Por Olmedo Beluche

En menos de un mes de gobierno, Cortizo y su equipo económico tomaron dos drásticas medidas que parecen contradictorias: vendieron bonos soberanos por más de B/. 2000 millones, que se suman a la deuda pública que sobrepasa los 25,000 millones; decretaron la llamada Austeridad con Eficiencia, por la cual le cortaron al presupuesto estatal de 2019, B/. 1,483.7 millones.

Pese a que anunciaron con bombos y platillos la emisión de bonos, que pronto les daría la liquidez que dicen que faltaba, el recorte presupuestario fue drástico en dos rubros que ya vienen muy deteriorados, y que son los que más afectan a las familias pobres: salud y educación públicas.

Al presupuesto de la Caja de Seguro Social le recortaron nada menos que B/. 279.7 millones, y al MINSA B/ 127.9 millones.  En un momento de quejas generalizadas por falta de insumos, medicinas y mora quirúrgica. Al MEDUCA le tumbaron de un golpe B/. 85 millones de balboas, 50 millones en servicios personales y el resto en inversión. Cuando cada día hay protestas de padres por escuelas en mal estado. A las universidades públicas también les afectó la tijera.

Aquí es donde cualquiera con sentido común se pregunta si, ante una crisis fiscal, lo primero que hay que hacer es afectar los servicios públicos que reciben los sectores más pobres de la sociedad. Máxime que ya se anuncian “revisiones” y recortes a otros programas sociales, como la beca universal.

Si se conoce algo de este país, se sabe que aquí hay sectores empresariales que históricamente han hecho parte del llamado “Club de los Exonerados”. Por ejemplo, la industria marítima, que representa el 33.5% del producto interno bruto (PIB), unos 25 mil 780 millones de dólares anuales, su tributación totaliza $603.4 millones, apenas un 2.3% de todo el capital que mueven.

Por el contrario, un docente universitario paga en promedio de impuesto sobre la renta el 7.35% de su salario y el 8.6% si se incluye el seguro educativo.

En 2015, el gobierno de Varela alegó un déficit, según el cual el “impuesto sobre la renta de las empresas” había bajado 27.3% de lo presupuestado y 15.3% respecto al año anterior, la suma total que se debió recaudar era B/. 884.2 millones, esto significa que, respecto a una economía estimada en B/. 76 mil 925 millones para ese año, las empresas solo pagan de impuesto sobre la renta empresarial apenas el 1.1% del PIB.

Un experto como el Sr. Publio Cortés afirma que “ciertos contribuyentes de alto nivel económico, se benefician de la opacidad de los refugios fiscales…”, además que utilizan gastos ficticios para declarar mucho menos de lo que se debe pagar en impuestos (La Estrella, 3/5/16). Donde quiera que se mire, los mejores negocios del país, o están exonerados o tributan muy poco.

Así que debemos exigir que el gobierno deje de atacar fiscalmente, con recortes o impuestos, a los asalariados y a los más pobres, que se deje de recortar los servicios y programas sociales. A quienes hay que dejar de subsidiar son a las grandes empresas extranjeras y nacionales que se benefician de nuestra posición geográfica. Exijamos una reforma fiscal progresiva en la que los que más ganan paguen más, y no al revés, que es lo que está pasando en Panamá.


Por Olmedo Beluche

Te miro a veces, Patria,
como un túnel
de cruces y burdeles,
como un golpeado muro de cantina.
Espectros insaciables,
cual brujas mitológicas,
chupan tu sangre pura,
cortan tu sangre humilde,
tus manos temblorosas como pétalos.
José Franco

La ciudad de Panamá cumple 500 años de fundación, que bien pueden ser más, porque este aniversario pasa por alto que, mucho antes que llegara Pedrarias Dávila, ya existía allí una protociudad o aldea indígena, de cuyos habitantes no sabemos casi nada por esa “colonialidad del ser”, como diría Aníbal Quijano, por la cual se pretende borrar todo aquello que no sea la cultura que impusieron los colonialistas europeos.

Como si antes de Pedrarias, y del 15 de agosto de 1519, no hubiera nada allí. La verdad histórica es que pocas veces se fundan ciudades o se hacen caminos que las experiencias de generaciones pretéritas no hayan probado como buenos. Las ciudades que se fundan y perduran nunca son completamente nuevas, sino que ya antes ha habido gente ahí.

