Europa

“Es más difícil, dice Montesquieu, sacar a un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre” (Simón Bolívar, “Carta de Jamaica”, 1815)

Por Sergio Barrios Escalante

Científico Social e Investigador. Escritor. Editor de la Revista de Análisis de Fondo, RAF-TULUM.

El presente escrito tiene como principal propósito resaltar algunas de las vertientes que vinculan el pensamiento de Marx y de Mariátegui, con el proceso de configuración de lo indígena y lo popular, en tanto categorías socio-históricas en América Latina.

Con ello se pretende además, señalar la persistencia de algunas de las tareas y desafíos teóricos pendientes de realizar por parte de pensadores latinoamericanos y latinoamericanistas, principalmente, en lo relativo a la necesidad de repensar los nuevos (y posibles) caminos, para llevar a cabo la necesaria construcción de contra hegemonía y, para impulsar con éxito la transición post-neoliberal en América Latina.

Introducción:

La profundización de la actual crisis del sistema-mundo capitalista, y los subyacentes como graves fallos, en particular, del proceso latinoamericano de transición hacia la democracia (¿hay algún país de la región que a estas alturas lo haya transitado de manera plenamente satisfactoria?), son hechos que en el presente, propician ciertas condiciones que permiten la renovación y revalorización de la importancia política de los movimientos indígenas, así como del accionar político de los sectores urbanos y rurales populares.

Adicionalmente, y teniendo como telón de fondo la citada crisis del capitalismo global, en “traslape” con la actual crisis política y económica del neoliberalismo latinoamericano, se han llevado a cabo últimamente una serie de encuentros internacionales, los cuales subrayan y/o constatan el renovado interés en el mundo y en la región, por la relectura de las obras de Marx y de Mariategui, y con ello, una renovación y revalorización de la importancia de los indígenas y de los obreros urbanos, como actores políticos y sociales capaces de encarnar bajo nuevas condiciones y en un nuevo siglo, proyectos políticos autonómicos de alcance nacional y continental.

Algunos de éstos eventos internacionales de importancia son el “X Encuentro Internacional de los Partidos Comunistas y Obreros”, el cual tuvo lugar en noviembre recién pasado (2008), en Sao Paulo, Brasil; también a inicios de octubre (siempre de ese mismo año), se llevó a cabo el “Simposio Internacional “7 Ensayos: 80 años”, con motivo de celebrarse el 80 aniversario de los “Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana”, de José Carlos Mariátegui; y en ese mismo mes y año (2008), también se llevó a cabo el “Tercer Foro Social de las Américas”, esto en la ciudad de Guatemala.

En términos generales, estos eventos regionales representan un reconocimiento y espaldarazo a los indígenas y a los sectores populares latinoamericanos, dos actores políticos sumamente golpeados e invisibilizados en amplias zonas de Latinoamérica, donde en los últimos 30 años han imperado férreas políticas fundamentalistas de mercado, que han terminado impulsando fuertes procesos de “des-proletarización” y “descampesinización”, expulsando a millones de personas hacia el sector informal urbano y rural, y a millones más de ciudadanos hacia los EEUU y Europa, en calidad de migrantes indocumentados y de repatriadores de micro-capitales.

Por otra parte, en relación a estos eventos continentales de reciente realización, han surgido algunas voces criticas que muy oportunamente advierten sobre ciertos riesgos latentes, en especial, relacionados con la reiteración de algunos peligros y problemas aparentemente ya superados, y que paradójicamente, provendrían del seno mismo de las fuerzas progresistas, en especial, riesgos relacionados con la resurgencia de posturas políticas e ideológicas dogmáticas y mesiánicas, antiguas inclinaciones nocivas que aparentemente estaban ya superadas.

Gilberto López, analista político y articulista, por ejemplo, cita en uno de sus recientes escritos, la declaración final del encuentro de Sao Paulo (arriba citado), en la cual se resalta la importancia y los logros actuales de las luchas de los pueblos indígenas en America Latina, pero que sin embargo, en la declaración final éstos quedan “subsumidos” como parte de los “diversos sectores de los trabajadores” (“Obrerismo y pueblos Indígenas”; Gilberto López y Rivas; Diario La Jornada,12/12/08).

