Por Olmedo Beluche

El costo del canasta básica de alimentos, en un año, aumentó B/. 14.38, elevándose de B/. 271. 39 a 285.77; de octubre de 2010 a abril de 2011, el precio de la gasolina (95 octanos) se elevó un 35%, pasando de 3.13 a 4.23 por galón, y se vaticina que puede alcanzar hasta los 5 balboas de aquí a fin de año; el director de la ATTT acaba de decretar, ilegalmente, el aumento del transporte público en 21%; a lo cual hay que añadir el aumento de los precios de otros bienes necesarios como la electricidad, por ejemplo. Todo esto implica en concreto la pérdida de poder adquisitivo de los asalariados y sus familias, es decir, que cada vez pueden comprar menos con sus salarios, con su secuela de pequeñas tragedias que los medios no reportan, desde la “olla volteada” en muchos hogares, a las necesidades que deberán ser postergadas.

Ante todo esto, ¿qué dice el gobierno panameño? Que no puede hacer nada o casi nada, salvo los “subsidios” que ya provee, como los “ 100 a los 70” y la escuálida “beca universal”, el subsidio al diesel y a la electricidad, que totalizan miserables 92 millones, de un presupuesto que supera los B/. 13,000 millones, es decir, 0.7% del presupuesto gubernamental. Claro que, en materia presupuestaria, el asunto depende de definir las “prioridades” y, como es de esperarse en un gobierno empresarial, presidido por un comerciante, antes que la atención a los pobres están los negocios: 1,000 millones para ICA y PYCSA; 300 millones para la Torrre Financiera de Vallarino; 4,000 y más millones en carreteras definidas por el ministro de la Constructora Suárez ; otras 1,000 millones para el “Metro” cuya conveniencia no está clara; sin contar los 5,000 o más millones de la cuestionada ampliación canalera.

En fin, “decisiones”, como dice la canción de Rubén Blades. Cada gobierno decide en materia económica en función de los intereses de clase que representa. Al respecto, el gobierno de Martinelli ha sido toda una escuela política para el pueblo panameño, que cada vez está más convencido de que éste gobierna para los ricos. Así lo expresan desde los usuarios del transporte varados en la 24 de Diciembre hasta los sufridos compradores de la peatonal cuando son entrevistados por los noticieros. Lo que necesitamos es un gobierno que decida en función de la mayoría, o sea, de la clase trabajadora. Que decida, por ejemplo, un aumento general de salarios que equipare el aumento de la inflación (indexación) y congele la canasta básica alimenticia; que le ponga el cascabel a las distribuidoras de combustible, que nacionalice la producción y distribución eléctrica.

Pero cuando alguien propone medidas concretas, como los anteriores, los funcionarios gubernamentales y los voceros del gran capital nos salen con que no se puede porque la economía está dominada por unas fuerzas “ciegas” (oscuras) que son las que deciden y sobre las que supuestamente no tenemos control, como si tratara de genios malignos o dioses perversos. Que el petróleo sube por culpa de Kadafi, o de los chinos, o porque se va a acabar; que “el libre mercado”, etc.

Este tipo de argumentos es lo que Carlos Marx llamaba el “fetichismo de la mercancía” (Lukacs le llamó “reificación”), es decir, convertir a un producto humano, como el dinero (la mercancía universal), en un ídolo que gobierna nuestras vidas, mientras los seres humanos concretos nos volvemos quedamos impotentes ante ese dios que nos oprime (“cosificación”). Marx desenmascaró esa falacia para demostrar que esos fetiches sirven a los intereses específicos de la clase capitalista, y que la humanidad debe y puede aspirar a una economía  plenamente controlada por las mayorías.

Las crisis internacionales como la actual sirven para demostrar a beneficio de quién se maneja la economía. Pues el alza del petróleo y la inflación de los precios tienen su explicación central en la política económica norteamericana de propiciar la devaluación del dólar (20% desde 2005) para financiar su enorme déficit público (que se gasta en armamentos), lo cual propicia que los especuladores abandonen esa divisa para invertir (especular) en “comodities” (materias primas como el petróleo y los alimentos, además de metales como el oro). Sin duda, cuando Bush, Obama y la Unión Europea decidieron salvar con subsidios públicos a los bancos y especuladores, y no a los que perdían sus casas, fueron motivados por intereses bien concretos.

En Panamá sucede a pequeña escala lo mismo: la participación en el PIB de todos los salarios del país se redujo en un 11% desde el año 2,000 a esta fecha, mientras que esa diferencia fue a parar a los bolsillos de las ganancias empresariales. Ellos son más ricos y nosotros más pobres. Y seguirá así mientras ellos tengan el gobierno, porque es allí donde se decide el tamaño del pedazo del pastel que le toca a cada quién. Si queremos congelar el precio de la canasta básica, está demostrado, no se puede elegir de presidente a un comerciante, hay construir un instrumento político de la clase trabajadora.

Si bien hay factores internacionales que no se pueden controlar desde un pequeño país como Panamá, y que deberán esperar que los trabajadores de las grandes potencias pongan en jaque a sus capitalistas, también es cierto que aquí se pueden tomar muchas medidas de mitigación frente a la inflación. Pero asumir esas medidas que pongan freno a la avidez de ganancias de unos pocos requiere “voluntad política”, y ella no provendrá de partidos que están controlados por la oligarquía nacional, tanto del oficialismo (CD y Panameñistas) como de la oposición burguesa (PRD y PP). Hay que construir el partido político que exprese los intereses de los oprimidos. Por ello insistimos en la construcción del Partido Alternativa Popular (PAP) como un partido legal-electoral, pese al antidemocrático sistema vigente.

