Por Olmedo Beluche

Después de veinte años de un régimen controlado férreamente por los partidos políticos oligárquicos, empieza a abrirse en Panamá la posibilidad de que las fuerzas independientes, progresistas, populares y de izquierdas (entendiendo por el último concepto a quienes estamos por el cambio social en un sentido amplio) puedan participar en un proceso electoral. La última vez que estos sectores políticos se presentaron a unos comicios con fórmulas propias fue en 1984, bajo el régimen del general Noriega. El descrédito de los partidos tradicionales y sus políticos, las luchas de resistencia contra las medidas antipopulares de la “democracia” neoliberal, que se instauró con la invasión norteamericana en 1989, han resquebrajado la unidad de la clase dominante y abierto una brecha en el antidemocrático Código Electoral panameño.

Por fin empiezan a fructificar los debates con la vanguardia popular, respecto a la importancia de presentar a la clase trabajadora y al pueblo panameño una propuesta político electoral propia. Debate que libramos desde el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), en los 90, y desde el Movimiento Popular Unificado (MPU), desde el año 2000; y que dio sus primeros pasos en la constitución del Partido Alternativa Popular, en 2007, que fuera ilegalizado en 2011. La recién aprobada reforma electoral (Ley 54 de 2012) se vio en la obligación de reglamentar la Libre Postulación a Presidente de la República, que fuera una conquista colectiva alcanzada en las calles y en los tribunales por el Movimiento “Jované Presidente”, en 2009.

Aunque la reglamentación establecida en esa ley dista de ser genuinamente democrática, y pese a que persisten obstáculos de diverso tipo a la participación electoral, el establecimiento de un piso de un 1% de firmas de adherentes (17,000 aproximadamente) para postular un candidato/a independiente a la Presidencia, permiten visualizar como realmente factible la inclusión de una candidatura surgida desde abajo, desde fuera de los partidos tradicionales, emanada del corazón de los gremios, sindicatos y demás movimientos populares.

En estas nuevas condiciones, el pasado 6 de octubre de 2012, se constituyó en la ciudad de Panamá el Movimiento Independiente de Refundación Nacional (MIREN), encabezado por el Prof. Juan Jované, figura referencial del movimiento popular y que fuera director de la Caja de Seguro Social (1999-2003) con el apoyo unánime de las centrales sindicales del país. MIREN, conformado por activistas y dirigentes populares de un amplio espectro de fuerzas del país, levantó un programa de transformaciones nacionales cuyo centro es la lucha por el derecho a comer y trabajar, la soberanía y la seguridad alimentarias, la salud y la educación, la lucha contra la corrupción y la refundación de la República con una Asamblea Constituyente originaria (ver Declaración en la página de Facebook del MPU y en Kaosenlared).

Lo más importante de MIREN es que, pese a que Jované es sin duda la figura cimera que, con toda legitimidad, es postulado por muchos de nosotros para encabezar la propuesta popular independiente en 2014, porque es el dirigente más reconocido de todos (así lo prueban las encuestas), se trata de un movimiento abierto y no cerrado, dispuesto a dialogar sin precondiciones con otros sectores populares y políticos que compartan la necesidad de una candidatura de estas características.

Sin hacernos falsas ilusiones y sin desconocer los sesgos de las encuestas pagadas por los grandes medios de comunicación, los diversos sondeos auguran para las elecciones a realizarse en año y medio, que un candidato independiente con un  programa antineoliberal de transformaciones puede sacar resultados más que aceptables. Analicemos lo que dicen las más importantes encuestadoras en sus últimos estudios de opinión: Unimer e Ipsos  (realizados a fines de septiembre, antes de la postulación de Jované) y Dichter & Neira (realizada el 14 de octubre, una semana después de su postulación).

Unimer (La Prensa), realizó su último sondeo entre 20 y 23 de septiembre, en una encuesta cara a cara con una muestra de 1206 personas, con un nivel de confianza de 95% y margen de error de 2,8%. Ante la pregunta abierta de por quién votaría para Presidente si las elecciones fueran hoy, responden: Por J. C. Navarro (PRD) 33,4%; J.C. Varela (Panameñismo) 18,2%; Guillermo Ferrufino (CD) 17,4%; Laurentino Cortizo (PRD) 1,6%; Otros 3.3%; Ninguno 10,8%; No sabe/No responde 10,9%.

Cuando Unimer pregunta ¿Por cuál candidato independiente votaría usted para Presidente? Las respuestas (con margen de error del 4,5%) fueron:  J.C. Tapia (comentarista de boxeo televisivo y del Grupo Medcom) 46,9%; Ana M. Gómez (ex procuradora de Martín Torrijos, destituida por Martinelli) 7,6%; Rubén Blades (incluido en esta categoría por primera vez) 5%; Juan Jované 1,8%; Alberto Alemán Z. (ex director de la Autoridad del Canal) 1,4%; Otros 0,7%; No sabe/No responde 33,6%; Ninguno 3%.

Unimer también incluye otra pregunta a considerar: ¿qué posibilidades ve usted en las elecciones de 2014 a una alianza de sectores de izquierda, como Frenadeso, Conusi, Suntracs y el Frente Amplio Democrático? Respuestas cerradas: Pocas 37,9%; Ninguna 33,1%; Bastantes 13,9%; Muchas 4,1%; NS/NR 10,9%. Las respuestas a esta pregunta da para una buena reflexión: la suma de quienes le ven posibilidades a una alianza de izquierdas da un significativo 18%. Sin embargo, no se ve reflejada esta tendencia en la pregunta anterior, en la que no aparece el nombre de la figura más representativa de este sector, Genaro López. Ni tampoco Jované parece recoger esa tendencia, según esta encuesta. ¿Será porque no se ha concretado esa postulación, por que no se ha producido la alianza o simplemente la ven pero no votarían a otras alternativas?