De acuerdo con el mismo analista, una lamentable visión ideológica reduccionista similar ocurrió también en otro evento internacional hace un par de años (“X Seminario Internacional sobre los Problemas de la Revolución en América Latina”), el cual fue llevado a cabo en Quito, Ecuador, en el 2006, y en donde los pueblos indígenas quedan igualmente “subsumidos” como parte del “proletariado” (G. López; artículo citado).

Por supuesto que éstas críticas no demeritan en lo más mínimo la renovada importancia de los trabajadores fabriles urbanos latinoamericanos. De hecho, esta importancia seguramente irá creciendo cada día más en la región y a nivel mundial, en la medida que se profundice la crisis global del capitalismo, y resurja la subsecuente lucha de clases en torno a reivindicaciones económicas y laborales concretas e inmediatas.

En este sentido, Ernesto Freire Cazañas, dirigente de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), tiene toda la razón al sostener que hoy más que nunca, la crisis del capitalismo le confiere mayor importancia a la lucha nacional e internacional por los derechos laborales de la clase obrera (“Plantea sindicalista Isleño internacionalismo obrero”; La Jornada, 12/12/08).

De lo que se trata en todo caso, es de evitar volver a la dogmática y congelada lectura del marxismo acartonado, simplista, euro-céntrico y esquemático por antonomasia, exportado hacia (y “refritado” en) América Latina, a lo largo de muchas décadas durante buena parte del siglo XX.

Afortunadamente, ante esa amenaza no hay mejor antídoto que Mariátegui, uno de los más lúcidos, creativos y frescos exponentes de la aplicación renovada del marxismo, utilizándolo como método científico de análisis y no como doctrina metafísica explícalo-todo.

Sobre Mariátegui y el Simposio citado que se efectuó recientemente para revisitar su obra, en particular, sus “7 Ensayos..” (obra catalogada por Robert Paris como el “Evangelio del Socialismo Peruano”), se constató durante el mismo su visión critica, fresca, creadora y por sobre todo, anti-dogmática, según nos informa el sociólogo peruano Iván Salas R (“Mariátegui Forever”; Iván Salas R, Octubre, 2008).

Mariátegui ha sido considerado durante mucho tiempo como un auténtico pensador socialista y humanista, uno de los más prominentes teóricos marxistas parido por América Latina. En esta ocasión, su obra fue revisitada y comentada por intelectuales de la talla de Edgar Montiel (UNESCO), Tiego Coelho (Brasil), Humberto Mata (Venezuela), Mirla Alcibiades (Venezuela), de los intelectuales peruanos Arturo Corcuera, Saúl Peña, Edmundo Murrugarra, Manuel Dammert y Sara Beatriz Guardia entre otros, así como también se contó con la presencia y participación de Roland Forges (Francia), Michael Lowy (Francia) y Alberto Filippi (Italia).

Durante este evento se presentaron los libros “Los 8 Ensayos de Mariátegui” (escrito por Sandro Mariátegui, hijo de José Carlos), y la obra “De Mariátegui a Bobbio; Ensayo sobre Socialismo y Democracia”, escrito y presentado por Alberto Filippi.

Hoy sin embargo, resulta muy fácil hablar del valor teórico, ético, humanista y revolucionario de Mariátegui. Pero no hay que olvidar que durante muchas décadas la obra de éste genuino pensador marxista-latinoamericanista fue estigmatizada, al menos por una parte de las mismas izquierdas oficiales que desaprobaban éste tipo de interpretaciones “no oficiales”, que se salían de la línea moscovita.

Sin lugar a dudas, ese capítulo ominoso y vergonzoso del pasado reciente de ciertas izquierdas latinoamericanas, está íntimamente ligado a un problema que todavía persiste (aunque con otras connotaciones), a las dificultades intrínsecas que comporta el esfuerzo por comprender a cabalidad, la profundidad y complejidad de la naturaleza de todo proceso colectivo de configuración identitaria.

Me parece necesario resaltar el hecho de que, en general, todo proceso de este tipo resulta ser necesariamente un tránsito de muy largo plazo, de gran complejidad y dinamismo, y por si ello fuese poca cosa, además, resulta ser una experiencia multidimensional, con evidentes y subyacentes expresiones en todos los niveles de la realidad (en lo político, lo económico, lo social y en lo ideológico y cultural).

