Por Ursula Coj

El presidente estadounidense Donald Trump, junto al fiscal general Jeff Sessions cancelaron la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (Daca, por sus siglas en inglés), como un ataque más para la población migrante.

El Daca beneficia a 800 mil jóvenes -en su mayoría estudiando una carrera universitaria- quienes habían llegado procedentes de nuestros países, de los cuales el 75% son mexicanos, siguiéndole descendentemente, salvadoreños, hondureños y guatemaltecos. Esta medida promulgada por el gobierno de Obama permitía que las y los jóvenes pudieran estudiar, conducir, laborar y tener derecho a seguridad social, con el requisito de residan permanentemente y haber ingresado antes de los 16 años; sin embargo, para nada era un permiso de residencia legal, ni menos de ciudadanía

El problema es también de orden cultural, porque muchos de estos son prácticamente estadounidenses y no conocen la realidad del país de origen de sus padres, por tanto esta medida es un rechazo por su color y su origen,  a una buena cantidad de jóvenes estadounidenses

Recordemos que muchos de los padres emigraron en la década de los 80s del siglo pasado como producto de las guerras internas y civiles que se vivieron en Centroamérica y la aplicación de las políticas neoliberales en El Salvador, Honduras, Guatemala y México, provocando la desindustrialización y la articulación en forma de maquilas y ensambladoras en estos países. Es hasta cierto punto el producto del retroceso político y económico que sufrió la clase trabajadora en estas cuatro naciones.

Al conocerse la noticia se realizaron manifestaciones en varias ciudades estadounidenses y en distintos campus universitarios, y se espera que se recrudezcan. Pero recordemos que, en el gobierno de Obama, con Clinton y Kerry como secretarios de Estado fueron deportados más de 5.5 millones de indocumentados y 2.7 millones de “salidas voluntarias”, así como inició la persecución -ahora con más crudeza- a la población indocumentada, llevando a tribunales de inmigración y a centros de detención, considerando a la población trabajadora que viaja hacia el norte, como delincuentes.

Fue en el gobierno de Obama donde se empezó a implementar el e-verify cuya finalidad es fortalecer los controles migratorios con instrumentos electrónicos en la frontera sur de Estados Unidos y los aeropuertos. Trump ahora lanza la papa caliente al Congreso, donde el Partido Republicano tiene mayoría y donde demócratas y algunos republicanos planean discutir una ley federal denominada Dremeract donde se permitiría a éstos y a otros jóvenes acogerse sin un tiempo definido, pero nuevamente sin esperanzas de conseguir la residencia o la ciudadanía y a la vez seguir entregando fondos para el fortalecimiento del e-verify que es de hecho un muro electrónico

Trump por su parte, no puede detener el flujo de inmigrantes que la economía de ese país necesita como fuerza laboral, y que los empresarios usan para bajar el costo laboral, la indocumentada es el 17% de la mano de obra total. Existen estudios que consideran que el aporte de los dreamers y los hijos de inmigrantes ilegales en general que accedan a estudios superiores es altísimo para la economía.

En el capitalismo, la burguesía de los países centrales necesita del ingreso de mano de obra inmigrante, con lo cual puede abaratar el costo de la fuerza laboral de toda la clase trabajadora afectando con más intensidad a estos trabajadores sin o con pocos derechos. Pero a la vez es un dispositivo racista para debilitar la unidad de la clase trabajadora tanto la extranjera, como la residente y autóctona, con el pretexto falso de que los y las latinas quitan puestos de trabajo.

Por otro lado, las reacciones de los gobiernos fueron tímidas; el caso más patético fue del nuevo equipo de la cancillería guatemalteca que simplemente mostró su preocupación, apelando al sentido humanitario. Mientras los cancilleres de El Salvador y México demagógicamente mencionaron que esperan una ley permanente y una solución de esta índole.

No se debe confiar en el Partido Demócrata, que tiene influencia en organizaciones hispanas, es necesario arreciar las movilizaciones para exigir al Congreso de ese país no solamente que se renueva y se extienda la cobertura del Daca, sino lograr la residencia legal y ciudadanía para las y los jóvenes y sus padres, si lo desean. Así como combatir por medio de la movilización la represión a la clase trabajadora latinoamericana, la construcción del muro, el cese de las deportaciones y los controles militares en la frontera con México. A la cual se le debe sumar la movilización al sur del Rio Bravo contra la militarización de la frontera sur mexicana y la persecución de migrantes de todos los orígenes en Centroamérica.


Por Nassar Echeverría

El resultado de las elecciones en Estados Unidos causó estupor mundial. No es para menos, lo que ocurra a lo interno de la principal potencia imperialista tienen repercusiones en el resto del mundo.

Clinton era la favorita en los medios de comunicación norteamericanos, y las encuestas le deban algún margen por encima de Donald Trump. En cierta medida, las encuestas no estaban erradas totalmente, porque al final Clinton ganó 64,2 millones de votos (64.223.958 votos), mientras Donald Trump ganó 62,2 millones de votos (62.206.395 votos). Hilary Clinton, igual que Al Gore en las elecciones presidenciales del año 2000, ganaron más votos populares, pero perdieron la elección presidencial.

El arcaico sistema de elección presidencial indirecta

El enredado sistema de elección presidencial indirecta, es una reminiscencia de la esclavitud. Los padres fundadores de Estados Unidos se pusieron de acuerdo en este complicado y antidemocrático sistema electoral. Los delegados del sur que asistieron a la conferencia de fundación de los Estados Unidos en 1787, entre ellos James Madison, estaban preocupados que los Estados del Norte, más ricos y poblados, impusieran siempre al presidente. Y de esta manera surgió el compromiso de los “tres quintos” que permitía a los Estados del Sur contar a cada esclavo como las tres quintas partes de una persona, asegurando de esta manera la preeminencia o empate de los estados sureños.

De esta manera, en Estados Unidos prevalece un sistema electoral antidemocrático, que niega la posibilidad de que cada persona sea un voto real, que decida. Todavía prevale el criterio que el candidato ganador, aun sea por un solo voto, se lleva todos los votos de los colegios electorales. Este sistema electoral favorece siempre a las fuerzas más conservadoras o reaccionarios. Es un mecanismo diseñado para evitar cambios revolucionarios dentro de la democracia burguesa norteamericana.

