Por Olmedo Beluche

El presidente en funciones de Haití, Jovenel Moïse, ha sido asesinado en su casa la madrugada del 7 de julio de 2021. Su esposa fue herida. El gobierno haitiano no ha dado mayores explicaciones de lo sucedido, limitándose a señalar que los autores constituían un comando entrenado militarmente que hablaba español e inglés.

Hay dos hipótesis probablemente relacionadas: una conspiración interna de sectores políticos y militares, o una conspiración externa cuyos motivos, en principio, no son evidentes. Suponiendo que fuera una conspiración extranjera, ¿de quién habría que sospechar primero? ¿Cuál es el país que ha invadido, intervenido, armado grupos y financiado políticos más veces Haití incluso en este siglo XXI?

La respuesta es obvia: Estados Unidos.

Aquí conviene recordar que en la labor de entrar a la fuerza a la casa de un presidente latinoamericano en funciones y secuestrarlo, el Comando Sur de Estados Unidos lo ha hecho en dos ocasiones recientes: 

En 2009, en Honduras para secuestrar en calzoncillos al presidente Manuel Zelaya y llevárselo en avión militar para depositarlo en Costa Rica.

En 2004, casualmente en Haití, fuerzas militares norteamericanas secuestraron al primer presidente electo democráticamente en ese país, el exsacerdote Jean Bertrand Aristide. Siendo presidente legítimo de Haití, Aristide fue secuestrado por Estados Unidos, montado en un avión y depositado en la República Centroafricana, al otro lado del mundo.

A continuación, reproducimos fragmentos de un artículo que escribimos en 2004 denunciando el secuestro de Aristide, a lo mejor entre los acontecimientos de entonces haya algún paralelismo que permita saber quién mató a Moïse:

“El último fin de semana de febrero (2004), también sería el último del gobierno del único presidente de Haití electo democráticamente en doscientos años de historia, Jean Bertrand Aristide. De madrugada, un grupo de “marines” norteamericanos se presentó a la casa de Aristide, le obligó a firmar su renuncia bajo la amenaza de un baño de sangre, lo montaron a la fuerza en un avión militar y, tras un largo vuelo de 20 horas sin poder comunicarse con nadie, fue deportado a la República Centroafricana.

De esa manera se habría cumplido un minucioso plan tramado un año antes, conocido bajo el nombre de la “Iniciativa de Ottawa sobre Haití”, auspiciado por el diplomático canadiense Denis Paradis, con complicidad de los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Canadá y El Salvador. Los cerebros ejecutores de esta “iniciativa” fueron Roger Noriega, subsecretario de Estado norteamericano para América Latina, y su brazo derecho para asuntos oscuros, Otto Reich.

“Estados Unidos ha estado activamente involucrado en la creación de la crisis de Haití... El señor Noriega, que es el que gestiona la política de Estados Unidos (en Haití), está apoyando a Andy Apaid y a su organización, el Grupo 184, que a su vez recibe financiación del Instituto Republicano Internacional”, denunció la congresista demócrata norteamericana Maxine Waters. “No hay que olvidar que Apaid estuvo involucrado en el primer golpe de estado contra Aristide (en 1991)”, agregó Waters.

Los acontecimientos de Haití, al principio, confundieron a algunos sectores antiimperialistas, democráticos y de izquierda de Latinoamérica y de otros lugares. Influenciados por medios de comunicación manipulados, algunos creyeron ver en los sucesos haitianos de los últimos meses una repetición de insurrecciones populares recientes que han derribado a otros gobiernos en América Latina. Como en Bolivia el año pasado. Pero la verdad ha salido a flote, ya que la índole de los protagonistas en Haití muestra que estamos ante un caso diferente. 

Mientras Estados Unidos y la OEA defendieron hasta el último momento al sanguinario Sánchez de Lozada, pese a semanas de movilizaciones populares duramente reprimidas por el ejército, con su secuela de muertos; en Haití, Powell y Bush se apresuraron a plantear la dimisión de Aristide. Mientras en Bolivia el ejército adiestrado por el imperialismo yanqui defendía al repudiado presidente; en Haití, los dirigentes de la “insurrección”, aupada por los norteamericanos, fueron los exmilitares del disuelto ejército haitiano y los “Tonton Macoutes”.

Jean Bertrand Aristide, exsacerdote católico, fue la principal figura en la lucha contra la dictadura de los Duvalier, “Papá Doc” y “Baby Doc” en los años 80. Al frente del movimiento Lavalá (La Avalancha) ganó las primeras elecciones democráticas de Haití en 1990, contra el candidato apoyado por Estados Unidos, Marc Bazin, que había sido funcionario del Banco Mundial. Pero su gobierno duró nueve meses, ya que en 1991 fue derrocado por un sangriento golpe de estado instigado por Norteamérica, encabezado por el militar Raoul Cedras.

La dictadura de Cedras acabó en 1994, cuando se produjo una invasión de 20,000 “marines” norteamericanos, que tuvieron como objetivo controlar una situación crítica, de la que la migración de miles de balseros haitianos que llegaban a la Florida fue preocupación central para Washington. Aristide retornó al poder, pero por un breve lapso, tras el cual lo cedió a su compañero de fórmula en 1990, René Preval, quien ganó las elecciones del 94.

Aristide se postuló a las elecciones del año 2000, que fueron boicoteadas por la oposición, las cuales ganó con el 92% de los sufragios. Desde entonces, la oposición lanzó una campaña arguyendo que hubo “irregularidades”, llamando a poner fin anticipado a su gobierno mediante una “intervención extranjera para evitar una guerra civil”…”.


Por Leonardo Ixim

En estos momentos en Colombia se vive una movilización popular contra el gobierno de Iván Duque Márquez de parte de varios sectores que ya lleva varios días. Si bien la gota que rebalsó el vaso fue el intento de aplicar una reforma fiscal regresiva, existe un descontento generalizado contra un gobierno considerado corrupto y represor.

