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Por Marco Antonio Moreno

Hasta 1979 la deuda pública de Estados era de 826.519 millones de dólares. En 30 años esa deuda se multiplicó 17 veces hasta llegar a los 14,1 billones de dolares actuales. Al 30 de septiembre de 2010, de acuerdo a este informe de Tesoro, la deuda era de 13,5 billones de dólares. Como muestra el reloj de la deuda, la deuda de Estados Unidos crece a una velocidad superior a los 300.000 dólares por minuto. Por eso que una pregunta interesante es la que he intentado responder con la gráfica que ilustra este post: ¿de quién es la deuda pública de Estados Unidos?

Un dato relevante es que el 68,4% de la deuda pública (9,64 billones de dólares) es a las propias instituciones y personas de Estados Unidos, principalmente los fondos de pensiones y la seguridad social. El restante 31,6% (4,46 billones de dólares) está en manos de las naciones extranjeras. Este detalle es sólo la deuda pública. La deuda total de Estados Unidos, supera los 76 billones de dólares, como indica este sitio. Es decir, más que todo el PIB mundial. A continuación, el desglose de la deuda de Estados Unidos con los países extranjeros tenedores de bonos:

   1. China, 906.800 millones de dólares

   2. Japón, 877.400 millones dólares

   3. Reino Unido, 477.600 millones de dólares

   4. Países Exportadores de Petróleo, 213.900 millones de dólares

   5. Brasil, 177.600 millones de dólares

   6. Hong Kong, 139.200 millones de dólares

   7. Centros de Banca del Caribe, 133.700 millones de dólares

   8. Rusia, 131.600 millones de dólares

   9. Taiwán, 131.200 millones de dólares

   10. Canadá, 125.200 millones de dólares

Esta lista incluye sólo los primeros diez países, pero éstos representan el 75% de los 4,46 billones de dólares en bonos de la Reserva Federal. Los países exportadores de petróleo son Ecuador, Venezuela, Indonesia, Bahrein, Irán, Irak, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Argelia, Gabón, Libia y Nigeria. Los Centros de Banca del Caribe representan a países como Bermudas y las Islas Caimán.

1790-2006

Por Marco Antonio Moreno

En La historia de la deuda pública global publicamos una gráfica de la deuda de Estados Unidos desde 1920 hasta 2008. En la gráfica que encabeza este post retrocedemos hasta 1790, catorce años después de la independencia de Estados Unidos y avanzamos hasta el año 2006. En la gráfica 2 hacemos un acercamiento a la deuda de Estados Unidos desde 1945 hasta hoy, dando cuenta de los períodos en que la deuda bajó o aumentó, de acuerdo al cambio de giro en la política económica que dió curso al proceso de endeudamiento que se mantiene hasta hoy.

La deuda pública de Estados Unidos alcanzó su nivel más elevado en 1945, al finalizar la segunda guerra mundial, cuando llegó al 120% del PIB. Desde ese momento, y a lo largo de 35 años, con las administraciones de Harry Truman, Dwight Eisenhower, John Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford y Jimmy Carter, la deuda disminuyó progresivamente hasta situarse en el 34% del PIB en 1980. Desde ese momento, la deuda avanzó hasta tocar el actual techo de la deuda, haciendo que Estados Unidos se enfrente peligrosamente al default o impago masivo, como advirtió Timothy Geithner cuando dijo que Estados Unidos está al borde de la quiebra. En la siguiente gráfica damos cuenta de los gobiernos que han sido más derrochadores, así como de aquellos que fueron más “austeros”.

Esta gráfica muestra lo que pasó desde el 1 de octubre de 1981, cuando Ronald Reagan dio curso a su primer presupuesto, en el cual aplicó sendos recortes de impuestos a los más ricos. Reagan fue elegido por decir al país que la deuda estaba fuera de control, cuando en verdad se encontraba en el nivel más bajo en 50 años (ver grafica 1). Desde 1981, bajo el paradigma de que “endeudarse era bueno y ayudaba al crecimiento” (por la vía de la teoría del ingreso permanente), la deuda aumentó en 9,2 billones de dólares. La línea verde de esta gráfica muestra lo que hubiera sucedido si Reagan hubiese tenido un presupuesto acorde con el ingreso público.