 

bombardeo

Por Olmedo Beluche

Empiezo por lo que mejor conozco, Panamá. En algún momento de los años 80, cuya fecha precisa se me escapa, el compañero Herasto Reyes, fundador y dirigente del Partido Socialista de los Trabajadores de Panamá, escribió un artículo de página completa en el periódico de la organización afirmando que era absurda la denuncia de algunos sectores panameños que señalaban que la muerte del general Omar Torrijos había sido un magnicidio tramado entre la CIA y organismos de seguridad panameños. La lógica del artículo de Herasto, y de aquella dirección del PST, era de hierro: Torrijos  no pudo ser asesinado por el imperialismo ya que era un gobernante burgués de un régimen burgués controlado por Estados Unidos. “¿Para qué lo iban a matar?”

Otra. La noche del 19 de Diciembre de 1989, horas antes de la invasión, el Comité Ejecutivo del PST discutió hasta tarde los rumores que corrían por la ciudad de que una operación militar a gran escala estaba a punto de ser lanzada por el ejército yanqui contra las Fuerzas de Defensa y el general Noriega. Después de más de dos horas de discusión prevaleció la opinión de que esto no sucedería. Opinión que era fortalecida por la revista de la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT-CI) que, en su editorial de ese mes,  osaba afirmar que no habría invasión a Panamá porque Estados Unidos seguía aquejado por el “síndrome de Vietnam”. En la mente de algunos prevalecía la lógica de que Noriega era un títere de los yanquis: ¿para qué lo iban a invadir?

En el último caso, a pocas horas de aquella histórica reunión, se demostró lo completamente falso del razonamiento de la LIT y de la mayoría del CE del PST. En el primer caso, treinta años después se sigue sin conocer los hechos certeros, pues nunca ha habido una investigación seria sobre la muerte de Torrijos, aunque los indicios circunstanciales parecen indicar que sí hubo un magnicidio, frente a cuyo dictamen histórico cabría, por lo menos, ser cautelosos.

Ambos errores de apreciación tienen un origen común: el reduccionismo lógico que sólo aprecia la realidad política desde las contradicciones de clase (proletariado-burguesía) y menosprecia la contradicción imperialismo-naciones oprimidas.  Aunque los marxistas no somos nacionalistas, sino internacionalistas, las contradicciones entre sectores nacionalistas de las burguesías de los estados oprimidos y el imperialismo, constituyen un elemento que no podemos ignorar en el análisis y en el quehacer político. Porque es esta dimensión la que expresan personajes contradictorios, pero de peso en la realidad concreta, como: Omar Torrijos, Manuel Noriega, Hugo Chávez, Juan D. Perón, Nasser, y un largo etcétera hasta llegar al coronel Gadafi.

Esa contradicción (nación oprimida-imperialismo) puede existir y da lugar a situaciones complejas, aún en el caso de que dichos personajes repriman a sus trabajadores, o incluso procuren pactos traicioneros con el imperialismo. Por ejemplo, al general Noriega no le sirvió de nada el haber estado en la nómina de la CIA, cuando su régimen se transformó en un peligro para los intereses del imperialismo norteamericano. Parece evidente que en caso de Gadafi, aunque transó con el imperialismo yanqui y europeo en la última década, nunca pudo quitarse el estigma de origen nacionalista, ni constituirse en el tipo de régimen sumiso que los imperialistas desean.

Como bien plantea Fred Goldstein (Mundo Obrero de EE UU) en un reciente artículo, desde el principio de la crisis Libia, el tratamiento de la situación de este país fue bien distinta a la actitud asumida por Estados Unidos y la Unión Europea frente a las revoluciones en Túnez, Egipto, Bahrein, etc. Mientras Mubarak asesinaba más de trescientas personas antes de abandonar el poder, jamás la Sra. Hillary Clinton y los medios imperialistas hicieron una campaña respecto a masacres que justifiquen una acción militar contra Egipto. Para no mencionar que paralelo a los bombardeos contra Libia, la monarquía saudita (socia de EE UU) invadía Bahrein con su respectivo baño de sangre con el silencio cómplice de los gobiernos europeos y norteamericano.

Con lo dicho, no pretendemos en absoluto dorar la píldora y disfrazar a Gadafi de “revolucionario”, como ha hecho Daniel Ortega. Para nada. Ningún marxista revolucionario puede llamar al apoyo del régimen represivo de Gadafi. Pero lo que ningún marxista revolucionario tampoco puede hacer, y menos si se trata de un ciudadano de la Unión Europea o Estados Unidos, es dejar de condenar la intromisión del Consejo de Seguridad de la ONU, la imposición de la zona de exclusión aérea, los bombardeos de la OTAN y de EE UU.

En ese sentido, ha sido impecable la política exterior del gobierno cubano y los artículos de Fidel Castro quienes, diferenciándose de Gadafi, y aún condenando la represión contra ese pueblo, han puesto el dedo en la llaga respecto a las pretensiones del Imperialismo norteamericano y europeo de intervenir en Libia para imponer un régimen títere.