Este planteamiento, que muy bien podríamos elaborarlo y presentarlo como parte de una premisa sociológica básica, y que en su momento Marx planteó en su conocida formulación de la dialéctica existente entre el ser social y la conciencia social, de manera desafortunada fue asimilada de manera muy mecánica, relegando los factores culturales y subjetivos a posiciones muy marginales.

De tal cuenta que el debate respecto a la verdadera naturaleza del proceso de configuración identitaria (del latinoamericano en general, y de lo indígena y lo popular en particular), a despecho de todo lo discutido durante el siglo XIX y XX (recuérdese lo escrito al respecto por Martí, Vasconcelos, Asturias y muchos otros pensadores latinoamericanos relevantes), aún está lejos de haber concluido.

Sólo para poner un ejemplo bastante obvio, cito lo relativo a la noción de “lo latinoamericano”, sobre la cual desde siempre han existido muchas voces que se han negado a reconocer su existencia o sustancia real, y/o, en muchos otros casos, la negación empieza por desconocer la sola importancia de entrar en tal tipo de discusión.

Este problema aparentemente insignificante, y/o muchas veces relegado a necia preocupación de mentes perdidas en el laberinto de estériles elucubraciones culturalistas, se hace ahora extensivo también, a la discusión sobre el papel cada vez más activo de los procesos económicos transnacionalizados, donde la presencia cada vez más directa y agresiva de capitales extranjeros (peleando codo a codo contra comunidades por territorios y recursos naturales cada vez más codiciados), re-actualizan el asunto de la configuración de lo indígena y lo popular, embridando nuevamente dinámicas culturales endógenas y exógenas con mecanismos propios del capitalismo global.

El capitalismo, lo indígena y lo popular

De manera conexa al problema arriba citado, encontramos ahora la necesidad de re-actualizar el análisis, en especial, respecto a las múltiples influencias que sobre lo indígena y lo popular están ejerciendo las más importantes dinámicas del capitalismo en su actual fase de mutación, de expansión y de crisis general.

Esta afirmación no demerita en nada la existencia de una inmensa e invaluable producción literaria que en las últimas décadas se ha producido en o sobre América Latina. En términos generales, tenemos la suerte de haber avanzado bastante en la descripción y comprensión científica de un vasto conjunto de fenómenos políticos, históricos, económicos, sociales y culturales latinoamericanos.

Empero, de lo que se trata ahora en realidad es de algo mucho más abarcante y articulador. Se trata de la necesidad de obtener nuevas luces para la definición y construcción de rutas alternas para transitar en el mediano plazo hacia el post-neoliberalismo, y en el largo plazo, hacia la refundación del Estado.

Esas rutas hacia una nueva transición política, que obviamente sólo podrían trazarse en rasgos muy generales, debido en gran parte, a la extrema heterogeneidad de las naciones latinoamericanas (por ejemplo, respecto tan sólo al mundo indígena, este está compuesto al interior de tales naciones por un vasto universo étnico de 522 pueblos indígenas y 420 lenguas, según datos recientemente actualizados y avalados por la UNICEF), solamente podrán ser legítimas y efectivas si en su diseño, construcción e impulso participan los pueblos indígenas como actores y sujetos primordiales.

Lo mismo podría decirse para el otro gran actor político perteneciente al denominado “campo popular”, el sector obrero y semi-obrero de las áreas urbanas y rurales latinoamericanas, cuyo peso político específico varía enormemente de país a país, en dependencia de múltiples factores, tales como niveles de industrialización, composición sectorial de sus áreas económico-productivas, dependencia o prescindencia de capacidades tecnológicas, tipo de uso (extensivo o intensivo) de la fuerza laboral etc.

Por ello es que, en este mismo orden de prioridades arriba citadas, cobra singular importancia la reciente experiencia del camino andado por Venezuela, Bolivia y Ecuador, siempre y cuando el resto de naciones latinoamericanas con fuerte composición y presencia de pueblos indígenas a su interior (Brasil, Colombia, Perú, Guatemala, México, Nicaragua, Haití y Honduras entre otros), sepan extraer de éstos tres casos relevantes, las lecciones dotadas del más alto grado de generalidad y universalidad, evitando a toda costa copias al calco.

