otros creadores que se han mencionado, haya sido “invisibilizado” durante largos períodos. Aún así, hay acciones y contribuciones en favor de la humanidad que, por más esfuerzos que hagan las maquinarias estatales, en cualquier parte del mundo, siempre terminan por aflorar para gloria y satisfacción de los seres humanos que todavía creen en las utopías y en las posibilidades de un futuro mejor. El heroico enfrentamiento de Kropotkin contra el mastodonte estatal del zarismo en Rusia, basta para recordarlo como uno de los grandes pensadores del tránsito entre el siglo XIX y el XX. Porque ese tránsito, precisamente, le permitió vivir una de las experiencias revolucionarias más enriquecedoras de todos los tiempos. La vida de Kropotkin transcurrió a todo lo largo de las líneas maestras que condicionaron el auge y la caída del imperio de los Romanov. En un gigantesco país de campesinos como Rusia, en ese momento, con grandes extensiones de su geografía, todavía desconocidas en la segunda mitad del siglo XIX, sujeto de una revolución industrial, mayormente, inducida desde afuera, por capital alemán, francés, japonés e inglés, y que arrastraba un legado medieval, del cual ya se habían despojado Inglaterra en el siglo XVII y Francia en el siglo XVIII, las vivencias de Kropotkin en su mansión principesca, reunían toda la parafernalia y los rituales de la heredad enormemente enriquecida, propietaria de grandes fincas pero, sobre todo, dueña de las vidas de miles de personas, que no imaginaban la posibilidad de una existencia diferente.

Puede ser cierto que la vida de Kropotkin en la mansión de sus padres, no haya sido la misma que exhiben los ricos personajes de la cabaña del Tío Tom, pero las relaciones de servidumbre reposaban sobre el mismo entramado: un sistema económico que aprovechaba sus excoriaciones históricas más lamentables, para crecer y expandirse sin límites de ninguna especie. No podía haber contradicción más indescifrable que la presencia de la esclavitud o de la servidumbre en el régimen capitalista, pero, se trataba de una contradicción que rendía jugosos réditos a familias como las aristocráticas en Rusia y el sur de los Estados Unidos. Una contradicción que solo sangrientas y crueles revoluciones han podido, parcialmente, resolver. Y Kropotkin vivió todo eso. Vivió las glorias y quebrantos de sus padres, la muerte de su madre, la llegada de una madrastra, la intensa actividad cotidiana de la familia, la cual vivía del trabajo de mil doscientos siervos, la atención de varias fincas en diferentes partes de Rusia, el trasiego de peones y campesinos para alimentar a los habitantes de una mansión que costaba, endiabladamente, mantener caliente en los feroces inviernos rusos.

Disfrutó también de tiernas, leales y cálidas relaciones con su hermano Alexander, a quien amó con profundo poder fraternal, hasta el final de sus días. Los bailes, las comilonas, el intenso movimiento de la llegada y de la partida de cientos de invitados, la práctica de la cacería, tan denunciada por Turguenev, el ir y venir de coches, trineos y cabriolés, los juegos de los niños que, raramente, eran considerados personas; todo esto formó parte de un escenario al que Kropotkin recordaría con nostalgia, pero jamás con remordimiento. De su mano, en su deliciosa autobiografía, entramos en el mundo privado, lleno de frustraciones, sueños y anhelos de los siervos de su casa, con los cuales hizo amistad rápidamente, siendo todavía un adolescente. Muchas de estas amistades, perdurarían a todo lo largo de su juventud. ¡Cómo aprendió Kropotkin, durante esos años!

No fue solamente un aprendizaje académico, repleto de libros, tutores, instrumentos matemáticos, o idiomas extranjeros, sino un aprendizaje en el que la realidad cotidiana tuvo mucho que ver. La presencia de ayas, matronas, cocineros, leñadores, y trabajadores de toda estirpe, le enriquecieron la existencia de forma irreversible, con leyendas, cuentos, consejas y otras especies de cultura popular, de tal profundidad y enraizamiento, que Kropotkin, a lo largo de su vida, en los peores momentos de sus encierros en Siberia, Rusia y Francia, las recordará entrañablemente. Pero hizo lo mismo con sus tutores. Aquellos dedicados a enseñarle idiomas, matemáticas, geografía y otras disciplinas, son también rememorados por él con ternura y gratitud. Las dificultades del príncipe, para ser aceptado en el círculo interior del zarismo, estuvieron menos relacionadas con su capacidad de aprendizaje que con sus ideas más profundas, y sus simpatías políticas menos evidentes. Porque, a pesar de un posible diseño previo de su existencia, producto de la supuesta procedencia de clase, la cual se metía hasta los resquicios más íntimos de la existencia vocacional de los jóvenes aristocráticos, cuyo destino era servir sin contemplaciones al zarismo, el príncipe Kropotkin empezó, en su juventud temprana, a relacionarse con gente que no obedecía ciegamente tales condicionamientos.

Entre la inactividad militar y la pasividad administrativa del cuerpo de pajes del zarismo, al cual estaba destinado el príncipe Kropotkin, y la vida excitante, llena de aventuras y retos del viajero, del explorador científico, él escogió esta última. Una escogencia que, para algunos, sólo es el indicio de una evasión inconsciente, nada culposa, ante los llamados perentorios de sus orígenes de clase. Mientras que para otros, es solamente la incitación aprensiva de una vocación científica que lo llevará a realizar, algunos de los mejores trabajos de geografía física y geología de principios del siglo XX, en Finlandia, Siberia y partes extremas de Asia oriental. Su amplio manejo de varios idiomas europeos, sus conocimientos matemáticos, y sus investigaciones geográficas lo pusieron en contacto con las sociedades científicas más prestigiosas del momento.

Fue la geografía, precisamente, la que le facilitó el contacto con la gente. En el levantamiento de mapas, y en las detalladas y comprensivas descripciones geográficas de Siberia, así como de algunos de los ríos y montañas de Finlandia, el príncipe Kropotkin entabló amistades, hizo amigos inolvidables, y se vio involucrado en hechos y accidentes que perfilarían con agudeza su vulnerabilidad política y social. La vida del explorador científico estaba más en relación con sus aspiraciones antropológicas, que con sus posibles coqueteos con el frívolo militarismo del cuerpo de pajes del zarismo. De hecho, en varias ocasiones le había confesado a su querido hermano Alexander, que la carrera militar no le llamaba la atención para nada.

No es extraño, entonces, que alguien haya pensado alguna vez, que el príncipe Kropotkin era una especie de “revolucionario converso”, quien tuvo que esperar el toque mágico de la ciencia para darse cuenta de que el futuro de la humanidad estaba en manos de los trabajadores, y no de los grandes propietarios u hombres de negocios. Tales conversiones solo pueden producir desconfianza, en el corazón y la cabeza de quien cree que los escenarios revolucionarios de la Europa decimonónica deberían ser tomados en cuenta, como ingredientes ineludibles en el desarrollo de la consciencia de un hombre verdaderamente bueno. Ese cruce de bondad, lucidez e inteligencia, con vectores sociales realmente conflictivos, como aquellos que estaba viviendo Europa, durante los años cuarenta del siglo XIX, remonta los estrechos esquemas clasistas que pudieran aplicársele a una supuesta conversión revolucionaria.

El liberalismo subterráneo, de factura romántica, penetró a diversos sectores de la burguesía en ascenso, así como a una aristocracia envilecida y taciturna, para abrirle paso a ideas frescas y novedosas, pero que todavía no alcanzaban a despojarse del pegoste del republicanismo constitucionalista de procedencia francesa que recorría toda Europa. En un principio, esa matriz ideológica, o ese espíritu de la época, o como quiera llamársele, era el punto de partida de la solidaridad que el príncipe Kropotkin dejaba entrever, cuando lo impactaban profundamente los anhelos libertarios de las revueltas en Polonia, contra la opresión rusa, durante los años sesenta. Lo mismo sucedió, cuando la liberalización de los siervos, inicialmente formulada en 1861, se prolongó, se saqueó y se merodeó hasta 1867, para volverla inoperante e improductiva. De tal manera que los siervos liberados, al empezar la década siguiente, eran más bien siervos endeudados, que habían postergado su manumisión a cambio de no morirse de hambre, con una libertad en las manos de la que no sabían disponer.

El príncipe Kropotkin llegó a conocer con fluidez no sólo los mecanismos de producción de ideología de la autocracia rusa, sino también los instrumentos utilizados para reprimir todo intento de oponérsele. No deja de ser asombroso cómo Piotr Alexéievich no fue seducido por los ofrecimientos y tentaciones de una forma de vida que, en su momento, se encontraba en decadencia, y, ni remotamente, se planteaba la posibilidad de readecuarse, de actualizarse, para poder sobrevivir, como hubieran hecho las otras monarquías europeas. Se trataba de una decadencia que no se expresaba únicamente en la descomposición institucional del zarismo, sino en la forma en que éste había ido, progresivamente, perdiendo todo contacto con el pueblo, los campesinos, los obreros, los hombres de negocios e incluso con aquellos que, en otras circunstancias, podrían haber sido sus propios ideólogos.

Una de las primeras expresiones de ese hiato, de ese aislamiento que había venido contaminando todas las esferas institucionales e ideológicas de la autocracia, fue el levantamiento de los decembristas, el 14 de diciembre de 1825. En apariencia una rebelión palaciega, posibilitó que liberales como Alexander Herzen, y otros de la misma contextura intelectual, fundaran revistas, periódicos e hicieran circular hojas sueltas, al interior de un organismo que no estaba capacitado para tolerar la oposición, la crítica o la reflexión independiente. Los rebeldes, Bestúzhev, Kajovski, Péstel, Riléiev, y Muráviov-Apóstol, fueron hombres que creyeron factibles algunos ajustes en el funcionamiento, no tanto de la política imperial rusa, como de la corona misma, de sus funcionarios y del aparato represivo sobre el cual se apoyaba. Nicolás I terminó ahorcándolos, pero Kropotkin comprendió que levantamientos como el citado, fueron los primeros pasos hacia revelaciones más crudas que estaban por venir, sobre la vida cotidiana de la autocracia y cómo ésta desoía con prepotencia y desenfado las advertencias de moderación, que alguna burguesía en ciernes les hacía, siguiendo de cerca el ejemplo que los franceses ya le habían dado al mundo. No en vano Inglaterra y Rusia, fueron dos de los más feroces enemigos, de la Francia revolucionaria primero y napoleónica después.

Que la vida era un perfecto carnaval, donde sólo los bailes, la diversión y la frivolidad contaban, fue algo que pudo vivir Kropotkin en carne propia. Durante años pasó los fines de semana en casa de su tía la princesa Mirskaia, porque su prima era una joven encantadora de diecinueve años, a la que todos sus primos adoraban. Pero el príncipe Mirskin, sólo pensaba en pasarla bien, sin darle mucha importancia a las actividades en que se involucraba su mujer, quien hizo todo el esfuerzo posible por casar a su hija con uno de sus primos, algo totalmente prohibido por la iglesia rusa. Sin embargo, fue en esa casa donde el príncipe Kropotkin escuchó, por primera vez, algunas de las ideas constitucionalistas y republicanas más seductoras. A escondidas él y su prima leían la revista La estrella polar de Herzen, en la que se hacían críticas inmisericordes a la forma de vida, al despilfarro y a la rampante corrupción que tenía atrapada a la aristocracia zarista.  