Duque llega a la presidencia tras la elecciones que disputó con el candidato de izquierda Gustavo Petro y su partido Colombia Humana,  que corrió en alianza con la Unidad Popular cercana el Partido Comunista Colombiano. Duque obtuvo el 39.34 por ciento de los votos con Cambio Democrático, partido del ex presidente Álvaro Uribe, en alianza con el histórico Partido Conservador. Petro, por su parte, logró el 25.08 % de los votos. A nivel del organismo legislativo, Cambio Democrático obtuvo una leve ventaja, pero con los votos de otros partidos derechistas, obtiene la mayoría; mientras que las opciones de centro-izquierda y de izquierda obtuvieron muy pocos escaños.

El gobierno de Duque y el poco avance en el proceso de paz

En el gobierno anterior de Juan Manuel Santos se logró negociar con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) el desarme de esta guerrilla izquierdista que existió durante mas de cincuenta años. El proceso de paz negociado con la insurgencia, al igual que en Centroamérica, significó para las FARC-EP el convertirse en partido político y reacomodar hacia la derecha su programa su programa, ya de por si reformista; pero en una situación de descontento ante la guerra, sobre todo cuando el Estado se justificaba en las operaciones contrainsurgentes, por medio de una guerra contra la resistencia de los pueblos indígenas y campesinos que defienden sus territorios, así como obreros contra las políticas anti-laborales.

En las elecciones de junio de 2018 la reacción logró nuevamente imponerse. Presagiando que la aplicación de la paz no fuera real con la imposición de un gobierno neoliberal, que tiene el respaldo de la mayoría de las fracciones y las más conservadoras de la oligarquía colombiana, sobre otras fracciones menores cercanas al Partido Liberal y que aceptaron la negociaciones con  la insurgencia en el gobierno de Santos. 

La reacción se posicionó con el uribismo y las iglesias neo-pentecosteces a la cabeza, obteniendo una pírrica victoria en el referéndum para la aplicación de los acuerdos de paz del 26 de agosto de 2018, bajo un gran abstencionismo y entorpeciendo la aplicación de los acuerdos, en aspectos como  la  justicia en torno a las violaciones a los derechos humanos y el quimérico desarrollo rural. Esto puso trabas a la posibilidad de negociar con la otra importante guerrilla de izquierda, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), al cual el gobierno exigió previa desmovilización; ésta por supuesto lo rechazó.

La aplicación de los acuerdos ha sido lenta, sobre todo en el tema rural, el cual es uno de los mas álgidos, que refleja el despojo a las comunidades campesinas, siendo que dicho acuerdo de paz no cuestiona la alta concentración de la tierra. Pero el tema que mas ha afectado al pueblo colombiano es la constante persecución a líderes sociales de todo tipo, sobre todo en las zonas rurales, así como el asesinato de miembros desmovilizados de las FARC-EP, ocasionado por grupos paramilitares con la aquiescencia del Estado y las fuerzas de seguridad pública, las cuales se dedican también actividades criminales.

Esta situación repercutió en la ex guerrilla, una parte de la cual se convirtió en partido político, denominándose Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, el cual ha conseguido exiguos resultados, mostrando también el cansancio de la población hacia las acciones militares que esta realizó, sobre todo en los últimos años. Otra facción que no entregó las armas, denominándose FARC-EP Segunda Marquetalía -en alusión a la región donde apareció la primera guerrilla en 1964- y otras facciones, grupos que se dedican actividades criminales. Sobre eso, las guerrillas izquierdistas en cierto momento se coludieron con actividades cercanas al narcotráfico y otras,  como forma de agenciarse fondos.

Un malestar social en crecimiento

El primer síntoma visible de descontento ocurrió el 11 de noviembre de 2019, en la denominada “Marcha de las Linternas” la cual exigía la renuncia del fiscal general de la nación, Néstor Humberto Martínez, por supuestas conexiones y sobornos con la trasnacional brasileña  Odebretch, así como por la impunidad de la justicia colombiana, tras el asesinato de líderes sociales

En agosto de ese año ocurrió un bombardeo en la zona rural de San Vicente del Caguán, llevado a cabo por el ejército contra un presunto grupo de disidentes de las FARC, donde fueron asesinados  menores reclutados a la fuerza por este grupo. De igual forma se dio el genocidio de grupos paramilitares  contra  comunidades indígenas del Cauca, siendo asesinados 55 de sus miembros, al igual que dos masacres en menos de tres días a finales de octubre, en esa región.

Álvaro Uribe, quien esta investigado por crímenes de lesa humanidad, narcotráfico y corrupción,  y tiene procesos penales abiertos, con el respaldo de su marioneta Iván Duque, intentaron parar estos procesos, allanando oficinas del juzgado y la fiscalía que lleva estos casos. Así, se forjó una mayor antipatía hacia el uribismo; recordemos que cuando Uribe gobernó el departamento de Antioquía en los ochenta y cuando ejerció la presidencia por dos períodos a inicios del siglo, fue responsable de violaciones a los derechos humanos.

De tal forma que se llega al Paro Nacional de noviembre de 2019, impulsado por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y la Central General de Trabajadores (CGT), junto a la Minga Indígena y grupos estudiantiles, contra el intento de crear un Holding Financiero, que fusionaría varias empresas del Estado, relacionadas a la administración de pensiones, así como la privatización de otras empresas estatales. Tales modificaciones implicarían reformas a las pensiones, así como el aumento de la taza de cotizaciones y la privatización o enajenación de bienes del Estado, independientemente de la participación accionaria pública. 