En la Historia General de Panamá, el propio Alfredo Castillero C. ha dicho: “Los orígenes de la ciudad de Panamá están oscurecidos por una nube de incertidumbres, ambigüedades e imprecisiones. Suele aceptarse como fecha de la fundación de Panamá el 15 de agosto de 1519. Sin embargo, de todas las crónicas y textos de la conquista, la única fuente que respalda esta fecha es la de Pascual de Andagoya”.

¿Por qué los españoles eligieron este lugar? La versión que ha prevalecido, dada por nuestro principal historiador del período colonial, Alfredo Castillero Calvo, es que era una pequeña aldea de pescadores, y que fue el hambre la que impuso el lugar, ya que aquí se “cosechaban” abundantes almejas.

Pese a lo dicho por Castillero, intriga una cita del cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, aparentemente refiriendo palabras del propio Pedrarias: "el cacique que agora es de Panamá se dice Cori. Este e todos sus antepasados son grandes fundidores de oro e maestros en labrarlo e hacen allí muy gentiles piezas; y como todos cuantos caciques hay en su contorno y de lejos de su provincia cuando quieren labrar algunas piezas de oro e facer algunas cosas sutiles van allí, tienen ya por costumbre de gran tiempo decir que el oro que tienen lo traen de Panamá; y así preguntando a cualquier cacique que el oro que tiene de donde lo trae, responde que de Panamá. Toda la fama es de Panamá, aunque cójenlo ellos en sus mismas tierras, porque en Panamá no se coje ningún oro ni lo hay".

Si creemos esta versión, no se trataría de una simple aldea de pescadores, sino un pueblo de orfebres, que trabajaban artísticamente el oro de otras regiones porque aquí no había minas. Por ende, el “hambre” que atrajo a los españoles no sería simplemente fisiológica, sino el ansia de riquezas.

Voracidad por el oro que nació desde que Cristóbal Colón y sus huestes, durante su cuarto viaje, en la costa caribeña del Istmo de Panamá, se percataron de la abundancia de oro con que se adornaban sus habitantes originarios.

El rey Fernando, “el católico”, al ordenar el viaje de Pedrarias y la construcción de una ciudad a orillas del Mar del Sur, lo hizo motivado por dos objetivos que dan cuenta del carácter del sistema mundo capitalista (Wallerstein) que estaba naciendo: la búsqueda de un paso de un mar a otro, para sostener la expansión comercial hacia el oriente; y la búsqueda del oro, del que el Rey recibiría su “quinto”, agente primordial de la acumulación originaria capitalista europea (Marx).

La “conquista” del Istmo de Panamá constituyó un paso definitivo en el proceso de concreción de esa primera globalización, de ese sistema mundo capitalista que, con algunas transformaciones persiste hasta el día de hoy. El asentamiento de Santa María La Antigua del Darién, el “descubrimiento” para los europeos del Mar del Sur, y luego la fundación de la ciudad de Panamá, constituyeron el puente necesario del comercio mundial y de las relaciones de dominación imperialistas, que perduran hasta hoy.

Ese año de 1519 fue decisivo en el parto del nuevo “sistema mundo capitalista” (Wallerstein): comenzó la conquista del imperio azteca por parte del sanguinario Hernán Cortes; Magallanes inició su vuelta al mundo, en la que murió ajusticiado por indígenas del Pacífico Sur, pero que concluyó Elcano; un año antes el Rey Carlos I autorizó la “importación” masiva de esclavos africanos al “Nuevo Mundo”; y se fundó a orillas del Pacífico la ciudad de Panamá, como punta de lanza para la conquista del imperio incaico y las tierras de Centroamérica. El mundo se hizo redondo y más chico desde entonces.

Pero no fue una unidad global basada en la equidad, la fraternidad y la concordia, sino todo lo contrario, nació un mundo partido en dos, entre conquistadores y conquistados; entre colonizadores y colonizados; entre dominadores y dominados; entre explotadores y explotados.

El drama que padecieron los habitantes de aquella aldea, de orfebres o pescadores, los habitantes primigenios de Panamá, que fueron primero esclavizados, saqueados, anulados demográficamente y conducidos a la “zona del no-ser”, fue el mismo destino que tocó a decenas de millones en todo el mundo, gracias a ese “gigante de barro y sangre” (Marx) cuyo parto pasó por aquí, el sistema capitalista mundial.

