teaparty

Por Ruth Rosen

Historiadora y periodista. Es profesora de política pública en la Universidad de Califonia, Berkeley. Además, es investigadora titular en el Instituto Longview.

¿Por qué las estadounidenses se han vuelto tan activas en el derechista Tea Party? ¿Quizás porque se sienten atraídas al nuevo feminismo cristiano conservador que publicita Sarah Palin? Sin el apoyo de base de estas mujeres, el Tea Party resultaría mucho menos seductor a votantes aterrados por la inseguridad económica, las amenazas a la pureza moral y la gradual desaparición de una cultura nacional blanca y cristiana.

La mayor parte de la población estadounidense no se ha formado una opinión concreta acerca del derechista Tea Party y su crecimiento descontrolado, un partido que surgió paulatinamente en 2009 y cuyo nombre llegó a ser muy conocido después de los mítines que organizó a escala nacional el 15 de abril de 2010 para manifestarse en contra del pago de impuestos. Como recordará quien esto lee, la referencia es obvia e importante: la imagen de arrojar el té por la borda como expresión de ira en tiempos de la colonia ante la política británica conocida como “impuestos sin representación”.

Muchos liberales e izquierdistas desestimaron al Tea Party por considerarlo una reacción temporal y visceral a la recesión, el incremento del desempleo, la ejecución de hipotecas, las empresas declaradas en quiebra y un presidente negro que había salvado al capitalismo estadounidense con la ampliación de los subsidios gubernamentales a los sectores financiero, inmobiliario y automotriz. Tal vez sí se trate de una erupción política fugaz, pero tal como lo señala E.J. Dionne, columnista del Washington Post, este movimiento también amenaza la difícilmente lograda unidad de los republicanos. Según Dionne, “El auge del movimiento del Tea Party marca la vuelta a una vieja modalidad de libertarismo según la cual la mayoría de las políticas internas del gobierno desde el New Deal son inconstitucionales. Tradicionalmente, percibe que la amenaza más peligrosa a la libertad es el diseño de elitistas cultos que han perdido el contacto con los “valores estadounidenses”.

En todo caso, ¿quiénes son estas iracundas personas que expresan tanto resentimiento hacia el gobierno y no contra las corporaciones? Ya que las encuestas nacionales se contradicen flagrantemente, mi conclusión es que el Tea Party ha movilizado a gente de todas las clases sociales.

No obstante, hay una excepción importante que vale la pena destacar: la raza. En los mítines del Tea Party no vemos rostros de color. Otra cuestión relevante es que el expansivo movimiento atrae tanto a hombres como a mujeres por múltiples razones, algunas coincidentes, otras posiblemente distintas. Hombres y mujeres parecen identificarse con una “ideología” incoherente que exhorta a liberarse del gobierno, no pagar impuestos y a abrazar el incipiente deseo de “recuperar Estados Unidos”, es decir, restaurar la nación hasta algún momento de la historia en que el país era blanco y “seguro”.

Los hombres que encuentran atractivo el movimiento parecen pertenecer a una amplia gama de grupos marginales de derecha, como las milicias, los supremacistas blancos, “ejércitos” pro armas y pro confederación. Algunos de estos grupos defienden la violencia o prometen solemnemente derrocar al gobierno, y han empezado a recurrir a Facebook, Twitter y YouTube para difundir su odio en redes y medios sociales.

Las mujeres también desempeñan un papel decisivo en el Tea Party; según el más reciente sondeo Quinnipiac, 55% de sus militantes son mujeres. En un artículo publicado en la revista Slate, Hanna Rosin señala que “de las ocho personas que constituyen el Consejo de Patriotas del Tea Party a cargo de la coordinación nacional del movimiento, seis son mujeres. 15 de las 25 coordinaciones estatales están en manos de mujeres”.