Habría que argumentar, por otra parte, que el zarismo no era corrupto por autocrático, era autocrático por corrupto, con lo cual se abre un espacio de análisis en el que la corrupción del zarismo era el dispositivo legitimador de su autocracia. Formar parte de esa maquinaria de chantaje, soborno, despotismo y arbitrariedad era simplemente una tragedia, para quien, como el príncipe Kropotkin, era de los pocos que había tomado consciencia de lo que estaba sucediendo en su país con la monarquía y el imperio. Cuando se dio el debate por la liberación de los siervos, un sector de la nobleza, que había evitado, hasta donde le fue posible, la contaminación autocrática, vio el asunto como la posibilidad real de modernizar la monarquía y de sacarla del marasmo de mediocridad, oscurantismo y atraso en el que había caído, con relación a las otras monarquías europeas. Esta conducta, de parte de ciertas familias afortunadas en Rusia que, junto a la de Kropotkin, buscaban la modernización de su país, ya fuera abriéndolo hacia las actividades comerciales, industriales y financieras de Europa occidental, o hacia su influencia política y cultural, no era nueva y más bien, a partir del levantamiento de 1825, recogió un conjunto de ingredientes que estaban por brotar con toda su virulencia, en el momento en que se dieran las circunstancias. La familia de Alexander Herzen, la de Iván Turgueniev, la de Nicolas Gogol, y muchas otras eran sumamente proclives a las ideas radicales, en virtud de las posibilidades que se les ofrecieron, al entrar en contacto con el invasor napoleónico. Los rebeldes decembristas, eran precisamente eso: militares que habían combatido en la gran guerra patria contra Napoleón Bonaparte en 1812. Lo que estaban reclamando era una apertura política que la autocracia zarista no estaba dispuesta a conceder.

De esta manera, la idea de la revolución entra en la historia económica, social y política de Rusia, de la mano de aquellos que tenían un acceso efectivo a la cultura, a los idiomas extranjeros, y a las inversiones de poderosos empresarios franceses, alemanes, ingleses y norteamericanos. Con particular originalidad histórica, la crisis de la aristocracia rusa, a todo lo largo del siglo XIX, no fue tanto la crisis de una estructura de la producción, como la crisis de una forma de vida, que se estaba replegando para abrirle paso a una nueva. Pero habría que señalar las insuficiencias de aquellas explicaciones orientadas a demostrar los complejos de culpa en los que caerían hombres como Kropotkin. El argumento de que la culpabilidad es un ingrediente esencial para comprender su conducta, o la de otros hombres como León Tolstoi (1828-1910) por ejemplo, nos deja en el limbo con relación a la radicalidad de algunas de sus posiciones. Porque ese sería también el caso de sujetos como Lampedusa o Proust, quienes describieron con brillo, melancolía y gusto la caída de la aristocracia guillermina. Aunque Kropotkin no tuvo los altibajos morales o políticos de su compatriota, no fueron sus escrúpulos morales, por la riqueza y la abundancia en la que vivió la mayor parte del tiempo su familia, los que permitieron contar con un retrato más complejo y enriquecido de sus convicciones y de sus acciones.        

Junto a la experiencia de haber tenido una vida principesca, en la que la abundancia en todos los terrenos era la norma, estuvo también la fibra moral, el temple ético de un ser humano que al entrar en contacto con los sufrimientos de los demás, sus limitaciones y sus necesidades, desarrolló una percepción de la vida, la sociedad y la espiritualidad, muy por encima de los rituales oficiados en el interior de su clase, para rendirle pleitesía a la abundancia. Porque el zarismo, las monarquías europeas del momento, gozaban de arcas y bodegas pletóricas de lujos, diversión y comida. Entre tanto, los campesinos, los artesanos y los obreros, apenas sobrevivían. Tomar consciencia de esta situación, y tratar de cambiarla, desde un sitial de absoluto privilegio, requería un coraje que no es de curso corriente. Porque las renuncias que suponía, estaban en relación directa con el simulacro, el maltrato y el escarnio que le propinaba quien consideraba que ese desfase clasista era un gesto imperdonable. La aristocracia no perdonaba la traición. Mucho menos si la misma suponía una toma de partido que no reposaba sobre los lazos de sangre, sino por lo que consideraba una sensiblería pasajera. Los lazos consanguíneos, unidos a la convicción ancestral de haber sido escogidos por fuerzas divinas para dirigir una nación, un estado, una institución, o una familia, hacían que los aristócratas estimaran como criminal al tránsfuga que renegaba de ellos, arguyendo en su favor una nueva visión del mundo, porque no hay ninguna superior a la promovida por la aristocracia. Esa superioridad era paradójicamente biológica y divina. De tal forma que quien atentaba contra ese principio vertebral, debía ser encerrado, criminalizado y, finalmente, aniquilado.

El zar, el aristócrata y el cortesano asumían como un hecho incontrovertible que el país les pertenecía, que era de su propiedad personal; tal fue la actitud de reyes como Luis XIV en la Francia del siglo XVII. Esta percepción se extendía, de forma vertical, hasta el más desamparado de los aristócratas, cuya visión del mundo reposaba y reproducía el conjunto de valores jerárquicos que su clase consideraba eternos, a pesar de la evidencia contundente, que la revolución industrial ofreció durante el siglo XIX, de una crisis devastadora de la aristocracia rusa, crisis apuntalada por la tecnología y la llegada al escenario social de nuevos grupos humanos con la vocación de disputarles el poder. El saber no produce cambios biológicos o genéticos, apunta un sociólogo alemán, puede desaparecer con los cambios revolucionarios. De tal forma que fueron muy pocos los privilegiados conscientes de ello, y trataron de participar de los saltos cualitativos eclosionados por las revoluciones. De sujeto pasivo del “manual del cortesano”, obediente y sumiso siervo de los rituales en los que su clase quiso incrustarlo, el revolucionario al estilo de Kropotkin o Tolstoi, remontó los límites espaciales de su enclaustramiento, y buscó comprender y participar de lo que estaba aconteciendo a su alrededor, haciendo frente a todos los riesgos implicados.

No es la época la que hace al hombre, sino el hombre el que hace a la época, dice un historiador. Las grandes mansiones aristocráticas, sostenidas con el trabajo de otros, es decir, una clase no trabajadora que sacó lo mejor de la vida, a costa de aquellos que realizaban el trabajo, ya fuera en Europa o en las colonias, llegaron a ser las responsables de la caída de la clase regia. Este proceso hacia la ruina de sólidas y longevas familias de la nobleza, en Francia, Inglaterra y en Rusia, no fue únicamente el producto de la imbricación de transformaciones provocadas por los revolucionarios al frente de un cambio de época, como podría creerse, sino, en gran medida, del deterioro de las relaciones, establecidas por siglos, entre esas familias mismas, que habían desarrollado poca tolerancia para aceptar la llegada del supuesto advenedizo, adinerado y poderoso: esto es, el burgués aristocratizado.

En las sociedades preindustriales, la riqueza más estimada era aquella que uno no había trabajado y para la cual no necesitaba hacerlo, es decir, la riqueza heredada, principalmente las percepciones de la renta proveniente de una propiedad rural heredada. No el trabajo en cuanto tal, sino el trabajo para ganar dinero, así como la posesión misma del dinero trabajado se cotizaban muy bajo en la bolsa de valoraciones de las capas cortesanas de las sociedades preindustriales[2]. La familia de Kropotkin, heredera de los grandes príncipes de Smolensk, reunía esas características. Su padre sostenía que los privilegios de que gozaban, eran una ley de la naturaleza. En esta atmósfera, la prepotencia y el desapego del progenitor eran la nota predominante, en contraste con la dulzura y cercanía de la madre. Junto a ello, la cruel tiranización de los siervos fue una constante en el desarrollo personal del joven príncipe, quien llegó un momento en que sacrificó incluso su carrera científica como geógrafo y geólogo, para dedicarse de lleno a la liberación revolucionaria de los desposeídos, de los trabajadores, de los campesinos, de las mujeres y de todos aquellos quienes, por razones de discriminación social, política e ideológica llenaban las cárceles no sólo de Rusia, sino también de otros países europeos. Así que, mirar a Kropotkin como un converso quien de la noche a la mañana decide dejar su vida principesca por una de limitaciones a favor de los pobres, tiene toda la tonalidad de una explicación “franciscana”, pero no se ajusta a la realidad dura y concreta de una vocación revolucionaria que se gesta, tal vez no desde la infancia, pero sí desde su temprana juventud[3].

El padre se volvió a casar, dos años después de la muerte de su esposa, cuyo progresivo deterioro y fallecimiento por tuberculosis Kropotkin expone con dolor y profundo sufrimiento en sus memorias, pues ese sería uno de los acontecimientos que más definiría su vida, en vista del inmenso amor que él y su hermano Alexander tenían por su madre, una mujer tolerante y provista de talentos artísticos irrepetibles en la mansión familiar. Su calidez y su discreta presencia eran un tesoro para los siervos, propiedad de la familia, quienes siempre la recordaron con una frase dirigida a los niños, mientras crecían: “¿Vais a ser tan buenos como vuestra madre, verdad?” Obsesionado con las actividades, la disciplina y las aventuras del ejército ruso, el padre de Kropotkin, sin embargo, podía recordar solamente una participación destacable en Turquía en 1828, por la cual recibió la medalla de Santa Ana al valor, sin haber salido nunca de la oficina del comandante, decía el mismo Kropotkin.

Cuando los niños trataban de recordarle al viejo militar aquella historia, el resultado era siempre decepcionante, pues, en realidad, quien había sido el héroe era su asistente. En cierta ocasión, varias casas en un poblado turco alzaron fuego, y uno de los niños se había quedado atrapado. El viejo sirviente Frol, se lanzó dentro de la casa en llamas, y por esa acción el padre de Kropotkin recibió la medalla de honor, y una espada con empuñadura de oro, que llevó toda su vida. ¡Era uno de mis hombres!, reclamaba el hombre, para desilusión de los pequeños que lo escuchaban insumisos. En otra participación intranscendente, en Polonia en 1831, el padre de Kropotkin conoció a la que sería su esposa, la hija menor del general Sulima. Alta, esbelta, con abundante cabello castaño oscuro, ojos marrón oscuro y una boca pequeña, parecía que fuese a cobrar vida en un retrato al óleo que había sido pintado con amore por un artista de buena técnica. Siempre alegre y, por lo general, carente de preocupaciones, le gustaba mucho bailar, y las campesinas de nuestro pueblo nos contaban cómo admiraba desde un balcón sus danzas, acompasadas y armoniosas, para acabar uniéndose a ellas: poseía la naturaleza de una artista. Fue en un baile donde cogió el catarro que le produjo la inflamación de los pulmones que la llevó a la tumba[4]. La madrastra, otra joven hija de un militar, parece no haber jugado ningún papel de relevancia en la vida de Pedro y de su hermano Alejandro. Kropotkin sólo recuerda el lujo y la pompa con que se realizó esa boda, pero nada más.

Verdaderamente, el padre de Kropotkin era de esa clase de militares enamorados del uniforme, de la disciplina de cuartel, de las marchas y de “romper la madera de los fusiles” cuando se realizaban exhibiciones de fuerza y de armas. Pero su participación en acciones de guerra, en expediciones o movilizaciones para la conquista de otras regiones o países, se redujo al papeleo y a la consejería marginal. Donde el hombre ejercía su autoridad con virulencia y férrea demanda de obediencia era en su casa. El castigo físico a los siervos, una de las manifestaciones más humillantes de su condición social, era practicado por el padre de Kropotkin con cierta regularidad. En otras ocasiones involucraba a las autoridades del pueblo, quienes procedían con el linchamiento de forma natural, como algo ampliamente aceptado por todo el mundo. Pues el padre de Kropotkin era en realidad un hombre muy rico. Con propiedades en tres provincias distintas, más de mil “almas”, es decir siervos varones, pues las mujeres no contaban, cincuenta sirvientes en Moscú, y otros veinticinco en la propiedad campestre, cuatro cocheros a cargo de una docena de caballos, cinco cocineros y doce camareros, así como un sinfín de doncellas para atender los más mínimos detalles de la vida familiar, obligaban al ilustre militar a mantener el nivel, cada vez que la casa se llenaba de huéspedes, disponiendo de banquetes, luces, instrumentos musicales y una orquesta, para diversión de las visitas que le encantaban al padre de Kropotkin.

En la mansión de los Kropotkin el francés era el idioma con el que casi todos se comunicaban. Si la familia decía contar con ancestros que se remontaban a los siglos anteriores a la llegada de los Romanov al poder en Rusia, cuando éstos se propusieron unificar al estado y meter a su país en el proceso de la modernidad, la lengua vernácula tuvo que ser dejada de lado, y el francés llegó a convertirse en la lengua no solo de la corte y de la nobleza, sino también de lo que podría llamarse clases cultas, es decir la burguesía ennoblecida avituallada de modos y maneras que a veces no comprendía por completo; también de los intelectuales y de los oficiales de gobierno. El grueso de la correspondencia de palacio se redactaba en ese idioma, y la mayoría de los funcionarios y burócratas tenían que dominarlo como si fuera el suyo. Pedro Kropotkin tuvo excelentes maestros y tutores en su casa, que lo introdujeron en la cultura francesa de forma irreversible. Las representaciones teatrales y la memorización de obras de autores franceses, eran uno de los componentes habituales en la educación y la cotidianidad de la enseñanza de los niños en casa de los príncipes Kropotkin. Claro está que los maestros del pensamiento revolucionario francés sólo se conseguían de manera clandestina.

