Por Michel Husson

Mientras que la zona euro esboza una fase de recuperación muy moderada, los pronósticos alarmistas respecto a la trayectoria general de la economía mundial se multiplican: por ejemplo, Le Monde del 20 de octubre titulaba "El crecimiento chino se ralentiza, la economía mundial sufre ”. Christine Lagarde/1 enumera las "razones para estar inquietos en torno a la situación económica " y Jacques Attali/2 anuncia que "el mundo se acerca a una gran catástrofe económica”.

Comencemos trazando un breve panorama de la coyuntura: el crecimiento mundial se ralentiza, principalmente en los países emergentes, salvo en India. Esta tendencia se retroalimenta con la caída de los precios de las materias primas y se transmite a los países avanzados. El comercio internacional también se ralentiza, al mismo ritmo que el PIB mundial, como si la globalización productiva hubiera tocado techo. La zona euro registra una recuperación muy tímida y desigual. Estados Unidos y el Reino unido, siguen aprovechándose de las circunstancias (se benefician un poco) pero el crecimiento tiende a ralentizarse en un caso y en el otro resulta artificial.

En el campo de la "esfera financiera", el quantitative easing (flexibilidad monetaria) alimenta la burbuja de activos en lugar de alimentar la inversión productiva, que se estanca. Y la única perspectiva -hasta ahora retrasada- de un repunte del tipo de interés del FED (Banco Central de EE UU) pesa como una espada de Damocles hasta el punto de desestabilizar las monedas y los mercados financieros de numerosos países. En fin, "la incertidumbre y las fuerzas complejas pesan sobre el crecimiento mundial " para retomar la fórmula del FMI en sus últimas perspectivas/3.

De este cuadro puntilloso, se pueden extraer las tres características fundamentales de la coyuntura actual:

· La persistencia de las "secuelas de la crisis financiera mundial";

· Las perturbaciones de la economía mundial;

· La perspectiva de un "estancamiento secular".

Las secuelas de la crisis financiera mundial

La flexibilización monetaria permite a un Banco Central la compra de títulos. De ese modo crea moneda que, inyectada en la economía, debería hacerle despegar.

Admitamos que eso haya podido funcionar durante un tiempo en Estados Unidos.

Pero el hecho nuevo es que se comienza a tomar conciencia de que este tipo de medidas tiene efectos colaterales preocupantes.

Para seguir leyendo el artículo, haga clic en este link


Por Daniel Bensaid

Tras la Segunda Guerra Mundial, el movimiento revolucionario se vio confrontado a una situación imprevista. El régimen burocrático soviético no solo sobrevivió a la guerra, sino que parecía conocer una expansión en Europa oriental. El capitalismo, asfixiado en los años 1930, parecía recuperar vigor. En 1947, el joven militante Ernest Mandel, se aferra en un primer momento a la idea de que este boom no era más que un corta respiro previo a un nuevo desarrollo revolucionario. Constatando los efectos del plan Marshall en la recuperación de la producción y la estabilización de la situación en Europa, algunos trotskistas, como Tony Cliff o Nahuel Moreno, se mostraron más vacilantes durante el congreso de la IV Internacional en 1948. Cuando estuvo claro que en realidad se trataba del inicio de un período de expansión duradera, Ernest Mandel, se comprometió en el esclarecimiento del enigma de esta vitalidad recuperada del capital. A partir de entonces, la reflexión teórica sobre los ciclos de acumulación y las crisis constituye uno de los hilos conductores de su obra económica: desde el Tratado de economía marxista (1962) hasta el libro sobre las ondas largas que ahora se edita en francés, pasando por El capitalismo tardío (1972), La crisis (1978) y El capital: cien años de controversia sobre la obra de Marx(1985)/1.

¿Cómo explicar el dinamismo recuperado del capitalismo de los "treinta gloriosos"?, ¿Por qué el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial no se tradujo, a diferencia de los años 1920, en el renacimiento de un potente movimiento revolucionario en los países capitalistas desarrollados? Las respuestas de Mandel a estas cuestiones jamás fueron simples. Para el, las tendencias económicas fuertes están estrechamente entrelazadas a las innovaciones tecnológicas, a las luchas sociales y a los acontecimientos políticos. De ese modo, en los años 1960 Mandel fue uno de los primeros en retomar el debate sobre los ciclos del desarrollo capitalista, interrumpido en los años 1920, a partir de una relectura de Kondratieff, en aquella época víctima de la amnesia organizada por la ortodoxia estalinista. Mientras que, en Marx, la "periodicidad regular" de las crisis tenía que ver exclusivamente con las crisis del ciclo industrial o comercial (aproximativamente cada diez años), desde principios del siglo XX economistas académicos (como Jean Lescure o Albert Aftalion) y teóricos socialistas (como Parvus o Van Gelderen) registraron fluctuaciones de otra amplitud. Pero la primera síntesis que ponía en relación los movimientos a largo plazo de los precios y de la producción fue la de N.D. Kondratieff en los artículos y conferencias de 1922 a 1926/2. Desde los trabajos de Simiand y Schumpeter en el periodo de entreguerras, la teoría de los grandes ciclos cayó en desgracia. La expansión de los "treinta gloriosos", la atenuación de los ciclos cortos y la eficacia relativa de las políticas anti cíclicas alimentaron la ilusión de que el espectro de la crisis estaba definitivamente conjurado. Así pues, cuando parecía que iban a triunfar las teorías del equilibrio, del neocapitalismo organizado y del crecimiento ordenado, Mandel fue uno de los raros autores en sostener y desarrollar la teoría de las ondas largas. Si muchas de las interrogantes vinculadas a esta teoría continúan aún sin respuesta, la hipótesis de las ondas largas se ha impuesto en los programas de investigación con la larga depresión iniciada en los años 1970/3.

Así pues, Mandel estuvo entre los primeros a comprender el significado histórico del cambio de ciclo, o de onda, que se dio a mediados de los años 1960-1970, y a ofrecer una interpretación compleja, que no se puede recudir, como a veces lo hace la economía vulgar, al efecto mecánico de la "crisis del petróleo" de 1973. A la luz de este cambio, profundizó la distinción terminológica entre ciclo y onda, tratando de corregir la interpretación mecanicista a la que se podría prestar la noción de ciclo. A este fin, retomó las cuestionen esbozada por Trotsky en los años 1920. Éste, en su informe de junio de 1921 al 3er Congreso de la Internacional Comunista sobre La crisis económica mundial y las tareas de la Internacional, echó un pulso a todos los que establecían una relación mecánica entre crisis económica y situación revolucionaria. En su artículo de 1923 sobre La curva del desarrollo capitalista, insistió de nuevo, contra Kondratieff, sobre la complejidad de las relaciones entre economía y política: " Es una tarea muy difícil, imposible de resolver en su pleno desarrollo, el determinar aquellos impulsos subterráneos que la economía transmite a la política de hoy." Los ciclos tienen según el, un valor explicativo real, pero "no podemos decir que estos ciclos lo explican todo: eso está excluido por la simple razón de que los ciclos mismo no constituyen fenómenos económicos fundamental, sino derivados." Si el capitalismo se caracterizase solo por la recurrencia de los ciclos, "la historia no sería más que una repetición compleja y no un desarrollo dinámico."