¿Por qué, me pregunto, este movimiento caótico atrae a tantas mujeres? Hay muchas posibles razones. Algunas de las mujeres en estos grupos sin duda aman a hombres que aman portar armas y odian al gobierno y pagar impuestos. La profesora Kathleen Blee, autora de numerosos ensayos sobre las mujeres de derecha, señala que, en general, probablemente haya más mujeres religiosas de derecha que hombres religiosos de derecha, que los mítines del Tea Party pueden atraer a más mujeres que no tienen un empleo remunerado y disponen de tiempo para asistir a ellos, y que el Tea Party enfatiza la vulnerabilidad de las familias a toda clase de peligros del exterior.

Muchos de los hombres y muchas de las mujeres que apoyan al Tea Party también pertencen al movimiento Identidad Cristiana, un grupo cristiano de derecha que promueve ideas fundamentalistas sobre el aborto y la homosexualidad. Sin embargo, al Tea Party llegan mujeres con perfiles distintos y sorprendentes, como la Asociación de Padres y Maestros o grupos organizados específicamente para la elección de mujeres a cargos políticos. Como recientemente lo comentó Slate, “Gran parte del liderazgo y la energía de base viene de las mujeres. Uno de los tres principales patrocinadores del Tax Day Tea Party que marcó el lanzamiento del movimiento es el grupo Smart Girl Politics, sitio web que nació como el blog de una madre y se convirtió en una campaña de movilización, dedicada a formar a futuras activistas y candidatas. A pesar de su explosivo crecimiento en el transcurso del último año, sigue funcionando como cooperativa feminista (tres madres que no trabajan fuera de casa se turnan para criar a sus bebés y responder correos electrónicos y llamadas telefónicas)”.

Algunas de estas mujeres religiosas también albergan aspiraciones políticas y esperan que el Tea Party las ayude a consolidar puestos de liderazgo negados por el Partido Repúblicano a fin de contender por puestos definidos por votación. Para contrarrestar la Emily’s List, colectivo que ha apoyado la participación de mujeres liberales como candidatas en procesos electorales, las conservadoras de derecha formaron la Susan B. Anthony List, grupo que ha apoyado y consolidado los esfuerzos de mujeres de derecha en cargos públicos de elección. A fin de desafiar el impacto de las feministas liberales, el muy religioso grupo Concerned Women for America apoya las iniciativas de mujeres en pos del liderazgo dentro del Tea Party. El Women’s Independent Forum, espacio más secular que reúne a mujeres de derecha, busca promover los valores tradicionales, el libre mercado, la astringencia del gobierno, la igualdad de las mujeres y su capacidad de contender por cargos públicos definidos mediante votación.

Algunas de estas mujeres han acaparado la atención nacional porque dicen haber adoptado un “feminismo conservador” religioso. Entre ellas hay cristianas evangélicas y, según un reciente artículo de portada en Newsweek, ven a Sarah Palin (que contendió por la vicepresidencia en 2009, tiene cinco hijos y un esposo que la apoya, se presenta como feminista y abandonó la gubernatura de Alaska para convertirse en una celebridad millonaria) como la líder, si no es que la profeta, del Tea Party.

Así, Palin está movilizando a las mujeres religiosas de derecha a lo largo y ancho del país. Les gusta que se maquille y siga pareciendo una reina de belleza sin dejar de ser audaz y decidida. No parece importarles que use el título de soltera en inglés (Ms.), en lugar de llamarse “señora” (Mrs.). Tampoco les molestó que atribuyera las oportunidades que disfrutó como atleta a la ‘Title IX’ (ley aprobada en 1972 para hacer valer la equidad de género en la educación y los deportes). En una entrevista con Charles Gibson para ABC News declaró: “Tengo la suerte de haber sido criada en una familia donde no había diferencias de género. Además, soy producto de la ley ‘Title IX’ que representó la introducción de la igualdad en las escuelas, una igualdad que se reflejaba en las prácticas deportivas y en las oportunidades de acceder a la educación. Así fue toda mi vida. Soy parte de esa generación en la que el tema resulta irrelevante, porque ha sido superado. Claro que puedes ser vicepresidenta y atender a tu familia”.

