Por Marcial Rivera

El 16 de Enero de 1992 constituye una fecha importante en la historia de El Salvador y Centroamérica. Después de más de diez años de conflicto armado interno, de más de cien mil víctimas, miles de desaparecidos y desaparecidas, además de las diferentes masacres y violaciones a derechos humanos, sin dejar de mencionar las enormes pérdidas económicas, al tiempo que el éxito de la canción “Alto al fuego” consagraba a Alux Nahual como el ícono del Rock Centroamericano en la década de los noventas, se logró un acuerdo entre las fuerzas guerrilleras y el gobierno.

Fue en esa fecha cuando se firmaron los Acuerdos de Paz entre el gobierno presidido por Alfredo Cristiani y la delegación firmante del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN cuya dirección estaba entonces copada por el Partido Comunista Salvadoreño. 20 años después, conviene entonces analizar el cumplimiento de los mismos, tanto de forma como de fondo.

Contexto Internacional

A finales de los ochentas, en el contexto del fin de la guerra fría se dan los Acuerdos entre Ronald Reagan –entonces presidente estadounidense- y Mijail Gorbachov –presidente de la desaparecida URSS-. Hablar de los procesos de reacción democrática es también importante, pues a grandes rasgos puede afirmarse que a partir de la firma del Acuerdo de Esquipulas II el siete de agosto de mil novecientos ochenta  y siete se apaga el fuego del movimiento social que para esa época había sido avivado nuevamente por las demandas sociales de diferentes sectores de la sociedad. Esto apagó el fuego, debido a que los procesos impulsados rumbo a la reacción democrática únicamente buscaban “humanizar” el sistema, es decir otorgar pequeñas cuotas de participación y de validez de ciertos derechos de los pueblos, para desviar la atención de las verdaderas demandas, y con lo anterior darlo todo por resuelto.

A nivel regional, tuvo una gran incidencia la derrota del Frente Sandinista de Liberación Nacional FSLN, frente a Violeta Chamorro, comenzando con los gobiernos neoliberales en aquel país; además por supuesto de la invasión imperialista por parte de Estados Unidos a Panamá; sin dejar de mencionar por supuesto el aislamiento de Cuba a partir de la caída de la Unión Soviética.  Frente a esta realidad, el FMLN queda prácticamente aislado, viéndose obligado a firmar los acuerdos, pues aunque el empate a nivel militar era evidente, para la guerrilla el apoyo internacional era esencialmente nulo. En cuanto al ejército, la ayuda militar estadounidense se redujo significativamente –comparado con su momento de mayor algidez, cuando se otorgaban un millón de dólares diarios para financiar la guerra de baja intensidad- a causa, entre otras cosas, de los elevados niveles de corrupción sobre la utilización de la ayuda estadounidense por parte de los altos mandos del Ejército Salvadoreño.

Reacción Democrática

Situar el inicio del conflicto armado salvadoreño es una tarea que resulta complicada, debido a que desde el proceso de colonización y conquista hubo momentos de levantamiento por parte de la población que fueron duramente reprimidos por los gobiernos de turno. El aniquilamiento de Anastasio Aquino y los nonualcos a mediados del siglo XIX, es una clara muestra de ello. Posteriormente, la reconfiguración de la sociedad Salvadoreña y de su economía en la arena internacional gracias al “grano” de oro o café, es otro aspecto, pues al convertirse en una economía monoexportadora, los niveles de explotación laboral eran altos. El tema de la distribución de la tierra es otro asunto, que debe mencionarse, pues en un país que posee menos de veintiún mil kilómetros cuadrados es inaudito que una minoría posea grandes extensiones de terreno.

Los Acuerdos de Paz entonces, se avizoran como la máxima muestra del proceso de reacción democrática impulsado desde el Departamento de Estado de los Estados Unidos, y que buscaba pacificar la región para posteriormente justificar sus planes de “Apertura Comercial” en la región Centroamericana y con ello privatizar diferentes servicios prestados tradicionalmente por el Estado. Lo anterior como parte de los planes de “ajuste estructural” que fueron el punto de partida para que se dieran los niveles de endeudamiento que actualmente tiene América Latina. A nivel político, surgía una aparente apertura política para la participación de otras fuerzas político-partidarias que no necesariamente fueran de derecha y la participación de diferentes organizaciones de forma plural y abierta, sin temor a la persecución por el solo hecho de “pensar diferente”.

En otro orden, se afirma que los acuerdos de paz han sido cumplidos en la parte formal porque el régimen político se ha desmilitarizado. Como parte del proceso de reacción democrática impulsado desde el Departamento de Estado, ha habido sucesivos gobiernos civiles desde la victoria de José Napoleón Duarte en 1984 hasta la actualidad con el gobierno de Mauricio Funes. Además de la aparente desmilitarización de la seguridad que se creía un logro hasta el reciente nombramiento de un militar al frente del Ministerio de Seguridad Pública y Justicia. Un sistema judicial que ha reducido significativamente sus niveles de corrupción e ineficacia y cuya transparencia judicial, es aceptable en términos generales. Las reformas planteadas por el FMLN como condición para firmar los Acuerdos de Paz, se dieron en su momento.

Y luego….

Sin embargo, en la parte económica se encuentran las mayores debilidades de los Acuerdos de Paz Salvadoreños, pues en éstos no se plasmó el rumbo de la economía del país. Se siguió la tendencia privatizadora y neoliberal que introdujo a El Salvador dentro de la dinámica de la globalización y que ha acentuado aún más los niveles de desigualdad y pobreza, y lo que ello genera como consecuencia, sin dejar de mencionar que con los sucesivos gobiernos de Alianza Republicana Nacionalista, se puso al Estado en función de la clase dominante.

Esto generó sin duda alguna la salida de más de tres millones de Salvadoreños y Salvadoreñas del territorio nacional, quienes residen como gran mayoría en Estados Unidos, y quienes con sus remesas sostienen la economía Salvadoreña, cuyo Producto Interno Bruto PIB depende en más del 20% de las remesas familiares; y como contraparte existe un Estado Salvadoreño que ni siquiera otorga Documento Único de Identidad, DUI, a los y las connacionales fuera del territorio nacional. Además de esto se dolarizó la economía y se firmó un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos que esclaviza aún más la de por sí dependiente economía Salvadoreña. No deben olvidarse los estratosféricos niveles de corrupción por parte de los ex presidentes y de sus funcionarios, y que bajo la premisa de no “hacer cacería de brujas” el actual gobierno no ha querido perseguir ni ha tenido la voluntad política de enjuiciar a estos ex funcionarios.

El número de efectivos militares fue reducido, la presencia del mismo en las calles también. El surgimiento de un cuerpo policial independiente también. La hasta entonces guerrilla se convirtió en partido político. Se dejó de lado la práctica del reclutamiento forzoso, entre otras. De fondo, los acuerdos no han tenido mayores avances, aunque la institucionalidad haya mejorado; lo cierto es que las causas que llevaron al estallido del conflicto interno en El Salvador todavía continúan vigentes.

¿Y el papel del FMLN?

Per se, no debe cuestionarse la firma de los Acuerdos de Paz como el hecho que marcó el declive del FMLN, sino más bien su giro hacia una posición reformista y electorera. Lo anterior marcó el inicio de la desarticulación de cuadros dirigentes, de verdaderos obreros marxistas-revolucionarios y del copamiento de la pequeña burguesía que al día de hoy dirige dicho partido, sin dejar de mencionar el salto al vacío de ser un partido –no de masas- en el que convergían verdaderos liderazgos de izquierda, a ser un partido “catch all” o atrapa todo, en el que no hay una identidad ideológica definida; no existe formación política y hay una enorme dispersión.

Ciertamente, hace falta mucho para el cumplimiento pleno de los Acuerdos de Paz. No habrá paz mientras no exista justicia social, y mientras los pueblos no decidan destruir a los Estados burgueses quienes han sometido a los pueblos a lo largo de la historia de la humanidad y que además son culpables de las crisis económicas, sociales, culturales y políticas que actualmente imperan en el mundo. Pero esto no será posible si los pueblos no luchan por sus justas causas y no enarbolan sus banderas de lucha por medio de la organización como máxima expresión de las aspiraciones liberadoras de los pueblos. Pero esta visión debe trascender a las fronteras Salvadoreñas, a partir de la Reunificación Socialista de Centroamérica que por hoy solo es posible por medio del Partido Socialista Centroamericano.

Por Marcial Rivera

El contexto mundial

1989, es un año interesante de analizar en el contexto mundial. Carlos Andrés Pérez, asume la presidencia de la República en Venezuela, Carlos Menem asume como presidente en Argentina, el Dalài Lama, recibe el premio nobel de la paz.

A mediados de la década de los ´80, la Unión Soviética daba serios signos de colapso en la medida en que se impulsaban paquetes que apuntaban a las reformas económicas y políticas, pues el descontento social era demasiado debido a la crisis en que la URSS se encontraba. Gorbachov buscaba aperturar la economía soviética, arrastrando también a la Europa Oriental, y en noviembre de ese mismo año, cae el muro de Berlín, lo que simboliza la caída del Bloque Socialista y el declive de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

El contexto regional

En el 88, cuando se desarrolla la cumbre “La Costa del Sol”, de alguna manera el FMLN se vio aislado del resto de actores internacionales, entre ellos el Frente Sandinista de Liberación Nacional, que a su vez fue coaccionado por Venezuela a cumplir con lo pactado en Esquipulas II –cuyo objetivo, era esencialmente apaciguar el ascenso de la lucha popular, y de las masas, por medio de pequeñas muestras de democratización en los sistemas políticos-. Con lo anterior Nicaragua dejaba de convertirse en aliado estratégico del FMLN, pues para nadie es ajeno el apoyo a nivel armamentístico, logístico, político e ideológico que implicó el FSLN, luego del triunfo de la revolución en Nicaragua, en un fiel y declarado apoyo al FMLN, durante los ochentas.

El contexto nacional

Además de lo anterior, hay que mencionar que para entonces conjuntamente con la caída del Bloque Socialista, luego del Muro de Berlín, también en Nicaragua se desarrollaba un proceso electoral, en el que era casi seguro que el Frente Sandinista de Liberación Nacional perdería, tal como sucedió, resultando triunfadora Violeta Barrios de Chamorro. Además se dio una consolidación de la derecha Salvadoreña, por medio del triunfo en las elecciones del ´89.

En medio de represión por parte del gobierno “demócrata cristiano” del entonces presidente Ingeniero Napoleón Duarte, se desarrollan las elecciones, en las que resulta ganador el candidato -por parte de Alianza Republicana Nacionalista ARENA- Félix Alfredo Cristiani Burkard, quien asume la presidencia de la República el 19 de marzo de ese año, asumiendo el 1 de junio, formalmente como presidente.

Pese a haber anunciado un alto al fuego para facilitar las negociaciones, finalmente se lanza la Ofensiva Febe Elizabeth Vásquez, también conocida como “Hasta el tope y punto”, con miras a forzar al gobierno Salvadoreño, a tomar con seriedad la negociación. De manera que el objetivo del FMLN no era ganar la guerra, o que triunfara la revolución, sino era forzar al gobierno a negociar. Este contexto, sin duda alguna fue aprovechado por el FMLN, pues a finales de esta década los Movimientos Sociales, entraron en una lógica de reanimamiento, con miras a forzar al gobierno a cumplir con las exigencias de la sociedad.

Los Hechos

Pero aparentemente, el gobierno de Cristiani no tenía voluntad de tomar las negociaciones de forma seria, pues a finales de octubre, en un atentado con dinamitas, 10 sindicalistas de la Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS), fueron asesinados vilmente. Entre ellos murió Febe Elizabeth Vásquez, quien era una reconocida líder sindical y en cuyo honor se conoce a la ofensiva final hasta el tope y punto. Ésta fue lanzada el 11 de Noviembre de 1989, y tuvo una duración de 10 días en la que tanto el FMLN como el ejército sufrieron un considerable desgaste además de las bajas fundamentalmente de población civil y la destrucción de la infraestructura vial, a lo largo del territorio Salvadoreño.

El presidente Cristiani ordenó la ocupación militar de la Universidad de El Salvador. Así es como se le vincula con el asesinato de los 6 sacerdotes jesuitas –Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes (quien fungía como director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA), Juan Ramón Moreno, Amando López, Joaquín López y López- y sus dos empleadas domésticas, Elba y Celina Ramos. El Estado Mayor hacía una vinculación entre la Teología de la Liberación que promovían los sacerdotes jesuitas y los grupos que conformaban la guerrilla, así como los Movimientos Sociales de la época. Los medios de comunicación fueron censurados y obligados a callar respecto a los hechos que se dieron en el Campus de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Además, es necesario recordar, que la UCA había venido sufriendo un enorme acoso, con la colocación de bombas en la Imprenta de la UCA, y la presencia de camiones militares en las entradas de la mencionada Universidad.