Así tenemos que la ciudad colonial fundada por Pedrarias fue la ciudad “tansitista”, no solo porque por aquí pasaron mercaderías, personas, oro y plata, sino porque da cuenta de un modelo social que se impuso, por el cual los múltiples caminos que unían el Caribe y el Pacífico fueron sustituidos por un solo eje, Panamá – Nombre de Dios, o Panamá – Portobelo, o Panamá – Colón, controlado y al servicio de una potencia extranjera, al cual se supeditó la vida y la economía de todos sus habitantes (Guillermo Castro).

Los primeros 150 años de la ciudad, llamada La Vieja, hasta que muriera calcinada a consecuencia de una mala decisión tomada por el pavor ante la inminente llegada del pirata Henry Morgan, no fueron como lo cuenta la leyenda oficial, todo lleno de oro refulgente, ferias y prosperidad. No. También la ciudad padeció hambrunas reiteradas producto de ese determinismo “transitista” por el cual aquí no se producía casi nada y todo lo que se comía se importaba.

Desabastecimiento que se elevaba a verdaderas crisis y “hambrunas” cuando la amenaza de la piratería forzaba a los barcos a quedarse en sus puertos. Castillero marca los siguientes años como críticos en la provisión de alimentos: 1570-71, 1615, 1625 y esporádicamente en las décadas de 1640, 1650 y 1660.

Destruida Panamá “La Vieja”, con el incendio y la toma de Morgan en 1671, su hija, Panamá “La Nueva”, fundada el 21 de enero de 1673, tuvo mejor suerte con los abastecimientos y no pudo nunca ser tomada nuevamente por los piratas. Sin embargo, fue una ciudad que nació dividida por las murallas, separando a sus clases sociales: los criollos y gachupines, con sus esclavos domésticos dentro de ella; las llamadas castas, libertos, indígenas, negros, fueron excluidos de la ciudad y condenados a vivir en su entorno extra muros.

Además del “apartheid” social, la nueva ciudad tuvo un inicio difícil. Durante cien años languideció agotada por los nuevos incendios y por la desaparición de las Ferias de Portobelo, la crisis del “transitismo”, y el cambio de la ruta del oro y la plata hacia Buenos Aires, hoy capital de la Argentina.

La ciudad se vació hasta tener menos de 4,000 habitantes. Los que no se fueron a otras partes más prósperas del imperio español emigraron al "interior" del Istmo. Las clases altas fundaron haciendas autárquicas, porque no había mercados a los cuales vender. Muchos de sus habitantes fundaron los pueblos que hoy constituyen nuestras provincias, y se mudaron a ellos. La crisis de la ciudad de Panamá y del transitismo duró un siglo, entre 1740 y 1850 aproximadamente.

Durante todo el período colonial, y buena parte del período colombiano, los habitantes del resto del Istmo no siempre se sintieron identificados con la ciudad de Panamá. Tal es el caso que, durante este tiempo, “panameños” solo lo eran los habitantes de la ciudad. El resto eran, en todo caso “istmeños”.

La ciudad nueva viene a recuperarse a mediados del siglo XIX, cuando el proceso de surgimiento de Estados Unidos como potencia capitalista nos colocó en su mapa, gracias a la necesidad que tenía de colonizar rápidamente la California que le había arrebatado por la fuerza a México en 1847. De manera que resurgió el transitismo, esta vez controlado por los norteamericanos, colocando la ciudad en el eje del “Gold Rush”.

Pero el renacimiento del Camino de Cruces, las recuas de mulas y los bongos duró poco, pues fue prontamente suplantado por la Panama RailRoad Company, la cual construyó sus propios rieles, estaciones y una nueva ciudad en el caribe que sustituyó a Portobelo, la ciudad de Colón, que pasó a ser el otro polo del tránsito. La ciudad se reanimó pero sus habitantes perdieron el control sobre el negocio transitista, pasando a ser espectadores al borde del camino por el que pasaba un comercio del que se beneficiaban poco. El Incidente de la Tajada de Sandía expresó en cierta forma ese descontento.

