Por Victoriano Sánchez.

El 5 de junio del 2018 se cumplieron treinta y nueve años de la inolvidable fecha en que las masas populares nicaragüenses, especialmente la juventud de las barriadas obreras y populares, desafiando la represión y los tanques del somocismo, paralizaron completamente el país, dando origen a una poderosa huelga general insurreccional convocada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).

La revolución de 1979-1990 ya no existe: abrió las posibilidades de reunificar Centroamérica, pero al final terminó siendo derrotada por una combinación de factores externos e internos, como fueron el bloqueo y la agresión militar del imperialismo norteamericano y los garrafales errores de la Dirección Nacional del FSLN. De la derrota de la revolución nació una nueva burguesía, encabezada ahora por Daniel Ortega y Rosario Murillo, quienes se convirtieron en la negación de los revolucionarios que entregaron su vida para que Nicaragua fuera libre de la dominación imperialista

Este 5 de junio lo conmemoramos en medio de una nueva lucha por la libertad, pero esta vez contra los antiguos guerrilleros que lucharon contra Somoza, pero que ahora representación la opresión y el nuevo genocidio.

En un afán de rescatar las tradiciones revolucionarias, queremos rendir homenaje a los miles de compañeros y compañeras que murieron combatiendo a la dictadura somocista, y también a los que actualmente ofrecen sus vidas por la libertad y la democratización de Nicaragua.

Comenzó como una pugna inter burguesa.

La crisis de la dictadura somocista produjo una profunda división en las filas de la burguesía, acostumbrada a crecer económicamente sin huelgas ni manifestaciones populares. Desde 1974, un sector burgués, liderado por el Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), se quejaba que Somoza y sus allegados les hacían “competencia desleal". En efecto, después del terremoto de 1972, utilizando el aparato del Estado, los somocistas comenzaron a absorber todos los negocios, especialmente en el sector de la construcción y las finanzas, provocando la airada repuesta de las cámaras patronales. El otro sector de la burguesía, ligado directamente a Somoza, estaba compuesto en su mayoría por altos oficiales de la Guardia Nacional y por funcionarios del corrupto régimen somocista.

El asesinato de Pedro Joaquín Chamorro el 10 de enero de 1978 dejó a la burguesía sin su más lúcido dirigente político. El sector burgués "opositor" comenzó a ser liderado por Alfonso Robelo, presidente del Instituto Nicaragüense de Desarrollo (INDE); se preocupaba mucho por la buena marcha de sus negocios, pero también se sentía preocupado por enorme descontento popular que se venía gestando en todo el país contra la dictadura y que amenazaba en convertirse en una poderosa revolución. Presionados por la competencia económica del clan somocista y temerosos de que las masas trabajadoras llevaran a cabo su propia revolución, la burguesía "opositora" intentó varias veces realizar un cambio pacífico de la dictadura, utilizando para ello la mediación de la Iglesia Católica y las presiones diplomáticas de la burguesía latinoamericana (México, Venezuela, Colombia y Panamá) y de la administración Carter.

La burguesía latinoamericana coincidía en afirmar que si Somoza permanecía en el poder, la revolución social era inevitable y por eso se encargaron de presionar al tirano para que renunciara al poder. El problema fue que Somoza se resistió a abandonar, la fuente se sus privilegios y riqueza. Así, mientras la oposición burguesa interna hacía denodados intentos por ganarse a un sector de la Guardia Nacional para que diera un golpe de estado, las manifestaciones de masas contra la dictadura crecían en número y combatividad.

Nace el MPU.

El Movimiento Pueblo Unido (MPU) tuvo diferentes etapas antes de formarse como tal. Primero fue como un Comité de Lucha por los Derechos Humanos, posteriormente se organizó como un Comité que luchaba por la Liberación de los Presos Políticos, hasta finalmente formarse como MPU dentro de la estrategia de insurrección popular concebida por el FSLN. El MPU fue la primera gran experiencia de unidad revolucionaria y clasista de las distintas fuerzas políticas que en Nicaragua se reclamaba de la dase obrera y de la lucha por el socialismo. En el MPU participaron las diferentes tendencias del FSLN. En la práctica fue un organismo de frente único de las fuerzas de izquierda, aunque, con un programa eminentemente democrático.

En esa época era muy bajo el nivel de organización sindical o popular, debido a las largas décadas de represión de la dictadura somocista. Formado después del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, el MPU pretendió, entre otras cosas, capitalizar organizativamente el ascenso del movimiento de masas, y servir como base social de apoyo de las columnas guerrilleras del FSLN.

Los paros empresariales

La burguesía opositora estableció una alianza pública con la tendencia insurreccional del FSLN con el objetivo de tumbar a Somoza, proporcionándole armas, dinero, logística militar y contactos internacionales. Carente de partidos con credibilidad ante las masas, acostumbrada a medrar a la sombra del poder y de los pactos con la dictadura somocista, la burguesía tuvo que recurrir a una organización a la que tanto había combatido y desprestigiado: el FSLN, la única organización que en ese momento gozaba de prestigio ante el pueblo, por su indoblegable posición de luchar contra la dictadura hasta la propia muerte.

El asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, eliminó a la figura de recambio pacifico del poder. En protesta por el asesinato de su líder político, la burguesía convocó a un paro nacional (Lock Out) en enero de 1978, para presionar a Somoza y que éste renunciara. De esta forma, la burguesía se sacrificaba económicamente para no perder totalmente el poder político. Sin embargo, cada acción desarrollada por la burguesía conducía a que el FSLN y las masas avanzaran en el terreno de la lucha, como fueron las experiencias insurreccionales de Monimbó y Subtiava. En esa oportunidad, la burguesía tuvo que terminar el paro ante el giro que tomaba la situación.

El segundo paro empresarial fue convocado después de la toma del Palacio Nacional por un comando del FSLN, y coincidió con una ofensiva guerrillera en el Frente Sur y la llamada insurrección de septiembre de 1978. El tercer paro empresarial fue convocado para junio de 1979, para esa coyuntura la burguesía opositora había perdido totalmente la iniciativa política, la que estaba en manos del FSLN.

Los organismos de poder de las masas

El asesinato de Pedro Joaquín Chamorro y la gran movilización de masas de repudio que originó, crearon una situación revolucionaria, en donde "los de arriba no podían seguir en el poder como antes y los de abajo no podían seguir viviendo como antes". En esas grandiosas movilizaciones las masas construyeron sus primeros organismos de autodefensa, es decir, sus propios organismos de poder. Las milicias florecieron en los barrios para defenderse del terror genocida de la GN. Los Comités de Defensa Civil (CDC) jugaron un gran rol en aglutinar a todos los habitantes en función de contribuir al derrocamiento del somocismo.

Este fenómeno de auto organización de las masas se cubrió con las banderas del FSLN, la única organización en quien las masas confiaban. El Partido Conservador había caído un descrédito total después del pacto Kupia Kumi con Somoza  en 1972. Todos los verdaderos antisomocistas apoyaron al FSLN, aumentando su influencia política y su capacidad militar. Pero independientemente de la forma, el contenido de esos organismos era de doble poder. Por un lado, estaba la decadente y agonizante dictadura somocista y por el otro el poder de las masas a través de las milicias de autodefensa, el MPU y los CDC.

El FPN y el FAO.

El Frente Patriótico Nicaragüense (FPN) fue impulsado por el FSLN, el MPU, el Partido Popular Social Cristiano (PPSC), el Partido Liberal Independiente (PLI) y el maoísta Movimiento de Acción Popular (MAP). Como contra partida, la burguesía opositora, que colabora económicamente con el FSLN, no perdía las esperanzas de lograr un recambio pacífico del somocismo, es decir, de evitar la destrucción de la GN como aparato represivo al servicio de la misma burguesía, promovió la constitución del llamado Frente Amplio Opositor (FAO) que aglutinaba a todas las fuerzas políticas de la vieja Unión Democrática de Liberación (UDEL) –organización fundada por Pedro Joaquín Chamorro--, el Movimiento Democrático Nicaragüense (MDN) liderado por Alfonso Robelo y como furgón de cola se encontraba el Partido Socialista Nicaragüense (PSN).

Sin embargo, después de la experiencia insurreccional de septiembre de 1978, y ante el fracaso de la Comisión Mediadora de la OEA, el FSLN se había transformado en una poderosa organización de masas que dirigía la lucha guerrillera. Ante el inevitable "naufragio" de la burguesía, el MDN de Alfonso Róbelo a última hora se pasó al FPN, como paso previo para la discusión del Plan de Gobierno de la futura Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN).

La Huelga General Insurreccional.

Completamente aislado a nivel internacional, el somocismo pretendió resistir y derrotar la insurrección popular. Radio Sandino, voz oficial del FSLN, transmitió un mensaje de la Dirección Nacional Conjunta en donde se llamaba al pueblo a paralizar las actividades el día 5 de junio de 1979, como un paso previo a la insurrección popular. Aunque la burguesía se sumó al paro, en realidad éste fue posible debido a que ya existían miles de CDC, milicias de autodefensa en los barrios y comarcas campesinas, que garantizaron el éxito del mismo. No fue una clásica huelga general convocada por sindicatos, puesto que estos eran casi inexistentes en Nicaragua, sino que fue una huelga general asentada en esos organismos de doble poder que mencionamos anteriormente. El pueblo estaba harto de tantos crímenes del somocismo y se lanzó a la batalla decisiva contra la Guardia Nacional y esta fue finalmente derrotada el 19 de Julio de 1979, abriendo una situación revolucionaria en toda el área centroamericana.

La experiencia insurreccional que se inició el 5 de junio de 1979, puede y debe ser repetida y ampliada. Las organizaciones estudiantiles y populares podemos reeditar al MPU, que sirva como aglutinante de todas las fuerzas revolucionarias.


Por Eugenio Belloso Recinos

Los 13 años de la dictadura militar del general Maximiliano Hernández Martínez, formaron parte de un periodo oscuro y contrarrevolucionario en El Salvador y en casi toda Centroamérica, durante la primera mitad del siglo XX.