El debate sobre la necesidad de superar el arcaico sistema de elección presidencial indirecta, no es nuevo, pero siempre ha quedado relegado. Pese a ello, existen dos Estados, Maine y Nebraska, donde las elecciones de los delegados de los Colegios Electorales reflejan de manera proporcional la votación popular.

En las pasadas elecciones del 8 de noviembre, el republicano Trump ganó 306 votos de los Colegios Electorales, contra 232 delegados de Clinton. Los pronósticos fallaron, porque la mayoría de los “swing states” o “'estados bisagra” (que supuestamente no tienen una votación definida por ninguno de los partidos) se inclinaron por Trump: Georgia (16 electores), Michigan (16), Arizona (11), Florida (29), Ohio (18), Carolina del Norte (15), Pensilvania (20), Iowa (6). Clinton ganó solamente en Virginia (13), Colorado (9), Nevada (6) y Nuevo Hampshire (4)

Centros urbanos versus poblados rurales

Las recientes elecciones presidenciales de Estados Unidos reflejaron un enorme descontento social y una enorme polarización, que se podía apreciar gráficamente. Clinton ganó en los grandes centros urbanos, en la costa Este y Oeste y la región de los grandes lagos, mientras que Trump se impuso en los pueblos cuya población no superaba el millón de habitantes, esas pequeñas ciudades del interior de Estados Unidos, donde prevalece la población blanca de origen europeo, la que constituye el 69% del padrón electoral.

Igual que el antiguo imperio romano, el moderno Estados Unidos está compuesto por un importante sector inmigrante, que proviene del resto del mundo, pero que no tiene derechos políticos. Eta población es heterogénea y crece constantemente, en la medida que la economía norteamericana atrae a mano de obra inmigrante. De continuar esta tendencia, en pocos años, la población blanca será minoritaria, y esto puede alterar el sistema político bipartidista, basado en el Partido Demócrata y Partido Republicano.

El discurso racista, nacionalista y xenófobo de Trump persigue el objetivo central de evitar que esta población blanca pierda su hegemonía. Por eso los ataques brutales contra la población inmigrante, especialmente mexicana. Trump y la burguesía que representa, no quieren perder ese monopolio político.

Descontento y polarización social

El discurso demagógico de Trump tuvo la habilidad de llegar al corazón de los obreros blancos, que resienten los tratados de libre comercio que han permitido que las grandes corporaciones se trasladen al tercer mundo, especialmente a China, llevándose la mayoría de los puestos de trabajo. A pesar que el Partido Demócrata tiene una notable influencia en la central sindical AFL-CIO, la mayoría de los trabajadores norteamericanos votaron por Donald Trump. Pero su discurso no solo caló entre los obreros, sino también en un sector de la clase media.

El fenómeno político de Donald Trump no puede explicarse sin la enorme crisis que vive Estados Unidos y la decepción causada por las dos administraciones de Barack Obama. Este llego al poder en medio de la crisis financiera del año 2008, cuando las masas norteamericanas estaban agitadas y existían un repudio generalizados hacia los bancos y Wall Street, los causantes de la especulación financiera que había dejado a millones sin trabajo y sin sus casas.

Obama apareció con un discurso encendido, critico, y por eso logró cautivar a las masas, pero una vez en la presidencia, Obama cambió su discurso y salió a socorrer a los bancos, a costa de un elevado endeudamiento del Estado. Las condiciones materiales de las masas trabajadores y la clase media continuaron empeorando. Los programas como ObamaCare son frágiles e insuficientes. Las grandes corporaciones continúan ganando millones con el sistema de salud y de seguros en manos privadas.

La primera expresión del fenómeno en contra de Obama fue el Tea Party, un ala radical, fascistoide, del Partido Republicano. El segundo fenómeno contra Obama, el gran salvador del sistema capitalista e imperialista, fue la irrupción del propio Donald Trump, quien refleja un fenómeno de derechización de la conciencia de las masas, que quieren recuperar las conquistas perdidas, pero no se arriesgan todavía a tomar medidas revolucionarias. Confían en el sistema, y quieren resolver la crisis encontrando a un supremo salvador.

Debemos distinguir, por un lado, el demagógico discurso de Trump contra la inmigración ilegal, contra los tratados de libre comercio, contra las empresas que se trasladas a China, y por el otro, las sinceras aspiraciones de mejoría por parte de las masas que terminan creyendo ciegamente en Trump.

La anulación del “socialista” Bernie Sanders

Durante las elecciones primarias dentro del Partido Demócrata, a muchos sorprendió el surgimiento del fenómeno político personificado en el senador Bernie Sanders. No era socialista, como afirmaban los medios de comunicación, era un luchador democrático radical, representaba el ala izquierda del Partido Demócrata, como en su momento lo fue el reverendo Jessie Jackson. Este reflejaba el mismo descontento contra el sistema, pero desde el lado del Partido Demócrata. Decenas de miles de jóvenes apoyaron la campaña de Sanders, como en su momento lo hicieron con Obama. Incluso, Sanders en determinado momento estuvo a punto de derrotar a Clinton en las internas, pero claudicó a las presiones y terminó cediendo y apoyando la candidatura de Clinton.

El discurso de Sanders era similar al de Trump, pero desde trincheras diferentes y con argumentos ideológicos distintos. Las posibilidades que Sanders derrotara a Trump eran mínimas, si tomamos en cuenta que la desesperación ante la crisis del sistema capitalista, en esta primera fase, conduce a las masas a apoyar salidas derechistas y reaccionarias. Este es un fenómeno mundial. Durante la crisis de los años 30 en el siglo XX, vivimos un fenómeno parecido.

Todo fenómeno político crea un contra fenómeno. Sanders era la antípoda de Trump, pero fue derrotado rápidamente.

Un objetivo estratégico: bloquear el desarrollo de China

A pesar que hay voces que reclaman un recuento manual de los votos en los Estados claves, es poco probable que Clinton le arrebate a última hora la presidencia a Trump.