Se incluía una reforma laboral que ponía en peligro la estabilidad laboral, aplicar un salario mínimo diferencial y la contratación por horas, medidas que afectan a la clase trabajador. Se dejaba entrever un impuestazo similar al que se quiere aplicar actualmente, esto es sobre todo, una recarga del Impuesto al Valor Agregado (IVA) a bienes de consumo popular.

También se exigió y se exige actualmente la disolución del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD)  ente odiado por la población por su accionar altamente represivo y la depuración de la Policía Nacional, organismo que tiene una estructura militar y que depende el Ministerio de Defensa; esta desmilitarización se contempla en los acuerdos de paz.

De tal forma que se creó el Comité Nacional por el Paro (CNP) formado por la CGT, CUT, la Minga Indígena, organizaciones estudiantiles y partidos de izquierda, entre otros. Las movilizaciones continuaron todo diciembre, en menor medida enero, febrero y marzo; pero la entrada de la pandemia y las medidas de cuarentena pusieron su grano para desmovilizar.

En medio de la pandemia, se registra el asesinato de parte de la policía de Javier Ordoñez en noviembre de 2020, que al igual de lo ocurrido en Estados Unidos, un video muestra la brutalidad policial. Eso encendió la indignación, registrándose quemas en sedes policiales y a diferencia de las protestas de inicio de ese año, estas adquirieron visos de enfrentamiento.

En medio de la pandemia, si bien Colombia no muestra altas tasas de contagios y muertes, las cifras van en aumento, llevando un proceso de vacunación lento. Hubo efectos desastrosos en la economía y en los ingresos de los sectores populares, pese a los planes asistenciales que aplicó el gobierno, generando un déficit fiscal del 8 % del PIB. Según organismos internacionales,  la pobreza aumentó, situándose en 42 %,  la extrema pobreza en un 15 %; el desempleo, por su parte, afecta al 17 % de las y los colombianos, sin contar con cifras, como pasa en nuestros países, del crecimiento de la informalidad.

Tarifazo fiscal y revuelta semi-insurreccional

El Estado colombiano y las distintas fracciones oligárquicas, son responsables de atentar contra la población y contra los derechos de la clase trabajadora y los pueblos indígenas. Es calificado como un estado para-policial, pese a que durante el siglo XX mantuvo la formalidad democrática por medio de un bipartidismo (liberal y conservador). Se ha denunciado que, a raíz de las movilizaciones de 2019 y las constante violaciones a los derechos humanos, el Estado realiza una constante labor de espionaje y de seguimiento a líderes sociales.

El déficit fiscal obligó al gobierno a buscar formas de financiamiento y por supuesto, sin recargárselas a la burguesía. La guinda del pastel fue el intento de aplicar nuevamente la reforma fiscal, la cual, al igual que en 2019, se busca subir el IVA a bienes de consumo y descaradamente seguir eliminando exenciones a los grandes capitales. En plena pandemia Duque recetó grandes cantidades de recursos a los capitalistas, por ejemplo, a la trasnacional AVIANCA, que prácticamente había anunciado su quiebra.

Nuevamente obreros, campesinos, estudiantes, pobladores, jóvenes, se lanzaron primeramente en las grandes ciudades a resistir esta embestida contra el pueblo. La reacción del Estado y de la ESMAD fue una represión cruda, generando las protestas de Naciones Unidas, organismos internacionales y nacionales de derechos humanos y la OEA. Según los segundos, se registran hasta el primero de mayo,  940 casos de brutalidad policial, 672 arrestos arbitrarios, 4 casos de abuso y violencia sexual, 21 homicidios a manos de fuerzas de seguridad y treinta casos de uso indebido de armas contra civiles.

Especial atención merece el papel jugado por los jóvenes de barrios empobrecidos en la ciudad de Cali, que se convirtió el epicentro de la rebelión, creando verdaderas zonas liberados a partir de los tranques hechos por los mismos pobladores. A partir de eso, en los primeros días de mayo, el Estado inició una represión extra-judicial disparando contra los rebeldes en Cali y en otras ciudades. En los hechos, el surgimiento de un sujeto juvenil disperso y de pobladores, sobre todo de los barrios populares en Cali, llevó a rebasar al CNP, las centrales sindicales y los partidos de izquierda reformista como Colombia Humana y otros, los cuales son criticados por no impulsar una huelga general indefinida.

Esto llevó a que sectores mas radicalizados de la población, organizaciones y sindicatos de base y agrupaciones de izquierda revolucionaria conformaran el Comité Nacional por el Paro Indefinido (CNPI), independiente del CNP. El uribismo no ha dejado, por su parte, de descalificar estas movilizaciones como influenciadas por el ELN y las FARC armadas, hecho que estas niegan, pero manifiestan su apoyo.  Ante eso, Minga Indígena, conformada por el Consejo Regional Indígena del Cauca y otras organizaciones, movilizó hacia Cali mas de cinco mil personas, como forma de apoyar la resistencia urbana caleña, siendo atacada por elementos paramilitares.

Coincidimos con el urgente llamado a una huelga general indefinida, y que Duque caiga por la vía  insurreccional. Recientemente varios sindicatos de base han llamado a un paro de obreros,  presionando a las conservadoras dirigencias de las centrales sindicales que han dado largas a este llamado. Éstas, por su parte, convocan a un paro solo para el 12 de mayo. Es importante también,  como menciona el CNPI, crear asambleas de base en los territorios, centros laborales y educativos, las cuales pueden convertirse en órganos que generen una situación de doble poder.

Por Leonardo Ixim

Tres países de la región Andina, Bolivia, Ecuador y Perú, han pasado por procesos electorales, entre turbulencias y movilizaciones sociales, además en medio de la pandemia, la cual registra en los tres un elevado número de casos de infectados por el COVID-19 y fallecimientos, debido a la fragilidad de los sistemas de salud pública, provocada por el neoliberalismo.