Callar frente a la agresión imperialista contra Libia es un crimen político. Por ello, todo comunicado, declaración artículo o manifiesto de un partido político, que se autocalifique de izquierdas, que no empiece por exigir el cese de los bombardeos y de la intervención imperialista en la guerra civil libia, en especial de organizaciones europeas, constituye una capitulación a su propio imperialismo, es un apoyo a sus ejércitos neocoloniales y a los crímenes de lesa humanidad y contra la soberanía de un país, que se está cometiendo bajo el manto de la falsa “ayuda humanitaria”.

Puede que para un revolucionario libio, el eje de su política sea el derrocamiento de Gadafi. Pero para un revolucionario europeo o latinoamericano el problema no es Gadafi, sino la política imperialista, que si triunfa impondrá uno peor que Gadafi en el gobierno de Trípoli, y sentará precedentes para nuevas intervenciones militares. No denunciar los bombardeos y la intervención de la OTAN es mentirle a los trabajadores respecto a Obama, Sarkosi, Cameron, Brelusconi o Zapatero. Es darles un disfraz “humanitario” a esos agentes de la burguesía imperial que sumen a sus pueblos en el desempleo y la miseria neoliberal. ¿Desde cuándo al imperialismo le interesan “los derechos humanos” si no es como excusa para saquear la economía de un país? ¿Por qué en el Tribunal Penal Internacional sólo investiga crímenes de “lesa humanidad” cometidos por personajes de países “parias” y no los cometidos por los ejércitos norteamericano en Irak y Afganistán, o la complicidad del ejército francés en el genocidio de Srebrenica en Bosnia?

El paso en falso dado por algunos compañeros y organizaciones partió por un análisis simplista y una generalización: “lo de Libia es la misma revolución que en Túnez y Egipto”. Nuevamente aquí era válido el consejo de Lenin: “análisis concreto de la situación concreta”. No se entró a considerar el peso de las contradicciones étnico-tribales internas (tripolitania-cirenáica), la fractura del ejército y de las figuras del propio régimen libio, cada vez más evidente que alentadas o dirigidas desde Francia. No se entró a considerar la política diferenciada del imperialismo frente a este país, lo cual como mínimo debía ponernos en alerta. De ese análisis incompleto  había un solo paso a la conclusión de que al igual que el eje de la política debe ser el “abajo Gadafi”, sin considerar el factor de la política imperialista.

Incluso hacerse eco de una supuesta matanza de civiles por la aviación libia, sin considerar que el propio régimen de Gadafi pidió a la ONU una comisión independiente que investigue las denuncias. Deslizado por este esquema, coincidente con la campaña de CNN, un trabajador que ha escuchado a sus organizaciones decir estas generalizaciones, tiene que concluir (erróneamente) que, después de todo, la intervención de la OTAN “es el mal menor, porque peor es Gadafi”.

¿Qué hacemos frente a la guerra civil? Lo mismo que en Panamá dijimos sobre el régimen de Noriega: es un asunto soberano del pueblo libio resolver o no el futuro del régimen de Gadafi. Los que crean que la OTAN interviene para “ayudar a los revolucionarios” son unos ingenuos.

De todos los artículos que se han publicado en el debate sobre Libia el peor es el firmado por Gilbert Achcar (“Un debate legítimo y necesario desde una perspectiva antiimperialista”). Partiendo de una cita de Lenin sobre el Tratado de Brest-Litovsk, en el que la Unión Soviética tuvo que pactar el fin de la guerra con Alemania, incluso cediendo, para salvar la Revolución Rusa, el Sr. Achcar extrapola falseando la realidad concreta para convencernos de las bondades de la intervención de la OTAN en Libia como “mal menor”. Lamentablemente el gobierno Libio reconocido por la OTAN no está presidido por ningún Lenin, sino por un ex funcionario de Gadafi pasado al servicio del gobierno francés.

El Sr. Achcar concluye su artículo proponiendo una nueva doctrina (¿antiimperialista?) por la cual los problemas del mundo y las futuras revoluciones se resolverán exigiendo “intervenciones humanitarias” de la ONU y la OTAN. Para empezar Achcar, y la increíble cantidad de gente de izquierda que rebota su artículo como la gran cosa, “olvidan” el verdadero carácter de la ONU, en particular su Consejo de Seguridad, como agencia de los intereses imperialistas.  De ese olvido, Achcar pasa a apoyar la invasión norteamericana contra Irak, la Guerra del Golfo para “liberara a Kuwait”, luego expresa su añoranza de que la ONU no invada al Congo, y que no lo hiciera en Ruanda, etc. Se olvida este señor que “fuerzas internacionales” avaladas por la ONU intervienen en países como Haití, Líbano, Bosnia, Kosovo, Irak, Afganistán y otros países del África y todas esas intervenciones son contra esos pueblos, contra su libertad y soberanía, para garantizar la expoliación imperial.

El Sr. Aznar, vocero de la derecha española, que sí sabe qué intereses defiende, debe estar contento con las conclusiones de Achcar, pues ya ha propuesto generalizar la “medicina” de la OTAN en Libia y aplicarla en Cuba. ¿Será coincidencia la rima Aznar-Achkar?

El error de reducir todas las contradicciones a un problema de clase contra clase, y no justipreciar el peso de los factores nacionales frente al imperialismo y el colonialismo ha conducido a no pocos marxistas a metidas de pata. La más famosa, el error de Federico Engels de considerar a las naciones eslavas de Europa oriental como “naciones ahistóricas”, sin futuro frente a una supuesta revolución obrera mundial que vencería inminentemente y le quitaría sentido a toda demanda por estados nacionales soberanos. Pero en Engels ese error tenía una explicación política: para él la Rusia zarista, era el polo de la reacción mundial del siglo XIX, y utilizaba a esos pueblos eslavos contra las revoluciones democráticas del centro de Europa, en particular Alemania y Austria.

