Literatura, ensayos, poesía

Por Luis Alvarenga

La imagen de Antonio Bonilla, titulada La cuarentena retrata el perfil de un hombre con la boca cubierta por una mascarilla, la prenda de moda de esta temporada virulenta. (Qué horribles son los nombres de ese pedazo de telas: mascarilla, tapabocas, cubrebocas, nasobuco…). El hombre tiene los ojos cerrados. Un verdor invade su cabeza. Un bosque de árboles triangulares lo cubre, ascendiendo, imaginamos, desde su espalda invisible y trepando por el occipital y cubriendo el parietal. Puede significar la muerte en vida: el cadáver en vida invadido por el verdor avasallante de la naturaleza que reclama su lugar. Puede significar también el reverdecer de la vida. O las dos cosas. La pandemia ha sido las dos cosas: la siega de vidas, muchas de ellas conocidas y entrañables; o el lento avance de la esperanza. Estas cosas surgen a raíz de este libro, Virulencia alfabeta, que reúne los textos poéticos y narrativos de nueve autores. La literatura en este tiempo de encierros, dictaduras y locura es una denuncia de la muerte y una proclama de esperanza.

Hacer una antología de textos literarios, surgidos en y por la pandemia y todo lo que en nuestro país la ha rodeado, es un acto necesario y valiente. Como lo dicen sus editores, los compañeros del colectivo Amate, “lo hicimos con el propósito de editar un testimonio literario sobre este período inédito y extraordinario en la historia de la humanidad, en el cual el virus nos ha reducido al fondo de la caverna ateridos por el miedo de la peste que, desatada e incontrolable, amenaza con destruir a hombres y mujeres sin distinción de razas, credos y filiaciones políticas.” Esta caverna es la caverna del encierro, del enclaustramiento que nos niega ver a otros seres humanos y nos obliga a cubrirnos la boca por el miedo. Pero la boca puede estar cubierta, mas no cerrada.

El silencio, que no es el silencio de la reflexión o el silencio del acto de crear, es lo que retumba en esa caverna desde la cual se ven aquellos pálidos reflejos de la realidad. Hacer literatura es siempre un acto necesario. Lo necesitamos en El Salvador ahora. Consignar, como lo hacen los nueve autores reunidos en este libro, los delirios del poder y anotar los verdores de la esperanza, o, reservar un lugar para la imaginación, ya sea esta de un futuro árido en el que amaneceremos más solitarios que nunca, o el de un amanecer distinto en el que por fin podamos reconocernos y mirarnos cara a cara, sin cubrebocas y sin encubrimientos, son las cosas que depara la literatura. Es lo que trae este libro, surgido de estos meses de encierro y miedo, pero también de esperanza y de búsqueda.

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