Recién hubo elecciones generales en Ecuador, donde se impuso el candidato neoliberal Guillermo Lasso sobre el candidato del correísmo Andrés Arauz, sobre eso hemos escrito recientemente. En Bolivia por su parte, después de que el Movimiento al Socialismo recuperó el gobierno posteriormente al golpe de Estado de octubre del 2020, se realizaron elecciones regionales y municipales donde el MAS, si bien se consolidó como el partido mas grande, en las principales ciudades y varias regiones fue derrotado, no por la derecha que quedó maltrecha después de perder las presidenciales, sino por fuerzas disidentes del MAS.

De igual forma, esta sub región ha vivido una serie de movilizaciones populares en los últimos años. En Ecuador contra el paquetazo promovido por el FMI en 2019 donde la CONAI fue protagonista, pero terminó cortando el impulso popular. En Bolivia, primero contra el gobierno de Morales que fue canalizado por la derecha tras el supuesto fraude de este y contra el gobierno golpista posterior, que persiguió a sectores del movimiento popular y dándole fuerza para que el MAS reconquistara el gobierno.

Contexto general

En ese sentido, en Perú en plena pandemia se realizaron movilizaciones contra la destitución del presidente provisional Martin Vizcarra por parte del Congreso. Pero el antecedente inmediato fue la destitución de Pedro Pablo Kuczynski en marzo de 2018, electo en 2016 contra la candidata de Fuerza Popular (FP) Keiko Fujimori (hija del ex dictador Alberto Fujimori). Esto provocó un congreso controlado por FP, que aprovechando actos de corrupción de Kuczynski de favorecer a la transnacional brasileña Odebrecht, logran destituirlo.

Asumió entonces Martín Vizcarra, que en un primer momento gobernó con el apoyo del fujimorismo, pero se fue distanciando, promoviendo una reforma política para sanar las instituciones de la partidocracia, se distancio del FP. Sin embargo, esta tuvo un descalabro, cuando Keiko F. fue apresada por sobornos recibidos también por Odebrecht,

Vizcarra intentó realizar una serie de reformas al poder judicial para reorganizar el Consejo de la Magistratura, la restitución de la bicameralidad del Congreso, la prohibición de la reelección y una nueva legislación sobre financiamiento partidario. Ante la negativa del fujimorismo y otros grupos parlamentarios, este anunció realizar un referéndum, logrando simpatía popular. Realizándose este el 8 de diciembre de 2018, donde a excepción de la bicameralidad, los otros fueron aprobados por votación.

Este gobierno fue defensor del modelo extractivista; así, se enfrentó en varias ocasiones a poblaciones que se oponen a proyectos mineros en sus territorios. El más fuerte fue contra el Proyecto Tía María, donde la población de la región Arequipa realizó un paro indefinido y obligó al gobierno a no aprobar la licencia minera.

La mayoría del Congreso por su parte bloqueó estas reformas, sobre todo porque afectaba la inmunidad de varios de estos señalados de corrupción y en sí, debilitaba a la partidocracia tradicional. Así, el presidente disolvió el Congreso el 30 de septiembre de 2020 y convocó a elecciones para este, bajo el amparo de un instrumento de la constitución aprobada por Alberto Fujimori en 1993.

El 26 de enero de 2020 se realizan nuevas elecciones, logrando mayoría el tradicional partido Alianza Popular (AP), de orientación conservadora que, junto a otros similares y FP, pese a que, bajo 58 diputados, logra tener influencia; en el ínterin, Keiko F. vuelve a prisión después de lograr salir, por diversos delitos en torno a los sobornos de la empresa brasileña.

Por su parte, los partidos políticos y el fujimorismo contraatacan, logrando evidenciar actos de corrupción en el mandato de Vizcarra como gobernador regional de Moquegua y de sus allegados en su gestión gubernamental, y después de dos intentos de destitución, logran su cometido, imponiendo a Manuel Merino como presidente.

Esto generó airadas protestas en Lima y otras ciudades, durante las cuales la policía asesinó e hirió a varios manifestantes. En sí las protestas no eran a favor de Vizcarra, sino contra la acción calificada de autoritaria por la mayoría del Congreso. Esto obliga a revertir la imposición de Merino y elegir como presidente, con el conceso de casi todas las bancadas legislativas, a Francisco Sagasti.

Este afrontó nuevamente un paro agrario en la provincia de Ica por trabajadores agrícolas  exigiendo mejoras salariales; así como  de campesinos  y productores rurales, ante una  legislación que les desfavorecía en noviembre de 2020. Y en diciembre otro paro contra la minera MMG Las Bambas en Apurimac.

Resultados electorales

Es así que se llega a las elecciones generales del 11 de abril. Bajo un total repudio a los partidos políticos, pese a una participación del 70 por ciento, ésta baja 11 puntos porcentuales respecto de la anterior elección en 2016; los votos nulos y blancos logran el segundo lugar, ubicándose en el 17,76%.

La gran sorpresa fue el candidato Pedro Castillo del partido Perú Libre (PL), que se define marxista y mariateguista, logrando el 18.92 %, sobre su más cercana rival, Keiko Fujimori con 13.40 %; atrás quedaron una serie de candidatos que no pasaron el 10 %. Castillo y Fujimori, pasarán a una segunda vuelta que se realizará el 6 de junio.

Castillo se impuso en 16 departamentos sobre Fujimori, que ganó ocho solamente. A nivel del legislativo PL logró 37 diputados, FP 24, AP 17, Alianza por el Progreso 15, Renovación Popular 13 y abajo, una serie de otros partidos que no sobrepasan los 10 congresistas. Entre ellos la coalición izquierdista Juntos por el Perú (JxP) con 5 congresistas; su candidata presidencial Verónica Mendoza tercera en las anteriores elecciones de 2016, apenas logro el 7.86 %.