La ofensiva final se desarrolló fundamentalmente en San Salvador y en otras ciudades importantes, como Ayutuxtepeque, Ciudad Delgado, Mejicanos, Soyapango, el Cerro de San Jacinto; Zacatecoluca, San Miguel, Usulután, y otras ciudades, del territorio nacional. Pero en San Salvador, la guerrilla incursionó en colonias “exclusivas” en donde el ejército se mostró en serios aprietos, pues tuvieron problemas para defender esos lugares, de los ataques insurgentes.

En lo que parecía una película de ciencia ficción, los ataques fueron en aumento, hasta trasladarse a pleno corazón capitalino: San Salvador y su periferia. Inicialmente muchas personas creyeron que se trataba de un ataque normal, de encontronazos entre la guerrilla y el ejército, pero ese once de noviembre, los ataques fueron prolongados hasta horas de la madrugada del 12 de noviembre. El FMLN esperaba que se dieran alzamientos de la población en grandes magnitudes, pero a pesar de que no sucedió lo que se esperaba; lo cierto es que sí hubo apoyo por parte de la población, quien abasteció a las fuerzas subversivas, con la preparación de alimentos, tortillas –complemento base de cualquier comida-, agua, y otros insumos; además de la construcción de barricadas con adoquines de la calle, como en la populosa colonia Zacamil. Al tiempo que por medio de Radio Venceremos, la población se fue enterando de los acontecimientos debido a la censura impuesta por Cristiani, a raíz del estado de sitio.

El ejército, en forma desesperada respondió con masacres cometidas a la población civil, debido al apoyo de ésta a la guerrilla, invadiendo casas, además de artillería pesada, y bombardeos a colonias como la Zacamil y otras aledañas, tanto en el Municipio de Mejicanos como en otros cercanos. Lo cierto es que aunque el ejército salvadoreño sabía con antelación al respecto de la ofensiva, tomaron precauciones que no fueron suficientes para detener la creatividad y osadía guerrillera; que supo sobreponerse ante los obstáculos impuestos en lugares como Guazapa, o San Martín.

La guerrilla, por su parte, también enfrentó serias dificultades, pues la mayoría de combatientes estaban acostumbrados a combatir en áreas rurales fundamentalmente, en donde las casas son de bajareque, además de las grandes extensiones de áreas verdes. El contexto citadino era otro, además de los jóvenes que resultaban el grueso de los combatientes. Por otro lado, buena parte de las bajas resultó por el retraso en las comunicaciones en donde se transmitían órdenes, pues en el campo avanzar significaba cruzar ríos, montañas y senderos, pero en la ciudad implicaba usar las trincheras como defensa, y avanzar en medio de las casas.

En términos cualitativos puede afirmarse que también se registraron éxitos, pues la ofensiva fue apoyada además de las labores que se mencionaron anteriormente, mucha gente –incluso de distintos estratos sociales- sin mayor experiencia, pero con mucha firmeza, decidieron incorporarse de lleno a la ofensiva. De hecho la mayoría de bajas se registraron precisamente, en la población que recién se venía incorporando, haciendo postas durante la noche, o tomando posiciones en las líneas de fuego.

Misión Cumplida: Sentarse a Negociar

La ofensiva se fue desarrollando a lo largo del mes de noviembre, disminuyendo los combates paulatinamente. A principios de diciembre, las actividades guerrilleras derivadas de la ofensiva, habían finalizado, consiguiendo el objetivo planteado: forzar al gobierno Salvadoreño a sentarse en la mesa de negociación. Hasta el 16 de enero de 1992, cuando finamente se firman los Acuerdos de Paz en el Castillo de Chapultepec.

El Partido Socialista Centroamericano (PSOCA), llama a la población en general a recordar estos hechos como un acto reivindicativo del valor y la tenacidad revolucionaria del pueblo salvadoreño, a pesar de que la ofensiva no tenía como objetivo la toma del poder, sino forzar a un proceso de negociación de la paz, y terminar con el conflicto armado que se había extendido por más de diez años.

Por Olmedo Beluche

 

Uno de los aspectos más controversiales de la historia panameña es el tiempo (siglo XIX) durante el cual estuvimos ligados a Colombia (bajo sus diversas denominaciones: Gran Colombia, Nueva Granada, Estados Unidos de Colombia y simplemente Colombia). Los enfoques históricos prevalecientes presentan el período como altamente conflictivo, y una relación con Colombia en la que entra el Istmo de Panamá supuestamente forzado por las circunstancias, no muy a gusto y con reiterados y fallidos intentos separatistas. La lógica subyacente, en esas interpretaciones, es la de una nación estructurada en torno a la vía de tránsito que busca su perfeccionamiento y autonomía en un largo proceso que se consolida el 3 de Noviembre de 1903.

A nuestro juicio dicho enfoque es producto un obturador demasiado cerrado en los localismos enfatizados por una historiografía escrita con posterioridad a 1903, para construir lo que se ha dado en llamar la “leyenda dorada” del 3 de Noviembre, que busca conscientemente reescribir el siglo XIX, para justificar los sucesos de ligados a la separación de Colombia y al Tratado Hay-Bunau Varilla, ocultando la intervención militar norteamericana en el hecho.

No es por casualidad que Carlos Gasteazoro, fundador del Departamento de Historia de la Universidad de Panamá, en la Introducción a la reedición del Compendio de Historia de Panamá, de Sosa y Arce, afirme que: "En medio del entusiasmo patriótico de los primeros años republicanos, una de las tareas de mayor significación y responsabilidad fue la de dar a la nueva entidad el fundamento histórico que justificara la independencia y creara, en la juventud estudiosa, el orgullo de poseer una nacionalidad que no surgía en virtud de circunstancias foráneas, sino como la culminación de un "ideal largamente sentido a lo largo del tiempo", y la esperanza de proyectar las experiencias del pretérito en un destino común".

En nuestro ensayo Estado, nación y clases sociales en Panamá ya hemos abordado una lectura crítica de Gasteazoro donde evidenciamos que él mismo acepta que la historia panameña del siglo XIX, incluso la escrita por los istmeños, entre ellos Mariano Arosemena, no se diferencia de la colombiana o está (a nuestro juicio correctamente) enmarcada como parte de esa totalidad y, que es en el siglo XX cuando esa historia es rescrita para atenuar la toma de Panamá por el imperialismo norteamericano en 1903, aduciendo una supuesta vocación separatista de los panameños.

Un enfoque más correcto del período en cuestión requiere una relectura en la que los acontecimientos acaecidos en Panamá se enfoquen como parte de lo que sucedía en el conjunto de Colombia para su cabal comprensión. De esa lectura desprejuiciada sale con nitidez un conjunto de sucesos de motivaciones diferentes a las sostenidas por la historia oficial panameña. En vez del simplismo usual, que nos dibuja un supuesto conflicto perpetuo entre dos naciones (Panamá oprimida por Colombia), nos muestra la lucha entre clases sociales y fracciones de éstas, cada una con sus diversos proyectos de Estado-Nación: santanderistas vs bolivaristas; liberales vs conservadores; comerciantes importadores vs ejército y capas medias; federalistas vs centralistas; librecambistas vs proteccionistas. Conflictos económicos, políticos y sociales en pugna no sólo en Panamá, sino en toda Colombia.

Un referente clave para la comprensión del período es la obra del principal intelectual salido de la élite comercial istmeña: Mariano Arosemena y su libro Apuntamientos históricos (1801 – 1840).   En este ensayo usamos principal y reiteradamente la obra de Mariano Arosemena, personaje indiscutiblemente representativo del pensamiento liberal istmeño de nuestras clases dominantes en la primera mitad del siglo XIX, justamente para probar cuán lejos está de las interpretaciones históricas que sustentan la leyenda dorada. Contrario a la historia oficiosa escrita en el siglo XX, de la obra de don Mariano se desprende con claridad la índole del conflicto político, social y económico que afectó a Panamá, como parte de la Gran Colombia, en el período señalado.

La independencia de 1821 y la adhesión a la Gran Colombia:

En otro ensayo anterior (El Istmo de Panamá y la Independencia de Hispanoamérica, 2010), basándonos en los Apuntamientos de don Mariano Arosemena,  hemos establecido que Panamá, al igual que casi toda Centroamérica, no vivió el proceso independentista que se iniciara en 1809-10. Muy tardíamente es que se suma, cuando ya había una derrota total de los ejércitos realistas en la región. En dicho documento señalamos que la explicación para ese retardo se encuentra fundamentalmente en: la crisis demográfica del Istmo, su parálisis económica y la ausencia de actores sociales (como el artesanado) que los impulsaran, tal y como sí sucedió en las grandes ciudades del imperio colonial español.

A lo cual agregamos el problema de que, al ser el paso obligado de los ejércitos realistas del Caribe al Pacífico, siempre hubo una guarnición militar relativamente fuerte respecto a la población local. Los sectores más ilustrados de la clase comercial istmeña no pudieron más que simpatizar en secreto con las ideas liberales que inspiraron el movimiento revolucionario hispanoamericano, como reconoce el propio Mariano Arosemena. Además la peculiaridad de ese sector liberal, fundamentalmente comerciantes, les hacía actuar de manera muy pragmática, sin arriesgar nada que pusiera en juego sus negocios e intereses.

Esa realidad social y económica explica la moderación política de las élites panameñas, tanto de los liberales vinculados al comercio afincado en la ciudad de Panamá (encarnados por la familia Arosemena), como de los terratenientes conservadores ubicados en el interior, principalmente en la provincia de Veraguas (encarnados por los Fábrega). Los últimos fueron realistas hasta la última hora, como el coronel José de Fábrega, jefe del ejército español hasta el 28 de Noviembre de 1821, cuando se pasa a las filas independentistas ante la amenaza de una invasión bolivarista enviada desde Cartagena, así como por el Grito de La Villa de Los Santos, proclamado por pequeños y medianos agricultores; los segundos, los liberales, tampoco fueron republicanos a ultranza, incluso se sentían cómodos con la Monarquía Constitucional , instaurada por la sublevación del general Riego en España en 1820, como prueban las propias palabras de Mariano Arosemena:

“La transformación política de España fué de grande trascendencia para este reino de Tierra-Firme… Los istmeños, como un paso preliminar para nuestra deseada emancipación de la metrópoli, hicimos traer a esta ciudad una imprenta, para establecer un periódico liberal, cónsono con nuestro programa de independencia. La imprenta llega en marzo, móntase y fúndase “La Miscelánea ”, de publicación semanal, de que fueron redactores los ciudadanos Juan José Argote, Manuel María Ayala, Juan José Calvo i Mariano Arosemena, e impresor José María Goitía. Con este periódico se hizo tanto a favor de la independencia jeneral de la América hispana i de los principios republicanos, que las autoridades del Istmo se alarmaron. Pero por fortuna se contuvieron a presencia de las nuevas instituciones de la monarquía, en las que la libertad de prensa era una de las garantías sociales: tal era la represión que entonces  hubiera en todo lo que fuera absolutismo”. (Págs. 106-107).

Recién en 1820, bajo la sombra del régimen constitucional español impuesto por Riego, es que va crearse el primer Cabildo constitucional, lo que llamaron las Juntas en 1809-10, que inició el movimiento independentista en otras regiones de Hispanoamérica. “El pueblo, por primera vez, usó del derecho de elección en lo municipal, procediendo de un modo conveniente a las libertades públicas”.

En este momento el cabildo formula un programa muy moderado de cambios políticos: “…que se elijiera la diputación provincial; que se nombrara el Representante en las Cortes; que los impuestos municipales se invirtieran en beneficio del municipio; que los militares no oprimieran al pueblo con sus patrullas, confiándose en adelante a los paisanos bajo la orden de u  Rejidor; que lo prisioneros de Mac-Gregor no fueran empleados en los presidios…; el Cabildo, para popularizar los asuntos, que eran el tema de esa correspondencia bien sostenida, hizo que vieran la luz pública en un panfleto que circuló con profusión dentro y fuera del Istmo” (y agrega al pie: “Este panfleto o libelo fue, sin duda, el primer volumen impreso en Panamá y del cual, por desdicha, no se conoce ningún ejemplar”).

El entusiasmo revolucionario no duró mucho, pues vino a recalar en Panamá el Virrey Sámano, quien se había negado a jurar la nueva constitución española. “Al posesionarse Sámano del gobierno del virreinato, el terror se apoderó  de los istmeños, i las familias desertaron de la capital para ponerse a salvo de las persecuciones que se aguardaban. Pero el anciano virrey estaba demente y sin salud, i el teatro que iba a representar su drama político final no daba lugar a que cebara sus instintos feroces… La imprenta, sin embrago, bajó de tono, i las reuniones de los patriotas cesaron, apareciendo en nuestra patria el silencio de las tumbas i el aspecto lúgubre de la muerte social” (Pág. 111). Como se ve, los que luego se llamarían liberales panameños estaban muy lejos de los actos heroicos que forjaron la independencia.

