Historia

Por Antonio Davanellos

En el contexto de la profunda crisis del capitalismo mundial, en el que cualquier forma de salida dirigida por las clases dominantes representa alguna versión de la barbarie, tenemos que volver a mirar nuestra historia y tradiciones.

Hay analogías importantes entre los tiempos que estamos viviendo y el período en el que tuvo lugar el IV Congreso de la Internacional Comunista (Comintern). Ese periodo (Noviembre-Diciembre de 1922) se define por la persistencia de la crisis capitalista internacional, el retroceso de la ola revolucionaria desatada por la Revolución de Octubre, la merma en la voluntad generalizada de la clase obrera para romper las barreras del capitalismo, el nacimiento de corrientes políticas extremadamente reaccionarias y peligrosas (el fascismo, el nazismo, el belicismo y el nacionalismo).

Pero también hay diferencias importantes entre aquel período y hoy. En 1922, a pesar del reflujo del estado de ánimo revolucionario, la existencia misma de la República Soviética de Rusia sirvió como un faro para la clase obrera internacional. Proporcionó una orientación ideológica clara, la definición de las tácticas y políticas de los partidos revolucionarios. A pesar del retroceso de las luchas obreras en relación con los años de apogeo de 1917 a 1921, esas luchas se mantuvieron a un nivel mucho más alto que hoy en día internacionalmente.

A pesar de las traiciones sucesivas de los partidos socialdemócratas, los partidos de la clase obrera de la época eran mucho más obreros (en términos de sus estrechos vínculos con grandes sectores de la clase), mucho más fuertes que las actuales ruinas socialdemócratas y que las escasas fuerzas de la Izquierda comunista actual.

Por último, la propia existencia de la Internacional Comunista supuso una diferencia crucial: Proporcionó un centro internacional para el movimiento revolucionario de la época; un centro en el que se podía hacer un análisis en profundidad, tener una discusión honesta, directa, libre y democrática sobre temas cruciales de la estrategia y la táctica. Las actas de los cuatro primeros congresos de la Tercera Internacional son prueba de ello.

Una nueva Internacional revolucionaria

Durante su primer (1919) y segundo (1920) Congresos, la Comintern consolidó y reforzó la ruptura entre las corrientes revolucionarias y reformistas que habían existido en el seno de la II Internacional, la organización de los partidos socialistas y laboristas constituida en París el 14 de julio de 1889. Fundada después de la victoriosa Revolución Rusa de 1917, la Comintern reunió a los que se habían opuesto a la guerra imperialista y apoyaban el nuevo gobierno de los trabajadores en Rusia.

Los partidos socialdemócratas habían apoyado patrióticamente a sus propios gobiernos burgueses al comienzo de la Primera Guerra Mundial, había colaborado en la derrota de la revolución en Alemania, y eran cómplices del asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. La aparición de la Internacional Comunista coincidió con una ola de luchas revolucionarias en toda Europa en respuesta al éxito de la revolución rusa, una ola que los dirigentes de la Comintern esperaban organizar y dirigir para crear estados obreros más allá de las fronteras de Rusia.

Pero ¿qué debían hacer las secciones de la Internacional, los jóvenes y relativamente inexpertos partidos comunistas, si la situación objetiva cambiaba? ¿Qué pasaría si la ola revolucionaria retrocediese y la estabilización allanase el camino para una contraofensiva capitalista? Este giro en las condiciones objetivas ya era perceptible en 1921 y, al año siguiente, era un hecho incontrovertible. El III Congreso (junio-julio de 1921) abordó esta cuestión crucial. El IV Congreso (noviembre-diciembre de 1922) llevó a su conclusión este trabajo. Y el elemento esencial de la respuesta fue la táctica del frente único.

El frente único

Durante el IV Congreso, Lenin (ya gravemente enfermo) y León Trotsky, participaron activamente en la dirección de la delegación bolchevique, junto con Gregory Zinoviev, Nikolai Bujarin y Karl Radek. La delegación rusa intervino en la discusión con toda libertad y en absoluto de manera "monolítica", tratando de fomentar de este modo la expresión de las diferentes opiniones existentes en las distintas secciones de la Internacional. Sin embargo, la delegación actuó unida cuando llegó el momento de tomar decisiones.

Lenin y Trotsky, que habían defendido previamente la formación de una corriente comunista independiente opuesta a la socialdemocracia, libraron una batalla política durante el IV Congreso para clarificar la táctica del frente único y persuadir a la Comintern que adoptase dicha táctica.