El hecho de que ninguna candidatura haya sobre pasado el 20 % de votos es un reflejo de descontento hacia los partidos políticos, así como en la composición del Congreso conformada por 10 bancadas mostrando la fragmentación partidaria.

Sin embargo, el fenómeno de Castillo es importante. Maestro de primaria, ex miembro de las rondas campesinas (agrupaciones formadas por el Estado para combatir a Sendero Luminoso y el MRTA), miembro del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación de Perú, que en 2017 protagonizó una huelga magisterial de cuatro meses contra el gobierno de Kuczynski, rompiendo con la dirección de ese sindicato controlada por el estalinista Partido Comunista Patria Roja, debido al  colaboracionismo de este con el gobierno y que apoyo a Mendoza en estas elecciones.

Castillo propone la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente, la nacionalización de los bienes públicos -un país exportador de petróleo, gas y minerales-, así como de las empresas privatizadas y luchar contra las camarillas de políticos.  Por ende, es entendible cómo buena parte de la población y de las clases trabajadoras ven en Castillo una opción de cambio, ante las consecuencias desastrosas de despidos, reducciones salariales y otras secuelas de la pandemia.

Ante eso, la derecha se ha aglutinado contra Castillo, apoyando a la tan odiada Keiko F., que en cierto momento fue la anatema del gran capital, pese a que su padre cumplió el papel de estabilizar por medio de una dictadura la crisis social de finales de los ochenta en el siglo pasado. La candidata ahora usa un discurso anticomunista, señalando a Castillo de terrorista y vínculos con los reductos de Sendero Luminoso. Es tan paradójico esto, que el escritor Vargas Llosa un ex estalinista, ahora convertido en figura al servicio del imperialismo y que anteriormente, juró luchar contra el fujimorismo, llama a votar por FP.

Las posturas de la izquierda

La candidata Mendoza y su coalición JxP, conformada por diversos grupos, entre ellos los dos partidos comunistas post estalinistas, era la mimada de la izquierda latinoamericana, descalificando a Castillo, quien por su parte dice admirar a Evo Morales, quien le acaba de dar su apoyo. En 2016 Mendoza fue la sorpresa, logrando una bancada numerosa, pero esta fortaleza se fue fragmentando, apareciendo las bancadas de JxP y el Frente Amplio (FA), que también participó en esta contienda electoral, su candidato presidencial logró un ínfimo apoyo y ningún escaño legislativo.

Las diferencias entre estas agrupaciones fueron menores, demostrando ambas su falta de independencia con respecto a las opciones de la burguesía. Mientras que JxP apoyó al gobierno de Kuczynski y Vizcarra, el FA fue crítico, pero osciló entre mantener una postura diferenciada o apoyar las acciones del fujimorismo y de la partidocracia.

Por su parte tanto FA, JxP y PL comparten el llamado a la asamblea constituyente y los primeros acaban de llamar a votar por Castillo, lo cual es correcto. Lo que diferencia a Castillo con las otras opciones es que éste es conservador en el plano moral y opuesto a los derechos sexuales y reproductivos, así como al aborto.

Las izquierdas revolucionarias continentales adoptan diversas posturas; mientras que Izquierda Diario llama a abstenerse, la LIS, UNIOS-UIT, PST-LITCI y IMT, llaman a votar críticamente. El programa de Castillo no contradice los ejes de acumulación de la economía capitalista en general, además su postura contra los derechos sexuales es retrógrada y aun con su propuesta de un impuesto a las ganancias, Castillo ha titubeado. Pese a eso, la progresividad que implica cerrarle el paso al fujimorismo, la constituyente y la nacionalización de los bienes públicos es importante. Por ende, desde el PSOCA hacemos un llamado al voto crítico por Castillo.


Por Ricardo Patzán

El domingo 11 de abril se llevó a cabo la segunda vuelta electoral en Ecuador, en la que resultó ganador el candidato de extrema derecha y empresario Guillermo Lasso, con 52.49% de los votos, frente a Andrés Arauz, candidato del correísmo, quien obtuvo 47.51% del balotaje.

En la primera vuelta, celebrada el 7 de febrero se eligió a los 137 miembros del poder legislativo (la Asamblea Nacional de Ecuador), y 5 representantes al Parlamento Andino para el período 2021 - 2025. Ese día cerca del 80% de la población empadronada, unos 13 millones de votantes, emitió su voto, y, según datos del Consejo Nacional Electoral (CNE), hubo una abstención del 19.01%, no muy lejana del 18.37% de la anterior elección de 2017. En cuanto a los votos nulos y en blanco, llegaron a un 9.55% y 3.10% respectivamente, un incremento respecto al 7% y 2.7% de 2017. El 11 de abril los votos nulos aumentaron al 16.3%, el porcentaje más alto en una elección desde 2002; los votos en blanco se redujeron al 1.6%.

Los candidatos que pasaron a la segunda vuelta de los comicios fueron Andrés Arauz, candidato de la corriente política del expresidente Rafael Correa; Arauz obtuvo 32.72% de los votos. Luego de un forcejeo legal que implicó acusaciones de fraude, el CNE otorgó el segundo lugar de la primera vuelta al banquero de derecha Guillermo Lasso, quien obtuvo el 19.74% de los votos, pasando a la segunda vuelta. Este segundo puesto fue disputado por el candidato Yaku Pérez, del movimiento indigenista, quien fue favorecido por el 19.39% de los votantes.