A finales de los años 1970, uno de los mayores problemas planteados a los revolucionarios por la entrada en una nueva onda larga depresiva fue (y continúa siéndolo) el de las condiciones para [el desarrollo de] una nueva onda expansiva. Si por una parte, la tendencia descendente se puede comprender teóricamente a la luz de la caída tendencial de la tasa de beneficio, por otra, la tendencia ascendente parece requerir una modificación radical de las relaciones de fuerza y la modificación de las condiciones políticas e institucionales para la realización del valor del capital. Mandel subraya así que la originalidad de su concepción de la "ondas largas asimétricas" se basa en que "nos apoyemos en la relativa autonomía del factor subjetivo para concluir de ella que la salida de una onda larga depresiva no está predeterminada sino que depende de la lucha de clases entre fuerzas sociales vivas." De ese modo, rechaza el economicismo y el determinismo heredados de la II Internacional. Sin embargo, la oposición entre los factores "endógenos" (económicos) que determinarían la inflexión de la tendencia descendente, y los "factores exógenos(extraeconómicos) que determinarían la tendencia ascendente continúa siendo tributaria de una separación demasiado formal entre economía y política, entre objetividad y subjetividad:

"Por todas las razones señaladas, nos aferramos a nuestra concepto de un ritmo fundamentalmente asimétrico para las ondas largas del desarrollo capitalista, en el cual la tendencia descendente (el paso de una onda larga expansiva a una onda larga depresiva) es endógeno, mientras que la ascendente no lo es. Ésta depende sobretodo del cambios radicales en el contexto histórico y geográfico general del modo de producción capitalista, cambios capaces de inducir un ascenso fuerte y sostenida de la tasa media de ganancia."

El hecho es que el pensamiento de Ernest Mandel se opone tanto a la simplificación harmónica, según la cual, el capitalismo habría superado sus contradicciones internas y alcanzado un régimen de crecimiento ilimitado, como a la simplificación catastrofista que se obstina en negar las nuevas formas del capitalismo mundial para continuar profetizando permanentemente su crisis final. Esta posición le costó sufrir un fuego cruzado, siendo acusado tanto de profetizar una crisis improbable, como de ceder a las sirenas de un "neocapitalismo" capaz de regular sus contradicciones. Sin embargo, para él, esas contradicciones seguían estando bien presentes. Y no solo conducían a una crisis generalizada de las relaciones sociales sino, también, a una crisis de las relaciones culturales y de la relación con las condiciones naturales de reproducción de la especie. En ese sentido, su programa de investigación era particularmente profundo. Mientras, como lo recuerda Francisco Louça, la teoría económica dominante se construyó, "sobre las propiedades newtonianas de un universo atomista", su teoría de las ondas largas era "histórica por esencia y conforme a las exigencias epistemológicas de un enfoque realista de la economía." Para elucidar la conjunción de las tendencias regulares y de las irregularidades periódicas, Mandel se opuso tanto a un marxismo mecanicista como a la "mística del equilibrio" de la economía clásica, de las nociones de "variables parcialmente autónomas" y el "determinismo dialéctico."

De ese modo, retoma y desarrolla la lógica dialéctica de Marx, presente en la tercera sección del libro 3 de El Capital en torno a la baja tendencial de la tasa de beneficio, "ley bidefálica según la cual, las mismas causas que provocan una disminución de la tasa de beneficio provocan el incremento simultáneo de la masa de benficio"/4. En efecto, extraña ley esta "ley tendencial" que contiene las causas "que la contrarrestan" y desarrolla sus propias "contradicciones internas". Semejantes fórmulas implican una causalidad diferente a la única causalidad mecánica y lineal clásica de causa-efecto. Así, la dinámica de una fase expansiva no puede, insiste Mandel, explicarse por la sola lógica del "capital en general". Implica una "serie de factores extra-económicas, tales como las guerras de conquista, la ampliación y contracción del ámbito de actuación del capital, la competencia intercapitalista, la lucha de clases, las revoluciones y las contrarrevoluciones, etc."

Ernest Mandel distingue así los ciclos económicos de un "ciclo largo de la lucha de clases, del ascenso y declive de la combatividad y la radicalización de la clase obrera, relativamente independientes de las ondas largas de acumulación, aunque en cierta medida entrelazadas a ella". La verificación empírica de tal "ciclo largo de la lucha de clases" está por hacer. Hay quien ha tratado de hacerlo/5. Una primera dificultad reside en los indicadores que se manejan y en su fiabilidad. Suponiendo que la misma sea resuelta (a través de una estadística rigurosa de las huelgas, de los resultados electorales, de los efectivos sindicales y de los movimientos sociales), sin duda, se podría establecer la relación entre las fluctuaciones económicas y la conflictividad social. Sin embargo, este vínculo no sería suficiente para dotarnos de las razones explicativas de la periodicidad de un ciclo largo de la lucha de clases, salvo que giremos en redondo deduciéndola (en cierta forma mecánicamente!)… ¡del ciclo económico! Hasta el final de su vida, Ernest Mandel soñó con una teoría de los ciclos de la lucha de clases dialécticamente articulada a la de las ondas largas. Sueño de formalización sin duda inalcanzable en la medida en que se enfrenta a los efectos complejos de la discordancia de los tiempos/6.

En el tercer capítulo de la Ondas largas, Mandel evalúa el desarrollo histórico del capitalismo a la luz de los cambios operados desde la Primera Guerra Mundial:

"Desde entonces hemos entrado en una nuevo periodo histórico que implica tanto el declive como la contracción geográfico de ese modo de producción. La victoria de la Revolución rusa y las pérdidas subsiguientes que sufrió el sistema capitalista internacional, en la Europa del Este, en China, en Cuba y en Viertnam, son manifestaciones significativas de ese proceso, aunque en modo alguna sean las únicas."

Desde que fueron escritas esas líneas, Rusia y China se han integrado en el espacio de la globalización mercantil. Millones de trabajadores y trabajadoras de estos países han sido arrojados al mercado mundial sin protección social. A pesar de las derrotas infligidas al movimiento obrero a escala mundial, a pesar del restablecimiento de la tasa de beneficio, a pesar de los resultados financieros de las multinacionales y de los fondos de pensiones, la onda depresiva no se ha transformado en una onda expansiva. Nos encontramos en el umbral de una nueva época, bastante diferente de la postguerra en la que Ernest Mandel trató de descifrar estos enigmas. Por lo tanto le corresponde a la nueva general aprender a utilizar los útiles conceptuales que nos legó para descifrar los enigmas del presente.

2008

Prefacio al libro de Ernest Mandel Les ondes longues du développement capitaliste. Une interprétation marxiste, coeditado por M-Ediciones (Quebec) y la Fundación Leon Lesoil (Bélgica). Editions Syllepse, Paris 2014, 252 páginas, 25 euros.

 

Notas

1/ La edición original del libro sobre las ondas largas apareció en inglés en 1980 con el título Long Waves of Capitalist Development. El Tratado de Economía Marxista fue publicado por Ediciones ERA en 1969. El capitalismo tardío, se publicó inicialmente en allemán en 1972 en Ediciones Suhrkamp Verlag con el título Der Spätkapitalismus. En castellano fue publicado por ERA en 1979. La crisis fue publicada por Fontamara en 1975. Por último, El Capital, Cien anos de controversias, apareció en México en 1985 editado por Siglo XXI.