Ipsos  realizó su sondeo entre el 25 y el 29 de septiembre, a 1200 personas en áreas urbanas y semiurbanas, con nivel de confianza del 95% y margen de error del 2,8%. Frente a la pregunta de si en ese momento fueran las presidenciales, por quién votaría, las respuestas fueron: J.C. Navarro 21%; J.C. Varela 17%; G. Ferrufino 14%; Ricardo Martinelli 6%; Balbina Herrera 3%; L. Cortizo 1%; Samuel Lewis 1%; J.C. Tapia (independiente) 1%; No votaría 4%; NS/NR 29%.  Esta encuestadora introduce otra pregunta interesante (al parecer cerrada) en si votaría al bloque del gobierno, oposición o independiente: Oposición 39%; Gobierno actual 23%; Independiente 10%; Ninguno 12%; No votaría 16%.

Ipsos pregunta: ¿Considerando que usted no votaría por los partidos del gobierno, ni por el PRD, qué otra figura independiente le parecería que podría ser un buen candidato presidencial? Las respuestas fueron: J.C. Tapia 24%; Ana M. Gómez 6%; Juan Jované 3%; Milton Henríquez 2%; Genaro López 1%; la Cacica Ngäbe-Buglé Silvia Carrera 2%; otro 1%; No simpatiza por ninguna figura 30%; NS/NR 32%.

La encuesta de Dichter & Neira se realizó entre el viernes 12 y el domingo 14 de octubre de 2012 (una semana después de la postulación de Jované), a una muestra de 1200 personas, de áreas urbanas y semiurbanas. Con margen de error del 2,9%. Según esta encuesta, las intenciones de voto para presidente están así: J.C. Navarro 17,8%; R. Martinelli 17,5%; J.C. Varela 13,2%; G. Ferrufino 8,9%; J.C. Tapia 3,4%; L. Cortizo 2,4%; Samuel Lewis 1,1%; Otros 1,8%. Ninguno/No votaría 24%; NS/NR 9,8%.

Considerada por bloques la intención del voto, tenemos que 23,8% votaría por un candidato del actual gobierno; 36,35 lo haría por uno de los partidos de oposición; 16,5% votaría por un independiente; NS/NR 23,4%. De quienes se declararon simpatizantes de los partidos del gobierno, 9,65 votaría por un independiente; de los simpatizantes de los partidos de la oposición, 13% votaría a un independiente; de los que se declaran independientes, 23% votaría a un candidato de las mismas características, mientras que el 40,1 se mantuvo en la duda y no respondió.

Lo más interesante de la encuesta de Dichter & Neira, para nuestro caso es que, las intenciones de voto para candidatos independientes se presentan así: J.C. Tapia 34,5%; Juan Jované 8,2% (casi duplicando su intención de voto respecto a septiembre, que era de 4,3%); Ana M. Gómez 5,3%; Genaro López 2,1%; Mariano Mena 1,3%; Otros 0,8%; Ninguno/No votaría 34,3% (se redujo desde el 46,7% en septiembre); NS/NR 13,7%.

Arriesguemos algunas hipótesis de trabajo a partir de estos números, a las que seguramente otras personas podrán agregar otras:

Sin haber empezado la campaña, sin que se haya clarificado quiénes serán los verdaderos candidatos/as, sin las presiones de los medios y las maquinarias electorales: hoy, un claro sector del electorado se inclina por un candidato independiente: 10% según Ipsos, 16,5% según Dichter & Neira. Mientras que la encuesta de Unimer no deja ver la intención de voto a una candidatura independiente, un claro 18% se muestra optimista frente a una “Alianza de Izquierdas”. Esto no es poca cosa, en una elección que se vaticina fragmentada y no polarizada como la del 2009.

El alto porcentaje de indecisos, que no sabe o no responden, que es normal dada la distancia de año y medio a los comicios, muestran el campo fértil donde un proyecto político independiente y popular debe trabajar: 11% para Unimer; 23,4% Dichter & Neira; 29% para Ipsos.

A los indecisos cabría sumar una parte de quienes hoy, por estar enojados con el sistema, dicen con claridad que no votarían, quienes podrían ser permeables a una propuesta claramente diferenciada del régimen y sus partidos: 4% para Ipsos, 10,8% para Unimer y 24% para Dichter & Neira.

Agreguemos que todas las encuestas marcan como el principal problema para la ciudadanía el del alto costo de la vida, asunto en el que sólo una propuesta como la de Jované, que propugna claramente por el control de precios, puede llegar a la conciencia del electorado. Otro problema agudo es el de la percepción de corrupción generalizada, en el que hay que afinar las propuestas asociadas a la consigna de Asamblea Constituyente.

Un problema a resolver es el de la “unidad” de la izquierda y los sectores populares, lo cual potenciaría mucho más una candidatura de este tipo. Sin embargo, dada la experiencia y la historia, no cabe ser optimistas al respecto.

Tal vez más importante que lo anterior es tender un puente y un diálogo hacia dos sectores importantes cuantitativa y cualitativamente: los torrijistas honestos que hoy no desean votar por J.C. Navarro y que no quiere caer en la trampa de Samuel Lewis o Alemán Zubieta (13% según Dichter & Neira); y a los pueblos originarios, en particular los Ngäbe-Buglé, quienes han dado la mayor cuota de lucha y sacrificio contra los desmanes del gobierno de Martinelli. En este último caso, es notorio que la cacica Silvia Carrera marca en las encuestas (2% según Ipsos). Puesto que Jované ha dejado abierta la puerta para sumar una mujer en su fórmula presidencial, no hay la menor duda que la candidata ideal sería Silvia Carrera, que permitiría sumar los votos de los pueblos originarios, el 10% de la población.

En el plano del debate político, la propuesta popular e independiente, debe hacer frente a dos argumentos que utilizará la burguesía para confundir y neutralizar: a.  La falacia de la “unidad de la oposición para vencer al autócrata Martinelli”; b. Que da lo mismo cualquier candidato que se proclame “independiente”. En ambos casos, la respuesta está en el programa, que debe sostener un claro signo: antioligárquico, antineoliberal, popular, defensor de los derechos sociales y económicos de la clase trabajadora, con claras medidas de regulación del mercado y protección a los productores agrícolas, de reforma completa del régimen institucional y político. En ese marco, no puede haber unidad con los responsables del régimen antipopular y oligárquico, lo que incluye a los partidos de gobierno y oposición, y a algunas figuras disfrazadas de “independientes”.