En los años 30 del siglo XX, en Guatemala se sucedieron une serie de gobiernos militares, siendo el más prolongado la dictadura del general Jorge Ubico Castañeda (1931-1944). En ese mismo periodo, en Honduras, se instauró la dictadura militar del general Tiburcio Carias Andino (1933-1949). En Nicaragua, después se asesinar al general Augusto C Sandino en 1934 y masacrar a las guerrillas campesinas, se había instaurado la dictadura de Anastasio Somoza García (1937-1956). Costa Rica fue, como siempre, la excepción a la regla de los gobiernos dictatoriales en Centroamérica, manteniendo un inestable recambio de poder por medio de elecciones y gobiernos civiles.

Derrocamiento de Arturo Araujo y ascenso al poder

El general Hernández Martínez en 1930 fue ministro de guerra bajo el gobierno de Pío Romero Bosques (1927-1931). Las elecciones de 1931 fueron ganadas por una alianza conformada por Arturo Araujo, candidato del Partido Laborista, y por el general Maximiliano Hernández Martínez, candidato a vicepresidente por el conservador Partido Nacional Republicano (PNR). La Asamblea Legislativa los escogió en elección de segundo grado en vista de que ninguno de los tres candidatos había obtenido la mayoría necesaria de votos, lo que presagiaba la debilidad de dicho gobierno.

En la campaña electoral, Araujo retomó muchas reivindicaciones populares, entre ellas la reforma agraria, pero no pudo cumplir. El gobierno de Araujo-Hernández asumió el poder en medio de una pavorosa crisis económica, causado por el crack de la economía mundial. El incumplimiento de las promesas electorales desató movilizaciones populares, que inquietaron a la oligarquía cafetalera. Las prometidas reformas de Araujo ponían en peligro de muerte a la economía cafetalera de exportación. El gobierno populista de Arturo Araujo tuvo una efímera existencia, desde el 1 de marzo al 2 de diciembre de 1931, siendo derrocado por un golpe de Estado organizado por el Ejército, que entregó el poder al vicepresidente Hernández Martínez, quien terminó el periodo presidencial en agosto de 1934.

La represión contra el levantamiento indígena de 1932

Bajo la primera presidencia de Hernández Martines se produjo el levantamiento indígena en la zona occidental de El Salvador, que terminó en un genocidio.

Antes que fuese derrocado Araujo, ya estaban programadas las elecciones municipales para el 16 de diciembre de 1931. Y días después debían realizarse las elecciones legislativas. El golpe de Estado trastocó este calendario electoral. Entonces, el nuevo gobierno presidido por Hernández Martínez reprogramó las elecciones municipales para 3, 4 y 5 de enero de 1932, y las legislativas para 10, 11 y 12 del mismo mes. Todos los partidos políticos participaron, incluso el recién fundado Partido Comunista Salvadoreños (PCS).

A pesar de la aparente libertad, en realidad las elecciones fueron fraudulentas, por el vuelco de la población campesina a favor de los candidatos indígenas en las listas del PCS. En las elecciones legislativas, también hubo denuncias de fraude. El derechista Partido Fraternal Progresista, boicoteó las elecciones en el departamento de San Salvador alegando fraude electoral. El día de las elecciones legislativas, estallaron conflictos en los departamentos de Sonsonate, Santa Ana y Ahuachapán

En torno al levantamiento indígena de 1932 se han tejido múltiples mitos. El más importante ha sido, probablemente, que la insurrección indígena fue dirigida por el Partido Comunista Salvadoreño (PCS).

Si bien es cierto que Agustín Farabundo Martí (1893-1932), junto a un sector del PCS intervinieron valientemente en los acontecimientos revolucionarios, tratando de influir política y militarmente, para dotar de una conducción centralizada al movimiento insurreccional espontáneo de las masas indígenas, en realidad el joven PCS estaba abrumado, dividido en fracciones que luchaban entre sí ante el tema de la insurrección, y finalmente fue rebasado por la explosión social de los indígenas.

Quienes dentro del PCS propugnaron por la insurrección, terminaron siendo masacrados o fusilados. Quienes sobrevivieron a la matanza, reconstruyeron el PCS pero renegando de la experiencia revolucionaria, por ello nunca el PCS rescató oficialmente la figura de Farabundo Martí. Fue hasta finales de los años 60 del siglo XX, cuando se iniciaba el ascenso revolucionario en todo Centroamérica, que se produjo una división en el PCS y Salvador Cayetano Carpio (1918-1983) funda el 1 de abril de 1970 las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), rescatando la figura y la gesta de Agustín Farabundo Martí, pero bajo la concepción y los métodos de la guerrilla.

Una situación contrarrevolucionaria

La crisis económica era tan devastadora, que el gobierno de Hernández Martínez se vio obligado a decretar la suspensión temporal de la deuda externa, y aprobar una Ley de Moratoria el mes siguiente.

En el plano político, el Partido Laborista de Araujo, así como el PCS, fueron prohibidos, conforme un decreto ejecutivo de julio de 1932. Después del genocidio en enero-febrero de 1932, en abril de 1933, se expidió la Ley de Cedula Patriótica que obligó a la población a usar un pasaporte interno que costaba alrededor de 80 colones, un precio altísimo, quien no lo compraba iba a parar a la cárcel. Nadie podía circular de un lugar a otro sin portar dicho documento. El objetivo era controlar los desplazamientos de la población campesina e indígena.

En 1934 fue aprobada la Ley Orgánica de la Guardia Nacional de El Salvador, facultándola para detener a cualquier ciudadano sin necesidad de orden judicial. Las Guardias Cívicas, constituidas por los terratenientes para reprimir el levantamiento indígena de 1932, fueron convertidas en órganos auxiliares del Ejercito.

Los sindicatos campesinos fueron prohibidos y perseguidos. La población indígena sobreviviente fue obligada a hablar en español, enterrando el idioma nativo.

La Constitución de 1939 y la primera reelección

Después de aplastar a los indígenas y estabilizar al sistema capitalista, el 13 de enero de 1935 el Gral. Maximiliano Hernández Martínez, sin mayor oposición a su Partido Pro Patria, logró la primera reelección presidencial. Al final su periodo presidencial, Hernández Martínez convocó, bajo Estado de Sitio, a una Asamblea Nacional Constituyente con el objetivo de aprobar una nueva Constitución que le permitirá otra reelección más.

De esa manera, una Asamblea Nacional Constituyente que no reflejaba la voluntad popular aprobó la novena Constitución de El Salvador, que entró en vigencia el 20 de enero de 1939.

A pesar que el artículo 92 de la Constitución de 1939 prohibía la reelección presidencial, “sin que la persona que lo haya ejercido pueda funcionar un día más”, el tercer párrafo del artículo 91 de la misma, disponía la excepción transitoria siguiente: “Excepcionalmente, y por exigirlo así los intereses nacionales, el ciudadano que habrá de ejercer la Presidencia de la República del primero de marzo del corriente año hasta el primero de enero de 1945, según esta Constitución, será electo por los Diputados a la Asamblea Nacional Constituyente, sin que por esta única vez tengan aplicación las incapacidades a que se refiere el artículo 94”.

Debido al control que Hernández Martínez tenía sobre los diputados constituyentes, estos obviamente lo eligieron para una tercera reelección, sin necesidad de someterse al escrutinio popular, burlándose de la prohibición del artículo 91.

En ese mismo periodo, siguiendo el ejemplo de Hernández Martínez, el dictador nicaragüense Anastasio Somoza García utilizó este mismo truco legal para conseguir un nuevo periodo presidencial, siendo también electo por los diputados de una similar Asamblea Nacional Constituyente, que aprobó la Constitución que entró en vigencia en marzo de 1939, garantizándose también una relección que terminaría en 1947.

El intento de segunda reelección

El estallido de la segunda guerra mundial, el alineamiento con Estados Unidos y la necesidad de materias primas para abastecer las necesidades de la guerra, dieron cierta estabilidad a la dictadura de Hernández Martínez. Y con ello, intentó una nueva reelección, convocando a otra Asamblea Nacional Constituyente que reformarse la Constitución de 1939.

Con 13 años ininterrumpidos en el poder, en febrero de 1944 los diputados constituyentes procedieron a modificar los artículos relacionados con la prohibición de reelección presidencial, quedando así:

Por convenir a los intereses públicos que se mantenga el ritmo y orientación que  se les ha marcado a los asuntos de Estado desde hace algún tiempo; y para satisfacer las necesidades  del  actual  conflicto  bélico  internacional,  lo  mismo  que  para  la  mejor solución de los problemas de orden político, económico y social que surgirán en la post-guerra,  solución  que  debe  asegurar  la  tranquilidad  y  paz  sociales,  el  ciudadano  que  deberá  ejercer,  conforme  esta  Constitución,  la  Presidencia  de  la  República  desde  el primero  de  marzo  del  corriente  año,  hasta  el  treinta  y  uno  de  Diciembre  de  mil novecientos  cuarenta  y  nueve,  será  designado  por  los  Diputados  de  la  actual  Asamblea  Nacional Constituyente. En este período que se fija no tendrá aplicación lo dispuesto en el   artículo   siguiente, ni   surtirán   efecto   legal   el   inciso   próximo   anterior   ni   las  incapacidades contenidas en el artículo 94 del presente Estatuto constitucional

Pero la sociedad salvadoreña ya se había recuperado del trauma colectivo que significó la masacre indígena de 1932, y había un rechazo masivo al nuevo intento de reelección presidencial, por parte de un sector del Ejercito, de los estudiantes y diversos sectores de la burguesía y la oligarquía.

Fracaso de la conspiración militar de abril de 1944

El 2 de abril de 1944 se produjo una conspiración militar que fue apoyada por diversos sectores sociales. Los coroneles Tito Calvo y Alfredo Aguilar, fueron los cabecillas militares, apoyados por dos líderes políticos: el Dr. Arturo Romero y Agustín Alfaro Moran. La Guardia Nacional y la Policía Nacional le fueron fieles, pero no la aviación.