El discurso de Trump contiene un programa económico: el proteccionismo de la industria norteamericana, ante el auge de su gran competidor, China. Trump no surgió de la nada, representa un sector de la burguesía norteamericana que quiere dar un golpe de timón. Pero el proteccionismo puede acarrear mayores complicaciones a la economía mundial.

Después de tres décadas de neoliberalismo podemos constatar que las bases económicas de Estados Unidos han sido erosionadas. Las corporaciones norteamericanas ganan miles de millones de dólares trasladando sus empresas a China y el tercer mundo, no pagan impuestos, y con ello han debilitado al Estado norteamericano. Trump tratará de imponer algún control a las terribles fuerzas del mercado, pero esto es como poner al gato a cuidar la leche.

Es poco probable que un millonario neoliberal imponga restricciones al modelo neoliberal, que es el ambiente natural de crecimiento y desarrollo de las corporaciones transnacionales.

Pero hay un eje central en el programa de Trump, bloquear el desarrollo de China como principal potencia económica a nivel mundial. Este objetivo es estratégico, clave para Estados Unidos, y en ese sentido es bastante probable que haya un consenso entre los sectores del imperialismo, para cumplir esta meta que es vital para mantener la hegemonía de Estados Unidos en el mundo.

Debido a la enorme importancia que tiene Estados Unidos en el mundo, debemos estar atentos a los acontecimientos que ocurrirán y que tendrán repercusiones inmediatas en los países de Centroamerica. Trump llegará hasta donde le permitamos llegar.


Por Isidro López

Ha sucedido. Un promotor inmobiliario racista, xenofóbo y machista ha ganado la presidencia de la que, por ahora, sigue siendo la potencia hegemónica del capitalismo global.

Ahora asistimos al llanto y del crujir de dientes de las democracias liberales de medio mundo. "¿Cómo ha podido pasarnos esto? Si estaba todo atado y bien atado". Lo cierto es que en una comprensión medianamente cabal de la situación actual –que no sólo es Trump, sino también el Reino Unido post Brexit y el giro reactivo de un gran número de países centroeuropeos– dependen las posibilidades de devolver el golpe en una era de profundísima crisis que está marcada por la decadencia a la que ha llevado al capitalismo un modelo financiero que no es capaz de construir nada que no sea su propio beneficio. Una era turbulenta y de la que saldrá otro modelo de mundo, pero que no lleva inscrita en lugar alguno, que no esté sometido al combate político, la marca de un cierre reaccionario inevitable.

Por empezar por las determinaciones estructurales más amplias, Estados Unidos emergió como potencia hegemónica en sustitución de Inglaterra, en buena parte, debido a su tamaño como economía continental. Donde Inglaterra necesitaba de una permanente conquista colonial para expandir su dominio económico, el Estados Unidos de mediados del siglo XIX ya tenia una unidad territorial de tamaño continental bajo un mismo sistema político de Estado-nación.

La Guerra de Secesión fue el último episodio antes de unificar a los Estados Unidos bajo una misma división del trabajo en la que entraban en un mismo modelo la expansión de la economía agrícola, el crecimiento de la manufactura capitalista y el desarrollo de las funciones financieras.

No deja de ser curioso que este último conflicto interno antes del despegue definitivo de los Estados Unidos fuera una batalla entre librecambistas y proteccionistas similar a la que quiere abrir Trump. Con esta configuración de economía continental, Estados Unidos se aseguraba de que su dominio a nivel global estuviera fundamentado en su superioridad económica y no necesitaba del tipo de dominación colonial permanente de Inglaterra. El nuevo hegemon se podía permitir controlar el mundo a distancia, siempre bajo la amenaza de la intervención militar, pero defender formalmente la expansión de la autodeterminación, la descolonización y la democracia liberal.

La crisis de los años 70 –que fue fundamentalmente una crisis del beneficio industrial a nivel global– y la salida por la vía de la hegemonía de las finanzas que le siguió rompieron esta integración del modelo económico americano.

De la misma manera que la reestructuración liberal de la empresa y del Estado, hecha bajo los principios canónicos de las finanzas, supuso un desmembramiento entre partes rentables y no rentables de lo que habían sido los grandes conglomerados económicos de los años posteriores a la guerra mundial, Estados Unidos iba a sacrificar sus partes agrícolas y manufactureras al nuevo mercado mundial pero por la vía de la hegemonía financiera de Wall Street y otros mercados como los de materias primas de Chicago confiaba, y así lo ha venido logrando, en centralizar en forma de activos financieros y monetarios el beneficio producido en todo el mundo.

El resultado de este movimiento fue que, socialmente, el antiguo país faro del progreso social capitalista se resquebrajó en dos mitades: una situada en las dos costas y en algunos enclaves del sur vinculadas a los mercados financieros y a los sectores que salieron a flote con ellos, fundamentalmente las grandes universidades y el conglomerado de industrias de alto contenido tecnológico y de diseño relacionadas con estas universidades.

Y otra mitad, que cae fuera de este modelo, vinculada a la industria manufacturera y la agricultura de exportación en decadencia sometida a la feroz competencia global que marca una crisis de beneficios en estos sectores que sigue sin ser superada desde los años setenta.

Esta crisis, si acaso, se ha agravado con la entrada de nuevos competidores procedentes de Asia y los antiguos países "en vías de desarrollo" que, no hay que olvidar, crecen bajo la forma de la exportación del propio capital, a crédito, en no pocas ocasiones estadounidense.

Esta fractura estructural de Estados Unidos ha sido tan profunda que, hoy por hoy, ni siquiera puede plantearse una política monetaria que favorezca a ambas partes: si el dólar baja para favorecer las exportaciones, provoca una huida de activos financieros denominados en dólares de sus mercados financieros; y si sube, cosa que ha sido la tónica desde 1973 (salvo en el decenio 1985-1995 en que, por la vía de las guerras comerciales, EEUU obligó a Japón y a Alemania a reevaluar sus monedas), se produce un movimiento inverso, la ruina de la manufactura y la agricultura y el florecimiento de los mercados financieros.