Una situación económica y social explosiva

El proceso electoral 2021 se da en el marco de una grave crisis económica y social. Ecuador es un país que depende fundamentalmente de las exportaciones de petróleo y en segundo lugar de las de banano. La industria petrolera fue nacionalizada a mediados de la década de 1970, y genera un tercio de los ingresos del Estado; la persistente caída de los precios del carburante desde 2014 llevó a la negociación de préstamos con organismos internacionales para sacar a flote las golpeadas finanzas del Estado. La dolarización de la economía a partir del año 2000 ató de manos a los gobiernos, pues no pueden imprimir moneda ni jugar a la devaluación monetaria para aliviar la situación económica. Fue el gobierno de Lenín Moreno (2017 – 2021) el que negoció préstamos con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para rescatar la economía ecuatoriana. Como acostumbra hacer, el FMI impuso como condición para facilitar los fondos un brutal plan de ajustes.

Recordemos que Moreno fue el vicepresidente del último gobierno de Rafael Correa. Éste es un político reformista adscrito a la corriente del “socialismo” del siglo XXI, quien había gobernado desde 2007 impulsando su concepto de “Revolución Ciudadana”, promoviendo programas sociales asistencialistas y exhibiendo rasgos autoritarios, al igual que sus gobiernos aliados en Venezuela y la Bolivia de Evo Morales. Como ha sido la característica de estos gobiernos nacionalistas burgueses (Lula, Chávez, Maduro, Morales, etc.), Correa manejó una doble faceta, con un discurso supuestamente socialista y antiimperialista, pero impulsando un modelo económico que favorece a las multinacionales, especialmente en energía y minería, a la par que se generó una estructura de corrupción entre sus funcionarios. Los proyectos extractivistas provocaron importantes protestas entre los grupos indígenas y populares, que fueron reprimidas. Actualmente Correa vive exiliado en Bélgica, tras haber sido sentenciado en 2020 a 8 años de cárcel por los delitos de cohecho, asociación ilícita y tráfico de influencias, al encontrarse que fue parte de una estructura de funcionarios públicos que recibió sobornos de empresas, tanto nacionales como extranjeras, para facilitarles contratos en infraestructura, entre ellas la brasileña Odebrecht.

Al asumir la presidencia en 2017, Lenín Moreno dio un viraje en redondo respecto a las políticas del correísmo, movimiento del cual procedía. La nueva administración contrató préstamos con el FMI que hasta ahora ascienden a US$ 10,500 millones; a cambio, Moreno se comprometió a tomar medidas de austeridad fiscal para limpiar las cuentas públicas, reducir el tamaño del Estado y aumentar el Impuesto al Valor Agregado del 12 al 15%, lo que implicaría inflación generalizada. Como resultado de estas medidas, el empleo efectivo bajó un 1.8%, pasando de 40.6% en diciembre de 2018 a 38.8% en diciembre de 2019; según el Banco Mundial, la población en situación de pobreza pasó del 21.5% en 2017 a 25% en 2019; y en 2019 el crecimiento económico fue de apenas el 0.1%, siendo que en 2012 el PIB creció un 5.4%.

Cuando Moreno decidió eliminar los subsidios a los combustibles en octubre de 2019, el resultado fue una explosiva ola de protestas que tomó las calles de la capital; las movilizaciones involucraron no solo a las organizaciones indígenas que habían adversado a Correa, sino nuevos sectores urbanos como jóvenes y sindicatos. La lucha obligó al gobierno a hacerse atrás en los acuerdos con el FMI, solo para retomarlos más adelante, cuando las aguas se calmaron. La pandemia del Covid-19 empujó la economía más hacia abajo, con una contracción cercana al -9% en 2020. Según el Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas, Unicef, el nivel de pobreza se disparó al 38%, y el de extrema pobreza a cerca del 20%. La deuda pública bordea el 70% del Producto Interno Bruto, y el déficit fiscal es cercano al 8%, según el FMI. En este sombrío panorama deberá asumir el nuevo gobierno.

Los candidatos de la segunda vuelta electoral 

El mayor porcentaje de votos en la primera vuelta lo tuvo Andrés David Arauz Galarza, un economista de 36 años cuya candidatura fue lanzada por la alianza Unión por la Esperanza (UNIES). Arauz pertenece al movimiento Revolución Ciudadana, fundado por el expresidente Rafael Correa. De hecho, en un inicio Correa iba a figurar como candidato vicepresidencial, pero se lo impidió la condena a 8 años de prisión que lo inhabilitó políticamente, lo que llevó a escoger para completar el binomio a Carlos Rabascall. Arauz participa en el Consejo Ejecutivo de la Internacional Progresista, fundada en 2020, y de la que hacen parte Bernie Sanders, el vicepresidente español Pablo Iglesias y el exministro griego de finanzas Yannis Varoufakis. El 32.72% obtenido en la primera vuelta por Arauz es indicador del declive del correísmo, movimiento que en 2013 tuvo el 57.17% y en 2017 el 39.36% del balotaje; al igual que los demás gobiernos del Socialismo del Siglo XXI, el correísmo demostró ser incapaz de solucionar los principales problemas del pueblo ecuatoriano, como la pobreza, el desempleo, la precarización de los puestos de trabajo, la dependencia económica del imperialismo, la destrucción del medio ambiente, los derechos de los pueblos indígenas, de las mujeres o de la diversidad sexual. El primer lugar de Arauz en la votación se explica por la desastrosa gestión de Lenín Moreno en su intento de retornar al neoliberalismo.

Durante su campaña Arauz prometió entregar un bono de US$ 1 mil a un millón de familias durante su primera semana de gobierno, abrir líneas de crédito para las pequeñas y medianas empresas, financiar por un año parte de las contrataciones de nuevos trabajadores que hagan las empresas y recontratar trabajadores del sector público como maestros y médicos que perdieron sus empleos. Afirma que no está de acuerdo con mantener las condiciones que firmó Lenín Moreno para tener los préstamos del FMI, y planea reactivar el gasto social y suspender las medidas de austeridad impuestas por los financistas. Este gasto se financiaría con préstamos del Banco Central de Ecuador y medidas para incrementar la recaudación fiscal; entre esas medidas estarían la aplicación de un impuesto progresivo a las empresas y la creación de un IVA diferenciado entre los productos que generan empleo en el país y los productos importados. Arauz viajó a Estados Unidos después de la primera vuelta electoral, donde entre otros actores, se reunió con personeros del FMI para negociar las condiciones de los empréstitos, dejando en claro que no tiene la menor intención de desconocer los acuerdos firmados por Moreno con los usureros del Fondo. Durante la campaña por la segunda vuelta Arauz logró el apoyo del dirigente indígena Jaime Vargas, presidente de la CONAIE y de varias centrales sindicales.