Y, ¿el socialismo a dónde queda? Los socialistas debemos apoyar esta lucha, que es un paso en el camino correcto, porque en un país donde los trabajadores votan a empresarios como Martinelli, Navarro o Varela, hay que empezar por fomentar la conciencia de clase “para sí”, es decir, la confianza de que la clase trabajadora puede gobernar y tener sus propios partidos y propuestas políticas.

Panamá, 18 de octubre de 2012.

 

Por Olmedo Beluche

Arnulfo Arias Madrid es una de las figuras emblemáticas de la política panameña del siglo XX. Fue el líder carismático de las masas populares durante seis décadas, vivió muchos años en el exilio, fue varias veces candidato presidencial, las ocasiones en que "perdió" lo fue por fraudes electorales, asumió la Presidencia en tres ocasiones de las que salió siempre por la vía forzosa de golpes de Estado. Pero pocas personas saben, o han caído en cuenta, que Arnulfo también realizó un verdadero golpe de Estado, aunque fracasado, el 7 de mayo de 1951.

Ese día el presidente Arnulfo Arias emitió un Decreto que dejaba sin efecto la Constitución vigente de 1946, restituía la de 1941, disolvía la Asamblea Nacional, ponía en situación de interinidad a los magistrado de la Corte Suprema de Justicia, suspendía la garantías constitucionales. El día anterior ya había procedido a arrestar a prominentes políticos y diputados opositores, como: el ex presidente Ricardo A. De la Guardia, Manuel Quijano (hijo del ex presidente Enrique Jiménez), Roberto Arias, César Quintero, Carlos I. Zúñiga, Manuel Solís Palma, Rómulo Escobar, Hugo Víctor y varios más. Incluso la noche del 6 de mayo un grupo de policías de "la secreta" a sus órdenes atentó contra la vida de los diputados Jorge Illueca, David Samudio y Norberto Navarro.

Un golpe de esa naturaleza no fue recibido de manera impasible: entre el 8 y el 9 de mayo, múltiples sectores profesionales y laborales se declararon en huelga. Paralizaron sus labores educadores, médicos, algunas instituciones públicas, todo el comercio de la avenida Central, las tiendas de abastos, hasta el transporte público se paralizó. La Corte Suprema de Justicia repudió el decreto considerándolo carente de base jurídica, el órgano legislativo se negó a acatar su disolución y declaró al presidente Arias como usurpador. En una inusual declaración la Iglesia Católica dispuso "ponerse en pie de guerra" hasta que la Constitución del 46 fuera restituida. El ministro Ricardo Arias E. y el contralor Henrique de Obarrio renunciaron.

Millares salieron a la Plaza de Santa Ana a protestar arengados por los dirigentes del Frente Patriótico y otros políticos opositores. Pero otros cientos acudieron a la Presidencia a apoyar a Arnulfo Arias, donde se atrincheraron. El 9 de mayo se registraron enfrentamientos y murieron tres personas con más de 100 heridos de bala. Cuando finalizaron los enfrentamientos, consolidado el contragolpe del 10 de mayo, la lista de muertos llegaría a 9, los heridos eran cientos y los detenidos superaban los mil.

¿Qué causas motivaron a Arnulfo Arias a emitir el decreto del 7 mayo? Recordemos que, producto del final de la Segunda Guerra Mundial y del cierre de las bases militares posterior al movimiento del 47, el país que dependía de la soldadesca norteamericana para alimentar una economía de "burdeles y cantinas", casi sin mercado interno, sin industria y una raquítica agricultura, se sumió en una profunda crisis económica. El gobierno estaba sobregirado, el déficit público era tremendo, se cerraron entidades públicas, se despidieron funcionarios y rebajaron sueldos, la inflación era intolerable. Desde las elecciones de 1948, que le habían robado a Arnulfo Arias, y el posterior golpe contra Daniel Chanis y Roberto Chiari, por parte de los comandantes de la Policía Nacional (José Remón Cantera, Bolívar Vallarino y Saturnino Flores), ya se estaba produciendo una disputa entre las élites económicas por el control de los pocos negocios que producían ganancia, como el matadero de reses (controlado por los militares y los políticos del Partido Liberal Doctrinario).

La crisis política del 48-49 se había resuelto cuando los militares pactaron con Arnulfo Arias su reconocimiento como presidente a cambio de que sus intereses no fueran tocados. Pero la crisis económica continuó profundizándose. Durante el año y medio que gobernó Arias, intentó varias medidas para enfrentar la crisis fiscal, pero otras, como la Convención de Reclamaciones con Estados Unidos, agravaron la situación. Los bancos internacionales no aflojaban sobre el cobro de la deuda externa. A todos esos inconvenientes se le sumaba la oposición sistemática de la Asamblea donde su partido era minoritario. Para colmo de males rompió su alianza con los militares al intentar quitarles el monopolio sobre el matadero. Sumado todo lo cual, a inicios de mayo del 51, corrieron rumores sobre la quiebra de los bancos estatales, principalmente la Caja de Ahorros, y empezó una fuga masiva de fondos.

La grave crisis económica y fiscal, así como la disputa de las fracciones de la clase dominante por el control del aparato estatal y los negocios, es lo que gravita detrás de los cruentos sucesos de mayo de 1951. Parece una disputa entre dos fracciones de la burguesía panameña, una asentada sobre el sector agrario, en torno a Arnulfo Arias; otra impulsada por los comerciantes de la ciudad de Panamá, que expresaba los sectores tradicionales encumbrados al inicio de la República. Aunque el decreto del 7 de mayo está revestido del lenguaje anticomunista de la época macartista, es esa disputa económica el verdadero móvil del intento de Arnulfo por hacerse con el control completo del Estado. El decreto argumenta que "la Constitución de 1946 contiene normas que imposibilitan l adopción de providencias para conjurar la grave crisis económica y fiscal".