La hegemonía del neoliberalismo y las finanzas, además, funciona sobre un mandato inexcusable: el control salarial. En Estados Unidos, los salarios reales llevan estancados desde hace decenios. Si, además, se tiene en cuenta que hay un sector minoritario de superasalariados que sí han visto crecer sus ingresos desde los años 80, se puede entender que las grandes mayorías sociales simplemente han visto cómo su poder adquisitivo descendía mientras el de una minoría no dejaba de crecer.

Este dato suele pasar desapercibido entre los analistas mainstream que, simplemente, se fijan en los niveles de desempleo en Estados Unidos, tradicionalmente bajos, para decretar la buena salud de su economía.

Sin embargo, todo el entramado social de Estados Unidos está pensado para ser una sociedad en crecimiento y en expansión permanente, desde los precios de las universidades hasta la sanidad privada pasando por el precio de la vivienda en las grandes ciudades dependen de una expansión salarial permanente para poder ser viables.

En ausencia de este crecimiento salarial, lo que queda es otra forma de dominio financiero: la deuda. Hasta la explosión en 2007 de este modelo de endeudamiento generalizado, las burbujas financieras y su modelo de consumo a crédito que mantuvo viva la demanda mundial, fueron el último cartucho del capitalismo financiero americano para construir algo remotamente parecido a un orden social capaz de sostener a la famosa clase media americana.

Vistos estos años en conjunto, ha sido la derecha norteamericana, y contra todos los pronósticos esperables a priori, quien mejor ha leído políticamente esta brecha. Los años de Obama, y la frustración en términos materiales que han supuesto, pueden ser vistos como el intento final de la progresía americana para recomponer el orden social sin tocar la hegemonía financiera.

Atascado en su proyecto estrella para ampliar la sanidad pública, el Obamacare, y otra vez más dependiente del anémico y financiarizado crecimiento económico que ha traído el Quantitave Easing de la reserva federal americana, y con todos los proyectos iniciales de un keyenesianismo verde de renovación y construcción de infraestructuras de acuerdo con criterios de sostenibilidad ambiental postpuestos sine die, el mandato de Obama, rico en simbolismos y gestos, ha hecho poco por suturar esta brecha.

Dentro de este panorama, Trump ha profundizado algunos elementos, ha descartado otros y ha añadido aún otros más a lo que han sido los elementos centrales de la contrarrevolución neoconservadora americana que de manera tan elocuente describió el periodista Thomas Frank en su ya clásico Qué Pasa con Kansas: cómo los conservadores ganaron el corazón de América (Acuarela, 2004).

Frank describe un estado de opinión, algo parecido a una lucha de clases distorsionada en la que los enemigos del "sano pueblo americano" del medio oeste, esa mitad de Estados Unidos desposeída por el capitalismo financiero de Wall Street, son los beneficiarios progresistas y de alto nivel cultural de este modelo que viven en las grandes ciudades de ambas costas, y, cómo no, los burócratas de Washington que con sus absurdas regulaciones quieren decir a los descendientes de los pioneros y los colonos cómo deben vivir, amén de querer extraerles vía impuestos sus duramente ganados dólares para dárselos a una minoría de vagos no blancos de las grandes ciudades.

Todo un movimiento social como el Tea Party se articuló sobre esta mezcla del discurso de las "dos naciones" de Margaret Thatcher (una nación de honrados trabajadores y otra de parásitos) y de resentimiento provocado por años de superioridad moral de los sectores sociales con un mayor capital simbólico, los liberals, que en el lenguaje político folk americano no son liberales, sino el equivalente de nuestros progres.

Trump ha reavivado, sin duda, esta ola, si bien ha renunciado a los elementos propiamente liberales dentro de ella, y con ellos se ha llevado algunos de los poquísimos factores progresivos de este modelo, y los ha enmarcado dentro de un modelo conservador autoritario.

Por un lado, como también intentaron hacer Occupy Wall Street y Bernie Sanders, ha logrado llevar a su terreno la tradición populista americana, que es una tradición de oposición encarnizada a las finanzas. Un populismo no necesariamente izquierdista, de hecho mayoritariamente no lo ha sido, que opone a la pequeña propiedad endeudada a los grandes intereses financieros y que tuvo su gran momento de emergencia a finales del siglo XIX con la oposición popular a los llamados Robber Barons que lideraban los grandes trust y cárteles monopolistas de la época desde el control de los grandes bancos americanos.

De hecho, al contrario de lo que sucedió en Europa, si la izquierda sindical americana vivió un momento de extraordinaria fuerza en los primeros años del siglo XX fue porque se opuso a este modelo de contestación social y lo sustituyó por un modelo de movilización y politización de la clase obrera industrial.

Pues bien, la recuperación de esta tradición por parte de Trump le ha hecho ser capaz de superar uno de los límites de los neocons clásicos, la ausencia de crítica al establishment financiero. Si a éste se le opone una candidata que, además de progre, es la favorita de las grandes casas de finanzas americanas, algo que no sucedía con Bernie Sanders, la jugada sólo podía ser favorable a Trump. Aunque esto, por supuesto, tenga poco que ver con las relaciones que establezca Trump con el poder financiero una vez que esté en la Casa Blanca.

Otro aspecto político, quizá el mas decisivo en esta campaña y en las primarias, ha sido la adopción por parte de Trump del discurso proteccionista. Del rechazo de uno de los grandes consensos bipartidistas de Estados Unidos desde finales de los años 60 y, muy especialmente, desde la crisis de 1973 en adelante, el libre comercio internacional.

En un clásico del repliegue nacionalista posterior a las crisis financieras globales, Trump promete una vuelta a la industria nacional y un cierre de las fronteras a la producción manufacturera externa, fundamentalmente asiática, y también a la producción agrícola del tercer mundo.

Este punto, sin duda, es otra forma de enfrentamiento con el poder financiero americano que ha organizado y regulado la forma de las deslocalizaciones y, su contrapartida, de atraer el voto y las simpatías de las antiguas clases obreras industriales que le han dado su apoyo en el antiguo cinturón industrial, el Rustbelt, que va desde los Apalaches a los Grandes Lagos.

La mejor y más conocida ejemplificación de su decadencia es el fantasmagórico aspecto de un Detroit abandonado por la inversión, las clases medias blancas y depredado hasta sus últimos recursos por unas finanzas que dominan a un gobierno local en bancarrota.