Sin embargo, la enseñanza no estaba completa si no se contaba con un excelente profesor de literatura rusa, además de otros idiomas como el alemán o el inglés. Los tutores en lengua rusa debían escamotear las tremendas dificultades que la censura aplicaba sin misericordia, contra lo mejor de las tradiciones culturales nacionales. Durante la feroz dictadura de Nicolás I por ejemplo, los grandes maestros en lengua rusa estaban prohibidos, o se editaban mutilados, de tal manera que algunos de los maestros de Pedro Kropotkin le abrieron las puertas a su pupilo, sirviéndose de obras que ellos mismos había leído, de forma ilegal, mientras fueron estudiantes. Era frecuente en las familias adineradas, contar con estudiantes que aún no habían completado su educación universitaria, para que atendieran los requerimientos académicos de discípulos de menos edad; con frecuencia niños y niñas que tenían muy poco interés en el aprendizaje y convertían al tutor en el hazmerreír de la casa. Ese no fue el caso de los Kropotkin, donde Pedro y sus hermanos, Nicolás y Alexander, siempre apuntaron la entrañable gratitud que les debían a sus primeros maestros.  

La educación, sus métodos, limitaciones y proyectos, fue un tema recurrente en los círculos ilustrados de la Rusia zarista, durante casi todo el siglo XIX. Será porque la gente sencilla tenía tantas dificultades en ese sentido, sobre todo la población campesina y artesanal, pero el asunto llegó a ser casi una obsesión, no sólo en los grupos liberales, sino también en los más radicales de la época. Con frecuencia el siervo que mostrara iniciativas, independencia y aspiraciones era bloqueado de muchas formas, ya fuera obligándolo a casarse o abrumándolo con trabajo. Kropotkin cuenta historias en que algunos terratenientes, amigos de su padre, lo increpaban porque su “población de almas” crecía muy lentamente. Eso se debía, le decían, a que no fomentas los casamientos con la fuerza debida. La prole de siervos era de importancia vital para los grandes propietarios de tierras.

Su paso por el cuerpo de pajes al servicio del zar, tuvo todos los encantos y amarguras que podía reunir una carrera militar no aceptada totalmente, pero, debido a que su padre deseaba que sus hijos tuvieran un entrenamiento sólido y disciplinado en el ejército imperial, las consecuencias financieras para los hermanos hubieran sido inciertas en caso de no reconocer la voluntad del padre. Durante mucho tiempo la dependencia de los recursos pecuniarios que éste podía proveer fue una situación tolerada con desgano, mientras las circunstancias cambiaban. Y empezaron a girar positivamente, cuando al fin pudieron graduarse como oficiales del cuerpo de pajes. En ese instante, muchas de las inquietudes del príncipe Kropotkin emergieron con fluidez, en dirección a los llamados de su vocación científica. Estaría cinco años en Siberia a cargo de investigaciones geográficas y geológicas de gran importancia. Pero la experiencia fue esencial, no tanto en el nivel del conocimiento, como en el aprendizaje social, antropológico y político. Dejó San Petersburgo en 1862 para hacerse cargo de una serie de labores, al servicio de un regimiento muy joven y descuidado por las autoridades militares de la capital. Para él, no obstante, salir de la ciudad era decisivo, pues la ola reaccionaria hacía imposible respirar los aires de cambio que empezaba a necesitar urgentemente.

Sus expediciones por Siberia, las planicies del Amur, el contacto con los cosacos de la zona, los acercamientos a Manchuria, y las investigaciones en Finlandia, le permitieron a Kropotkin realizar comparaciones entre la vida y las actividades de los campesinos de estas regiones y aquellos que poseía su familia. Aunque muchos de ellos habían sido liberados, seguían tan pobres como siempre, en virtud de las limitaciones que el edicto de liberación de 1861 había dejado sin resolver, y que los propietarios habían aprovechado gustosos. Algunos de los siervos podían contar con tierras de labranza, pero carecían de la tecnología básica para ponerlas a producir, lo que presagiaba hambrunas devastadoras, como había sucedido en 1876, 1884, 1895 y 1898.

Estas demoledoras experiencias, lo mismo que haber sido testigo de la salvaje represión contra los polacos en 1863 y 1866, cuando muchos de sus dirigentes más nobles e ilustrados fueron enviados a trabajar a las minas de sal en Siberia, camposanto de los muertos vivos, como le decían entonces, removieron en Kropotkin los últimos vestigios de sus dudas acerca de adónde estaba realmente su destino político. La información que, aún en la aislada Siberia, le llegaba de los levantamientos que condujeron al baño de sangre de la Comuna de París en 1871, terminaron por clausurar un ciclo en la vida de Kropotkin, lleno de las inquietudes reformistas de un joven aristócrata con inclinaciones de solidaridad social, pero que aún no manifiestan la articulación de una propuesta revolucionaria acabada, algo que se iniciará con sus primeras salidas a la Europa Occidental, y su contacto con los grupos de emigrados rusos en Suiza, Alemania, Inglaterra y Francia.

NOTAS.



Rodrigo Quesada (1952), historiador, escritor, catedrático jubilado costarricense. Premio (1998) de la Academia de Geografía e Historia de su país.

Norbert Elias. La sociedad cortesana (México: Fondo de Cultura Económica. 1982. Traducción de Guillermo Hirata) P. 99.

Ver sobre todo el capítulo III del excelente libro de George Woodcock e Iván Avakumovic. Peter Kropotkin. From Prince to Rebel (Canada: Black Rose Books. 1990).

Piotr Alexéievich Kropotkin. Memorias de un revolucionario (Oviedo, España: KRK Editores. 2005. Traducción de Pablo Fernández Castañón-Uría e Introducción de T.S. Norio) P. 110.

Obreros alemanes enfrentan con piedras los tanques de la burocracia

Por Max Cavalera

En junio de 1953 se produjo un evento único y digno de analizar, en los Estados Obreros burocratizados del ya extinto bloque socialista. En las gélidas fábricas de Alemania Oriental inició una huelga de trabajadores que se extendió por todo el país. Es imposible comprender la magnitud de estos acontecimientos, sobre todo tomando en cuenta que nos encontramos con hechos políticos consumados, y más aún, cuando el acontecimiento más importante que determina la historia actual de los trabajadores del mundo es la caída de la burocracia estalinista que llevó a la restauración capitalista en los llamados Estados Socialistas. Pero la posibilidad de cambio un político siempre estuvo latente en tanto existiese el sujeto social de la revolución, es decir, el pueblo trabajador.

El destino de la Alemania Oriental de la post guerra estaba determinado por las luchas políticas libradas en la Rusia Soviética posterior al triunfo revolucionario de 1917. Alemania siempre fue el referente revolucionario para los partidos obreros en el mundo; son incontables los grandes militantes obreros activistas del Partido Socialdemócrata Alemán, pero la traición este partido, que apoyó a su burguesía en la Primera Guerra Mundial tuvo repercusiones inmediatas. El eje político de la revolución pasó a los partidos comunistas y la Tercera Internacional fundada por Lenin, Trotski, Kamanev y otros. Lenin murió cuando se alistaba para librar la lucha contra el germen de la burocracia naciente que nace y crece por un problema importante y que es necesario analizar.

La revolución social triunfó y se consolidó en un país atrasado donde solo se podía socializar la miseria, y el socialismo solo se puede construir con lo más avanzado de las fuerzas productivas que nacen en el capitalismo. Así es que el que repartía lo poco que había que repartir adquiría un enorme poder; poco a poco este poder fue concentrado por la burocracia y su cabeza, José Stalin. Esta burocracia logró triunfar, y para 1938 ya había ejecutado a toda la vieja guardia del partido bolchevique eliminando a León Trotsky, que fue su más férreo enemigo, en 1940. Es importante observar aquí que Trotsky, analizando el proceso de burocratización, había establecido como posibilidad teórica la restauración capitalista de parte de la misma burocracia. Pero por otro lado la tarea era evitar la restauración del capitalismo en el Estado Obrero, por ende se estableció como posibilidad teórica la Revolución Política en el Estado Obrero, es decir que los obreros soviéticos realizasen una revolución política y restauraran la democracia de clase, es decir la democracia soviética.

La II guerra mundial y el reparto de Alemania

La Segunda Guerra Mundial fue la continuación de la Primera Gran Guerra. Las divergencias entre el imperialismo mundial debían tener un segundo raund. Contrario a lo que enseñan en los textos imperialistas, que exaltan el día D como el comienzo del triunfo de los aliados y la libertad, la verdad es que el lado más cruento y decisivo de la guerra se libró bajo las terribles nevadas del oriente europeo. La batalla de Stalingrado y la férrea defensa de los obreros y la población soviética fueron eventos dignos de una epopeya narrada por el mismísimo Homero, y terminó siendo vital para la derrota de los nazis y la toma de Berlín por el Ejército Rojo. Al finalizar la guerra se reunieron en Potsdam Stalin, Churchill y Truman para dividirse el mapa europeo.

Según los acuerdos firmados entre el imperialismo y la casta burocrática estalinista, la burocracia se quedaría con los territorios liberados por el Ejército Rojo. En el caso de Alemania, esta sería dividida en dos, la República Federal Alemana y la República Democrática Alemana. Particularmente Berlín se fue dividida entre los vencedores, siendo ocupada una parte por tropas del Ejército Rojo, y la otra por las tropas imperialistas.

La división pactada acrecentó las diferencias entre las 2 zonas. Una inyectada estrepitosamente por el capital imperialista por medio del plan Marshall, la otra fue elegida por la burocracia soviética para: “La parte oriental (menos industrializada) quedó sometida a los manejos represivos y opresores de la burocracia local, satélite de sus amos de Moscú. El SED (Sozialistische Einheitspartei Deutschlands-Partido de la Unidad Socialista de Alemania), denominación del partido comunista local, impuso una férrea dictadura de partido único, semejante a los regímenes de la URSS y el resto de Europa del Este. La expropiación de la burguesía dio nacimiento a lo que denominamos un estado obrero burocrático, regimentado por la presencia directa del ejército soviético, es decir, una caricatura de “socialismo”.” (Mercedes Petit, Junio de 1953: los obreros se levantaron contra los burócratas Huelga insurreccional en Berlín Oriental).

Es obvio que la diferencia material se acrecentaría entre ambas Alemanias, sobre todo porque Alemania Oriental estaba sumida a la planificación económica impulsada por la burocracia del Kremlin, en donde estaban supeditados a producir químicos, metalurgia pesada, maquinaria pesada entre otras. Pero el problema no era la planificación económica, sino que la burocracia exigía parte de la producción como pago por la guerra. La escasez y las penurias no se harían esperar; según León Trotsky las virtudes de la economía planificada son indiscutibles, pero la economía planificada en manos de la burocracia ocasionaría el caos que estaba preparándose en Alemania Oriental: “Fuera de toda duda, el régimen soviético ha dado un gran impulso a la economía. Pero la fuente de este impulso fue la nacionalización de los medios de producción y la planificación económica, y no el hecho de que la burocracia usurpara el mando de la economía. Por el contrario, el burocratismo, como sistema, ha sido el peor enemigo del desarrollo técnico y cultural del país.

Durante algún tiempo, esto estuvo oculto por el hecho de que la economía soviética tuvo que dedicar dos décadas a asimilar la tecnología y la organización de la producción de los países capitalistas avanzados. Este período de imitación y trasplante se ha podido cubrir, para bien o para mal, con el automatismo burocrático. La aguda y constante contradicción entre ambos elementos conduce a constantes convulsiones políticas y a la eliminación sistemática de los elementos más creativos en todas las esferas de actividad. De este modo, antes de que la burocracia haya conseguido producir una "clase dominante", ha entrado en contradicción irreconciliable con las exigencias del desarrollo. La explicación de esto debe basarse precisamente en el hecho de que la burocracia no es el portador de un nuevo sistema económico peculiar e imposible sin ella, sino un parásito que crece en un estado obrero.” (León Trotsky, En defensa del marxismo).