Para usar la lógica de Engels ¿Dónde está el polo de la reacción mundial hoy? ¿No está expresado en el Consejo de Seguridad de la ONU,  la Casa Blanca, el Pentágono, la OTAN? Un refrán popular aplicado a la política dice: “Piensa mal y acertarás”. Como consejo a cualquier revolucionario del mundo vale extender el refrán a: “Piensa qué quiere el imperialismo a través de sus organismos, ubícate en el lado opuesto, y acertarás con una política revolucionaria”.

Lenin, quien mejor comprendió la esencia de la etapa del capitalismo bajo la que vivimos, que bautizó como imperialismo, señaló que los revolucionarios marxistas, aún teniendo como eje la revolución socialista obrera, no podían desconocer la contradicción entre naciones opresoras y oprimidas.   En la fase del capitalismo imperialista la política revolucionaria debe responder a ambas necesidades, las contradicciones de clase, pero también el combate contra el imperialismo y la recolonización. En ese sentido, frente a la actual crisis en Libia, un revolucionario puede estar por el derrocamiento de Gadafi, pero a condición de que primero condene la intervención militar imperialista.  Lamentablemente se aprecia en las declaraciones de varias organizaciones la ausencia de ese precondición o su reducción a un lugar secundario.

mineria
Por Juan Jované

Comisión Universitaria de Seguridad Alimentaría (CIFE)


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La comprensión de la problemática de la minería en Panamá y su relación con las recientes reformas del Código de Minerales, la cuál resulta imprescindible para lograr una acción social correcta y eficiente en las actuales circunstancias, lleva a que el  problema sea interpretado en tres esferas fundamentales, que se entrecruzan y se influyen mutuamente de manera dialéctica. El primer plano se refiere al de la soberanía nacional. El segundo guarda relación con la problemática del intercambio desigual, las relaciones laborales y la renta minera. El tercero se vincula al conjunto de los problemas relacionados con los impactos ambientales y su significado.

El elemento que le da unidad a la dinámica observada en cada uno de los planos por analizar, así como al conjunto de los mismos, está dado por una realidad:  todos ellos operan sobre la lógica de la producción centrada en los beneficios privados. Esta lógica, debemos recordar, está dada por el hecho de que su contenido específico es la valorización del capital, esto es la generación y apropiación de la ganancia. Más aún, se trata de un proceso sin límites, en el que el objetivo no es la ganancia aislada, sino el apetito insaciable de ganar, el cual se logra por la búsqueda de una expansión incesante del sistema, sostenida en el proceso de la creciente acumulación.

2

Un aspecto clave de la reciente reforma del Código de Recursos Minerales de la República de Panamá, es la reformulación del Artículo 4 que establecía claramente que no se podrían entregar concesiones mineras a “los Gobiernos o Estados extranjeros, ni ninguna entidad o institución oficial o semioficial  extranjera, ni las personas jurídicas en las cuales tenga participación directa o indirecta algún Estado extranjero”.  En efecto, de acuerdo a las reformas, contenidas en la Ley 8 de 11 de febrero de 2011, ahora será posible que los Estados extranjeros se hagan propietarios de los recursos mineros, siempre y cuando lo hagan por medio de empresas de capital de su propiedad o en las que tengan alguna participación. Es así que de acuerdo al Artículo 1 de esta ley se exceptúan de la prohibición de obtener concesiones mineras, ejercerlas o disfrutarlas  “a las personas jurídicas en las que tengan participación económica o financiera uno o más estados o gobiernos extranjeros o instituciones oficiales o semioficiales extranjeras, siempre que dichas personas estén constituidas como personas jurídicas de Derecho privado bajo las normas panameñas, renuncien expresamente en el contrato de concesión a la reclamación por vía diplomática, salvo el caso de denegación de justicia y se sometan en el contrato a las leyes de la república de Panamá”.

Se trata, desde luego, de un paso atrás en la medida de que claramente se limita la soberanía panameña sobre sus recursos naturales. De hecho la idea de que no habrá interferencia diplomáticas, es decir, presiones políticas y económicas de los Estados beneficiados con las concesiones, resulta, por decir lo menos, ilusoria. En el plano conceptual la misma constituye una posición que olvida, de manera interesada por cierto,  la verdadera naturaleza de los actuales Estados del sistema globalizado, cuya función última es la de asegurar las condiciones económicas, ideológicas y políticas   necesarias para generación y la acumulación de los beneficios del capital.  En términos concretos, por otra parte, la propia práctica ha demostrado la ingerencia de los Estados en toda el proceso de reforma del Código de Recursos Minerales, tal como se desprende de la reciente noticia según la cual el primer mandatario del país antes de dar un informe a la Nación decidió comunicarse  con el presidente de Corea del Sur para trasmitirle el éxito de la reforma.

El papel del Estado panameño en el asunto de la minería no se agota con la reforma antes comentada. Este también ha resultado un agente activo del proceso de acumulación por desposesión (o acumulación originaria) que acompaña al desarrollo de la minería metálica a cielo abierto en el país. Es así que no solo existen en curso de aprobación cerca de 181 solicitudes de explotaciones mineras, sino que estas representan cerca del 44 por ciento del territorio nacional. Se debe agregar que con ello se profundiza no solo el movimiento tendiente a desposeer a todo el país de un ambiente ecológicamente sano, sino a la práctica guiada hacia la expropiación en favor del capital transnacional de los derechos consuetudinarios de los pobladores, entre ellos los pueblos originarios, que siempre han utilizado esos espacios para el desarrollo de sus actividades sociales y económicas.