Estos Estados, antiguos bastiones demócratas y sindicales (Michigan, Ohio, Pennsylvania) han sido fundamentales para cimentar la victoria de Trump. Sin embargo, esta baza política puede tener las piernas bastante cortas: es muy dudoso que Trump vaya a lanzarse a un programa completo de vuelta al proteccionismo, unas políticas pensadas fundamentalmente para la industria naciente antes que para la recomposición de lo que la deslocalización ha descompuesto, ya que el nivel de conflicto con las finanzas sería demasiado alto para ser asumido. Pero incluso si tal ingeniería social se afrontase, es muy dudoso que en un contexto capitalista caracterizado por la debilidad del beneficio industrial, esta estrategia pudiera dar rendimientos duraderos.

El anverso clásico del proteccionismo es el cierre de fronteras y el control migratorio. Sin duda mezclado, muy a la manera de la nueva derecha reactiva europea, con los tópicos de la guerra contra el terrorismo, especialmente contra los musulmanes, éste ha sido uno de los puntos centrales de la campaña de Trump.


Por Leonardo Ixim

Después de las nominaciones oficiales en las convenciones de los principales partidos imperialistas, el Demócrata y el Republicano, los principales candidatos se aprestan con todas sus baterías para las elecciones presidenciales de noviembre del presente año.

En la convención republicana celebrada entre el 18 al 21 de julio en Cleveland Ohio, se nominó a Donald Trump y en la convención demócrata celebrada entre el 25 al 28 de julio en Filadelfia Pensilvania a la ex Secretaria de Estado en el primer gobierno de Obama, Hillary Clinton como candidata de ese partido. En las convenciones se eligió los candidatos a vice presidente Mike Pance por el Partido Republicano y Tim Kaine del Partido Demócrata.

Para el establecimiento estadounidense la formalidad del acto implica un respiro, o ese es el deseo, después de meses de fragmentación en ambos partidos, que ocasionó un vendaval al interior de estos; los votantes desde distintas sensibilidades a partir de posiciones de clase, edad, género y origen étnico, se rebelaron a la casta de políticos del imperialismo.

Atrás quedo el miedo -aparentemente- que género que la candidata por los demócratas respaldada por los grandes monopolios, Hillary Clinton quedara fuera de la contienda por el sorpresivo Bernie Sander. Mientras que, dentro del partido republicano, el temor con la salida del candidato de los grupos empresariales como Jef Bush, y la nominación del multimillonario Donald Trump que con sus constantes ataques a los prominentes líderes republicanos -el último contra el presidente de la Cámara Baja y quien fungió como jefe de ceremonia en la convención republicana, Paúl Ryan- presumiblemente quedan zanjadas tales diferencias.

¿Se zanjan las divisiones internas?

En el otro partido imperialista, la nominación de Kaine que al igual que Pance, siendo prominentes figuras del stablishment de cada partido, buscan cohesionar estas maquinarias electorales tras los respectivos candidatos a presidente. Sin embargo esto aún está por verse, pues pese a que Sander, cumpliendo con lo dicho al inicio de su campaña de que en el caso de no ser nominado apoyaría a Clinton, defraudando toda su base de apoyo conformado por colectivos y organizaciones denominadas sanderists, quienes creyeron en la famosa revolución política que promulgaba, es muy difícil que voten por Clinton; y eso quedó evidenciado en una serie de manifestaciones públicas de los delegados quienes apoyaban a Sander y de protestas de colectivos en las afueras de la convención demócrata, contra la nominación de Hillary.

Del lado del Partido Republicano, la constante diatriba de Trump contra las minorías hispanas, asiáticas y musulmanas, la propuesta de levantar un muro en la frontera sur de ese país pagado por México para parar el flujo de migrantes, le ganaron criticas al interior de este partido, por posibles votos de origen latino, aunque sabemos que este partido al igual que el demócrata no representa los intereses de los trabajadores latinoamericanos. Logrando la animadversión de dirigentes republicanos, así los insultos contra los personeros más importantes de este partido y los enfrentamientos con los pre candidatos, especialmente John Kaisich, Ted Cruz y Marco Rubio, provocaron el temor a que se fragmentara este partido. En ese sentido la nominación de Pance para la vicepresidencia, es un intento de Trump de mantener la cohesión al interior, pues este ejerce importantes cargos de dirección, tiene simpatía en la cúpula y es afín a los sectores más conservadores.

De fondo, lo que existe es una serie de movilizaciones pos crisis financiera de 2008, obligando a una cantidad grande personas quienes habían hipotecado sus casas, a venderlas, ante lo cual los bancos si bien en un primer momento aprovecharon, la falta de liquidez obligó a importantes monopolios financieros a la quiebra, lo cual fue respondido por el gobierno de Obama inyectando cantidad exorbitantes de dinero, salvado así a estos parásitos. Esto mientras que las condiciones de vida de la clase trabajadora empeoraron, pese a todas las promesas populistas de Obama.

Esto provocó una serie de revueltas, como las de los indignados, las ocupaciones en parques y puertos, las movilizaciones de maestros y empleados públicos por mejoras salariales, de estudiantes con respecto a la abusiva deuda para sufragar sus estudios, de trabajadores sobre todo de cadenas de comida rápida en su mayoría latinos, por aumentar el salario mínimo de 10 dólares la hora a $ 15, la cual se logró en algunas ciudades y las movilizaciones del Black Live Matter contra la constante agresión y asesinato de afroamericanos por parte de elementos de las policías locales, que por su parte se han caracterizado por una militarización nunca antes vista.

Se reflejó en el apoyo a la revolución política que proponía Sander, de quien sus partidarios esperaban que siguiera en la contienda, evidenciando en las convenciones estaduales donde en varios estados este ganó la nominación, logrando el 46 % de los votos; o en menor medida la elección de Kshama Sawant para el puesto de concejal de la ciudad de Seatle, militante de un partido marxista como es Socialist Alterantive miembro de CWI, quien ha apoyado la campaña para subir el salario mínimo y se propone lanzarse para candidata al legislativo del estado de Washington.

