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Los cambios de la situación en Centroamérica

La caída del gobierno de Pérez Molina en Guatemala, en septiembre del año 2015, producto de una impresionante movilización de masas, por un lado, y de las conspiraciones de la burguesía y sectores del Ejercito, por el otro, es el punto de partida para una nueva fase en Centroamérica, donde predominan la crisis económica y fiscal de los gobiernos cipayos y el crecimiento del descontento popular, en una situación cada vez más inestable.

 

Después, la crisis política arribó a Honduras donde estalló un proceso semi insurreccional de las masas populares ante la consumación de otro fraude electoral por parte del gobernante Partido Nacional. A pesar que JOH logró imponer su reelección, con la venia del imperialismo norteamericano, la situación sigue siendo caótica. JOH ha tenido que convocar a un Dialogo Nacional para ver si puede llegar a algún tipo de acuerdo que devuelva algún grado de estabilidad a esta parte de Centroamérica.

La sorpresa más agradable vino de Nicaragua, donde la dictadura de Daniel Ortega había logrado, con la política de alianzas con los empresarios del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), imponer un régimen de control totalitario sobre las organizaciones de la sociedad civil y el movimiento de masas. Nada se movía en Nicaragua, solo los campesinos en su lucha contra la concesión del Canal Interoceánico, hasta que los estudiantes universitarios, con sus marchas, lograron encender la chispa de la revolución democrática.

Y el estallido de la insurrección popular en Nicaragua, aunque desarmada, produjo un cambio significativo en Centroamérica. Los acontecimientos revolucionarios en Nicaragua han producido una enorme grieta en el nuevo orden semicolonial creado después de los Acuerdos de Esquipulas II, con efectos especiales sobre Nicaragua, y los Acuerdos de Paz de 1992 y 1996, en El Salvador y Guatemala, respectivamente. Ya nada volverá a ser igual en Nicaragua y en el resto de Centroamérica.

En la década de los años 80 del siglo pasado, Nicaragua fue la vanguardia de la revolución en Centroamérica. A partir de 1990, se transformó en lo contrario. 28 años después, las masas nicaragüenses han despertado, esta vez contra la conducción del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), debido a que Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, después de un largo proceso de lucha política, lograron instaurar una dictadura y una dinastía. Los revolucionarios antiimperialistas de ayer son los contrarrevolucionarios de hoy, son los que organizan ejércitos de paramilitares para masacrar al movimiento de masas que lucha valientemente contra la nueva dictadura.

A pesar que la dictadura Ortega-Murillo ha logrado detener a balazos la primera oleada de la revolución democrática, las consecuencias de la movilización popular se hacen sentir en Panamá y en Honduras.

A mediados de Julio, estudiantes y docentes panameños unieron fuerzas contra el alza de la electricidad, iniciando una serie de paros y movilizaciones que pusieron en jaque el gobierno entreguista de Juan Carlos Varela. Estas movilizaciones, lamentablemente, no lograron empalmar con el proceso revolucionario de Nicaragua, pero tienen la misma naturaleza y dinámica.

En Honduras, siempre a mediados de julio, los transportistas, asfixiados por los altos precios del combustible, cuando el petróleo a nivel internacional tiene bajos precios, se lanzaron a la lucha por un subsidio que evitara alzas de tarifas, convirtiéndose esa lucha en un catalizador del descontento popular. Los estudiantes universitarios dieron el paso al frente y pasaron nuevamente a la lucha. Si bien es cierto que el gobierno de JOH logró dividir a la dirección de los transportistas, ofreciendo pequeñas alzas de tarifas en los buses rapiditos y los taxis colectivos, el malestar social continúa latente, al grado que, después de muchos años, se han producido nuevamente tomas de colegios e institutos de secundaria.

Lo más significativo es que las ex guerrillas del FSLN y del FMLN, convertidas en administradores del Estado burgués en Nicaragua y El Salvador, están en crisis y ya no agrupan los jóvenes revolucionarios. Poco a poco se van dando las condiciones para el surgimiento de nuevas direcciones políticas, que esperamos retomen las tradiciones revolucionarias de las generaciones anteriores y mantengan en alto las banderas de la independencia política y del antiimperialismo, tan necesarias para lograr la meta de la reunificación de Centroamérica bajo un nuevo Estado federal.

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