Por Sebastián Chavarría Domínguez

El triunfo de la insurrección popular sobre Somoza, el 19 de Julio de 1979, posibilitó la destrucción de la Guardia Nacional, el principal soporte del Estado y la economía capitalista en Nicaragua. Colocó al des­cubierto los profundos nexos económicos, políticos, militares, culturales y raciales que exis­ten entre los diferentes países centroamericanos, y estimuló el ascenso revolucionario de las grandes masas oprimidas, introduciendo una honda crisis en todos los gobiernos del área.

La situación revolucionaria que existía en Ni­caragua se extendió y generalizó a toda el área centroamericana, aunque con ritmos desi­guales y contradictorios en cada país. A pocas semanas del 19 de Julio de 1979 cayó la dictadura del General Romero, en El Salvador, producto del poderoso ascenso obrero y popular, siendo susti­tuida por el igualmente frágil y efímero gobierno “cívico‑militar” del Coronel Majano. La guerrilla en Guatemala aumentó sus operativos militares contra la dictadura del General Romeo Lucas, pero no logró convertirse en una poderosa fuerza de masas, a pesar de que tenía sus orígenes en el proceso de resistencia al golpe de Estado contra el gobierno de Jacobo Árbenz, en 1954. La guerrilla guatemalteca era en ese momento, junto a la guerrilla colombiana, una de las más antiguas y poderosas del continente.

Resurrección de la nacionalidad centroamericana

Esta vigorosa influencia de la revolución nicaragüense confirmó que los cinco países cen­troamericanos constituían en realidad una na­cionalidad, un sólo país artificialmente dividido en pequeñas “republiquetas” en el año 1840, fecha en que fue disuelta la República Federal de Centroamericana.

El triunfo de la revolución nicaragüense lesionó profundamente la influencia de los Estados Unidos en la región centroamericana.

Destrucción del Estado burgués

Al derrumbarse el Estado por el empuje de la revolución, la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN) liquidó el Congreso Nacional, derogó la Constitución de 1974 y proclamó el “Estatuto Fundamental del Gobierno de Reconstrucción Nacional”, el 20 de Julio de 1979, disolviendo “la Corte Suprema de Justicia, Cortes de Apelaciones, Tribunal Superior del Trabajo y demás estructuras de poder somocista”; se declararon “especialmente inaplicables todas las disposiciones que se refieren al partido de la minoría en cualquier otra ley vigente”. Con ello se puso fin al sistema dictatorial asentado en el bipartidismo, y la odiosa colaboración del Partido Conservador con el régimen dinástico. Este “Estatuto Fundamental del Gobierno de Reconstrucción Nacional” fungió como Constitución provisional, sin serlo.

Embrionarios organismos de doble poder

En el período de agonía de la dicta­dura somocista y como un mecanismo de autodefensa ante el terror genocida, las masas obreras y populares -‑especialmente los destacamentos de vanguardia de la juventud-- ­crearon sus propios organismos de lucha antiso­mocista: las milicias populares.

Bajo la conduc­ción política y militar del FSLN y teniendo como base de su creación la experiencia insurreccional de Monimbó y Subtiava (1978), las masas desa­rrollaron y multiplicaron las milicias populares en los barrios, fábricas y centros de estudio. La masiva incorporación de los trabajadores a estos organismos de lucha militar, fue la base social del ejército guerrillero que entró victorioso a Mana­gua.

La destrucción de la Guardia Nacional y la destrucción del aparato del Estado, posibilitó el proceso de organiza­ción de los trabajadores y sectores populares. Por todos lados nacieron, como hongos después de la refrescante lluvia, los sindicatos, los Comités de Defensa Civil‑-después convertidos en CDS‑-, los comités campesinos y las milicias populares que llegaron a controlar todo el armamento recupera­do a la dictadura somocista.

Desde el inicio, estos organismos ejercieron funciones de poder obrero y popular, interviniendo y confiscando propiedades y toda clase de bienes de los funcionarios somocistas y de muchos otros capitalistas y te­rratenientes, mucho antes de que la Junta de Gobierno emitiera el Decreto No 3, de confiscación de los bienes del somocismo y sus allegados. Las fábricas y haciendas abandonadas fueron puestas a funcionar bajo el con­trol directo de los sindicatos. Los trabajadores nombraron nuevas autoridades y expulsaron o encarcelaron a todos los elementos represivos. Las milicias populares por su parte, se encarga­ron de ajusticiar a los esbirros y colaboradores del somocismo que habían sobrevivido a la insu­rrección, así como de garantizar el nuevo orden revolucio­nario. Los comités campesinos se posesionaron de las haciendas y del ganado. En pocos días, las masas trabajadoras terminaron de destruir el vie­jo orden burgués, creando, a partir de estos embrionarios organismos de poder obrero, toda una estructura que, aunque dispersa, era una alterna­tiva real de gobierno y de Estado.