El domingo de Ramos de 1944 se produjo una conspiración militar en Santa Ana, lugar donde intentaron capturar y asesinar al dictador. Los servicios de seguridad detectaron el movimiento, los rebeldes fueron sorprendidos y capturados. El 10 de abril de 1944 fueron fusilados en los patios de la Policía Nacional, el general Alfonso Marroquín, coronel Tito Calvo y el mayor Julio Sosa. Ese mismo día fueron fusilados en el cementerio general los capitanes Manuel Sánchez Dueñas y Marcelino Calvo, tenientes Antonio Gavidia Castro, Ricardo Mancía González, Miguel Ángel Linares, Ricardo Edgardo Chacón y Oscar Armando Cristales.

 En el cementerio general fueron fusilados el civil Víctor Marín el 11 de abril, el 26 los capitanes Carlos Piche Menéndez y Carlos Gavidia Castro y el teniente Alfonso Marín. Además de los fusilados murieron en campaña los tenientes Héctor Cárdenas, Mario Villacorta y el civil Luis Antonio Martí

Desarrollo de la Huelga General

La conspiración militar para tumbar la dictadura de Maximiliano Hernández había fracasado, pero encendió la llama de la rebelión entre estudiantes y trabajadores. Se produjo una alianza de diferentes sectores sociales. En protesta contra la represión, los estudiantes universitarios declararon la huelga el día 28 de abril de 1944. El 1 de mayo, los incipientes sindicatos se sumaron a la huelga general, primero los trabajadores del sector privado y después los empleados públicos, una medida muy audaz para la época.

Hasta sectores de clase media, como los médicos del Hospital Rosales, se declararon en huelga y enviaron un pliego de demandas al dictador. Como no obtuvieron respuesta alguna, los medico enviaron una comunicación al embajador norteamericano, en la que expresaban: “Los infrascritos médicos y cirujanos reunidos en sesión en el Hospital Rosales, acuerdan ir a la Huelga Total en los cargos que desempeñan en los distintos centros de Caridad Pública, así como también el cierre total de sus clínicas y oficinas particulares y empleos públicos que desempeñan. Tal decisión tendrá límites hasta el cambio del sistema gubernativo del país; y los firmantes empeñan su palabra de honor que, por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia, romperán dicha actitud hasta no obtener una Patria libre y digna. Pedimos el inmediato depósito presidencial en cualquier designado para que éste convoque a elecciones libres. Este es el único medio de llevar paz a la sociedad. De lo contrario, un alto deber moral y patriótico nos obliga a no ceder un ápice de nuestras legítimas pretensiones”.

A este pronunciamiento, se sumaron las asociaciones de ingenieros, abogados y farmacéuticos. Hubo una rebelión generalizada de la clase media.

La huelga general se extendió a los maestros y ferrocarriles. La población se reunía en las plazas publicas para escuchar el discurso agitativo de los estudiantes. Entre los cabecillas de la conspiración se encontraba el Dr. Arturo Romero. Desde la Radiodifusora Y.S.P. se leyeron mensajes de movimiento revolucionario, llamando al pueblo a unirse a la huelga general.

El 4 de mayo, el dictador trató de dividir la Huelga General prometiendo reformas económicas y sociales a los sectores más pobres, pero la maniobra fracasó. Acosado por la Huelga General y por las presiones de la oligarquía y la embajada norteamericana, y por el temor al propio Ejército, finalmente el 8 de mayo de 1944 el general Maximiliano Hernández Martínez anunció su renuncia, y depositó la presidencia en manos del general Andrés I. Menéndez, primer designado a la presidencia y también ministro de guerra, marina y aviación. Al día siguiente se llevó a cabo la ceremonia de traspaso de mando en el segundo piso de Casa Presidencial, ante un selecto grupo de diplomáticos. La Asamblea Nacional (hoy se denomina Legislativa) aprobó los decretos No 34, que aceptaba la renuncia, y el No 35 por medio del cual se nombraba al sucesor.

El triunfo de la Huelga General fue desvirtuado bajo la forma de una simple sucesión presidencial. El general Hernández Martínez tuvo que irse al exilio con su familia rumbo a Guatemala

El rol del Ejercito como guardián del orden social

Desde el golpe de Estado de 1931, y la fracasada rebelión de 1944, el Ejercito de El Salvador se erigió por décadas como la principal institución de gobierno, en sustitución de una oligarquía que resultó incapaz de brindar soluciones a los problemas sociales. El Ejército lo hizo a su manera, con mano de hierro, de manera directa, durante un largo periodo histórico que terminó en 1979 con la caída de la segunda Junta de Gobierno en 1982, precisamente cuando iniciaba la guerra civil que terminaría formalmente con los Acuerdos de Paz de 1992, iniciando una era de gobiernos “civiles”, pero donde el poder real lo siguen ejerciendo las Fuerzas Armadas.

Abelardo Cuadra, descendiente de oligarcas conservadores, como oficial de la Guardia Nacional, participó en la conspiración y en el asesinato del general Augusto C. Sandino, el 21 de febrero de 1934. Tiempo después, arrepentido, participó en varias conspiraciones para derrocar a Somoza, y escribió sus memorias, de cuyo libro titulado “El Hombre del Caribe” extraemos estas cartas, escritas cuando estaba prisionero en 1935, las que narran los detalles del vil asesinato a traicion del héroe antiimperialista y sus acompañantes.

 

Primera Carta

Cárcel de la XXI León, 10 oct. 1935

No había podido escribirte por lo difícil que me había sido sacar la carta, pero aquí va la narración de la muerte de Sandino con todo lo que yo vi, hice y oí esa noche:

El día 21 de febrero de 1934, como a las cuatro y medía de la tarde, mientras yo dirigía el training de unos boxeadores en el ring del Campo de Marte, se me acercó el subteniente César Sánchez y me dijo: “Dice el general Somoza que te espera en su oficina a las seis de la tarde”, y añadió: "Se trata de un asunto de mucha importancia que el General quiere tratar con algunos oficiales”. Y se marchó.

Con reloj en mano, cinco minutos antes de las seis, llegué a la oficina del general Somoza en el Campo de Marte, donde encontré reunidos a los siguientes oficiales:

  1. General Gustavo Abaunza, Jefe del Estado Mayor, dado de baja mes y medio después y hoy director del periódico El Centroamericano, órgano somocista en León,
  2. Coronel Samuel Santos, Jefe de Operaciones e Inteligencia.
  3. Mayor Alfonso González Cervantes, Jefe de la Pagaduría.
  4. Capitán Lizandro Delgadillo, Jefe de la 15a Compañía.
  5. Capitán Francisco Mendieta, Jefe de Abastos.
  6. Capitán Policarpo Gutiérrez, de servicio temporal en Managua.
  7. Capitán Carlos Tellería, Oficial Ayudante (y hoy casado con una hija de la Justa Vivas de Masaya).
  8. Capitán Diego López Roig, nacido en Costa Rica pero residente y con familia en Nicaragua, Jefe de la 17a Compañía.
  9. Teniente Federico Davidson Blanco, Oficial Ejecutivo de la 17a Compañía.
  10. Teniente José A. López, Jefe de la Policía de Managua.
  11. Teniente Ernesto Díaz, Segundo Jefe de la Policía de Managua.
  12. Subteniente César Sánchez, Oficial Ejecutivo de la 1a Compañía;
  13. Y Camilo González Cervantes, empleado civil del Campo de Marte.

Total: catorce asesinos y conmigo quince.

Continúo, pues, mi narración. Llegué completamente ajeno de lo que iba a tratarse, pero en cuanto escuché las primeras palabras y opiniones que salían de los corrillos formados en la oficina, me di cuenta que se trataba de solucionar las dificultades existentes entre Sandino y la Guardia Nacional. El general Somoza no llegó sino hasta las 6.45. A su llegada hicimos silencio y nos sentamos en semicírculo; Somoza, detrás de su escritorio, nos habló poco más o menos así: "Los he mandado citar por ser ustedes oficiales de mi entera confianza, y para someterles a su consideración la solución que debe darse a las dificultades que existen entre la vida del General Sandino y la vida de la Guardia. Yo vengo ahora mismo de la Legación Americana y he presentado al Ministro Bliss Lañe este mismo problema, y él me ha prometido su apoyo incondicional. La actuación de Sandino en la vida pública nicaragüense, tomando en cuenta las últimas declaraciones dadas por él a la prensa, son una prueba evidente de su ambición y esto indica que nosotros, en representación del ejército y por la paz futura de Nicaragua, debemos tomar una resolución contundente pero necesaria'’.

(Te acordarás que Sandino había declarado días antes a la prensa que en Nicaragua existían tres poderes: él, la Guardia Nacional y el presidente de la república; debés comprender también, hermano, que ha pasado de esto más de año y medio y que mis apuntes andan confundidos entre los papeles y libros que dejé en mi casa.)

Todos comenzaron a tomar la palabra y a emitir su opinión con respecto a la medida o resolución que debía tomarse, y claro está, no hubo uno solo que no señalara como única alternativa matar a Sandino aprovechando la estadía de él ese día en Managua. Si no te hablo en primera persona, no quiere decir que esté eludiendo responsabilidades. No. Yo formé parte de esa reunión, yo llevo sobre mi frente la mancha de ese crimen, pero si fui tan cobarde para oponerme a la votación, tengo siquiera un poco de valor para confesar arrepentido ahora mi delito y cuando mi fracasada conspiración posterior contra Somoza, incluí entre los puntos de mi programa la entronización del héroe.

Como medida provisoria para impedir que mañana algunos de los asistentes quisieran negar su participación en el crimen, Somoza pidió que se redactara un acta en que constaría la resolución motu propio adoptada por cada uno de los firmantes. La primera acta sé rompió debido a una observación hecha por el General Abaunza, pues dijo que allí no quedaba deslindada la responsabilidad, ya que parecía que era el ejecutivo el que autorizaba. Entonces se redactó una segunda, sirviendo siempre de mecanógrafo el Capitán Mendieta. La objeción de Abaunza se había debido sin duda a que él había sido colocado en la Guardia por los Sacasa, para vigilar a Somoza y refrenarlo; después, como castigo personal y sanción aplicada al ejército por la muerte de Sandino, el presidente le dio la baja a Abaunza.