El candidato que obtuvo el segundo lugar es Guillermo Lasso Mendoza, postulado por la alianza los de partidos conservadores Movimiento Político Creando Oportunidades (CREO) y el Partido Social Cristiano. Ya fue candidato presidencial dos veces, perdiendo en 2013 frente a Rafael Correa y en 2017 frente a Lenín Moreno. Lasso representa al gran empresariado tradicional, siendo él mismo banquero y empresario, y dio su apoyo a Moreno cuando giró al neoliberalismo. Tiene el mal precedente de haber sido uno de los artífices de la peor crisis financiera del país en 1999, que condujo a la dolarización de la economía. Cercano al Opus Dei, es un acérrimo opositor de cualquier propuesta para despenalizar el aborto y de los derechos de la diversidad sexual, aunque durante la campaña por la segunda vuelta se ha mostrado más moderado en estos temas, para ganar nuevos adeptos. Afirma que va a respetar los acuerdos con el FMI, excepto en el punto del incremento al IVA. Propone duplicar la producción de petróleo para aumentar los ingresos del Estado, crear nuevos puestos de trabajo, incrementar el salario mínimo al US$ 500 mensuales, atraer la inversión extranjera y combatir la corrupción. Su programa económico se basa en medidas neoliberales que favorecen los negocios de las empresas nacionales y extranjeras, como crear empleos flexibilizando las condiciones de contratación, mayor asociación entre el sector público y privado, reducción de impuestos, implementación de zonas francas y entregar la gestión de empresas públicas al sector privado, incluyendo los servicios de salud.

La candidatura indígena de Yaku Pérez

No podemos dejar de mencionar la candidatura que quedó en tercer lugar el 7 de febrero. Se trata de Yaku Pérez (Carlos Ranulfo Pérez Guartambel), lanzado por el partido Pachakutik, brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE). Considerado como una opción de izquierda (aunque realmente su ideología es más bien ecologista y de defensa de los derechos humanos), Pachakutik fue fundado en 1995, y este año logró el mayor número de votos electorales, 19.39% frente al 3% en los comicios de 2013 y 6% en los de 2017. Esto sin duda se debe al protagonismo de las organizaciones indígenas en las protestas de octubre de 2019, que sumaron importantes sectores urbanos, parte de los cuales dieron su voto a Pérez; aunque es claro que el mayor beneficiario de las jornadas de octubre fue el correísmo y su candidato Arauz. Indudablemente Pérez también se benefició del voto de rechazo al correísmo por parte de sectores que no son de derecha, y están descontentos con los aspectos de autoritarismo, descuido de la protección del medio ambiente y desdén por los derechos de las mujeres y la diversidad sexual durante los gobiernos de Correa. De esta manera, su candidatura fue respaldada por el Frente Unitario de Trabajadores, el Frente Popular y el maoísta Partido Comunista Marxista Leninista de Ecuador.

Sin embargo, hay que recordar que en 2019 la dirección de la CONAIE no llevó la lucha hasta sus últimas consecuencias, negociando las medidas económicas con el gobierno de Moreno, e impidiendo su caída. Esta claudicación de las organizaciones indígenas dio un respiro al régimen, que luego de recuperarse, retomó los planes de ajuste acordados con el FMI. Yaku Pérez también tiene como antecedente haber apoyado la candidatura de extrema derecha de Lasso en las elecciones de 2017 contra el correísmo, y de haber avalado el golpe de estado en Bolivia contra Evo Morales y el golpe institucional en Brasil contra Dilma Rousseff. El programa político adoptado por Pachakutik en 2020 propone un capitalismo humanizado y regulado, basado en el acuerdo entre las clases. Durante su campaña Pérez hizo propuestas como la promoción de los bancos extranjeros para reducir las tasas de interés o la eliminación de impuestos a la importación de maquinaria agrícola y nunca cuestionó los acuerdos firmados por Moreno con el FMI, proponiendo la firma de tratados de libre comercio con Estados Unidos. Además, afirmó que no piensa anular los acuerdos firmados con empresas petroleras o extractivas, sino hacer que se respeten las disposiciones que protegen el medio ambiente. Habló también de lograr un acuerdo para un plan de desarrollo nacional con las multinacionales y las empresas bancarias, que sea transparente y sin corrupción.

Al interior de la CONAIE hay fuertes diferencias internas, que ya se manifestaron en 2020 en el proceso de elección de la candidatura. Aquí Yaku Pérez se evidenció como la opción más conciliadora, que hace llamados a la “unidad nacional” incluyendo a los neoliberales, frente a dirigentes situados más a la izquierda, como Leónidas Iza y Jaime Vargas, protagonistas de las jornadas de octubre. Se tenía previsto un proceso de elecciones primarias con la postulación de varias candidaturas, sin embargo, al final Pachakutik impuso la candidatura de Pérez. Después de la primera vuelta Pachakutik hizo el llamado al voto nulo, rechazando las opciones de Arauz y Lasso. Sin embargo, el 3 de abril el presidente de la CONAIE, Jaime Vargas, anunció su respaldo a la candidatura de Arauz, siendo calificado de traidor. Por otro lado, la excandidata vicepresidencial de Yaku Pérez, Virna Cedeño, anunció su apoyo Guillermo Lasso.