Sámano gobierna Panamá hasta el 3 de agosto de 1821, cuando muere y asume el general Mourgeon, que llega al Istmo por esas fechas, pero imbuido del nuevo espíritu constitucionalista: “Protejió la prensa, respetó el derecho de petición, i promovió sociedades patrióticas. Su caballo de batalla era hacer que los granadinos aceptáramos la Constitución española, desistiéndose por nosotros de la idea de independencia. Para estrechar a los istmeños con los españoles, fundó una lojia (logia) masónica, ejerciendo el ella las altas divinidades, unos i otros conjuntamente… Pero a pesar de esta política hábilmente empleada, nuestra determinación de ser independientes era una idea invariable…. Sin embargo, encubríamos nuestras aspiraciones cordiales para que el Capitán General continuara iluso en su pretensión de que fuéramos súbditos de la monarquía, ya regenerada” (Pág. 123-124).  Es decir, los liberales panameños simulaban bien sus afectos por la monarquía constitucional cuando ya se derrotaba militarmente a los ejércitos realistas en todas partes.

En octubre, ante la guerra generalizada, se produce un vacío de poder en Panamá, pues Mourgeon zarpa para Quito (22 de octubre) y el nuevo jefe de la plaza nombrado por el rey no puede llegar, pues está sitiado en Puerto Cabello, por lo cual José de Fábrega queda interinamente al mando del gobierno realista en el Istmo. Aún en ese momento los comerciantes liberales de la ciudad de Panamá no se animan a proclamar la independencia: “Sobre todo, no era prudente exponer al fracaso nuestro plan de libertad… Teníanse, pues, reuniones secretas, dirijidas a ir madurando el gran proyecto de salvación” (Pág. 125).

Por eso, el 10 de Noviembre de 1821, la independencia en Panamá llegó de la mano de una comunidad campesina, pequeños y medianos productores: la Villa de Los Santos. El levantamiento popular viene desde el campo hacia la ciudad, y desde los estratos sociales bajos y, sólo cuando los hechos son inevitables, finalmente, con once años de retraso, se deciden a actuar los comerciantes para oportunistamente ponerse a la cabeza.

El juicio crítico de Mariano Arosemena sobre el Grito de la Villa de Los Santos se sostiene décadas después, cuando escribe sus Apuntamientos: “En la Villa de Los Santos aparece un movimiento revolucionario, aunque de una manera irregular i deficiente, pues sus habitantes no declararon el gobierno que se daban, ni cosa alguna sobre los negocios de la transformación política: nocivos, se contentaron con llamarse independientes” (Págs. 125-126).

Ante los hechos consumados en Los Santos, el Gobernador convoca una junta para asesorarse, compuesta por los liberales citadinos que, dice Mariano, ya conspiraban para la independencia. Pero qué medida revolucionaria adoptan: “Prevaleció en la junta la idea de ocurrir (recurrir) a medidas suaves (¡!!), i fue una de ellas enviar a Los Santos dos comisionados de paz….” (Pág. 126). Siendo como eran comisionados de paz, no era para apoyar la revuelta, sino para pedirles que depusieran. Esto sucedió el 20 de Noviembre. Como Mariano escribe esto a posteriori, intenta salvar su prestigio de patriota alegando: “Los patriotas confiábamos en que lejos de lograrse que la Villa de Los Santos retrocediera del paso que habían dado (¡a eso enviaron los emisarios!), la proclamación de la independencia allí, no habría sido impugnada en otros de los pueblos del interior del país, i que se esperara para una revolución general que la capital encabezara” (Pág. 126). La excusa era la presencia de la tropa realista. Está claro.

El problema de las tropas se resolvió igual que en 1903, no recurriendo a la confrontación sino al soborno de los desertores, para lo cual los hermanos Arosemena (Blas, Mariano y Gaspar) junto a José M. Barrientos, pusieron el dinero. Lo más interesante, social y políticamente hablando, de lo que pasa en Panamá, entre el 10 y el 28 de Noviembre, es la aparición por primera vez de organizaciones políticas de las clases populares, hecho que no es mencionado por la historia oficial. “El encargo de establecer asociaciones populares, sostenedoras del programa libertador, se confió a un gran número de ciudadanos conocidamente patriotas, descollando entre ellos, Juan José Argote, Manuel María Ayala, José María Herrera, Manuel Fuentes, José Vallarino José María Gotilla, José Antonio Cerda, Juan José Calvo, Manuel Arce… (éstos pertenecen al grupo de los notables liberales de la ciudad) … Organizándose dos o tres sociedades patrióticas, compuestas de los maestros de arte de más influjo en el pueblo, a saber: Basilio Roa, Felipe Delgado, Abad Montecer, Juan Antonio Noriega, Manuel Luna, Fernando Guillén, Bruno Agûero, Juan Berroa, Manuel Aranzasugoitía, Salvador Berrío, José María Rodríguez, Alejandro Méndez, Guillermo Brinis, Manuel Llorent, José Manuel Escarpín; éstos incorporaron a las sociedades mencionadas, a los discípulos suyos de confianza” (Págs. 127-128).

Finalmente, el 28 de Noviembre se reúne el 28 de Noviembre el Cabildo y las autoridades de la ciudad de Panamá, rodeados del pueblo que llenaba la plaza de Catedral. Se somete a discusión si se proclamaría la independencia del gobierno de España. El presbítero Martínez, propone una salida intermedia, sí a la independencia pero a la espera de las reformas políticas de las Cortes. Esta moción es rechazada y se aprueba la que dice: “Panamá, espontáneamente, i conforme al voto general de los pueblos de su comprensión, se declara libre e independiente del Gobierno español”.

“Discutióse luego sobre cuál sería el Gobierno que se estableciera, si del todo independiente, si agregándonos al Perú, o si uniéndonos a Colombia, i se acordó lo siguiente: “El territorio de las provincias del Istmo pertenece al Estado republicano de Colombia, a cuyo Congreso irá a representarlo un Diputado” (Pág. 130).  Seguidamente se aprobaron una serie de resoluciones relativas al mantenimiento del orden y el gobierno interior. La sesión estuvo presidida por Manuel José Hurtado, y el Acta fue firmada por todos los comisionados, cuya lista no vamos a repetir aquí.

El Cabildo envió a Ramón Vallarino a Cartagena a dar la buena nueva de la declaración de independencia de Panamá, lugar al que llegó el 5 de diciembre, donde encontró una fuerza de 100 buques y 5,000 hombres que Bolívar había ordenado prepararan un ataque a gran escala sobre Portobelo y el Istmo para echar a los realistas.

Al respecto sopesa Mariano Arosemena: “… por manera que si no nos hubiésemos lanzado audaces los istmeños a los peligros inherentes  a la proclamación de independencia por nosotros mismos, esa gloria que supimos ganar no fuera hoy laurel hermoso que nos ennoblece”. Se asignó al general José M. Carreño, de origen venezolano, como jefe militar del Istmo a donde se trasladó con un contingente militar a inicios de 1822 y el Istmo fue agregado como el octavo departamento de la Gran Colombia , con sus dos provincias: Panamá y Veraguas.

El general Fábrega fue nombrado jefe político. Respecto de él dice don Mariano: “No existía sino un partido político, el independiente, había desaparecido el realista… El señor Fábrega, hijo de Panamá pertenecía a una familia mui considerada en el país. No habiendo sido de los que fueran en él partidarios de la independencia, desde el 28 de Noviembre…, sirvió con lealtad y abnegación a Colombia i al lugar de su nacimiento”. Blas Arosemana, hermano mayor de Mariano, fue nombrado por el general Santander teniente asesor de la intendencia. Desde ese momento habría una relación íntima con Santander no sólo de la familia Arosemena sino de todo el grupo liberal de los comerciantes del Istmo, con quien se alinearían en las disputas que estaban por venir entre el Vicepresidente y el Libertador Simón Bolívar.

El 20 de febrero, a través de O’Leari, edecán del Libertador, llega su conocido saludo a la independencia de Panamá: “No me es posible espresar el sentimiento de gozo i de admiración, que he experimentado al saber que Panamá, el centro del Universo, es regenerado por si mismo i libre por su propia virtud. El acta de Independencia de Panamá es el monumento más glorioso que pueda ofrecer a la historia ninguna provincia americana. Todo allí está consultado, justicia, generosidad, política e interés nacional. Transmita U. S. a esos beneméritos colombianos, el tributo de mi entusiasmo por su acendrado patiotismo i verdadero desprendimiento”.

Los capítulos de los Apuntamientos que hacen referencia a los años transcurridos entre 1822 y 1826 consignan un momento idílico según Mariano Arosemena: “Nos hallábamos en nuestra luna de miel, todo era abnegación i amor a la patria”. Según la descripción se inicia una fase de recuperación económica en el Istmo, apoyada en parte por el paso obligado de soldados hacia las campañas de liberación del Perú y lo que llegaría a ser Bolivia, las que describe minuciosamente. Mariano afirma que hasta las clases sociales más bajas se sentían en un momento distinto: “Una mudanza perfecta se había efectuado en el trato de los indios de nuestras comarcas… I advertíase también gran contento de la gente de color, al hallarse igualada en derechos a los descendientes de los conquistadores por consecuencia de la institución republicana”.

Por supuesto, desde un inicio los comerciantes istmeños tienen una perspectiva clara de que su prosperidad estaba asociada al fomento del tránsito de mercancías y desde los primeros años solicitan al gobierno central dos cosas relacionadas: la construcción de una vía transístmica, ya fuera un camino de “macadam” o una vía férrea; y la exoneración de todo tipo de impuestos a las mercancías en tránsito. Ese sería el eje de las demandas de los notables en los siguientes años y, como se verá, éstas encontraron apoyo permanente en los diversos gobiernos colombianos, contrario al “olvido” del que habla la historia oficial.

La crisis de la Gran Colombia en Panamá

En la historia de la Gran Colombia hay dos momentos claramente diferenciados:

a.- El que va de 1821 a 1825, en que se constituye el Estado con un gobierno encabezado por el Libertador, Simón Bolívar, como presidente, y un vicepresidente, representado por el general Francisco de Paula Santander. Un equilibrio bien pensado por Bolívar entre Venezuela y la Nueva Granada. Para comprender la razón de este equilibrio, hay que tener presente que Venezuela, y también Ecuador, tuvieron bajo el imperio colonial español rango de Capitanías que, aunque sujetas al Virreinato de la Nueva Granada, gozaban de cierta autonomía. Esta fue la base de la fractura de la Gran Colombia en 1831. No era el caso de Panamá, que desde el siglo XVIII era una provincia del Virreinato cuya capital era Bogotá. Este primer lustro, es una fase más bien estable por cuanto la lucha por la Independencia se había trasladado al sur (Ecuador, Perú y Bolivia), a donde se dirige Bolívar, dejando el gobierno efectivo en manos de su vicepresidente. En la medida en que es un periodo fundacional el gobierno anda en marcha suelta y hay pocas disputas sobre el qué hacer. Se establecen las primeras leyes institucionales, se asumen los primeros compromisos fiscales y programas de gobierno. En este lustro surgen los fuertes lazos políticos que van a atar al grupo de comerciantes liberales istmeños con el grupo liberal de Santander, con el cual se van a posicionar en la crisis de los años posteriores. Mariano califica positivamente a Santander, a quien llama “hombre de leyes”.  Estos cinco años son descritos por Mariano Arosemena como de gran regocijo en el Istmo, de unidad patriótica y esperanza en el futuro. Los capítulos correspondientes de los Apuntamientos están llenos de alabanzas a las decisiones gubernamentales. De 1825 datan los versitos de Mariano que describen bien su perspectiva de clase: “Salve, patria amada, tierra peregrina, por do se camina de uno al otro mar, plegue que en tu seno vea el mundo reunidos, sus frutos, tejidos, cuanto hai comercial”. (P. 163).