Ambos se enfrentaron a los partidarios de una política de "ultra-izquierda", tanto en el interior del partido bolchevique (Zinoviev y Bujarin) como en las otras secciones de la Internacional (la minoría alemana dirigida por Ruth Fisher y Arkadi Maslow, la delegación italiana encabezada por Bordiga, y otros). Tenían el apoyo de la mayoría de Alemania, que, ante los errores desastrosos del período anterior (la fracasada "acción de marzo" de 1921 inspirada en la teoría de la "ofensiva") se había reorientado hacia la lógica del frente único.

La esencia de la política de frente único era que los partidos comunistas, en una situación en la que no estaba al orden del día una lucha inmediata por el poder, y cuando la mayor parte de la clase obrera todavía permanecía en las filas de los viejos partidos reformistas socialdemócratas, no debían oponerse artificialmente a la unidad de la clase obrera. Por el contrario, debían proponer alianzas con los partidos socialdemócratas -al tiempo que conservaban su independencia y su derecho a criticar los límites de los reformistas- con el objetivo de conseguir reivindicaciones económicas y políticas inmediatas.

Como Trotsky planteó que en el año 1922: "El problema del frente único, a pesar del hecho de que es inevitable en esta época una división entre las diversas organizaciones políticas que se apoyan en la clase obrera, surge de la necesidad urgente de garantizar a la clase obrera la posibilidad de un frente unido en la lucha contra el capitalismo".

El IV Congreso llevo hasta el final la evaluación de la situación internacional, que se definió por la ofensiva capitalista y el reflujo de la lucha revolucionaria de la clase obrera. En esta situación, el Congreso consideró que era imprescindible hacer un llamamiento a la unidad en la acción de los partidos obreros como condición previa para el éxito de la lucha defensiva del movimiento obrero.

Sobre esta base, el Congreso aclaró algunos desacuerdos sobre el frente único surgidos después del Tercer Congreso, en concreto:

• El frente único debe ser apoyado por los partidos comunistas sinceramente y no como un movimiento táctico hipócrita destinado sobre todo a ganar miembros de los partidos socialdemócratas reformistas.

• El frente único, al tiempo que defiende y apoya las luchas sindicales, económicas específicas de nuestra clase, no se limita a estas cuestiones. Se puede y debe extenderse a la lucha política en general.

• El frente único probablemente comienza con temas de actualidad concretos, pero es un error poner un límite temporal para su desarrollo. Es una política para "todo un período, incluso toda una época."

• El frente único debe ser apoyado con el método de las "reivindicaciones transitorias": reivindicaciones específicas que, gozando del apoyo de la mayoría de los trabajadores, pueden convertirse en luchas unitarias inmediatas.

• El frente único debe llevarse a cabo en gran parte "desde abajo", pero la negativa a apoyarlo "desde arriba" y la aversión hacia "las negociaciones entre las direcciones" debe ser rechazada como "inmadurez infantil."

• El frente único es una política para una batalla defensiva, una política de apoyo a una guerra para defender "cada centímetro de tierra." Esta política supone el abandono de la pasividad sectario-propagandista. Al mismo tiempo, se pretende ayudar a la clase obrera a comprender realmente las diferencias entre reformistas y revolucionarios, a través de la experiencia en vivo de las luchas.

Era evidente para todos los que tomaron parte en este debate que la línea política del frente único conlleva graves peligros de subordinarse o acomodarse al reformismo. Para evitar este escollo, Lenin y Trotsky insistieron en dos puntos:

• Una explicación detallada y clara de la táctica del frente único, que nunca es presentada por la Comintern como un método para una transición pacífica y parlamentaria al socialismo. Se presenta más bien como un método posible para la organización de la lucha defensiva de la clase obrera, y una transición lo más rápida posible al contraataque.

• El principio inviolable de mantener la independencia de las fuerzas revolucionarias, la negativa de los partidos comunistas a disolverse en las formaciones políticas de los reformistas o "centristas" más a la izquierda.

A partir de esta lógica del Frente Único, a saber, el esfuerzo por agrupar las mayores fuerzas posibles en la lucha para derrocar la ofensiva del capitalismo, el IV Congreso tomó decisiones sobre una serie de cuestiones políticas cruciales planteados por la situación. Se sentaron las bases para una resistencia concertada, masiva, al fascismo, criticando la subestimación "ultra-izquierdista" de esta amenaza (Amadeo Bordiga) y la táctica de igual oposición tanto a los fascistas como a los partidos socialdemócratas.