2/ Artículos publicados y presentados por Louis Fonvieille con el título Les grands cycles de la conjoncture, paris, Economica, 1992.

3/Ver Bernard Rosier et Pierre Dockès, Rythmes économiques, Paris, La Découverte, 1983 ; Bernard Rosier, La théorie des crises, Paris, La Découverte, 1987 ; Jean-Paul Fitoussi et Philippe Sigogne (dir.), Les cycles économiques, Paris, Presses de la Fondation des sciences politiques, 1994 ; Francisco Louçã, Turbulence in Economics : An Evolutionary Appraisal of Cycles and Complexity in Historical Processess, Cheltenham, Edward Elgar Publishing, 1997 ; Chris Freeman et Francisco Louçã, As Time Goes by, Londres, Oxford University Press, 2001 ; Robert Brenner, The Economics of Global Turbulence, Londres, Verso, 2006.

Sin embargo, un autor como Makotoh Itoh no admite la hipótesis de las ondas largar mas que como fruto de una constatación empírica sin marco teórico establecido: "No seria necesario que la teoría de los ciclos largos presentada en la obra de Mandel oscurezca el carácter homogéneo del periodo de las crisis cíclicas regulares. La teoría de los ciclos largos debe ser considerada como un ensayo de generalización a partir de las experiencias históricas de las grandes depresiones de fin del siglo XIX y de los años 1930. Dudo mucho que se pueda probar que ella integre la teoría fundamental de la crisis de Marx" (Makotoh Itoh, La crise mondiale, théorie et practique, Paris, EDI, 1987).

4/ Karl Marx, Le Capital, livre 3, t. 1, Editions sociales, 1957, p 233.

5/ Ver, entre otros, G. Gatteï, Every 25 Years ? Strike Waves and Economic Cycles, coloquio internacional sobre las ondas largas y la coyuntura económica, Bruselas, 1989.

6/ para Henryk Grossmann, los intentos de transformación de la economía política en ciencia exacta están prisioneros de una cuantificación unilateral que les impide pensar la dinámica temporal del desequilibrio: "Se ha podido escribir que el sistema de equilibrio propio a la teoría matemática no conoce ni índices, ni coeficientes de tiempo; por lo tanto, es incapaz de concebir un estado de equilibrio real." Su único mérito, si es que se puede decir así, es por lo tanto el de constituir una "economía atemporal" (Henryk Grossmann, Marx, l’économie politique classique et le problème de la dynamique, Paris, Champ libre, 1975). Para Frossmann la economía dinámica obedece a la lógica del desequilibrio que modifica las nociones clásicas de la ley y de la causalidad. Marx afirma también que "la ley está determinada por su contrario, a saber la ausencia de la ley" de forma que "la verdadera ley de la economía política es el azar" y que la ley se impone "a través del juego ciego de las irregularidades" (Le Capital, op. cit., livre 1, p. 112-113). Esta lógica asimétrica del desequilibrio concierne sobre todo a las ondas largas.


Por Juan Hernández Zubizarreta

El Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones entre la Unión Europea y Estados Unidos (TTIP) es un acuerdo comercial y de inversiones entre la Unión Europea y los Estados Unidos. Pretende eliminar las barreras arancelarias entre los dos socios y las barreras reglamentarias - las normativas básicas en materia social, medioambiental… - que limitan la acumulación de riqueza de las grandes corporaciones.

Los componentes fundamentales del TTIP son el acceso al mercado, las normas regulatorias, las cuestiones reglamentarias y las barreras no arancelarias; abarca aspectos materiales y formales.

Entre las cuestiones materiales nos encontramos con propuestas relacionadas con la quiebra de los derechos laborales y la normativa europea medioambiental, la desregulación del sector financiero, la apertura al mercado privado de los servicios públicos –el agua, la electricidad, la educación, la salud, el trasporte, la protección social…-, el blindaje de las patentes farmacéuticas, el consumo de productos modificados genéticamente, la contratación pública…

En estas líneas vamos a tratar sobre los aspectos formales y principios jurídicos del TTIP que forman parte de la armadura jurídica que limita el ejercicio de la democracia y de la soberanía de los pueblos. La herencia normativa del capitalismo global - los contratos, normas de comercio e inversiones de carácter multilateral, regional y bilateral y resoluciones de los tribunales arbitrales que conforman la nueva lex mercatoria - condiciona el devenir de las mayorías sociales; así, por poner un ejemplo, el gobierno del presidente Evo Morales y el pueblo boliviano han padecido esta lógica normativa imperial. El TTIP no es sólo un acuerdo comercial, es un nuevo tratado fundacional al servicio de las corporaciones transnacionales.

La técnica jurídica utilizada por el TTIP no es neutral: es una arquitectura construida a favor de las empresas multinacionales y del capital. La desigualdad y la asimetría son elementos constitutivos del Tratado; además, su opacidad, su falta de transparencia y la reinterpretación de los elementos formales que constituyen el Estado de Derecho, deben ser conocidos, desmontados y reapropiados por las mayorías sociales.

La cadena de control normativo que construye el TTIP se puede desglosar en diversos eslabones.

Contexto jurídico sobre el que actúa el TTIP. Los derechos de las empresas transnacionales se tutelan por un ordenamiento jurídico global basado en reglas de comercio e inversiones cuyas características son imperativas, coercitivas y ejecutivas -Derecho duro-, mientras que sus obligaciones se remiten a ordenamientos nacionales sometidos a la lógica neoliberal, a un Derecho Internacional de los Derechos Humanos manifiestamente frágil y a una Responsabilidad Social Corporativa (RSC) voluntaria, unilateral y sin exigibilidad jurídica – Derecho blando o Soft law-.

La lógica jurídica contractual asimétrica se impone en las transacciones económicas internacionales. Las relaciones de fuerza impregnan los núcleos esenciales de los contratos formalmente bilaterales, tratados regionales y bilaterales, donde la conformación de voluntades se produce desde la mera adhesión a cláusulas que tutelan, fundamentalmente, los intereses de las empresas transnacionales.

Por otra parte, el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la Unión Económica y Monetaria y el Mecanismo Europeo de Estabilidad implican un verdadero golpe de Estado; estos dos textos actúan como vasos comunicantes, ya que, por un lado elevan a la cúspide de la pirámide normativa comunitaria el déficit público y la deuda pública –y, por tanto, la generalización de medidas de ajuste en contra de las mayorías sociales- y, por otro, se establece una intervención técnica de las instancias comunitarias al margen de los parlamentos nacionales y del Parlamento Europeo. El debate parlamentario y la deliberación quedan subordinados a reglas rígidas y automáticas establecidas en el diseño de las políticas presupuestarias.

El TTIP forma parte de este entramado jurídico-político de dominación. No hay cruce de caminos entre los derechos humanos y los derechos corporativos; hay una profunda ruptura de la jerarquía y de la pirámide normativa del sistema de protección de los derechos humanos. Además, resulta evidente la debilidad democrática de las instituciones económicas globales, incluidos los tribunales arbitrales alejados de los poderes judiciales

La falta de legitimidad democrática del TTIP. Elsecreto y la opacidad son elementos constituyentes del TTIP. Las normas de comercio e inversiones se elaboran fuera del control parlamentario y de la ciudadanía. Desconocemos los negociadores, los criterios utilizados, las decisiones adoptadas… y se envuelve todo el procedimiento de valoraciones técnicas que “necesitan de la confianza” y “discreción entre los negociadores”; se toman decisiones a espaldas de la ciudadanía y al margen de los procedimientos parlamentarios, “secuestrando” los textos en discusión incluso a los representantes públicos.