La construcción del Canal Francés (1880-88) y del Canal Norteamericano (1904-1914) mantuvo la importancia transitista de la ciudad, pero con la pérdida del control de la ruta y del comercio. Sólo beneficios a cuenta gotas se derramaban del vaso de la riqueza del capitalismo financiero naciente. Aunque uno de los principales beneficios que se obtuvo no fue muy apreciado al principio: el aporte cultural y humano de la masa de trabajadores migrantes que llegaron, que hicieron de la ciudad una metrópoli cosmopolita.

Panamá se convirtió de nuevo en una ciudad escindida. Esta vez estaba dividida por una cerca de ciclón, y no por un muro, que separó a los habitantes de la Zona del Canal, que vivían la prosperidad que el imperialismo yanqui les podía garantizar, lejos del resto de los panameños que habitaban “este lado de la cerca”. Pero a su vez, dentro de la propia “zona” se aplicaba un “apartheid” que separaba a los “zonians” blancos, de los “coloreds”, no solo salarialmente (gold roll y silver roll), sino también en barrios segregados (Pedro Miguel, Paraíso).

Fueron los descendientes de ese coctel genético producido por los migrantes afroantillanos, mezclados con las “castas” heredadas del colonialismo español, a los que las clases oligárquicas no querían al inicio de la república, y querían expulsar como “razas indeseables” (Constitución Política de 1941), quienes que lucharían incansable y generacionalmente contra el sistema excluyente de la Zona y por la soberanía en todo el territorio, bajo el grito de “Una sola bandera, un solo territorio”, cuyo clímax fue la gesta Heroica del 9 de Enero de 1964 (Patricia Pizzurno).

Ese acontecimiento marcó la historia de la ciudad y del país en dos épocas, iniciando el proceso que llevaría a la desaparición de la Zona del Canal y la recuperación de la soberanía, por intermedio de los Tratados Torrijos Carter de 1977. El último día del siglo XX marcaría ese final.

El siglo XX cuajó la identidad de la ciudad junto con la identidad nacional en un proceso complejo de lucha contra la aniquilación política, económica y cultural a que nos quería someter el colonialismo norteamericano. Una ciudad construida por migrantes, tanto del interior como del exterior. Miles de campesinos pauperizados y sin tierra migraron de las provincias. Los trabajadores provenientes de otros países de la región, aunque en menor medida que durante la construcción canalera, no pararon de llegar.

Decenas de miles harían aquí su morada viviendo sus vicisitudes, sus momentos de prosperidad y los de crisis; sus fiestas y sus duelos; sus traumas políticos y los dramas sangrientos, como la invasión del 20 de Diciembre de 1989, con sus centenares y miles de muertos y heridos.

Panamá La Vieja fue una de las víctimas de la invasión, ya que en el entorno de su plaza mayor se hallaba enclavado un cuartel de las Fuerzas de Defensa, lo que dice mucho de la indiferencia de nuestros gobiernos hacia el patrimonio histórico; así que el área fue bombardeada y abaleada por los helicópteros norteamericanos, antes de dejar caer allí un grupo de paracaidistas. Así que podemos afirmar que nuestra ciudad fundacional ha recibido la agresión militar de los piratas ingleses y de los piratas norteamericanos.

Quinientos años después, la ciudad ha cambiado, pero sigue siendo la misma. La reconocemos por sus marcas de nacimiento, como la torre de Panamá La Vieja, la bahía, el casco antiguo; pero ella también ha cambiado, ya no hay almejas en su entorno, por ejemplo. Su fisonomía cambió bastante, especialmente en el lapso de esta última generación.
Una parte de ella son sus enormes y vistosas edificaciones plantadas a lo largo de la Cinta Costera y su “skyline”, que es lo que solo quieren ver algunos.

Pero también son sus profundas arrugas en barrios populares que se extienden de este a oeste y hacia el norte, con sus calles sucias, sus ineficientes servicios de agua potable, alcantarillado y recolección de basura, con sus escuelas y hospitales en mal estado.

La ciudad, en últimas, no son sus edificios y sus calles, sino sus habitantes. Algunos de ellos pillos de temer, políticos corruptos y comerciantes ávidos; pero la mayoría aplastante de ese pueblo panameño se caracteriza por ser trabajador, abnegado, solidario, amistoso y feliz, a pesar de los pesares.