El acta firmada por todos, sospecho que Somoza se la entregó al presidente o al Ministro Americano; uno de ellos tres es el poseedor, y será un documento histórico muy valioso. Concluida la firma, se estuvo discutiendo la manera de llevar a efecto la consumación del asesinato; se propuso envenenarlo, incendiar el avión en que se regresaría a Wiwilí, ponerle una emboscada en la montaña, etc., etc, hasta que se resolvió matarlo en la casa donde se hospedaba en Managua, que era la de don Sofonías Salvatierra. Convenido esto último Somoza escogió para la ejecución del crimen a los capitanes Lizandro Delgadillo y Policarpo Gutiérrez, apodado El Coto; y a los tenientes José A. López y Federico Davidson Blanco. Junto con Somoza se retiraron a un cuartito que había contiguo a la oficina y allí arreglaron la forma y los más pequeños detalles del plan; después de conferenciar, los cuatro oficiales salieron a cumplir lo acordado.

Somoza permaneció con nosotros y todos quedamos esperando nuevas noticias; debo decirte que Somoza ya venía desde antes meditando la manera de matar a Sandino y como especie de coartada había invitado a la poetisa Zoila Rosa Cárdenas a dar un recital en el Campo de Marte, en la cuadra de los cañones, al que él asistiría tranquilamente mientras liquidaban a Sandino. Como te digo, pues, todos quedamos en la oficina de Somoza y el recital señalado para las 8 de la noche hubo de retrasarse.

Diecisiete minutos antes de las 10 de la noche llegó casi al trote el capitán Delgadillo, que dijo: "General Somoza, ya lo agarramos, lo tenemos en el Hormiguero junto con don Gregorio, Salvatierra y los generales Estrada y Umanzor”. Entonces Somoza nos preguntó si no sería mejor dejar presos a Sandino, Estrada y Umanzor para toda la vida. (Para ser exacto te cuento esto: yo no sé si Somoza sintió miedo a la responsabilidad consiguiente, o si vibraría una cuerda noble en su alma, o fue refinamiento de crueldad.) Todos dijimos que se cumpliera lo acordado y Delgadillo regresó en carrera a la fortaleza del Hormiguero en donde estaba detenido Sandino.

Ahora déjame hacerte una recapitulación de lo acontecido, desde que habían salido los cuatro oficiales a cumplir la resolución: todos se fueron en automóvil al cuartel del Campo de Aviación (que queda bastante cerca de la casa de Salvatierra) y allí recogieron los informes de unos policías secretos que desde mediodía estaban apostados frente a la casa con la consigna de espiar todos los pasos de Sandino y de los suyos; por los informes de estos policías se supo que Sandino, con los generales Estrada y Umanzor, habían ido a cenar a la casa presidencial y saldrían de allí un poco noche; que Sócrates Sandino y el coronel Santos López estaban en casa de Salvatierra y que el capitán Juan Ferreti (condiscípulo tuyo donde los Salesianos) andaba paseando por las calles.

Delgadillo regresó entonces al Campo de Marte y tomó diez guardias de la 15a y la 17a compañías, mientras El Coto Gutiérrez y Davidson Blanco, con diez o catorce guardias de la 15a compañía y de la policía, o primera compañía, cercaban la casa de Salvatierra para matar a los de adentro. Delgadillo con sus hombres, le puso emboscada a Sandino en un predio vacío que hay entre la fortaleza del Hormiguero y la Imprenta Nacional; y convino con El Coto Gutiérrez que cuando éste oyera tiros del lado que él mandaría indicar con un correo, debía atacar la casa de Salvatierra.

Delgadillo apostó a sus guardias en el predio, atravesó el fordcito GN-5 en la calle y puso al sargento Juan Emilio Canales, para que fingiera estar inflando una llanta, pero con una ametralladora en el guardafango; sus instrucciones eran las de parar, para ser registrado, todo carro que viniera de la casa presidencial.

Entre el tiempo que permanecí emboscado y el sonido de la sirena del carro de Sandino, apenas medió el instante que un hombre necesita para orinar”, me dijo después Delgadlllo contándome los sucesos.

La continuación te llegará en otra carta. Pasa esto a máquina y en buen papel.

Tu hermano,

Segunda Carta.

Cárcel de la XXI León, 23 oct. 1935

Querido hermano:

Sigo con mi relato en el punto que habíamos quedado.

La detención del carro del general Sandino fue así: El sargento Juan Emilio Canales, junto al fordcito GN-5, vio, acercarse las luces de dos carros que bajaban de la presidencial, prevenido ya por la sirena; a poco se sintió enfocado por el primero y poniéndose el antebrazo izquierdo en la cara a manera de pantalla ordenó: "¡Alto ese carro!".

El chofer frenó corno a 4 varas de distancia. Los generales Estrada y Umanzor desenfundaron sus pistolas calibre 45 pero Sandino dijo: “¡Un momento, muchachos, ¿qué pasa?!" En ese instante salieron los guardias del predio donde estaban emboscados, los fusiles bala en boca, y Delgadillo dijo: "Es orden superior. Todos quedan detenidos; entreguen sus armas". Dentro del carro venían además don Gregorio Sandino y el Ministro Salvatierra, quienes entregaron las suyas; Estrada y Umanzor quisieron disparar pero Sandino los calmo: “No se opongan, nada malo puede ser. Yo voy a arreglarlo todo". Entonces entregaron también las pistolas y todos juntos pasaron prisioneros a la fortaleza de El Hormiguero, que quedaba enfrente. Los pusieron de espaldas a la muralla oriental, custodiados por tres ametralladoras; Sandino, que iba y venía en marcha y contramarchas en un espacio de cuatro varas, pedía explicaciones; tenía los brazos cruzados sobre el pecho y se mostraba irritado.

El oficial de guardia esa noche en El Hormiguero era el subteniente Alfredo López, uno de los que cayeron presos conmigo cuando mi primer complot) y en el momento en que Delgadillo andaba informándole a Somoza lo sucedido, Sandino preguntó: "¿Quién es el jefe aquí? Quiero hablar con él”. López se acercó y entonces Sandino le pidió: “Hágame el favor de prestarme el teléfono, quiero hablar con el presidente de la república". "No se puede” le contestó López. ’'Entonces", dijo Sandino, “quiero hablar con el general Somoza”. (Como mis apuntes no los tengo aquí, no recuerdo si esta comunicación se la dieron o no a Sandino, pero más bien creo que no). Sí sé que López concedió, que lo que podía hacerse era transmitirle al general Somoza lo que deseaba decirle, y lo transmitido fue esto: “Dígale al general Somoza que me extraña todo lo que están haciendo con nosotros. Que nos tienen detenidos como malhechores, cuando hace apenas un año firmé con el presidente Sacasa un convenio de paz. El general Somoza hace tres días me dio un retrato suyo en prueba de amistad. Todos somos hermanos nicaragüenses, y yo no he luchado contra la Guardia sino contra los yankis; y no creo que vayan a aprovecharse de la ocasión para hacer ahora con nosotros lo que no pudieron hacer en la montaña. Dígale que yo quiero que me explique lo que quiere hacer con nosotros”.

El subteniente López se presentó con el recado delante de Somoza, y a poco rato llegó otra vuelta Delgadillo, (quién te acordarás ya se había presentado a informar la captura de Sandino donde estábamos nosotros reunidos) con un mensaje igual, y el coronel Samuel Santos lo increpó duramente diciéndole: “¡Deje de estar viniendo con tazones! ¡Usted es un militar y ya tiene sus órdenes. Proceda inmediatamente!” Somoza intervino entonces enseguida: "¡Tire a ese bandido donde yo le dije! Pero separe antes a don Gregorio y Salvatierra”. Desde ese momento quedó todo resuelto. Somoza cogió su teléfono y ordenó al garaje de la Guardia el envío del camión GN-1 a la fortaleza de El Hormiguero, para salir en una comisión con el capitán Delgadillo.

Mientras tanto, El Coto Gutiérrez y el teniente Davidson Blanco tenían rodeada la casa del ministro Salvatierra; allí estaban Sócrates Sandino que al momento leía; el coronel. Santos López, dormido, y aquel pariente nuestro, yerno de Salvatierra, Rolando Murillo.

La sesión se suspendió en la oficina del general Somoza, y me invitó a mí y creo que a dos o tres más, para que lo acompañáramos al recital de Zoila Rosa Cárdenas, que estaba preparado para tener lugar en el Campo de Marte, como ya te había contado. La muchacha peruana ésta recita bien y es agraciada; sin embargo, Somoza no parecía prestarle atención y era fácil descubrirle en el rostro la grave preocupación. Yo estaba sentado a su izquierda, hombro con hombro. "¿No has oído descargas?” me preguntó por dos veces. Yo le contesté negativamente.

Mientras tanto, Delgadillo separó a don Gregorio y a Salvatierra de Sandino y sus generales Estrada y Umanzor. No se despidieron unos de otros. Sandino y los suyos fueron obligados a montarse en el camión GN-1. Junto con el chofer en la cabina se montaron Delgadillo y el subteniente Carlos Eddie Monterrey. Atrás en la plataforma, sentados a plan y de espaldas a la cabina iban Estrada, que ocupó el lado izquierdo y fue el primer en subir; y Umanzor a la derecha. Sandino quedó en el medio y Estrada, que había encontrado un cajón de kerosine, se lo ofreció diciéndole: "Siéntese aquí, general": Nadie habló, nada más al subir y durante todo el trayecto hubo también un profundo silencio, solo el rodar de las llantas se oía. Tres guardias armados de ametralladoras y siete con rifles, cuidaban a los prisioneros.

El sargento Rigoberto Somarriba, quien portaba un rifle-ametralladora Browning, me cuenta así: "Estrada y Umanzor iban sentados en las esquinas delanteras del camión; el general Sandino, sentado en medio, llevaba las manos sobre las piernas, el torso un poco inclinado hacia adelante. Había una luna que hacía aparecer la noche como el día. Pude distinguir que llevaba hechas las cruces con ambas manos, pero no rezaba; o si lo hizo fue sólo un Padre Nuestro, pues todo el tiempo se dedicó a observarnos a todos, pero de un modo extraño... uno por uno nos fue estudiando y cuando me llegó el turno a mí, sentí que su mirada me penetraba hasta adentro. Entonces me pareció que Sandino era un hombre raro".