El modelo institucional de la UE no se adapta a los modelos tradicionales de democracia parlamentaria. El papel del Parlamento Europeo y de los parlamentos nacionales es secundario en el devenir del TTIP. Además, el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea establece que “sobre los tratados internacionales se informará con total transparencia y adecuadamente al Parlamento Europeo en todas y cada una de las fases de negociación”. Es decir, se están saltando su propia legalidad. Las prácticas en torno a la elaboración del TTIP colisionan con la propia normativa comunitaria.

Lo que no es secundario es el papel central de los lobbies económicos que representan a las empresas transnacionales y a los intereses de las clases dominantes y de sus representantes políticos. Los asesores, las reuniones, las propuestas y la vinculación del poder político con las empresas transnacionales forman parte “del poder legislativo” de donde emana el TTIP. La opacidad y el secreto no existen para el gran capital.

El Iter normativo del Tratado. Toda la tramitación del TTIP quiebra los principios básicos del Estado de Derecho, es decir, las garantías procesales de la ciudadanía (transparencia, separación de poderes, debates parlamentarios…). Ahora bien, el resultado final de la norma, en este caso del TTIP, es de una gran seguridad jurídica y de obligado cumplimiento. Todo lo contrario que la normas de derechos humanos, cuya tramitación o iter normativo está muy abierta a las propuestas y al debate, pero su resultado final es de una seguridad jurídica muy frágil. ¿Se puede comparar un Convenio de la Organización Internacional del Trabajo con un tratado de comercio o inversiones entre la Unión Europea y cualquier país de la periferia del planeta?

La tramitación del TTIP fulmina los principios clásicos del Estado de Derecho: la contractualización de la ley y de las relaciones económicas – se suprimen la normas parlamentarias generales y se sustituyen por sistemas contractuales asimétricos o de adhesión - provoca la anulación de los procedimientos legislativos, se disloca la separación de poderes y la soberanía de los pueblos y naciones.

Por otra parte, la inflación normativa muy especializada, las cláusulas oscuras, vagas, la incorporación de los anexos al TTIP, atentan contra los derechos de las mayorías sociales. Además, la privatización del Derecho mediante las agencias de calificación, el Derecho blando y la emisión de laudos arbitrales por tribunales privados, cierran el círculo infernal de la arquitectura de la impunidad.

El principio de los vasos comunicantes entre normas de comercio e inversiones y entre transnacionales e instituciones, implica que lo que no se obtenga en el seno de la Organización Mundial de Comercio se obtendrá por medio de tratados o acuerdos comerciales o de inversiones de carácter bilateral o regional; esta tupida red da lugar a que cada acuerdo o tratado sea la base para el próximo, lo que genera un modelo de perpetua negociación. Esta guerra tan asimétrica provoca que el abandono de un tratado tenga preparado su sustituto; de ahí que el rechazo debe ser frontal al modelo de comercio e inversiones impuesto por el capital y las empresas transnacionales.

El TTIP combina la desregulación de las obligaciones de las empresas transnacionales con la re-regulación de sus derechos. Se pretende eliminar toda barrera – arancelaria o no- que dificulte el desarrollo del libre comercio y de la inversión. Para eso se procede a la armonización normativa a la baja; es decir, si el control financiero es más estricto en EEUU, se armoniza teniendo en cuenta la regulación europea. Si la legislación laboral es más tuitiva en la Unión Europea, se aplican las normas de EEUU que desregulan los derechos de los trabajadores y trabajadoras. Se armoniza desregulando los derechos de las mayorías sociales en todas las materias susceptibles de “comprarse y venderse”. La compra pública responsable que tenga en cuenta los derechos laborales de sus empleados y de las empresas subcontratadas, la promoción del comercio justo, la eliminación de diferencias entre hombres y mujeres… chocará con la idea de derogar toda reglamentación que sea un obstáculo a la apertura de los mercados públicos al comercio y a las inversiones.

Esta técnica clásica del modelo neoliberal se combina con la re-regulación de los derechos de las transnacionales. Si en los 90 el neoliberalismo se planteaba reducir el Estado y dejar vía libre a los mercados, ahora con el TTIP se busca un Estado fuerte que garantice los beneficios de las transnacionales europeas y estadounidenses. El Estado es imprescindible para la acumulación de riqueza del capital y para dirigir y reformar la sociedad al servicio de la grandes corporaciones. El TTIP fortalece los derechos de las mismas.

Convergencia regulatoria. Además de la armonización de regulaciones por el método de la desregulación antes mencionado, los lobbies transnacionales adquieren por medio del TTIP una presencia insospechada. El Consejo de Cooperación Reguladora -formado por los responsables que establezcan las agencias de EEUU y la Comisión de la UE- es un filtro regulatorio de todas las normas comunitarias – pasadas, presentes y futuras- que colisionen con el Tratado y que implica la presencia directa e indirecta de los lobbies transnacionales. Actúa al margen de los Estados e instituciones; es un poder legislativo supranacional fuera de todo control democrático.

Las empresas transnacionales se introducen en los procesos normativos y penetran en el marco regulatorio abierto a fórmulas de cooperación reguladora y generadora de coescritura de legislación; fenómeno conocido en la elaboración de normas tipo. Además del poder fáctico, los lobbies tendrán presencia directa o indirecta en la elaboración de las normas.

La convergencia regulatoria afecta, además, a todas la Administraciones Públicas (locales, autonómicas y centrales); a la legislación básica, a la ejecución de la misma y a los actos delegados. Las excepciones y defensas genéricas de los derechos sociales que el TTIP prevé quedan subordinadas a “que no comprometan las ventajas derivadas del acuerdo”; la coherencia regulatoria implica que todo tipo de estudio de impacto medioambiental o social, toda evaluación de daños… no debe establecer más “rigor del estrictamente necesario”, es decir, deben ser coherentes con los derechos de las empresas transnacionales.

Por otra parte, la transparencia requiere consultar toda medida potencial a proveedores e inversionistas como si fueran “representantes públicos”, y por último, se pueden ampliar temas no incluidos en el tratado por la vía del nexo normativo al margen del procedimiento de aprobación del mismo; es un texto abierto al servicio de las transnacionales.

Principios normativos del tratado. Son principios demoledores –abiertos a la interpretación creativa y expansiva de despachos de abogados y árbitros favorables al poder corporativo- para los intereses de las mayorías sociales y que dotan de una gran fortaleza a los derechos de las empresas transnacionales. Además, otros principios jurídicos como el abuso de derecho, el enriquecimiento injusto… quedan subordinados al carácter imperativo de los principios recogidos en el TTIP.

Quiebra del principio de igualdad desde las relaciones de poder.

Una interpretación fundamentada en la equidad implica tratar igual a los iguales, pero no igual a los desiguales. No permitir cláusulas de acción positiva a favor de los sectores sociales y económicos más desfavorecidos de los países empobrecidos, significa, en realidad apuntalar prácticas discriminatorias. Firmar contratos, aprobar tratados de comercio e inversiones y aceptar ajustes estructurales bajo la falsa premisa de la igualdad entre las partes, es situar a las relaciones asimétricas de poder en el centro de la técnica jurídica.

