Por Nicolás Le Brun

Este fin de semana, , la Asamblea Nacional Popular, controlado por el poderoso Partido Comunista chino, votó a favor de la reforma que le permite al presidente Xi Jinping de permanecer de manera indefinida en el poder.  De forma casi unánime, con solo dos votos en contra y tres abstenciones, los casi tres mil delegados de esta asamblea respaldaron la propuesta del presidente Xi Jinping. De no haber sido modificada la constitución, este debería abandonar su cargo en el 2023 al cumplir los 68 años, tal y como estaba consignado hasta el momento.

El portavoz de esta asamblea, Zhang Yesui lo explicaba de la siguiente manera “esto permitiría aumentar la autoridad del partido, siendo el camarada Xi Jinping el núcleo y permitir una dirección unificada” (Hong Kong Economic Journal, 5/03/2018)

El objetivo es bien claro en cuanto a reforzar los poderes del actual presidente. Esto es el reflejo de una nueva situación en la cual, a partir de la restauración capitalista en el país, la crisis económica y las pugnas inter imperialistas, la nueva burguesía china recurre a un régimen cada vez más bonapartista.

La era Xiaoping

Este hecho viene a modificar radicalmente lo que en la época de Deng Xiaoping, vino a normar ciertos aspectos del poder de la burocracia del partido en la época post Mao. Este último se mantuvo en el poder desde el triunfo de la revolución en 1949 hasta su muerte en 1976. Las purgas que se desataron después de su muerte en las que la viuda de Mao junto a otros miembros de su círculo más cercano del “gran timonel” como se llamaba a Mao, la “banda de los cuatro” fueron condenados por los excesos de la revolución cultural que se dio en país entre 1966 y 1976.

Den Xiaoping se convirtió en un pivote entre las diferentes fracciones de poder en el partido. Uno de sus objetivos era que el fenómeno de la concentración de poder como durante la época de Mao no volviera a dar. Algunas de estas medidas fueron el establecimiento de una edad para la pensión para los miembros del comité central a los 68 años y el establecimiento de una dirección colegial, conformado por los miembros del comité permanente y el secretario general, que se retirarían al cabo de diez años en el poder. La figura del secretario general sería el eje del poder, tal y como sucedió en la época de Deng Xiaoping, el verdugo contra el intento de revolución democrática de 1989, que terminó con el aplastamiento y masacre de la plaza Tian’nanmen.

Es durante este periodo cuando la burocracia china emprende el camino hacia la restauración capitalista. La reconversión productiva bajo un modelo de rentabilidad empieza a tomar forma tanto en la agroindustria como en la manufactura, a partir de las medidas adoptadas por el congreso de la Asamblea Nacional Popular del año 1979.  En este, se trazan las grandes líneas de este proceso que vemos hoy en día, el de un país capitalista controlado por un partido único.

Las granjas estatales deberían transformarse y ser “económicamente autónomas “ (Le Monde Diplomatique, noviembre 1979) Esto implicaría que en  caso de pérdida, no podrían contar con el apoyo del estado, pero en retribución podrían conservar el 70% de sus beneficios. Estas granjas que representaban en la época alrededor de dos mil quinientos, tendrían que competir las unas con las otras bajo un modelo claro de economía de mercado capitalista.

Para la industria, el modelo adoptado por este congreso no es muy diferente. “Solamente las políticas fiscales, de precios y de inversión et de crédito permitirán de mantener un control, reforzado por la motivación de las empresas más rentables (prioritarias para el envío de materias primas). Se trata de remplazar toda gestión administrativa por una gestión económica. En este campo, los dirigentes buscan inspirarse de países capitalistas, sobre todo de Japón” (Le Monde Diplomatique ídem)

La burocracia china poco a poco va transformándose en una nueva clase burguesa. Este control y privatización de los medios de producción se ve reflejado en el partido y en las pugnas que ponen al frente los grandes vencedores de este proceso.

Uno de los economistas que sostenía este proceso, Jiang Yiwei afirmaba que “un país socialista no debe considerarse como una gran empresa con unidades económicas individuales que serían filiales puestas bajo un mando directo. LA economía nacional debe ser considerada como numerosas unidades económicas de base independiente, bajo una dirección centralizada y unificada según un alto nivel de democracia (ídem)

Esta cita, resume a grandes rasgos, el sistema capitalista chino que opera en la actualidad.

La era Jinping

En el año 2012 asume el poder del partido Xi Jinping con promesas de “mayor apertura” y de tratamiento” igualitario” para las empresas extranjeras. La era de su antecesor, Hu Jintao, pensionado a los 68 años fue considerada como una era en la que el país no avanzó con la determinación que se requería para poner al país en la senda de convertirse en una potencia mundial.

 Los números que acompañan los resultados del quinquenio de Xi Jinping son elocuentes en cuanto a la coherencia con los postulados del congreso del partido del año 2013 en el cual se trazaban las líneas en consonancia con las del mismo evento de finales de los años setenta expuestas anteriormente. Este congreso decidía sobre “la resolución del Comité Central del partido concerniente a los problemas mayores relativos a la profundización global de la reforma” (revuepolitique.be noviembre 2014)

El crecimiento económico alcanzado por China en el último quinquenio, según los indicadores ha sido bastante elevado.

“En el último lustro, el PIB per cápita ha crecido aproximadamente un 40%. Si bien la expansión se ha ralentizado con respecto a las cifras de principios de siglo, durante los cinco primeros años de Xi Jinping la economía –según cifras oficiales– ha crecido a una tasa media anual del 7,1% » (El País, 5 de marzo del 2018)

Durante los últimos años, la aparición de una poderosa clase media, que responde también a un cambio en la estructura productiva del país. El sector terciario ha conocido un enorme crecimiento, si bien no alcanza el nivel de los países desarrollados. Este crecimiento se ha visto reforzado de forma sostenida durante este periodo. En el 2013 representaba el 46,7% para pasar en el 2017 a ser un 51,7%. El sector que ha viso una disminución importante ha sido el de la industria pasando en el mismo periodo de un 44% a un 40,5%

La renta per cápita ha visto también una evolución importante. En el 2016, este monto llegaba a los 6894 dólares cuando a principios del lustro este monto era de 5331 dólares.

Sin embargo, esto no ha sido forzosamente un sinónimo de igualdad. Este proceso de acumulación capitalista a paso forzado, ha acrecentado las desigualdades.

“China situó su índice Gini en el 0,467 en 2017 (siendo cero la igualdad perfecta y uno la desigualdad absoluta), una cifra ligeramente inferior a los récords alcanzados en años anteriores. Pero la diferencia entre ricos y pobres, o entre la China urbana y rural, sigue estando muy por encima de la presente en los países desarrollados.” (El Pais, ídem)

En este sentido, la poderosa clase obrera industrial china ha vivido una evolución impresionante. Los sindicatos oficiales, controlados por el PCC han sido muchas veces sobrepasados por las acciones espontaneas de los obreros. Las huelgas han conocido un enorme resurgimiento en los centros de alta concentración industrial como la provincia de Guandong, conocida como la “fábrica del mundo”. Evidentemente en estos movimientos no hay portavoces de los trabajadores ni lideres reconocidos para evitar la represión del estado. Esto no ha impedido que los movimientos se multipliquen, dando así también una justificación de más para que un gobierno fuerte como el de Xi Jinping, tranquilice a los explotadores y asegure las condiciones de explotar en paz. 

Pero esto no ha sido todo, en los otros indicadores no solo políticos sino también militares y científicos, la China bajo la era Jinping ha visto una serie de transformaciones para consolidarse como potencia. China solo es superada por los Estados Unidos en lo que se refiere al gasto militar. En este mismo periodo, el gasto ha crecido casi en un 140%. La presencia militar en el Mar de China, así como el resurgimiento de viejas disputas territoriales anuncian el rol que pretende jugar el país en la región.

En el dominio científico tecnológico también, la evolución ha sido muy importante; Esta parte de la guerra comercial, los chinos han aumentado considerablemente la cantidad de patentes, lo que los coloca a la vanguardia de ciertos sectores como la informática y la telefonía móvil, donde son un competidor directo de las grandes firmas yanquis como Apple y la coreana Samsumg.

Pero todo este milagro tiene también su lado oscuro. En lo que Xi Jinping ha denominado una guerra contra la corrupción, cerca de un millón y medio de funcionarios han sido castigados, purgados de sus cargos, dando así una señal al conjunto del partido y de los nuevos sectores burgueses de cuál es el sector que lleva las riendas del poder.