¿Buscaba acaso entre los guardias algún conocido que le hiciera un signo de inteligencia para facilitarle la fuga? ¿Estaría su espíritu conturbado por aquella manera imprevista en que se disolvía su vida? ¿Pensaba tal vez que era sólo un sueño y quería despertar? ¡Quién sabe!

Llegados al lugar en que debían ser ejecutados [esto me lo cuenta el subteniente Carlos Eddie Monterrey), Sandino le pidió a Delgadillo un poco de agua y en seguida le preguntó si en realidad se trataba de matarlos, pues él todavía se resistía a creer que se fuera a cometer semejante atrocidad. Delgadillo le contestó que iba a enviar un correo al Campo de Marte, preguntándole a Somoza si los debía matar o no. Luego Delgadillo llamó aparte a Monterrey diciéndole: "Yo me voy a retirar a unas treinta varas fuera del camino y cuando oiga usted un disparo de revólver que yo voy a hacer, ordene la ejecución de estos tres hombres". Monterrey regresó a donde estaba el grupo y ordenó un registro personal de los prisioneros. Sandino habló unas pocas palabras a sus compañeros, pero tan bajo que Monterrey, el más próximo a ellos, no las pudo oír. Umanzor y Estrada movieron la cabeza en señal de aprobación y Sandino le dijo a Monterrey: "Teniente, deme permiso para ir a orinar". "¡Orínese aquí no, más rejodido!”, lo increpó entonces un guardia apuntándolo con el rifle. Hasta ese momento, me dice Monterrey, se convenció Sandino de que su muerte era ineluctable, porque lanzó un hondo suspiro, movió la cabeza en signó negativo, y no volvió a hablar, sólo Estrada habló. "No les pida nada a estos jodidos, general, deje que nos maten”, fue lo que dijo.

Hasta ese momento Sandino no había desesperado de salvar su vida y la de sus compañeros, habituado como estaba a salir siempre avante de las dificultades y los peligros; se le había escabullido al gran general Lejeune, héroe de Chateau-Terry en la guerra mundial, después de presentarle tres días de combate en El Chipote y burlándose de él al dejarle muñecos de zacate en las trincheras, en lugar de soldados, contra los cuales disparaban los yankis mientras él iba ya lejos; se había burlado también del general Calvin B. Mathews, del general Logan Feland, orgullosos académicos; se defendió con bombas hechas de las latas de conservas vacías botadas por los marineros, amarradas con bejucos para darles mayor presión; a machete extraían sus hombres el plomo de las balas del tronco de los árboles al terminar los combates, para volverlas a utilizar, engañando y luchando, sacándole ventaja al enemigo con astucia, sin desmayar nunca, Y esa noche de febrero, creyó quizás que pidiendo agua, o permiso de ir a orinar, iba q presentársele la ocasión propicia, huir, retardar la orden salvadora. Pero al ver que un guardita cualquiera lo encañona con el rifle, lo insulta, se le corta toda esperanza y sólo puede mover la cabeza desalentado y lanzar un suspiro.

Un guardia les ordenó que se dejaran registrar. Estrada, adelantándose, se sacó un pañuelo rojinegro de la bolsa. “Sólo esto tengo. Guárdeselo, se lo regalo", le dijo. Umanzor le obsequió al subteniente Monterrey un paquete de cigarrillos marca “Esfinge”; Sandino no se dejó registrar. Tocándose la cintura dijo: "Si tuviera pistola, ya hubiera disparado.", y comenzó a pasearse. La señal de Delgadillo todavía no llegaba.

Estrada y Umanzor se sentaron en un cangilón de tierra, de esos que dejan en los caminos las ruedas de las carretas. “¡Jodido, mis líderes políticos me embrocaron!", dijo Sandino y sin que nadie le respondiera nada, se sentó junto a los suyos en el mismo cangilón. Contado de izquierda a derecha quedaban Estrada, luego Umanzor, por último, Sandino. Los diez guardias parados a 3 varas de distancia, una ametralladora frente al pecho de cada uno de los que iban a morir. Rasaron unos minutos; y después, en un instante como cualquier otra fracción de tiempo, Delgadillo disparó tras un matorral su balazo al aire.

El subteniente Monterrey, que ya había aleccionado a sus guardias, fue el primero en disparar su pistola sobre Sandino, colocándole el tiro media pulgada arriba de la tetilla derecha. Sandino se sacudió y emitió un rugido sordo. Al tiempo dé sacudirse otra bala le penetró en la sien izquierda, sallándole exactamente por la derecha; una tercera bala le entró en la mitad del plexo y el ombligo, saliéndole al lado izquierdo de la columna vertebral. Murió instantáneamente.

A Umanzor le penetraron dos o tres balas detrás del temporal derecho, que al salirle por el tímpano izquierdo le abrieron un boquete con diámetro de tres pulgadas y media, igual o más grande qué el círculo que le pinto aquí. Tenía más balazos, pero no recuerdo dónde. Estrada recibió cuatro tiros en el pecho y uno en la mano derecha; cuando cayó herido hizo el impulso de incorporarse, logrando hacerlo hasta la mitad, pero volvió a doblarse.

Todos los guardias se lanzaron sobre los cadáveres buscándoles el dinero y joyas (me refiero a los soldados y no al oficial). Les encontraron dinero en efectivo, aunque en escasa cantidad, juntos los tres no rindieron cien córdobas. El sargento Rigoberto Somarriba le arrancó a Sandino un anillo de brillantes que al día siguiente vendió en 70 córdobas, lo menos que valía eran doscientos. Su reloj de oro no sé en poder de quién quedó; anillos de oro, baratos y muy gruesos, que los quitaron a Estrada y Umanzor, tampoco sé en poder de quién quedaron. Nada de papeles importantes. No he sabido si profanaron los cadáveres, y te digo esto último por lo que más adelante te contaré acerca del cadáver del general Sandino.

No puedo seguirte escribiendo, hasta aquí me despido. Veré de apurar de alguna forma el envío de ésta.

Tu hermano,

Tercera Carta

Cárcel de la XXI León, 3 de nov. 1935

Querido hermano;

Creo que ya con ésta acabo de hacerte relación del asesinato, Bueno, mientras sucedía que la gente de Delgadillo ultimaba a balazos a Sandino y sus dos generales, la gente de El Coto Gutiérrez atacaba la casa de Salvatierra; Sócrates se defendió a balazos y el coronel Santos López —que como en campaña estaba durmiendo vestido—no hizo más que levantarse de un salto, tomar una ametralladora y dispararla, empeñándose un vivo tiroteo. Comprendió sin embargo que no podría resistirle a la Guardia, así que, aprovechando que la casa de Salvatierra (como la de nosotros allá en Masaya) tiene una tapia baja de madera que da a otros patios y estos patios a la calle, saltó con su ametralladora Thompson por arriba de la cerca, pasando en medio de la lluvia de balas y recibiendo sólo una herida en la pierna; así herido caminó desde Managua hasta las montañas segovianas a juntarse con el general Pedrón Altamirano, con quien todavía vive enmontado.

También Sócrates Sandino se defendió como hombre y por el número de cartuchos que le faltaba a su faja de tiros que vi junto con su pistola luego, deduzco que la cargó dos veces; herido en diversas partes del cuerpo quiso huir igual que Santos López, pero cayó acribillado, impedido por los balazos que ya tenía.

En ese mismo asalto murió Rolando Murillo, el yerno de Salvatierra, quien habiendo recibido cinco o siete balazos, en la región hepática resistió por ocho días más. Murió también un chavalito de ocho años de edad, sólo tenía un balazo en la parte superior de la cabeza. Este chavalo tuvo el honor de ser enterrado junto con Sandino y su hermano Sócrates y los generales Estrada y Umanzor. 

La balacera contra la casa duró un cuarto de hora, poco más o menos; terminada ésta hizo irrupción en las habitaciones Camilo González Cervantes, quien se llevó todos los papeles del general Sandino, y se dice que también unas tantas libras de oro en polvo que estaban en la caja de hierro de Salvatierra, oro que motivó el viaje de Camilo a Nueva York para su realización, de acuerdo con Somoza todo esto.

En el Campo de Marte, entre tanto, al oírse los primeros disparos, los que sabíamos su causa fingimos ignorancia; se dieron sin embargo órdenes precipitadas y la situación de la fortaleza fue la de un reducto que espera ser asaltado. Cada uno ocupó su lugar, para repeler... lo que no existía. No sé si antes te dije que Somoza me había nombrado director general de comunicaciones para esa noche. “¿Qué instrucciones llevo, le pregunté.” Y él me contestó: “Sólo a mí se me puede dar comunicación”. Cuando tomé posesión de este puesto en la oficina le pregunté al telegrafista: “¿Cuándo este aparato está para recibir y cuándo para transmitir?” "Pues conectando este switch" de este lado, se recibe, y de este otro lado se transmite", me dijo. “Sargento", llamé entonces al jefe de la escuadra que me seguía, “¿oyó usted la respuesta de este hombre?. "Sí, señor" me respondió. "Pues bien" agregué, “si este hombre pone el "switch" en posición de transmitir un mensaje que no lleve mi visto bueno, tírelo sobre su mesa de trabajo”, y le dejé cuatro guardias al sargento, igual cosa        hice con el         telefonista; y le dejé un cabo con otros cuatro guardias.

Terminando estaba de impartir mis instrucciones, cuando noté que la placa No. 1 del tablero telefónico, o sea la correspondiente a la casa presidencial, repicaba con furia. "Teniente” me dijo el telefonista, "llama el presidente de la república en persona”. El pobre      hombre temblaba. Yo tomé el escuchador y oí la voz indignada del presidente Sacasa que decía: “¿Quién es el atrevido que a mí no me da la comunicación? Soy el presidente de la república. Quiero hablar con el general Somoza". Yo desconecté el "switch".