La falta de tacto político y su incapacidad para hacer aliados, una característica que le acompañó toda su vida, permitió que los sectores que se habían enemistado con Remón Cantera en la crisis del 48-49, e incluso los sectores de la izquierda, como el Frente Patriótico y el Partido del Pueblo, acabaran en una manifestación masiva ante el cuartel central de la Policía, el 9 de mayo, solicitándole que depusiera a Arnulfo Arias. Durante las cuarenta y ocho horas críticas Remón se dio el lujo de recibir en su casa tanto a los ministros Arnulfistas como a los opositores, todos los cuales apelaron a él para que fuera el árbitro dirimente de la crisis política. Así sucedió el golpe de estado del 10 de mayo, el débil gobierno transitorio de Alcibíades Arosemena, y el camino a entronización como presidente en 1952 en unas elecciones completamente controversiales.

Bibliografía

Araúz, C. y Pizzurno, P. Estudios sobre el Panamá republicano (1903-1989). Manfer, S.A. Panamá, 1996.

 

Por Olmedo Beluche

"La política es el reino de las apariencias", ha dicho alguien. De las apariencias y el engaño, agreguemos. El debate sobre la reforma al Código Electoral, con todo su histrionismo y demagogia, tiende a velar los intereses creados en torno a cada postura y las debilidades de nuestro sistema político. Respecto al sistema democrático, hay que distinguir el ideal consagrado en la Constitución de la realidad.

En un sentido formal, una democracia es un sistema político en que el pueblo es el titular del poder político, el cual lo ejerce de manera directa o indirecta. La democracia representativa (indirecta) implica que el pueblo elige a sus gobernantes mediante el sufragio. La Asamblea Nacional, el órgano que hace las leyes, debiera ser el cuerpo político electo que represente al conjunto de la "nación", el "pueblo" o "ciudadanía".

La Asamblea, para ser "democrática", debiera ser un reflejo de la diversidad de ideas que existen dentro de la nación. Mientras que el Ejecutivo, es electo bajo el principio de la mayoría, es decir, el que ha sacado más votos; el Legislativo, para que refleje la diversidad del "pueblo", debe ser electo bajo el principio de la proporcionalidad, o sea, debieran estar representadas las mayorías, pero también las minorías, según los votos obtenidos (Art. 147, acápite 1 de la Constitución).

Ese principio de proporcionalidad no se ha estado cumpliendo en Panamá. Porque existe una cantidad exagerada de circuitos uninominales, que eligen un solo diputado (señalado por un estudio del PNUD de 2010). Y en los circuitos plurinominales porque la forma de distribuir las curules mediante el sistema de cocientes, medio cocientes y residuos, ha negado la representación de las minorías, regalando los residuos a los partidos más votados.

Es cierto que el "voto plancha" (por partido) como se ha implementado no es democrático. Es así porque el Tribunal Electoral y quienes han detentado el poder han querido imponer un sistema bipartidista (PRD-Panameñismo) en desmedro de otras propuestas políticas incluyendo las de "libre postulación" o independientes. Pero el problema no está en la "plancha", sino en la forma arbitraria de distribuir el residuo.

¿La propuesta de Cambio Democrático, falsamente llamada de "un hombre un voto", resuelve el problema? No. Lo empeora porque destruye el principio de la proporcionalidad al imponer el criterio de que se asignen las curules sólo a los que más votos sacan. La aplicación consecuente de esa propuesta podría llevar a que en un circuito plurinominal salgan electos candidatos de  solo dos partidos.

Esa es la fórmula mágica para que la mayoría espuria que ha conseguido CD, con los tránsfugas, tengan la esperanza de ser reelectos en 2014. La propuesta del CD nos lleva de vuelta al sistema oligárquico que hizo crisis en 1968, en la que unos cuantos políticos apoyados en el poder del dinero, caciques locales, controlaron la Asamblea por décadas.

El sistema electoral panameño requiere una transformación profunda para que llegue a ser democrático: límite a las donaciones y a los gastos de campaña, un reparto de las curules que atienda a la proporcionalidad, baja de la cuota de adherentes para inscribir nuevos partidos y candidaturas independientes, etc. Pero esa democracia real sólo será posible cuando el pueblo salga a exigirlo e imponga una Asamblea Constituyente originaria.

Por Olmedo Beluche

A la memoria de

Celia Hart Santamaría

Casi por casualidad cayó en mis manos el libro Filosofía de la nación romántica (Seis ensayos críticos sobre el pensamiento intelectual y filosófico en Panamá, 1930-1960), de Luis Pulido Ritter. Diría que me gané la lotería, pues ha sido una lectura provechosa y amena, que he disfrutado como pocas de un autor “nacional”, no sólo por lo que dice, sino por el cómo lo dice. Quienes me veían reír con el libro en las manos, en la biblioteca “Diego Domínguez Caballero” (¡qué casualidad!), habrán supuesto que perdía la cordura. Es que Pulido, a secas,  como le llamamos sus compañeros de estudio, no ha dejado títere con cabeza y trata de manera herética la obra de los referentes del “pensamiento nacional” de mediados del siglo pasado.

Quienes conocemos a Pulido, y hemos seguido su trayectoria, no nos extraña la agudeza de sus reflexiones en este libro, que fue ganador del Premio “Ricardo Miró” 2007, con cual se ha superado a sí mismo y ha alcanzado la plena madurez intelectual. Este ensayo deja en claro la erudición del sociólogo, que ya con veintipocos años leía asiduamente a los clásicos famosos del Mayo Francés.  Erudición respecto de la filosofía alemana, país al que emigró, pero también erudición respecto del pensamiento panameño, literario y ensayístico. Pulido carga con una herencia genética que le viene, por linaje materno, de una familia de altos quilates intelectuales.

Vamos al grano. Filosofía de la nación romántica es una relectura crítica del “pensamiento panameño” en torno al “ser nacional”. Al estilo de Jacques Derrida, es una deconstrucción textual de los diversos “discursos” (filosóficos, históricos y literarios) sobre la “nación panameña”. Su abordamiento del asunto es a la manera postmoderna: “No ha sido mi preocupación principal analizar los orígenes de la nación romántica, sino más bien su fundamentación (construcción discursiva) en los textos y de aquí que cada lector tiene la libertad de entrar en este libro como mejor le parezca” (P.9).