Toda esta argumentación nos lleva a la conclusión preliminar de que, en todo caso, de existir posibilidades concretas de trazar e impulsar rutas políticas para la nueva transición latinoamericana, se trataría no de una sola “transición”, sino de muchas “transiciones”, cada una de ellas con las especificidades propias de su realidad regional, nacional e incluso, a nivel sub-nacional.

Y es aquí donde cobra renovada importancia la relectura fresca y anti-dogmática de los textos de Marx y de Mariátegui, habida cuenta de que, en relación al citado proceso de configuración de lo indígena y lo popular como categoría socio-histórica, es indiscutible el peso específico que sobre el mismo ejercen las dinámicas globales y nacionales del capitalismo, lo que exige y justifica con creces el auxilio interpretativo generado por estos dos pensadores.

Como sabemos, ambos tienen en común el haber desarrollado la interpretación de los principales mecanismos económicos de la acumulación y reproducción del capital. Marx lo hizo a un nivel universal (centrado en las experiencias de los países altamente industrializados del mundo anglosajón), y con énfasis en las dinámicas socio-políticas. Mariátegui lo hizo a nivel latinoamericano (centrado en las experiencias del complejo mundo rural peruano), con énfasis en las realidades socio-culturales. Es decir, lejos de ser excluyentes, sus enfoques son perfectamente complementarios.

Incorporación a la historia: ¿Cómo?, ¿Cuándo?, ¿Con quiénes?

Todo lo anterior está a su vez muy relacionado con la necesaria incorporación a la historia por parte de los pueblos indígenas y los sectores populares urbano/rurales (obreros, campesinos y otros). Hasta la fecha, estos sujetos sociales han sido (salvo escasas y honrosas excepciones), no otra cosa sino “carne de cañón” de la historia.

Sin embargo, los caminos para lograr dicha incorporación no están claros. Desde tiempos de Fray Bartolomé de las Casas, en la colonia española, hasta el Sub-comandante Marcos, durante la era del capitalismo global del siglo XXI, las formulaciones ideológicas (al menos en lo que respecta a los pueblos indígenas), han transitado por una gran variedad de vertientes, que han ido desde el exterminio y la tierra arrasada, hasta la “discriminación positiva” del tutelaje para-estatal, las políticas asimilacionistas, el integracionismo, el neo-indigenismo y otros.

No ha habido el suficiente consenso ni en el cómo, el cuándo ni el con quiénes poder realizar tal tarea histórica. A diferencia de las oligarquías criollas latinoamericanas, que en efecto han logrado configurarse y consolidarse plenamente como categoría socio-histórica (y por sobre todo, como bloque histórico hegemónico), los indígenas y sus “aliados de clase” (los campesinos, obreros y otros sectores), apenas han conseguido subsistir sin lograr tomar las riendas de su destino.

Como se sabe, gran parte del problema radica en la pronunciada fragmentación, la cual no es sólo socio-étnica y cultural. Incluso sus expresiones organizativas más avanzadas padecen de una dispersión ideológica aguda, preñada por todo tipo de complejidades que desbordan cualquier tipo de explicaciones sociológicas, económicas y po litológicas.

Para ampliar las dificultades, éstas divergencias no sólo se producen entre distintos sujetos sociales que conforman lo que podría denominarse “el campo de los explotados” (indígenas y los no-indígenas), sino también se producen al interior de los mismos pueblos indígenas y sus organizaciones.

Estos disensos y desencuentros han quedado patentizados a través de numerosas expresiones concretas. Por ejemplo, Louisa Reynolds cita en un artículo suyo, la falta de apoyo a la candidatura presidencial de Rigoberta Menchú, en Guatemala en el 2007.

En su momento, diversas organizaciones indígenas y campesinas se opusieron a su candidatura, hecho que se produjo durante la clausura de la III Cumbre Continental de los Pueblos Indígenas, llevada a cabo en marzo del 2007 en Guatemala (“¿Qué estuvo mal?”; Louisa Reynolds, Albedrío, 21/09/07).

Y de hecho, varios meses después, durante la última contienda electoral en la que finalmente la Premio Nobel participó como candidata presidencial, este mismo rechazo se amplió a otros sectores a nivel nacional, a través de la negación del voto a su candidatura en las urnas, al punto que hasta en el mismo municipio de donde es originaria (Uspantàn, El Quichè), el entusiasmo por darle su voto fue poco menos que gélido (L. Reynolds; artículo citado).