Este fenómeno es similar al que se desató luego de la restauración capitalista en la ex Unión Soviética. Luego de la era Gorbachov, el gobierno de Yeltsin fue una cruzada entre los diferentes sectores de la burocracia soviética transformados en nueva burguesía que se disputaban el reparto del pastel con métodos mafiosos. Todo este caos fue entrando poco a poco en el orden de un estado burgués más coherente con la llegada de Putin al poder. La figura de este como nuevo zar, donde las instituciones giran en torno a él, le ha permitido retomar una posición de fuerza en el concierto internacional. La guerra civil en Siria ha demostrado con creces el rol imperialista de Putin y sus fuerzas armadas para garantizar su espacio vital en el Medio Oriente y evitar el contagio de una revolución cerca de sus fronteras y superar definitivamente el fiasco militar de la intervención en Afganistán.

¿Tambores de guerra?

El imperialismo, sea cual sea su origen o color, no puede evitar de dirimir sus diferencias por medio de las armas. Hace un siglo terminaba la primera guerra industrial de la humanidad, con la pérdida de millones de vidas de trabajadores y trabajadoras del continente europeo fundamentalmente.

Cada uno de los sectores empieza a velar sus armas, producto de una crisis económica cuyo punto de partida se sitúa ahora diez años atrás.

En estos periodos, las conquistas democráticas de las masas son recortadas y personajes autoritarios por encima de las instituciones como Trump, Putin, Jinping y otros más en la lista, son solo el rostro de esta enorme crisis en la que el capitalismo nos arrastra a la barbarie.

Las tareas del movimiento de masas son enormes, pero pasan fundamentalmente por poder dotarse de una internacional revolucionaria que no tenga miedo a llamar las cosas por su nombre y que evita las trampas del oportunismo.


En un momento en que Trump, nuevo presidente de EE UU, anuncia una ruptura con el libre comercio y un repliegue al unilateralismo nacionalista, en Davos, donde se reúne la cumbre del capitalismo globalizado, Xi Jinping se presentó como adalid del libre comercio. ¡Parece el mundo al revés! ¿Cómo valoras esta declaración, que rompe con todo lo que podíamos pensar que era China?

Pierre Rousset: Ruptura completa con la era maoísta, no cabe duda. Pero se inscribe dentro de la continuidad, claro que evolutiva, de las reformas de Deng Xiaoping desde que estas demostraron ser de naturaleza capitalista. En el plano simbólico, esta declaración de Davos es, en efecto, muy importante. Trump amenaza con un repliegue al unilateralismo, colocando en el alero instituciones de cooperación internacional que sirven de marco de negociación entre burguesías, así como de estructuras como la OTAN. Frente a él, Xi Jinping puede decir: “Si es así, estamos dispuestos a tomar el relevo…”. Un posicionamiento revelador de cómo China se proyecta a escala internacional, poniendo en entredicho la jerarquía y las relaciones de fuerza dentro del capitalismo existente.

También resulta interesante con respecto a Rusia. En el periodo reciente, este país ha sabido afirmarse con fuerza gracias a su capacidad militar (Crimea, Ucrania, Siria…). Sin embargo, Putin no puede permitirse hablar como Jinping. China ha desplegado, en el plano económico y financiero, una red internacional que le permite proponer, frente a unos EE UU que se retirarían o agravarían el conflicto con México, relevarlos y asumir sus inversiones. Se dedica asimismo a construir una red militar (refuerzo de su flota, acuerdos de defensa con diversos países, establecimiento de bases en el extranjero, sistema de vigilancia…), lo que todavía llevará mucho tiempo. De todos modos, esto confirma la talla internacional adquirida ya por China y su ambición de ser reconocida como potencia mundial de primera.

Es decir, ¿cómo la primera potencia mundial?

Es su ambición, pero del dicho al hecho hay un gran trecho. EE UU siguen siendo la única superpotencia. Sin embargo, en cierto modo esta posición privilegiada también es un hándicap. Su “zona de influencia” es el mundo entero, pero no tienen la capacidad de imponer por sí solos una pax americana mundial, y ningún otro imperialismo les ayuda de modo significativo a desempeñar este papel. Los ataques de Trump contra los europeos reflejan este problema: EE UU necesitan un imperialismo europeo, claro que subordinado, pero capaz de contribuir a la gestión del mundo. Y esto la Unión Europea es totalmente incapaz de hacerlo. No se ha constituido en una gran potencia, ni siquiera ha logrado construirse como un gran mercado regulado y se ve sumida en sus contradicciones. EE UU tienen motivos para considerar que no se les puede exigir que sigan pagando cuando a cambio no reciben nada.

Una superpotencia que ya no puede asumir plenamente su función de gendarme del mundo porque se enfrenta a conflictos demasiado numerosos, demasiado profundos, a una inestabilidad excesiva, se ve abocada a la parálisis. Lo que sucede en Asia Oriental refleja muy bien esta situación. Hace ya tiempo que Obama declaró que su política mundial pivotaba sobre la región Asia/Pacífico y que EE UU iban a operar su gran retorno al Pacífico. Pero nada de esto se ha concretado. EE UU siguen empantanados en Oriente Medio y no han contado con medios para actuar con rapidez en el mar de China. Es China quien ha tomado la iniciativa en el terreno económico y militar.

¿Cómo analizar lo que pone en entredicho, en Asia Oriental, la política actual de Pekín?

Podríamos comparar los procesos evolutivos de esta región con lo que representa Europa Oriental para los europeos. Los conflictos en esta zona bajo la influencia directa de China afectan a todos los países del sudeste asiático, Japón y EE UU. Este conjunto se subdivide en dos subzonas: la del mar de China Meridional y la del mar de China Oriental.

En el mar de China Meridional, la capacidad de iniciativa china ha cruzado un umbral cualitativo. Desde el punto de vista económico y diplomático se ha producido un aumento de la influencia china en un número importante de países: Birmania, Malasia, Filipinas tras la ruptura parcial de esta ex colonia estadounidense con la obediencia a EE UU… El capitalismo autoritario chino representa un modelo seductor a los ojos de muchas burguesías y aparatos militares de la región, incluida Tailandia.

En cambio, en el terreno militar las iniciativas chinas van en detrimento de estos mismos países. China ha construido un total de siete islas artificiales apoyadas en arrecifes e islotes, sobre las que ha instalado pistas de aterrizaje, bases de misiles tierra-aire y radares. Aunque no todas estas instalaciones estén funcionando todavía, la flota china navega en un entorno que se halla bajo control chino.

Pekín reivindica la soberanía sobre casi la totalidad del mar de China Meridional, invadiendo incluso zonas económicas exclusivas de los demás países ribereños, lo que provoca tensiones recurrentes, entre otros con el gobierno filipino. La hegemonía china choca con resistencias. Malasia y Singapur son centros económico-financieros muy importantes. Indonesia es un gigante demográfico. Pekín tendrá que transigir, pero no se retirará de la zona marítima en que se ha instalado. Es cierto que la 7ª flota estadounidense puede navegar en la zona y el tráfico marítimo internacional no está bloqueado (aunque China reclama del derecho a hacerlo). Sin embargo, si EE UU decide expulsar las tropas chinas del sistema insular creado, se generará un conflicto militar de gran envergadura.

Vietnam es actualmente el único país de la región que se enfrenta físicamente a China. Regularmente se producen choques entre navíos chinos y buques vietnamitas, en detrimento de estos últimos, vista la superioridad china. EE UU acaba de anular la última parte del embargo impuesto sobre Vietnam tras su derrota en la guerra indochina en 1975. Se trata del comercio de armamento, por lo que ahora los traficantes de armas pueden responder sin problemas a las demandas vietnamitas en la materia. Además, Washington está negociando el establecimiento de una base militar en Vietnam, sin duda en Danang, donde estuvo la gran base militar estadounidense durante la guerra de Indochina. ¡Gesto simbólico de completa inversión de la situación con respecto a este pasado! El problema es que Vietnam no controla los estrechos y se halla muy aislado de los demás países de la región. Para EE UU no es una gran baza, como lo era Filipinas (donde, dicho esto, los acuerdos de cooperación militar no han sido denunciados, pese al deterioro de las relaciones políticas).

En el noreste de Asia, la situación es más fluida y gira en torno a la crisis coreana. Allí, EE UU se esfuerzan por recuperar la iniciativa, para lo que no solo pueden apoyarse en sus propias bases militares, sino también en el ejército surcoreano y el japonés. Con el nombre de “fuerzas de autodefensa”, Tokio dispone de hecho de un ejército poderoso, reputado por su capacidad para librar en su entorno tanto una guerra submarina como aérea y de defensa antimisiles, gracias sobre todo a sus destructores y fragatas.