¿Qué fue lo que ocurrió en 1981? Simplemente que Reagan adoptó los dogmas de los teóricos de la oferta, que señalaban que era la oferta, y no la demanda, la impulsora del crecimiento. Con este simple gesto derribaron la concepción económica que venía cumpliendo un rol exitoso desde el fin de la guerra. Este fue el momento en que los teóricos de la oferta demolieron las propuestas keynesianas, como explica el catedrático Julian Pavon en El nudo gordiano de la política económica. Todo esto también fue consecuencia de la primera gran crisis de post guerra: la crisis petrolera de 1974-1975, ante la cual la teoría económica convencional no tenía respuestas.

La única respuesta que se abrazó en esos años fue la de los teóricos de la oferta, que afirmaban que los recortes de impuestos a las corporaciones y a los más ricos, permitiría generar más empleo, y pagar más impuestos. Por lo tanto, ante una menor tasa de impuestos pero con mayor producción, el gobierno recaudaría mucho más para pagar la deuda que Reagan consideraba altísima. Por supuesto que esta teoría no funcionó, y los sucesivos recortes de impuestos en los gobiernos de George Bush y George W. Bush, no aumentaron la recaudación tributaria, y la deuda se disparó a las nubes, aumentado en 9,2 billones de dólares. Actualmente, la deuda de Estados Unidos iguala al PIB del país (14,3 billones de dólares), con la diferencia de que los intereses crecen mucho más rápido que la producción y la recaudación tributaria. Por eso esta deuda se encuentra en punto de no retorno, complicando la recuperación de toda la economía mundial.

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El 8 de enero de 2011, la revista británica The Economist dedicaba un dossier de tres páginas sobre los sindicatos del sector público en el conjunto de los países capitalistas desarrollados. En la página 20, la revista publicaba un gráfico indicando la decadencia desde 1973 de la sindicalización en el sector privado en los Estados Unidos y, a la inversa, el desarrollo de la sindicalización en el sector público entre 1973 y 1980, más allá de las fluctuaciones anuales. En 2010, el porcentaje de sindicalización del sector privado en los Estados Unidos se situaba hasta un máximo de 6,9%, y el del sector público hasta un máximo de 36,2%. Entre las conclusiones, The Economist escribía: “En los Estados Unidos, varios gobernadores republicanos en ascenso han decidido transformar la batalla a corto plazo sobre el salario y las conquistas sociales en una batalla referente al poder de los sindicatos.”

La declaración de guerra de Scott Walker

Desde el 15 de febrero de 2011, un movimiento masivo de trabajadores y sindicalistas de los servicios públicas se puso en marcha en el estado de Wisconsin en los Estados Unidos. La casa de gobierno (Capitolio) de la capital Madison ha estado ocupada por los asalariados. ¿Por qué? El 7 de enero, el republicano Scott Walker entraba en función a raíz de su elección en noviembre de 2010. Inmediatamente, subvencionó a los capitalistas con 140 millones de dólares reduciendo los impuestos de las empresas, incluidos los del gigante de la distribución Wal-Mart. Al mismo tiempo, declaraba la urgencia de solucionar “la crisis presupuestaria”. En nombre del combate contra el déficit, introducía una ley que consistía en que los trabajadores del sector público pagaran de 5.000 a 7.000 dólares más por año por su seguro de enfermedad y para su jubilación. Walker pretendió dividir a los asalariados del sector público, evitando que esta carga impositiva alcanzara a los bomberos y la policía.

El proyecto de Walker iba más allá de la política de austeridad. Tiene por objeto romper la capacidad reivindicativa y la fuerza sindical de los trabajadores del sector público. Es posible resumir en cinco puntos este proyecto: 1) reducir las negociaciones contractuales únicamente a la cuestión de los salarios; 2) prohibir toda huelga del sector público (los huelguistas se encuentran colocados bajo la amenaza de la Guardia Nacional); 3) suprimir todo pago automático de cotizaciones a los sindicatos; 4) la duración de los contratos colectivos no debe superar un año; 5) cada año, los miembros deben volver a votar para certificar o no el poder de negociación del sindicato que los representa.

La pérdida salarial asciende a 20%. A eso se añaden cortes presupuestarios en el ámbito de la educación y los servicios públicos. Entre otras cosas, algunos cortes importantes están previstos en el Medicaid (seguro de enfermedad para las personas con ingresos limitados) y en el programa BadgerCare (un programa de cuidado para los niños venidos de las familias pobres).

Walker convocó inmediatamente a una sesión especial del Parlamento y el Senado para hacer pasar su ley (“ley destinada a reparar el presupuesto”). Al mismo tiempo, hizo llegar una carta a todos los trabajadores del sector público indicando que los contratos colectivos finalizarían con fecha del 13 de marzo y que eso no era negociable.

