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El desigual giro hacia la izquierda en América Latina

En las últimas dos décadas, los gobiernos de América Latina han girado primero a la izquierda y después a la derecha, y ahora nuevamente están girando hacia a la izquierda. No es para menos. Es el resultado directo de la crisis capitalista, la que tiene efectos políticos contradictorios.

La primera oleada de gobiernos de derecha se inauguró en 2015 con la presidencia de Mauricio Macri en Argentina. Siguió el triunfo de Lenin Moreno en Ecuador en el año 2017. Continuó el triunfo del millonario Sebastián Piñeira en Chile, en el año 2018. Le siguió los pasos el triunfo de Mario Abdo Benítez, en Paraguay, en ese mismo año. También hay que señalar en el año 2018 el triunfo de Iván Duque en Colombia. Inmediatamente después se produjo el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, un país clave, en el año 2019. Ese mismo año, en Bolivia, se produjo un golpe de Estado que derrocó al presidente Evo Morales, bajo la acusación de haber organizado un fraude electoral.

En marzo del 2020 asumió la presidencia de Uruguay, el derechista Luis Lacalle Pou, destronando el largo periodo de gobierno del Frente Amplio (FA). En Perú, en medio de una crisis permanente, se produjeron sucesivos cambios de gobierno, con una alta inestabilidad política.

No obstante, el péndulo de la historia volvió a girar en sentido contrario. Después del efímero gobierno derechista de Mauricio Macri, Argentina se hundió nuevamente en una crisis económica, y en 2019 la mayoría de las masas giraron hacia la izquierda, votando por el partido peronista, eligiendo a Alberto Fernández, quien mantiene un discurso populista, pero aplica los mismos planes económicos neoliberales.

Pero en el año 2019, como repuesta a la crisis capitalista, estallaron tremendas luchas populares en Perú, Ecuador, Bolivia, Chile y Haití. Era la primera gran repuesta de masas al saqueo neoliberal que ha dejado miseria y desolación en nuestros países. Los movimientos de masas más poderosos se gestaron en Ecuador y Chile, algo que incluso la pandemia de coronavirus no pudo detener.

En 2020, después de agitada campaña electoral, el Movimiento al Socialismo (MAS) gano abrumadoramente las elecciones en Bolivia, imponiendo en la presidencia a Luis Arce. En ese año estallaron nuevas movilizaciones en Argentina, Chile y Brasil, se mantuvo la inestabilidad política en Perú y en menor medida en Ecuador. Un hecho determinante han sido las movilizaciones en Colombia en el año 2021. Un país que apenas acaba de salir de la guerra civil pero que mostró las enormes desigualdades sociales.

Producto de las grandiosas movilizaciones en el año 2020 y comienzos del año 2021, los procesos electorales en Ecuador, Perú y Chile han estado influenciados por la creciente radicalización de la clase media y sectores populares. Aunque en Ecuador se impuso Guillermo Lasso en segunda vuelta, en realidad si sumamos las dos fuerzas de izquierda hubiéramos tenido un contundente triunfo de estas.

En Chile, a pesar de la abstención del 50%, la Asamblea Nacional Constituyente estará dominada por nuevas fuerzas de izquierda, y por la agradable sorpresa que un tercio de ella fueron candidatos independientes. Y en Perú, la polarización entre Keiko Fujimori y el sindicalista Pedro Castillo, nos muestran el enorme crecimiento del sentimiento democrático anticapitalista.

En México, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, pretende resucitar las políticas nacionalistas del viejo PRI de los años 50 y 60, protegiendo el mercado interno, introduciendo elementos de crisis en la relación con Estados Unidos.

América Latina se reacomoda y el surgimiento de estos gobiernos progresistas o de izquierda reflejan el enorme descontento social y la dinámica de lucha que prevalecerá en los próximos años.

No obstante, este giro es desigual, porque si bien es cierto Sudamérica en su conjunto está girando hacia las luchas sociales y a la izquierda, en Centroamérica prevalece todavía elementos reaccionarios y de descomposición social en los países del Triángulo Norte, la dictadura Ortega-Murillo permanece todavía en pie, y costa Rica y Panamá se hunden en una crisis sin precedentes

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