Varias llamadas del presidente rechacé, lo mismo que de otros funcionarios, entre ellas una del general Gustavo Abaunza que desde adentro quería hablar con León. Como yo ya te había referido antes, Abaunza había sido colocado por Sacasa para espiar los movimientos de Tacho, de modo que su afán de hablar por teléfono tenía significación, ya que, además, a la    inversa de los otros,         fue el único que quiso comunicarse de adentro hacia afuera. Cuando recibió mi negativa, disgustado mandó sustituirme, a pesar de saber perfectamente que yo cumplía órdenes superiores recibidas en su presencia; llegó a quitarme el mando y regañarme en público el capitán Carlos Tellería, quien no es oficial académico. Me reprendió y me dijo que quedaba sustituido. No le dije nada en el momento, pues era de graduación superior y tenía que respetarlo; pero saliéndome al patio, lo llamé y le dije: “Usted ha hecho mal en llamarme la atención delante de unos subalternos, cosa prohibida por nuestra ética militar. Yo he venido aquí nombrado por un primer jefe del que obedezco instrucciones, y usted por un segundo jefe. De teniente a capitán lo he respetado, pero como hombre, el asunto es distinto”. El se portó muy comprensivo y me dio la mano; yo volví a quedar como jefe de comunicaciones.

Ahora, yo, que deseaba saber y ver detalles de lo acontecido afuera, me dirigí al General Somoza y le referí lo que había pasado, pidiéndole que me relevara de allí y me enviara mejor al sitio donde estaban los cadáveres para inspeccionar el entierro. Así lo hizo y yo partí a toda prisa hacia el sitio.

Los generales muertos estaban en el campo de aterrizaje. Sandino, Umanzor y Estrada yacían a unos tres metros de la parte oriental del Hospicio Zacarías Guerra, que está deshabilitado. Sócrates yacía boca arriba. Sólo Sandino tenía el rostro lleno todo de sangre. A pesar de que eran las 2.15 de la mañana del día 22 de febrero, había ya algunas moscas sobre los cadáveres. Yo contemplé a los generales abatidos y pensé: los van a enterrar en una fosa cualquiera, sin ataúd, ni siquiera una cruz con un nombre mal escrito y la fecha de su muerte les pondrán sobre sus tumbas. ¡Y cuántos hay, no se diga sólo en Centroamérica, sino en el continente y tal vez, en el mundo, que quisieran contemplar por última vez esos rostros! La noticia de que asesinaron a este hombre pequeño de estatura, con esos pies gorditos y blancos, como chinita, van a gritarla los voceadores en las calles asfaltadas y concurridas; y meterá bulla e Indignación la clase de muerte que se les dio. Hombres famosos y anónimos, en las grandes ciudades del mundo y en los pueblos más pequeños, hablarán de ellos, los qué yo estoy mirando tendidos aquí.

Sandino tenía rota la camisa y la camisola, quedando su pecho al descubierto; también su pantalón aterciopelado de color café, estaba roto en la parte delantera. Tenía recogido el pene y una gota de semen se veía en la punta. Los testículos muy desarrollados, o inflamados por algún golpe. Los otros tres cadáveres estaban desnudos del pecho, pero no tenían las camisas rotas, sino desabotonadas. Sus partes nobles estaban golpeadas.

Me acuerdo de Sócrates Sandino que me dio un susto ya muerto. Fue así: me acerqué para examinarle las heridas, y un guardia de apellido Portillo lo tomó del cabello y lo sentó. El cadáver, arrojó entonces un poco de sangre por la boca y abrió los ojos; no tenés idea del susto que nos llevamos. Cuando el guardia lo soltó, el cuerpo cayó otra vez boca arriba y cerró los ojos. Me dio curiosidad y ordené al soldado que volviera a sentar el cadáver y así lo hizo 'por cuatro o cinco veces, cerrando y abriendo los ojos en todas las ocasiones pero sin arrojar sangre. Sus balazos en partes vitales del cuerpo habían sido siete.

Allí estaban pues, el general Francisco Estrada, natural de Managua, de familia de artesanos, hombre de toda la confianza de Sandino, al único al que nunca le achacaron ningún acto de crueldad. El general Juan Pablo Umanzor, con su cara de perro bravo, audaz entre los audaces, analfabeto quizás, pero maestro en las guerrillas, cruel, muy cruel. El fue el primero quien jugó con dados hechos de las mandíbulas de los marinos americanos muertos en las emboscadas. El general Sócrates Sandino, de poca actuación en las montañas pero no carente de méritos.

Y por último, Augusto César Sandino, con sus 5 pies y 3 pulgadas de estatura; unas 130 o 135 libras de peso, ojos negros y pequeños, encapotados. Unos pies tan chiquitos, finos y blancos como cualquier estrella de Hollywood hubiera querido para sí. Su rostro estaba surcado de arrugas que lo hacían aparecer más viejo de lo que en realidad era, y ahora, muerto, en esas arrugas había coagulado la sangre, dándoles apariencia de. heridas. El pelo liso y fino como de indio, de unas 3 pulgadas de largo, echado hacia atrás. El cuerpo musculoso.

Estrada y Umanzor eran altos, el primero tendría tal vez unos 6 pies y pulgadas de estatura. Ambos color canela, color de indios. Estrada había sido un buen jugador de fútbol

Cuando los ocho presidiarios terminaron de cavar la inmensa fosa, no menos de siete guardias arrancaron pedazos de tela del vestido de Sandino, para guardárselos; también oí a unos pocos que maldecían su memoria. Un guardia de apellido Ruiz se guardó un calcetín. Yo le corté un mechón de pelo y el guardia que me prestó su navaja me pidió un poco y sé lo di. Después se procedió a enterrarlos.

Al general Sandino fue al primero que se echó al hoyo, cogiéndolo dos presos por las manos y los pies; lo balancearon y lo tiraron al fondo como un fardo. Hizo sordo al caer, pues la fosa era muy profunda. Yo me acerqué, regañé a los presos y dispuse que se introdujeran dos de ellos para recibir los cuerpos. Cosa curiosa, el general Sandino quedó con una mano bajo la espalda y la otra en alto como la levantan los boxeadores cuando obtienen la victoria, en eso se puede reconocer el cadáver. A su lado, cabeza con cabeza, están Estrada y Umanzor. Se les puede distinguir, pues Umanzor tiene deshecha la parte izquierda del cráneo. Todo el enterramiento se hizo a la luz de las lámparas tubulares, pues la luna brillaba ya muy opaca,

¿Ya te describí el lugar donde quedaron enterrados en el campo de aterrizaje? El propio sitio de su tumbas se localiza así; se camina 15 o 18 pasos desde la parte oriental del Hospicio Zacarías Guerra, siempre hacia el oriente, y unos 10 del costado norte, siempre hacia el norte de una casa de madera que sirvió de campamento a las tropas yankis. Allí está Sandino. Encima de todos está enterrado el chavalito de unos diez años que te conté, que era un criadito de Sofonías Salvatierra.

Sobre las tumbas hay monte y unas flores de jalacate. Cuando se ponía la luna echaban las últimas paladas de tierra; la misma luna que los había alumbrado bajo los pinos de las incomparables noches segovianas.

Hasta aquí las muertes, Pero falta algo todavía que te irá en la próxima carta.

Tu hermano,


Por Leonardo Ixim

Para 1968 el Frente Guerrillero Edgar Ibarra (FGEi), núcleo central de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), rompe con el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT).

Aduciendo que crear nuevos frentes guerrilleros debilitaba la estructura y el apertrechamiento del FGEI, siendo una política interesada -según estos- de parte de la dirección del PGT que debido a su orientación “pequeño-burguesa” concebía  un gobierno con la participación de la burguesía nacional, poniendo como ejemplo el apoyo a Méndez Montenegro, pero a lo cual solo el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR13) no se sumó. Posteriormente a esto, las FAR y el MR13 buscaron articularse pero sin éxito; la muerte en un sospechoso accidente de carro en la calzada Roosevelt de la Ciudad de Guatemala de Turcios Lima en 1966, influyó en que tal alianza no prosperara, afectando además a las FAR, donde emergieron en la comandancia además de Julio Macías (Cesar Montes), Jorge Soto (Pablo Monsanto).

El MR13 busca implantarse en Baja Verapaz y en la Sierra de Chama en Alta Verapaz bajo la dirección de Socorro Sincal. Oscilando su perspectiva política entre un nacionalismo revolucionario y el maoísmo, sin embargo, no logran el cometido y con el asesinato por parte del ejército mexicano del chino Yon Sosa en 1970 cuando éste pretendía reconstruir la retaguardia, el MR-13 se disuelve, aunque parte de la organización que deja en estos departamentos, se vinculará al Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP).

El PGT y el reajuste táctico

En diciembre de 1969 se lleva a cabo el IV congreso del PGT, donde se asume que era necesario repensar la guerra, siempre asumiendo la vía de la guerra popular revolucionaria. Sin embargo, es hasta tres años después, en marzo de 1972 que el Comité Central emite el documento “Situación Político Nacional y Ajuste Táctico” conocido como el “reajuste táctico”, haciendo críticas a las formas en que las FAR implementa la guerra, caracterizada de foquista y aventurera.

En el ínterin, en 1971 el gobierno del general Carlos Arana Osorio (que inaugura el denominado generalato y había sido comandante de la base de Zacapa, estando a su cargo el exterminio de la guerrilla en el gobierno de Méndez Montenegro, realizando las primeras acciones de genocidio en Guatemala) implementó un estado de sitio que duró todo un año en la ciudad capital, cateando casa por casa, colonia por colonia, en una de las operaciones de control mas grandes  que la dictadura hubiera llevado a cabo.

El PGT considera que la lucha armada está aislada de las masas, por tanto se tenía que fortalecer la táctica política de la lucha de masas dentro la estrategia de la lucha armada e implementar las Fuerzas Armadas Revolucionarias, lo cual nunca se logró, creando solamente la Comisión Militar (COMIL) del Comité Central (CC). En septiembre de 1972 en una casa de la zona 7 capitalina las fuerzas represivas irrumpen secuestrando al secretario general Bernardo Alvarado Monzón y a los miembros de la Comisión Política Mario Silva Jonama, Carlos Valle, Carlos Alvarado Jerez, Hugo Barrios Klee y Miguel Hernández, a la militante dueña de la casa Fantina Rodríguez y a la empleada doméstica, Natividad Franco. En diciembre de 1974 asesinarían Huberto Alvarado Arellano sucesor del  secretario general Alvarado Monzón, desapareciendo así a la mayoría de los líderes históricos, quedando otros que se había distanciado como el intelectual Alfonso Guerra Borges y José Cardoza (Mario Sánchez) quien dirigiera la fracción del PGT-Núcleo de Dirección distanciándose debido al debate entre lo militar y lo político en 1978.