El antecedente de la minería resulta un peligro en las condiciones internacionales, en las que frente a los crecientes problemas de la escasez de alimentos algunos países, entre los que se encuentran Kuwait, la República popular de China y Corea del Sur, entre otros, junto a las empresas transnacionales, ha iniciado una verdadera carrera por adquirir tierras en otros países para explotarlas en función de su propio abastecimiento. La dimensión de este movimiento, así como el riesgo que el mismo representa para nuestro país, se puede ejemplificar si se tiene en cuenta que de acuerdo a Oliver De Schutter, quien es el relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, el fenómeno aquí comentado ha significado que a partir del 2006 estos Estados y  el capital transnacional hayan adquirido fuera de su territorio una cantidad de tierra equivalente a toda la superficie cultivable de Francia.

Nos encontramos en definitiva frente a un gobierno dominado por quienes lejos de pensar en el fortalecimiento del Estado Nacional, buscan convertirlo en un Estado fallido, incapaz de atender los problemas básicos de la población, subordinado a los intereses del capital externo y  dedicado a la acumulación por desposesión.

3

Consistente con lo anterior en el plano económico el desarrollo de la actividad de la minería metálica en Panamá no está, desde luego, pensada en términos del desarrollo nacional. Su función básica es la de asegurar las condiciones tanto para el proceso de trabajo de los capitales externos, como para su proceso de valorización.

Es conocido el hecho de que el capital para valorizarse precisa de poder incorporar trabajo vivo a los medios de producción, con el fin de generar los valores de usos que contengan el excedente. Esto, en las actuales condiciones de agotamiento relativo de los recursos no renovables, lleva a los capitales del mundo a buscar en todo el planeta las materias primas minerales que permitan la concreción de este requisito. Además, el hambre del capital transnacional por recursos minerales metálicos aparece potenciado por las dificultades de las divisas tradicionales, la incertidumbre financiera y las tendencias especulativas, las cuales elevan la demanda de los mismos, incluyendo al oro, como refugio de valor y como elementos de especulación.

En el plano de la valorización del capital aparece claro que la producción minera en los países como Panamá constituye un mecanismo para reducir los costos y elevar, por tanto,  la rentabilidad del capital transnacional. En términos más conceptuales se trata de un medio para reducir el costo del capital variable, detener el aumento de la llamada composición orgánica del capital, a la vez que se eleva la cuota de excedentes, todo lo cual redunda en un incremento de la tasa de ganancia. Esta posibilidad se concreta, en lo fundamental y como lo han señalado los teóricos del intercambio desigual, a través de la presencia de mano de obra barata y no organizada en la periferia del sistema. Este potencial se tiene claro si se tiene en cuenta, por ejemplo, que para el 2007 un simple trabajador minero en los Estados Unidos de América tenía un sueldo equivalente a 20.49 dólares la hora.  Desde el punto de vista de los trabajadores, las dificultades y el ambiente en que trabajan los mineros en la periferia es tal que los mismos tienen una expectativa de vida bastante reducida. Es así que, según los estudios realizados por Z. Q. Sun y sus coautores, en algunos países un trabajador minero que empieza a laborar a los 15 años, cosa que no es rara en este tipo de actividad, tiene una expectativa de vida de apenas 58.91 años si trabaja a cielo abierto y de 49.23 años si lo hace bajo tierra. A esto se debe agregar que en no pocos lugares del mundo la minería ha estado en las raíces de numerosas guerras civiles e intervenciones armadas, todas ellas generadas por lo que algunos llaman la “maldición de los recursos”, es decir por la lucha despiadada de los sectores dominantes y los intereses económicos externos por apropiarse de la renta que la misma genera.

Nos encontramos entonces no frente a un sector que pueda convertirse en eje para el desarrollo, sino frente a una actividad de vocación extrovertida, que es parte de un sistema jerarquizado de producción global, la cual se convertirá en un nuevo mecanismo de extracción del excedente nacional.  El actual gobierno, además, no esta en capacidad ni tiene la voluntad de asegurar para el país una parte significativa de la renta diferencial y absoluta que pueda surgir de la explotación minera. En todo caso el objetivo aquí es el de una oligarquía compradora que se conforma con las migajas que privadamente pueda recolectar de la actividad.

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El desarrollo del capital a nivel global con su tendencia interna a la continua e ilimitada expansión, genera por su misma esencia una contradicción con la naturaleza y los servicios del ecosistema que la misma produce, los  que son elementos indispensables para la conservación de la vida. Es en este sentido que se puede afirmar que el desarrollo del sistema centrado en la valorización del capital termina, más tarde que temprano, produciendo una fractura metabólica, la cual significa la ruptura y daño a los mecanismos de conservación y renovación de la naturaleza, provocando su degradación irreparable en el necesario intercambio de materia y energía entre el hombre y el resto de la naturaleza, poniendo así en peligro tanto su propia existencia como la de otros seres vivos.

Más aún el capital, altamente transnacional izado, opera dentro de lo que algunos han llamado el proceso de desplazamiento. Este significa que para el capital, por ejemplo el minero, el agotamiento de un determinado depósito de minerales, solo significa una barrera a superar, no un limite definitivo, lo cual se consigue trasladando la producción en el espacio, es decir a otra localidad. Se trata de un proceso que por su propio mecanismo no hace más que generalizar la fractura metabólica, es decir globalizando la degradación ambiental y la desarticulación de ciclos y flujos de la naturaleza.