El TTIP se sustenta en esta interpretación del principio de igualdad: tratar igual a las empresas transnacionales y a las pequeñas empresas nacionales, lo que es esencialmente discriminatorio.

Trato Justo y Equitativo.Es un concepto jurídico indeterminado que puede adolecer de cierta inseguridad material; pero, enmarcado y dirigido a la protección del inversor extranjero frente al Estado receptor, queda perfectamente delimitado. Por tanto, el Estado receptor no puede discriminar al inversor extranjero y deberá tratarle de manera justa y equitativa. ¿Tratar igual a los desiguales es justo y equitativo?

Trato Nacional.Es un principio central en el funcionamiento del TTIP. Toda ventaja concedida a los inversores nacionales debe extenderse a los extranjeros. Es decir, los inversores nacionales no pueden recibir ayuda alguna del Estado ya que implica quebrar el principio de trato nacional. El apoyo de la administración a empresas de economía solidaria o a circuitos cortos de producción se debe extender a las empresas transnacionales de los agronegocios. Con el trato nacional, por otra parte, la privatización de un servicio público hace muy difícil la reversibilidad del mismo.

Nación Más Favorecida. Las ventajas que acuerden mutuamente dos Estados en un tratado bilateral - o entre Estados en un tratado regional- se extiende automáticamente a los tratados que éstos celebren con otros Estados donde se incluya la cláusula de nación más favorecida, cláusula generalizada en la mayoría de los tratados bilaterales. La idea es que en base al principio de no discriminación no se lesione al inversor extranjero. Lo acordado en el TTIP marca, por sus dimensiones cualitativas y cuantitativas, pautas generales para el comercio mundial.

La cláusula paraguas. Permite a las empresas demandar a los Estados no solo por incumplimientos del Tratado si no por incumplimientos contractuales de un acto soberano no comercial, como las políticas públicas. Bajo semejante régimen las empresas pueden contrarrestar las políticas sanitarias, de protección del medio ambiente, de regulación de las finanzas, de las relaciones laborales… reclamando a los Estados daños y perjuicios ante tribunales extrajudiciales de carácter arbitral. La soberanía de los parlamentos queda supeditada a la cláusula mencionada.

Expropiación directa o indirecta e indemnizaciones rápidas, adecuadas y eficaces. Incluye cláusulas sobre las indemnizaciones en caso de expropiaciones u “otras medidas de efecto equivalente”. Se parte de considerar que toda medida, ley, reglamento, acto administrativo... que provoque daño en el patrimonio del inversor debe ser compensado. Además debe tenerse en cuanta tanto el daño emergente como el lucro cesante. Es decir, una inversión paralizada por el poder público debe ser compensada tanto por la cantidad gastada como por el futuro beneficio dejado de percibir.

Mecanismos de resolución de diferencias inversor –Estado

Los tribunales arbitrales nacieron para resolver conflictos entre Estados; el neoliberalismo amplia su labor a conflictos entre Estados y particulares. Las empresas transnacionales - personas de Derecho Privado que representan intereses particulares- pueden demandar a los Estados ante paneles o tribunales arbitrales. Prevalece el interés particular sobre el interés general.

Es un sistema paralelo al poder judicial – se trata de tribunales privados- favorable a las empresas transnacionales que queda al margen de los poderes judiciales nacionales e internacionales. Es una justicia para ricos. Únicamente las empresas demandan a los Estados y no hay previsión formal por la que el Estado receptor puede demandar al inversor extranjero. Las transnacionales eligen la jurisdicción, existen dificultades para que las audiencias sean públicas y no se requieren agotar los recursos internos nacionales. Es más, puede ser incluso una instancia de apelación a las sentencias de tribunales ordinarios y no cabe recurso al fallo arbitral.

Desde el punto de vista material, se aplican exclusivamente las normas del Tratado y no normas sobre derechos humanos.

El procedimiento arbitral no es neutral. Así, el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI) se encuentra en el seno del Banco Mundial y los árbitros son jueces y abogados, indistintamente. Quince árbitros resolvieron el 55% de las disputas arbitrales en el 2011 y el coste medio de un arbitraje es de ocho millones de dólares; tres firmas de abogados se reparten el 55% de los casos. El procedimiento arbitral es muy costoso, lo que beneficia a las grandes corporaciones transnacionales.

Son numerosos los estudios que ratifican la vulneración de los espacios públicos regulatorios. Los Estados han visto recurridas sus políticas públicas en áreas como el medioambiente, la salud, los derechos laborales, el agua, la agricultura… donde empresas transnacionales han obtenido laudos arbitrales por valor de miles de millones de dólares y muchos más que siguen pendientes de resolución. Además, abandonar esta armadura jurídica no será fácil, ya que se suelen prever prórrogas de jurisdicción de más de 10 años; es decir, que aunque se diera una hipotética denuncia del TTIP por una de las partes, este continuaría en vigor.

Por último, la “amenaza” del recurso transnacional ante tribunales privados provoca, sin duda, el enfriamiento normativo por parte de los parlamentos y de las Administraciones: por ejemplo, se acepta el fracking para evitar futuras demandas arbitrales. Probablemente ni se discuta en los Parlamentos, formalizándose, de esta manera, el enfriamiento normativo. Buena coartada para los partidarios del TTIP que se refugian en las obligaciones impuestas para avalar - sin debate alguno- los objetivos del mencionado Tratado.

Existe un mecanismo añadido al mecanismo de diferencias entre inversor y Estado y que se aplica al conjunto del acuerdo. Permite que las corporaciones privadas actúen, en defensa de sus genéricos intereses, contra los poderes públicos nacionales, autonómicos, regionales y locales. Se pueden recurrir las decisiones políticas que atenten contra el Tratado, siendo sus decisiones de aplicación inmediata y sin apelación. Así, la decisión el Consejo Constitucional de Francia, al declarar conforme a la constitución la ley que prohíbe el gas esquisto, puede dar lugar a la interposición - por un potencial inversor o conjunto de inversores favorables al gas esquisto- de una queja por atentar contra el contenido del TTIP. Es un sistema de arbitraje privado que sustrae de competencias a las instituciones del Estado para el ejercicio de las políticas públicas.

Existe a su vez la posibilidad de generar un panel de arbitraje para resolver los conflictos ambientales y laborales que actúa al margen de las jurisdicciones nacionales y que pierden competencias a favor del sistema arbitral. En el caso del TTIP no está clara su función, pero se puede presuponer que sea un mecanismo de actualización de las armonizaciones regulatorias entre EEUU y la UE. La vigencia y la amplitud del derecho de huelga pueden interpretarse por paneles arbitrales más que por las jurisdicciones nacionales.

Algunas pautas de cómo reinterpretar la armadura jurídica neoliberal que se construye en torno al TTIP

Desde la perspectiva jurídica, el TTIP colisiona frontalmente contra el Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Se puede invocar la preeminencia de una norma jerárquicamente superior; así, el artículo 53 de la Convención de Viena establece que todo tratado que afecte a una norma imperativa de Derecho Internacional es nulo. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, así como otros Tratados y convenciones internacionales de derechos humanos y ambientales revisten el carácter de normas imperativas y de Derecho Internacional General.

Se debe efectuar el control de constitucionalidad de los tratados y verificar si existen vicios insanables en su celebración y aprobación, que generan su nulidad.