b.- El período que va de 1826 a 1832, que es el de la crisis y disolución de la Gran Colombia , atravesada por grandes disensos que van escalando hasta convertirse en guerra civil más o menos declarada. La Gran Colombia se divide en dos grandes partidos, de hecho, aunque no formalmente proclamados: los liberales santanderistas y los bolivaristas (bolivarianos, les llama Mariano Arosemena), que algunos historiadores llaman “conservadores”, pero que no calzan en esa categoría realmente (más propia de sectores terratenientes católicos). Son dos proyectos de Estado - Nación confrontados. Dos proyectos de clase en choque, aunque las fronteras entre ellas se crucen por momentos o se vuelvan transversales. En torno a Santander se bloquean: las grandes familias criollas, pretendidas herederas del poder colonial extinguido; algunos caudillos militares de origen terrateniente, sectores de comerciantes, como los de Panamá; profesionales de capas medias, principalmente abogados. En torno a Bolívar se bloquean: los diversos sectores sociales que han hecho carrera en el Ejército Libertador, desde grandes caudillos terratenientes (algunos de ellos) agrupados en la alta oficialidad; pasando por sectores medios, intelectualizados y profesionales (suboficiales); hasta llegar a las castas más bajas de la sociedad, negros y mestizos, que encontraron en el ejército la única forma de movilidad social ascendente en la rígida sociedad estratificada en castas heredada de la colonia. Tal vez por ello, el sector bolivarista encontró siempre apoyo en el bajo pueblo, y el santanderista en la aristocracia criolla.

c.- En Panamá, esa partición de aguas se expresó con claridad en las personas de dos generales: Tomás Herrera, relacionado con los comerciantes criollos del intramuro de San Felipe, vinculado desde siempre al grupo santanderista (incluso implicado en el intento de magnicidio contra Bolívar en 1828); y José D. Espinar, leal al Libertador hasta el último momento, de origen mestizo y relacionado con la plebe del arrabal de Santa Ana. Junto a Tomás Herrera, se alinearon con los santanderistas los liberales panameños, pertenecientes al Gran Círculo Istmeño, en su mayoría ricos comerciantes, como el propio Mariano Arosemena, su figura intelectual más connotada. El bajo pueblo del arrabal estaba del lado bolivarista, con lo cual las diferencias políticas tomaban un cariz de lucha de clases que se mantendría a lo largo del siglo XIX.

d.- El origen de la disputa es la Constitución elaborada por Bolívar en 1825-26, que proponía la creación de un gran estado confederado, que abarcaría desde la Gran Colombia (Venezuela, Nueva Granada y Ecuador) hasta el Perú y la recién fundada Bolivia. Gobernar este Estado. Requería un gobierno fuerte, que sólo podía presidir Bolívar, único con autoridad política y solvencia moral reconocida en toda esa región, ejerciendo una Presidencia vitalicia con poderes especiales. Por ello sus enemigos atacaron ese proyecto llamándolo “dictatorial”. Desde el primer momento, ese proyecto fue confrontado por el grupo santanderista que, tal vez temía ver disminuido su poder luego de cinco años de control total, y que prefería ver disgregada la Gran Colombia para favorecer intereses de las élites locales. En gran medida, el grupo de Santander promovió concientemente esa disgregación, primero provocando en Bogotá un repudio a las personalidades venezolanas, luego llevando a la crisis la relación con José Páez, caudillo de Venezuela, a quien incluso intentaron destituir, e incluso motivando a la oligarquía limeña para que expulsara los batallones del ejército “colombiano” que quedaban en Perú. Todas medidas que tendían a debilitar el poder de Bolívar y por consecuencia a la Gran Colombia. Entre ambos grupos confrontados maniobraron  los caudillos militares locales, como Páez en Venezuela o J. J. Flores en Ecuador, más interesados en salvar su control local que el proyecto de la Gran Colombia. Es decir que, aunque disputaban con Santander y su grupo, coincidían al final en el mismo objetivo: destruir el proyecto estatal, para salvar cada quien su feudo, que fue lo que sucedió.

e.-  Es en el marco de este cuadro general en que puede entenderse la situación de Panamá en las coyunturas críticas de 1826, 1830 y 1831. Las  mal llamadas “Actas Separatistas” de esos años, lejos de representar un conflicto nacional panameño contra Colombia, como falsamente pinta la historia oficial, son expresiones del conflicto político entre esos bandos (santanderistas vs bolivaristas) a los cuales el Istmo no escapó. Como ya hemos señalado, la historia panameña fue rescrita en el siglo XX con el claro objetivo de justificar la separación de Colombia del 3 de Noviembre de 1903, ocultando la intervención del imperialismo yanqui, procurando presentar el siglo anterior como reiterados intentos secesionistas, para lo cual han debido desdibujar y desencuadrar los acontecimientos como realmente se presentaron.

Las Actas y la crisis política en la Gran Colombia

Basamos este apartado fundamentalmente en las propias palabras de Mariano Arosemena, escritas en sus Apuntamientos Históricos, para evidenciar que los hechos descritos por él mismo, que era parte interesada y actor central, describen correctamente el conflicto político que hemos explicado en las páginas precedentes y no el simplismo de “panameños vs colombianos” del que nos habla la historia oficial panameña del siglo XX.

1826. El Acta del 13 de septiembre de ese año no tiene nada que ver con un movimiento separatista de Panamá contra Colombia, como falsamente aseveran algunos historiadores. La convocatoria a la Asamblea de ciudadanos que la discutió, fue hecha por el general Carreño, jefe militar del Istmo, a solicitud del Sr. A. L. Guzmán, que había llegado como emisario del Libertador para conseguir una proclama a la Constitución que había redactado en Bolivia.  Los notables del Istmo, alineados con los santanderistas como ya se ha dicho, no simpatizaban con la propuesta constitucional, por ende, se abstuvieron de respaldar a Bolívar, centrando su demanda hacia el presidente en que se construyera un ferrocarril en el Istmo para promover el comercio. Como esta posición no gustó al general Carreño, agitó al arrabal y convocó otra asamblea con participación popular, el 14 de octubre, que sí respaldó incondicionalmente al Libertador. Lo dice el propio Mariano Arosemena:

“Hallábase aún tranquilo el departamento, sin embargo de que en otros había agitaciones a consecuencia del proyecto de Constitución de Bolivia, que se pretendía se adoptara en Colombia, donde las ideas republicanas habían recibido hondas raíces. Con la llegada del señor A. L. Guzmán promovió el comandante general una junta de empleados públicos i ciudadanos particulares, para tratar la dictadura i la constitución connotada. Esta junta tuvo lugar el 13 de septiembre oponiéndose la mayoría a la aceptación de uno y otro asunto. Desentendiéndose del fin con que había sido reunida la junta, adoptó una idea que entrañaba un sentimiento verdaderamente patriótico. Convirtió el acta en una solicitud, pidiendo al Libertador que con su prestijio i grande influencia hiciera llevar al Istmo a sus altos destinos por medio de una línea férrea interoceánica. La reunión, como es de concebirse, concluyó con desagrado del general Carreño, i de los que se interesaban por la dictadura y la constitución boliviana” (Pág. 170).

La narración de Mariano es clara y expresa animadversión al proyecto político que impulsaba Bolívar y el ejército, representado en Panamá por Carreño. Este último se vería forzado a apelar a las clases bajas para lograr el objetivo, lo cual confirma una confrontación clasista más o menos abierta. Al respecto, los Apuntamientos señalan: “Para lograr llegar ellos su propósito (se refiere a Carreño y sus aliados), pusieron luego en juego, cuanto les pareció conveniente. Hicieron, entre otras cosas, sacar por las noches la música militar paseando las calles i las plazas, i al son de ella vitoreando al Libertador; i al fin el 14 de octubre se volvió a reunir la junta con gran aparato i resolvió lo siguiente: 1º. El departamento del Istmo se entrega en manos de S. E. el Libertador como único capaza de salvarlo en la actual crisis, lo mismo que el resto de la república; 2º. El Istmo concede a S. E. el Libertador i Padre de la Patria las facultades dictatoriales para que sobre la base de la eterna soberanía del pueblo, haga cumplir la voluntad de la mayoría;  3º. S. E. reunirá la Gran Convención Nacional cuando lo crea conveniente, sin limitarse al tiempo prescrito en la Constitución …” (sigue el acta con otros elementos reiterativos que no citamos por motivos de espacio, pero que están completos en los Apuntamientos Históricos). Conclusión de la coyuntura para Mariano Arosemana: “¡Quedó así establecida la dictadura en el departamento del Istmo ¡!” (Págs. 170 – 171).

Y agrega más: “Los sucesos del año anterior (1826) sobre la proclamación de la dictadura vinieron a dividir a los istmeños, que habían estado unidos i cónsonos con la política liberal del resto de la república. Vino la división de los partidos, la división de los ánimos, la desconfianza entre unos i otros individuos, i aún el rompimiento de muchos para los negocios comunes de la vida” (Pág. 177).

Al igual que sucedió en Bogotá, donde el grupo allegado a Francisco de Paula Santander, capitaneado por Vicente Azuero, se valieron de la prensa para atacar el proyecto bolivariano en nombre del régimen republicano; en Panamá, los liberales se nuclearon en torno a un periódico, llamado el Círculo Istmeño, para atacar la “dictadura” (en palabras de Arosemena). Hacían parte de su equipo editorial José Agustín Arango, José de Obaldía y Mariano Arosemena.

No vamos a entrar a valorar cuál era la posición más correcta, ni a entrar en los detalles y momentos del conflicto, porque no es el asunto central de este ensayo, aunque habría buenos argumentos en ambos sentidos. El tema es que la crisis de 1826 en Panamá no tiene nada que ver con un movimiento secesionista, sino con el conflicto político bolivarista/santanderista, conflicto en el que los istmeños tomaron posición en ambos bandos según a qué clase pertenecían.

1830. El general José Domingo Espinar, panameño de nacimiento, es el actor central en la crisis de 1830 y redactor del Acta de ese año. Espinar quedó como jefe del ejército en el Istmo en diciembre de 1827, cuando se retiró de Panamá Carreño, y  el general Fábrega no quiso asumir el mando para retirarse a sus negocios privados, principalmente en la provincia de Veraguas, que siempre fue el feudo familiar. Mariano hace una ilustrativa descripción de Espinar:

“El señor Espinar, hijo del Istmo, poseía talento i alguna instrucción. Como militar sirvió en la guerra de la independencia. Fue liberal hasta que apareció la cuestión de la dictadura, en 1826, en que se alistó en esta bandera. I favorecido por el Libertador, estuvo algún tiempo a sus órdenes, sirviendo en la Secretaría de Guerra i en algunos viajes con él. Durante el ejercicio de los últimos destinos públicos que desempeñó en el Istmo Espinar, se advirtieron en sus medidas, golpes repetidos de arbitrariedad”. (Pág. 185).

Es decir, José D. Espinar era de los panameños más allegados al Libertador (tal vez el único) y defendió sus propuestas políticas decididamente, contando en ello con la animadversión de Mariano Arosemena y los comerciantes liberales istmeños. Este detalle es importante porque es el contexto que explica sus actos durante la crisis de 1830.

Para entender a cabalidad el Acta de 1830, redactada por Espinar, es  obligatorio comprender el contexto general de lo que estaba pasando en toda la Gran Colombia, lo cual es omitido por algunos historiadores panameños. El problema consiste en que la crisis iniciada en 1826 escaló a un punto de crisis general y guerra civil en 1828, cuando fracasó la Convención de Ocaña. En ese momento los problemas estallaban por todos los costados de la república. Pero el eje de preocupaciones del Libertador, al momento de reunirse la Convención el 9 de abril, era la revuelta generalizada en Venezuela en la que las fuerzas políticas predominantes, encabezadas por Páez, se negaban a sujetarse al gobierno de Bogotá y planteaban abiertamente la separación de esa sección del país. Bolívar propuso a la Convención que asumiera una reforma constitucional que salvara la república y apaciguara los ánimos. Pero sucedió todo lo contrario. El representante venezolano propuso una forma de organización estatal de tipo federal, contra la cual votaron la mayoría de los representantes de otras regiones, quienes en su mayoría eran liberales vinculados a Santander, y eran dirigidos en la misma convención por el allegado de éste Vicente Azuero. Al final se presentan a consideración dos proyectos constitucionales y, ante la falta de acuerdo, un grupo de diputados se retira de la Convención, provocando su disolución y profundizando la crisis política.

Desde Panamá, y desde la perspectiva de los liberales como Arosemena, se comprendía en estos términos la disputa: “El liberal confiaba, en el Istmo, en que se daría una constitución libre, republicana, digna de reemplazar a la de Cúcuta, i que quedaría esta rigiendo, mientras que el partido boliviano esperaba ver sancionada una constitución, de conformidad con las opiniones del general Bolívar, espresadas desde el año 1819 en Guayana i ratificadas después”. (Pág. 185).

Disuelta la Convención de Ocaña el 11 de junio, y declarada la crisis abierta, dos días después, en Bogotá se produce una asamblea o junta de ciudadanos y funcionarios públicos que emite un Acta pidiendo al Libertador que asuma poderes extraordinarios para poner orden, reorganizar las instituciones y convocar otra convención en el momento que juzgue conveniente. En el mismo sentido se pronunciaron otras capitales de provincia. Panamá no fue la excepción. Aquí, el síndico procurador municipal, Joaquín Morro convocó una junta semejante con el mismo objetivo, el día 3 de julio de 1828. ¿Por qué los historiadores panameños del siglo XX han omitido esta Acta? Porque no encaja en el mito separatista.