Para comprender la naturaleza de la respuesta de los asalariados y las asalariadas, es necesario tener en cuenta la mutación que se operó en el asalariado y en las organizaciones sindicales al final de los años setenta. A partir de ese tiempo se han reforzado en los Estados Unidos los sindicatos como American Federation of Teachers (AFT), la National Education Association (NEA), l’American Federation of State County and Municipal Employees (AFSCME) et l’American Federation of Government Employees (AFGE).

Estos sindicatos del sector público traducen también los cambios del asalariado, su diversificación, y agrupan en su seno a un número creciente de mujeres, afro-americanos, chicanos. Se comprende entonces la determinación de los republicanos y del mundo de los negocios de golpear con fuerza a este sector del “movimiento obrero”, aún activo y apto para resistir. Lo que explica la rebelión de los trabajadores y las trabajadoras del sector público del estado de Wisconsin.

La ocupación del Capitolio

El movimiento de oposición radical comenzó en el sector estudiantil, en particular los estudiantes de la Universidad de Wisconsin. Reivindican el derecho a una educación de calidad. El día de San Valentín, 14 de febrero, aproximadamente 1.000 estudiantes se abalanzaron sobre el Capitolio, la casa de gobierno.

El 15 de febrero fracasa la tentativa - entre otras cosas impulsada por los medios de comunicación -, de dividir sector público y sector privado. Militantes de los sindicatos de ambos sectores se reunieron y llamaron a una manifestación común contra la ley que quería imponer el gobierno. La unión se hizo entre los estudiantes y los asalariados del sector público; incluidos bomberos y policías que se sumaron a la manifestación, haciendo fracasar la táctica de división de Walker.

El miércoles 16 de febrero, la movilización reúne a 20.000 personas, el jueves a unos 35.000 y el viernes 18 de febrero a más 50.000. Una consigna: “Kill the bill”.

Catorce parlamentarios demócratas se ocultaron y salieron incluso del estado de Wisconsin, impidiendo al Senado poder votar la ley, ya que no se alcanzaba el quórum. El palacio gubernamental y sus alrededores estaban ocupados por 50.000 manifestantes el día en que Walker habría debido hacer pasar su ley. Desde entonces, las manifestaciones no cesaron.

El sábado 26 de febrero, cerca de 100.000 personas ocupan el Capitolio y sus alrededores en Madison. Desde hace dos semanas el Capitolio está “a en manos” de los  asalariados, a pesar de las amenazas lanzadas el domingo 27 de febrero. Cuando la policía amenaza con intervenir, los bomberos anunciaron que ocuparían en la noche el edificio junto a los estudiantes, lo que volvería una intervención represiva más difícil. Incluso, el WPPA (The Wisconsin Professional Police Association) pidió a sus afiliados que en la noche del 25 de febrero durmieran en el Capitolio.

Un manifestante expresa bien el espíritu de esta movilización que se amplió, mientras que el gobernador tenía la intención de hacer de los asalariados del sector público un objetivo fácil, describiéndolos como “privilegiados”: “Lo importante reside en un hecho de que comprendimos: una vez que se retiran los derechos de algunos, estos derechos van a retirarse a todo el mundo.”

Es esta comprensión que explica la presencia en las manifestaciones y en la ocupación día y noche del Capitolio, de los trabajadores de las acerías, de los camioneros, de los pilotos de las compañías aéreas, de los electricistas, etc.

Además, los profesores que representan un sector combativo del movimiento, supieron perfectamente poner de relieve que los ataques llevados contra su estatuto no eran más que una parte de una ofensiva más amplia contra el sistema educativo y, en consecuencia, contra el futuro de los niños de la mayoría de las familias del estado de Wisconsin.

La ocupación del Capitolio dio surgimiento, además, a un debate sobre la democracia. Por una parte, la ocupación fue muy activa: se organizan guarderías, se dan conferencias, carteles llenos de imaginación empapelan las paredes. La ocupación se hizo con normas que se referían tanto a la contribución de la comida para los ocupantes, como a las rotaciones en relación al mantenimiento del edificio (limpieza, etc.). Por otra parte, se discute sobre el futuro del sector público, sobre las condiciones de trabajo, sobre los orígenes del déficit. Como lo decía una profesora: “Otra democracia que la del Parlamento y el Senado tomó cuerpo aquí.”