Paralelamente a esto, los insurgentes aglutinados en FAR o cerca de, realizan un balance de su actuación. En 1969 los exiliados en La Habana bajo la dirección de Ricardo Ramírez de León (Rolando Morán) elaboran el Documento de Marzo donde plantean que la guerrilla debe implantarse y sumar a los pueblos indígenas, retomando sus reivindicaciones étnicas y no solo de clase.

Estos ingresaron al país vía México, asentándose en el Ixcán fronterizo con ese país junto a Mario Payeras y en un primer momento César Montes quien se separaría vinculándose a la guerrilla salvadoreña; formarían entonces la Nueva Organización Revolucionaria de Combate que en 1974 se denomina EGP. Por otro lado, otra columna que se pretendía iba ser la regional de occidente de FAR,  dirigida por Rodrigo Asturias (Gaspar Ilom), hijo del premio Nobel de literatura Miguel Ángel Asturias, junto a Luis Ixmata se implantan en el volcán de Tajumulco también fronterizo con México y de allí se extienden por toda la Sierra Madre occidental, en una región estratégica por su posición ideal para atacar la infraestructura productiva cañera de la costa sur; éstos se denominarán Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas (ORPA). Alejándose de las FAR también por la postura sobre las reivindicaciones étnicas, pero con una táctica de no incorporar aun a las masas a la guerra.

Las FAR, ahora bajo la égida de Monsanto, deciden implantarse en el lejano departamento de Petén, estableciendo una columna madre que pretendidamente se movería a otras partes y teniendo como base a campesinos mestizos cooperativistas procedentes de la Costa Sur. Aparecen diferencias internas cuando las estructuras urbanas denominadas “La Resistencia” insistían en no perder sus vínculos con las masas, lo cual obliga a FAR disputar con el PGT una línea de masas de orientación marxista-leninista. Así las FAR se vinculan con elementos radicalizados de la Democracia Cristiana Guatemalteca (DCG)  que influyen en la Central Nacional de Trabajadores (CNT). Estas mismas diferencias sobre el papel de las masas pesa dentro del EGP donde la línea mayoritaria es la de vincularse con las luchas sociales que se avecinaban, siendo  una de las causas del alejamiento de Macías, que abogaba por una línea más militarista.

El auge del movimiento de masas

Con el asesinato Alvarado Monzón el Comité Central le da la tarea a Ricardo Rosales Román (Carlos González) de convocar al V congreso, la Comisión Militar del CC y por tanto un nuevo secretariado general, situación que nunca se realizó. Rosales desconoce esa decisión aduciendo que era importante darle mayor importancia a la línea de masas y a la vinculación a luchas legales y políticas, que a la línea armada. En 1970 y en 1974 el PGT llama a votar críticamente por el Frente Nacional de Oposición (FNO) formado por la DCG y el Frente Unido de la Revolución (FUR), escisión del Partido Revolucionario con Manuel Colom Argueta, que en 1970 consigue la municipalidad capitalina. En 1974 habrá un escandaloso fraude del generalato que impone a Kjel Laugerud García sobre el candidato del FNO, el también militar Efraín Ríos Montt.

Con Laugerud se reactiva la movilización social, primero con la huelga de maestros de 1974 a la que se suman diversos sectores. El PGT por su parte crea la Federación Sindical de Guatemala (Fasgua) que junto a la CNT dirigirán importantes luchas. El terremoto de 1976, que afecta a las comunidades indígenas y pobres urbanas,  desnudando la situación social, lo cual será una escuela de militancia para miles de jóvenes de colegios públicos,  privados y universitarios que dará músculo al fortalecimiento de las organizaciones populares. La Juventud Patriótica del Trabajo (JPT) tiene un crecimiento que rebasa al mismo PGT, organizando al estudiantado de educación media y universitaria por medio del grupo Frente en la USAC, llegando al secretariado general de la AEU con Oliverio Castañeda de León en 1978, a la cabeza, asesinado un año después. González por su parte se respalda en la JPT para mantenerse en la dirección. El PGT también crece en materia propagandística, creando además del periódico del CC “Verdad” en cada regional y la JPT un periódico propio.

En mayo de 1978 se realiza la masacre de Panzós en Alta Verapaz contra indígenas Q`ekchies quienes estaban organizados en ligas campesinas influidos por el PGT, demostrando que al interior de este el tema indígena y la reivindicación étnica confluía con el de clase, aunque tal debate no se profundizara, lo cual generó recriminaciones de otras organizaciones.

Esto como reflejo del debate intelectual entre Carlos Guzmán Bockler y Jean Luck Herbert influenciados por Franz Fanón propondrán el concepto de clases étnicas, reviviendo el debate del colonialismo interno ademas; y Severo Martínez Peláez con su obra histórica más fiel a la línea marxista aunque influenciado por economicismo; a lo cual se sumaría el antropólogo miembro del PGT, Joaquín Noval, quien propondrá un enfoque marxista no limitado al economicismo, o el propio comandante Gaspar Ilom con sus obras Racismo I y II, que se orientara más por las cuestiones étnicas sin perder de vista el  núcleo central del marxismo. Así como otros intelectuales cercanos al PGT como Carlos Figueroa Ibarra o Humberto Flores Alvarado, que escribirán sobre la estructura social de clases o Edelberto Torres Rivas, quien lo aborda a nivel centroamericano.

La masacre de Panzos, provocará que la COMIL embosque un camión de la Policía Militar Ambulante, acción que es desconocida por el CC, provocando un rompimiento entre el PGT (CC) y la COMIL, confluyendo con el  PGT-Núcleo de Dirección (PGT-ND) quienes se orientarán mas por la línea armada, mientras el CC por la línea de masas, manteniendo influencias en las organizaciones populares.

Las distintas huelgas entre 1978 y 1980, la de los mineros de Ixtahuacán, la de los trabajadores del Estado en julio de  1978 que pondría entre dicho la realización de las elecciones para ese año con influencia del PGT, las de distintas fábricas y empresas como la de Cavisa y Coca Cola –sindicatos orientados por el PGT- y otras, la de los trabajadores de ingenios organizado por Comité de Unidad Campesina (CUC) afín al EGP en 1980.  Las movilizaciones que provocan el alza del pasaje urbano en septiembre-octubre de 1978, el asesinato de Robín García estudiante cercano al EGP en 1978, de Manuel Colom 1979, la quema de la embajada de España 1980 tras la ocupación de campesinos del CUC.  Se coordinaran bajo la unidad de acción en el Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS), entre Fasgua, CNT, CUC  y organizaciones influidas por la tripartita (EGP, FAR y PGT-ND)  que en 1980 se incluirá el Orpa denominándose cuatripartita. Se crea además el Frente Democrático contra la Represión (FDCR) junto con los partidos FUR y el Partido Socialista Democrático (PSD) de Alberto Fuentes Mohr, también asesinado en 1979.

Como se verá, la línea de masas que el PGT (CC) de una tradición que data de la revolución de 1944 con líderes sindicales como Víctor Manuel Gutiérrez, el apóstol de la clase obrera asesinado en 1969 y contrario a la lucha armada, será la fundamental de esta facción, que por su parte será la mayoritaria, independiente si Carlos Gonzales usaba ese hecho para mantenerse en el cargo ilegítimamente.  El implante en la clase obrera de la ciudad capital, el ligas campesinas de Chimaltenango, Alta Verapaz, Escuintla, de trabajadores agrícolas en varios puntos de la costa sur y en Izabal, mostraba un PGT que aunque no mayoritario con influencia en el movimiento obrero y campesino, aunque este en menor medida.

El hegemonismo militar más la incapacidad del PGT (CC) y la denominada izquierda democrática (FUR y PD) sobre todo el FUR con cierta organización de masas, ante la represión descarnada de no darle primacía a la movilización donde el elemento armado fuera dependiente de este, permite la contraofensiva terrorista del gobierno. Pese a que en 1980 la CNUS abiertamente llama a derrocar a Lucas García e instaurar un gobierno revolucionario y democrático, situación que no fue acompañado con acciones concretas.

Con esto la movilización se traslada a las regiones ixiles y del norte de Huehuetenango y en menor medida Sololá y Chimaltenango, donde el EGP tenía presencia y se preparaba una insurrección maya que fue abortada vía genocidio por el ejército en 1982 con Ríos Montt como jefe de Estado, a lo cual el EGP no pudo hacer frente. El PGT, dividido en tres CC, ND y Partido Comunista (PC) formado por la COMIL, es desbaratado por la represión y cuando en 1982 se funda la Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca (URNG) se integra a esta primero el ND y posteriormente el CC  pero años después -con su Frente Guerrillero “Manuel Andrade” en honor a este,  asesinado en 1978- convertido ya en pedazos. La JPT por su parte creó una comisión militar en 1981 que ajustició algunos esbirros, sobre todo.

La derrota insurgente y el camino a la paz

Los golpes que sufre la insurgencia tras el golpe de estado del 23 de marzo de 1982 con Ríos Montt a la cabeza y la recomposición del régimen tras el descalabro del generalato, celebran elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente en 1984.  El PGT al ser la más débil de las cuatro organizaciones y fracturado entre el ND, CC, PC -después denominado Álamos-  sufre otra escisión, en 1984 con el  PGT 6 de enero.

Este nuevo grupo, junto a la separación de Payeras del EGP, formarían Octubre Revolucionario, quien pretendió desmotar la lucha armada,  clandestinarse, pero aprovechando el escenario electoral tras el triunfo de Vinicio Cerezo en 1985. Estos crearían una alianza con sectores disidentes del FUR y del PSD, preparándose para las elecciones de 1990, pero tras el asesinato del dirigente socialdemócrata Humberto Gamarra el proyecto se desploma. El PGT 6 de enero se disuelve en 1991.

El PGT disminuyó su influencia -aunque con presencia en sindicatos y universidades, ante la reactivación del movimiento popular posterior a 1985 con la construcción de la Unidad de Acción Sindical y Popular y la Unidad Sindical de Trabajadores de Guatemala - y algunas acciones militares, hasta su disolución tras la firma de la paz en URNG como partido político. Adoptando, igual que ORPA y EGP, una línea  donde prima el electoralismo en el marco de la institucionalidad burguesa.