Su lectura crítica está teñida del método propuesto por la corriente que se ha dado en llamar “Modernidad/Colonialidad”, es decir, poner al descubierto las falacias “cientificistas” del discurso de la modernidad impuesta por el colonialismo (como parte de lógica del poder) del Norte hacia el Sur, pero sus conclusiones se alejan de esa corriente. Su debilidad metodológica es la ausencia de una relación entre las ideas que se analizan y la realidad social que les dio origen.

¿Por qué, a ciento veinte años de establecida la República de Panamá, seguimos debatiendo respecto a la “nación panameña”, su esencia, su legitimidad, su realidad o su mito? Definitivamente que algo ha pasado y pasa en Panamá para que este asunto, aún en quienes aspiramos a “superarlo” (en términos hegelianos), como es el caso de Pulido, seguimos entrampados en ese tema como central en el “pensamiento panameño”. La respuesta a esa pregunta no la vamos a encontrar en el pensamiento puro, sino en la realidad social e histórica concreta.

Luis Pulido Ritter establece que hay en la tradición intelectual panameña, de diferentes orígenes sociales y políticos, un enfoque “romántico” sobre la nación, que nace desde Belisario Porras (Carta a un amigo, 1904); sigue con Ricardo J. Alfaro (al fundar la Academia Panameña de la Lengua, 1926); pasa por los poetas republicanos (Ricardo Miró, Gaspar O. Hernández) criticados por Roque J. Laurenza en su célebre ensayo (Los poetas de la generación republicana, 1933); sigue por los novelistas de mitad de siglo (Ramón H. Jurado, Joaquín Beleño, Octavio Méndez Pereira y José I. Fábrega); y ensayistas como Diógenes De La Rosa y Eusebio A. Morales; adquiere su dimensión filosófica con Ricaurte Soler, Isaías Gracía y Diego Domínguez Caballero; para convertirse en filosofía de la historia con Carlos Gasteazoro.

Para Pulido, la “nación romántica” panameña es una “crítica antimoderna de la modernidad en el país – de los elementos que marcan la identidad, la nacionalidad, la pertenencia a un pueblo como la sangre, la tradición, la religión, el lenguaje…” (P. 10). Según Pulido, ese discurso romántico de “lo nacional” estaría teñido del “arielismo” (José Enrique Rodó) antiimperialista (creo que no usa el concepto) propio de la “colonialidad” de la guerra fría del siglo XX.

La idea es que lo más granado de la intelectualidad panameña del siglo XX construyó un modelo de la “nación” como reacción al esquema de “modernidad” que se nos impuso con un canal enajenado por intereses extranjeros y un país “invadido” por extranjeros, principalmente obreros afroantillanos, que ponían en peligro la “patria criolla” (hispanohablante, católica e interiorana). Esa idea de “nación panameña” tuvo como contrapartida la exclusión sistemática de la población indígena y la afroantillana, de habla inglesa y resistente a al asimilación cultural.

Esta delimitación de lo nacional por exclusión racial se expresó como movimiento político en el ideario de Acción Comunal en los años 20, en la llamada “Doctrina Panameñista” de Arnulfo Arias, que daría paso al racismo desembozado de la Constitución de 1941, adquiere incluso dimensiones literarias, como en la novela Crisol (1936) de José I. Fábrega, “en la que los personajes negros que llevan la fatalidad de ser ladrones y, además, eran estéticamente feos y torcidos moralmente” (P. 60).

Aunque dice no adherir a ninguna de las tantas interpretaciones que admite el concepto “modernidad”, Pulido lo asocia con el “transistismo”, el comercio, la Zona del Canal, la inmigración y la “cultura de la interoceanidad” definida por Ana Elena Porras.  Se infiere que lo “antimoderno” sería el interior, la sociedad agraria, heredada de la colonia española con todos sus elementos culturales. El problema sobre el que Pulido insiste a lo largo del libro, es que el modelo de “nación romántica” se ancló sobre la versión antimoderna de Panamá.

Los intelectuales panameños verían con “desconfianza”, con “sentimiento de inferioridad”, esa modernidad de la que se había excluido al país al quedar en manos extranjeras. Los que habían abrazado la esperanza de un futuro mejor en la modernidad, como el pragmático Méndez Pereira, ya estaban decepcionados en la tercera década y no esperaban nada positivo de ella. Según Pulido, esto los llevó a caer en una especie de “introspección nacional” pesimista que asocia a la novela El Desván, de Ramón H. Jurado, de la que toma la frase con la que cierra el libro: “yo nací en el miedo (…) Es curioso: la gente tiene miedo de pensar y está viva, viva como yo” (P. 153).

Hagamos un alto aquí sobre la noción de “nación romántica”, poco manejada en nuestro medio. El concepto de nación es muy esquivo y controversial, sobre él se han escrito toneladas de páginas. Como ya dijéramos en nuestro estudio sobre Ricaurte Soler (Estado, nación y clases sociales en Panamá, 1997), apoyándonos en Leopoldo Mármora, hay dos interpretaciones sobre el concepto nación: la nación-estado, cuyo eje es una población y un territorio bajo un mismo gobierno, a la que autores marxistas agregan la dimensión económica capitalista; y la nación-cultura, cuyo eje se fundamenta en los elementos culturales comunes (lengua, tradiciones, etc.). Ambas son integradas en la célebre definición de José Stalin: “¿Qué es una nación? Una nación es, ante todo, una comunidad (…) Nación es una comunidad estable, históricamente formada, de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura” (El marxismo y el problema nacional y colonial).