La minería, como es conocido, tiene entre sus características la de generar profundas heridas a la naturaleza, sobre todo cuando, como se pretende en nuestro país, se trata de minería a cielo abierto. Entre estos efectos se encuentran los siguientes: infiltración de agua ácida; erosión y sedimentación; emisiones de partículas al aire; modificación del hábitat y pérdida de biodiversidad; contaminación de las aguas superficiales y subterráneas; y la emisión al ambiente de elementos químicos. Se trata, de un proceso de largo impacto, a tal extremo que de acuerdo a los economistas ecológicos Joshua Farley y Herman Daly, las minas explotadas por los romanos hace más de 1,500 años siguen generando infiltración de aguas residuales ácidas hacia el suelo y el manto freático.  Es lo fundamental, un proceso irreversible, cuya simple mitigación resulta extremadamente costosa  De acuerdo a los autores antes citados la limpieza en Estados Unidos de cerca de 500,000 minas abandonadas se puede calcular entre 32 y 72 miles de millones de dólares. Por su parte Jared Diamond en su libro Collapse, en el que analiza un conjunto de casos en los que la sociedad colapsa por abusar del medio ambiente, llama la atención sobre el hecho de que una sola explotación minera en Montana puede llevar a generar un pasivo ecológico de cerca de mil millones de dólares. Conociendo esto los países desarrollados han venido poniendo en práctica leyes por medio de las cuales obligan a las empresas a hacerse responsables y a asegurar financieramente el pago de todos los daños generados no solo durante la construcción y la explotación de las minas, sino los que puedan generarse cuando esta se cierre. Es un costo tan alto que ha motivado un relocalización de la minería hacia países que tienen leyes permisivas para la explotación.  El hecho de que en la reforma al Código de Recursos Minerales no se incluyan este tipo de provisiones coloca a Panamá entre los  permisivos en relación al  uso de su medio ambiente.

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La conclusión lógica de todo lo anterior es clara. No solo se trata de una simple oposición a la reforma del Código, se trata de entender que la minería no es camino adecuado para el desarrollo nacional. En estas circunstancia toma sentido declarar a Panamá país libre de minería

mineria panama

Por Olmedo Beluche

El movimiento popular e indígena panameño acaba de asestar la primera derrota al gobierno empresarial de Ricardo Martinelli obligándole a anunciar la derogación del Código Minero recientemente aprobado, tras un mes de movilizaciones y varios días de tranques en la carretera Interamericana, con un costo alto de lesionados y muertos. Lucha que se combinó con la defensa de las libertades democráticas pisoteadas, no sólo del derecho a la libre manifestación, sino contra las detenciones arbitrarias y la expulsión del país de dos destacados periodistas, Paco Gómez Nadal y Pilar Chato.

Derrota del Código Minero una victoria de la movilización popular

Este éxito no hubiera sido posible sin la movilización masiva del pueblo Ngabe-Buglé, víctima reiterada de las políticas públicas de todos los gobiernos en su intento por desconocer los derechos y sus autoridades legítimas, reforzada con el apoyo unánime de otros pueblos indígenas, sectores sindicales, ambientalistas, estudiantes y organizaciones populares.

La unidad se forjó en torno al repudio de un código que hipoteca la soberanía a favor de empresas extractivas aliadas a gobiernos foráneos (como Corea y Canadá) que, además, convierte una gran proporción del territorio nacional en presa fácil de un negocio que desprecia la vida y los derechos de las comunidades, y que implica la depredación de la naturaleza en función del lucro capitalista.

La embriaguez de la victoria no puede hacernos olvidar que aún no todo está dicho, que seguramente el gobierno de Martinelli intentará quitar con una mano lo que ha concedido con la otra, como hizo con la Ley Chorizo ; que las concesiones mineras continúan fuera de los territorios comarcales, y que las minas de Petaquilla y Minera Panamá (Donoso, Colón) siguen funcionado con contratos leoninos y casi sin controles ambiéntales y sociales.

Más allá de la lucha contra la minería, los derechos de los pueblos originarios

Derrotada por ahora la minería en las Comarcas, hay que ir más allá para exigir el respeto a los pueblos originarios: el derecho a su tierra, a su organización política autónoma, a su autodeterminación democrática, sus tradiciones, su lengua y su cultura. Rechazamos tajantemente la idea imperialista de la burguesía panameña (heredada de la colonia española) de “civilizar” mediante el despojo y asimilación a los valores capitalistas (“aculturización” dicen los antropólogos).

Por ello desde el Partido Alternativa Popular hemos defendido junto a nuestros pueblos originarios la exigencia de que el gobierno panameño (del PRD antes,  y del CD ahora) ratifique el Convenio 169 de la OIT y hemos apoyado incondicionalmente las demandas de la Coordinadora Ngabe-Buglé .

Un debate inconcluso: ¿Qué hacer con la minería?

El “interregno” de los Carnavales debe permitirnos no sólo celebrar la victoria popular, sino también para reflexionar un poco respecto a los objetivos en el largo plazo, puesto que las urgencias de la lucha y la unidad tan variopinta que se alcanzó, también dejó entrever un debate no realizado entre diversas posiciones respecto al tema minero.