Estos por su parte junto a la Tendencia de El Militante y partidos socialdemócrata como Socialist Party apoyaron la campaña de Sander, aunque desde posturas críticas; sin embargo, tendrán que hacer el balance de algo esperado, pero que aleja sin más de la propuesta de estas tendencias de formar un partido de los trabajadores. Otros partidos marxistas como PSL y el SWP proponen sus respectivas candidaturas.

SA por su parte, junto a muchos grupos colectivos sanderistas ahora apoyan a la candidata de Green Party Jill Stein, quien tiene el 3.2 por ciento de preferencias de voto; habrá que analizar si una candidatura así con un programa un poco más radical que el Sander, logra movilizar la clase trabajadora. Por su parte al interior del Partido Republicano los anticuerpos que logró Trump ha ocasionado que desde agentes de stablishment, hasta la tradicional base de población blanca, moralmente conservadora y protestante, desconfíen de este. Esto por su parte ha incorporada a sectores de clase trabajadora blanca, de igual forma conservadora y en algunos casos a organizaciones de extrema derecha y-o neo nazis a respaldar a Trump, lo cual generó que en cada lugar donde este se presentaba en la pre campaña y las convenciones estaduales, así como en la convención de Cleveland, hubo fuertes protestas contra su discurso racista.

Sin embargo, no logra atraer el grueso de los votantes republicanos, al grado que el candidato del Partido Libertario, el ex gobernador de Nuevo México Gary Johnson, con el 7.4 % de las preferencias de votos recoge parte del voto republicano anti Trump. Y recientemente un grupo de republicanos por fuera de la nominación oficial de su partido ha presentado a Evan McMulin un ex agente de la CIA y asesor del grupo parlamentario republicano.

El voto latino y el programa imperialista

Las últimas encuestas de agosto muestran casi un virtual empate entre los principales candidatos, estando levemente encima la candidata demócrata con un 45 % sobre el Trump quien se sitúa en entre un 40 y un 43 %. En ese sentido Clinton arrecia sus llamados a las comunidades latinas, que según últimos censos serian 14.5 % de la población (45.5 millones) de habitantes, de los cuales 11 millones serían ilegales. Prometiendo con ello acelerar la reforma migratoria para regularizar la situación de estos que Obama nunca pudo implementar, debido a sus inconsistencias y la negativa de los republicanos; y que a cambio se volvió el gobierno que más ha deportado a inmigrantes calculándose en tres millones de personas de vuelta a sus países de origen.

Por otro lado, según encuestas tanto Clinton con un 63 % y Trump con un 67 % son rechazados por los votantes, recordemos que en este país se encuentran los niveles más altos de abstencionismo de las denominadas democracias industrializadas, debido a un sistema que para nada es democrático, pues no existe una elección directa sino se realiza por medio de la selección de colegios electorales por estado, quienes son los que votan supuestamente en representación de los votantes.

Moreno plantearía que para caracterizar el régimen político de ese país se debe partir no de las marcadas, aunque parciales libertades democráticas sino del carácter injerencista de su Estado, en función de los intereses (www.elsoca.org 31 de julio). Por tanto, tan solo con ver el pasado reciente de Clinton como secretaria de Estado, donde apuntaló la política intervencionista en distintas regiones del orbe, invadiendo Libia, interviniendo Siria, apoyando el golpe de Estado contra Zelaya en Honduras, etc. evidencia tal situación.

Trump por su parte, quien gracias a su discurso populista de derecha contra los tratados de libre comercio con México o los negociados actualmente con varios países del Pacifico y con la Unión Europea proclamó traer los empleos perdidos por la deslocalización de empresas hacia China o México. Anunciando su verdadero programa, de recortar impuestos a los más ricos o liberalizar la industria energética regulada por los gobiernos demócratas. Y su equipo, a diferencia de sus diatribas constantes contra Wall Street, se conforma por dueños y ejecutivos de fondos de negocios, quienes son sus socios.

Clinton por su parte para tratar de atraer la base sanderista, busca apropiarse de algunos aspectos del programa de Sander, como el aumento del salario mínimo, el mantenimiento de los controles ambientales, o extender el acceso al Medicare; sin embargo, con la crisis fiscal y el enfriamiento de la economía, pese a que esta se mantiene creciendo levemente, es difícil que logre esto. En ese sentido llamamos a los sindicatos, las organizaciones de afro y latino americanos, de defensa de los derechos civiles, de mujeres y de preferencias sexuales diversas, etc.; así como a los partidos que se reclaman marxistas, a la conformación de una plataforma que avance en la construcción de un partido de las y los trabajadores.


Por Thomas Frank

Todos dan por hecho que son el racismo y la xenofobia los sentimientos que mueven a los partidarios de Trump en las primarias republicanas

Thomas Frank, autor del libro de referencia '¿Qué pasa con Kansas?', explica que el rechazo a los acuerdos de libre comercio y el empobrecimiento de la clase trabajadora son hechos más relevantes

Nos adentramos en uno de los mayores misterios de Estados Unidos en este momento: ¿qué es lo que motiva a los seguidores del candidato republicano a la presidencia Donald Trump? Lo llamo misterio porque las personas blancas de clase trabajadora que forman la base de seguidores de Trump se juntan en cifras sorprendentes a favor del candidato, llenan estadios, hangares de aeropuertos, pero sus puntos de vista no suelen aparecer en los periódicos de prestigio.

En sus páginas de opinión, estos rotativos se preocupan por representar a casi todos los estatus sociales pero el de los trabajadores de 'cuello azul' suele pasarse por alto. Los puntos de vista de la clase trabajadora son tan ajenos a este universo que cuando el columnista de The New York Times Nick Kristof quiso incluir una conversación con un seguidor de Trump, se lo tuvo que inventar, así como las respuestas que esta persona imaginaria daba a sus preguntas.

Cuando los individuos de la clase profesional desean entender a la clase trabajadora, normalmente consultan a los expertos en esa materia. Y cuando piden a estas fuentes de autoridad que expliquen el movimiento a favor de Trump, ellos siempre se centran en un aspecto: la intolerancia. Solo el racismo, explican, es capaz de dar alas a un movimiento como el de Trump, que gana fuerza dentro del partido republicano igual que un tornado atraviesa casas de lujo de mala calidad.

