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La pandemia nos obliga a reorganizar las actividades productivas y los servicios públicos

La pandemia de coronavirus continúa causando estragos a la humanidad. Los científicos coinciden cada vez más en que esta peste se mantendrá por algún tiempo, de manera intermitente, hasta que se produzca una vacuna en fechas inciertas. Lo anterior significa que debemos adaptarnos a las condiciones impuestas por el virus.

 

En aquellos países de Asia en donde el virus había sido contenido, como Korea y China, han surgido rebrotes del virus. En Europa ocurre lo mismo: Alemania y Portugal han tenido que echar marcha atrás en los planes de normalización de la economía. América se ha convertido en el epicentro de la pandemia a nivel mundial, con altos índices de contagios y muertes en Estados Unidos, Brasil y Perú.

En Centroamérica, el único país que logro contener temporalmente al coronavirus fue Costa Rica. El secreto estaba en el sistema de salud pública de cobertura universal que, pese a la ofensiva neoliberal, continúa en pie. Este sistema sanitario es débil en la zona norte, la más pobre de Costa Rica, donde habitan en condiciones muy duras las masas del proletariado agrícola. Ahí se ha producido un importante brote de nuevos contagios.

En el resto de Centroamérica la peste continúa dejando su estela de dolor y muerte. Panamá es el país de la región con mas contagios y cantidad de muertos. El gobierno de Laurentino Cortizo decidió reabrir el bloque No 1 de la economía, el pasado 13 mayo, y el bloque No 2 el 1 de junio, pero el bloque No 3 ya no se pudo abrir, por el alza de contagios.

En Costa Rica ha sucedido algo similar. En abril el gobierno de Carlos Alvarado inició un proceso gradual de reapertura de las actividades, pero el rebrote de casos y contagios en casi todos los cantones obligó a detener la final de la liga de futbol, a imponer una nueva restricción de la circulación de vehículos, paralizando actividades productivas, transporte público y taxis, además de mantener el bloqueo al ingreso de extranjeros en los puestos fronterizos.

Lo mismo ha ocurrido en Honduras, con la “reapertura inteligente” que se inició el pasado 8 de junio, que abriría gradualmente los servicios públicos y una parte de las empresas privadas. El dictador Juan Orlando Hernández tuvo que ordenar un nuevo cierre de Tegucigalpa, por los altos índices de contagio en la capital. Se han prohibido las aglomeraciones de personas, los juegos deportivos y nuevas restricciones a la circulación de vehículos.

En Guatemala, la pandemia es tan intensa, que el presidente Giammattei tuvo que destituir al ministro de salud y a dos viceministros, como chivos expiatorios de unas políticas desastrosas, ya que la peste que se ha vuelto incontrolable.

Los efectos de la pandemia sobre los ya precarios niveles de empleo han sido devastadores. El Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (ICEFI) ha calculado que en la peor variante se perderán al menos dos millones de empleos en la región, por la paralización de las actividades económicas, con una clara tendencia hacia el empeoramiento de las condiciones laborales y salariales.

Los mas afectados por el contagio son los trabajadores, quienes viven hacinados en sus viviendas, en la mayoría de los casos sin agua y sin otros servicios básicos. Los niveles mas altos de contagio se dan entre los sectores populares, porque no pueden guardar el distanciamiento social, no poseen los recursos mínimos para protegerse.

La pandemia nos está enseñando que habrá sucesivas oleadas de brotes y rebrotes, y que la única manera de evitar que los trabajadores y los sectores populares paguen las consecuencias, es reorganizando las actividades productivas y los servicios (públicos y privados) en función de garantizar la vida, la salud y las necesidades económicas de la población.

Se requiere una reorganización de la economía en función de la población. A las personas que han perdido su empleo, el Estado les debe garantizar una renta básica con el promedio del salario mínimo de la región. Las cuarentenas funcionan por un corto periodo, pero no pueden ser eternas. En este caso, se deben reorganizar los turnos, el horario de trabajo para garantizar el empleo, mantener el valor adquisitivo de los salarios, y garantizar el acceso a los servicios públicos a toda la población, aunque esta no pueda pagarlos.

Los trabajadores y sus organizaciones sindicales, junto a los sectores populares, debemos ponernos al frente de esa urgente transformación económica y social.

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