Europa


Por Oliverio Mejía

El conflicto de la Federación Rusia con Estados Unidos y Europa escala nuevamente con relación a los intereses geopolíticos que se juegan en torno a Ucrania, la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el espacio de influencia ruso, la dependencia de las principales potencias europeas respecto a fuentes de energía rusa y, en menor medida, los acuerdos de misiles balísticos, armas estratégicas y arsenal nuclear.

Lo que según algunos es una nueva guerra fría, se trata del conflicto de intereses y las rivalidades entre las principales potencias y sus respectivas burguesías, no un simple mundo multipolar como gustaban decir algunos intelectuales progresistas hace más de una década; la confrontación entre el imperialismo tradicional conformado por EU, la Unión Europea sobre todo Alemania y Francia, el Reino Unido y Japón, con nuevas formas emergentes de imperialismo, como Rusia y China.

Así, ha habido un aumento de tropas rusas en la frontera entre este pais y Ucrania, estacionando mas de doscientos mil soldados de infantería, artillería como proyectiles de medio alcance, con capacidades de hacer frente a ataques aéreos y la armada rusa ha realizado ejercicios militares en el Mar Negro. A lo que suma ejercicios militares conjuntos en el Mar Arábigo entre China, Irán y Rusia y otros realizados a finales del año pasado junto a China en el Mar del Sur de China.

Esto tras el aumento de la temperatura en el hasta ahora cuasi congelado conflicto armado entre los rebeldes separatistas de origen ruso del este ucraniano, de la región del Donbass y el ejército de Ucrania, el cual ha escalado a un conflicto caliente. Al parecer los vistos de arreciar el conflicto parecen aminorar por momentos, tras reuniones entre Joe Biden y Putin o los respectivos cancilleres Antony Blinken y Serguei Lavrov, pero los puntos irreconciliables entre ambas potencias se mantienen y la situación en Ucrania permanece igual.

La expansión de la OTAN

Con la desintegración de la URSS en 1991, Rusia quedó como una nación debilitada a merced de la penetración y influencia de los capitales imperialistas tradicionales; sin embargo, a finales de la década de los noventa, con la llegada de Vladimir Putin al poder -un cuadro de inteligencia- la naciente burguesía conformada a partir del viejo aparato burocrático soviético, logra posicionarse como un actor de importancia, al inicio reconocido por occidente.

La nueva clase dominante, con Putin a la cabeza, logra negociar en un primer momento que la OTAN no tocaría las fronteras occidentales rusas. Algunos países de Europa Oriental que antes de 1990 fueron ocupados por el ejército soviético bajo el Pacto de Varsovia, generando un sentimiento anti-ruso por tal presencia, se fueron adhiriendo tanto a la Unión Europea (UE) como a la OTAN.

Sin embargo, las burguesías occidentales, con la venia de las nuevas élites de estos países herederos del aparato burocrático estalinista, que se identificaban mas con Washington que con Berlín, París o Bruselas, iniciaron un proceso paulatino de cerco a Rusia, extendiendo la influencia de la OTAN a países como los bálticos (que recordemos fueron de los pocos territorios del Imperio Ruso junto a Finlandia que con el triunfo Bolchevique en 1917 declararon su independencia, y que tras el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin en 1939, fueron ocupado por tropas soviéticas). Solamente Serbia, ex heredera de Yugoslavia por su afinidad eslava, y Bielorrusia, gobernada por un autócrata con los mismos rasgos bonapartistas que Putin, estuvieron al margen de este proceso.

Los ojos se centran en Ucrania, país que tras la desintegración de la URSS quedó como tapón entre la expansión de la OTAN y Rusia y que ha oscilado, a partir de los intereses de las fracciones de sus clases dominantes, entre la afinidad a Moscú o a occidente. Esta situación parte de bases territoriales y poblacionales; el este étnicamente identificado con Rusia, el oeste con Europa. Es decir, una clase proletaria dividida y manipulada por los intereses de las fracciones de la burguesía ucraniana.