Morro propone una resolución de cuatro puntos, en cuyo artículo 3 podemos leer una idea que aparecerá reiterada en el Acta de 1830: “que el Libertador presidente que siempre ha manifestado las disposiciones más benignas hacia las mejoras de este interesante Departamento en la república sea invitado a tomar el Istmo bajo su inmediata protección, haciéndolo ocupar un lugar de predilección entre las naciones”. (Pág. 186).

¿Cómo entender lo anterior? En el mismo sentido que en el Acta de 1830, que veremos más adelante: el Istmo se ofrece como punto de apoyo al Libertador, y como posible capital de la República (no está dicho con toda su letra, pero se infiere), ante la incertidumbre política que le rodea y la falta de apoyo que sufre en Bogotá y Venezuela. La junta aprobó una resolución que no incluyó esta propuesta del señor Morro, pero que exhorta al Libertador a asumir poderes extraordinarios, semejante a la antes citada de Bogotá. Mariano señala que la junta lleva la firma de José Sardá, intendente, José D. Espinar, tenerla del ejército y del obispo Juan J. Cabarcas, y de otras personalidades.

Arosemena concluye al respecto: “¡Que estas firmas fueran puestas con espontaneidad, así como las de los demás bolivianos, no hai por qué dudarse, pero que las firmas de los liberales se suscribieran en esta acta de su libre voluntad, no es cierto, i por consiguiente una ironía aquello de que fuese celebrada con absoluta espontaneidad!” (Pág. 187). ¿Fueron falsificadas las firmas? ¿O firmaron por temor? ¿O simplemente firmaron y luego trataron de justificar el hecho porque convenía en unas circunstancias que luego fueron desfavorables a los “bolivianos”? Sólo un estudio dactilográfico lo podría decir con certeza.

En la Gran Colombia la situación siguió deteriorándose. El 28 de septiembre de 1828 se produce el intento fallido de asesinar a Bolívar en Bogotá. Un amplio grupo de conspiradores son apresados y a los autores materiales se les juzga y ejecuta. Santander es acusado de ser instigador intelectual, pero su vida es perdonada por el Libertador a cambio del exilio a donde parte hasta 1832. Por otro lado, los generales Córdova, Obando y López inician una guerra civil de hecho contra el gobierno de Bolívar, insurreccionando las provincias occidentales, desde Popayán a Antioquia. Venezuela, liderada por Páez, declaró formalmente la separación el 25 de noviembre de 1829. El Perú ha expulsado los restos del ejército colombiano y ataca a Ecuador para arrebatarle Guayaquil. Bolívar convoca una Convención Constituyente que deberá reunirse el 2 de enero de 1830, a partir de la cual se desencadenará el capítulo final de su gobierno, con su renuncia irrevocable a la presidencia después de considerar todas las opciones (desde un régimen fuerte mediante una monarquía o una presidencia vitalicia),  lo cual dio inicio de la disolución definitiva de la Gran Colombia , y el asesinato del mariscal Sucre (luego se sabría que por orden de Obando, apreciado de Mariano Arosemena). Ese es el marco concreto de los hechos que rodean lo que sucede en Panamá.

El año 1829 discurre en Panamá bajo el control de los leales a Bolívar (el “partido boliviano” a decir de Arosemena), encabezados aquí por José Sardá, en calidad de intendente, y José D. Espinar, como jefe del ejército. Atendiendo a su carácter de clase, los llamados liberales istmeños, no hicieron oposición conociendo “lo arriesgado que era contender con su adversario, i ni aun hablaba de las libertades públicas” (Pág. 192). Arosemena da cuenta del estado de ánimo de las élites locales por voz del alcalde Manuel José Borbúa, en el sentido de que “… un grupo de hombres en pelotón, paseaba todas las noches las calles i plazas, de la población (parece referirse a Santa Ana), algunas veces con música, aclamando, con vítores escandalosos, criminales i alarmantes, un código extranjero (el boliviano) (sic), con insultos, vejaciones i desprecio de la sagrada carta… Que también amenazan la seguridad individual, turban la tranquilidad pública, con otros vítores que causan todavía mayor alarma. I que los buenos ciudadanos viven llenos de terror...” (Págs. 192 – 193).

Instalada la Asamblea Constituyente , en enero de 1830, Bolívar renuncia a la presidencia de la república, y asumen el gobierno Joaquín Mosquera, como presidente y Domingo Caicedo como vicepresidente, ejerciendo realmente este último por enfermedad de Mosquera, pertenecientes al sector santanderista, lo cual “inspira grandes esperanzas para el porvenir, al partido liberal del Istmo” (Pág. 200).

Lo que era bueno para los liberales, no lo era para los “bolivarianos”, como José D. Espinar. Pero este último logró en principio ser ratificado como jefe militar del Istmo por el nuevo gobierno. Al respecto, dice Mariano Arosemena, que “Caicedo se dejó fascinar por el jeneral Espinar”. Pero pronto intentarían corregir el gobierno pro santanderista y, con posterioridad al 6 de julio, intentó suplantar a Espinar por José Hilario López, lo cual desencadena la reacción de Espinar.

“Irritado el jeneral Espinar por esto, hizo que sus allegados y vecinos de la parroquia de Santa Ana (es decir, los sectores populares del arrabal), le dirijieran una representación, esponiéndose: “1º  el desconocimiento de todo gobierno, que fuera lejítimo (sic?!), apellidándose al ministerio del señor Mosquera, facción ministerial; 2º el sostenimiento a todo trance de la seguridad nacional de Colombia, cualquiera que fuera su forma de gobierno, i, 3º el respeto i protección de cualquier pronunciamiento de este departamento, que estuviera en consonancia con la integridad nacional i el bien del país conservándose y manteniéndose las autoridades actuales en sus respectivos destinos”. Y sigue: “Este documento fue dirigido por la comandancia general (Espinar), a la secretaría de estado del despacho de la guerra con una nota destacada, en que se leía que la mayor parte de las personas encargadas de los ministerios del presidente Mosquera, se encontraba poseída de un espíritu vertiginoso por el que prostituyéndose sus más sagrados deberes, conducían al resto de la república a una completa disociación i provocaba o entregaba a los pueblos al furor democrático i a la anarquía más completa, concluyendo con decir que los militares del Istmo no obedecían orden alguna comunicada por los ministros existentes en Bogotá, el 2 de agosto último” (Pág. 201).

Aunque la narración de Arosemena es suficientemente clara, vale la pena reiterar que el conflicto encabezado por el general José D. Espinar, lo es entre el partido “boliviano” al que pertenecía, y el gobierno encabezado por Mosquera, considerado “liberal” o “santanderista”. El 6 de septiembre Espinar convoca una asamblea, a la que Mariano Arosemena califica “entrañando sus ideas (las de Espinar) de independencia del Istmo” (Pág. 201). Vale la pena detenerse en esta expresión porque el mito de la leyenda dorada afirma que el anhelo “separatista” era de “todos los panameños” encabezados por la élite de los comerciantes “liberales”; sin embargo, don Mariano, cabeza pensante y dirigente de ese grupo, aquí se desentiende de la idea separatista la cual atribuye a Espinar. Ellos, la élite liberal no compartía esa declaración, por ende, se salieron de la sala, lo cual motivó a Espinar ordenar el arresto de dos figuras destacadas del Círculo Istmeño: Agustín Tallaferro y José A. Arango, la cual luego fue conmutada por el destierro, el general Fábrega huyó a Santiago al igual que los otros liberales “se fueron a los campos con sus familias” (Págs. 201 – 202). En pocas palabras, Arosemena desmiente a la leyenda dorada.

El 8 de septiembre llegó una orden del gobierno de Mosquera exigiendo la renuncia de Espinar, la cual enviaron por intermedio de Mariano Arosemena,  indicio de una relación de este con el grupo gobernante en Bogotá. Arosemena se hizo acompañar del general Tomás Herrera para entregarla, pero Espinar se negó a recibirla. El 10 de septiembre “rompió la tormenta”, y el 11, Espinar declara el departamento “en asamblea”, se entiende estado de sitio, aduciendo: “una conmoción a mano armada, en la cual se pretendía por algunos, el rompimiento de la integridad nacional, i en que había el peligro de una invasión de parte de Inglaterra, a causa, decía, de que ciertos vecinos de Panamá pidieron al Almirante de Jamaica su protección para separar el Istmo del resto de la república” (Pág. 202).

Al respecto dice Arosemana que el Almirante de Jamaica desmintió el pedido. “En realidad, lo que había emboscado (Espinar) era el proyecto de formar un cuarto estado, que figurara conjuntamente con los de Venezuela, Ecuador i el que había de erijirse precsisamente de las provincias de la Nueva Granada. El coronel Juan Eligio Alzuru (venezolano), a quien Espinar hizo comandante de armas apoyaba la idea, i era una palanca formidable por su genio violento que le atrajera el terror del país” (Pág. 203).

Detengámonos aquí: 1. El 6/9 Espinar propone una independencia a la que se oponen todos lo liberales, es decir, la élite comercial de la ciudad de Panamá; 2.el 11/9, Espinar declara estado sitio porque ha descubierto una conspiración de “vecinos” que ha pedido la intervención inglesa para separar a Panamá; 3. Arosemena alega que los ingleses desmienten el pedido; 4. pero sí hay un intento por declarar una independencia semejante a lo que pasaba en ese momento en Venezuela y Ecuador, pero afirma que la idea es de un general venezolano, Alzuru, con lo cual no está de acuerdo Espinar y tampoco Arosemena.

La descripción de los hechos es confusa y Mariano no hace mucho por esclarecerla. Pero lo que se infiere es que Espinar que el conflicto original es político y que los bandos se van reacomodando a conveniencia, siempre confrontados los liberales con la cúpula del ejército. Ahora bien, la conspiración con los ingleses ¿realmente existió o fue sólo una excusa para decretar el estado de sitio como insinúa Arosemena? ¿De haber sido cierta, qué “vecinos” habrían solicitado la intervención extranjera? Los que mejor estaban relacionados con los ingleses de Jamaica eran los propios comerciantes panameños con quienes negociaban incluso desde el siglo XVIII. ¿Habrá habido esa petición de intervención y, al cabo de los años, no haya querido Arosemena reconocerla por inconveniente? Preguntas que una investigación más profunda debe resolver. En cualquier caso no había “unanimidad de los istmeños”, lo que había era una gran crisis en la que cada quien hala para donde creía que le convenía.

El 26 de septiembre se produce finalmente el Cabildo pleno, convocado para Espinar y aprobar el Acta, que dice en su considerando, que “la separación del Sur de la república (Ecuador) ha producido una escisión completa de la Nueva Granada : que el Istmo carece de relaciones mercantiles con los departamentos del Centro de la república (Nueva Granada); Que los señores del Sur hostilizan actualmente al comercio del Istmo reputándolo como estranjero por razón de haber permanecido adictos a la Nueva Granada … Que el departamento del Istmo lejos de desear la enemistad de los demás pueblos, tiene necesidad de ponerse en armonía i buena intelijencia   con todos para dar i recibir aucsilios en los males comunes; I en fin que el gobierno de Bogotá por su circular del 7 de julio último, número 33 ha convocado a los pueblos  para que manifiesten sus deseos…resuelven:

Art. 1º Panamá se separa desde hoy del resto de la república i especialmente del gobierno de Bogotá.

Art. 2º Panamá desea que S. E. el Libertador Simón Bolívar se encargue del gobierno constitucional de la república como medida indispensable para volver a la unión de las partes de ella que se han separado bajo pretestos diferentes, quedando desde luego este departamento bajo su inmediata protección.

Art. 3º Panamá será reintegrado a la república luego que el Libertador se encargue de la administración o desde que la nación se organiza unánimemente de cualquier otro modo legal.

Art. 4º Panamá desea que el Libertador venga a su seno para que colocado en un punto en que pueda atender a las partes dislocadas de la república procure que la nación sea reintegrada” (Págs. 203 – 205).

Siguen ocho artículos, hasta el doce, referentes a la continuación de la vigencia de las leyes y la constitución, la designación de Espinar como jefe civil y militar, la asignación de cuatro ciudadanos para que asesoren la toma de decisiones y la comunicación de esta decisión a la provincia de Veraguas y al Libertador. Pero quedan muy claras dos cosas: uno, no se trata de una separación definitiva sino condicionada, mucho menos alude a un trato injusto de los “colombianos”; dos, las reiteradas alusiones a Bolívar muestran con claridad que sólo ven en él al único que puede salvar la república y, por ende, esta acta es producto del “partido bolivariano”. Llama la atención que en la larga lista de ciudadanos que respaldan con su firma el acta no aparecen los notables que habían controlado el Istmo hasta aquí, y se comprende por ser del partido opuesto. Sólo al final, firman Mariano y su hermano Blas Arosemana, probablemente más por los cargos públicos que ostentaban que por convicción política.