Presión policial y la política de concesiones

La ocupación está en una fase. Ante las amenazas de la policía, un representante demócrata, Brett Hulsey, impulsó a los ocupantes a liberar el edificio. Afirmaba: o dejan el edificio, o los detendrán. No obstante, la determinación de las personas movilizadas, de las sindicalistas, de los estudiantes, no retrocedió. Sobre todo teniendo en cuenta que dentro de la dirección del Partido Republicano apareció una fractura: Dale Chultz, senador, anunció que rompía con Scott Walker. Eso reforzó la movilización.

La “guerra de clase unilateral” llevada desde hace años cambia. A la “guerra de clase de arriba” responde “una guerra de clase de abajo”. Es decir, la política sindical de concesiones - política que constituye la columna vertebral de la orientación de los aparatos sindicales – es cuestionada por los trabajadores y las trabajadoras, con el apoyo de la población. Las contramanifestaciones organizadas por la derecha conservadora, el Tea Party, no tuvieron un eco significativo, aunque algunos medios de comunicación las inflaron.

La presión de Scott Walker y de la policía se hizo cada vez más fuerte desocupar el edificio. La policía pretende impedir a las personas que entren al Capitolio. La presión policial se acentuó el 1º de marzo, fecha en la cual Scott Walker debía exponer delante de las instancias legislativas su política de austeridad presupuestaria. Era necesario que “el Capitolio del pueblo” se convirtiera de nuevo en el Capitolio normal. A pesar de la presión policial, aproximadamente 500 o 600 personas se negaron a dejar el edificio. Entre los que permanecieron, es necesario mencionar a Mahlon Mitchell, presidente de la organización sindical de los bomberos (Wisconsin Professional Fire Fighters Association). No obstante, a partir del 27 de febrero, se revelaron las vacilaciones de algunos dirigentes de los aparatos sindicales.

Las declaraciones de dirigentes sindicales se multiplicaron sobre el tema: si nuestro poder de negociación colectiva se mantiene, estamos dispuestos a hacer concesiones sobre los salarios. Eso revela un proceso clásico: la defensa de la supervivencia del aparato, en términos financieros y de representación formal, antes que la defensa de los sindicados y del conjunto de los trabajadores.

Estas vacilaciones y estas señales de retroceder son importantes. En efecto, los republicanos no son los únicos en defender la política de austeridad. Los ataques contra los derechos y las condiciones de los trabajadores del sector público son también atributo de demócratas como Andrew Cuomo, en el Estado de Nueva York, de Pat Quinn, en Illinois, de Gerry Brown, en California. Ciertamente, hay una diferencia entre demócratas y republicanos. Los demócratas no quieren enfrentarse brutalmente al aparato sindical ya que, por una parte, los sindicatos financian las campañas electorales demócratas y, por otra parte, llaman a votar a los demócratas. Pero la tendencia a poner en cuestión el derecho sindical a la negociación colectiva no se limita a Wisconsin. Ya está en el orden del día en los estados de Ohio e Indiana.

Un test para todo el movimiento sindical de los Estados Unidos

El 1º de marzo una nueva manifestación tuvo lugar. El 3 de marzo igual. Y una gran movilización está prevista por este sábado 5 de marzo. Cuanto más la batalla se prolonga, más está en la agenda la cuestión de una estrategia para ganar.

Scott Walker no retrocede. Amenaza con despedir a 1.500 trabajadores y con volver caducos los contratos colectivos el 13 de marzo.

La batalla de Madison está pues en el centro de una confrontación de clase en los Estados Unidos. Voces se elevan para hacer concesiones con el fin de mantener la función de socio de los sindicatos. Marty Biel, el dueño del American Federation of State County and Municipal Employees 24, de Wisconsin, está dispuesto a aceptar la reducción salarial. Pero Scott Walker no se satisface con esta concesión. Lo que quiere, es debilitar estructuralmente la organización sindical. El tema central no se refiere al aumento de la participación de los trabajadores en la financiación de su seguro enfermedad y de su jubilación. Se refiere a limitar la capacidad de organización y resistencia de los asalariados y las asalariadas. Lo que Scott Walker ha podido comprobar en tres semanas de movilización. Con motivo de la gran manifestación del sábado 5 de marzo, el debate se referirá entre otras cosas a la huelga general del sector público, para el caso de que Walker hiciera adoptar su ley. Es un reto muy importante. Es una prueba para el conjunto del movimiento sindical norteamericano.