Bibliografía
Araúz, Celestino; Pizzurno, Patricia. El Panamá Hispano (1501-1821). Tercera Edición. Diario La Prensa. Panamá, 1997.
Beluche, Olmedo. Historia agraria y luchas sociales en el campo panameño. Colección de Estudios Interdisciplinarios. CIFHU, Universidad de Panamá, 2017.
Castillero, Alfredo. Conquista, Evangelización y Resistencia. Instituto Nacional de Cultura. Colección Ricardo Miró. Premio Ensayo 1994. Panamá, 1995.
Castillero, Alfredo. Historia General de Panamá. Comité Nacional del centenario. Panamá, 2004
Castro H., Guillermo. El agua entre los mares. La historia ambiental en la gestión del desarrollo sostenible. Editorial Ciudad del Saber. Panamá, octubre de 2007.
Cooke, Richard y Sánchez Herrera, Luis Alberto. “El Panamá prehispánico”. En: Historia General de Panamá. Volumen I, Tomo I. Comité Nacional del centenario. Panamá, 2004
Oviedo, Gonzalo Fernández de. Sumario de la Natural historia de las Indias. Colección “Fabio Lozano y Lozano”. Santafé de Bogotá, 1995. http://www.worldcat.org/title/sumario-de-la-natural-historia-de-las-indias/oclc/465694670.
Pizzurno, Patricia. El miedo a la modernidad en Panamá 1904 – 1930. Editorial Cultural Portobelo. Biblioteca de Autores Panameños. Panamá, 2016
Sibaja, Luis Fernando. 2006. El cuarto viaje de Cristóbal Colón y los orígenes de la provincia de Costa Rica. EUNED. San José, Costa Rica.
Wallerstein, Inmanuel. El Moderno Sistema Mundial I. Editorial Siglo XXI. México. 2010.


(Discurso pronunciado por Olmedo Beluche, diirgente del Polo Ciudadano, el miércoles 13 de febrero de 2019, en la Librería de la Universidad de Panamá, en la Mesa Redonda: La coyuntura política panameña, elecciones y luchas sociales).