Seguidamente Mariano afirma que los seis cantones que componían el departamento apoyaron el acta, menos Veraguas, instigada por el general Fábrega a quien le filtraron una carta dirigida a uno de los suyos, la cual es muy diciente en cuanto a las diferencias políticas y de clase que atravesaban el tema del acta del 26 de septiembre: “Querido Pablo: Espinar trae miras de hacerse un soberano, pretextando el nombre de Bolívar que ya es insignificante en la república, al frente de nuestro gobierno constitucional. El cuenta con jente de su clase… Ya ves  que si no tratásemos de cortarle las alas, seremos el ludibrio de una jente desafecta… por lo que marcharás a Los Santos, ten una entrevista con Pérez, y hazle presente en mi nombre que con él cuento para cualquier empresa” (Pág. 206).

Arosemena dice que la carta de Fábrega fue publicada como volante por los allegados a Espinar, bajo el título “San Bárbara” y “suscrita así, 79,988 plebeyos” (los habitantes del Istmo) en la que “se prodigaron ofensas contra el jeneral Fábrega i la clase blanca” (Pág. 206). La clase blanca…

Dejando por un momento la situación particular de Panamá, hay que señalar que la actuación de Espinar no fue caprichosa, ni aislada. Fue parte de una serie de sublevaciones militares que atravesaron toda la Gran Colombia contra el gobierno de Mosquera/Caicedo. El propio Mariano los describe: se subleva el batallón Granaderos y el escuadrón Húsares de Apure en Bogotá; desde Venezuela llega Mariño a la frontera con Nueva Granada al frente de una división; en Quito, Juan José Flores promovió una declaración de separación el 3 de mayo; los batallones Callao, Boyacá y Cazadores de Cundinamarca también estaban sublevados. Ya a inicios de septiembre Mosquera concluyó que no podía gobernar y ofreció la presidencia a Bolívar, también, el cual la rechazó. Finalmente asume el gobierno el general Rafael Urdaneta, figura aceptable para los bolivarianos y mandos del ejército.

1831. Hasta el 23 de marzo de este año gobierna el general José D. Espinar en el Istmo, como dictador, a juicio de Arosemena. Según los Apuntamientos a inicios de año viaja al interior, acompañado por parte del Batallón Ayacucho, seguramente para consolidar posiciones frente a las influencias de Fábrega, que ya se mencionaron. Para lo cual intentó atraerse a “sujetos ricos e influyentes” pero que recelaban de él. A inicios de marzo corre el rumor de “un motín de gente de color, que rechazaba la unión del Istmo al resto de la república i que quería un gobierno independiente i soberano bajo el mando del general Espinar”. Allí es cuando el coronel Juan E. Alzuru, “ecsitado por algunos ciudadanos” (de la élite suponemos), le da un golpe de estado a Espinar y lo deporta a Guayaquil. “Salvamos así del escollo Scila para caer en Caribdis”, sentencia Mariano. (Pág. 214).

Lo más contradictorio de la crisis de 1831 es que, insinuando Mariano Arosemena un motivo egoísta y personal de parte de Alzuru que para expedir el Acta del 9 de julio,  un supuesto temor de que el gobierno de Urdaneta los juzgase por el asesinato del comandante Manuel Sotillo y el teniente José Villanueva, produjo el documento mejor elaborado por los comerciantes panameños en función de cómo reacomodarse frente a la disolución de la Gran Colombia. Tómese en cuenta que, muerto Bolívar, se pierde la esperanza de un gobierno centralizado, pero aún persiste la idea de crear una Confederación de tres estados con gobiernos independientes. Por ahí es donde apuntan las propuestas del Acta del 9 de julio de Panamá. No la vamos a citar literalmente por su extensión, que puede ser consultada entre las páginas 215 a 220 de los Apuntamientos, pero vamos a reseñar lo medular del contenido:

El considerando, en su artículo 1, empieza por dejar constancia de la escisión de la Gran Colombia en tres estados, pero advierte que el problema de que Panamá se integre en la Nueva Granda es que no tiene relaciones comerciales con ella (igual que se recogió en el acta de 1830). El artículo 2 afirma que así como Ecuador, Venezuela y el centro tuvieron en cuenta sus propios intereses, Panamá debe “procurar también los inmensos bienes a que está llamado por la naturaleza i por la sociedad”. El artículo 3, contiene la idea central: “Que las rivalidades y zelos de las secciones Sur, Centro y norte de Colombia se evitarán formándose del Istmo un territorio que perteneciendo a todas, ninguna disponga de él exclusivamente…”. El artículo 4 sigue la idea: “Que el medio de afianzar para siempre la unión íntima de los tres estados que aspiran a la confederación es fijando un lugar equidistante de ellos, en el cual lejos de la influencia de alguna de las secciones se instale con entera independencia el congreso de plenipotenciarios”. El artículo 5 hace referencia a la posibilidad de hacer un camino por Panamá que promueva el desarrollo comercial internacional. El artículo 6 señala que “los hijos del Istmo autorisados por las circunstancias actuales pueden i deben ver por su futura felicidad, haciendo uso de la soberanía que han reasumido después de la rotura del antiguo pacto colombiano” (Págs. 215 -216).

A nuestro juicio, hay en el acta dos objetivos: por un lado, uno unitario, Panamá se propone como sede del Congreso de Plenipotenciarios de la Confederación; otro particularista, justificado por el primero,  para lo cual pide un estatus especial, que no la obligue a someterse a ninguno de los tres estados surgidos de la crisis, para poder seguir en relación comercial con todos, pero en particular para los istmeños.

La parte resolutiva consta de catorce artículos que en esencia dicen: Artículo 1 “Panamá se declara en territorio de la Confederación colombiana i tendrá una administración propia, por medio de la cual se eleve al rango político al que está llamado naturalmente”; Artículo 2, reconoce la parte de la deuda del estado  que le toca; Artículo 3, los tres grandes estado gozarán de inmunidades comerciales; artículo 4, “Panamá siendo un pueblo de la familia colombiana, se conducirá en su comercio con el norte i el centro de la república, del mismo modo que con el sur…”; Artículo 5 “Panamá ofrece a los mismos Estados un territorio para la residencia de la Confederación colombiana, y  para que en él se reúna todas las veces que sea necesario el congreso de ministros plenipotenciarios…”. Artículo 6 se enviarán diputados a los tres estados a comunicar el acuerdo; Artículo 7 se preserva provisionalmente la constitución; Artículo 8, se nombra a Alzuru jefe militar y a Fábrega jefe político; Artículo 9, establece el principio de la sucesión de mandos; Artículo 10, inviste de poderes judiciales a ambas autoridades; Artículo 11, se obliga a pagar los sueldos de la guarnición; Artículo 12, se convoca para el 15 de agosto una dieta constituyente; Artículo 13, invita a los cantones de la provincia, y a la de Veraguas a que se sumen; Articulo 14, se compromete a atender los trámites de particulares con gobierno central.

Contrario al acta de 1830, promovida por Espinar, ésta sí lleva la firma de los notables de la ciudad de Panamá, aunque extrañamente no se consigna la firma de los hermanos Arosemena. Entre ellos, Obarrio, Obaldía, Vallarino, García de Paredes, etc.

Juan E. Alzuru dirige una proclama a la tropa que esclarece aún más el sentido del acta, al decir: “Después de fijar vuestra ventura para siempre, habéis procurado la unidad de la república proponiendo a vuestros hermanos este territorio para centro común de los estados”. Sin embargo, luego argumenta en el sentido de que la nueva situación, justifica que se asuman como los defensores armados del acta y del Istmo, no se olvide que muchos de los soldados y oficiales provenían de otras partes de la república. Y agrega: “Soldados: no hemos preguntado a Venezuela, al Ecuador ni a la Nueva Granada , con qué derechos han llegado a ser lo que son ¿Y con justicia podrán reconvenir nos por la defensa de iguales principios en un pueblo que más que en otro alguno de Colombia necesita de reglamentos locales, de una legislación particular que lo saque de la miseria i abatimiento en que yace? No puede esto esperarse, pero si sucediere, estamos autorizados por el cielo para repeler con las armas una agresión bárbara i temeraria”. (Pág. 221).

Lo leído pareciera indicar que Panamá se encaminaba por una declaración de independencia en el mismo sentido que la de Ecuador o Venezuela, aceptando una relación con el resto mediante una Confederación, pero exigiendo un gobierno soberano para sí. Al menos eso parece ser lo que tiene en mente, tanto Alzuru como los firmantes del Acta. Pero los hechos posteriores ponen en duda la unanimidad en torno a este propósito.

Respecto a sí mismo, dice en los Apuntamientos Mariano: “Habiendo nombrado éste (Alzuru) de secretario de la comandancia de armas a don Mariano Arosemena, sirvió el empleo con descontento los pocos días que Alzuru estuvo sujeto al régimen legal, i le abandonó luego que asumió aquel los mandos desertando de la secretaría para llevar las consecuencias de las venganzas del mandatario, hecho señor del Istmo” (Pag. 222).

No había mucha convicción de los sectores liberales istmeños de sostener un gobierno independiente pues, a los pocos días, llegó el general Tomás Herrera de Bogotá con orden de relevar del mando a Alzuru, le abandonó Arosemena, este ordenó la deportación de los notables (a los Arosemena, Vallarino, al mismo Fábrega, etc.), le hicieron la guerra desde Fábrega a Obaldía. Luego de varias semanas de escaramuzas y combates, finalmente Alzuru fue derrotado y fusilado por Tomás Herrera al mando del batallón Yaguachi y milicias reclutadas por el camino. El batallón Ayacucho fue disuelto, “los jefes i oficiales que promovieron las revueltas en el pais recibieron sus pasaportes, que se estendieron en número de 60”, por considerársele fuente de inestabilidad para el nuevo gobierno liberal de la Nueva Granada.

El propio Mariano Arosemena confirma la falta de voluntad independentista de la élite comercial panameña, cuando afirma que: “La reunión en Bogotá de la Convención constituyente de la república de la Nueva Granada, consoló a los istmeños en la confianza de ver constituido el centro de Colombia, de que estaban ya completamente separados el Ecuador y Venezuela” (Pág. 227).

Más aún, Mariano Arosemena ve como natural la pertenencia de Panamá a la Nueva Granada , cuando al final de este capítulo reflexiona: “Colombia dejó de existir para que nacieran  de ella tres repúblicas acomodadas a sus hábitos e instituciones naturales…. Venezuela, Nueva Granada i Ecuador, bajo las rivalidades i localismos que creó en ellos el coloniaje, fue imposible que permanecieran unidos por mucho tiempo en un cuerpo de nación bien consolidado” (Págs. 229 -230).

Está claro. El hilo central de la crisis que va de 1826 a 1831 es la disputa entre dos proyectos nacionales (Bolívar y Santander) y varios sectores sociales confrontados, principalmente el pueblo y el ejército del lado bolivariano, y la oligarquía comercial latifundista del otro bando. Eso fue así en toda Colombia, y Panamá no fue la excepción. Cuando Bolívar deja la Presidencia y muere, los sectores más recalcitrantes con el independentismo fueron los militares, en todos lados (Ecuador, Venezuela, Panamá), porque en el ejército estaban los bolivaristas y no pretendían verse sometidos por los santanderistas liberales de Bogotá. Las proclamas independentistas fueron más una reacción política de fracciones del ejército, que proyectos nacionales claramente definidos.

En el caso de Panamá, se evidencia la actitud discorde de los comerciantes con las Actas de 1826 y 1830, promovidas por los militares, en su mayoría venezolanos.  Incluso, aunque el Acta de 1831 recogió las aspiraciones ideales de estos comerciantes, ellos rápidamente prefirieron sacar del medio al coronel Alzuru y entenderse con el gobierno de Bogotá. Por supuesto que la oligarquía comercial local dejó traslucir sus intereses en cada acto y en cada acta que podían. Pero eso no significa que se sintieran en capacidad, ni que tuvieran los deseos, de sostener un estado independiente a lo largo del siglo XIX.

Esa relación positiva, de la oligarquía panameña con los santanderistas se mantendría armónicamente por casi diez años, hasta 1839, cuando estalla la Guerra de los Supremos. Dejamos para otra ocasión la lectura crítica de la crisis de 1840-41, y la proclamación del Estado Soberano del Istmo que, también adolece de las mismas deformaciones que las coyunturas analizadas aquí.