¿Estamos de plano contra la minería en general? ¿Sólo contra la minería “a cielo abierto”, como se ha aprobado en Costa Rica? ¿Contra la minería metálica? ¿Por una consulta pública? ¿Cuál es el enemigo que combatimos, un grupo de “hombres perversos” (“los políticos”) o una clase social? ¿El problema es un modelo de explotación minero? ¿Existe un tipo de minería racional que podría ser aceptable?

El falso dilema de la película “Avatar”

Algunas corrientes ecologistas dejan entrever una visión del problema que, no por casualidad, es el de la película “Avatar”, que estuvo de moda hace un año. El dilema de Avatar es entre un modelo depredador e irrespetuoso con la naturaleza y una supuesta sociedad no tecnológica que vive en absoluta armonía con la naturaleza.

A nuestro juicio, pese a la belleza de la película y sus buenas intenciones, el dilema de Avatar es falso por varios motivos:

1. Todas las sociedades humanas, al margen de su grado de desarrollo tecnológico, impactan sobre el ambiente natural, por ende no existe, ni nunca ha existido una sociedad ideal que no transforme su entorno. Las diferencias son de grado en todo caso, puesto que una sociedad agrícola impacta al ambiente de una forma diferente y en mayor plazo de tiempo, que una industria extractiva ultramoderna, pero ambas modifican el entorno;

2. Esto se debe a que la característica básica de la especie humana, respecto al resto de los animales, es la combinación del razonamiento lógico con el trabajo social que ha ido humanizando al planeta, es decir, organizándolo para su beneficio, y esto no es bueno, ni malo, es un hecho objetivo. A lo que podríamos agregar que los animales también modelan el entorno, aunque lo hagan irracionalmente;

3. El dilema de Avatar evade el problema principal actual: el tipo de organización social y económica que tiene la sociedad, es decir, el sistema capitalista imperialista y la explotación irracional de la gente y la naturaleza para garantizar la esencia del sistema, la ganancia empresarial.

¿El problema es la minería o el capitalismo?

En el marco de la lucha escuchamos algunas conferencias y conversamos con ambientalistas para quienes el mal de la minería y la destrucción del ambiente se reduce a los “malos políticos”. La solución que proponen es una oposición a cualquier tipo de extracción minera y darle la espalda a los políticos y a la política. Salida que debe ser muy satisfactoria para los políticos burgueses (llamémoslos por su nombre completo) pues sigue dejando en sus manos los destinos del país.

A nuestro juicio en esa opinión hay un doble error: 1. La oposición absoluta contra la minería es utópica y reaccionaria, porque la sociedad tecnológica del siglo XXI no puede subsistir sin los metales, y no creo que nadie (incluidos ambientalistas) esté dispuesto a volver a “la edad de piedra”; 2. No ayuda a que las víctimas del actual sistema minero se organicen, políticamente, para enfrentar el sistema de explotación de clases, capitalista, que es la causa real del problema.

La minería está estructurada en función de intereses privados y exógenos:

En el marco de este debate nacional Juan Jované ha escrito unas “Tesis sobre la Minería ” que lamentablemente han sido poco difundidas, cuyo análisis compartimos, pero cuya conclusión general requiere una acotación de nuestra parte.

Las tesis parten por establecer correctamente que el problema minero en Panamá tiene tres planos conectados: el de la soberanía nacional, el de intercambio desigual y el del impacto ambiental.

El elemento que le da unidad (al conjunto de esos planos)… está dado por una realidad: todos ellos operan sobre la lógica de la producción centrada en beneficios privados. Esta lógica, debemos recordar, está dada por el hecho de que su contenido específico es la valorización del capital, esto es la generación y apropiación de la ganancia. Más aún se trata de un proceso sin límites, en el que el objetivo no es la ganancia aislada, sino el apetito insaciable de ganar, el cual se logra por la búsqueda de una expansión incesante del sistema, sostenida en el proceso de la creciente acumulación”.

Efectivamente, el problema de la minería y de la industria en general es que está organizada por la sociedad capitalista para asegurar la lógica inhumana de este sistema social: el lucro creciente de una minoría, una clase explotadora que se mueve a nivel internacional que, para lograrlo no se para ante nada, ni el sufrimiento humano, ni la destrucción de la naturaleza.

Respecto de la soberanía afectado por la Ley 8, dice Jované: “… olvida, de manera interesada por cierto, la verdadera naturaleza de los actuales Estados del sistema globalizado”, es decir, potencias imperialistas y sus transnacionales,  someten al resto de los países como estados semicoloniales o dependientes para saquear sus riquezas naturales.

Consistente con lo anterior en el plano económico el desarrollo de la actividad de la minería en Panamá no está, desde luego, pensada en términos del desarrollo nacional”.

En el plano de la valorización del capital aparece claro que la producción minera en los países como Panamá constituye un mecanismo para reducir los costos y elevar, por tanto, la rentabilidad del capital transnacional”.

El desarrollo del capital a nivel global con su tendencia interna a la continua e ilimitada expansión, genera por su misma esencia una contradicción con la naturaleza y los servicios del ecosistema… que termina produciendo una fractura metabólica” (incapacidad de auto regenerarse de la naturaleza).

En resumen: el problema de la minería es que está estructurada para beneficio de explotación capitalista de las trasnacionales y no de un plan de desarrollo nacional que beneficie al pueblo panameño, ni mucho menos a los pueblos originarios. Expoliación imperialista que acaba destruyendo la naturaleza. A nuestro juicio ese es el punto central del problema. En una frase, el problema es el sistema capitalista imperialista, no la minería en sí misma.