Sobre el ingreso de Ucrania a la OTAN nunca ha habido un verdadero consenso entre las capitales occidentales ni en el mismo Washington, y sobre todo quien mas se ha opuesto ha sido el establishment alemán, en parte por la dependencia energética del gas ruso que suple la industria y los hogares europeos. Pero con la presencia de gobiernos pro-occidentales en Kiev, el fortalecimiento de las alianzas militares y el apertrechamiento actual tras los incidentes del Maidan por medio las puntas de lanza en la región, Polonia, Lituania, Estonia y Letonia, la presencia de la OTAN es mas visible.

El espacio de influencia ruso

A pesar de la desintegración de la URSS, la nueva burguesía rusa logró generar alguna iniciativa de influencia en lo que antes fue la Unión Soviética, con la creación de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), conformado por Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán mas Rusia, ademas de Serbia y Afganistán como observadores. Quedaron por fuera Georgia, Moldavia, los países bálticos, Uzbekistán y Ucrania (con un derrotero pro-occidental); mas Azerbaiyán y Turkmenistán con una afinidad túrquica, con Ankara a la cabeza.

La OTSC fue incapaz de detener la guerra en plena pandemia, durante 2020, entre Azerbaiyán y Armenia, por la región reclamada por la segunda en el territorio de la primera de Nagorno Karabaj, donde Azerbaiyán, con drones y armas de alta tecnología turcas, recuperaron parte de esta región tras un conflicto en los noventa en que Armenia logro influencia; al final solo intervino cuando las tropas azeríes ocuparon nuevas posiciones, estableciendo tropas rusas como colchón. Además, ha habido otros incidentes en el Cáucaso, tras el conflicto entre Rusia y Georgia por las regiones de población rusa de Abjasia y Osetia del Sur a inicios del siglo.

Pero recientemente intervino en las movilizaciones populares en Kazajistán, pese a que su mandato esta centrado en hacer frente amenazas externas, ante el aumento de los precios del gas licuado y otros productos de primera necesidad en pleno invierno, que provocó la ira de la población, participando los trabajadores de la industria energética, los cuales tienen antecedentes en los últimos años de efectuar varias huelgas obreras. Así, lograron aplastar la rebelión que se vistió de cierta agresividad con saqueos y tomas de edificios, lo cual el presidente de ese país, Kazamir Tokayev, calificó como terrorismo e infiltración por parte de Al-Qaeda y Putin como una “revolución de colores”; concepto que la narrativa de los medios de información pro-rusos y de ciertos sectores de la izquierda latinoamericana usan para definir movilizaciones contra esos gobiernos.

Al final, la influencia de elementos que actuaron a espaldas de las movilizaciones, aprovechándolo, estaban cercanos al ex presidente Nurzultan Nazarábayev, quien gobernó autoritariamente desde la independencia de esa república en 1991; éste, proveniente del aparato burocrático de herencia estalinista, gobernó hasta muy recientemente, y por medio de sus familiares tenía cierta influencia en los órganos de seguridad de ese pais, hasta que en el marco de estas movilizaciones fueron neutralizados.

Volviendo a Ucrania, la oscilación de los gobernantes ha sido propia de las tendencias y la presión de las potencias; aunque Rusia lo considera país tapón, las élites pro-occidentales buscan el ingreso a la OTAN y la UE. Desde su independencia en 1991 hasta 2004 gobernaron élites pro-rusas, pero en diciembre de ese año una serie de movilizaciones pro-occidentales llevan al poder a Víctor Yuschenko; en 2010 llega Víctor Yanukovich del Partido de la Regiones con cierta afinidad pro-rusa, hasta que es derrocado por la el movimiento del Maidan (plaza central de Kiev).

La situación económica que afectaba en ese momento a la población y la presión de parte de la burguesía ucraniana para acercarse mas ha la UE, así como el poco respaldo del ejército, provocó el descontento que se materializa en movilizaciones, capitalizadas por actores de extrema derecha (que combinan cierto nacionalismo anti-ruso con afinidad occidental), los cuales se volvieron dominantes. Entre 2014 y 2019 gobernó el oligarca Víctor Poroshenko, que aplicó un duro plan de ajuste, que provocó la protesta de los sindicatos, los cuales fueron perseguidos por agentes neonazis y se desató una política de no reconocimiento hacia los derechos culturales de la población de origen rusa.