Levantamiento obrero

Para junio de 1953 la dictadura burocrática en Alemania Oriental estaba encabezada por Walter Ulbricht y apoyada en la STASI (Servicio de Seguridad del Estado). Para el 30 de junio de ese mismo año el régimen intentaría imponer reducciones salariales y peores cargas laborales. El 16 de junio, 14 días antes de entrar en vigencia el decreto, los obreros de la construcción paralizaron sus labores. Rápidamente la huelga se fue extendiendo poco a poco: “La culminación de toda esta etapa de ascenso de las masas soviéticas fue la huelga insurreccional de Berlín Oriental.

En ella, los obreros berlineses salieron a la huelga general para lograr mejores condiciones de vida, haciendo temblar todo el andamiaje del poder soviético en ese país. Sólo la acción del Ejército Rojo impidió que la huelga de Berlín Oriental se extendiera. Este movimiento adquirió no sólo un carácter económico, sino también político: por el alejamiento de las tropas rusas, y libertades democráticas.

Todos estos movimientos fueron locales y fundamentalmente económicos” (Nahuel Moreno, El marco histórico de la revolución húngara). Se formaron comités de huelgas en las fábricas y además se sabe de algunos lugares en los que se dieron coordinadoras entre los mismos. La huelga puso en jaque a Ulbricht, quien al final se apoyó en las tropas de ocupación rusa para aplastar los levantamientos obreros que exigían libertad y la caída del gobierno.

Aplastamiento

Como todos sabemos, no se dio la revolución política, el levantamiento fue aplastado y sus dirigentes encarcelados. Pero este movimiento trajo consecuencias importantes no solo en Alemania sino en el resto de Europa Oriental: “Esta primera etapa del ascenso de las masas soviéticas produjo cambios fundamentales en la estructura y política de la burocracia soviética. Luego de la muerte de Stalin, tomó el timón de la burocracia el "ala liberal" dirigida por Beria-Malenkov. Esta ala estuvo por una política de ligeras concesiones a las masas para conservar lo esencial de los privilegios. La huelga insurreccional de Berlín Oriental, con su repercusión en el elenco gobernante ruso, detonó la derrota de esta corriente. Malenkov fue desplazado y Beria rápidamente fusilado. El nuevo equipo con eje en Kruschev, significó un acuerdo centrista entre las dos tendencias en pugna: la derecha -autoritaria- constituida por el ejército, y la "liberal" de Malenkov.” (Ídem).

Oliverio cromwell, el "Lord Protector", dirigió la primera gran revolución burguesa 

Por Maximiliano Cavalera.

La muerte de la reina Isabel deja a Inglaterra sin heredero directo al Trono. Así es que Jacobo I asume el reino de Inglaterra cambiando radicalmente las relaciones políticas en la Isla. Las nuevas nociones o pretensiones del rey estaban enmarcadas en el fortalecimiento del poder de la corona en detrimento del parlamento. Las contradicción apresuran la caída de su reinado y Jacobo I es sustituido en el trono por Carlos I de Inglaterra.

El reinado de Carlos I no logró disminuir la contradicción entre el parlamento y la burguesía, y Carlos I disolvió en tres ocasiones el parlamento. En esos 11 años que gobernó sin congreso incrementó los impuestos para financiar guerras y extrapoló los problemas religiosos entre protestantes y católicos. Estas acciones de Carlos I llevaron a la división entre los parlamentarios y una cruenta guerra civil, en la que el rey, literalmente, perdería la cabeza.

La guerra civil

Estratégicamente el parlamento y sus partidarios se concentraban en Londres, el sureste del país y las tierras centrales, en cambio el poder e influencia de los realistas se enmarcaba en Gales el Norte de Inglaterra y el oeste de la isla. En este proceso de guerra civil Oliver Cromwell asumiría un papel preponderante, sobre todo tomando en cuenta que su experiencia militar previa consistía en un paso efímero en la milicia.

Como líder militar logra acumular una gran experiencia, reclutando un escuadrón de caballería en Cambridgeshire, escuadrón que luego convertiría en regimentó, logrando grandes victorias militares y dando ventaja a los parlamentarios para ganar la guerra. Las batallas más importantes serían las de East Anglia, la batalla campal de Marston Moor y la indecisa Segunda Batalla de Newbury. En esa época tuco un altercado con el duque de Manchester por el carácter de clase de los reclutas militares: "Si se elige a hombres honestos y temerosos de Dios para ser capitanes, los hombres honestos les seguirán... Prefiero un capitán vestido de forma humilde que sepa por lo que lucha y ame aquello que sabe, antes que uno de los que usted llama gentilhombres y que no es nada más que eso” (Carta a Sir William Spring)

Este conflicto es la representación armada del choque inevitable entre la burguesía y la monarquía, drama que se vería nuevamente representado en Francia más de un siglo después: “Cromwell fue en su tiempo un gran revolucionario y supo defender, sin detenerse ante nada, los intereses de la nueva sociedad burguesa contra la antigua sociedad aristocrática. Esto es lo que se debe aprender de él; el león muerto del siglo XVII vale a este respecto mucho más que muchos canes vivos.” (Hacia Donde va Inglaterra, León Trotsky)

La historia a través de la lucha de clases va tejiendo las formas instituciones de poder y los acontecimientos que los van moldeando. Así es que el Rey Carlos I logra escapar hacia Escocia en donde se arma en contra de la revolución. Nuevamente se enfrentan las tropas realistas contra las parlamentarias, venciendo los ejércitos al mando de Cromwell en la batalla de Preston. Cromwell Aplastó levantamientos en Gales y ordenó la expulsión de los parlamentarios que estaban a favor de la negociación con Carlos I.

Las consecuencias fueron funestas para la Monarquía enjuiciando al rey por traición y condenándole a muerte. Esta fue la primera y única republica que conoció el reino de Inglaterra desde entonces: “Con una pesada maza de guerra, Oliverio Cromwell forjó en el yunque de la guerra civil el carácter nacional que luego asegura a la burguesía inglesa en el curso de dos siglos y medio una superioridad inmensa en la lucha mundial, para manifestarse después, a fines del siglo XIX demasiado conservador aun desde el punto de vista del desarrollo capitalista. Claro está que la lucha del Parlamento Largo contra el poder personal de Carlos I y la severa dictadura de Cromwell fueron preparados por la historia anterior de Inglaterra.

La república: primera gran revolución burguesa

Pero esto significa tan sólo que las revoluciones no se hacen arbitrariamente, sino que nacen de una manera orgánica de las condiciones del desenvolvimiento social y constituyen cuando menos etapas tan inevitables en el desenvolvimiento de las relaciones de las clases de un mismo pueblo entre sí, como las guerras en las relaciones de las naciones organizadas. (Ídem) La republica significó la instauración en el poder de la burguesía puritana que se reflejó en los intereses comerciales del nuevo gobierno. De este periodo nace el concepto de libertad, pero la libertad de clase que tiene la burguesía para hacer los negocios que se le antoje, es decir, libertad de una clase en detrimento de otra.

La estabilidad conseguida por Inglaterra durante el gobierno de Cromwell serían fundamentales para el desarrollo histórico del imperio británico: “La revolución inglesa del siglo XVII, escuela del puritanismo, severa escuela de Cromwell, preparó al pueblo inglés, más exactamente: a sus clases medias, para su papel mundial ulterior. A partir de la mitad del siglo XVIII, la potencia mundial de Inglaterra se hizo indiscutible. Inglaterra domina en los mares y en el mercado mundial, que ella ha creado.” (Ídem)

Cromwell: el lord protector

Como suele pasar en muchos procesos políticos, la libertad por la que luchaban los parlamentarios, y por la cual luchó Oliver Cromwell, fue restringida por los que lucharon por instaurarla. Cromwell Aplastó brutalmente las rebeliones de Irlanda e Inglaterra que pretendían instaurar nuevamente en el poder a la monarquía y al sucesor político de Carlos I, su hijo Carlos II.

Aplastó a los simpatizantes monárquicos estabilizando políticamente la republica inglesa. El poder en el parlamento se dirigió a la cámara de los comunes, aboliendo la cámara de Lores. Asimismo, a pesar de todas las represiones religiosas que promovió, el protectorado de Cromwell estableció como parámetro la tolerancia hacia las organizaciones no católicas incluyendo a los judíos, perseguidos en ese entonces por casi toda Europa. Sin duda alguna, las reformas que se impulsaron en esta época fueron importantes y fueron forjando la nueva Inglaterra: “Porque a fines del siglo XVIII se realizaron transformaciones radicales que condujeron, en particular, a la expropiación de los pequeños productores.

Para cualquiera que se dé cuenta de la lógica interior del proceso histórico debe ser evidente que la revolución industrial del siglo XVIII, que transformó a la Gran Bretaña de arriba abajo, hubiera sido imposible sin la revolución política del siglo XVII. Sin una revolución hecha en nombre de los derechos de la burguesía y de su espíritu práctico (contra los privilegios aristocráticos y la ociosidad de los nobles), el espíritu, tan grandioso, de las invenciones técnicas, no hubiera sido despertado y no hubiera habido nadie, por lo demás, para aplicar las invenciones a fines económicos. La revolución política del siglo XVII, nacida de todo el desarrollo anterior, preparó la revolución industrial del siglo XVIII.” (Ídem) Las conclusiones que se pueden sacar son significativas, sobre todo porque las formas políticas están íntegramente relacionadas con los desarrollos económicos y técnicos en la historia de la humanidad, es decir, existe una relación dialéctica entre los dos procesos históricos.

La restauración monárquica

La Republica no duraría mucho tiempo, a Oliver Cromwell se le quiere proclamar rey de Inglaterra no aceptando el título y conservando el de Lord Protector. Pero la república inglesa no sobreviviría a la muerte del Lord Protector. Su sucesor e hijo Richard Cromwell no pudo controlar las fuerzas monárquicas que se reagruparon para recuperar el poder y terminó dimitiendo. Fue el general George Monck quien auspicio el regreso a la monarquía, declarando nuevamente rey de Inglaterra a Carlos II, terminando así la República, única en la historia Inglesa. La monarquía restaurada intentó borrar el legado de Cromwell exhumando su cuerpo y realizándole una ejecución simbólica. Su cuerpo fue profanado y arrojado a una posa, mientras que su cabeza fue exhibida por muchos años en la abadía de Westminster como prueba de las consecuencias que tendría todo aquel que quisiese botar a la monarquía del poder absoluto en Inglaterra.

Fue en mayo 1660 que Carlos II restaura la monarquía en Inglaterra. Pero el proceso revolucionario tiene enormes consecuencias, sobre todo porque las ideas liberales se cimentaron enormemente en Inglaterra y fueron llevadas a las colonias al otro lado del atlántico. La importancia histórica de esta revolución burguesa es muy significativa: “Inglaterra capitalista fue preparada por la revolución política de la mitad del siglo XVII y por la revolución industrial de fines del XVIII. Inglaterra salió de su época de guerra civil y de la dictadura de Cromwell como un pequeño país que apenas contaba millón y medio de familias. Inglaterra entró en la guerra imperialista de 1914 como un imperio abarcando dentro de sus límites la quinta parte de la humanidad.” (Ídem)

 

El cádaver de Mussolini y su amante son colgados en un mercado de Milán

Por Aquiles Izaguirre.

Benito Amilcare Andrea Mussolini nació en 29 de julio de 1883 en Predappio en la Provincia de Cesena Italia. Inspiración e ídolo de Adolf Hitler, este personaje representó el ultranacionalismo y sintetizó el Fascismo. Pero más allá de la vida de Benito Mussolini, es importante preguntarse ¿qué fue lo que representó? y ¿qué es el Fascismo? , por ende, a través de la vida de Mussolini intentaremos interpretar someramente qué es el Fascismo y los peligros que representa para los trabajadores y las clases explotadas.

Hijo de Alessandro Mussolini, quien era obrero y anarquista, su madre era una profesora llamada Rosa Maltoni. Fue militante del Partido Socialista Italiano (PSI) sufriendo el exilio en varias ocasiones.