El apoyo reiterado de Colombia al comercio por el Istmo de Panamá

Otro mito reiteradamente planteado por la historia escrita con posterioridad a 1903 es el del supuesto “abandono” de Colombia hacia el Istmo de Panamá y la resistencia de los gobierno bogotanos en apoyar la vocación comercial de este departamento. Sin embargo, la propia relación de hechos realizada por Mariano Arosemena en sus Apuntamientos Históricos deja ver una actitud contraria, por más que hubiera diferencias o demoras, en algunas coyunturas, en dotar al Istmo de un sistema de “libre tránsito”, es decir exoneración impositiva para el negocio de reexportación o tránsito de mercancías.

Tan pronto como 1825, consolidada la independencia en Perú, Simón Bolívar no sólo coloca a Panamá como la sede del Congreso Anfictiónico, que debiera unir en una confederación a toda la América Hispana , sino que ordena una concesión a los ingenieros LLoyd & Falmark, para explorar el Istmo y establecer la ruta más corta para construir un “camino de hierro”. Dicha exploración se cumplió y estos ingenieros fueron los primeros en señalar la margen oriental del río Chagres como la ruta más adecuada. Incluso Bolívar pidió opinión a los panameños José A. Zerda y al propio Mariano Arosemena, quienes recomendaron la construcción de un canal (P. 161-162).

Si en los siguientes años, hasta 1832, no se avanzó más en esta dirección, no fue por ninguna mala voluntad como se pretende, sino por la crisis política aguda que derivo en la disputa entre Bolívar y Santander, y luego en la disolución de la Gran Colombia. Crisis que fue escalando, como ya analizamos, desde el rechazo de los santanderistas a la Constitución propuesta por Bolívar, hasta el intento de asesinato del Libertador, y la subsecuente expulsión del país del Vicepresidente, la guerra civil en el sur occidente, hasta llegar a 1830 con la renuncia y muerte de Bolívar, y las declaraciones de separación de Venezuela y Ecuador. Acontecimientos abordados por Mariano Arosemena en su obra.

Resuelta la disputa política, y estabilizado el país bajo la denominación de la Nueva Granada , a partir de 1832, hasta la guerra civil de 1840, de manera sistemática, cada año y por propuesta del municipio de Panamá se aprobaron medidas de diverso tipo que apoyaban el libre comercio en el Istmo. Veamos:

 1832. El gobernador de Panamá, Juan José Argote, replantea la necesidad de construir un “camino de ruedas” que favorezca al comercio y aventaje a la ruta por el Cabo de Hornos. (P. 233).

1833. Mariano señala que “no escuchándose el clamor de los granadinos del Istmo por el gobierno de la República , con respecto a la declaración solicitada de comercio libre para los negocios que giran de un mar a otro, i relativamente a la vía de comunicación  franca, bien fuera acuática o terrestre… nuestra exasperación llegó al colmo en el presente año” (P. 237). Pero el Congreso, si bien no aprobó recursos para la construcción de la vía, ese año sí aprobó la reducción al 2% del impuesto de importación en el Istmo (los comerciantes panameños querían cero impuestos). Pero el 13 de septiembre se enmendó el artículo 2 de la Ley del 213 de junio, señalando que los nacionales estaban exceptuados de impuestos. Además se estableció que los buques, nacionales o extranjeros, que comerciaran con las comarcas indígenas, desde Veraguas a Darién, debían recalar en el puerto más cercano y pagar un derecho de 12 reales por tonelada. Por supuesto, esto tampoco satisfacía la ambición de los comerciantes istmeños, quienes por boca de don Mariano se quejaban: “¡Restricciones i más restricciones para un país que deseaba libre comercio!” (P.240).

1834. “El gobierno de la República oyó al fin nuestra incesante demanda…”. El 25 de mayo se autorizó al Ejecutivo para contratar una empresa que abriera un “camino de ruedas” o de hierro por el Istmo. Además, el 5 de junio se emitió una ley que eximía de impuestos de importación las mercancías que entraran por los puertos del Istmo, siempre y cuando sólo estuvieran en tránsito. Las mercancías que entraran al país sí tendrían que pagar los derechos de aduana correspondientes (p. 245).

1835. El 25 de mayo se emite un decreto que declara libres para el comercio de todas las naciones los cantones de Panamá y Portobelo, la única condición es que la ley sólo regiría a partir de una “comunicación franca”, o camino de ruedas, hierro o canal. También se eliminó la alcabala en ambos cantones y se reconocieron a Montijo y Bocachica como puertos comerciales. El 27 de mayo se emitió otro decreto que concedía al barón de Thierry el derecho de construir un canal por las aguas de los ríos Grande y Chagres hasta la bahía de Limón (P. 252-255).

 1836. Se ordena a las autoridades ocupar Bocas del Toro, que estaba en poder de extranjeros, y se le otorga el rango de cantón de la provincia de Veraguas. Ese mismo año, ante la incapacidad del barón de Thierry de llevar a cabo la construcción del canal por Panamá, se traspasan esos derechos a una sociedad encabezada por Carlos Biddle, en la que aparentemente tenían participación importantes figuras políticas colombianas como José H. López y Vicente Azuero.

 1837. Sucede el sitio de Cartagena por parte de una fuerza naval británica, al mando del comodoro Peyton, en reclamo por un incidente en que se había encarcelado en Panamá al cónsul británico en el Istmo, hecho acaecido el año anterior y que ha pasado a la historia como el caso Russel. Los británicos exigieron una compensación económica de la Nueva Granda. Ese año se hicieron nuevas concesiones al comercio en el Istmo: se permitió que las cargas y descargas en los puertos se pudieran hacer a horas distintas a las establecidas por las autoridades aduaneras; se liberó de impuestos al trasiego de metales preciosos y al oro; pero se establecieron reglas para marcar las mercancías en tránsito por el Istmo, de modo que se fiscalizara el contrabando.

1838. Caducan los derechos otorgados a la empresa de Biddle para la construcción del canal y se traspasan a la empresa de Augusto Salomón y Cía. (de origen francés), ya se trate de un canal o un camino (P. 271). Los Apuntes registran que para este año el administrador aduanero en Chagres lo es el propio Mariano Arosemena, el cual consigue un aumento de las recaudaciones al mejorar el sistema de cobro de “derechos de bandera”, que estaban siendo usados por los comerciantes para evadir al fisco. Esto motiva quejas de los comerciantes contra el señor Arosemena.

1839. El 15 de mayo se emite un decreto por el cual se autoriza a los buques que arriben a los puertos de Panamá y Portobelo a no pagar derechos de anclaje, además se autoriza la exoneración impositiva de los frutos provenientes del Perú y Centroamérica. Mariano cita e informe del Presidente Márquez al Congreso, donde dice: “Yo hago voto al cielo porque se verifique esta obra (hablando del canal o camino por Panamá) importante a las provincias del Istmo, a la república entera i al mundo comercial i estoi decidido a contribuir hasta donde me lo permita  mi poder legal, a que se remuevan los obstáculos que pudieran presentarse para llevar al cabo tan útil empresa” (P. 277).  La guerra civil, llamada “de los Supremos”, que estaba en ciernes le impediría cumplir ese compromiso.

El propio Mariano Arosemena reconoce el esfuerzo de los gobiernos neogranadinos de la década del treinta del siglo XIX por el apoyo consistente al libre comercio por el Istmo de Panamá: “Las concesiones gubernativas al Istmo, cónsonas con el mejoramiento del comercio e implantación de una buena vía de comunicación a los dos mares fueron, como se ve, importantes en los cuatro últimos años, debiéndose en gran parte a las luminosas ideas de sus hijos que supieron abrirse campo en el resto de la nación” (P. 278).

 

 

Bibliografía

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Gasteazoro, Carlos M. “Estudio preliminar al Compendio de Historia de Panamá. En: Compendio de Historia de Panamá. Sosa, Juan B. y Arce, Enrique. EUPAN. Panamá, 1971.

Gómez, Laureano. El final de la grandeza. Bogotá, 1993.

Liévano Aguirre, Indalecio. Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia. Círculo de Lectores, S.A. Bogotá, 2002.

Luna, Félix. La independencia argentina y americana (1808-1824). La nación. Buenos Aires, 2003.

 

Panamá, 28 Noviembre de 2011.


Por Mario Carranza

El 5 de noviembre de 1811,  es una fecha   simbólica que marcó  el inicio de una serie de levantamientos que se extendieron a diferentes localidades de la provincia de San Salvador y de Centroamérica, fueron los criollos añileros, mestizos, mulatos, personas originarias, quienes se sublevaron y   tuvieron diferentes  posiciones políticas, métodos de lucha y reivindicaciones propias de cada sector.

El llamado primer grito de la independencia  como en años anteriores oficialmente se aborda de manera poética, en donde todo gira alrededor de personas  restándole toda importancia  al papel de las masas en la historia, y que dichos eventos estuvieron marcadas a partir de contradicciones existentes entre los diferentes sectores sociales, razón por la cual es necesario hacer un abordaje a partir de las relaciones de producción existentes.

La agro exportación del añil

En El Salvador en la  primera etapa de la colonia predomino el modo de producción feudal, caracterizado por la agro exportación del cacao y del bálsamo, al decaer la producción de estos productos se inicia con la agro exportación del  añil, con el cual se  sentaron  las bases del desarrollo del modo de producción capitalista. Durante esta etapa las tradicionales clases dominantes  entraron en una descomposición parcial destacándose de entre los terratenientes criollos feudales a un grupo de hacendados dedicados al cultivo del añil, que    estaban interesados en liberar el negocio del añil de los impuestos coloniales y eclesiásticos y del monopolio comercial.

En las plantaciones de añil y los obrajes añileros se formó un concentrado sector de trabajadores semilibres, que se diferenció rápidamente del conjunto de indígenas comuneros y esclavos y de los campesinos mestizos (siervos y ejidatarios. Los trabajadores en pago por su fuerza de trabajo recibían dos reales por día.

Pugna por el control del comercio del añil

La base de la economía de la intendencia de San Salvador desde inicio del siglo  XVII, hasta los últimos 25 años del siglo XVIII  fue la agra exportación del añil, que además era el principal producto de exportación del Reino de Guatemala, en donde  existía un monopolio del comercio del añil  por las casas comerciales guatemaltecas, quienes estaban vinculados a las casas Comerciales de Cádiz; a finales de la colonia la elite guatemalteca obtenía grandes ganancias a través de dicha actividad económica,  mientras las elites salvadoreña veía reducidas sus ganancias, lo cual no era bien visto por los criollos salvadoreños.

La lucha de los criollos de San Salvador  no era nada nuevo ya en 1755, habían  liderado  un movimiento que manifestaba su disconformidad  en contra de los españoles, los sucesos de 1811 fueron la  combinación de muchos factores entre los cuales están los  impuestos excesivos y los monopolios derivados de la  política fiscal borbónica,  la crisis  política interna de  la metrópoli española  como resultado de la invasión napoleónica a la península y la consiguiente ausencia del rey ocurrida entre 1808 y 1812, el  impacto negativo de la  política fiscal agresiva, tributos y cobro a fondos de castas, control de los comerciantes guatemaltecos de ciertos ámbitos de las actividades productivas de la intendencia  de San  Salvador en especial  la producción del añil y la falta de participación trascendental  de los criollos en cargos políticos importantes.

La elite criolla añilera de San Salvador y la lucha por un gobierno autónomo.

Los criollos de San Salvador  tenían como proyecto político la conformación de un gobierno autónomo y crear un Obispado en la provincia,  encomendando esto último  al diputado  José Ignacio Ávila, quien participo en las Cortes de Cádiz en donde debía  pedir la erección del obispado y fundación de un seminario provincial, lo que financieramente podía ser sostenido dado que desde San Salvador  se aportaba gran cantidad de dinero al Arzobispado de Guatemala en concepto de rentas eclesiásticas.

Armas y dinero para la revolución

Los líderes del levantamiento del 5 de noviembre buscaban apoderarse de unas armas que existían en la casamata de San Salvador  y de doscientos mil pesos depositados en las arcas reales, con lo que creyeron era suficiente para lanzar el grito de la libertad. Según el plan, los fusiles serían puestos en manos de patriotas de esta ciudad especialmente en los del barrio de El Calvario. Una vez consumado el hecho desconocerían la autoridad del intendente de la provincia, fundarían una Junta Popular de gobierno y procurarían hacer extensivo el movimiento a los demás puntos de la Provincia.