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Por Mercedes Gallego

Los colegios públicos de Wisconsin llevaban ayer tres días cerrados por falta de profesores. Los senadores demócratas en paradero desconocido, con la policía estatal pisándoles los talones por órdenes del gobernador. Madison ya no evocaba una historia de amor tejida por Clint Eastwood, sino los ecos de una revolución. La que intentaban llevar a cabo los 30.000 manifestantes acampados en la plaza del Capitolio, como si fuera la mítica plaza Tahrir de Egipto.

Pero el título que aquí suena, ‘Kill the Bill!’ tampoco es una película de Quentin Tarantino, sino un grito contra la ley antisindicatos, disimulada en los presupuestos, que negará a los trabajadores el derecho a negociar contratos colectivos e impedirá que las cuotas sindicales se deduzcan de sus nóminas. Había que remontarse a las manifestaciones contra la guerra de Irak en 2003 o a las antiglobalización de Seattle en 1999 para encontrar en EE UU protestas de este calibre. Quienes medían fuerzas no eran solo los sindicatos de profesores que prendieron la chispa, sino el Partido Demócrata engrasando la maquinaria para las próximas elecciones y el Tea Party, determinado a recuperar el capitalismo puro.

Es fácil rastrear las donaciones de los siniestros hermanos Koch tras los cargos electos que impulsaban la ley con la excusa de la crisis. Los 137 millones de agujero presupuestario que alegan palidece con los 117 millones en impuestos que el mes pasado perdonaron a las corporaciones. Pero también es fácil identificar los autobuses cargados de funcionarios de Organizing for America, la organización en la que Obama depositó el entusiasmo de sus voluntarios de campaña.

Ayer los dos hermanos de la industria petrolera texana ganaban dentro del Capitolio de Madison, mientras buscaban atajos legales para saltarse el quorum requerido para la votación, imposible sin los catorce senadores demócratas y dos republicanos desaparecidos en combate. Pero en la calle ganaba Obama, que sorprendió al invitar a una emisora local de Milwaukee a la Casa Blanca para una entrevista en exclusiva. «Algunas de las cosas que he escuchado salir de Wisconsin, donde solo se está haciendo más difícil la negociación colectiva de los funcionarios, parecen más un asalto a los sindicatos», afirmó el presidente en contraste con su cautela habitual. «Creo que es importante recordar que los funcionarios son nuestros vecinos, nuestros amigos».

Los funcionarios públicos, entre los que no se ha incluido a policías y bomberos, dicen estar dispuestos a considerar un recorte económico siempre que no atente a sus libertades sindicales, pero el gobernador no les ha dado la opción. Walker sacó ayer a la calle a sus partidarios como los agresivos proMubarak.

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Por Ruth Rosen

Historiadora y periodista. Es profesora de política pública en la Universidad de Califonia, Berkeley. Además, es investigadora titular en el Instituto Longview.

¿Por qué las estadounidenses se han vuelto tan activas en el derechista Tea Party? ¿Quizás porque se sienten atraídas al nuevo feminismo cristiano conservador que publicita Sarah Palin? Sin el apoyo de base de estas mujeres, el Tea Party resultaría mucho menos seductor a votantes aterrados por la inseguridad económica, las amenazas a la pureza moral y la gradual desaparición de una cultura nacional blanca y cristiana.

La mayor parte de la población estadounidense no se ha formado una opinión concreta acerca del derechista Tea Party y su crecimiento descontrolado, un partido que surgió paulatinamente en 2009 y cuyo nombre llegó a ser muy conocido después de los mítines que organizó a escala nacional el 15 de abril de 2010 para manifestarse en contra del pago de impuestos. Como recordará quien esto lee, la referencia es obvia e importante: la imagen de arrojar el té por la borda como expresión de ira en tiempos de la colonia ante la política británica conocida como “impuestos sin representación”.

Muchos liberales e izquierdistas desestimaron al Tea Party por considerarlo una reacción temporal y visceral a la recesión, el incremento del desempleo, la ejecución de hipotecas, las empresas declaradas en quiebra y un presidente negro que había salvado al capitalismo estadounidense con la ampliación de los subsidios gubernamentales a los sectores financiero, inmobiliario y automotriz. Tal vez sí se trate de una erupción política fugaz, pero tal como lo señala E.J. Dionne, columnista del Washington Post, este movimiento también amenaza la difícilmente lograda unidad de los republicanos. Según Dionne, “El auge del movimiento del Tea Party marca la vuelta a una vieja modalidad de libertarismo según la cual la mayoría de las políticas internas del gobierno desde el New Deal son inconstitucionales. Tradicionalmente, percibe que la amenaza más peligrosa a la libertad es el diseño de elitistas cultos que han perdido el contacto con los “valores estadounidenses”.