Por motivos políticos (como la propensión de la población al pacifismo), Tokio se contenta con participar, a escala internacional, en misiones de la ONU sin enviar unidades de combate (apoyo médico, ayuda a los refugiados, etc.) o en operaciones conjuntas contra la piratería. El país sigue estando estratégicamente subordinado a EE UU. Posee un portahelicópteros, pero no dispone de portaaviones ni de la bomba atómica y no puede desplegar submarinos estratégicos en los océanos. Sin embargo, Tokio está en condiciones de cambiar esta situación a corto plazo, con tal de amordazar la oposiciòn de la población a este rearme. Si comparamos Japón con Alemania, vemos que esta última está sometida a una presión creciente desde que el Reino Unido ha decidido salir de la Unión Europea, para que refuerce sus recursos militares, aunque también en este caso la opinión alemana se opone. En todo caso, se puede calcular que el camino hacia un ejército fuerte sería para Alemania, si decidiera emprenderlo, más largo que para Japón.

EE UU han retomado ahora la iniciativa en el noreste de Asia con miras a consolidar su posición, aprovechando con este fin la complejísima cuestión norcoreana. Por un lado, nadie controla al régimen de Corea del Norte. Pekín no puede propiciar su hundimiento por miedo a un caos considerable, pero tampoco desea que disponga de una capacidad nuclear independiente. Por otro lado, Corea del Sur apenas sale de una profunda crisis política tras la destitución de la presidenta Park Geun-hye, representante de la derecha dura en la línea del dictador que fue su padre. La política de Corea del Sur con respecto a Corea del Norte oscila entre la búsqueda de un entendimiento con vistas a la reunificación del país y la tentación del enfrentamiento. Mientras que el norte lanza sus misiles al mar de Japón, Corea del Sur prepara elecciones para el mes de mayo, en las que podría salir una nueva mayoria favorable a la moderación en las relaciones entre el sur y el norte.

¿Asistimos por tanto a un fuerte aumento de las tensiones militares en toda esta región asiática?

La cuestión nuclear se ha convertido en un problema central para la región. De creer a los principales medios de comunicación, la responsabilidad incumbe en exclusiva a la irracionalidad del dictador norcoreano. No cabe duda de que se trata de una dictadura burocrática y nepotista, pero la política de Kim Jong-un no es irracional. Su régimen se halla bajo amenaza permanente. Recordemos que las grandes maniobras aeronavales conjuntas entre EE UU, Japón y Corea del Sur simulan un desembarco en el norte. También nos dicen que se ha intentado “todo” con Pyongyang y que “todo” ha sido en vano. Esto es falso. Durante el mandato de Bill Clinton se firmaron acuerdos con Pyongyang que permitieron congelar el programa nuclear norcoreano. El gobierno de George Bush denunció estos acuerdos e incluyó al país en el “eje del mal”, política que mantuvo el gobierno de Obama. El poder norcoreano concluyó que únicamente el desarrollo de una capacidad nuclear podría garantizar su supervivencia en el plano internacional.

Ahora, EE UU han tomado la iniciativa de instalar una base de misiles antimisiles THAAD en Corea del Sur. Este sistema se presenta como un escudo frente a los misiles procedentes de Corea del Norte y disparados contra Japón, pero su radio de acción abarca lo esencial del territorio chino. Washington ha decidido acelerar el proceso de instalación de estas baterías antimisiles para que el sistema THAAD sea operativo antes de las elecciones surcoreanas. De este modo, la nueva mayoría no tendrá que pronunciarse sobre el establecimiento de dicha base, sino sobre su eventual desmantelamiento. ¡No es lo mismo! Esta política de hechos consumados revela la voluntad estadounidense de consolidar su hegemonía militar en la región. Esto afecta directamente a la relación de fuerzas militares entre EE UU y China.

Cabía considerar hasta ahora que para Pekín su condición oficial de potencia nuclear era suficiente, al margen del número de misiles disponibles. Su supremacía militar podía basarse entonces en su ejército regular. Por ejemplo, desde este punto de vista (ejército “clásico”), el ejército chino parece más poderoso que el ruso, por mucho que haya que tener en cuenta que las tropas chinas carecen del entrenamiento y de la experiencia del ejército ruso. No obstante, con el despliegue de un escudo antimisiles pasamos a otra dimensión: desbaratado el efecto de la disuasión militar, siendo ahora determinante el número de misiles disponibles. Si Rusia puede lanzar miles de misiles, de los que algunos atravesarán el escudo antimisiles estadounidense, este no es el caso de China. Este cambio relanza, por tanto, la carrera de armamentos, en este caso ¡de armas nucleares!

Asistimos aquí a un replanteamiento de las estrategias militares. En la época de Mao, China no se planteaba un despliegue exterior, sino que razonaba en función de una estrategia defensiva basada en el ejército de tierra. La China de hoy tiene necesidad de proyectarse hacia el exterior con el fin de asegurar sus rutas de transporte para los abastecimientos y las inversiones. El acceso a los océanos es para ella una cuestión vital. Por eso ha favorecido el desarrollo de su marina de guerra. Entre China y los océanos Índico y Pacífico existe un arco formado por penínsulas, islas y archipiélagos; además, en la península coreana, en Japón y Okinawa existen bases estadounidenses muy importantes, y la 7ª flota controla los estrechos.

Pekín desea garantizar a toda costa su acceso sin restricciones. La cuestión nuclear otorga a este conflicto una nueva dimensión. Pekín adoptó el año pasado la decisión de principio de redesplegar sus submarinos estratégicos en los océanos, para que no permanezcan atrapados en sus ubicaciones en el mar de China Meridional. Para ello necesita mejorar su tecnología, equiparlos con misiles nucleares de cabezas múltiples, resolver los difíciles problemas relativos a la cadena de mando… Esto, por tanto, no es cosa hecha, pero lo están encarrilando.

Desde el punto de vista militar, el mundo ha estado dominado durante mucho tiempo por la confrontación entre EE UU y Rusia. Ahora entra en liza China. Junto con Oriente Medio, Asia Oriental es una zona en vías de militarización creciente y acelerada. De modo más directo que en Oriente Medio, esta situación refleja la dinámica infernal de los conflictos entre potencias. Los movimientos progresistas de la región se movilizan para oponer a la concepción de la seguridad prevista por las potencias otra distinta, formulada desde el punto de vista de los pueblos; lo que incluye, en particular, la desmilitarización del mar de China.

Una China capitalista cuyo Estado está dirigido por un Partido Comunista. Un Partido Comunista de 88 millones de miembros, dirigido a su vez por un clan alrededor de Xi Jinping. ¿Cómo se sostiene este poder?

Cabe destacar varios factores. En China, la transición capitalista estuvo pilotada y no fue caótica como en Rusia. El Partido Comunista Chino (PCC) había sido destruido en gran parte durante la Revolución Cultural, y bajo Deng Xiaoping fue reconstruido y modificado. En cuanto al ejército, es la única estructura que supo resistir a la Revolución Cultural. Este partido ha mantenido la unidad nacional, impidiendo que las fuerzas centrífugas se tornen destructivas. Es un hecho que reconoce la burguesía china expatriada, que vive en Taiwán y en EE UU, en Australia y otros lugares: dado que el PCC ha sabido evitar el caos, sería irresponsable querer desestabilizarlo.

Desde este punto de vista es espectacular cómo ha evolucionado la relación entre el Guomindang y el PCC. El primero representa a los restos del ejército contrarrevolucionario, que se instaló en Taiwán después de 1949 y estableció allí su dictadura, en perjuicio de la población local. Ambos son por tanto enemigos jurados. Sin embargo, con los años estos dos poderes, que integran –cada uno a su manera– burocracia y capitalismo, se han reconocido mutuamente y han colaborado. La población de Taiwán ha comprendido que este entendimiento condenaba su autonomía y que pondría en tela de juicio el proceso de democratización en curso. De ahí el movimiento de los Girasoles y la elección de una presidenta que, con toda la prudencia requerida, preconiza una vía independentista.

Esta situación ilustra hasta qué punto la burguesía expatriada, que podríamos calificar de internacionalizada, no se sitúa en una lógica de revancha, sino, por el contrario, de entendimiento con el PCC. Con elementos de rivalidad, claro está, pero dentro de un marco controlado de común acuerdo.

Otro factor que cabe subrayar: entre la burguesía privada y la burguesía burocrática apenas hay diferencias parciales, no en vano gran parte de la primera está relacionada con la segunda por vínculos familiares. La ósmosis entre el capital privado y el capital burocrático se produce en el seno de la familia. Hay conflictos, como sucede en todas las familias, pero estos no desembocan en enfrentamientos.