A pesar de haber criticado y movilizado en contra de la aventura italiana contra del imperio Otomano, su concepción fue cambiando rápidamente, sobre todo cuando Italia entró en la Primera Guerra Mundial, y el PSI, en contra de la mayoría de la Internacional Socialista decide no apoyar la guerra fratricida. Mussolini apoyó la incursión chauvinista en la guerra, fundando el periódico Il Popolo d’Italia, de tendencia ultranacionalista, hecho que fue la gota que derramó el vaso y fue expulsado del PSI. Participó en la guerra fratricida del lado de la Entente y fue dado de baja después de ser herido en batalla.

Entre la revolución y el Fascismo

El Tratado de Versalles y los acuerdos impuestos por el imperialismo triunfante resultarían catastróficos para la humanidad. La Primera Guerra Mundial fue el reparto del mundo entre los países imperialistas con colonias y las potencias emergentes que llegaron tarde a la repartición del globo terráqueo. Por ende, el final de la guerra despertó fuerzas titánicas que volverían a aparecer años más tarde. La gélida Rusia fue arrasada y transformada por la revolución de Octubre, despertando rápidamente un Tsunami que haría temblar a la burguesía Europea.

Italia no sería la excepción, el gobierno italiano sufrió un gran revuelo debido a que el imperialismo triunfante no le otorgó sus pretensiones territoriales. Asimismo la industria armamentista ayudó al desarrollo económico de ciertas ciudades como Turín, Milán, Nápoles, y otras, pero el fin de las hostilidades significó la destrucción de una de las bases económicas de Italia. Por todas partes la escasez y miseria eran el sol que recibían los trabajadores y campesinos. En las ciudades importantes como Turín, Nápoles, Milán los trabajadores se movilizaron en contra del gobierno.

Esta escena dramática en que el fascismo y el comunismo chocarían, tendrían lugar 13 años más tarde en la Alemania Nazi. Así fue que Mussolini funda “Fasci Italiani di Combattimento” (grupos de combate) con los cuales lucharía en contra de las fuerzas obreras y la revolución. León Trotsky analizaría la ascensión del fascismo: " Desde el final de la primera guerra mundial, el movimiento obrero en Italia fue siempre en ascenso, hasta que, en septiembre de 1920, culminó con la ocupación de las fábricas por los obreros. La dictadura del proletariado era un hecho real, y no quedaba más que organizarla y deducir de ella todas las consecuencias necesarias” (León Trotsky, La era de la Revolución Permanente).

Como pasaría en decenas de ocasiones, el PSI no sacó las debidas conclusiones del proceso revolucionario y vaciló, dándole al fascismo la oportunidad de aplastar al movimiento revolucionario. Así fue que la insurrección dejó paso a la contrarrevolución Fascista: “Desde el fin de la guerra, el movimiento revolucionario italiano iba en alza y en septiembre de 1920 los obreros habían llegado a la ocupación de empresas y fábricas. […] La socialdemocracia tuvo miedo y retrocedió. Después de firmes y heroicos esfuerzos, el proletariado se encontró ante un vacío. El aplastamiento del movimiento revolucionario fue la premisa más importante para el desarrollo del fascismo. En septiembre, se interrumpió la ofensiva revolucionaria del proletariado y en noviembre, tuvo lugar la primera manifestación importante de los fascistas” (Trotsky, La lucha contra el fascismo en Alemania). Esta Lucha contra el fascismo sería un escenario dramático, que debería de presentarse nuevamente 12 años después en Alemania con los mismos resultados, y la instauración del Nazismo y Adolf Hitler en el poder. En noviembre de 1921 Mussolini funda el Partito Nazionale Fascista (Partido Nacional Socialista).

A partir de las derrotas del movimiento obrero, las luchas comienzan a ser defensivas y en agosto de 1922 se promueve una huelga general en contra de las fuerzas de choque del Fascismo, las Camisas Negras. La contraofensiva fascista estaba armándose y en septiembre de ese mismo año los escuadrones fascistas toman violentamente las ciudades de Ancona (Milán), Génova, Livorno, Parma, Bolzano y Trento. La contrarrevolución tomaba forma y Mussolini logra reunir a 40,000 camisas negras en la ciudad de Nápoles. A pesar del temor que inspiraba el fascismo a la burguesía, esta se encontraba en una encrucijada, al borde del abismo de ver a los trabajadores en el poder: “La burguesía no se toma a la ligera el fascismo. No es su primer recurso, sino el último, cuando todas las demás opciones están agotadas y la burguesía se enfrenta a su derrocamiento por parte de la clase obrera.” (León Trotsky, Lucha contra el fascismo).

Así es que Mussolini y el fascismo, ante la debilidad del movimiento obrero y de la burguesía, logran la marcha a Roma el 28 de Octubre de 1922. La marcha a Roma no encontró oposición, sobre todo porque el Rey Víctor Manuel III vetó todo intento de defensa armada del gobierno.

A partir de este periodo Mussolini comienzó a consolidar el poder del Fascismo en Italia ofreciendo el reino de terror y persecución. Si bien el Fascismo es una dictadura, no se puede asegurar que se trata de una dictadura normal. Se trata de las fuerzas de la pequeña burguesía apoyadas por la burguesía con influencia de masas: “El movimiento fascista italiano fue un movimiento espontáneo de grandes masas, con nuevos dirigentes surgidos de la base. Es de origen plebeyo y está dirigido y financiado por las grandes potencias capitalistas. Se formó en la pequeña burguesía, en el lumpen-proletariado y hasta cierto punto también en las masas proletarias.” (León Trotsky, ¿Qué es el fascismo?). El fascismo es la forma más radical en que la burguesía, gobierna aplastando a las corrientes revolucionarias de las masas y a las organizaciones del movimiento obrero.

Elevado al poder, Mussolini fue el principal aliado de la burguesía. El otrora militante ateo le daría las principales concesiones a la iglesia católica, brindándole tratados que cimentarían el moderno poder económico de la iglesia. Así es que la iglesia se hizo de la vista gorda ante los miles de asesinatos, encarcelamientos y antisemitismo que el Fascismo protagonizó por más de 20 años de gobierno en la península Itálica.

La II guerra mundial

Como mencionamos, la firma del tratado de Versalles significó la firma de la Segunda Guerra Mundial. Las aspiraciones imperialistas de Mussolini lo llevaron a acercarse a la Alemania Nazi, recordemos que Adolf Hitler era un devoto admirador de Benito Mussolini. Hitler inició su incursión en Europa y Mussolini lo acompañó. Invadió Grecia, envió tropas a la URSS y también al frente africano. En muy poco tiempo llegaría el desastre para las tropas Italianas y los reveses serían constantes. Esto se explica debido al atraso del capitalismo italiano en relación al resto de las potencias Europeas. No tardaron en llegar las condiciones precarias a la península, en donde el hambre y la escasez sería el abono con que se fertilizaría la derrota del Duce. En 1943 desembarcan en Sicilia tropas Anglo Norteamericanas, y se inician las huelgas actividades de los partidos y sindicatos obreros que estaban en la clandestinidad. Se organizan huelgas en las fábricas de la FIAT en Turín, expandiéndose como pandemia en todas las ciudades del norte industrial italiano.

Poco a poco caería un enjambre sobre Mussolini y fue traicionado por el Rey Víctor Manuel III, quien mandó arrestarlo. El dictador fue llevado a la isla La Maddalena frente al litoral toscano y luego al hotel Campo Imperatore en los Apeninos del Gran Sasso, donde fue liberado por un comando de paracaidistas alemanes que entraron a Italia, salvando al Duce temporalmente.

En 1945 el Duce intentó negociar la rendición con los aliados, que le exigieron la rendición inmediata, que no aceptó. Para evitar a Caronte, huyó junto a una columna motorizada alemana que iba al norte de Italia. En Lombardía un contingente partisano que controlaba la zona logró capturar a Mussolini. El 28 de abril se le hizo un juicio sumario y fue fusilado por los partisanos. Su cuerpo fue exhibido, y el odio del pueblo que tanto había sufrido con el fascismo se ensañó con el cadáver del dictador. El destino de Italia sería decidido por Stalin, quien dejó que los aliados controlaran la península, que fue liberada por los partisanos comunistas. Ya Trotsky en los años 30 habría predicho amargamente: “¿Significa esto que Italia no puede convertirse nuevamente, durante un tiempo, en un Estado parlamentario o en una "república democrática"? Considero y creo que en esto coincidimos plenamente- que esa eventualidad no está excluida. Pero no será el fruto de una revolución burguesa sino el aborto de una revolución proletaria insuficientemente madura y prematura” (León Trotsky, Problemas de la Revolución Italiana)