  1. El sistema capitalista mundial está sumido en una grave crisis económica, social, política, humanitaria, ambiental y moral. La esencia de esa crisis, como lo dijera Carlos Marx, es que las enormes fuerzas productivas que ha desarrollado chocan contra el corsé de unas relaciones sociales cada vez más injustas en que una minoría concentra casi toda la riqueza social.
  2. Todas las conquistas y todos los derechos económicos, sociales, democráticos, individuales y familiares están bajo ataque del sistema capitalista internacional que ha lanzado una ofensiva encabezada por sus fuerzas más reaccionarias como forma de paliar la crisis en la que se encuentra sumido. Aumentar la explotación, la opresión, la desigualdad, la represión son las únicas formas de sostener al sistema capitalista mundial.
  3. La ofensiva reaccionaria de los capitalistas está encabezada por fuerzas políticas neofascistas, que algunos llaman equivocadamente “populismo de derecha”, pero participan de ella en complicidad abierta o embozada todos los gremios empresariales, sus partidos políticos liberales y socialdemócratas, las iglesias y los medios de comunicación de masas.
  4. La principal batalla de este ataque se está jugando en estos momentos contra Venezuela, contra cuyo pueblo y gobierno, las fuerzas coaligadas de la reacción, dirigidas por Donald Trump han lanzado una ofensiva política, diplomática, económica e incluso militar, promoviendo un golpe de estado y preparando una invasión armada.
  5. Dos enfermedades afectan a la izquierda y al movimiento popular del mundo, el sectarismo y el oportunismo, debilitando la respuesta adecuada a la ofensiva reaccionaria. Sectarismo que niega la necesidad de la unidad en la diversidad de tendencias e ideas que constituyen el campo popular. Oportunismo que usa su peso para conducir a la colaboración de clases y ha intentar salvar un sistema de explotación que no va más, aliándose con sectores de la burguesía que cree “progresivos”.
  6. En Panamá, la clase trabajadora, las mujeres y los sectores populares también sufren el ataque despiadado a sus derechos en todos los órdenes. Es evidente la ofensiva contra el sistema de seguridad social que la burguesía quiere desguazar; el retroceso y estancamiento de la lucha por los derechos sexuales y reproductivos, así como la negligencia en aplicar medidas correctivas frente a los altos índices de violencia, en su mayoría contra el sexo femenino, en su peor expresión: el femicidio. Los desposeídos ven amenazados los programas sociales con que sobreviven, mientras los grandes negocios de la burguesía medran de las exoneraciones fiscales. Contra todos se consolida el injusto y desigual país transitista, en el canal y la logística sirven para enriquecer capitalistas foráneos y socios nacionales; mientras se consolida el extractivismo minero, el agronegocio estilo Banapiña y los TLC´s destruyen la producción nacional.
  7. Las elecciones que se avecinan no resolverán los problemas que amenazan al pueblo panameño, por el contrario, es la estrategia con que las clases dominantes y sus partidos para engañar con falsas alternativas. El actual sistema político panameño es profundamente corrupto y antidemocrático, fue impuesto por la invasión norteamericana de 1989, por eso, ninguno de los partidos que han gobernado es la alternativa, como no lo son los falsos “independientes” que se han postulado.
  8. Pero en esta elección, como en la de 2014, sí hay un avance, porque una fracción del movimiento obrero y popular ha logrado constituir un partido político y participar del proceso electoral: el Frente Amplio por la Democracia (FAD). Este es un progreso notable a destacar como referente de lo que es posible lograr, a pesar del antidemocrático Código Electoral.
  9. Aunque es un avance, el FAD tiene algunas limitaciones que superar, para convertirse en una alternativa que pueda polarizar frente a los partidos de la burguesía. Por un lado, porque no ha sido el producto de un ascenso de luchas obreras y populares, como sucedió en otros países Latinoamericanos.  Por otro, porque le hace falta dar algunos pasos cualitativos que superen viejos métodos excluyentes, que impiden sumar a sectores importantes del movimiento popular.  Su programa podría ser una estrategia unitaria si se abriese el compás para que fuese producto de un amplio debate democrático entre todos los sectores populares.
  10. Frente a las elecciones de mayo se presenta un abanico de opciones entre las cuales habrá que analizar la más consecuente para la clase trabajadora y los sectores en lucha: desde el abstencionismo, pasando por el voto nulo hasta el voto crítico al FAD (al conjunto de sus nóminas o a candidatos/as específicos/as de ella). Pero, por principios, educaremos a la clase trabajadora a no dar ningún voto a los partidos de la oligarquía liberal, conservadora y socialdemócrata que pululan con distintos nombres pero que son los responsables de la debacle del país.
  11. El Polo Ciudadano es consciente de que las elecciones pasarán, y que es un asunto de táctica electoral, pero lo importante, lo necesario es fortalecer a la clase trabajadora, por ello urge construir un gran Frente Único Popular que luche contra las reformas neoliberales y medidas antipopulares del gobierno que surgirá de las elecciones del 5 de mayo.
  12. Respaldamos las siguientes acciones concretas que se han propuesto: primero, apoyamos la iniciativa de la Federación Auténtica de Trabajadores (FAT) de organizar un evento popular y sindical paralelo al CADE - 2019 que organiza la burguesía; dos, apoyamos la propuesta de la compañera Priscilla Vásquez de organizar un 8 de Marzo unitario en defensa de los derechos de las mujeres trabajadoras, para lo cual, asistiremos a la reunión abierta convocada el 20 de febrero; nos sumamos a la postulación hecha por diversos gremios del profesor Juan Jované para la Junta Directiva de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP), con el objeto de romper el control empresarial de esa entidad.


Por Olmedo Beluche

Para empezar, dos afirmaciones axiomáticas sobre el 9 de Enero de 1964, que sin embargo se las pasa por alto constantemente: uno, ese día hubo una verdadera revolución popular antiimperialista en Panamá y, dos, fue nuestra verdadera gesta por la independencia nacional del siglo XX.

El 9 de Enero no fue una protesta más en la larga lista de movilizaciones populares panameñas contra la presencia norteamericana. Por su masividad, combatividad y heroísmo popular fue una revolución, en todo el sentido legítimo de la palabra, y constituyó un verdadero salto adelante hacia la independencia nacional del tutelaje colonial. Fue un acontecimiento a partir del cual hubo un antes y un después. Por eso fue una revolución popular antiimperialista y descolonizadora.