El hecho es que, hasta el siglo XIX, la palabra nación sólo se entendía en la primera acepción, como sinónimo de estado con gobierno propio. Es el “romanticismo”, originalmente alemán, el que le da al concepto la connotación actual de una tradición cultural común. Para solo citar un autor, José Carlos Chiaramonte (“En torno a los orígenes de la nación argentina”, en Para una historia de América II: Los Nudos, Fondo de Cultura Económica): “… uno de los mayores riesgos que acechan al historiador es el del anacronismo de interpretar el léxico de una época en clave presente. Porque  pocas palabras del vocabulario existen, como nación, cuyas variaciones sean más riesgosas…porque una no tan larga como intensa elaboración del imaginario nacional contemporáneo ha fusionado el antiguo sentido estrictamente  político del termino nación, con las connotaciones afectivas que se asociaron a los supuestos de homogeneidad étnica que el Romanticismo adjudicó a lo fundamentos de las naciones contemporáneas” (P. 288). Según este autor, la noción “romántica” de la nación argentina surge con la Generación de 1837, la Asociación de Mayo, encabezada por figuras como Sarmiento y Alberdi.

Dicho lo anterior, podemos afirmar que la acepción que hace Pulido del concepto de “nación romántica” es correcta. ¿Cómo fue construido ese “imaginario” nacional? Por un lado, desde una reconstrucción de la historia del Istmo que se inicia en 1908, cuando el Estado contrata a Sosa y Arce para redactar el Compendio de Historia de Panamá, que debía exaltar el particularismo y el localismo, diferenciándonos de Colombia, desde la fase colonial como génesis de una nación.  Enfoque que décadas después Gasteazoro intentó superar desde una perspectiva positivista (dándole cientificidad histórica a lo “panameño” apoyado en los registros documentales). Su mayor conquista para ese objetivo es haber encontrado el poema épico Las alteraciones del Dariel (1567), que según Gloria Guardia: “inaugura una realidad: la del Istmo de Panamá” (P. 96).

En el plano de la literatura, la exaltación del patriotismo y de la patria de toda la generación de “poetas republicanos”, presente en el conocido poema de Ricardo Miró que se convirtió en un himno, pasando por el ruralismo y el costumbrismo típicos de nuestra literatura de mitad de siglo. Los grandes novelistas del patio, asumirían un discurso “antimoderno” de la ciudad-zona de tránsito, a la que dan connotaciones negativas: Joaquín Beleño (prostitución), Ramón H. Jurado (sifilítica), Rogelio Sinán (burdelesca).

La novela se funde con el mito en Octavio Méndez Pereira, con su Núñez de Balboa. El Tesoro del Dabaibe. Esta es la parte más jocosa y a la vez más aguda del libro de Pulido Ritter: “La nación necesitaba un héroe. Un guerrero. Un héroe que encontrara como Jesucristo su realización en la muerte. Si Jesucristo fue crucificado, Vasco Núñez fue decapitado… Pero a diferencia de Jesucristo que era un asceta, nuestro héroe necesitaba una mujer en el trópico: Anayansi” (P. 95). Luego le entra Pulido al análisis de cómo pudo ser inventada la idea de Anayansi, la Malinche panameña, y sus implicaciones simbólicas tanto de género como étnicas. Lo más interesante es que una obra de ficción se usa en las escuelas panameñas como “verdad histórica”, por ende, como instrumento ideológico que explica el mito fundacional de la nación. Tal y como narra el propio Pulido que le pasó con una de sus maestras. En México o Perú se incorporó el pasado azteca e inca como precedente mítico de dichas naciones.

Es en la filosofía donde la idea de la nación romántica llega su mayor elaboración intelectual, bajo dos perspectivas distintas, la fenomenológica y existencialista de Diego Domínguez Caballero y su discípulo Isaías García; y la de la historia de las ideas y el marxismo de Ricaurte Soler.  “Es la panameñidad con sus esencias lo que dirige los esfuerzos intelectuales de Domínguez Caballero. Y el aparato fenomenológico –la reducción, la cosa, las esencias – es una capa muy delgada que cubre el espíritu nacionalista y crisitiano, panameñista, hispanista y romántico” (P. 55).  “Lo que Moreno Davis designa como “incertidumbres ideológicas” (se refiere al libro Naturaleza y forma de lo panameño, 1956, de Isaías García) es, en este caso, la trayectoria de una generación que, frente a los retos que producía la modernidad neocolonial, escoge el camino de sublimar a la nación panameña en el espíritu (García) y la idea (Soler) porque era el lugar común donde podían inventar a una entidad que, según ellos, no tenía legitimidad en el mundo fenoménico” (P. 63).

Las fuentes de la que se nutre García son el filósofo franquista Manuel García Morentes, del que toma el concepto de “estilo” (“modalidades en las que se expresa la “íntima personalidad del agente” y no por la realidad objetiva del acto o hecho… estimativa en relación a lo que se quiere ser… tanto en el individuo como en el sujeto colectivo o nación”), y la idea de “esencia eterna” (Heidegger) para concluir que: “La panameñidad es lo que sobrevive a la historia, porque no está viviendo en su muerte” (P. 65).

En el caso de Ricaurte Soler, se recurre al esquema de la “historia de las ideas” (Leopoldo Zea) para construir el modelo de lo panameño sobre un agente social, el criollo de fines del siglo XVIII, asentado en el interior del país con el final de las Ferias de Portobelo, que alcanza su madurez en el siglo XIX, en la figura de Justo Arosemena (el héroe de Soler) al que trata de limpiar tanto de influencias escolásticas hispanas como de influencias anglosajonas del utilitarismo benthamista (muy apreciado por los comerciantes panameños) para otorgarle a don Justo un carácter “positivista" criollo que, a juicio de Pulido, no tenía. “Aparentemente este filósofo nacional no le presta atención al Panamá moderno, al que le rodea” (Págs. 33 – 34).  Por ello cae también en la antimodernidad.

Hechas todas estas críticas, cabe preguntarse: ¿Con qué intelectuales panameños se identifica Luis Pulido Ritter en su abordamiento de lo “nacional”? Con dos: Roque Javier Laurenza y Rafael Moscote. Pulido resalta del primero su “esencialismo” (basado en Ortega y Gasset de la Rebelión de las masas) que intenta congeniar nación y modernidad, por la vía de la cultura, y del segundo su pragmatismo mezclado con humanismo, ambos separados de la corriente principal de los pensadores panameños del siglo XX.