En 2003 se trató de refundar sin éxito, hasta 2007, caracterizado por promover el abstencionismo y apoyar la movilización sobre todo en lo que se refiere a la lucha en defensa del territorio siendo parte de la Asamblea Social y Popular y ciertas reivindicaciones del magisterio como la conversión de maestros presupuestados a maestros por contrato. Sin embargo, no ha existido un balance del actual PGT, acerca de mantener una línea reformista y sobre su postulado de alianza de las cuatro clases: burguesía, proletariado, pequeña burguesía y campesinado.

Por Leonardo Ixim

El 28 de septiembre de 1949 se formó el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) bajo el nombre de Partido Comunista Guatemalteco en un ambiente de libertad política de la revolución democrática de 1944, que entre cuyos principios estaba establecer un clima de libertades y permitir la organización de ligas campesinas, sindicatos y partidos políticos de izquierda, a diferencia del clima autoritario de la dictadura de Jorge Ubico, que la revolución derrocó.

El PGT retomó la bandera de los partidos comunistas a nivel mundial, ya en ese tiempo bajo la influencia estalinista y la tradición de los primeros partidos comunistas centroamericanos, el Partido Comunista Guatemalteco fundado en 1921 y el Partido Comunista Centroamericano -conformado por militantes marxistas Centroamérica en Guatemala-  fundado en 1922,  ambos golpeados por la represión de los distintos gobiernos de la década de los veintes y la dictadura ubiquista implementada desde 1931.

El nacimiento y los balances a partir de la contrarrevolución

El contingente que lo fundó provenía del Partido de Acción Revolucionaria, que era una de las agrupaciones que sostenían a los gobiernos revolucionarios. En su fundación se generó mucho debate si aparecía públicamente o no, pues  el presidente Arévalo era contrario a los comunistas y de hecho el partido recibió su legalización hasta 1952, ya en el gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán, bajo PGT. Este intervino en la creación de Central General de Trabajadores de Guatemala, los comités agrarios locales a partir de la implementación de la reforma agraria (decreto 900) y algunos de sus dirigentes serán confidentes del presidente Arbenz.

La naturaleza de la revolución por su carácter democrático, además de las orientaciones del estalinismo que propugnaba por el desarrollo del capitalismo y la creación de una “burguesía nacional” tesis que habían sido cuestionadas por José María Mariátegui y Farabundo Martí, llevo al PGT  a confiar -al igual que a Arbenz- en el  ejército, el régimen político en su conjunto y en que la burguesía industrial y comercial naciente iba a defender la revolución.

Esto lo desarmó políticamente para enfrentar la contrarrevolución  e invasión, promovida por el gobierno de Eisenhower, la vernácula oligarquía y los partidos conservadores. Se instauró con métodos de guerra civil, la persecución y aniquilamiento de todo el engranaje revolucionario.

El PGT por ende y toda la organización sindical y campesina que promovía, fue duramente golpeado, llevándolo a la clandestinidad, situación para la que no estuvo preparado; sin embargo para  1956, a partir del exilio de la dirigencia en México, se empieza a reconstruir las estructuras partidarias. En 1958 la población respalda al militar anti-comunista Idígoras Fuentes quien había sido despojado de su triunfo electoral por el liberacionismo , pretendiendo mantenerse en el gobierno. Es decir, hubo quiebres en las alas del anti-comunismo que el PGT pretendió aprovechar, exigiendo al gobierno de Idígoras, que asume en 1959, mayores libertades democráticas, política influida además por XV congreso del PCUS tras la muerte de Stalin orientando a la denominada “convivencia pacífica” entre la URSS y EU.

Pero con el triunfo de la revolución cubana en 1960 y la sublevación de oficiales medios imbuidos del sentimiento revolucionario aun, al interior del ejército, que tras un intento de golpe de Estado fallido, su exilio a países vecinos y su posterior ingreso para organizar la primera guerrilla el Movimiento 13 de Noviembre (M-13), el gobierno ydigorista acentuará la represión y la persecución a la  organización popular que existió en sus primeros años.

Ese año el PGT realizó su tercer congreso -el segundo desde la contrarrevolución- donde hace un balance de su actuación y aunque se cuestiona su política con respecto a la confianza hacia la “burguesía nacional” y a la institucionalidad del Estado. Mantuvo durante toda su vida hasta su disolución en 1995, que la naturaleza de la revolución guatemalteca debe ser patriótica, democrática y anti-feudal;  similar a la tesis estalinista de alianza con la burguesía nacionalista. Similar a la “nueva democracia“ del  maoísmo, donde la revolución es obra de la alianzas entre obreros, campesinos, pequeña burguesía y burguesía patriótica.

El debate sobre la lucha armada

El fraude en las elecciones municipales de 1962, la galopante corrupción del gobierno ydigorista y la falta de hegemonía dentro del bloque dominante, desgastaba al régimen. Así, entre marzo y abril de 1962 se dan las jornadas pre-insurreccionales en que estudiantes, obreros y pobladores se lanzan a las calles, pero son desmontadas por una política conciliatoria impulsada por el PGT, el Partido Unidad Revolucionaria conformada por ex miembros del Partido Revolucionario (PR) y la naciente Unidad Revolucionaria Democrática, (URD) de militantes expulsados del PR. Este último fue un partido fundado en 1956 por dos pequeños grupos  quienes habían sido parte del engranaje revolucionario, pero rápidamente adquirió un carácter anti-comunista y estuvo sacudido por una serie de desprendimientos hacia su izquierda, sobre todo.

Otra de las causas del desmontaje de la lucha de masas fue que los partidos de centro-izquierda como la URD, PUR con el apoyo del PGT le apostaban a las elecciones de 1963, mientras que otro buen número de grupos y partidos arevalistas esperaba la candidatura del ex presidente presumiéndose arrasadora, que para ese momento había negado su pasado revolucionario y miraba con simpatía la política exterior de Kennedy. Pese a esto, el ministro de defensa del gobierno de ese momento Enrique Peralta Azurdia con el apoyo gringo dan un golpe de estado en febrero de 1963 de carácter preventivo y contra-insurgente, figurando como en toda la región el papel de las fuerzas armadas asumiendo el poder y militarizando los Estados.

Meses antes se forman las primeras Fuerzas Armadas Rebeldes, conformada por los destacamentos de militares alzados dirigidos por Yon Sosa, Turcios Lima, Trejo Esquivel, Loarca Argueta del M-13; además de Movimiento 12 de abril formado por elementos radicalizados del estudiantado de media y universitaria, de sus organizaciones Fuego y AEU respectivamente;  y elementos del PGT y su Juventud Patriótica del Trabajo (JPT). Aquí salta un debate que sobre todo la JPT impulsa acerca de adoptar la lucha armada, pero sin definir claramente bajo que método y con la experiencia del primer intento de iniciarla con el Destacamento 20 de Octubre o la guerrilla de Concua, lugar donde fuera aniquilada en 1961. Posteriormente los elementos comunistas de la guerrilla se aglutinaron en el Frente Guerrillero Edgar Ibarra, en honor a un estudiante de secundaria asesinado.

El debate de la lucha armada en el seno del PGT llevó en 1962 al desplazamiento de la línea que  en sintonía con las orientaciones de Moscú  de no usar métodos violentos y la vinculada a la lucha de masas de forma legal, fuera desplazada por elementos nuevos de la juventud. Saliendo líderes históricos como el intelectual Alfredo Guerra Borges o el líder sindical Víctor Manuel Gutiérrez y entrando Cesar Montes, Rolando Ramírez que después se separarían del partido formando ejércitos guerrilleros y otros como Oscar Vargas Foronda, Leonardo Castillo Johnson, etc.

El PGT asume la fantasmagórica postura de impulsar “todas las formas de luchas”, aunque las condiciones de la clandestinidad entorpecían la lucha social y organizativa,  el cierre de espacios tras el golpe de Estado del 1963 imposibilitaba la lucha electoral, mientras que la lucha armada no terminaba de definirse la forma, tanto en el seno del PGT-JPT, las FAR y el MR-13, con el predominio del foquismo, pero ya figurando otras concepciones relacionadas a lo prolongado o no de la guerra. Esto se vio claro en los debates en los distintos comités centrales y en el IV congreso de 1965. El papel de los posadistas, una corriente guerrillerista que se reclamaba del trotskismo, en el MR-13 generaría más debates en el seno del movimiento revolucionario.

El posadismo y su Partido Obrero Revolucionario, influyó a Marco Antonio Yon Sosa para que convirtiera al MR-13 en un partido revolucionario y centrara el carácter de la revolución en la alianza obrero-campesino; estos  trotskistas, a diferencia de otras corrientes, consideraban la lucha armada como principal. Cuestionaban al PGT por su reformismo a partir de su política de  cuatro clases, lo cual fue respondido por este, de que los trotskistas eran divisionistas y demagogos. Este debate influyó en Fgei que cuestionaba a la dirección del PGT de no apoyar totalmente la lucha armada, cuestionando a los posadistas de igual manera, pero aceptando que la revolución debía ser obrero y campesina. El MR-13 y Yon Sosa terminó de distanciarse de las FAR y Turcios Lima, que dirigía el Fgei,  mantuvo su alianza con el PGT, en 1965 se crea un comando único entre estos logrando establecer las segundas FAR.

Estos, junto el MR-13 aumentarían su radio de acción de el oriente a varios departamentos en el norte, sur, sur-occidente y algunos de occidente. Sin embargo la decisión del CC del PGT de llamar a votar por Julio Cesar Méndez Montenegro del PR, buscando una salida negociada a la guerra,  dividiría a las FAR y al mismo PGT, pese a que el PGT trataría de establecer otro contingente guerrillero, el Fuerzas Armadas Revolucionarios de corta duración. En 1966 tras las reuniones de la tricontinental en La Habana, la burocracia cubana  obligó a Yon Sosa a expulsar a los posadistas manteniéndose partidario de la revolución socialista y cercano a la línea china.

Continuará

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