Mientras tanto, Xi Jinping construye su poder con mucha brutalidad. Podemos decir que nunca –desde el proceso contra la “banda de los cuatro” en 1976– las luchas intestinas en el PCC habían alcanzado tal grado de violencia. Responsables de primera línea, de diferentes instituciones, del ejército, de grandes ciudades, son detenidos, encarcelados, algunos condenados a muerte. Xi Jinping está decidido a imponer a sus hombres y su control sobre el conjunto del partido. Claro que no siempre lo consigue y eso explica por qué en ocasiones se ve forzado a mantener a dirigentes que no son de su onda a la cabeza de regiones muy importantes. Si logra consolidar su dominio, será a costa de la acumulación de rencores y oposiciones. De ahí el endurecimiento del régimen, que ha metido en prisión a figuras del feminismo chino, que realmente no suponían una amenaza para el poder. Pero se trataba de enviar un mensaje a los potenciales contestatarios. Lo mismo ocurre con la detención y las torturas aplicadas a directivos de editoriales de Hong Kong. En este caso, el mensaje está destinado a calmar eventuales ardores irredentistas.

Por tanto, hay que tener en cuenta, por un lado, el éxito de la política económica e internacional, y por otro la dura represión en el partido, en su entorno y en la sociedad. Ello no quita que el tiempo en que los dirigentes proponían un gran proyecto para el país ha pasado a la historia. Muchos “hijos de” invierten sus capitales en el extranjero, o compran mansiones reservadas a los chinos ricos en la costa pacífica de Canadá, incluso adquieren una nacionalidad extranjera… Puesto que la corrupción campa a sus anchas en toda la sociedad, cunde el “sálvese quien pueda” e impera el cinismo, el de la globalización capitalista y la especulación financiera. Hay que decir que por el momento el edificio se mantiene en pie. No cabe duda de que el futuro traerá grandes cambios, aunque hoy por hoy el poder chino, y no solo los capitales, es capaz de actuar en el mundo entero, con un proyecto y con notables recursos.

¿No conoce la sociedad china múltiples tensiones sociales?

No pretendo tener una visión completa de todo lo que ocurre en China, pero al menos digamos que China es un país capitalista, que por consiguiente conoce y conocerá crisis, como todo país capitalista, esto está más claro que el agua. Otro elemento indudable es la sobreproducción. El Estado mantiene la actividad en empresas públicas por razones políticas y sociales, a fin de evitar una crisis social, de no perjudicar a un clan… Esto provoca que haya enormes capacidades de sobreproducción. Y burbujas de endeudamiento de estas empresas y en el sector inmobiliario, que pueden estallar en cualquier momento, sin que sea posible formular un pronóstico preciso.

Hasta ahora, las importantes reservas de divisas han permitido aplicar internamente medidas anticrisis. China necesita disponer de tierras cultivables, de minerales y petróleo, de puertos, con las consecuencias que esto conlleva en el terreno de los medios militares, lo que de acuerdo con la lógica de todo imperialismo en su fase de expansión conduce a exportar capitales para llevar a cabo estas inversiones indispensables.

Otro factor que se observa a gran escala, en África, es que para los contratos de obras de gran envergadura se exporta cemento, acero, trabajadores, de manera que estos mercados exteriores dan salida a la sobreproducción interior. Todo esto no está exento de riesgos. Los contratos en África están garantizados por bancos chinos, pero si un gobierno se niega a pagar sus deudas, no le resultará difícil suscitar revueltas antichinas. Estos riesgos políticos existen.

¿Y en lo que respecta más en particular a las movilizaciones obreras?

Durante un primer periodo, el poder utilizó el éxodo rural para crear un subproletariado, particularmente en las zonas francas. Hay que recordar la cuestión del permiso de residencia, cuya existencia se remonta a muchos años atrás. Bajo Mao, fue un instrumento para evitar el éxodo rural hacia las ciudades del litoral. Bajo Deng Xiaoping, unos 250 millones de campesinos y campesinas pasaron a ser migrantes indocumentados en su propio país: sin permiso de residencia, no tienen derecho a estar allí, no tienen derecho a la vivienda, ni a los servicios sociales, los niños no tienen derecho a la escolarización (son únicamente asociaciones de voluntarios las que aseguran la escolarización de estos niños). Una situación muy característica de la acumulación primitiva de capital.

Estos migrantes rurales se consideraban temporales y su idea era regresar un día a la aldea. La segunda generación comenzó a organizarse y a luchar, mientras que al mismo tiempo menguaba el ejército de reserva, lo que explica las victorias obtenidas y los aumentos salariales. Una situación sin duda muy diversa según las empresas, pero es indiscutible que ha habido un aumento real del nivel medio de los salarios. Esto lo corrobora el hecho de que ciertos capitales han abandonado el país para reinvertirse en otros países de nivel salarial más bajo.

En una tercera fase se han sistematizado las luchas. Por lo general son luchas duras, temporales, que a menudo finalizan con victorias. En su mayoría son de carácter local, contra la construcción de presas, por ejemplo. El número de locales públicos incendiados cada año es impresionante. El esquema clásico es que la autoridad local comprende que el descontento requiere alguna concesión: se sanciona a los cabecillas y se satisface una parte de las reivindicaciones. Por tanto, hay luchas, pero lo que está estrictamente prohibido es la organización duradera y la que abarque varias localidades.

Así, el movimiento choca con una doble imposibilidad. La primera es que los sindicatos oficiales (existe una única confederación sindical legal) se conviertan en instrumentos en manos de los trabajadores. Son la correa de transmisión del poder hacia los trabajadores, actualmente del poder y de la patronal. La segunda es la de crear sindicatos autónomos. Todo intento en este sentido desencadena una represión inmediata.

Hay una lucha destacada que ha roto con esta regla. ¿Es un fenómeno excepcional o anuncia un cambio? Habrá que verlo… Se trata de la lucha de Walmart. Walmart es una multinacional estadounidense especializada en la gran distribución. En 2013 pasó a ser la empresa más grande del mundo en términos de volumen de negocio. Un gigante, por tanto, que cuenta en China con 419 almacenes y 20 centros de distribución y emplea a más de 100 000 trabajadores (cifras de 2015). Esta empresa es internacionalmente conocida por los bajísimos salarios que paga y por su antisindicalismo. La lucha del personal de Walmart se organizó a partir de una página web, lo que permitió poner en marcha una movilización simultánea en cuatro almacenes, con recaudación de fondos para pagar a abogados y ayudar a los huelguistas. Esta lucha sigue su curso.

Esto ha sido posible gracias a una circunstancia muy especial. Pekín quiso presionar a la empresa, y por eso autorizó la elección de estructuras sindicales de base. Salieron elegidos sindicalistas combativos. Después se llegó a un acuerdo entre el régimen y la direccion de Walmart, abriéndose el acceso a las “secciones sindicales” incluso a los mandos intermedios. De este modo, nada menos que el director de recursos humanos se puso a la cabeza del sindicato de empresa. Sin embargo, se había formado una generación combativa, que decidió proseguir con la lucha.

Otro factor es que esta multinacional es a su vez bastante peculiar: los sindicatos están prohibidos en todos sus centros y se organiza un culto en torno a la personalidad de su fundador. Se trata de crear una “conciencia Walmart”. “¡Soy Walmart!” Esto se ha vuelto en contra de la dirección cuando esta quiso imponer a todo el personal la flexibilidad total. Esta está autorizada en China, aunque solo en determinados casos. Las autoridades decidieron que Walmart no entraba dentro de esos supuestos. Este fue el elemento que desencadenó la movilización de los trabajadores.

Es esta una cuestión que se repite, a saber, que el posible estallido de luchas está relacionado con conflictos entre un aparato y otro poder, o entre fracciones de un mismo aparato. Esta no ha sido la primera gran lucha, pero las demás han sido siempre de carácter local, pese a que en ocasiones tenían lugar en nombre de los intereses del proletariado chino: en China existe cierta forma de identidad de clase, heredada de la revolución y de la época maoísta. Es interesante observar que muchos movimientos de solidaridad democrática en el plano internacional defienden expresamente los derechos de los trabajadores.

A menudo se escuchan reacciones a los problemas ecológicos y a los temores derivados del envejecimiento demográfico…

Muchas luchas giran en torno a cuestiones ecológicas, contra la construcción de presas que engullen aldeas, contra la polución, que se ha convertido en un problema importante debido a su gravedad… Esta dimensión está muy presente en numerosos conflictos locales, pero parece que no necesariamente se la percibe como un asunto de naturaleza ecológica. No tengo la impresión de que exista en China un movimiento ecologista que se conciba como tal, aunque puedo equivocarme.

En lo que respecta a la demografía, en la época de Mao se desarrolló una política natalista. La política del hijo único no se impuso hasta más tarde. Las estadísticas están en parte falseadas, en la medida en que numerosos niños no están declarados. Sin embargo, el desequilibrio entre niñas y niños se ha agravado (con el aborto selectivo de niñas para que el hijo único sea un niño), lo que ha dado lugar en ciertas regiones a secuestros y ventas de mujeres. Ahora, esta política de hijo único se ha ido abandonando paso a paso, sin que esto haya provocado un fuerte aumento del número de nacimientos. La natalidad se ha estabilizado en un nivel bajo. Por tanto, no asistiremos a un rejuvenecimiento de la población, sino, por el contrario, a un aumento relativo del número de personas mayores. Y eso sin que se hayan mantenido las estructuras colectivas que existían en tiempos de Mao. La vejez se ve por tanto condenada a la soledad o a depender de la familia.