Palin pertenece a un grupo denominado Feminists for Life (Feministas a favor de la vida), cuyo lema es “Niégate a elegir”. Cuando se presentó como feminista al inicio de su campaña por la vicepresidencia, explicó su adhesión a este colectivo liderado por Serrin Foster, quien se ha labrado una exitosa carrera en el mundo de las conferencias tratando de convencer a las jóvenes de que es posible ser feminista al elegir no practicarse un aborto. Hace varios años entrevisté a Foster. En aquella ocasión le pregunté cómo esperaba que las mujeres pobres o adolescentes se hicieran cargo de bebés no deseados. Ya que está en contra de los impuestos y de los subsidios gubernamentales destinados a los servicios sociales, evadió la pregunta. Dijo que las mujeres no tenían por qué enfrentar solas la situación, que otras personas debían ayudarlas. Al final, la única respuesta concreta que planteó fue la adopción, recurso en el que ella veía la mejor solución para las jóvenes.

Recientemente, Palin volvió a autoproclamarse “feminista” y desató un acalorado debate en torno a qué constituye el feminismo en Estados Unidos. Ella se refiere a las mujeres conservadoras y religiosas como “Mama Grizzlies” (Mamás Osa, en referencia a la protectora osa del cuento infantil Ricitos de oro) y las exhorta a “levantarse” y hacer suya la causa del feminismo. Palin alienta a sus seguidoras a lanzar un “nuevo movimiento feminista conservador” que únicamente dé apoyo a candidatos políticos con una postura de inflexible oposición al aborto.

Las reacciones a los esfuerzos de Palin por atraer a las mujeres al Tea Party son muy variadas. Según Jessica Valenti en una nota para el Washington Post, su “perorata sororal [...] no es sino parte de una ambiciosa apuesta conservadora por conquistar los corazones y las mentes de las mujeres apropiándose del lenguaje feminista”.

En un artículo para la conservadora publicación National Review, Kathryn Jean Lopez responde: “Palin no está cooptando al feminismo; está reivindicando un movimiento iniciado por Susan B. Anthony y otras mujeres que lucharon por el derecho al voto y, además, abrazaban incondicionalmente la postura provida”. Esta afirmación es veraz, las sufragistas del siglo XIX querían proteger la maternidad como condición social y estaban en contra del aborto. “La etiqueta feminista no tiene por qué tender tanto a la polarización”, señala Meghan Daum en Los Angeles Times, y añade: “En resumidas cuentas, el feminismo solo significa ver a hombres y a mujeres como iguales, y no ver el propio género como obstáculo para el éxito ni como pretexto para el fracaso. Así que si Sarah Palin tiene las agallas de decirse feminista, eso le otorga el derecho de ser aceptada como tal”.

Tremenda ironía. Las jóvenes estadounidenses laicas han rechazado definirse como feministas desde 1980, año en que el contragolpe conservador empezó a atacar al movimiento de las mujeres, porque la derecha religiosa se empeñó en crear una imagen nada atractiva de las feministas y las pintó como lesbianas peludas y androfóbicas que peroraban sobre igualdad, pero su verdadera misión era matar bebés. Hoy, Palin obliga a las feministas liberales a debatir si estas feministas cristianas diluyen al feminismo o lo legitiman al posibilitar la autoproclamación “feminista”.

Cuando leo los textos de mujeres en sitios web de cristianas siento el eco de las reformistas de fines del siglo XIX que trataban de proteger a la familia de los “peligros del mundo”. Frances Willard, líder de la Women’s Christian Temperance Union (Unión de Cristianas por la Abstinencia), exhortó a millones de mujeres a asumir una vida pública a fin de proteger a sus familias, atender las decadentes consecuencias y desgracias del capitalismo, obtener el derecho a voto y luchar por la ley seca, todo en nombre de la protección de la pureza de sus hogares y familias.