Parafraseando al Foro Social Mundial cabe preguntarse ¿“Otra minería es posible”?

En este sentido debemos matizar que coincidimos en que hay que oponerse a la minería bajo el modelo depredador capitalista actual, pero no establecer una oposición de principios (casi moral) y para todos los tiempos a cualquier forma de actividad minera. Por ello estaríamos de acuerdo con “veda” o congelamiento de concesiones mineras en el conjunto del territorio nacional, mientras duren “estas circunstancias”, es decir un modelo de saqueo capitalista de explotación minera.

Pero justamente estamos organizados y luchamos cada día para modificar ese sistema social, tanto nacional como internacionalmente. Porque el principio guía, para los socialistas, no es la oposición a la minería, sino la lucha porque desaparezca la explotación de clase, para que la economía (la producción minera incluida) responda a los intereses de las mayorías y al mejoramiento de sus vidas.

Así como somos optimistas respecto a que la humanidad, luchando, puede cambiar (como lo ha hecho en el pasado) el actual sistema de clases, también podrá haber un día una minería racionalmente puesta al servicio de la gente y con el menor impacto posible sobre la naturaleza.

Luego surgen otros problemas concretos que requieren respuestas: ¿Qué hacemos con Petaquilla que ya funciona?

En unas reflexiones recientes, el compañero Edgardo Garrido, ecólogo marxista y compañero de luchas, decía, hablando de la mina de Petaquilla que: “Técnicamente hablando, lo moralmente aceptable es: EXPROPIAR Petaquilla, PROHIBIR la explotación de Cerro Colorado y transferir nutrientes del suelo y la selva removida de unas zonas mineras a la comarca Ngabe Buglé” (cuyos suelos están altamente erosionados).

Garrido culmina su reflexión lanzándonos un problema: “Si no hacemos la revolución socialista hoy, la explotación minera seguirá siendo hecha por empresas privadas”.

Panamá, marzo de 2011.

karl marx

Por Olmedo Beluche

El director, productor y actor salvadoreño panameño, Norman Douglas, ha presentado en la ciudad de Panamá, el 21 de febrero último,  la obra de Howard Zinn, “Marx en el Soho”. Con esta puesta en escena Norman alcanza las ochenta y tantas desde que arribara a nuestro país a inicios de los años 80, en medio de la cruenta guerra que desangraba a su país natal, siempre fiel a su estilo de proponernos un teatro que nos hace pensar y que huye del facilismo comercial que impera nuestro medio.

Con ella cierra un ciclo, según dice, que se inició en la Universidad de Panamá y por eso vuelve a ella. Aunque le hemos objetado el auditorio escogido, el “José D. Moscote”, demasiado grande (300 butacas) para la pobreza cultural que junto a la económica nos mantienen sumergidos en la apatía generalizada.

Pero el tamaño del auditorio sin duda es un reflejo del compromiso siempre optimista que impulsa a Norman Douglas por llevar a este controvertido personaje (dado por muerto a fines del siglo pasado y que hoy renace entre tantas revoluciones y revueltas, desde el Medio Orienta hasta América Latina) cerca de la nueva generación de jóvenes luchadores panameños, para vinculen una práctica revolucionaria a una teoría revolucionaria, como proponía Lenin.

La obra consiste en un largo monólogo de casi hora y media de duración en el que Marx, actuado brillantemente por Norman (hasta se le parece tanto que, si no es por la barba postiza creeríamos que es cierto que ha resucitado el “Moro”) en  el que esta figura insigne del movimiento obrero mundial es presentada en sus múltiples facetas humanas y los más importante de sus aportes teóricos.

A veces una obra literaria o artística puede enseñar mucho más que cien libros de texto, y éste es uno de esos casos. Allí, a unos pasos del espectador, aparecen los aspectos biográficos más relevantes del fundador del materialismo histórico, con todos los dilemas personales que le agobiaron, sus alegrías e infelicidades. Por si fuera poco lo anterior, este retorno de Marx nos permite apreciar lo más importante de sus debates políticos y teóricos, incluso sus confrontaciones con Bakunin, su alter ego y encarnación del anarquismo del siglo XIX, por quien, evidentemente, Norman deja escapar un dejo de simpatía.

Todo desarrollado de manera sencilla y amena, jocosa por momentos, sin mucha parafernalia, salvo la barba postiza de Norman. Un ojo experto tal vez podría criticar algunos elementos técnicos, pero mi impresión y la de la mayoría de los que asistimos al estreno fue la de salir con renovados afectos hacia el histórico personaje, un compromiso moral en la lucha por el socialismo y, como no, cavilando sobre algunas pullas que Norman hábilmente soltó contra quienes nos llamamos “marxistas”, cosa que Marx nunca fue.

Tal vez no ha habido un mejor telón de fondo para el estreno de esta obra: una crisis económica del capitalismo global; la revolución árabe en todo su esplendor, a pocos días de las sublevaciones de Túnez, Egipto, Bahrein y sonando los tiros en Libia; y la revuelta de los indígenas panameños contra el Código Minero del reaccionario gobierno de Ricardo Martinelli.

Sólo queda exhortar a activistas y organizaciones, al igual que a los docentes de Ciencias Sociales, animarse a invitar a Norman Douglas a presentarles en otros escenarios a este Marx resurrecto, que el teatro también puede ser otra forma de la lucha política.

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