El Congreso sentó las bases para un trabajo eficaz y a gran escala para la liberación de las mujeres mediante el reconocimiento de la importancia de las opiniones de Clara Zetkin, que habían sido ridiculizadas en el pasado, y mediante la definición de tareas específicas en este campo para las secciones de la Internacional.

El Congreso sentó las bases para un compromiso a gran escala y eficaz con las luchas anticoloniales, antiimperialistas, reconociendo que los "pueblos del Oriente" son aliados valiosos en la lucha de la clase obrera por la emancipación social.

Visto de esa manera, en general, el IV Congreso de la Internacional Comunista fue un "momento" importante de madurez que trató de orientar a la izquierda revolucionaria internacional hacia un enfoque activo, dejando atrás la pasividad representada por la llamada "paciencia revolucionaria", a la espera de días mejores.

Esto se aplicaba a las luchas concretas en los países donde las fuerzas de la Comintern estaban presentes. Su objetivo era la ampliación del frente de los trabajadores, que se abría a las cuestiones de la opresión (derechos democráticos, la liberación de la mujer, etc.). Se refería a las cuestiones de la lucha política (posición sobre el fascismo, el gobierno). Abordaba la lucha global, con las posiciones adoptadas en relación a la guerra y las revoluciones anticoloniales.

Por último, proporcionó un modelo de política de transición, que partía de la necesidad de organizar luchas defensivas unidas, establecía una hoja de ruta hacia la transición más rápida posible a una contra-ofensiva, y mantiene viva la perspectiva de la emancipación socialista.

El gobierno obrero

Durante el IV Congreso, el debate sobre el frente único se centró en la cuestión del gobierno de los trabajadores, es decir, la posibilidad de un gobierno apoyado por los partidos obreros de izquierda, que surge en el contexto del capitalismo, a través de una combinación de luchas masivas desde abajo y una crisis parlamentaria.

A pesar de las fuertes objeciones, se aprobó la consigna de un gobierno de los trabajadores, como "consecuencia de la lógica del frente único". Fue aprobada como una forma adecuada de propaganda general en todas partes, y como una perspectiva política inmediata en aquellos países donde la crisis de los partidos burgueses creasen la posibilidad de formar un gobierno de los trabajadores, aunque no existiesen condiciones reales para un auténtico poder obrero.

También se aprobó una "tipología" de variantes de un gobierno de los trabajadores. Esta clasificación implicaba diferentes tareas para los partidos comunistas en función de la situación: apoyo parlamentario, tolerancia, apoyó crítico, o participación en ciertas condiciones.

Esta orientación no fue de ninguna manera una aceptación del "cretinismo parlamentario". Por el contrario, la Internacional Comunista aprobó el concepto de gobierno de los trabajadores como "una posible forma de transición" hacia el poder obrero, previendo que en ciertas condiciones y bajo ciertas premisas políticas, podría conducir a una "escalada y aceleración de la lucha de clases”.

León Trotsky, el teórico de la revolución permanente, escribió algunos años después: “El objetivo del frente único solo puede ser un gobierno de frente único, es decir, un gobierno socialista-comunista, un ministerio Blum-Cachin. Esto hay que decirlo abiertamente. Si el frente único se toma a sí mismo en serio, y sólo entonces las masas populares se lo tomaran en serio, no puede identificarse con la consigna de la conquista del poder. ¿Por qué medios? Por todos los medios que conducen a ese fin. El frente único no renuncia a la lucha parlamentaria...”

El énfasis durante el IV Congreso sobre el debate del gobierno de los trabajadores ofrece una perspectiva a la posición política de la Izquierda comunista, cuando se enfrentan a la cuestión central del gobierno en tiempos de aguda crisis socio-política, pero cuando la fuerza de la clase obrera no es suficiente para plantear la cuestión del poder obrero de forma inmediata.

La propuesta del IV Congreso de la Internacional Comunista describe un proceso de transición de una situación a la otra. Desde entonces, muchos han afirmado que este debate fue un lapsus desafortunado de la Internacional, que las intervenciones de Lenin, Trotsky, Zetkin y otros describían un escenario hipotético que nunca existió en la práctica. Y, sin embargo, en la historia contemporánea, la izquierda ha sido puesta a prueba en muchas ocasiones sobre esta cuestión, y ha pagado un alto precio por este vacío en su estrategia y tácticas.(…)

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