  Abraham Lincoln visita a sus tropas en el frente de batalla
Por Victoriano Sánchez
El  asesinato del presidente Abraham Lincoln en 1865 es un acontecimiento trágico de la historia. La película de Steven Spielberg sobre el asesinato de Lincoln es una magnifica recreación sobre el rol de la persona del presidente Lincoln, pero no analiza los intereses que representaban los diferentes grupos durante la guerra civil norteamericana.
La revolución e independencia de Estados Unidos
En 4 de julio de 1776, después de muchas luchas y enfrentamientos contra las tropas coloniales, se produjo la independencia de las 13 colonias inglesas en Norteamérica, dando origen a lo que se conoció como la Revolución de los Estados Unidos.
Influenciados por las luchas contra el poder absoluto de la monarquías, los colonos recién independizados adoptaron formas de gobierno basados en conceptos de la democracia liberal, donde se hacía muchos énfasis en la libertad y unión de los individuos.
11 años después, el 17 de septiembre de 1787, las 13 colonias rescataron de la antigüedad, específicamente de las ciudades-estado griegas, la forma de un gobierno federal, y adoptaron el documento que se conoce actualmente como la Constitución de los Estados Unidos de América.
Mientras Europa era dominada por monarquías absolutas, y el conjunto de América era colonizada y saqueada por España, Portugal, Francia e Inglaterra, en los Estados Unidos se vivía la segunda gran revolución democrática burguesa a nivel mundial.
La primera fue la revolución (1642-1689) que debilitó enormemente el absolutismo de los monarcas ingleses. La segunda fue la revolución de la independencia de las 13 colonias que conformaron los Estados Unidos (1776-1787). Y la tercera revolución fue la francesa (1789-1799). Estas dos revoluciones ejercieron una influencia directa en el territorio de América Latina.
La forma de gobierno de los Estados Unidos fue revolucionaria en su momento, estaba basada en el voto de los ciudadanos varones, que poseían bienes materiales, y que se atrevieron a prescindir de la institución de la monarquía. En cambio, crearon la figura del presidente, una especie de monarca electivo, con poderes limitados, que ahora es común en casi todos los países, pero que en su momento era un profundo cambio revolucionario.
El problema de la esclavitud
Indudablemente que el aspecto progresivo de la revolución democrático burguesa en los Estados Unidos ha sido sacado de su contexto histórico, y ahora los historiadores han elevado la democracia burguesa actual a un supra paradigma.
Mientras los ciudadanos varones norteamericanos votaban a sus gobiernos locales, estatales y federales, una enorme masa de esclavos negros, secuestrados de las llanuras de África y traídos a la fuerza para levantar las cosechas, era relegada a la oscuridad sin ningún tipo de derechos.
Existió una enorme contradicción entre los postulados teóricos de la revolución norteamericana, con la realidad de la esclavitud. Esto se puede apreciar en uno de los párrafos de la Declaración de Independencia de las 13 colonias, que contenía lo siguiente: “(…)Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se vuelva destructora de estos principios, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que base sus cimientos en dichos principios, y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca más probable que genere su seguridad y felicidad (…)”
Pero estos principios de libertad, justicia y felicidad no eran aplicables a los esclavos negros, a quienes los colonos les negaban la libertad individual.
El tema de la esclavitud fue ampliamente debatido en los círculos de poder de los Estados Unidos pero pocos se atrevían a plantear la liberación de los negros. El boom de la industria textil inglesa necesitaba de materias primas, de algodón, que era cultivado por los negros esclavos en el sur de los Estados Unidos.
La debilidad del Estado federal
La independencia de los Estados Unidos dio paso a dos formas sucesivas de Estado. Primero surgió el Congreso de la Confederación (1774-1789) que promovió la unidad de las 13 colonias en el periodo de lucha por la independencia, y después de ésta mantuvo unidos a los Estados en la lucha contra el enemigo exterior, especialmente Inglaterra, hasta que se adoptó la forma de un Estado federal, otra novedad revolucionaria.
La Constitución fue adoptada en 1787 pero tardó mucho en constituirse un gobierno de la Federación. Al inicio este fue muy débil, porque los Estados eran muy celosos de la autonomía conquistada.
Industrialización versus esclavismo
El siglo XIX fue de esplendor para los Estados Unidos. Mientras los Estados y ciudades del noreste, crecían económicamente y se industrializaban rápidamente, sosteniendo un intenso intercambio de mercancías con Europa. Esta industrialización necesitaba mano de obra que vendiera libremente su fuerza de trabajo en las nacientes industrias.
En cambio, los Estados y ciudades del sur, también crecían económicamente vendiendo materias primas, principalmente algodón, a bajo precio a la industria textil de Inglaterra. A pesar del atraso de sus fuerzas Las ganancias del sur eran fabulosas, porque no pagaban salarios a sus esclavos.
Entonces, se produjeron dos polos económicos: uno, en el norte, basado en la industria, que requería cada vez más mano de obra libre, para vender su fuerza de trabajo en cualquier fábrica. La constante migración de trabajadores provenientes de Europa, que huían de la represión de las monarquías, de las revoluciones fracasadas, no era suficiente para alimentar la industria.
Y en el sur, que era fundamentalmente agrícola, y cuyas ganancias provenían de la súper explotación de los esclavos, en el fondo su base económica era muy débil
Emerge la figura de Abraham Lincoln
No hay duda que las necesidades históricas crean a los personajes. Abraham Lincoln proviene de una clásica familia de “cuáqueros” o pequeños propietarios campesinos, que eran la base social de la democracia burguesa norteamericana en sus inicios.
Fue sargento del ejército de Estados Unidos y participó en la guerra de exterminio de la población aborigen. Su carrera política comenzó cuando fue electo representante ante la Asamblea del Estado de Illinois (1834-42), después fue electo como congresista en la Cámara de Representantes del Estado Federal (1847-49). En este periodo tuvo un arrebato de dignidad y se retiró de su silla en el Congreso, en protesta por la invasión norteamericana sobre México (1846-1848), que arrancó a este país los territorios de California y Texas, que le permitieron a Estados Unidos ampliar su territorio hasta la costa del pacifico, y con ello tener puertos hacia el oriente. Era el surgimiento del imperialismo norteamericano.
Era miembro del partido Whig y formaba parte del ala abolicionista. En esa época, había debate sobre el atraso económico que representaba la esclavitud en los Estados del Sur de los Estados Unidos, pero este debate era entre las elites políticas.
En 1854 se produjo un gran acontecimiento. Hasta esa fecha había una coexistencia entre los Estados industriales del Norte y los Estados esclavistas del sur. El Estado de Nebraska aprobó una ley que autorizaba la esclavitud, eso significaba un avance del modo de producción del sur sobre el Norte. El partido Whig se dividió en 1856 entre abolicionistas y antiabolicionistas. Una de sus facciones dio origen al Partido Republicano. En 1860 Lincoln fue candidato presidencial del Partido Republicano y, aprovechando las divisiones del Partido Demócrata, ganó las elecciones y se convirtió en el decimosexto presidente de los Estados Unidos, obteniendo 1.865.908 votos populares, equivalente al 39,82% del total de la votación y 180 votos de los Grande Electores del Colegio Electoral. Lincoln obtuvo el porcentaje de votos más bajos en una elección presidencial, hasta ese momento.
Inicio de la guerra civil
El ascenso de Lincoln a la presidencia provocó, en diciembre de 1860, una rebelión de los Estados de Carolina del Sur, Missisipi, Florida, Alabama, Georgia, Louisiana, y Texas, los que decidieron separarse y crear una nueva forma de Estado, que se conoció con los Estados Confederados de América, presidido por Jefeerson Davis. Si capital fue Richmond, Virginia. Esta secesión ponía en peligro el crecimiento de Estados Unidos y su rol como futura potencia.
La guerra comenzó al mismo tiempo que la presidencia de Lincoln. Sus discursos a favor de la libertad de los esclavos, permitió que decenas de miles de estos ingresaran el ejercito del Norte. La situación no fue fácil, pero al final se impuso el poderío industrial de los Estados de Norte que tenían como bandera política la unidad de la Federación y la abolición de la esclavitud. El 1 de enero de 1863 decretó la emancipación de los esclavos negros en todo el territorio de Estados Unidos.
El mensaje de La Primera Internacional
Carlos Marx, en nombre de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), en 1864, envió un mensaje de saludo a Lincoln, el que decía que “(…) Los obreros de Europa tienen la firme convicción de que, del mismo modo que la guerra de la Independencia en América ha dado comienzo a una nueva era de la dominación de la burguesía, la guerra americana contra el esclavismo inaugurará la era de la dominación de la clase obrera. Ellos ven el presagio de esa época venidera en que a Abraham Lincoln, hijo honrado de la clase obrera, le ha tocado la misión de llevar a su país a través de los combates sin precedente por la liberación de una raza esclavizada y la transformación del régimen social”.
El asesinato de Lincoln
Lincoln sufrió un primer atentado en Baltimore, Maryland y el 23 de febrero de 1861, pero salió ileso. No obstante, habiendo obtenido la reelección en 1864, y la rendición del ejército confederado el 9 de abril de 1865, el presidente Lincoln no vivió para disfrutar su victoria, ya que fue asesinado el 14 de abril de ese mismo año.


Por Herodoto Rojo

La Comuna de París de, creada en Marzo de 1871, ha sido sin duda uno de los mayores acontecimientos revolucionarios de la Historia. Por primera vez el proletariado fue capaz de derrocar el poder establecido, formar sus propios órganos de gobierno y reemplazar al estado monárquico-burgués capitalista. Esto nunca lo perdonaron los asustados burgueses-capitalistas, que vieron en la Comuna la posibilidad de perder todos sus privilegios económicos y sociales. La represión fue tan grande que incluso este acontecimiento tan importante fue olvidado por los libros de Historia, nombrándose casi como una anécdota de la Guerra Franco-Prusiana que derrocó a Luis Napoleón III, que trajo la III República a Francia y la unión de Alemania.

La Revolución Francesa de 1789

Ningún acontecimiento histórico se produce espontáneamente. Así, los orígenes de la Comuna se podrían buscar casi un siglo antes, en la Revolución Francesa de 1789. En estos años se produjo el principio del fin del estado absolutista con privilegios feudales, el llamado Antiguo Régimen.

Sin embargo, los beneficiados por esta revolución no fueron los más desfavorecidos, sino los burgueses que buscaban sobre todo la libertad económica. Al principio burgueses y clase trabajadora fueron de la mano, los “sans culotte” (literalmente los “sin calzón” por ser pobres) fueron decisivos en el apoyo a los Jacobinos frente a la presión de las potencias monárquicas europeas y de los contra-revolucionarios.

Las Revoluciones de 1830 y 1848

La derrota de Napoleón en 1815 devolvió a Europa un nuevo periodo de represión reaccionaria. Se creó una “Santa Alianza” entre las potencias monárquicas, sobre todo Austria, Rusia y la nueva Francia de los restaurados Borbones, todos ellos bajo la atenta mirada de Inglaterra.

En principio fue una reacción anti-liberal, pues se fueron suprimiendo constituciones y reformas económicas, y a la Iglesia le fue devuelto gran parte de su anterior poder. Sin embargo el motor económico seguía siendo la burguesía, que no soportaba cómo se la excluía de la vida política. Como consecuencia de este proceso, en 1830 hubo en Europa una nueva “fiebre revolucionaria”, esta vez fueron los republicanos, unidos a obreros y estudiantes los que llevaron en Francia el peso de la Revolución de 1830. Carlos X huyó y se instauró una Monarquía Constitucional con Luis Felipe de Orleáns.

Pronto se vio que los problemas sociales no sólo no se resolvían en Occidente, sino que aumentaban, a esto se unió el emergente nacionalismo de Europa Central y Oriental lo que se tradujo en una nueva oleada revolucionaria en toda Europa en 1848.

En Francia se produjo la llamada Revolución de “Febrero” de 1848. Otra vez las disputas por el aumento del Censo entre Monarquía y reformadores provocaron la huida de Luis Felipe y la proclamación de la República. Se introdujo el Sufragio Universal masculino para la formación de la Asamblea Constituyente. Sin embargo este avance fue contradictorio pues se evidenció uno de los grandes problemas de Francia desde 1792, la diferencia entre los asalariados y radicales de París y el resto del país, burguesía provinciana y campesinos conservadores, todos ellos no tenían ningún elemento en común y las provincias consiguieron mayoría.

En Junio era evidente el alejamiento de la Asamblea de la República Social; los obreros de los Talleres Nacionales se sublevaron. Durante tres días las calles de París fueron un campo de batalla en el que al final se impuso la Asamblea burguesa y su fiel ejército. El resultado 10.000 muertos y 11.000 deportados a las colonias.

Napoleón III

Después de la represión se mantuvo la República a pesar de las irreconciliables posturas de las diferentes facciones monárquicas. Aun así se optó por crear una Presidencia fuerte, que hiciera frente a posibles nuevas revoluciones. En las siguientes elecciones, con Sufragio Universal masculino, salió elegido un tal Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del antiguo Emperador y visto como un personaje independiente y con cierto cariz social. La II República Francesa estaba gobernada realmente por antirrepublicanos, los reaccionarios vieron en Luis Napoleón un freno a los socialistas, mientras que republicanos y el pueblo llano le veía como un freno a los reaccionarios monárquicos y grandes terratenientes. Esta confianza se tradujo en que en 1851 se auto proclamara Emperador, Napoleón III.

Los primeros años de su reinado fueron de gran expansión económica, también a nivel mundial, esto provocó la aparición de grandes corporaciones, sobre todo de ferrocarriles, en donde se enriquecieron muchas personas. Como compensación el Emperador-dictador estableció leyes de carácter social, como la legalización de los sindicatos e incluso el derecho de huelga. Estas contradicciones hicieron que al final se creara una gran oposición desde todos los bandos.

Al final lo que destruyó a Napoleón III fue la Guerra contra Prusia. Desde 1851 hasta 1870 Francia entró en guerra varias veces (Rusia, Austria, Italia, Méjico....) por su afán de demostrar el nuevo poderío de Francia. Sin embargo en 1870 declaró la guerra a la Prusia de Guillermo I y Bismarck, ante las intenciones de crear un Imperio Alemán y por la posible subida al trono de España de un Rey germano, lo que dejaría a Francia rodeada de enemigos.

La guerra fue un desastre para los franceses. En la Batalla de Sedán, prácticamente todo el ejército francés cayó prisionero de los prusianos, incluido el Emperador. Francia estaba ocupada en parte por los prusianos que se quedaron a las puertas de París, declarando la creación del Imperio Alemán en el propio Versalles. Francia se quedó sin gobierno, lo que provocó los acontecimientos de la Comuna de París.

Una revolución obrera

En Octubre de 1870 se empezaron a producir en París manifestaciones para seguir la guerra contra los prusianos. Ante el temor de nuevas revueltas proletarias, las clases dirigentes (tanto monárquicas como republicanos burgueses) formaron un gobierno que pactó un armisticio con los prusianos, trasladándose además a Versalles para evitar al pueblo parisino. Así mismo se debían organizar unas elecciones para la creación de una nueva Asamblea Nacional.

El proletariado parisino vio esta rendición se vio como una traición; el pueblo empezó a pedir la Comuna, se hizo con las armas de los arsenales y organizó la resistencia. En el resto de Francia, sin embargo, estos acontecimientos provocados por los proletarios y la pequeña burguesía parisina se vieron como otro intento de revolución, como en 1848. Esto provocó que en las elecciones de febrero de 1871 los monárquicos y conservadores fueran mayoría, frente a unos pocos diputados de izquierda. La nueva asamblea no reconoció la nueva República proclamada en septiembre y eligió a Thiers, político conservador, como jefe de gobierno para desencadenar la contrarrevolución ante el apoyo creciente a la Comuna.