En todo caso, ¿quiénes son estas iracundas personas que expresan tanto resentimiento hacia el gobierno y no contra las corporaciones? Ya que las encuestas nacionales se contradicen flagrantemente, mi conclusión es que el Tea Party ha movilizado a gente de todas las clases sociales.

No obstante, hay una excepción importante que vale la pena destacar: la raza. En los mítines del Tea Party no vemos rostros de color. Otra cuestión relevante es que el expansivo movimiento atrae tanto a hombres como a mujeres por múltiples razones, algunas coincidentes, otras posiblemente distintas. Hombres y mujeres parecen identificarse con una “ideología” incoherente que exhorta a liberarse del gobierno, no pagar impuestos y a abrazar el incipiente deseo de “recuperar Estados Unidos”, es decir, restaurar la nación hasta algún momento de la historia en que el país era blanco y “seguro”.

Los hombres que encuentran atractivo el movimiento parecen pertenecer a una amplia gama de grupos marginales de derecha, como las milicias, los supremacistas blancos, “ejércitos” pro armas y pro confederación. Algunos de estos grupos defienden la violencia o prometen solemnemente derrocar al gobierno, y han empezado a recurrir a Facebook, Twitter y YouTube para difundir su odio en redes y medios sociales.

Las mujeres también desempeñan un papel decisivo en el Tea Party; según el más reciente sondeo Quinnipiac, 55% de sus militantes son mujeres. En un artículo publicado en la revista Slate, Hanna Rosin señala que “de las ocho personas que constituyen el Consejo de Patriotas del Tea Party a cargo de la coordinación nacional del movimiento, seis son mujeres. 15 de las 25 coordinaciones estatales están en manos de mujeres”.

¿Por qué, me pregunto, este movimiento caótico atrae a tantas mujeres? Hay muchas posibles razones. Algunas de las mujeres en estos grupos sin duda aman a hombres que aman portar armas y odian al gobierno y pagar impuestos. La profesora Kathleen Blee, autora de numerosos ensayos sobre las mujeres de derecha, señala que, en general, probablemente haya más mujeres religiosas de derecha que hombres religiosos de derecha, que los mítines del Tea Party pueden atraer a más mujeres que no tienen un empleo remunerado y disponen de tiempo para asistir a ellos, y que el Tea Party enfatiza la vulnerabilidad de las familias a toda clase de peligros del exterior.

Muchos de los hombres y muchas de las mujeres que apoyan al Tea Party también pertencen al movimiento Identidad Cristiana, un grupo cristiano de derecha que promueve ideas fundamentalistas sobre el aborto y la homosexualidad. Sin embargo, al Tea Party llegan mujeres con perfiles distintos y sorprendentes, como la Asociación de Padres y Maestros o grupos organizados específicamente para la elección de mujeres a cargos políticos. Como recientemente lo comentó Slate, “Gran parte del liderazgo y la energía de base viene de las mujeres. Uno de los tres principales patrocinadores del Tax Day Tea Party que marcó el lanzamiento del movimiento es el grupo Smart Girl Politics, sitio web que nació como el blog de una madre y se convirtió en una campaña de movilización, dedicada a formar a futuras activistas y candidatas. A pesar de su explosivo crecimiento en el transcurso del último año, sigue funcionando como cooperativa feminista (tres madres que no trabajan fuera de casa se turnan para criar a sus bebés y responder correos electrónicos y llamadas telefónicas)”.

Algunas de estas mujeres religiosas también albergan aspiraciones políticas y esperan que el Tea Party las ayude a consolidar puestos de liderazgo negados por el Partido Repúblicano a fin de contender por puestos definidos por votación. Para contrarrestar la Emily’s List, colectivo que ha apoyado la participación de mujeres liberales como candidatas en procesos electorales, las conservadoras de derecha formaron la Susan B. Anthony List, grupo que ha apoyado y consolidado los esfuerzos de mujeres de derecha en cargos públicos de elección. A fin de desafiar el impacto de las feministas liberales, el muy religioso grupo Concerned Women for America apoya las iniciativas de mujeres en pos del liderazgo dentro del Tea Party. El Women’s Independent Forum, espacio más secular que reúne a mujeres de derecha, busca promover los valores tradicionales, el libre mercado, la astringencia del gobierno, la igualdad de las mujeres y su capacidad de contender por cargos públicos definidos mediante votación.