Hay que restablecer la competencia territorial de los tribunales nacionales, recuperar el papel de los Parlamentos y poner en marcha iniciativas legislativas populares. Y promover normas internacionales que no refuercen la fuerte asimetría existente entre la lex mercatoria y el Derecho Internacional de los Derechos Humanos sino que, por el contrario, puedan servir para poner los derechos de las personas y los pueblos, como mínimo, al mismo nivel que los de las grandes empresas. Ahí cobran todo su sentido propuestas alternativas como el Tratado internacional de los pueblos para el control de las empresas transnacionales.

Hay un último principio que se deduce de toda la impunidad transnacional que el TTIP regula. Es un Tratado tremendamente violento. La violencia estructural del sistema capitalista –que permite la acumulación de la riqueza de unos pocos a consta de la pobreza y la destrucción medioambiental y cultural de los pueblos- se regula de manera transversal a lo largo de todo el TTIP.


Por Eduardo Lucita

Integrante de EDI – Economistas de Izquierda

La caída del ALCA y el estancamiento de las negociaciones en la OMC llevaron a EEUU a imponer acuerdos bilaterales con varios países de América latina y, con el aval de la UE, a reflotar el proyecto transatlántico, mientras que en paralelo negocia un Acuerdo Transpacífico (TTP por sus siglas en inglés).

A mediados del año pasado los estados miembros de la UE instruyeron a la CE para que retomara las negociaciones; desde entonces, el dinamismo fue creciente. En el segundo semestre del 2013 hubo tres reuniones, con la característica -que también tuvieron las fallidas negociaciones por el ALCA- que son casi secretas, no hay mayor información pública ni transparencia en la negociaciones, tampoco participación de los partidos ni de las organizaciones de la sociedad civil (sindicatos, ecologistas, defensa de los consumidores…)

Dimensiones y contenidos.

De concretarse el ATCI será el mayor acuerdo comercial de la historia. Abarcará a 800 millones de personas, explicará cerca de la mitad del PBI mundial y más del 30 por ciento del comercio internacional.

El lema del ALCA era “igualdad de trato y de acceso a los mercados” mientras que para el ATCI es lograr “…el más alto nivel de liberalización”. Sus contenidos no nos son ajenos: rebaja de aranceles hasta su eliminación; apertura de los mercados de servicios e inversión; libre acceso a las contrataciones públicas; desregulación de mercados laborales ambientales y sanitarios.

No obstante el punto determinante del acuerdo es el establecimiento de derechos jurídicos favorables a las corporaciones. Derechos que aún no lograron imponer en la OMC. Se trata del capítulo sobre “protección de inversiones”, que replica el capítulo 11 del TLCAN, o el 15 en los frustrados borradores del ALCA.

Por esta nueva estructura jurídica todo inversor de un país miembro podrá entablar juicio a los estados de los países suscriptores del acuerdo por la sanción de leyes protectoras o reguladoras que afecten los costos de producción y las condiciones de prestación de sus servicios. Por lo tanto de sus tasas de ganancias.

Se trata de una nueva relación Estado/inversionistas que tiene consecuencias políticas no menores. Se fortalece el poder de las corporaciones y se vulnera la soberanía de los Estados, mientras que al poner el interés de los inversionistas por sobre el de los ciudadanos se vulnera la soberanía popular, la de las instituciones y la del propio régimen democrático.

La dimensión geopolítica

Pero el acuerdo no solo tiene implicancias ideológicas, políticas y económicas, tiene también una dimensión geopolítica. Se trata de trazar una raya al avance y consolidación de China en el escenario internacional, que va camino a ser primera potencia económica, ya desplazó a EEUU del podio de primera potencia comercial del mundo (es el primer exportador y el segundo importador) y avanza con sus inversiones en África y América latina.

En este contexto es que también debe analizarse en nuestra región la creación de la Alianza del Pacífico integrada por países (México, Colombia, Perú, Chile) que tienen firmados Tratados de Libre Comercio (TLC) con EEUU, que comparten la lógica económica del neoliberalismo y que tienen las llaves de futuras salidas exportadoras por el Pacífico.

Imperialistas apurados

Se sabe que la administración del presidente Barak Obama aspira a firmar este tratado antes de que venza su mandato, mientras que en su reciente visita a los EEUU el presidente francés, François Hollande, fue por demás explícito: “Ir rápido va a ser lo mejor”. ¿Porque tanto apuro? El propio Hollande lo aclaró “Si no, sabemos que se van a acumular los miedos, las tensiones, las amenazas, las crispaciones”. (No es ocioso recodar aquí que en los años ‘30 del siglo pasado el socialista León Blum, por ese entonces primer ministro del Frente Popular aclaró sin ambigüedades “…los socialistas somos el médico de cabecera del capitalismo".

Sin tiempo que perder

Los ciudadanos europeos debieran considerar que lo que está en discusión es la equiparación de las condiciones de concurrencia entre EEUU y la UE. Por lo tanto están en juego las relaciones capital/trabajo (salarios, condiciones laborales, nivel de empleo); los restos del Estado del Bienestar (recortes sociales); las normativas para la comercialización de bienes y servicios (regulaciones ambientales y fitosanitarias) y hasta ciertos aspectos de la propiedad intelectual.

Tanto los contenidos explicitados más arriba como estos riesgos estaban incluidos en el proyecto ALCA. Llama la atención que en los numerosos trabajos críticos que circulan por Europa –o al menos en los que este articulista tuvo acceso-, no se tomaran en cuenta los resultados del TLCAN para México (pérdida de la soberanía alimentaria, despoblamiento del campo, incremento de los niveles de contaminación, juicios contra los Estados miembros), ni se mencione la experiencia latinoamericana en la derrota del ALCA (una amplia confluencia de los movimientos sociales del continente que culminó en el Movimiento No al ALCA, que sostuvo la resistencia durante varios años, combinada con la acción los gobiernos de Argentina, Brasil y Venezuela en la hoy histórica reunión de Mar del Plata).

Visto desde el sur de la América latina, la ciudadanía europea, los sindicatos las organizaciones sociales no tienen tiempo que perder.

 

Por Rodrigo Quesada

El capitalismo es un sistema económico y social en el que las crisis constituyen un componente vertebral de sus expansiones y contracciones. Sería imposible comprender su funcionamiento sin el debido estudio de sus crisis periódicas. Sin embargo, a pesar de la riqueza teórica y metodológica de la economía burguesa, así como de la marxista, las crisis económicas del sistema siguen siendo un misterio. En este ensayo se intenta una aproximación a tales problemas, con referencia particular a la crisis que se iniciara a principios de los años noventa del siglo pasado.

Introducción.

Hablar de crisis económicas hoy resulta tan baladí y, sin embargo, al mismo tiempo, tan complejo, que escribir sobre el tema se hace necesario en vista de la enorme cantidad de prejuicios, distorsiones y frivolidad que predominan.

Para los griegos de la Antigüedad Clásica el concepto de crisis invitaba a pensar inmediatamente en su superación, pues venía aspergeado de una buena dosis de optimismo y, sobre todo, provocaba la reflexión hacia las distintas posibilidades de superación que el concepto exigía. Aristóteles hablaba de crisis cuando se trataba de fracturas en la racionalidad con que los hombres pueden desenvolverse en los asuntos civiles. Para él la crisis quebraba esa lógica y obligaba a los hombres a imaginar nuevas salidas, nuevas alternativas para mejorar la solución de los problemas y los desacuerdos sociales. Pero nunca pensó la crisis como una forma de quietismo, de estancamiento. De tal forma que, con los griegos, aprendimos algo que en la cultura occidental se ha olvidado por completo: la crisis exige cambio, aproximarse a los asuntos de los hombres y de la sociedad con la fuerza de la esperanza, y la absoluta confianza en el poder humano para resolver conflictos y debates, criterios y argumentos distintos.