Su primera acción fue intentar desarmar a la población de París, para lo cual pactó con Bismark la devolución de prisioneros de guerra para realizar la represión. Ante este intento, el pueblo de París, junto a la Guardia Nacional sublevada, les hizo frente hasta incluso tener la posibilidad de tomar Versalles.

Sin embargo optaron por la moderación, e incluso se permitió en la ciudad la libre movilidad de grupos conservadores, prensa monárquica y toda la libertad que se podía pensar, París era una ciudad abierta. La Francia dominada por Thiers, sin embargo, se caracterizaba por la represión de cualquier simpatizante de la Comuna y, por supuesto, por un control policial absoluto.

El 26 de Marzo de 1871 se realizaron elecciones libres en la ciudad y se proclamó oficialmente la Comuna de París, invitando al resto de ciudades a hacer lo mismo y luchar contra Thiers. Su llamamiento no tuvo respuesta ante la falta de comunicaciones con el exterior. En estas elecciones fueron elegidos toda clase de ideas y personas, anarquistas, blanquistas, proudonistas, socialistas de la I Internacional, e incluso hubo representantes de los barrios burgueses que más tarde se retirarían y huirían.

El hecho de ser la “1ª Revolución Socialista” no es por el predominio de ciertos miembros socialistas, sino por la iniciativa de creación de una organización político-administrativa, establecida casi de forma espontánea, con la unión de todas las ideologías representadas.

La Organización de la Comuna

Pronto se vio que era imposible aprovechar el antiguo entramado administrativo heredado del Imperio de Napoleón III.

El principal organismo fue el “Consejo de la Comuna”, coordinado por una “Comisión Ejecutiva”, con poderes legislativos y ejecutivos. Así mismo se crearon las “Comisiones” (Ejército, Salud Pública, Trabajo, Justicia.....) que aplicaban la política correspondiente a su actividad, aunque siempre respondía ante el Consejo. También se reorganiza la Justicia, la cual pasa a ser gratuita, y los magistrados se elegirían por votación.

Una de las primeras medidas de la Comuna fue disolver al ejército regular, sustituyéndolo por la Guardia Nacional democrática, es decir por todo el pueblo. Otra decisión, muy sorprendente, fue el respeto de la propiedad privada de los que se quedaron, expropiándose sólo a los que huyeron, los grandes propietarios. Y más todavía sorprendió que nunca llegaran a utilizar los depósitos del Banco de Francia, no sólo su dinero sino también el posible uso político de éste, con lo cual la burguesía hubiera obligado a Thiers a pactar con los comuneros.

A pesar del cerco militar, la Comuna invierte rápidamente en la ejecución de trabajos públicos, con la creación de correos y de un sistema sanitario, que garantizara la salud del pueblo y de las tropas de la Guardia Nacional en lucha.

Los pequeños industriales fueron respetados aunque en un nuevo marco de relaciones laborales, en la que el trabajador tenía sus derechos. Se prohibió el trabajo nocturno y adoptaron políticas de higiene. Los alquileres empezaron a estar controlados por la municipalidad, fijándose un tope máximo. Como ejemplo, los miembros del gobierno se pusieron un sueldo igual al sueldo medio de los trabajadores, teniendo prohibido la acumulación y aprovechamiento propio de sus cargos.

La educación pasó a ser laica, gratuita y obligatoria. Los programas de estudios pasaban a ser realizados por los propios profesores, los cuales garantizaban el carácter científico de las disciplinas. También se creó una Formación Profesional en donde los obreros daban gratis las prácticas a los alumnos. Se crearon guarderías para cuidar a los hijos de las trabajadoras.

La Libertad nunca antes conocida

Una de las principales característica de la Comuna fue la Libertad. De ésta se podían beneficiar todos, incluso los partidarios del gobierno de Versalles. Había libertad de prensa, de reunión y asociación.

Se decretó que las detenciones deberían ser por orden judicial, y los prisioneros tenían todos sus derechos garantizados, incluso el castigo era fuerte para los casos de detenciones injustas.

Solamente al final, cuando la situación se hizo difícil, se empezó a detener a los saboteadores y todo aquel que se resistiera por la fuerza, aun así durante toda la comuna no murieron más de cien personas a manos de la Comuna.

Contrarrevolución y represión

Bismark, temeroso de que el fenómeno de la Comuna se contagiara al resto de Europa, le devolvió a Thiers todas las tropas que todavía mantenía retenidas, para que eliminara los comuneros. Así, el 21 de Mayo de 1871 un ejército de 180.000 hombres se lanzó a la conquista de París calle por calle. La defensa se organizó en barricadas, en las que luchaban tanto hombres como mujeres. La lucha fue desigual ante el poderío militar del ejército regular, sin embargo los comuneros lucharon hasta la muerte. La batalla duró una semana, hasta el 28 de Mayo, cuando cayó la última barricada defendida por un solo comunero por la muerte de sus compañeros.

Como era de esperar la represión fue brutal. Desde los primeros días los fusilamientos eran cotidianos (incluidos mujeres y niños).

Se estima que unos 30.000 obreros y simpatizantes de la Comuna fueron fusilados, a los que habría que sumar unas 40.000 personas enviadas a las colonias, con trabajos forzosos, en donde gran parte murió de enfermedades.

El primer ensayo de toma del poder

Aunque los socialistas de la I Internacional no tuvieron un papel destacado, los gobiernos burgueses y autoritarios europeos no tardaron en responsabilizarlos de todo lo ocurrido. Con esta excusa el movimiento obrero estuvo perseguido fuertemente durante bastante tiempo.

En general este movimiento revolucionario fue un ejemplo para la clase obrera, demostrando que se podía tomar el poder para crear una sociedad más justa, igualitaria y fraternal, que hoy llamamos socialismo. Incluso el “exceso” de libertad, que tanto se criticó, no deja de ser un ejemplo de que intentaron hacer un nuevo mundo que no estuviera basado en la represión y la explotación que ellos habían sufrido en sus vidas.

No en balde, Lenin dijo que la Comuna de Paris, había sido el primer ensayo de la clase trabajadora para tomar el poder.

 

Por Aquiles Izaguirre.

En el mes de febrero de 1918 se fundó el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos de la Unión Soviética. Este Ejército Rojo no debe confundirse con el andamiaje burocrático que terminó siendo después de que el Estalinismo corroyera los cimientos de la Revolución de Octubre.

Todo lo contrario, este ejército no tiene parangón en la historia de la Humanidad, no porque la misma historia no produjese ejércitos de las clases explotadas, como lo fue el ejército de esclavos comandado por Espartaco, sino porque este ejército defendía un Estado dominado por los explotados, así cada soldado recitaba el juramento socialista: “Me comprometo a defender, al primer llamado del gobierno obrero y campesino, la República Soviética contra todos los peligros y atentados de parte de sus enemigos, así como a no mezquinar mis fuerzas ni mi vida en la lucha por la República Soviética de Rusia en nombre del socialismo y de la fraternidad de los pueblos.” (Escritos Militares León Trotsky)

La gran guerra

En 1914 la burguesía mundial decidió repartirse el mundo. Pocos fueron los que se opusieron a esta carnicería, en todos los países se celebraba a grandes voces el chauvinismo. Pero la euforia no duraría mucho. Para 1917 la guerra estaba llevando a los países a la descomposición, la opinión ya no era unánime a favor de la guerra y se dieron movimientos de oposición a la misma, principalmente es los centros obreros de Alemania, Inglaterra y Rusia. También en algunas bases navales como Kiel y Kronstadt. En febrero de 1917 se dio la primera revolución rusa, que terminó siendo el preludio de la revolución de octubre, en donde tomarían el poder los Bolcheviques a través de los soviets.

El triunfo revolucionario en Rusia y la debilidad del capitalismo significó que en Europa se abría una época de revoluciones: “Europa central fue sacudida por una oleada de huelgas políticas y manifestaciones antibelicistas que se iniciaron en Viena, luego en Budapest y en los territorios checos hasta Alemania, culminando en una revuelta de la marinería austrohúngara en el Adriático. En los países derrotados las cuatro monarquías de Alemania, Austria, Hungría, Bulgaria y Turquía habían sido derrocadas y sus ejércitos desintegrados. Los disturbios sociales se dieron también en los países vencedores.” (León Trotsky, Escritos Militares).

En estas condiciones triunfó la revolución de Octubre, y el partido Bolchevique comenzó a trabajar en firmar la paz. Recordemos que la consigna que llevó a la toma del poder fue “PAZ, PAN Y TIERRA”. Este trabajo no fue fácil, debido a las enormes presiones de las masas rusas, que hambreadas, golpeadas y asesinadas por la guerra imperialista, miraban en la firma de la paz la salida a la miseria en que se encontraban.

La revolución y la guerra civil

La toma del poder significó un enorme problema para los revolucionarios soviéticos. Sobre todo porque la agresión de los fuerzas pro zaristas apuntaban contra la revolución. Asimismo, el imperialismo Europeo no permitiría que la revolución llevase su curso normal y luego atentaría en contra de sus privilegios enviando más de 14 ejércitos imperialistas que invadieron la Unión Soviética. En este panorama debemos agregar que la vieja estructura del ejército zarista se caía a pedazos, miles de soldados desertaban de las filas del ejército, el panorama era infecundo. No solo se presentaba la tarea de construir un ejército que no fuera territorial sino que pudiese desplazarse para defender la revolución por toda Rusia.

El encargado de realizar esta labor fue León Trotsky, en ese entonces delegado por el partido Bolchevique para firmar la paz con Alemania (Paz de Brest-Litovsk) y que había fungido en el Comité Militar Revolucionario en la insurrección de Octubre: “Trotsky es uno de los mejores escritores del socialismo mundial, pero sus cualidades no le han impedido convertirse en el jefe, el organizador dirigente del primer ejército proletario. La pluma del mejor publicista de la revolución se ha forjado nuevamente en espada.” (León Trotsky, el organizador de la victoria, Karl Radek)

Las bases que conformaron el nuevo ejército están ligadas a los mismos cimientos de la toma del poder en octubre. Las llamadas milicias rojas eran milicias obreras que se habían organizado independientes para defender las conquistas de la revolución. En las jornadas de Octubre fueron el brazo armado del Soviet de Petrogrado y llevaron a cabo las incursiones armadas que instauraron el poder soviético. El partido Bolchevique y su disciplina férrea logró tener un valor determinante, ellos fueron el factor subjetivo que llamó a los obreros a armarse y tomar el poder. Asimismo todo ese aparato sirvió como ente cohesionador para impulsar una campaña de reclutamiento en los barrios obreros, que terminarían siento el embrión del nuevo ejército.

Un ejército de Clase

Como mencionamos anteriormente, el Ejército Rojo es una de esas cosas peculiares que ha dado a luz la historia. ¿En que radica su peculiaridad? En primer lugar en que la construcción del socialismo responde a las necesidades concretas que plantea la lucha de clases y la realidad histórica concreta. Así pues, la misma revolución de Octubre es un fenómeno sin precedentes. Rusia es el primer Estado en donde se logra expropiar a la burguesía e instaurar un gobierno de los explotados. Por ende, la necesidad de autodefensa obligó a los revolucionarios a fundar un organismo que defendiese la revolución, es decir, un nuevo ejército.

Pero ni el marxismo mismo había profundizado sobre este tema, pocos autores revolucionarios tocaron este tópico de la revolución y el socialismo: “Exceptuando los libros de Schulz y de Jaurès, que son de un gran valor, todo lo que la literatura socialista ha publicado sobre temas militares desde la muerte de Engels no ha sido más que un diletantismo malo. Pero incluso las obras de Schulz y de Jaurès no aportan ninguna respuesta a las preguntas que se le plantearon a la revolución rusa.” (León Trotsky, el organizador de la victoria, Karl Radek). Precisamente esto es lo que hace tan espectacular al Ejército Rojo y es que ni la misma doctrina se había planteado resolver un problema tan serio de la revolución social.