Algunas de estas mujeres han acaparado la atención nacional porque dicen haber adoptado un “feminismo conservador” religioso. Entre ellas hay cristianas evangélicas y, según un reciente artículo de portada en Newsweek, ven a Sarah Palin (que contendió por la vicepresidencia en 2009, tiene cinco hijos y un esposo que la apoya, se presenta como feminista y abandonó la gubernatura de Alaska para convertirse en una celebridad millonaria) como la líder, si no es que la profeta, del Tea Party.

Así, Palin está movilizando a las mujeres religiosas de derecha a lo largo y ancho del país. Les gusta que se maquille y siga pareciendo una reina de belleza sin dejar de ser audaz y decidida. No parece importarles que use el título de soltera en inglés (Ms.), en lugar de llamarse “señora” (Mrs.). Tampoco les molestó que atribuyera las oportunidades que disfrutó como atleta a la ‘Title IX’ (ley aprobada en 1972 para hacer valer la equidad de género en la educación y los deportes). En una entrevista con Charles Gibson para ABC News declaró: “Tengo la suerte de haber sido criada en una familia donde no había diferencias de género. Además, soy producto de la ley ‘Title IX’ que representó la introducción de la igualdad en las escuelas, una igualdad que se reflejaba en las prácticas deportivas y en las oportunidades de acceder a la educación. Así fue toda mi vida. Soy parte de esa generación en la que el tema resulta irrelevante, porque ha sido superado. Claro que puedes ser vicepresidenta y atender a tu familia”.

Palin pertenece a un grupo denominado Feminists for Life (Feministas a favor de la vida), cuyo lema es “Niégate a elegir”. Cuando se presentó como feminista al inicio de su campaña por la vicepresidencia, explicó su adhesión a este colectivo liderado por Serrin Foster, quien se ha labrado una exitosa carrera en el mundo de las conferencias tratando de convencer a las jóvenes de que es posible ser feminista al elegir no practicarse un aborto. Hace varios años entrevisté a Foster. En aquella ocasión le pregunté cómo esperaba que las mujeres pobres o adolescentes se hicieran cargo de bebés no deseados. Ya que está en contra de los impuestos y de los subsidios gubernamentales destinados a los servicios sociales, evadió la pregunta. Dijo que las mujeres no tenían por qué enfrentar solas la situación, que otras personas debían ayudarlas. Al final, la única respuesta concreta que planteó fue la adopción, recurso en el que ella veía la mejor solución para las jóvenes.

Recientemente, Palin volvió a autoproclamarse “feminista” y desató un acalorado debate en torno a qué constituye el feminismo en Estados Unidos. Ella se refiere a las mujeres conservadoras y religiosas como “Mama Grizzlies” (Mamás Osa, en referencia a la protectora osa del cuento infantil Ricitos de oro) y las exhorta a “levantarse” y hacer suya la causa del feminismo. Palin alienta a sus seguidoras a lanzar un “nuevo movimiento feminista conservador” que únicamente dé apoyo a candidatos políticos con una postura de inflexible oposición al aborto.

Las reacciones a los esfuerzos de Palin por atraer a las mujeres al Tea Party son muy variadas. Según Jessica Valenti en una nota para el Washington Post, su “perorata sororal [...] no es sino parte de una ambiciosa apuesta conservadora por conquistar los corazones y las mentes de las mujeres apropiándose del lenguaje feminista”.

En un artículo para la conservadora publicación National Review, Kathryn Jean Lopez responde: “Palin no está cooptando al feminismo; está reivindicando un movimiento iniciado por Susan B. Anthony y otras mujeres que lucharon por el derecho al voto y, además, abrazaban incondicionalmente la postura provida”. Esta afirmación es veraz, las sufragistas del siglo XIX querían proteger la maternidad como condición social y estaban en contra del aborto. “La etiqueta feminista no tiene por qué tender tanto a la polarización”, señala Meghan Daum en Los Angeles Times, y añade: “En resumidas cuentas, el feminismo solo significa ver a hombres y a mujeres como iguales, y no ver el propio género como obstáculo para el éxito ni como pretexto para el fracaso. Así que si Sarah Palin tiene las agallas de decirse feminista, eso le otorga el derecho de ser aceptada como tal”.

Tremenda ironía. Las jóvenes estadounidenses laicas han rechazado definirse como feministas desde 1980, año en que el contragolpe conservador empezó a atacar al movimiento de las mujeres, porque la derecha religiosa se empeñó en crear una imagen nada atractiva de las feministas y las pintó como lesbianas peludas y androfóbicas que peroraban sobre igualdad, pero su verdadera misión era matar bebés. Hoy, Palin obliga a las feministas liberales a debatir si estas feministas cristianas diluyen al feminismo o lo legitiman al posibilitar la autoproclamación “feminista”.