El propio Trump es la prueba de todo esto. Este hombre es un payaso con tendencia a insultar, que ha cargado sistemáticamente contra los diferentes grupos étnicos de América, ofendiéndoles uno a uno. Quiere deportar a los millones y millones de inmigrantes indocumentados. Quiere prohibir a los musulmanes visitar Estados Unidos. Es fiel admirador de varios dirigentes poderosos y dictadores, incluso en Twitter ha llegado a compartir una cita de Mussolini. Este bufón chapado en oro recibe el apoyo entusiasta de conocidos racistas que forman un mosaico fastuoso de fanáticos, que tiembla de emoción ante la posibilidad de conseguir a un verdadero y honesto fanático dentro de la Casa Blanca.

Todo esto es tan alocado, tan salvajemente extravagante, que los analistas políticos se plantean que pueda tratarse de una estrategia propia de la campaña de Trump. Trump parece ser un racista por lo que se puede intuir que el racismo debe ser una de las motivaciones de sus legiones de seguidores. Y por eso, el sábado, el columnista de The New York Times Timothy Egan culpó a la gente por el racismo de su líder: “Los seguidores de Donald Trump saben exactamente lo que apoya: odio a los inmigrantes, superioridad racial, una indiferencia cómica hacia el civismo básico que cohesiona a la sociedad”.

Donald Trump, el "show" más deseado de Las Vegas

Todos los días se publican historias maravillosas sobre la estupidez de los votantes de Trump. Los artículos que tachan a los seguidores de Trump de intolerantes se cuentan por cientos o por miles. Los firman los conservadores, los progresistas o los profesionales imparciales. El titular de una columna reciente del Huffington Post lo dijo clara y llanamente: “Trump ganó el supermartes porque Estados Unidos es racista”.

Por poner otro ejemplo, un reportero de The New York Times demostró que los fanáticos de Trump eran intolerantes a través de juntar un mapa con los apoyos a Trump con otro sobre la búsqueda de términos racistas en Google. Todo el mundo lo sabe: las pasiones de los seguidores de Trump no son más que los tintineos ignorantes del hombre blanco americano, que ha llegado a la locura por la presencia de un hombre negro en la Casa Blanca. El movimiento Trump es un fenómeno de una sola cara, una gran oleada que relaciona odio y raza. Sus partidarios no solo son incomprensibles sino que realmente no vale la pena llegar a comprenderlos.

La importancia del libre comercio

O eso es lo que nos dicen. La semana pasada, decidí ver varias horas de diferentes discursos de Trump. Vi al hombre que divaga, cuenta, amenaza e incluso se regodea cuando algunos de sus detractores son expulsados de sus mítines. Yo estaba indignado por esas cosas, del mismo modo que Trump me ha desagradado durante los últimos 20 años. Pero también me di cuenta de algo sorprendente. En cada uno de los discursos que vi, Trump pasó una buena parte de su tiempo hablando de una preocupación puramente legítima, un asunto que podríamos considerar de izquierdas.

Sí, Donald Trump habló de comercio. De hecho, teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que pasó repasando este tema, es muy posible que el comercio sea su única y gran preocupación, y no la supremacía blanca. Ni siquiera su plan para construir un muro en la frontera con México, aquel controvertido tema que le dio fama política. Durante el debate del 3 de marzo lo volvió a hacer: cuando le preguntaron sobre su excomunión política por Mitt Romney, Trump regateó el envite y empezó a hablar de... comercio.

Parece estar obsesionado con eso: los tratados de libre comercio que han firmado nuestros líderes, las numerosas empresas que han trasladado sus centros de producción a otros lugares, las llamadas que hará a los presidentes de esas empresas para amenazarlos con elevar los aranceles si no vuelven a Estados Unidos.

Trump adorna esta visión con otra de sus ideas de izquierda: bajo su dirección, el Gobierno podría “empezar a hacer una oferta competitiva en la industria farmacéutica” (para reducir el precio de los fármacos). “¡No tenemos una oferta competitiva!”, exclamaba asombrado y habla de otro asunto real, el despilfarro legendario que se produjo bajo el Gobierno de George W. Bush. Trump extiende sus críticas al ámbito militar, describiendo cómo el Gobierno está obligado a comprar aviones pésimos pero muy caros gracias a la influencia que ejercen los grupos de presión de la industria.

De este modo llegó su curiosa propuesta: como él mismo es tan rico, detalle del que suele presumir, no se va a ver afectado por estos grupos de presión empresariales ni por las donaciones. Debido a que está libre del poder corruptor de la financiación de campañas, el famoso negociador Trump puede hacer ofertas en nuestro nombre que serán “buenas” en vez de “malas”. La posibilidad de que en realidad lo consiga, por supuesto, es pequeña. Él parece ser un hipócrita en este tema, igual que en otros muchos. Pero al menos Trump habla de estas cosas.

La clave para entender su éxito

Todo esto me sorprendió porque, en todos los artículos que había leído de Trump en los últimos meses, no recordaba que el comercio entrase a colación muy a menudo. Aparentemente Trump abandera una sola cruzada relacionada con los blancos. ¿Cabe la posibilidad de que el comercio sea una clave para la comprensión del fenómeno Trump?

El comercio es un tema que divide a los estadounidenses en función de su estatus económico. Para la clase media, que incluye a la amplia mayoría de estrellas mediáticas, los economistas, los altos cargos federales y los demócratas poderosos, lo que denominan 'libre comercio' es algo tan obviamente bueno e incluso noble que no requiere explicación o consulta, ni siquiera que se piense mucho en ello. Los líderes republicanos y demócratas están de acuerdo en esto a partes iguales, y nada puede hacerles salir de su modelo económico soñado.

Para el resto, el 80% o el 90% de Estados Unidos, el comercio significa algo muy diferente. Hay un vídeo que recorre Internet en los últimos días que muestra una sala lleno de trabajadores en una fábrica de aparatos de aire acondicionado en Indiana a la que informan de que la fábrica se va a trasladar a Monterrey, México, y que todos van a perder sus puestos de trabajo.