Si comparamos el 9 de Enero con el 3 de Noviembre de 1903, fecha que la oligarquía gobernante nos ha presentado como el día de la independencia, vemos las diferencias que resaltan con claridad y desenmascaran aquella conspiración de una élite con intereses foráneos por la que imperialismo yanqui nos separó de Colombia, no para hacernos libres y soberanos, sino para apropiarse del territorio, el canal y convertirnos en protectorado.

Mientras el 3 de Noviembre de 1903 se fraguó un acuerdo entre un puñadito de oligarcas panameños, los accionistas de una compañía francesa tramposa, grandes capitalistas de Wall Street y el gobierno imperialista de Teodoro Roosevelt; el 9 de Enero fue un acontecimiento espontáneo en que el pueblo panameño, compuesto en su mayoría por obreros asalariados y sus hijos, la vanguardia estudiantil forjada en la FEP, acudió en masa cuando se enteró de la afrenta a la bandera y a los institutores.

Mientras el 3 de Noviembre se impuso la fuerza militar norteamericana con una invasión de al menos 10 acorazados y miles de marines; el 9 de Enero, el pueblo panameño, pese a la falta de armas, puso el pecho a la metralla derrotando moralmente a la fuerza de ocupación.

Mientras el 3 de Noviembre el pueblo panameño fue un espectador pasivo de unos hechos que dirigían otros desde las élites; el 9 de Enero entre 40 y 60 mil personas rodearon la Presidencia dela República exigiendo armas al gobierno, el cual, para no entregarlas, se vio obligado a romper relaciones diplomáticas con Estados Unidos, algo impensable para un oligarca como Roberto Chiari.

Mientras el 3 de Noviembre no es más que una burda intervención militar extranjera para convertirnos en colonia, que los libros de texto y la propaganda han tratado de ocultar; el 9 de Enero es un acto refulgente de soberanía popular.

Mientras el 3 de Noviembre ha tenido que ser cubierto con un manto de falacias históricas, para hacer parecer a nuestros ancestros como anticolombianos y a Colombia como un supuesto imperio explotador; el 9 de Enero es fruto de la diáfana lucha generacional contra las consecuencias del 3 de noviembre, el Tratado Hay Bunau Varilla, las bases militares y la Zona del Canal.  Lucha que pasó por gestas como el Movimiento Inquilinario de 1925, el Movimiento Antibases de 1947, la Siembre de Banderas y la Operación Soberanía en los años 50.

Mientras el 3 de Noviembre nos heredó falsos héroes pintados de próceres que vivieron la comodidad de ser los dueños del país y murieron en sus camas; el 9 de Enero lo parió la heroicidad de todo un pueblo que no temió morir, que entregó la vida de una veintena de los suyos, que sacrificó los cuerpos de más de 500 heridos capitaneados por jóvenes valientes, algunos que cayeron al fragor de la lucha, como Ascanio Arosemena; otros que fueron asesinados posteriormente como Juan Navas y Floyd Britton.

Mientras el 3 de Noviembre nos enajenó la soberanía y los beneficios de nuestro principal recurso, con el Tratado Hay Bunau Varilla, que se firmó no por casualidad 15 días después; el 9 de Enero creo las condiciones para que Estados Unidos aceptaran sentarse a negociar un nuevo tratado que derogara la perpetuidad, las bases militares y traspasara la administración del canal a nuestra república.

Mientras los apologistas del 3 de Noviembre procuran infundir un seudo nacionalismo plagado de chauvinismo y anticolombianismo y exaltación por la intervención norteamericana que “nos salvó” (dicen); el 9 de Enero es producto de un acendrado antiimperialismo de rasgos bolivarianos fraguado en la conciencia de nuestros obreros y estudiantes por acontecimientos como el golpe de estado contra Jacobo Arbenz, fraguado por la United Fruit, el golpe contra Perón dirigido por el embajador norteamericano y la gloriosa Revolución Cubana.

Mientras el 3 de Noviembre produjo instituciones débiles y corruptas controladas por una docena de familias; el 9 de Enero produjo el atisbo de lo que será la democracia obrera y popular, cuando decenas de miles se autoorganizaron en los llamados Comités de Defensa de la Soberanía, unos para llevar heridos al hospital, otros para donar sangre, otros para buscar armas, otros para combatir.