Este tipo de problemas relacionados con decisiones políticas de participación o no de movimientos indígenas en procesos electorales puntuales, también se han dado en otras latitudes.

Carlos Figueroa Ibarra, destacado intelectual guatemalteco y profesor universitario en México, también ha dado cuenta del mismo tipo de divergencias. Cita en su caso, lo que él considera como “ceguera” por parte del Sub-comandante Marcos, al haber hecho campaña en contra de Manuel López Obrador (candidato presidencial por el PRD en las últimas contiendas electorales), y al haberlo catalogado como un “candidato de la derecha” y ponerlo al mismo nivel de Calderón (¿No votar o votar nulo en la segunda vuelta?: Carlos Figueroa Ibarra; Albedrío, 24/09/08).

Ejemplos similares también se podrían ilustrar para el caso de Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Honduras, Brasil y muchos otros países latinoamericanos con fuerte presencia política indígena, y se podrían multiplicar hasta el cansancio, y de todas maneras nos conducirían a la misma conclusión general; no existe una estrategia política consensuada acerca de cómo, cuándo y con quiénes los pueblos indígenas se incorporarán finalmente a la historia.

El mismo escollo afecta también a los múltiples actores y sectores políticos y sociales que componen el campo popular. Visto en una perspectiva más de fondo, éste problema (que dicho sea de paso, dista mucho de ser meramente teórico o ideológico), se vincula a la dificultad por concebir una estrategia compartida en torno a la necesaria, pendiente e ineludible construcción de lo que algunos denominan como “contra hegemonía”.

Lo agudizan varios factores concomitantes; el enorme vacío ideológico dejado por el derrumbe de la Unión Soviética y el denominado “campo del socialismo real”; el considerable vacío político provocado por la desestructuración social, política y organizacional causada por las políticas neoliberales, las cuales debilitaron grandemente los principales referentes de movilización y organización política y social (como sindicatos, gremios, movimientos políticos); el desmoronamiento moral causado por la derrota de la mayoría de las experiencias insurgentes latinoamericanas; y la enorme explosión de nuevos actores sociales supuestamente “apartidarios” (ONGs y otras expresiones que navegan con bandera “neutral”), surgidos al calor de la generación de enormes expectativas de cambios surgidos a partir de las reformas y transformaciones jurídicas e institucionales “desde arriba”, promovidas y financiadas ambas al amparo de la transición hacia la democracia electoral, y experimentada en la mayor parte del continente a partir del fin de las dictaduras militares y, del cese de las guerras civiles (o “guerras sucias”), desde mediados de los años ochenta, lo que dio inicio al período de las “democracias tuteladas”.

Producto de la compleja acción e interacción de toda esta diversa gama de factores concurrentes, lo que tenemos ahora en la mayor parte del sub-continente latinoamericano, es una enorme multiplicidad de “pequeñas emancipaciones”, adaptadas para todos los gustos, colores y tamaños (manejadas un poco al estilo de “el cliente siempre tiene la razón”), que en gran parte se agotan en los linderos de las reivindicaciones sectoriales concretas (o en los intereses específicos de las agendas foráneas de la cooperación internacional), y en donde brilla por su ausencia la perspectiva de clase y la perspectiva histórica.

Queda sin embargo un cierto instinto de clase (incluso entre una buena parte de los latinos que se han visto obligados a emigrar fuera de la región por razones económicas), pero ello no alcanza ni siquiera para atisbar los contornos de la gigantesca tarea histórica que tenemos frente a nosotros.

Sin embargo, pese a este panorama un tanto desalentador, a la hora de hacer un “inventario preliminar” de los daños inmediatos provocados por la actual crisis mundial del capitalismo, quizá podría abrirse una columna paralela de “beneficios” (u oportunidades), en la cual podemos desde ya anotar al menos, un primer par de cosas positivas derivadas de los daños; la paulatina recuperación de la noción acerca de los límites específicos que padecen las lógicas del mercado (en tanto que está dirigido por sujetos concretos con claros intereses personales), y la irrenunciabilidad del Estado, en el sentido de que ahora revive nuevamente entre extensos sectores sociales, la idea de la permanente necesidad de rescatarlo como principal instrumento re-distributivo para apoyar a los más necesitados.