Esto suscitó que la clase trabajadora y las autoridades de las provincias de Donest y Lugansk (el Donbass) se levantaran organizándose en milicias armadas apoyadas y armadas por Rusia, lo cual las llevó a declararse de facto independientes y a ser usadas por Rusia como carta de presión para detener la expansión de la OTAN, en el marco de los Acuerdos de Minsk, donde además no hay participación de estas repúblicas, sino que son representadas por Moscú.

En los hechos ha habido una guerra de trincheras con posiciones fijas entre las milicias rebeldes y el ejército ucraniano, donde las propuestas rebeldes, oscilan entre convertirse en parte de Rusia o mantenerse independientes, mientras que Rusia le apuesta por congelar la situación actual y Ucrania se niega a reconocer los derechos de estas provincias. Aprovechando eso, Rusia se anexionó la península de Crimea, donde está la sede de la armada rusa en el Mar Negro, por medio de un plebiscito no reconocido por occidente, donde la mayoría decidió incorporarse a Rusia, hecho real pero que pasó por alto la negativa de la minoría musulmana tártara opuesta, cercana a Turquía.

Un peligroso impase geopolítico

En mayo de 2019 asume Volodomir Zelenski, del partido Servidor del Pueblo, con un discurso crítico al gobierno de Poroshenko por los efectos negativos sobre la población de las medidas económicas exigidas desde las capitales europeas, y dispuesto a buscar una solución con el Donbass. En la realidad ha sido continuador de tales políticas, a pesar de alejarse de los sectores mas ultra derechistas que apoyaron al anterior gobierno llegando al descrédito, lo cual ha levantado la exigencia de ingreso de Ucrania a la OTAN nuevamente.

Rusia por su parte, que se caracteriza por la constante reacción, realizando operaciones militares, genera conflictos limítrofes con países nórdicos y de Europa Oriental ante los movimientos de la OTAN, y respondió ahora con una movilización masiva de tropas dentro de su territorio. Esto ante una ofensiva del ejército ucraniano contra las posiciones rebeldes del Donbass, que en la retórica occidental anti-rusa se desconoce, y que a la vez se agrega a Rusia como el agresor de Ucrania, obviando que dentro de ese pais existen fuerzas con respaldo popular que se consideran filo rusas.

La retórica de los funcionarios occidentales, aun de potencias como Alemania (que no se han caracterizado por mantener una confrontación con Moscú por los intereses capitalistas que tienen en Rusia y el tema del gas), así como los principales personeros de la política exterior de la UE, del Reino Unido y del Departamento de Estado, han amenazado con endurecer las sanciones existentes desde la anexión a Crimea, que ya de por sí afectan la economía rusa, así como el caso de  una invasión rusa a territorio ucraniano, el cual la cancillería rusa niega y califica de mentira, el apoyo militar a Ucrania.

El peligro de una guerra no está descartado, pese a los mensajes de Lavrov y de Putin de no querer invadir Ucrania. El problema es que tendría consecuencias desastrosas a la situación económica rusa, golpeada además por las restricciones por la pandemia, lo cual ha generado mucho descontento en ese pais, provocando protestas no solo de la minoría pro-occidental, sino de sindicatos y hasta del mismo Partido Comunista, que tiene el sello de ser muchas veces una oposición leal al putinismo.

La intervención directa de tropas gringas, francesas o alemanas, pareciera mas lejana; es posible que se use los gobiernos títeres de Polonia y otros, en un conflicto ya de por si agravado con Bielorrusia, quien se sumaría al bando ruso. El que mantiene ahora la retórica más guerrerista es Londres, el cual podría intervenir a partir de un acuerdo militar entre Varsovia, Kiev y Vilna. Por tanto, para la clase obrera de los países en cuestión sería una catástrofe, sobre todo para la rusa y ucraniana, fortaleciendo las tendencias mas guerreristas de la burguesías occidentales y rusa; y con ello todo tipo de tendencias nacionalista-chauvinista facistoides.

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