Mientras el 3 de Noviembre dio por fruto un país pauperizado a partir de 1914, cuando se inauguró el canal, con una zona con la que no se podía comerciar y una anualidad tan ridícula que los gobiernos con algo de dignidad la rechazaron; el fruto del 9 de Enero es un país con un canal y unas áreas revertidas que han catapultado el crecimiento económico y aportado decenas de miles de millones al fisco. Si no aporta más y si está administrado el canal por una élite oligárquica, es producto de otro acontecimiento que no analizaremos aquí: la invasión del 20 de Diciembre de 1989, a la que le debeos esta pseudodemocracia corrupta, estos planes económicos neoliberales y los acuerdos de seguridad que violan la soberanía.

En esta conmemoración de la Gesta Heroica del 9 de Enero de 1964, miramos hacia ella no en actitud de mera contemplación, sino para comprender, aprender y actuar conforme a los principios, la determinación y el valor que movió a nuestros verdaderos próceres: los Mártires del 9 de Enero.

Con ellos y su ejemplo, seguimos luchando por soberanía, por independencia, por democracia y sobre todo firmes con el grito de guerra: ¡BASES NO!


Hace 29 años el ejército de Estados Unidos invadió Panamá. Fue la más sanguinaria de las más de cien agresiones militares que esa potencia militar ha efectuado en nuestros Istmo. Más de 20 mil personas perdieron sus hogares, sobre todo en El Chorrillo. Hubo más de 2000 heridos según la Cruz Roja. Se arrestaron más de 5000 prisioneros políticos que fueron llevados a un campo de concentración en Nuevo Emperador.

¿Cuántos muertos hubo? Aún no se sabe con certeza. Pero hay una lista con nombres y apellidos de más de 500 personas, de los cuales la mitad eran civiles desarmados, pero algunos testigos aseguran que pudieron ser más de mil asesinados. El Polo Ciudadano exige a la comisión investigadora “20 de Diciembre” que informe pronto y de manera fehaciente la cantidad de muertos causados por la invasión.

¿Toda esta violencia y violación de los derechos humanos más elementales, para qué? ¿Para “traernos la democracia”? ¿Para “llevarse al dictador Noriega”? MENTIRA. Mentira, decimos desde el Polo Ciudadano. Mentira, pudieron llevarse al dictador el 3 de octubre del 89, cuando se los ofreció esposado Moisés Giroldi, y no quisieron.

El verdadero objetivo de la invasión ordenada por el criminal de guerra recientemente fallecido, George H. Bush, fue el de imponerle a Panamá un régimen político corrupto, antidemocrático y oligárquico, pero obediente a las imposiciones que emanan de Washington. Un régimen corrupto que nos ha gobernado por casi tres décadas, pactado entre Estados Unidos y sus lacayos nacionales: el Panameñismo, el PRD, el Partido Popular, el MOLIRENA y ahora Cambio Democrático. Pactos acordados desde la ex Zona del Canal y la embajada gringa en Panamá.

Un régimen corrupto y antidemocrático en el cual se han alternado en el poder los mismos partidos y los mismos políticos para saquear las arcas del Estado panameño, mientras nos imponen a las clases trabajadoras austeridad, reformas neoliberales, deterioro de los servicios públicos como salud, educación, recolección de basura, destrucción de la agricultura y la industria nacionales.

Por esa razón, que no se equivoque la juventud del siglo XXI: la invasión no fue n hecho traumático que sufrió una generación pasada. La invasión y sus consecuencias sigue pasando todos los días. Los jóvenes de hoy sufren las consecuencias de la invasión del 20 de Diciembre de 1989 cuando son gobernados por políticos ladrones; cuando no encuentran empleo; cuando sólo les queda el trabajo precarizado; cuando reciben una educación en condiciones lamentables; cuando los servicios de salud son deficientes.

Por esas razones seguimos exigiendo justicia. Y gritamos:

20 de Diciembre, DUELO NACIONAL. PROHIBIDO OLVIDAR.

Panamá, 19 de diciembre de 2018.

 

Polo Ciudadano

Más artículos…

Hemeroteca

Archivo