Para terminar, quisiera concluir exponiendo la necesidad de reformular continuamente la pregunta respecto a la mejor manera de sacar provecho de la relectura crítica de Marx y de Mariátegui (vistos no como postulados doctrinarios sino como propuestas metodológicas de análisis), en particular, respecto al problema de la falta de claridad sobre el camino (o los caminos) más efectivos, para dilucidar las nociones básicas sobre la construcción de la necesaria contra hegemonía, pre-requisito indispensable para lograr la “maduración” del proceso de configuración identitaria de lo indígena y lo popular, y pre-requisito también para encontrar los caminos de la nueva y necesaria transición latinoamericana (lo que algunos han denominado como “la democratización de la democracia”).

En mi opinión, la relectura pertinente y productiva de Marx y Mariátegui, dependerá en gran medida de lo que se pretenda esperar de tales autores.

No se puede pasar por alto (por ejemplo), que en el caso de Marx, han transcurrido más de 100 años desde sus últimos análisis sobre el capitalismo, y con respecto a Mariátegui alrededor de 80. Desde entonces han surgido grandes cambios tanto en el centro como en la periferia del sistema. Hoy existe todo un conjunto de “nuevos centros” y “nuevas periferias”, incluso, como “islotes” a lo interno de las mismas sociedades del Norte como en el Sur.

Por otra parte, en todo este lapso del siglo XX e inicios del XXI, las tecnologías le han impreso nuevos e inéditos rasgos a las fuerzas productivas, así como han alterado profundamente los patrones clásicos que dominaron largo tiempo las relaciones de producción, intercambio y de consumo.

Sin embargo, metodológicamente, las propuestas de estos dos teóricos siguen vigentes (la unidad básica de análisis siguen siendo los mecanismos y los factores tangibles e intangibles que intervienen en la generación, acumulación y reproducción del capital). Tan sólo esto es de una tremenda actualidad, por sobre todo, particularmente, si tomamos en cuenta el protagónico rol que sigue manteniendo la especulación financiera sobre la economía real en vastas regiones del planeta.

Y en el plano puramente ideológico, la propuesta de ambos ya no es a estas alturas una mera opción, sino en realidad, la única opción; materializar el proyecto histórico de los de abajo, es en realidad, la única alternativa frente a un sistema que nos ha llevado de la crisis general hacia el callejón sin salida de la crisis civilizacional.

Y en cuanto a lo segundo (las rutas para la construcción de contra hegemonía), convendría iniciar (o reiniciar) el debate partiendo de unas cuantas premisas básicas, y por sobre todo, definiendo que cosas son las que se tendrían que evitar como pre-requisito para tener un mínimo de éxito en tal tipo de empresa.

A mi juicio, el abandono definitivo de toda pretensión mesiánica es uno de esos pre-requisitos indispensables. Refuerzo ésta idea con las palabras de Gilberto López en su artículo arriba citado, quien a su vez hace paráfrasis del teórico marxista Leopoldo Marmora;

“Una lucha contra hegemónica –afirmaba este autor- es una tarea nacional popular que desborda a la clase obrera (cada quien puede sustituir aquí cualquier otro sector social que se crea indispensable) y no puede ser depositada en un destino histórico exclusivo de esa clase…” (“El concepto socialista de nación”; México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1986);

En síntesis, se justifica releer a Marx y a Mariátegui, entre otras cosas, para escapar de dos graves tendencias reduccionistas: el economicismo y el culturalismo. Si a ello añadimos la re-lectura de la “Carta de Jamaica”, escrita por Simón Bolívar en 1815, tendremos la visión ideal para finalmente llegar a fusionar a nivel continental la “nación cultura” con la “nación estado”.[1]



[1] “Marmora explica que los pensadores alemanes del siglo XVIII, Humbolt y Schiller, distinguían dos interpretaciones: la “nación-cultura” y la “nación-estado”. La primera vertiente, nación como cultura, se refiere a ese conjunto de hechos heredados que permiten una identificación común del imaginario de un pueblo: lengua, en primer lugar, tradiciones étnicas, creencias, instituciones, historia. La segunda vertiente, nación como estado, nos refiere a la estructura social, económica y política con que se organizan los países, y que hace a la definición tradicional de: territorio, población, leyes y gobierno común” (“Una crítica radical del concepto nación”; Olmedo Beluche; emancipación.org).

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