Por Robin Lee

A finales del verano, en Shanghái se informó de un fuerte aumento repentino del número de parejas que pedían el divorcio. Esto no se debió a una súbita ruptura de numerosas relaciones, sino a los rumores que circulaban de que el ayuntamiento iba a introducir pronto mayores restricciones a la compra de pisos, favoreciendo a quienes compraran por primera vez. Por eso muchas parejas se apresuraron a obtener el llamado “divorcio documentado” antes de que entraran en vigor los cambios, con la esperanza de poder adquirir todavía una segunda vivienda a mejor precio. Esta drástica respuesta al cambio legislativo previsto por parte de muchas parejas de Shanghái no fue la primera de esta clase, sino que volvió a poner de manifiesto alguno de los aspectos absurdos del mercado inmobiliario chino.

Los analistas llevan tiempo advirtiendo de los peligros de la creciente burbuja inmobiliaria en China. Por un lado, la enorme sobreinversión en la construcción de inmuebles con el fin de sostener el crecimiento ha producido las tristemente famosas ciudades fantasma, con galerías comerciales que siguen vacías y pisos y apartamentos sin terminar o no ocupados. La magnitud de la sobreinversión hace que gran número de pisos sigan sin ser vendidos, particularmente en ciudades de segunda. Al mismo tiempo, y pese a que en el pasado han experimentado alguna caída, los precios del mercado inmobiliario, impulsados por la especulación, han seguido aumentando últimamente de forma continua hasta alcanzar niveles extremamente altos en las principales ciudades. De acuerdo con la Oficina Nacional de Estadística, las ventas de espacios en edificios residenciales aumentaron un 25,6 % en los ocho primeros meses de este año, mientras que su valor se incrementó un 40,1 %. En Shanghái, los rumores sobre las nuevas restricciones siguieron a un aumento en el mes de julio del 27,3 % del precio de la vivienda nueva en comparación con el año anterior.

Pese a que en el caso de Shanghái las nuevas normas no entraron en vigor a comienzos de septiembre, como se había rumoreado, y que posteriormente se dijo que varios agentes inmobiliarios habían sido detenidos por propagar los rumores para impulsar las ventas, en otras localidades los ayuntamientos sí adoptaron disposiciones que supuestamente estaban encaminadas a enfriar el mercado inmobiliario. Mientras que el propósito de tales medidas consiste supuestamente en limitar las malas prácticas o los actos ilegales de los promotores y responder a la preocupación por el aumento descontrolado de los precios, la realidad es que apenas contribuyen a abordar las causas subyacentes de los problemas.

Un problema es que cualquiera de estas medidas encaminadas a regular el aumento de la burbuja se ve socavada en gran medida por la existencia y el uso de una banca en la sombra y sus mecanismos irregulares de concesión de préstamos. El sistema chino de financiación en la sombra es importante y se ha calculado que el año pasado movió 54 billones de yuanes, el equivalente al 79 % del PIB de China. Esta financiación en la sombra ha generado capacidades excedentarias en varios sectores de la economía china y en particular en el sector inmobiliario. Por otro lado, se han puesto en tela de juicio las propias medidas destinadas a controlar el mercado inmobiliario.

Yi Xianrong, economista y profesor de la Universidad de Qingdao, que ha comentado con anterioridad los riesgos de la creciente burbuja inmobiliaria china, es un buen ejemplo de alguien que ha cuestionado estas medidas. Este mismo año ha llamado la atención sobre el hecho de que el crecimiento del PIB del país se basaba en su mayor parte en la construcción de infraestructuras con dinero público y en las ventas de viviendas, impulsadas por el aumento de los precios. Predijo que, aunque este crecimiento pueda mantenerse durante un año, más o menos, no podrá continuar indefinidamente y tal vez cause nuevos problemas. Sin embargo, en un comentario más reciente, ha puesto en tela de juicio varias políticas recientes de algunos ayuntamientos que supuestamente están destinadas a encauzar el proceso, argumentando que no son realmente políticas encaminadas a controlar el mercado inmobiliario, sino que se trata de políticas de “comercialización del hambre inmobiliario”. En otras palabras, las políticas no servirán para enfriar el mercado, sino que tendrán el efecto opuesto y favorecerán la especulación.

Yi cita algunos ejemplos concretos de localidades en que las acciones e intenciones de las autoridades locales resultan cuestionables al respecto. Critica, por ejemplo, que los intentos del ayuntamiento de Shenzhen de investigar a los promotores y hacer un seguimiento de los agentes inmobiliarios no funcionarán debido a que su enfoque no distingue entre los consumidores individuales que compran viviendas y las compañías de inversión que son una causa importante de la especulación descontrolada en el mercado inmobiliario. Por consiguiente, acusa al consistorio de no abordar el problema y tacha de falsos sus intentos de regular el mercado inmobiliario, que según él están destinados a permitir que siga la especulación.

Del mismo modo, en Fuzhou, donde el ayuntamiento decidió limitar la diferencia de precios entre diferentes lotes de la misma promoción al 10 % y declaró que pensaba incrementar la disponibilidad de solares para la construcción de pisos en un 20 % durante los tres años siguientes, Yi considera que estas medidas están más bien destinadas a decir a los inversores que los precios en el mercado inmobiliario irán en aumento, con el resultado de animarles a comprar inmuebles más rápidamente. También en Nanjing, donde se impusieron plazos para la solicitud de préstamos, critica los préstamos por haber favorecido con anterioridad el crecimiento del mercado inmobiliario y que la fijación de plazos solo se aplicaba a un tipo de préstamos, pero no era una política que abordara el conjunto de este mercado. También ha criticado otras políticas por inducir la especulación inmobiliaria en los mercados, favoreciendo el aumento de los precios hasta niveles todavía más elevados.

Estas políticas de los gobiernos municipales, como ilustra la avalancha de divorcios de Shanghái, también ha atraído a más sectores de las clases medias de China al mercado inmobiliario, de manera que, según Yi, estas se verán cada vez más atrapadas en la burbuja. Advierte de que, en el futuro, cuando se colapse el mercado, el efecto puede ser mucho peor que la caída de la bolsa en 2015, hasta el punto de que esta vez no habrá vía de escape para las clases medias.

Más allá de las familias de clase media que han buscado oportunidades de invertir y han recurrido al divorcio para poder comprar una segunda o tercera residencia, los efectos del aumento del precio de la vivienda tienen otras consecuencias graves de tipo social y económico. El grado de especulación, en la que participan empresas que adquieren cientos de unidades con ánimo de realizar grandes beneficios, genera enormes desigualdades. En otro artículo, Yi critica la distribución cada vez menos equitativa de la riqueza social que se deriva de la especulación inmobiliaria, dado que la compra de una vivienda está cada vez menos al alcance de los hogares de renta baja. Además, observa que con un mercado inmobiliario que se guía principalmente por la especulación, y no por los consumidores, el efecto es negativo para el consumo, que se considera cada vez más como un pilar fundamental del crecimiento económico de China. Al aumentar los precios, quienes pueden permitirse la compra de una vivienda ven aumentar su deuda por tener que devolver préstamos e hipotecas, lo que puede reducir en buena medida el consumo general de estos hogares. Esto supone nuevas amenazas para la vitalidad de la economía china.

¿Por qué no aborda el gobierno las cuestiones subyacentes? Otra parte significativa del problema tiene que ver con la propiedad y el uso del suelo en la China actual. En este país, la totalidad del suelo pertenece al Estado o a colectividades. En la práctica, esto significa hoy que el gobierno controla el uso del suelo y lo cede para determinados periodos de tiempo. Así, los gobiernos locales venden a menudo terrenos mediante subasta, cediéndolos al mejor postor, o a promotores con los que las autoridades mantienen estrechas relaciones. En muchos casos, los ayuntamientos expropian terrenos de vecinos, supuestamente en nombre del “interés público”, para luego venderlos con beneficio a los promotores, lo que supone una parte significativa de los ingresos de la municipalidad (en algunos casos hasta el 50 %) y contribuye de modo importante al PIB.