Las motivaciones son parecidas en el caso de muchas cristianas evangélicas contemporáneas que desean ocupar espacios públicos o incluso contender en las elecciones para penalizar el aborto, proteger su concepto de matrimonio, reprimir las relaciones sexuales, oponerse al matrimonio homosexual y poner remedio al desenfreno que dejó la revolución sexual. Todo ello forma parte de una añeja e inconfundible tradición reformista femenina en la historia de nuestro país.

En los mítines del Tea Party es común ver mujeres con pancartas en las que se lee “Recuperemos a los Estados Unidos”. Quién sabe exactamente qué significa esa frase; sin embargo y por lo menos, significa recuperar al país de manos un gobierno en expansión, de los impuestos y, simbólicamente, de la cambiante complexión racial de la sociedad estadounidense.

Dentro de unas cuantas décadas la población no blanca será mayoría entre la ciudadanía estadounidense. Muchos cristianos evangélicos blancos se sienten sitiados y las mujeres, por su parte, sienten que deben proteger públicamente a sus familias de cambios tan vertiginosos y posiblemente dañinos. Sienten que burócratas, inmigrantes o minorías anónimas a las que identifican como “los otros” han tomado la sociedad y amenazan su pureza moral. Lo que no les despierta miedo es que las corporaciones hayan tomado al gobierno estadounidense y distorsionado sus instituciones democráticas.

Adele Stan, autora de AlterNet con 15 años de experiencia como investigadora a fondo de la extrema derecha, ha advertido que más vale tomarnos en serio a quienes conforman el Tea Party, pues no hacerlo constituye un riesgo. El Tea Party apela al miedo y el resentimiento, pero difícilmente representa a una solitaria minoría. Un reciente sondeo Gallup en USA Today revela que 37% de los estadounidenses “aprueba” al Tea Party. No es un movimiento que deberíamos de ignorar. La historia nos recuerda que el discurso del miedo y el resentimiento puede transformarse rápidamente en una fuerza política peligrosa y poderosa.

Pero el Tea Party no solo es un movimiento de bases. Detrás de las mujeres que todavía tienen un pie en la cocina hay dinero, mucho dinero. En un artículo para la publicación New York Review of Books, Michael Tomasky recordaba a sus lectores que “El dinero es el lubricante por antonomasia de la política y la potencial inyección de dinero para iniciativas como el Tea Party y otras aportaciones es prácticamente ilimitada”.

Tomasky subraya, además, el hecho de que el meollo del Tea Party no radica en las victorias electorales inmediatas, sino en un proyecto de largo aliento cuyo objetivo es resucitar el poder para proteger el mercado libre y la desregulación económica, y propiciar que la derecha religiosa obtenga poder político.

Puede ser que los hombres y las mujeres no se sumen al Tea Party por las mismas razones, pero sin sus partidarias de base el movimiento resultaría mucho menos seductor a votantes aterrados por la inseguridad económica, las amenazas a la pureza moral y la gradual desaparición de una cultura nacional blanca y cristiana.

Para bien o para mal, la historia de Estados Unidos demuestra que las cristianas han conseguido mover montañas. Dos ejemplos de ello son la abolición de la esclavitud y la ley seca. Ahora estas mujeres han contribuido a organizar al Tea Party y su nuevo feminismo conservador bien podría afectar la cultura política estadounidense de manera insospechada. Quizás adquieran una renovada seguridad en sí mismas e influencia política si se alejan del Partido Republicano. O, como han hecho en otros momentos de la historia, tal vez desaparezcan del espacio público para volver a sus hogares e iglesias, y pasen a ser una nota a pie de página en los anales de la política del país. Por ahora es prematuro pronosticar el destino del Tea Party, ya no digamos el de sus miembras.

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