5 de noviembre: las autoridades ceden a las demandas y los criollos mediatizan

El pueblo insurgente busca que los criollos ocuparan los cargos, el día 5 de noviembre  reclamaron el  título de  alcalde de primer voto para Bernardo de Arce y delegaron a Manuel José Arce como su representante,  quien lanzo la proclama: No hay Rey, ni Intendente, ni Capitán General, sólo debemos obedecer a nuestros alcaldes.   Los criollos como dirección del movimiento independentista buscaron contener cualquier manifestación de violencia en los acontecimientos, ya que ello representaba una amenaza a su proyecto político de dominación, el cura José Matías  Delgado llamo a obedecer a las autoridades nombradas, y Arce  llamo a que se contuviesen, pues qué se diría de San Salvador. 

Como resultado del 5 de noviembre se formó una Junta Gubernativa como las conformadas en España durante la guerra de independencia en contra de la invasión napoleónica, para ello convocaron a los demás cabildos mediante un escrito  señalando:  “En las sociedades es principio inalterable, qe. mueran unas para qe. renascan otras; y qe. las mismas, qe. renasen, tienen qe. hacer esfuerzos superiores, para vencer la continua desgracias qe. en sus principios, presenta, la felicidad qe. secundariamente está en manos de los hombres...El día cinco, siendo de cavildo (ordinario) incautamente se tocó aquella campana. cuio sonido reunió no más pocas gentes, como la noche (anterior)...los ánimos indispuestos, el tumulto en movimiento, la potestad dudosa, nadie manda, nadie obedece, y solo el desorden reinaba, la confusión se esculpía en los habitantes de San Salvador. Pero reintegrados un tanto los espíritus de los Españoles Americanos, toman la voz para representar al pueblo qe. el movimiento tumultuario prometía grandes desastres...La predicación de su cura. y Vicario. La confianza de los Españoles Americanos, y la obediencia al alcalde nombrado, fueron los Ángeles tutelares de los Europeos... Concluyéndose este acto solemne y misterioso pr. todos sus respectos, y dejando abierta las discusiones, para las sucesivas Juntas, qe. serán ya con (representación) de los Cabildos restantes de la Provincia aquienes se convocan.- San Salvador ocho de Novre. de mil ochocientos once”.

En el anterior escrito se refleja claramente el proyecto político de los criollos añileros quienes buscan el control del aparato político para beneficio del sector que representaban, el cual  era una amenaza para los tradicionales grupos dominantes, por lo tanto no fue bien vistos por estos  existiendo posiciones contrarias al mismo,  como en Zacatecoluca, San Vicente y en Santa Ana en donde  la acción fue señalada de sacrílega, subversiva, sediciosa, insurgente, y opuesta hasta el último grado de fidelidad, vasallaje, sumisión, subordinación. 

La Junta Gubernativa y las posiciones conciliadoras de los criollos

La Junta Gubernativa, iba de cara a los planes de los criollos de  ser independiente de España y tomar el gobierno; siguiendo el mismo ejemplo de los patriotas españoles,  los criollos añileros al considerar  la legitimidad de dicha institución fundamentaban que esta se enmarcaba bajo la religión cristiana, bajo las leyes municipales, bajo la superioridad de las Cortes en todo lo justo, y bajo el nombre de nuestro amado Fernando VII..

La elite criolla también planteo  la supresión de las  alcabalas y los estancos de aguardiente y tabaco, para atraerse a las masas urbanas ya que el movimiento del 5 de noviembre fue generalmente a nivel urbano, la participación del emergente del proletariado agrícola fue casi nula. Las elites criollas temían la incorporación campesina al movimiento, dado que esta era quien les proporcionaba gran parte de la fuerza de trabajo explotado por ellos.

Después del 5 de noviembre la lucha continuó

Después del 5 de noviembre los movimientos rebeldes continuaron, estos tienen igual significado que el del 5 de noviembre, se destacan los movimientos de Santiago Nonualco, Usulután,  Cojutepeque, Sensuntepeque, Santa Ana, Metapan, en donde las demandas giraron alrededor  de la eliminación o  reducción de impuestos, representación y participación en gobiernos locales, sustitución de gobernantes españoles, en muchos casos estos alzamientos se tornaron violentos. Las autoridades respondieron  con  tácticas divisionistas a través de conceder pequeñas demandas a ciertos sectores sociales, explotar intereses particulares de los mismos, represión física y represión religiosa con la amenaza de excomunión.

En los levantamientos  participaron personas originarias,  mestizos, criollos, mulatos existieron casos en donde participaron miembros de los cabildos como ejemplo en el levantamiento de Metapan donde participo Juan de Dios Mayorga a quien documentos lo señalan de haber pronunciado…ya San Salvador se ha levantado y los pobres chapetones pagaron los yerros del mal gobierno pasado pues nos han tenido como tributarios.

Doscientos años después el proyecto político de los criollos añileros se ha consolidado hoy tenemos un estado burgués, pero existe la necesidad de un proyecto político en función de los intereses de la clase trabajadora salvadoreña y centroamericana, este proyecto debe ser la construcción de un estado obrero centroamericano.

Por Armando Tezucún

Este 20 de octubre los trabajadores, campesinos, indígenas pobres, estudiantes y las organizaciones de izquierda celebramos el 67 aniversario de la revolución popular que puso fin a régimen dictatorial de 13 años de Jorge ubico. El período de diez años que esta revolución abrió es aún el principal punto de referencia histórico de la izquierda guatemalteca, en especial el gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán (marzo 1951-junio 1954). Por esta razón es importante discutir sobre la naturaleza, logros y errores del período.

Las transformaciones sociales a partir de la revolución del 44

Cuando el gobierno despótico de Jorge Ubico y el de su sucesor Ponce Vaidés fueron derrocados en 1944, la economía guatemalteca se encontraba estancada y su base la constituían las plantaciones de café destinado a la exportación, pertenecientes a la oligarquía terrateniente. Esta oligarquía usaba formas semiserviles de explotación de la mano de obra campesina, predominantemente indígena.

La industria y la clase obrera eran casi inexistentes. Una fábrica de cerveza, otra de cemento, algunas empresas textiles conformaban la escasa industria nacional, junto con pequeños talleres artesanales. La principal fuente de trabajo asalariado se centraba en las empresas pertenecientes a la United Fruit Company, como los ferrocarriles, las plantaciones bananeras y la empresa de energía eléctrica, junto con los servicios públicos.

Esto cambió después de octubre del 44. La vanguardia de la revolución la constituyeron elementos de la pequeña burguesía: estudiantes, maestros, profesionales, algunos oficiales jóvenes del ejército, etc. que arrastraron tras de sí a las amplias masas ansiosas de un cambio democrático.

Sectores de esta pequeña burguesía, aprovechando las nuevas condiciones de libertad y democracia que trajo la revolución, su poder político y la apertura económica, empezaron a convertirse en una nueva burguesía comercial e industrial.

A la par surgió una nueva clase obrera que pronto aprovechó las libertades y derechos conferidos por el Código del Trabajo, promulgado en 1947. Surgieron los primeros sindicatos y las primeras huelgas por reivindicaciones salariales.

Una gran variedad de trabajadores se empezaron a organizar para luchar por mejoras salariales: pilotos automovilistas, empleados de cine, trabajadores de los muelles, empleados de comercio, obreros de fábricas de calzado, panaderos, trabajadores de aserraderos, de fábricas de muebles, tipógrafos, trabajadores de hilados y tejidos, obreros de los ingenios azucareros y de las plantaciones bananeras de la UFCO.

La organización paulatina de los trabajadores y sectores populares dio como resultado el surgimiento de la Confederación de Trabajadores de Guatemala y su aliada Confederación Nacional Campesina. En 1949 fue fundado el Partido Guatemalteco del Trabajo, de orientación estalinista, entre cuyos miembros estaban los principales dirigentes sindicales.

Polarización de intereses en el seno de la revolución  

Durante el período de gobierno de Arévalo se dio una paulatina diferenciación de intereses dentro de las fuerzas que realizaron la revolución. Como sucede en toda revolución democrático burguesa, la base popular del movimiento revolucionario al inicio sigue a los líderes burgueses o pequeño burgueses, pero en el curso de los acontecimientos va adquiriendo poco a poco consciencia de sus intereses y cada vez con más fuerza empieza a enarbolar sus propias reivindicaciones, que chocan con los límites que la dirigencia burguesa o pequeño burguesa quiere imponer a la revolución.

La oligarquía terrateniente fue la primera en oponerse a las medidas de la Junta Revolucionaria de Gobierno y luego a las del gobierno de Arévalo, pues sus intereses fueron gravemente afectados, junto a los de la imperialista UFCO. En alianza con las empresas gringas, la oligarquía y militares reaccionarios urdieron numerosos complots e intentos de golpes de estado contra el régimen arevalista.

La naciente burguesía que crecía al amparo de las transformaciones revolucionarias, pronto empezó a tornarse asustadiza y temerosa ante el auge organizativo del movimiento obrero-campesino. Los antiguos revolucionarios que invirtieron en negocios empezaron a identificarse cada vez más con la burguesía incipiente de los últimos años del régimen de Ubico e incluso con la vieja clase terrateniente derrotada.

La polarización se agudizó con la llegada de Arbenz al gobierno. La campaña orquestada por el imperialismo y la oligarquía terrateniente contra Arbenz, basada en el temor al “comunismo", encontró fuerte eco en estos nuevos empresarios, que al final terminaron apoyando la contrarrevolución.

El gobierno de Arbenz

El objetivo del programa de gobierno de Arbenz era modernizar la economía de Guatemala dentro de los marcos del régimen capitalista. Para ello la primera medida sería erradicar los restos de relaciones semiserviles que quedaban en el agro y por medio de una reforma agraria, aumentar los ingresos de la población del campo; esto formaría un mercado interno que nutriría el surgimiento de una industria nacional fuerte.

Para romper con el dominio que tenía el capital imperialista sobre los puertos, el ferrocarril y la energía eléctrica, Arbenz se propuso crear un puerto nacional en el Atlántico, la construcción de una carretera al Atlántico, y la construcción de la planta hidroeléctrica nacional Jurún Marinalá.

El gobierno de Arbenz se basó en los partidos de la pequeña burguesía radicalizada y de empresarios progresistas. Tuvo el apoyo incondicional del PGT y las centrales sindicales dirigidas por éste.

El PGT consideraba que la revolución guatemalteca debía consistir en la eliminación de las trabas que imponían las relaciones simifeudales del campo y las compañías imperialistas al desarrollo de una economía capitalista moderna. El PGT debía luchar por un gobierno amplio integrado por la clase obrera, los campesinos, el sector patriótico de la burguesía nacional y la pequeña burguesía, y concebía que el proletariado paulatinamente conquistaría la hegemonía en tal gobierno en virtud de su mayor organización y consciencia política.

Esta visión de la toma del poder como un proceso evolutivo fomentó en los obreros y campesinos guatemaltecos la fe en las instituciones de la democracia burguesa, en primer lugar, en el ejército.

La polarización iniciada a finales del gobierno de Arévalo se agudizó con las primeras medidas tomadas por el de Arbenz, en especial por la implementación de la reforma agraria en 1952. La oligarquía terrateniente y la imperialista UFCO, principales afectadas, extremaron la campaña de desprestigio nacional e internacional contra el gobierno.

La caída de Arbenz

El ascenso del movimiento popular y el apoyo a las reivindicaciones campesinas por parte del movimiento obrero organizado dieron a la reforma agraria, pensada para estimular el desarrollo capitalista, un contenido que amenazaba rebasar los límites deseados por la burguesía nacional. La nueva burguesía, a medida que el proyecto revolucionario se radicalizaba empezó a renegar de su propio proyecto y buscó alianza con los terratenientes y el imperialismo, temerosa de que las fuerzas populares desatadas se volvieran contra el capitalismo y la dominación burguesa.

La situación planteada exigía llevar la revolución a una nueva fase, a un nuevo enfrentamiento. Pero el hecho de que el proletariado y el campesinado guatemaltecos eran jóvenes y sin experiencia, aunado a que sus líderes no fomentaban su independencia como clase, sino más bien promovían la confianza en las instituciones, partidos y líderes burgueses, permitió que el enfrentamiento se diera en condiciones desfavorables a la revolución.

La alianza burguesía, terratenientes e imperialismo compró las voluntades de los mandos del ejército. Cuando el grupo armado contrarrevolucionario de Castillo Armas invadió el territorio nacional, el “ejército de la revolución” no opuso resistencia, salvo escasas excepciones. Las organizaciones campesinas y obreras, educadas en la confianza en el ejército y no en la creación de sus propias milicias armadas, escasamente pudieron enfrentarse a los reaccionarios y en los casos en que lograron hacerlo, magramente armados, fueron masacrados.

Como conclusión debemos resaltar la importancia fundamental de mantener la independencia de clase de los sectores populares (obreros, campesinos, indígenas pobres, desempleados, etc.) con respecto a las clases burguesa y pequeño burguesas y sus partidos en los procesos revolucionarios.

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