La nueva composición del legislativo

El recién electo gobierno de Guillermo Lasso tendrá que lidiar con una Asamblea Nacional sin una bancada mayoritaria, que requeriría de al menos 69 diputados. El partido de Arauz, UNES, obtuvo 49 asambleístas, un 36%; el partido Pachakutik, ganó 27 puestos en la Asamblea, el 20%; el Partido Social Cristiano e Izquierda Democrática lograron 18 asambleístas cada uno. La nueva administración deberá concertar alianzas con los partidos más afines para poder pasar las leyes necesarias para implementar su plan de gobierno.

Unidad contra el neoliberalismo

El nuevo gobierno se perfila como una continuación del neoliberalismo de Lenín Moreno que ha llevado al país a la debacle económica y social. Las organizaciones de trabajadores, indígenas, jóvenes, mujeres deberán preparar acuerdos unitarios para enfrentar las medidas de la administración Lasso, que ya anunció que continuará los acuerdos con el FMI y planea enfrentar la crisis económica con más inversión privada, especialmente en la minería.


Por Orson Mojica

Recientemente, un informe de Alena Douhan, relatora de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), causó un tremendo impacto político al declarar que el bloqueo y las sanciones económicas, impulsadas por Estados Unidos, han “exacerbado una crisis humanitaria contra el pueblo venezolano”, concluyendo que Estados Unidos y la Unión Europea deben levantar las sanciones.

La feroz ofensiva de Trump

La muerte de Hugo Chávez en 2013, y el inicio del gobierno de Nicolas Maduro, coincidieron con el descenso de los precios del petróleo que tuvo un efecto demoledor sobre la economía venezolana, altamente dependiente de los precios del petróleo.

La crisis económica transformó rápidamente al régimen político venezolano, de populismo de izquierda en una dictadura apoyada en el aparato militar. Trump desató una feroz ofensiva contra la reelección de Maduro en 2018, intensificando las sanciones contra la conducción chavista, reconociendo a Juan Guaidó como presidente provisional, creando condiciones para un golpe de Estado que no se produjo, sencillamente porque la columna vertebral del chavismo está formada por la alta oficialidad del Ejercito y demás cuerpos policiales, cuyos jefes detentan posiciones claves de poder.

La clave: el manejo de la riqueza petrolera

Venezuela es un país que depende de los vaivenes de los precios del petróleo. En ese sentido, la ofensiva de Trump estuvo destinada a quebrar PDVSA, al imposibilitar las transacciones de compra y venta de petróleo.

En 2002, Hugo Chávez logró derrotar el primer golpe de Estado y tomar el control total de PDVSA. Desde entonces, la cúpula militar mantiene a raya a los trabajadores, y administra las enormes riquezas petroleras de Venezuela. La ofensiva de Trump se estrelló contra esa realidad, y aunque el país se hundió en la miseria y la barbarie, los militares lograron mantenerse en el poder.

Pero los efectos sobre la economía han sido devastadores, al grado que Alena Douhan tuvo que reconocerlo públicamente. El drama social es impresionante, los salarios han descendido al mínimo, no hay empleo, más de cinco millones de personas han tenido que emigrar buscando trabajo y comida. Todo se ha desplomado en Venezuela, menos la dictadura de Maduro, aunque su crisis es irreversible.

La sorpresa de las privatizaciones

En su mejor momento, PDVSA llegó a producir cerca de 3,5 millones de barriles de crudo, pero actualmente, producto del bloqueo y el cerco económico tendido por Trump y que se mantiene vigente, la producción ha caído hasta 733.000 barriles y con tendencia a la baja.

Una vez que el chavismo logró recuperar la Asamblea Nacional, imponiéndose en medio de una altísima abstención, la dictadura de Maduro ha dado un viraje económico, ya no promueve la intervención del Estado sobre la economía en crisis, sino todo lo contrario: está alentando la privatización de la riqueza petrolera y minera. Maduro está marchando en sentido contrario a Hugo Chávez.

Muchas de las empresas nacionalizadas (plantas químicas, procesadores de café, silos de granos y hoteles) están siendo cedidas en administración a empresarios privados, a través de las llamadas “alianzas estratégicas”. Todavía no han sido vendidos estos bienes. Los administradores cubren la nómina y las inversiones, entregan productos y un porcentaje de las ganancias son entregadas al Gobierno.

A nivel del petróleo, el gobierno de Maduro ha mantenido conversaciones con la petrolera rusa ROSNEFT, la española REPSOL y la italiana ENI. Todavía no está claro si la petrolera rusa arriesgara una fuerte suma de capitales en un negocio dudoso. El esquema de privatización gradual es el mismo: reestructurar parte de PDVSA a cambio de activos, al mismo tiempo que autorizarían nuevas inversiones.

De igual manera, Maduro mantuvo negociaciones secretas con los tenedores de unos 60,000 millones de dólares en bonos, muchos de ellos estadounidenses, al ofrecer asociarlos con una compañía de perforación extranjera a la que se les otorgarían los derechos de los campos petroleros como un medio para recuperar su deuda.

Esta bajada de calzones del chavismo tiene el inconveniente de que, mientras estén vigentes las sanciones impuestas por Trump, es poco probable que las empresas norteamericanas puedan hacer nuevos negocios en Venezuela.

Sin hacer mucho escándalo, Maduro terminó con los controles de divisas e importaciones, lo que permite el crecimiento de una economía de mercado dolarizada y restringida, que permite a la “boli burguesía” chavista acumular capital y ganancias en medio de semejante debacle.

La ofensiva de Trump no logró derrocar a la dictadura de Maduro, pero la obligó a abandonar los postulados de capitalismo de Estado del llamado “socialismo del siglo XXI”, y volver al camino del capitalismo salvaje.

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