Lo dice así: “En este esencialismo laurenzeano, cuya nación no puede ser alcanzada mientras no se termina con las urgencias vitales, hay una legitimación de la modernidad – simbolizada por los hombres de alma extranjera – por el camino de un fatalismo inevitable. Y a partir de aquí el camino de alcanzar a la nación es dado a cada individuo que logre levantarse de sus urgencias vitales. Esta elevación, según Laurenza, sólo puede alcanzarse a través de la cultura, cuando se venza al especialista que es producido justamente en las universidades, cuya enseñanza está sometida a las urgencias vitales del momento” (Págs- 152-153).

El problema de la filosofía de Ortega y Gasset, a la que adhieren Laurenza y Pulido es que construye un modelo idealista de modernidad por la cual ciudadanos libres de las “las urgencias vitales”,  como individuos (no colectividades) asumen para sí una perspectiva  “humanista” (universalista),  despojada de todo prejuicio localista, regionalista, nacionalista e incluso profesional. Ese ideal no existe y no puede existir en el mundo concreto.

Ese criterio idealista de “modernidad” y "nación" despoja estos conceptos de su real contenido social en el mundo actual. Porque las "naciones" no son asociaciones libres de individuos unidos voluntariamente, sino una construcción social y económica escindida en contradicciones de clase, la cuales imponen "urgencias vitales" insuperables para la mayoría de la población; y porque en realidad la "modernidad" no es más que un eufemismo para designar al sistema capitalista, que es una sociedad basada en la explotación de clases que a nivel mundial se ha convertido en un sistema de dominación imperialista, por el cual las clases dominantes de un puñado de países (naciones) se apropian de los productos del trabajo de la inmensa mayoría de la humanidad (otras naciones).

Modernidad es capitalismo. En el siglo XX, y sobre todo en referencia a Panamá a partir de 1903, modernidad es capitalismo imperialista, enclave colonial, neocolonialismo y dependencia. Hablar de imperialismo nos obliga a abordar el asunto a la manera de Lenin, quien como marxista no era nacionalista (y en eso hay coincidencia con Gasset, Laurenza y Pulido) pero supo comprender que los nacionalismos del siglo XX eran de dos tipos (impuestos por el capitalismo en su fase imperial): el nacionalismo de los países oprimidos, el nacionalismo de los países opresores; teniendo los primeros un carácter "progresivo" y los segundos un carácter "reaccionario" (Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación).

Al enfoque de Pulido le viene a pelo la crítica que Marx y Engels hacen a sus amigos neohegelianos: “La crítica alemana no se ha salido hasta en estos esfuerzos de última hora, del terreno de la filosofía” y “A ninguno de estos filósofos se la ha ocurrido siquiera preguntar por el entronque de la filosofía alemana con la realidad alemana” (La ideología alemana).

Él, al igual que los neohegelianos alemanes a los que se referían Marx y Engels, hace una crítica correcta a una filosofía "romántica" de la nación panameña, pero la contrapone a otra filosofía igualmente idealista (ortegueana) de la nación, pasando por alto las implicaciones sociales y económicas concretas. Y al igual que en la Alemania de entonces, la única forma de "superar" los conceptos viejos no es reemplazándolos por conceptos nuevos, sino cambiando la realidad social que les dio origen: la nación panameña al servicio de una clase social, que nos impone esas malditas "urgencias vitales" a las mayorías y la modernidad globalizada que es sinónimo de saqueo imperialista norteamericano.

Comprender el problema de la nación y del pensamiento panameño, requiere historiar el proceso de expansión del capitalismo norteamericano y el papel que el Istmo de Panamá ha jugado en esa expansión imperialista, en dos momentos claves: hacia el oeste con su “fiebre del oro” a mediados del XIX, y hacia el Pacífico en 1903.  Lo que nos lleva al papel de Wall Street en la separación de Panamá de Colombia, asunto que Pulido despacha en un pie de página preguntándose: “si este debate tiene alguna consecuencia cognitiva, práctica y pertinente de valor para el Panamá actual” (P. 9). ¡Pero si este es el asunto!

Es imposible entender el siglo XX panameño y a sus intelectuales, sin la intervención yanqui de 1903, la imposición de la separación de Colombia y del esquema colonial (protectorado), para construir un canal y una Zona del Canal.  Eso es lo que explica la razón de ser de todos esos intelectuales y literatos con los que polemiza Pulido: su lucha por impedir la asimilación de Panamá por parte de Estados Unidos, su lucha por sobrevivir como pueblo, por superar el colonialismo y alcanzar la verdadera independencia nacional, recuperando para el bienestar panameño el principal recurso natural (la posición geográfica) literalmente robada por el imperialismo norteamericano con el Tratado Hay - Bunau Varilla.  ¿Por qué la nación romántica panameña no surgió en el siglo XIX? ¿Por qué nuestro romanticismo tardío? La respuesta está en los hechos de 1903.

Pulido no termina de captar que la forja de la identidad nacional panameña está asociada a la lucha antiimperialista contra la modernidad colonial. Por eso en otro pie de página (en este libro las citas al pie son tan importantes como el texto): “Con respecto al Incidente de la Tajada de Sandía sería pertinente preguntarse qué proyección puede seguir teniendo todavía este acontecimiento para la sociedad panameña contemporánea. ¿Es posible construir el orgullo nacional a través de un hecho sangriento? ¿Para qué una nación moderna, dinámica, democrática, pluricultural y abierta necesita de esta matanza que puede recordar cualquier Progrom?” (P. 78).

Ese pie de página resuelve el análisis textual del libro de Pulido y le da su verdadero sentido. Su concepto de “nación moderna”, con todos esos atributos tan discutibles para los panameños de a pie, cargados de nuestras “urgencias vitales” (que le pregunten a los obreros cuán “democrática”; a los indígenas cuán “pluricultural”; a los negros cuán “abierta”; a los desempleados cuán “dinámica” es la sociedad panameña) es la negación de la verdadera nación panameña. Es la visión de la “nación” de nuestras clases dominantes, banqueros y comerciantes, socios menores del capital extranjero, que en 1903 anhelaban ser una estrella más en la bandera yanqui, y que hoy se contentan con la visa norteamericana que les permita un apartamento en Miami.