Una de las respuestas se basa en el carácter de clase del ejército. Trotsky y el partido bolchevique estaban seguros que los mejores defensores de la revolución serían los obreros; iniciaron una campaña de reclutamiento y las primeras filas, o mejor dicho las columnas vertebrales del nuevo ejército serían los trabajadores. El trabajo era una tarea vista por muchos como imposible: “nos correspondió construir el ejército sobre un terreno recubierto por la sangre y el fango de la pasada guerra, sobre el terreno de la necesidad y el agotamiento, cuando el odio a la guerra y a todo lo militar estaba vivo en millones y millones de obreros y campesinos” (León Trotsky, Sobre Los Frentes).

A medida que la guerra civil se acrecentaba El fundador del Ejercito León Trotsky pretende establecer ciertas medidas para fortalecer el nuevo ejército, estas serían: instrucción general obligatoria, creación de cuadros militares de entre las filas de los combatientes, utilización de especialistas militares (oficiales y suboficiales del viejo ejército) e implantación de comisarios de guerra (comisarios políticos).

Dentro de estas nuevas medidas, la más polémica resultó ser la de reclutar ofíciales del viejo régimen zarista para dirigir las operaciones militares. Si observamos bien, esta medida responde a una particularidad social, y es que el poder se encuentra en la clase obrera, pero esta no tiene los elementos científicos y técnicos que la burguesía ha tenido gracias a siglos de explotación. Trotsky fue uno de los defensores de que existía la necesidad concreta de utilizar ex ofíciales zaristas, aunque fuese bajo la amenaza del terror rojo, pero al mismo tiempo introduce la institución del Comisario Político como forma de controlar a este oficial. Esta doble dirección en el Ejército Rojo era concebida como una institución transitoria, esperando que las fuerzas de la revolución tuvieran sus propios mandos militares.

Al final este ejército creado en Febrero de 1918, en las peores condiciones, logró triunfar en la guerra Civil contra las fuerzas pro zaristas y las fuerzas militares imperialistas. Pero al mismo tiempo la historia fue inflexible con este ejército que fue copado por la degeneración Estalinista, y para 1937 se dieron las purgas al ejército Rojo, llamada también los juicios de Moscú, en donde se asesinó a la oficialidad militar forjada bajo el calor de la revolución de Octubre. Irónicamente, el Ejército Rojo fue el último bastión con cierta independencia del dictador José Stalin.

Ahí murió el glorioso Ejército Rojo que hizo hazañas inigualables y en palabras de Lenin logró su éxito debido a: “En toda guerra, la victoria depende en último término del estado de ánimo de las masas que derraman su sangre en el campo de batalla. La convicción de que se lucha en una guerra justa, la conciencia de la necesidad de sacrificar la vida en bien de sus hermanos, eleva el espíritu de los soldados y les permite soportar penalidades increíbles. Los generales zaristas dicen que nuestros soldados rojos soportan tales penalidades como jamás las hubiese soportado el ejército del régimen zarista” (Lenin, Discurso en la Conferencia ampliada de obreros y soldados del Ejército Rojo en el barrio Rogozhski-Simonovski, 13 de mayo de 1920, Informe de Prensa, publicado en Obras Militares Escogidas de Lenin).

Por Olmedo Beluche

La Revolución Rusa es uno de esos acontecimientos que marcan la historia del mundo con “un antes y un después”. Las circunstancias que le dieron origen, como la Primera Guerra Mundial, demostraron a la humanidad que el capitalismo mundial (imperialismo) es el sistema de explotación económica más bestial que haya existido, capaz de sacrificar la vida de millones de seres humanos en la búsqueda de la ganancia capitalista. Cada generación que “olvide”, o no haya aprendido de esa experiencia, está condenada a volver a sufrir las consecuencias, como sucedería con la Segunda Guerra Mundial y en cada crisis capitalista, como todavía acontece 95 años después. Los europeos de hoy deben estar sintiendo un “deja vù”. Para no mencionar a los millones que en África, Asia y América Latina han padecido permanentemente las miserias de la expoliación capitalista.

La Revolución Rusa marcó un hito porque mostró que la acción consciente de millones de personas puede encontrar caminos alternativos al “imperio del mercado” y acercar un poco la utopía de una sociedad justa y democrática. Durante varias generaciones el optimismo y la esperanza se irradiaron desde Petrogrado y Moscú hacia el resto del mundo, dándole fuerza moral a millones de personas a realizar hazañas como: la derrota del fascismo, la Revolución China,  la independencia del mundo colonial africano y asiático, o la Revolución Cubana en América.

En Panamá, la Revolución Rusa impulsó el nacimiento de la primera central sindical (el Sindicato General de Trabajadores) y el Movimiento Inquilinario de 1925, reprimido por la soldadesca yanqui. Sus líderes fueron: el internacionalista Blásquez de Pedro, de origen español, y personas como Cristóbal Segundo y Domingo H. Turner, quienes fundaron el Grupo Comunista hacia 1920 y el Partido Comunista en 1930.

Lamentablemente la Revolución Rusa se fue quedando aislada, al no triunfar las revoluciones en occidente (en particular Alemania) como esperaban sus dirigentes, para luego entrar en franca degeneración. Muerto Lenin, le tocó a José Stalin el triste papel de convertirse en sepulturero, literalmente, de la generación revolucionaria de 1917. Los que no tuvieron la suerte de morir por enfermedad, acabaron en el paredón o en los campos de Siberia. Una casta social, la burocracia soviética, se hizo con el poder para usufructuarlo en beneficio de sus privilegios más escandalosos. El comunismo, el socialismo, la democracia soviética, la dictadura del proletariado, se convirtieron en conceptos que denotaban todo lo contrario de lo que debían significar. Diríamos que se volvieron en un chiste, si no fuera porque fue una gran tragedia y una burla enorme.

Los acontecimientos de 1989, cuando la misma burocracia, que hasta el día anterior se disfrazaba de “comunista”, procedió a convertirse en la nueva mafia capitalista de Rusia y Europa oriental, le dieron completa razón histórica a León Trotsky, legendario dirigente del 17 que alcanzó a denunciar “la revolución traicionada” por la degeneración stalinista, hasta que fue asesinado en 1940.

Las nuevas generaciones, que han entrado a la vida consciente en los últimos veinte años, para comprender este proceso degenerativo pueden mirar las recientes y vomitivas sesiones del Congreso del Partido “Comunista” Chino, en las que delegados vestidos y actuando como elegantes empresarios, bajo el supuesto adjetivo de “comunistas”, sostienen un modelo económico plenamente capitalista que produce jugosas ganancias a empresas multinacionales norteamericanas, a costa de someter a los trabajadores chinos a la semiesclavitud.

Parte de la crisis que vive el movimiento obrero mundial y la aparente ausencia de alternativas a la globalización neoliberal, estriba en que la degeneración stalinista prostituyó el verdadero sentido de los objetivos por los que luchaba la clase trabajadora en el siglo XIX y principios del XX. Socialismo o comunismo, dejaron de ser sinónimo de la aspiración a una sociedad en que todos los seres humanos puedan vivir en libertad satisfaciendo sus necesidades vitales, sin explotación ni opresión, sin privilegios para unos pocos. La “dictadura del proletariado” se transmutó en una dictadura a secas. Lo que llevó a muchos trabajadores al escepticismo.

El presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, hizo un gran aporte al popularizar el concepto de “Socialismo del Siglo XXI”, que da a entender claramente que luchamos por un socialismo que supere la degeneración del stalinismo, predominante en el siglo XX. Aunque luego sea legítimo debatir si el régimen venezolano es “socialista”, “capitalismo de estado” o simplemente “capitalismo”, lo trascendental es que Chávez abrió una trocha por la que la vanguardia de esta nueva generación puede rescatar lo positivo de la experiencia pasada y rechazar conscientemente los “errores” o degeneraciones.

En este sentido, uno de los aportes principales de la Revolución Rusa, sobre el que no se ha reflexionado suficientemente, y que merece rescatarse, es que ese proceso fue acompañado por la autoorganización de los trabajadores en un organismo que era, a la vez, de debate democrático y de unidad en la lucha: los Consejos de Obreros, Campesino y Soldados, o Soviets, para usar la palabra rusa que les dio fama.

Los soviets surgieron espontáneamente en la Revolución Rusa de 1905, y se repitieron en la de 1917. Esos organismos no fueron creados por línea de ningún partido, ni el Bolchevique de Lenin, ni el Menchevique, los crearon los trabajadores movilizados y en huelga. Los soviets eran realmente asambleas de trabajadores por fábricas (en el 17 se extendieron al campo y al ejército) que debatían de todo: la política del gobierno, las propuestas de los partidos de izquierda u obreros, las acciones de huelga y movilización, etc. John Reed, fundador del Partido Comunista norteamericano, que vivió como testigo de excepción la Revolución del 17, da cuenta de los increíblemente democráticas que eran esas asambleas en su libro “Diez días que estremecieron al mundo”.

Las asambleas por fábricas elegían a sus voceros o delegados que les representaban en asambleas o soviets distritales y nacionales. La proporción de la representación dependía del momento político. Los soviets se convirtieron en la verdadera representación de la clase trabajadora, dando paso a una forma de democracia superior a la “democracia representativa” del capitalismo. La democracia soviética fue superior a la democracia burguesa porque unía el debate con la acción directa. Sus delegados expresaban el estado de ánimo de las asambleas, y estos podían ser removidos por ella si dejaban de representar sus opiniones. A tal punto los soviets o asambleas expresaban el poder naciente de la clase trabajadora frente al Estado capitalista, que Lenin, al volver del exilio en abril de 1917, sintetizó en una consigna, que hicieron suya millones de personas, la esencia de la revolución en curso: “Todo el poder a los Soviets”.

Contrario a los que algunos puedan creer, al principio, el partido de Lenin (Bolchevique) era bastante minoritario en los soviets, en los que prevalecían los partidos obreros moderados que proponían apoyar un gobierno “democrático” de los capitalistas. Pero fue ese carácter de organismos de debate democrático, a la vez que instrumentos para la acción y la movilización, lo que permitió la maduración de la conciencia de los trabajadores rusos a medida que comparaban las propuestas de los partidos con los hechos que se sucedían.

Los soviets, o asambleas, o consejos, no han sido una práctica exclusiva de la experiencia rusa, todo lo contrario. Cada vez que se abre un proceso revolucionario en cualquier país surgen espontáneamente formas de autoorganización obrera y popular de tipo asambleario. En su lucha, la clase trabajadora echa mano de la experiencia de cada país, ya se trate de un sindicato, de una comuna, coordinadora, etc., dándole una forma “soviética”, es decir, asamblearia. Sin embargo, sólo en Rusia este mecanismo logró sostenerse por tanto tiempo, evitando que la revolución sucumbiera. Por lo general, los organismos de este tipo son episódicos, surgen y desaparecen según sea la suerte del proceso general.

El problema que tenemos en el Siglo XXI, es que seguimos bajo el influjo de los métodos antidemocráticos del stalinismo y, bajo distintos ropajes y excusas, incluso en nombre del “partido revolucionario”, los aparatos partidarios tienden a impedir el surgimiento o a destruir o desnaturalizar los organismos democráticos que los trabajadores crean en sus luchas. Cuando los aparatos políticos copan para controlar los organismos asamblearios de los trabajadores, y destruyen su funcionamiento democrático, para imponer “la línea”, cortan el proceso de maduración de la conciencia de la clase, pues desaparece el organismo mediante el cual se ejecuta la reflexión y la acción política de la vanguardia obrera y popular.

Al ahogarse la democracia obrera, la movilización tiende a decaer y el proceso revolucionario se estanca o retrocede, ya que la mayoría de los trabajadores de base se hacen a un lado, pasando su lugar a ocuparlo exclusivamente la militancia de los aparatos políticos, hasta que finalmente, un solo partido acaba controlando todo el organismo para someterlo como un instrumento de su política particular.

El socialismo consecuente del siglo XXI debe rescatar de la Revolución Rusa la experiencia de los soviets, pues en ellos se encarna no solo el instrumento con que la clase trabajadora puede dotarse de unidad y fuerza para enfrentar al régimen capitalista, sino que lleva en sí mismo la forma de una democracia superior a la “democracia representativa” corrupta del capitalismo. Y es en esa democracia obrera donde está concentrada la posibilidad madurar “la conciencia en sí”, para transformarla en “conciencia para sí”, y de donde emana la fuerza moral de millones de personas para acometer el gran salto adelante que significará la construcción de la sociedad socialista.

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