Mientras lo veía, pensé en todos los debates sobre comercio que hemos tenido en este país desde el principio de los 90, todas las dulces palabras que nuestros economistas han dedicado a las delicias del libre comercio, todas las formas en que la prensa se burla de quienes dicen que acuerdos como el Tratado de Libre Comercio del Atlántico Norte permiten que las empresas se lleven el empleo a México.

"Que te jodan"

Bueno, ahí está el vídeo de la empresa que se muda a México, cortesía de NAFTA (siglas en inglés del Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Esto es lo que aparece. Uno de los ejecutivos de Carrier habla en un tono familiar y profesional sobre la necesidad de “ser competitivo” y “de ser extremadamente sensible con los precios de mercado”. Un trabajador grita “que te jodan” al directivo. Tras esto, el directivo pide que estén callados para poder “compartir” su “información”. Su información es que todos ellos perderán su empleo.

No tengo ninguna razón especial para dudar de que Donald Trump es un racista. O lo es o, como el cómico John Oliver dice, pretende hacerse pasar por ello, lo que viene a ser lo mismo. Pero hay otra manera de interpretar el fenómeno Trump. El mapa de sus apoyos combinado con búsquedas racistas también se puede cruzar mejor con la desindustrialización y la desesperación, con zonas de miseria económica provocadas por 30 años de libre mercado dictado por Washington.

Hay que destacar que a Trump no le falta razón en sus ataques a esa empresa de aire acondicionado de Indiana que aparece en el vídeo de sus mítines. Eso sugiere que se está refiriendo tanto a la indignación por la economía como al racismo. Muchos de sus seguidores son fanáticos, no hay duda, pero muchos más probablemente están entusiasmados con la perspectiva de un presidente que parece decir lo que piensa cuando critica nuestros acuerdos comerciales y promete acabar con el empresario que te despidió y que destrozó tu ciudad, no como Barack Obama y Hillary Clinton

Este es el hecho más relevante sobre sus seguidores: cuando hablamos de gente blanca, de la clase trabajadora que le apoya, en vez de imaginar simplemente todo aquello que ellos quizá dicen, nos encontramos con que lo que más les preocupa a estas personas es la economía y el lugar que ellos ocupan en la misma. Esto es lo que sacó a la luz un estudio publicado por Working America, una organización política dependiente de la Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO), que entrevistó a 1.600 votantes blancos de clase trabajadora de los suburbios de Cleveland y Pittsburgh en diciembre y enero.

"Más miedo que odio"

El estudio reveló que el apoyo a Donald Trump es alto entre esas personas, incluso en los que se identificaban a sí mismos como demócratas, y no porque todos deseen que un racista ocupe la Casa Blanca. Lo que hace que Trump se convierta en el líder favorito es “su actitud”, su contundencia y su forma directa de hablar. En cuanto a las cuestiones que suele referirse, “la inmigración” se sitúa en el tercer puesto de sus preocupaciones, muy por detrás de la preocupación número uno de estos estadounidenses: “buenos puestos de trabajo y economía”.

"La gente tiene más miedo que odio", es la descripción del estudio que me hace Karen Nussbaum, directora de Working America. La encuesta "confirma lo que escuchamos siempre. La gente está harta, la gente sufre, están descontentos por el hecho de que sus hijos no tienen futuro" y "porque no ha habido una recuperación tras la recesión, porque todas las familias sufren de una manera u otra".

Tom Lewandowski, presidente del Consejo del Trabajo del Noreste de Indiana, lo dejó aún más claro cuando le pregunté por los partidarios de Trump de clase trabajadora. "Esta gente no es racista, no más que el resto", dice de los seguidores de Trump que conoce. "Cuando Trump habla de comercio, pensamos en el Gobierno de (Bill) Clinton, primero con NAFTA y luego con China (los acuerdos comerciales con Pekín), y aquí en el noreste de Indiana eso supuso una hemorragia de empleos".

"Ven todo eso, y aquí aparece Trump hablando de comercio de forma muy extraña, pero al menos representa sus sentimientos. Tenemos a todos los políticos apoyando todos los acuerdos comerciales, y apoyamos a esa gente, y luego tenemos que luchar contra ellos para conseguir que nos representen".

Y ahora, paremos un momento y examinemos esta perversidad. Los partidos de izquierda en todo el mundo se fundaron para mejorar el destino de los trabajadores. Pero nuestro partido de izquierdas en EEUU –uno de los dos del duopolio– eligió hace tiempo dar la espalda a las preocupaciones de estas personas, convirtiéndose en el estandarte de la clase profesional ilustrada, una "clase creativa" que hace cosa innovadoras como los derivados financieros y aplicaciones para smartphones. Los trabajadores por los que el partido se preocupaba antes no tienen otro sitio dónde ir, piensan los demócratas, por usar la famosa expresión de los años de Clinton. El partido ya no cree que deba escucharlos más.

Lo que Lewandowski y Nussbaum están diciendo debería ser obvio para cualquiera que se haya atrevido a mirar más allá de los prósperos enclaves de las costas Este y Oeste. Los acuerdos comerciales mal diseñados, los generosos rescates de bancos, los beneficios garantizados para las empresas de seguros, pero sin una recuperación económica real para la gente corriente... todas estas políticas están dejando su sello. Como dice Trump, "hemos reconstruido China y por el contrario nuestro país se cae a trozos. Nuestras infraestructuras se están cayendo a trozos. Nuestros aeropuertos parecen del Tercer Mundo".

Los mensajes de Trump dan forma al contraataque populista contra el liberalismo que ha ido cobrando forma lentamente durante décadas y podría llegar a ocupar la Casa Blanca, cuando todo el mundo se verá obligado a tomar en serio sus locas ideas.

Sin embargo, aún no podemos afrontar esta realidad. No sabemos admitir que nosotros, los de ideas progresistas, tenemos alguna responsabilidad en el ascenso de Trump, a causa de la frustración de millones de personas de clase trabajadora, de sus ciudades arruinadas y sus vidas en caída libre. Es mucho más fácil burlarse de ellos por sus almas retorcidas y racistas, y cerrar los ojos ante la evidente realidad de la que el trumpismo es sólo una expresión vulgar y cruda: que el neoliberalismo ha fracasado por completo.

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