Estas prácticas relativas al uso del suelo no siempre se han dado. En efecto, a este respecto China ha aprendido de Hong Kong. Antes de 1988, la constitución china estipulaba que el suelo urbano era propiedad del Estado y el suelo rural era propiedad colectiva. A ambas categorías se aplicaban cláusulas que prohibían la compraventa o el arrendamiento de solares. No obstante, con la creación de las zonas económicas especiales (empezando con la de Shenzhen en 1980) ya se empezó a resquebrajar el principio de nacionalización o colectivización de la tierra. Puesto que estas zonas estaban destinadas a atraer la inversión extranjera directa, había que arrendar terrenos a empresas extranjeras, y desde entonces se extendió la práctica de arrendar terrenos de propiedad estatal o colectiva (con una indemnización simbólica en este último caso), a pesar de la prohibición constitucional.

Muchas ciudades aprendieron de Hong Kong procedimientos para subastar tierras con el fin de promover la mercantilización del suelo. En aquel entonces, todo el suelo de Hong Kong pertenecía a la corona británica y el gobierno colonial utilizaba el suelo de la corona para recaudar dinero mediante la subasta y la entrega de terrenos al mejor postor. Los ayuntamientos chinos comenzaron a adoptar el procedimiento de Hong Kong y personas como CY Leung, que es topógrafo profesional, fue a China continental para enseñar a las autoridades municipales cómo subastar tierras y promover el mercado inmobiliario en general.

El gobierno central se mostró impresionado por estos experimentos y en 1988 el Partido Comunista Chino enmendó la cláusula constitucional en cuestión para legalizar la venta de terrenos. Con ello copió de Hong Kong la alianza de amiguetes entre el gobierno, los promotores, los bancos y los agentes inmobiliarios, que se benefician todos de este monopolio y de esta mercantilización de las llamadas tierras de propiedad estatal o colectiva. Este sistema también hace que el aumento continuo del precio de los inmuebles redunde en interés de todos los componentes de la alianza. Al permitir a los promotores la venta de inmuebles a precio elevado se garantiza que seguirán comprando terrenos del gobierno, de modo que atacar a fondo el problema de la especulación inmobiliaria no interesa a los políticos locales. Esto implica que cualquier medida encaminada a abordar cuestiones relacionadas con la demanda en el mercado inmobiliario, pero que evita acabar con la subasta de “tierras de propiedad estatal o colectiva” y su entrega al mejor postor, nunca dará resultado a largo plazo.

En términos generales, la crisis inmobiliaria china es una crisis que ya afecta de lleno a quienes desean o no pueden permitirse comprar una vivienda para vivir en ella, e incluso más a quienes han sido desplazados por proyectos urbanísticos, y una crisis cada vez más profunda para la clase media, en la medida en que la han animado a invertir en segundas o terceras residencias. La continuación por esta vía bajo el impulso de la especulación y la complicidad del gobierno al ayudar al enriquecimiento de los promotores, también puede llegar a desestabilizar gravemente el sistema económico chino cuando estalle la burbuja.


Por Charles-André Udry

Según las autoridades chinas, el 13º plan quinquenal -discutido “públicamente” en octubre de 2015 con ocasión de la 5ª sesión del 18º Comité Central del Partido Comunista Chino (PCC)- debía asegurar un crecimiento de al menos el 6,5 % para el período 2016-2020. Oficialmente -si las cifras publicadas no han sido elaboradas a ojo de buen cubero-, el crecimiento se sitúa por debajo del 7 % (6,9 % según el People´s Bank of China) en 2015, la tasa más baja desde hace más de 25 años. Los expertos no chinos estiman que el 4% es un máximo para 2015. Así pues, el mal llamado PCC registraba y certificaba el retroceso del crecimiento en su 13º Plan quinquenal.

Las estadísticas “autorizadas” por la dirección del PCC indican un crecimiento de los servicios en el PIB. Pero sobre este tema hay una interrogante: el sector de los servicios es arrastrado, entre otros, por el sector inmobiliario. Ahora bien, en este sector se manifiesta una gigantesca crisis de sobreproducción, que lógicamente va acompañada de un endeudamiento local, provincial y central íntimamente conectado a la “industria” de la corrupción. Los datos sobre la importancia creciente de los servicios son también el producto de una actividad bursátil y financiera desenfrenada que ha recibido un primer frenazo en el tercer trimestre de 2015 al estallar la burbuja bursátil.

¿Se van a mantener las inversiones en los transportes, la educación, la salud el llamado reequilibrio entre industria y “servicios” -en la medida en que esta categoría tenga un sentido-? Ya veremos, pues se trata de inversión en una gran parte en capital fijo.

En la industria, las sobrecapacidades de producción son también masivas y van de par con la bajada de los precios de la producción manufacturera, a pesar de la presión salarial al alza (relativa) en ciertas regiones. Sin embargo, son los sectores industriales en los que el Estado está muy presente (acero, cemento, máquinas, etc.) los más afectados por la recesión. Un número creciente de estas unidades están, de hecho, en quiebra -un déficit reconocido desde hace años- y son mantenidas a pulso por el sistema bancario administrado. Sobre empresas como las del reciclaje (sic) o del automóvil, el efecto de ralentización de la economía mundial, registrado el 6 de enero por el FMI, va a tener un efecto recesivo. La sobreproducción estructural en la rama del automóvil no deja de manifestarse a escala internacional y el asunto está clasificado, desde este punto de vista, en términos de pendiente en descenso. La ralentización de las exportaciones chinas, diferente según los sectores, aparece tanto en los datos de la CNUCED como de la OMC, tanto en valor como en volumen, incluso en desfase, el primer semestre de 2015, en relación a la dinámica del comercio mundial. Lo mismo ocurre con las importaciones. Han bajado más del 15 %, lo que los países exportadores de materias primas, como Brasil o Argentina, experimentan como un choque.

En lo inmediato juega ciertamente la falta de datos fiables para los inversores centrados en las finanzas comerciales. A esto se añade el final -previsto para esta semana, pero que puede ser revisado- de las normas de intervención en el mercado bursátil. De ahí la precipitación por deshacerse de activos o de jugar a la baja para los especialistas de la “anticipación de quienes disponen de información privilegiada”.

Pero en el plano político -pues se trata de economía política- está apareciendo una potencial crisis de dirección. Xi Jinping -como figura de la dirección centralizada del PCC, lo que no quiere decir que controla todo el gigantesco aparato, incluso con la ayuda decisiva de la cúspide del ejército- debe a la vez operar “ajustes” que van a provocar heridas sociales intensas en una base social que no se pasea por los Campos Elíseos o en Ginebra pero que es susceptible de numerosas revueltas. Y para ella, el nacionalismo conquistador y chillón no alimenta sus necesidades sociales cotidianas. Y los pequeños inversores (ahorradores por precaución) de la bolsa no son tan numerosos y se han transformado en pequeños grandes perdedores.

Para evitar estos enfrentamientos sociales, el mantenimiento del “control administrativo” -dicho de otra forma, camuflar la crisis de sobreproducción de múltiples facetas con inyecciones de créditos con el objetivo de mantener más empleos sectoriales y regionales - debe perdurar. Pero la presión para imponer un ajuste estructural a fin de modificar más fundamentalmente las relaciones entre la acumulación “liberada” del capital y el poder se hace sentir en los eslabones de transmisión entre el capital privado o que puede llegar a serlo -desde los escalones ocupados por la burocracia celeste- y el aparato dirigente del partido.

Una respuesta autoritaria es algo que no hay que excluir. Se ha realizado en Hong Kong, donde la empresa “privada” Alibaba ha puesto la mano sobre la South China Morning Post y donde “desaparecen”, sin dejar huella, los editores de libros críticos contra el régimen de Pekín. En conclusión, no se trata por tanto de una cuestión bursátil, sino de un proceso mucho más fundamental, en el que se juega también la plaza del renminbi (yuan) en las posiciones en competencia (conflictos interimperialistas) en un sistema monetario internacional en el que la economía de los Estados Unidos se vuelve hacia el Asia-Pacífico, donde se encuentra con el capitalismo chino. La devaluación del yuan (renminbi) el 5 % en una semana forma parte de esta gigantesca batalla.


Por Pierre Rousset

No hay hoy nada inhabitual en que los Estados Unidos pierdan una guerra. No ocurría lo mismo el siglo pasado. Hace justamente 40 años, la debacle estadounidense de 1975 en Vietnam fue un acontecimiento tanto más significativo en la medida en que Washington había movilizado, durante años, sus gigantescos medios para ganar. Para los Estados Unidos el pulso indochino tenía un alcance internacional de grandísima importancia. Entre revolución y contrarrevolución, confrontación de “bloques” este-oeste y conflicto chinosoviético, Vietnam era el “punto focal” de la situación mundial en una configuración geopolítica sin equivalente desde entonces.