Esa “nación moderna” sólo la conocen quienes habitan en Costa del Este o Paitilla, y a los que les molestan cursos como el de las "Relaciones de Panamá con los Estados Unidos", con sus historias de invasiones, de mártires y héroes, estos sí de verdad y no imaginarios. Nunca Panamá fue tan "moderna" como hoy, pero sigue siendo igual de insatisfactoria para la mayoría de la "nación" como hace cien años. En el plano de las ideas la contradicción está en que en esa "modernidad globalizada", los humanistas no son bien vistos y sobre sus espaldas siguen pesando las "urgencias vitales". Es que el pragmatismo y utilitarismo de nuestros banqueros y comerciantes no hace buen "maridaje" con el humanismo.

En últimas, nuestros intelectuales del siglo XX tenían razón: la "modernindad" (capitalista, imperialista y globalizada) atenta contra la "nación panameña", si entendemos la "nación" como el espacio vital de la mayoría de los habitantes del Istmo, pertenecientes a la clase trabajadora (asalariada),  a la cual ese sistema socioeconómico les roba sus posibilidades de realización personal y colectiva. La única manera de que algún día los panameños y la humanidad entera superemos esas contradicciones, para despojarnos de nacionalismos, localismos, "urgencias vitales", prejuicios, es que cambiemos el signo social de una globalización capitalista que nos saquea (con maña y con la fuerza).

Coincidiendo con Luis Pulido Ritter en la necesaria revisión crítica del pensamiento panameño del siglo XX, y de su imaginario sobre la “nación romántica”, creo que una perspectiva que ponga como fondo los acontecimientos que conmovieron al país en su lucha contra la opresión extranjera (Lucha Inquilinaria del 25; Movimiento Antibases del 47; Siembra de Banderas y Operación Soberanía en los 50; 9 de Enero de 1964; la Invasión del 20 de Diciembre de 1989) permite comprender mejor a nuestros intelectuales y ser más benignos en el balance histórico de sus aportaciones.

Porque esos intelectuales, aunque inventaron y mitificaron una nación (que en realidad fue española, luego colombiana y sólo en el siglo XX fue panameña), se vieron obligados a ello para producir una ideología, una bandera, para enfrentar con la conciencia (y en las calles, muchos de ellos) el saqueo imperialista y el enclave colonial.

Panamá, 7 de septiembre de 2012

Desde el Movimiento Popular Unificado (MPU) saludamos la reorganización y ampliación de la directiva del Frente por la Democracia realizada el día jueves 28 de agosto pasado, pues consideramos que la incorporación de estos nuevos miembros tiende al fortalecimiento de la iniciativa popular.

Creemos que el momento es propicio para que la directiva del Frente recapitule, corrija y precise las opiniones que se han vertido hasta ahora sobre el tema de las reformas electorales que se discuten en la Asamblea Nacional en cuanto al punto de las Candidaturas de Libre Postulación o Independientes. Al respecto es necesario tener en cuenta:

1. Hay que distinguir dos cosas que, aunque relacionadas, no son lo mismo: el conjunto de las reformas al Código Electoral propuestas por Cambio Democrático y la necesaria reglamentación de la libre postulación presidencial, que es una conquista reciente que no aparece en la ley.

 2. Respecto al conjunto de las reformas propuestas por el oficialismo, el MPU coincide con lo dicho por la CNRE y el Frente por la Democracia: las rechazamos porque son una camisa  hecha a la medida de Cambio Democrático, en el marco de una Asamblea manipulada. Pero discrepamos en la propuesta de que el Código Electoral para las próximas elecciones sea el mismo que rigió en 2009, pues es antidemocrático y excluyente. Contrario a esa actitud conformista, que conviene a los partidos PRD y Panameñista, autores de ese Código, proponemos que el Frente por la Democracia exija la habilitación, por parte del Estado, de las candidaturas independientes, atendiendo al derecho ciudadano reconocido por la Corte Suprema que obliga a ello.

 3. La Libre Postulación Presidencial es una conquista democrática reciente por la que luchamos desde el movimiento que propuso la candidatura del Prof. Juan Jované en 2009, junto a muchos sectores populares, incluidos algunos que son miembros del Frente. Por ello, hay que defender su reglamentación para las elecciones de 2014, no para después. Postergar ese derecho es renunciar a que el movimiento popular pueda participar por primera vez en 20 años en el proceso electoral con propuestas propias, y sólo favorece al inmovilismo de la partidocracia imperante, de las que hacen parte no sólo el CD y MOLIRENA, sino también el PRD y el Panameñismo.

 4. Los que apoyamos la lucha por las libertades democráticas en nuestro país reivindicamos que los  sectores populares participen en la lucha electoral por el poder. Las candidaturas independientes permiten concretar esa participación y tenemos que defender esta bandera; por ende, no compartimos la interpretación de que las candidaturas independientes son para dividir.

 5. Es todo lo contrario, las candidaturas independientes garantizan más participación y, por ende, más democracia. Cerrar la puerta a las candidaturas independientes es avalar que sigan gobernando los mismos políticos corruptos de los últimos 20 años con sus diversos ropajes.

 6. Finalmente, consideramos que el Frente por la Democracia no sólo debe defender la mayor amplitud democrática frente a los desmanes autoritarios del presidente Martinelli, sino que debe cuidarse de no ser instrumentalizado por los partidos oligárquicos de "oposición", que no son más que "la misma jeringa con distinto pitongo".  Para ello, el Frente debe abocarse a defender el derecho del pueblo a presentar candidaturas independientes a todos los cargos de elección popular de la República, y no debe sentir que con ello hace un favor al Gobierno de turno, pues dicho derecho le ha asistido al pueblo siempre y fue reconocido jurídicamente antes de que el actual Gobierno ganara las elecciones.

 Panamá, 1 de septiembre de 2012.

MOVIMIENTO POPULAR UNIFICADO

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