Las masas estaban en las calles, posesionadas de las fábricas, haciendas y vehículos de la burguesía, armados hasta los dientes y en constante movilización.

Los trabajadores abrieron la posibi­lidad de instaurar un gobierno de los obreros y campesinos en vías al socialismo, cuya base de sustentación eran o hubieran sido los embrio­narios organismos de poder.

Una dinámica anticapitalista

Contrariamente a todo lo que ha sido escrito o propagandizado por los admiradores o críticos del FSLN, la dinámica de la revolución nicaragüense fue profundamente anticapitalista. Un proceso revolucionario no se puede analizar por el carácter de clase de la direc­ción partidaria que la encabeza, en nuestro caso el FSLN, sino por el carácter de clase de las prin­cipales fuerzas sociales que la hicieron posible. Detrás de la bandera roja y negra del sandinismo se movilizaron y combatieron miles de obreros y campesinos, hasta destruir a la dictadura. Y en la medida en que la movilización revolucionaria de las masas fue creciendo, estas dirigieron todo su odio hacia los capita­listas y los terratenientes, fueran somocistas o no.

Las grandes movilizaciones de masas, la huelga general y la lucha armada insurreccional, son clásicos métodos de la revolu­ción obrera y popular. En Nicaragua no se produjo un simple cambio de gobierno o de régimen político, sino la destrucción del aparato del Estado y de su principal soporte: la Guardia Nacional y el desmantela­miento de las instituciones represivas del somo­cismo. Lo anterior posibilitó el vigoroso surgimiento los sindicatos y organizaciones de masas, supe­rando con ello el tradicional estado de dispersión y atomización política de los trabajadores en Nicaragua.

La segunda independencia política

Con el triunfo de la revolución, Nicaragua conquistó la independencia política, dejamos de ser una semicolonia para convertirnos en un país indepen­diente, aunque la economía siguiera siendo capita­lista. El enfrentamiento con el imperialismo norteamericano y sus aliados regionales era inevitable.

Marchando en sentido inverso

Mientras las masas querían avanzar hacia adelante, hacia su propio gobierno, la Dirección Nacional del FSLN actuó como freno de esa poderosa explosión de masas.

La insurrección de las masas nicaragüenses no sólo destruyó al aparato del Estado, sino también a los instrumentos políticos de la clase capitalista: los partidos burgueses habían desaparecido, fracasaron en su intento de evitar el derrumbe completo de la Guardia Nacional. En cambio, del triunfo insurreccional el FSLN surgió como la más importante fuerza política y militar de Nicaragua, con un impresionante arrastre popular.

No obstante, esta correlación de fuerzas no se reflejó en la composición de la primera Junta de Gobierno, en la que participaron conspicuos representantes de la oligarquía y representantes de los empresarios, como Violeta de Chamorro y Alfonso Robelo. Esta enorme contradicción entre el triunfo de las masas trabajadoras, por un lado, y la instauración de una Junta de Gobierno que reflejaba las alianzas políticas de la Dirección Nacional del FSLN con los empresarios, por el otro, se mantuvo presente durante los primeros diez meses y, en determinado momento, dio origen a sucesivas crisis políticas, debido a la inmensa presión que los trabajadores ejercían para profundizar la revolución.

Desde el inicio de la revolución, la alta dirigencia sandinista se negó a avanzar hacia un gobierno obrero y campesino, argumentando que no había condiciones propicias, a pesar de que ella misma valoró correctamente el triunfo militar aplastante sobre la dictadura somocista. La "táctica política" diseñada por la Dirección Nacional del FSLN resultó ser al final una alianza estratégica con los empresarios, lo que trajo resultados funestos para la revolución. Cada vez que la revolución planteaba la necesidad de avanzar, la Dirección Nacional del FSLN decía que no había "condiciones favorables".

En realidad, todas las condiciones eran extremadamente favorables porque la derrota militar del somocismo fue total: los capitalistas se quedaron sin instrumentos de represión. Nunca antes en la historia de Nicaragua y Centroamérica hubo condiciones tan propicias para el desarrollo y extensión de la revolución, como en el año 1979.

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