El 30 de abril de 1975, el Ejército Popular de Liberación entró, sin disparar un tiro, en Saigón como consecuencia de una ofensiva relámpago. El régimen saigonés, sostenido por Washington, se hundió como un castillo de naipes. Cogidos por sorpresa, los Estados Unidos debieron evacuar el país de forma urgente, los helicópteros tuvieron que rescatar a sus ciudadanos en el tejado de la embajada estadounidense ¡ante las cámaras de televisión del mundo entero! Una terrible humillación para la superpotencia imperialista hasta entonces con reputación de invencible.

Hacía ya una buena veintena de años que los Estados Unidos se habían implicado en la lucha contra el movimiento de liberación en Vietnam; en efecto, comenzaron a intervenir antes de la derrota francesa de 1954, preparándose a tomar el relevo de un régimen colonial en pleno declive. No se trataba para Washington de defender intereses particulares (acceso a mercados, inversiones…). Lo que estaba en juego era absolutamente estratégico: frenar de forma definitiva toda dinámica revolucionaria en Asia.

Frenar las revoluciones asiáticas

Asia se había vuelto, muy pronto, en el principal foco de las luchas antiimperialistas. Fue en Europa donde las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución rusa se hicieron sentir en primer lugar. Pero después de la derrota última de la revolución alemana (1923), la atención se dirigió hacia Oriente. Asia Central, musulmana, entró en ebullición. Revolución y contrarrevolución se enfrentaron en China a partir de 1925. Durante los decenios que siguen a la Segunda Guerra Mundial, se desarrollaron movimientos armados de liberación desde América Latina a África o a Medio Oriente, con países faro como Cuba, Argelia, Palestina, Angola, Mozambique… El imperialismo impuso su orden a golpe de dictaduras militares particularmente sangrientas (Chile, Argentina…) y con la ayuda de Estados como Israel. Todo el Tercer Mundo se vio afectado, pero fue en el Extremo Oriente donde, con la victoria de la revolución china (1949), el pulso tomó una dimensión completamente particular. China era el país más poblado del mundo, seguido de India que, aunque capitalista, se acercó a Moscú para ganar una cierta independencia. Francia se mostró incapaz de romper el combate de los vietnamitas. Se multiplicaron los focos revolucionarios en la región. Washington quería “contener y rechazar” la ola de liberación asiática sin escatimar medios.

No se organizó el bloqueo de China igual que el de Cuba. Habia que construir en los planos político, económico y militar un inmenso cordón sanitario que se extendiera, como un arco de círculo, desde la península coreana a la península indochina. Washington extendió el cerco por el Este: fue la guerra de Corea (1950-1953) que dejó, hasta hoy, un país dividido. Cerró por el Sur, haciendo de Taiwan una fortaleza -a la que se replegaron los ejércitos contrarrevolucionarios chinos para gran perjuicio de las poblaciones locales; el régimen del Kuomintang representó entonces a toda China en el Consejo de Seguridad de la ONU. Para estabilizar a sus aliados surcoreanos y taiwaneses, los Estados Unidos favorecieron la puesta en marcha de reformas agrarias y dejaron mucho más campo libre que en otros países del Sur a las grandes familias posesoras que controlan estados dictatoriales y dirigistas. Ese fue el origen del desarrollo inhabitual de un capitalismo coreano o taiwanés relativamente autónomo.

Los Estados Unidos ayudaron a Japón a reconstruirse (como a Europa del Oeste con el Plan Marshall), a la vez que le mantuvieron bajo su tutela estratégica. Se construyeron en Japón inmensas bases militares estadounidenses (en Okinawa). También en Corea del Sur, Filipinas, Tailandia. La VII Flota y sus portaaviones ocuparon el mar de China. Washington siguió cercando, esta vez en Asia del sudeste insular: el golpe de Estado de Suharto en Indonesia (1965). El Partido Comunista Indonesio (PKI), considerado como el mayor partido comunista del mundo capitalista, fue erradicado al precio quizá de dos millones de muertos y de un estado de represión general que perduró más de treinta años.

Para acabar de cercar a China, quedaba el Asia del Sur continental. Había guerrillas maoístas activas en Malasia y en Tailandia. Pero sobre todo se reanudó la lucha en Vietnam. La división del país, decidida en los acuerdos de Ginebra, no debía ser más que temporal, esperando la celebración de elecciones que el Vietminh y Ho Chi Minh estaban seguros de ganar. Washington no había firmado los acuerdos, ni se planteaba que llegaran a celebrarse esas elecciones; al contrario, el régimen saigonés y los consejeros estadounidenses emprendieron el asesinato sistemático de los cuadros revolucionarios que vivían en el Sur. Al comienzo de los años 1960, el PCV decidió la reanudación del combate sabiendo que, esta vez, haría directamente frente a los Estados Unidos y ya no a Francia.

Poner de rodillas al “bloque soviético”

Frenar las revoluciones asiáticas no era el único objetivo de la intervención estadounidense en Vietnam. Detrás de Pekín, también está apuntando a Moscú. Washington quería acabar con la configuración de los “bloques” que dominaba, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la escena internacional. Lo que estaba en juego era enorme: permitir al capital imperialista penetrar de nuevo en los inmensos territorios del “bloque del Este”.

Aunque localizado en Indochina, el conflicto vietnamita no era una guerra local, ni siquiera regional. Su alcance era, propiamente, mundial. Corolario: todas las contradicciones de la situación internacional se refractaban en él, condicionando los datos del combate de liberación: estado del movimiento obrero y progresista en Europa y en los Estados Unidos, estado de la solidaridad, apertura (o no) de nuevos frentes revolucionarios en el tercer mundo, ambivalencias de la diplomacia moscovita o pekinesa… pues, ambivalencias, las hubo.

No habia equivalencia simple entre el “campo revolucionario” y el “campo soviético”. No obstante ser bien real la confrontación “Este-Oeste”, el imperialismo también pudo utilizar los intereses propios de la burocracia soviética (y más tarde de la burocracia china) para presionar en momentos decisivos sobre los movimientos de liberación. Los partidos comunistas asiáticos lo aprendieron pronto, a su costa. A la salida de la Segunda Guerra Mundial, con los acuerdos de Yalta y de Potsdam, Moscú aceptaba que China y Vietnam permanecieran en el seno de la esfera de dominación occidental. Ni el PCC ni el PCV respetarán este reparto del mundo negociado secretamente a sus espaldas entre potencias aliadas.

En 1954, Moscú y Pekín actuaron, esta vez concertadamente, para forzar al PCV a aceptar, en las negociaciones de Ginebra, un acuerdo que estaba muy lejos de reflejar la realidad de la correlación de fuerzas sobre el terreno y que llevaba en su germen una nueva guerra, la guerra americana, la más terrible de todas. Los vietnamitas sacaron las lecciones de esta amarga experiencia: una quincena de años más tarde, rechazarán la participación de los “grandes hermanos” chinosoviéticos en las negociaciones de París, reducidas a un vis-a-vis con Washington y de las que salieron los acuerdos de 1973, acuerdos esta vez ganadores.

La geopolítica mundial se había vuelto aún más compleja con la emergencia del conflicto chino-soviético a mediados de los años 1960, al no aceptar Pekín que Moscú negociara a sus espaldas un acuerdo nuclear con Washington. El cisma que rompió, desde el interior, el “bloque del Este” representaba un verdadero rompecabezas para el PCV que tenía necesidad de la ayuda de las dos capitales rivales del mal llamado “campo socialista”. En cambio, era un chollo para los Estados Unidos que podían surfear esta nueva contradicción. Esta baza no les permitió evitar la debacle de 1975, pero se demuestró eficaz los años siguientes con la formación de una alianza EEUU-China-Jemeres Rojos con el objetivo de cercar Vietnam.

Todo esto no debe evidentemente hacer olvidar que la ayuda proporcionada por Moscú o Pekín a Hanoi durante la guerra estadounidense fue muy importante tanto en el plano económico como militar. La URSS y China sabían muy bien que estaban en el punto de mira de la intervención estadounidense en Vietnam. Si hubieran resultado victoriosos, los Estados Unidos habrían estado en posición de avanzar más aún. La ayuda chinosoviética fue, pues, uno de los factores de la resistencia vietnamita. Aunque ayuda considerable, no dejó de ser políticamente medida para no poner en peligro las posibilidades de diálogo con Washington: no se proporcionaron los misiles capaces de proteger el cielo de Vietnam del Norte de los bombardeos B52, se mantuvo, aunque el PCV no lo deseara, la oferta de un compromiso podrido.

El factor vietnamita

La geopolítica mundial de después de 1949 (victoria de la revolución china) y 1954 (derrota francesa) hizo de Vietnam el “punto focal” de la situación internacional, la “trinchera avanzada” del combate revolucionario por retomar los términos de una larga consigna gritada en las manifestaciones de solidaridad: “Os saludamos, hermanos vietnamitas, soldados de la primera línea”. Pero el movimiento de liberación tuvo que ser capaz, en ese país, de llevar una carga muy pesada: estar “en primera línea” frente a los Estados Unidos.