Cuando leo los textos de mujeres en sitios web de cristianas siento el eco de las reformistas de fines del siglo XIX que trataban de proteger a la familia de los “peligros del mundo”. Frances Willard, líder de la Women’s Christian Temperance Union (Unión de Cristianas por la Abstinencia), exhortó a millones de mujeres a asumir una vida pública a fin de proteger a sus familias, atender las decadentes consecuencias y desgracias del capitalismo, obtener el derecho a voto y luchar por la ley seca, todo en nombre de la protección de la pureza de sus hogares y familias.

Las motivaciones son parecidas en el caso de muchas cristianas evangélicas contemporáneas que desean ocupar espacios públicos o incluso contender en las elecciones para penalizar el aborto, proteger su concepto de matrimonio, reprimir las relaciones sexuales, oponerse al matrimonio homosexual y poner remedio al desenfreno que dejó la revolución sexual. Todo ello forma parte de una añeja e inconfundible tradición reformista femenina en la historia de nuestro país.

En los mítines del Tea Party es común ver mujeres con pancartas en las que se lee “Recuperemos a los Estados Unidos”. Quién sabe exactamente qué significa esa frase; sin embargo y por lo menos, significa recuperar al país de manos un gobierno en expansión, de los impuestos y, simbólicamente, de la cambiante complexión racial de la sociedad estadounidense.

Dentro de unas cuantas décadas la población no blanca será mayoría entre la ciudadanía estadounidense. Muchos cristianos evangélicos blancos se sienten sitiados y las mujeres, por su parte, sienten que deben proteger públicamente a sus familias de cambios tan vertiginosos y posiblemente dañinos. Sienten que burócratas, inmigrantes o minorías anónimas a las que identifican como “los otros” han tomado la sociedad y amenazan su pureza moral. Lo que no les despierta miedo es que las corporaciones hayan tomado al gobierno estadounidense y distorsionado sus instituciones democráticas.

Adele Stan, autora de AlterNet con 15 años de experiencia como investigadora a fondo de la extrema derecha, ha advertido que más vale tomarnos en serio a quienes conforman el Tea Party, pues no hacerlo constituye un riesgo. El Tea Party apela al miedo y el resentimiento, pero difícilmente representa a una solitaria minoría. Un reciente sondeo Gallup en USA Today revela que 37% de los estadounidenses “aprueba” al Tea Party. No es un movimiento que deberíamos de ignorar. La historia nos recuerda que el discurso del miedo y el resentimiento puede transformarse rápidamente en una fuerza política peligrosa y poderosa.

Pero el Tea Party no solo es un movimiento de bases. Detrás de las mujeres que todavía tienen un pie en la cocina hay dinero, mucho dinero. En un artículo para la publicación New York Review of Books, Michael Tomasky recordaba a sus lectores que “El dinero es el lubricante por antonomasia de la política y la potencial inyección de dinero para iniciativas como el Tea Party y otras aportaciones es prácticamente ilimitada”.

Tomasky subraya, además, el hecho de que el meollo del Tea Party no radica en las victorias electorales inmediatas, sino en un proyecto de largo aliento cuyo objetivo es resucitar el poder para proteger el mercado libre y la desregulación económica, y propiciar que la derecha religiosa obtenga poder político.

Puede ser que los hombres y las mujeres no se sumen al Tea Party por las mismas razones, pero sin sus partidarias de base el movimiento resultaría mucho menos seductor a votantes aterrados por la inseguridad económica, las amenazas a la pureza moral y la gradual desaparición de una cultura nacional blanca y cristiana.

Para bien o para mal, la historia de Estados Unidos demuestra que las cristianas han conseguido mover montañas. Dos ejemplos de ello son la abolición de la esclavitud y la ley seca. Ahora estas mujeres han contribuido a organizar al Tea Party y su nuevo feminismo conservador bien podría afectar la cultura política estadounidense de manera insospechada. Quizás adquieran una renovada seguridad en sí mismas e influencia política si se alejan del Partido Republicano. O, como han hecho en otros momentos de la historia, tal vez desaparezcan del espacio público para volver a sus hogares e iglesias, y pasen a ser una nota a pie de página en los anales de la política del país. Por ahora es prematuro pronosticar el destino del Tea Party, ya no digamos el de sus miembras.

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