Por Bernardo Kliksberg

Por lo menos 340 trabajadores murieron en Dakka, Bangladesh, cuando se cayó el edificio de ocho pisos donde producían ropa para algunas de las marcas líderes mundiales. El día anterior, los trabajadores habían denunciado las grietas en el edificio. Sohel Rana, el multimillonario dueño del Rana Plaza, aseguró que todo estaba bien, y se les ordenó trabajar. Según reporta The New York Times (27/4/13), el ministro de Información, Hasanul Haque Inud, dijo: “Yo no llamaría a esto un accidente..., yo diría que ha sido un asesinato”.

El “negocio” es de gran envergadura. Los trabajadores reciben el salario mínimo más bajo del mundo, 38 dólares por mes. Las exportaciones de ropa desde Bangladesh suman 19.000 millones de dólares. El 90 por ciento de los trabajadores son mujeres. La mayoría, campesinas con muy poca escolaridad. Los intentos para crear sindicatos han sido desbaratados. Los dueños de las grandes empresas textiles controlan el diez por ciento de los parlamentarios y se han preocupado de que eso se mantenga así. En noviembre de 2012 ardió otra planta igualmente insegura. No había escaleras de incendio ni escapes posibles, no se cumplían las normas más elementales de seguridad. Murieron 112 trabajadores.

La ONG El trabajo tras la etiqueta (El País 26/4/12) declaro a la BBC: “Muchos de estos edificios son trampas mortales, sin rutas de escape adecuadas. De modo que este incidente es chocante pero no sorprendente”.

El The New York Times exigió a las grandes tiendas (10/12/12) “asegurar que las prendas dirigidas a los mercados americanos no sean hechas en condiciones que podrían costar las vidas de sus trabajadores”. El vicedecano de la escuela de gerencia del MIT, Licke, advirtió: “A nosotros como consumidores nos gusta comprar cantidades cada vez mayores de productos cada vez más baratos. Alguien está pagando el costo por ello, y no queremos saber sobre eso. La gente que está pagando el costo está en ese incendio”.

O’Rourke, un experto de la Universidad de California, declaró que “aun cuando vieron agujeros en las paredes, los jefes de las fábricas pensaron que era mejor trabajar por la presión de las empresas compradoras americanas y europeas para entregar en término”. Y agregó que “los precios que las empresas occidentales pagan son tan bajos que constituyen la raíz de por qué estas fábricas reducen todo gasto en seguridad”.

Según los especialistas, por 600 millones de dólares al año durante cinco años se podrían financiar las reformas necesarias en las 5000 fábricas textiles de Bangladesh. Bastaría con que las empresas internacionales les pagaran un adicional de 10 centavos de dólar por los 6000 millones de prendas exportadas cada año.

Desigualdades al descubierto

Mientras las mujeres campesinas de Bangladesh trabajan con riesgo de su vida, hay quienes disfrutan de los “paraísos fiscales”. El Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (86 periodistas de 46 países), que es apoyado por algunos de los principales diarios del mundo, consiguió 2.500.000 registros secretos sobre operaciones en diez paraísos fiscales.

130.000 “afortunados” concentran 21 trillones de dólares. Ello significa un monto mayor al producto bruto de la mayor economía del mundo, los Estados Unidos, que a su vez es el 28 por ciento del producto bruto mundial. Ese es el nivel casi “obsceno” de las desigualdades en el planeta.

Algunos depósitos son legales, otros producto de lavados de dinero, corrupción y otros circuitos semejantes. Todos se benefician de haber dejado de pagar impuestos.

Dice el Consorcio: “Los paraísos financieros han crecido agresivamente, permitiendo a los más ricos y bien conectados evadir impuestos, estimulando la corrupción tanto en países ricos como pobres”. Como las buenas investigaciones periodísticas, tuvo consecuencias. Renunciaron ministros en varios países; algunos multimillonarios tuvieron que dar muchas explicaciones; se abrieron investigaciones de todo tipo; la Unión Europea y el G-20 anunciaron que reforzarán campañas contra los paraísos fiscales. El director de la OCDE (la organización de los países más ricos), SaintAmans, señaló que “el secreto no es más aceptable. Tenemos que salir de eso. Si las reglas no lo hacen posible, cambiaremos las reglas”.

Buenas noticias

Las buenas noticias sobre el progreso social hoy vienen en gran parte del Sur. Así lo ha indicado el Informe de Desarrollo Humano 2012 del PNUD, que resalta los progresos sociales en America latina, y el del Banco Mundial, que destaca que es donde más han crecido las clases medias en los años recientes.

Pero no sólo son los estratos medios los beneficiados por las nuevas políticas públicas. Uno de los sectores más humildes y postergados está siendo objeto especial de ellas en la Unasur.

Hay en América latina no menos de 14 millones de trabajadoras domésticas, que no están registradas y que carecían de protección legal. En el lenguaje usual que reflejaba su carencia de derechos, se las llamaba “las sirvientas” o “el servicio”.

Además de sus reducidas remuneraciones, su trabajo solía ser “en negro” y sus derechos laborales básicos dependían de la buena voluntad de sus patrones o de su estado de ánimo.

En México, donde hay 2,2 millones de trabajadoras domésticas, Buccio, presidente del Consejo Nacional para la Discriminacion de México, señala (El País, 11/4/13) “el clasismo, el racismo, la minusvaloración del trabajo de las mujeres. Eso es lo que están aprendiendo los niños en casa si las trabajadoras viven en la informalidad laboral y están discriminadas socialmente”.

Todo eso se terminó en la Unasur. Uruguay, Argentina, Brasil, Venezuela y otros no sólo ratificaron la Convención Internacional sobre el Trabajo Doméstico aprobada por la OIT en el 2011, sino que dictaron leyes concretas. Los 10 millones de trabajadoras brasileñas tienen desde el 27/3/12 por ley las mismas protecciones laborales de todos los trabajadores, y algunas adicionales. En Argentina, donde se estiman en un millón, la presidenta Cristina Kirchner promulgó el 11/4/13 la ley que reemplaza al decreto retrógrado dictado por la dictadura militar hace más de medio siglo, en 1955, que las desprotegía.

Las injusticias como la pérdida gratuita de vidas en Bangladesh, las desigualdades y corrupciones intolerables como las que develó el informe sobre los paraísos fiscales y otras expresiones de la “codicia desenfrenada” de elites que no tienen límites sólo cambiarán con largas luchas por economías con rostro humano. Las buenas noticias como la supresión de la “esclavitud silenciosa” de las trabajadoras domésticas, en América del Sur, son estímulos inspiradores para reforzarlas.

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