Las luchas anticoloniales en Vietnam no tomaron precozmente la amplitud espectacular de lo que ocurrió en China en los años 1920. Sin embargo, el movimiento nacional y, singularmente, el PCV son contemporáneos del PCC. El núcleo dirigente inicial de estos dos partidos se formó en la onda de la revolución rusa, antes de la estalinización de la URSS. Ambos se identificaron, sin embargo, con el “campo socialista”, aunque manteniendo una autonomía de decisión a diferencia de la subordinación directa de otros PC. Ambos acumularon una experiencia de lucha variada antes de implicarse en una guerra popular prolongada, desde el giro de los años 1930 en China, un decenio más tarde en Vietnam.

Antes de la guerra americana, el Vietminh adquirió una legitimidad nacional profunda con la proclamación de la independencia en agosto de 1945, luego con la dirección de una “guerra del pueblo” que infligió al cuerpo expedicionario francés la derrota de Dien Bien Phu -un éxito sin precedentes frente a una metrópoli colonial. Los Estados Unidos se enfrentaronn pues a un adversario aguerrido y enraizado, aunque, por la conciencia de su poderío, no dudaran de su victoria.

Por su duración, la lucha de liberación de Vietnam encarna todo un período, abierto por la revolución rusa. La victoria de 1975 fue de alguna forma su clímax: triunfó en un conflicto frontal con el imperialismo estadounidense. Anunciaba también, aunque no fuera inmediatamente evidente, el fin de ese período, debido a la violencia de los conflictos interburocráticos y a las crisis que roían los regímenes soviético y chino.

Una guerra total

La intervención de los Estados Unidos en Indochina, fue en primer lugar una escalada militar sin equivalente fuera de las guerras mundiales. Se utilizaron los inmensos medios desplegados en la región, desde las bases de Okinawa a las de Thailandia transformada en un “portaaviones terrestre”. La VII Flota machacó las costas vietnamitas mientras su aviación podía intervenir rápidamente. Los bombarderos gigantes B52 operaban, devastadores, desde gran altura. Por primera vez, los helicópteros se utilizaron de forma masiva en los combates (Francia los había utilizado ya en Argelia). Napalm, defoliantes (agente naranja que sigue envenenando el país), bombas de fragmentación… A parte del arma atómica y la destrucción de los principales diques que habría ahogado bajo las olas una parte de Vietnam del Norte (dos medidas cuyas consecuencias internacionales eran imprevisibles), todo se puso en práctica. Los cuerpos expedicionarios estadounidenses alcanzaron los 550 000 hombres. Se tiraron contra el pequeño territorio indochino dos veces más toneladas de bombas que las lanzadas por el conjunto de los aliados en todos los frentes del conflicto 1939-1945. En total, no lejos de 9 millones de militares estadounidenses participaron en el conflicto.

La guerra se llevó a cabo en múltiples terrenos. Un plan de asesinato selectivo de los cuadros del Frente Nacional de Liberación en el Sur -el Plan Phoenix- provocó varias decenas de miles de víctimas. Se puso en marcha una “reforma agraria” para enfrentarse a la heredada del Vietminh y para intentar constituir una base social al régimen saigonés (campesinos capitalistas). Se agruparon las poblaciones rurales en granjas estratégicas y se instauró un sistema de control policial, hogar por hogar, hasta en las ciudades para mejor localizar a cualquier persona extraña. Para reducir el número de las pérdidas humanas en el cuerpo expedicionario se decidió la “vietnamización” de las fuerzas armadas contrarrevolucionarias, se trataba de “cambiar el color de la piel de los cadáveres”…

En los Estados Unidos, la economía participó en el esfuerzo militar e hizo otro tanto el mundo científico a quien el gobierno demandaba ampliar la paleta de ingenios de muerte: bombas penetrantes para destruir túneles, detectores de calor para localizar la presencia humana, minas antipersonales que se confundan con el entorno natural… Los científicos, en su gran mayoría, lo realizaron sin remordimientos, hasta el momento en que el movimiento antiguerra levantó el vuelo con el aumento de las pérdidas estadounidenses (60 000 GIs encontraron la muerte, por unos tres millones de vietnamitas muertos, cinco millones heridos, y diez millones de desplazados).

A pesar de las considerables pérdidas, que tuvieron graves consecuencias tras la victoria (la infraestructura militante de cuadros revolucionarios originarios del Sur quedó muy debilitada), la resistencia vietnamita aguantó. El coste económico en los Estados Unidos se volvió exorbitante. El movimiento antiguerra se conviertió en un factor de inestabilidad política interna. El año 1968 sacudió Occidente… y Washington se vió forzado a negociar. Dos años después de la firma de los acuerdos de París, el régimen se hundió.

Jaque, pero no mate

Ese año 1975, siguiendo la estela de la victoria vietnamita, Mozambique proclamó su independencia (en junio), así como Angola (en noviembre) aunque ambos fueron invadidos por África del Sur; pero en este último país, el régimen de apartheid encontró, también él, su fin en 1994…

A los Estados Unidos se les puso en jaque en Vietnam, pero sin embargo, no fue jaque mate. Los acuerdos de París no desembocaron en un compromiso como el que se dio en los acuerdos de Evian entre el imperialismo francés y el nuevo régimen argelino. Muy al contrario. Washington tomó la política de la venganza y el conflicto prosiguió bajo otras formas. En 1972, en un gesto espectacular, Richard Nixon acudió a Pekín mientras los combates estaban en su paroxismo en la península indochina. Se dibujó una alianza de circunstancias que condujo, después de 1975, a un frente antiVietnam entre el imperialismo americano, China (donde Deng Xiaoping retomó la dirección) y… los Jemeres Rojos (tras la máscara oficial de Sihanuk).

La guerra no estaba acabada. Washington mantuvo la presión diplomática sobre el país y decretó el embargo (que duró hasta febrero de 1994 e impidió la inversión internacional). Los Jemeres Rojos, que habían entrado en una huida hacia adelante criminal en el propio Camboya, multiplicaron los ataques fronterizos y reivindicaron el delta del Mekong. En diciembre de 1978, el ejército vietnamita intervino masivamente y el régimen Pol Pot se hundió. La población deportada volvió a sus casas. En febrero-marzo de 1979, unos 120 000 hombres del ejército chino atacaron en varios puntos la frontera norte; correspondió a las milicias locales y a las tropas regionales hacerles frente, ya que las fuerzas regulares vietnamitas estaban implicadas en el teatro de operaciones camboyano. Para el PCC se trataba de señalar a Hanoi que los archipiélagos de las Spratleys y Paracels son chinos, una prefiguración de los conflictos territoriales marítimos actuales.

La guerra después de la guerra provocó una crisis en Vietnam. Como en Rusia, en China o en Cuba, el imperialismo hizo pagar cara su derrota, cuando la sociedad salía agotada de 30 años de conflictos. El régimen se endureció más aún -en el pasado había dejado aislado, más o menos, a Ho Chi Minh (fallecido en 1969), había apartado a Giap en más de una ocasión y llevado a cabo una purga secreta en el seno de la dirección, poniendo a supuestos “prosoviéticos” en residencia vigilada durante años. Temía que la comunidad china del sur del país se conviertiera en una quinta columna y atacó además a los grandes comerciantes capitalistas… a menudo chinos. Pekín atizó las brasas, lo que contribuyó al éxodo masivo de los “boat people”.

La derrota de los Estados Unidos de 1975 tuvo consecuencias duraderas. El imperialismo estadounidense conoció un declive relativo, del que Europa habría podido beneficiarse. Durante años le fue políticamente imposible implicarse directamente en una nueva guerra. Una ventana favorable para las luchas habría podido abrirse, si las consecuencias del conflicto chino-soviético no la hubieran cerrado inmediatamente. La derrota en la victoria no vino del enemigo exterior, sino del enemigo interior de toda revolución social: la burocracia. Así como, no lo olvidemos, de la debilidad de la solidaridad internacional, una cuestión siempre muy presente. Muy hermosas páginas internacionalistas fueron escritas durante los años 1965-1975, realizadas en particular, aunque no solo, por la radicalización de la juventud en numerosos países. Era sin embargo muy tarde. El pueblo vietnamita habría podido ganar su independencia en 1936-37 cuando el Frente Popular en Francia o en 1945, si París no hubiera podido enviar un cuerpo expedicionario a la reconquista de su antigua colonia o en 1954 si Pekín y Moscú no hubieran concluido un acuerdo con París o, también, en 1968, como consecuencia de la ofensiva del Têt. Hubo que esperar a 1975, tras decenios de destrucciones y de pruebas que habrían podido ahorrarse a las fuerzas de liberación y a toda la población.

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