En tiempo de crisis por guerras, clima o enfermedad, el griego se lanzaba a los torneos, al teatro, a la lucha libre y al deporte en general, así como a los festivales de oratoria y artes dramáticas. Los romanos exacerbaron los avances de los griegos y los substituyeron por el circo. El peso específico del poder de la racionalidad y de la espiritualidad humana para atender a las épocas de crisis cedió su lugar, en la Edad Media, al poder de Dios. El feudalismo era un sistema económico y social en el que la fuerza de la solidaridad era tal que se le dejaban a Dios la solución de las crisis, de aquí su enfoque un poco más allá de la ética, y un poco más acá de la metafísica aristotélicas. Se volvía contemplativo frente a las crisis, el hombre del medioevo.

La burguesía, en cambio, más avariciosa que ahorrativa, más emprendedora que reflexiva, obsesionada con la medición del tiempo y la cuantificación de sus gastos convirtió a la crisis en una tragedia, porque era una tragedia que tenía que ver con sus procesos y mecanismos de acumulación de riqueza. Y la acumulación era la espina dorsal de ese sistema económico que vino al mundo en la segunda parte del siglo XVI y que, hoy, entre los estertores y el barullo de una crisis total, trata de hacer frente a sus limitaciones y de salir adelante, no como lo hacían los griegos, en medio de la algarabía de la esperanza, ni como lo hacían los monjes contemplativos medievales, en medio de rezos y sahumerios, sino, todo lo contrario, sirviéndose del despojo y el arrinconamiento del que menos tiene. Siempre se acumula a costa de otros, y, cuando así no sucede, aparece la crisis, según la burguesía. Veamos por qué.

I. Descripción histórica de las crisis en el capitalismo.

Una de las características históricas más perceptibles del capitalismo como sistema económico y en tanto que conjunto articulado de procesos de civilización, es su inestabilidad. A lo largo de los siglos, ha probado tener una enorme capacidad para lidiar con la incertidumbre, la recurrencia, la circularidad y, al mismo tiempo, ha sabido producir y reproducir los mecanismos más acerados de su existencia, como lo son la acumulación de riqueza, la explotación de la fuerza de trabajo, la depredación y una excepcional capacidad de reinvención ideológica cada vez que se encuentra frente a frente con un estado sorpresivo de crisis.

Desde el momento de su eclosión histórica, en la segunda mitad del siglo XVI, el sistema económico se abrió lugar a golpes y trompicones, contra los últimos resabios de un régimen feudal que nunca se acostumbró a depender tanto de la madre naturaleza para reproducirse a sí mismo. Hasta la segunda parte del siglo XVIII las crisis económicas, más bien de abastecimiento que otra cosa, fueron el resultado de un desenganche entre la capacidad productiva de los hombres y la capacidad reproductiva de la naturaleza. Crisis de antiguo régimen, de coyuntura, más bien focalizadas en zonas específicas del mundo, en este caso en Europa, tenían que ver mucho con los circuitos de la circulación de las mercancías, con el abastecimiento antes que con la capacidad de consumo de los grupos humanos.

Entre la crisis de coyuntura, o crisis de inventario y la crisis estructural no existen solamente diferencias de carácter teórico, que podrían encontrarse en los libros de texto, existen diferencias que tienen que ver con la ejecución histórica de sus posibilidades, perfectamente registradas en la cronología dinámica del sistema capitalista. Pero, la forma más abstracta de la crisis y, en consecuencia, la posibilidad formal de la misma, consiste en la metamorfosis de la mercancía misma, en la separación entre compra y venta implícita en su unidad, entre valor de cambio y valor de uso, entre dinero y mercancía. Por eso, debemos dejar constancia de que, el primer análisis sistemático del ciclo económico lo encontramos en Marx. Ni Ricardo ni la escuela clásica habían llegado más allá de las simples observaciones marginales, a tratar el tema de las fluctuaciones constantes de la acumulación capitalista[1].

Las dificultades, por otra, parte que presenta una teoría general de la crisis y del ciclo económico vienen derivadas de la conocida Ley de Say, según la cual cada oferta crea su propia demanda; de esta manera cualquier crisis se ve simplemente como una perturbación temporal del ciclo productivo, y no como un componente estructural de la naturaleza histórica del sistema. El ciclo económico, por su lado, adquiere estatura teórica con Marx, como hemos anotado, quien tempranamente en el siglo XIX describiría su comportamiento decenal, y la naturaleza estructural de los desplomes recurrentes del sistema. Su periodicidad decenal también ya había sido intuida por Marx y, a pesar de que Clement Juglar (1819-1905) el conocido médico y estadístico francés, había sostenido, alrededor de 1860, que era posible establecer ciclos económicos con una periodicidad aproximada de entre 7 y 12 años, no era posible olvidar que la mayor parte de los autores coincidían en que la presencia de las crisis, fácilmente detectables, a todo lo largo del siglo XIX, poseían fechas muy precisas: 1816, 1825, 1836-37, 1847, 1857, 1866, 1873, 1893, 1896.

Tal nivel de precisión en la medición y cálculo de la presencia de tales crisis se debía, en gran medida, a una mayor y mejor comprensión de los factores productivos involucrados, como detonantes de las mismas. La experiencia había enseñado que no era factible tener una visualización justa y clara del comportamiento de las crisis, así como de su periodicidad, si la dinámica interna de los procesos de industrialización no estaba aislada. El problema de los precios, de los salarios, de los costos del capital y del dinero, de los índices de transferencia tecnológica y otros, eran componentes que debían ser individualizados, medidos y luego cuantificados para establecer su impacto sobre mercados y capacidad productiva en algunas sociedades industriales; particularmente en aquellas donde la Revolución Industrial había traído consigo la incertidumbre de la crisis, pero no los ingredientes para su comprensión y superación. Por eso el trabajo de Juglar fue esencial, porque la historia de las crisis se puede partir en dos, antes y después de la fijación teórica del ciclo. Antes, la crisis era entendida como una calamidad aislada. Después, la crisis empezaría a ser estudiada como parte de la naturaleza cíclica del sistema[2].

Para Joseph Schumpeter (1883-1950), el ciclo es la forma específica del desarrollo económico capitalista. En este él distinguía cuatro grupos de factores de enorme importancia para poder establecer los distintos niveles de inestabilidad del sistema económico, así como las distintas vías hacia el equilibrio. El primer grupo estaba compuesto por factores externos, como la demanda de los gobiernos por nuevo equipos militares, el segundo grupo lo componían las modificaciones permanentes de la población, el tercero estaba integrado por el ahorro y la acumulación, y el último estaba compuesto por la capacidad innovadora del sistema[3].

Para nuestro autor el último ingrediente era vertebral en el desenvolvimiento capitalista hacia una economía de equilibrio, pues el peso de la innovación descansa sobre las espaldas de hombres imaginativos, visionarios para quienes la toma de decisiones viene medida por su osadía para correr riesgos en épocas de inestabilidad. La teoría del riesgo en Schumpeter es un hallazgo colateral a sus grandes intuiciones sobre el ciclo. Una vez establecidos los conjuntos de factores a que nos hemos referido arriba, él procede a medir la duración posible en que podrían operar articulados o no, dependiendo, de nuevo, de los niveles de riesgo. Y encuentra que, a lo largo del último siglo y medio, podrían establecerse tres tipos de ciclos: 1-ondas largas de alrededor de 50 años (ciclos Kondratiev); 2-ciclos intermedios con una duración de 7 a 12 años (ciclos Juglar); y 3-ciclos cortos de unos 48 meses (ciclos Kitchin)[4].

A pesar de las serias objeciones que se le han hecho al ciclo Kondratiev, debido al sobre énfasis puesto sobre el material estadístico, en virtud de que en los ciclos largos entran a jugar factores subjetivos de enorme importancia, autores como Schumpeter lo tomaron muy en cuenta, para sus propios cálculos y valoraciones sobre el ciclo productivo en el sistema económico capitalista. Según Kondratiev, a partir de finales del siglo XVIII, era posible verificar la presencia de dos ondas largas y una media, en el trayecto de los precios y de la producción capitalista, cada una de ellas con una duración de 50-60 años. La primera habría iniciado alrededor de 1780-1790, con un punto culminante en 1810-1817, y un punto más aterrizado en los años 1844-1851. La segunda onda se habría extendido entre los años 1844-1851 y 1890-1896, con un punto pico en los años 1870-1875. La onda media por su lado se habría extendido entre los años 1890-1896 y un punto de inflexión entre 1914-1920.

Según el autor ruso se puede establecer algún tipo de relación entre los hechos sociales y el comportamiento del ciclo. Sostiene que durante el período de expansión y crecimiento de las fuerzas económicas más decisivas se producen las grandes guerras y revoluciones. Agrega, además, que en los largos períodos de inflexión o recesión de los ciclos largos, se produce un gran número de descubrimientos importantes y de invenciones en las técnicas productivas y comunicativas, las que se aplican en masa durante la etapa de ascenso del ciclo siguiente. Estas ideas le facilitaron a Schumpeter la ampliación de su argumento sobre la importancia de la innovación, que apenas mencionamos arriba.

El comportamiento de los ciclos largos viene medido por el ritmo de las innovaciones; de esta manera el ciclo 1783-1842, abarca la totalidad dinámica de la Primera Revolución Industrial; el ciclo 1842-1897, comprende a los años del vapor y del acero, pero sobre todo a la época de la “manía ferroviaria” en el mundo occidental y sus prolongaciones coloniales. Finalmente, la media onda larga, que detona hacia 1897, es la onda de la electricidad, la química y el automóvil[5].

Ahora bien, desde la perspectiva del método, para la economía y la historia económica de inspiración marxista, son fundamentales los procesos de acumulación y de producción capitalista, antes que los problemas relacionados con los precios y el comportamiento monetario de la economía capitalista, más propios de los estudios realizados por analistas de formación burguesa. Hacemos esta distinción porque en el estudio de las ondas largas del sistema económico, son decisivas las estadísticas sobre la expansión y contracción del mercado capitalista a escala mundial, en lo que compete a sus ingredientes más estructurales, es decir, la acumulación y la producción de mercancías[6].

Por otro lado, hay ingredientes externos e internos en la interrelación que podría establecerse entre diferentes ondas largas del sistema económico, como hemos mencionado arriba, al hablar de que no todos los componentes de una crisis o de una condición depresiva pueden medirse estadísticamente. Ello facilita, sin embargo, que se puedan establecer paralelismos entre la relativa hegemonía de Inglaterra en el mercado mundial en el período 1848-1873, seguido de una depresión para los años 1873-1896; la hegemonía de nuevo del imperialismo inglés en el período 1893-1914, prolongado por una caída precipitada entre los años 1914-1940, y la fuerte hegemonía del imperialismo norteamericano durante los años 1948-1966, continuado por un deslizamiento irreversible desde entonces[7]. Por eso debe tomarse en cuenta que es de las interrupciones del ciclo económico de donde el capitalismo toma sus impulsos para expandirse a nivel mundial, antes que de las disfunciones de los mercados[8]. Con esto claro es posible hacer comparaciones entre las distintas expresiones hegemónicas del imperialismo, para relacionar el comportamiento de los mercados, la expansión internacional del capitalismo y el ciclo económico.

Para los países pobres, esos son aspectos esenciales, que deben ser comprendidos en su justa medida, esto es, que el ciclo económico en el centro, una vez ubicado en su fase depresiva, tiende a engullirse todo aquello que se encuentra en la periferia; y que las relaciones capitalistas dependientes no son únicamente el producto histórico de la expansión imperialista, sino, por encima de todo, de las mal formaciones del sistema económico, las cuales podrían ser explicadas y comprendidas en virtud de nuestro mejor tratamiento del ciclo.

Si, por ejemplo, la depresión de 1825 es, en gran medida, producto de la quiebra financiera de Gran Bretaña a raíz de sus excesos inversionistas en América Latina, nadie podrá sostener jamás que la crisis se haya iniciado aquí, sino, todo lo contrario, fue una crisis que tuvo su punto de detonación en el relajamiento del sistema bancario y monetario inglés, que sacudió también a la industria y al comercio por supuesto[9]. Lo mismo sucederá con las depresiones de 1847-1848 y, particularmente, con la gran depresión de 1873-1896[10], que, a la larga, se convertirá en la plataforma de experimentación teórica más expedita, para que la economía burguesa cristalice su ruptura con la economía política clásica, abriendo el camino hacia una economía de corte positivista y cortoplacista.

Está de más anotar que el grueso de las crisis y de las grandes depresiones que han impactado al sistema económico, durante los últimos ciento cincuenta años, han encontrado su punto de partida en las grandes economías industrializadas, centros financieros y punto de llegada de los procesos de acumulación a escala mundial.

Si está claro, entonces, que el comportamiento cíclico del sistema económico es inevitable, así como su tendencia general a experimentar hundimientos, crisis y depresiones, para quienes diseñan estrategias e instrumentos de contra peso en tales situaciones, no está igualmente claro el punto de origen, y el trayecto que esta últimas puedan seguir.

Los marxistas, por ejemplo, alguna vez, creyeron que tales perturbaciones podrían conducir al derrumbe histórico del sistema capitalista como una totalidad, es decir, no sólo en sus niveles económicos y financieros, sino también sociales, políticos y culturales. Estos analistas siguen sosteniendo que las políticas económicas, coyunturales o estructurales, y la propia modificación interna del sistema, pueden atenuar algunas manifestaciones del ciclo, pero no pueden eliminarlo de raíz, como decíamos atrás, ya que forma parte del carácter intrínsecamente contradictorio del sistema.

La caída de la tasa de ganancia, los problemas del subconsumo, y las desproporciones en las que incurre el sistema económico, cuando se trata de inversiones reproductivas y de ajustes sustanciales en la composición orgánica del capital, siguen siendo los ingredientes ineludibles en el enfoque marxista de la crisis y del ciclo, con los cuales se aspira a tener una comprensión más acabada de las posibles respuestas políticas, sociales y culturales que se le puedan oponer al sistema como un todo[11].

Ya lo decía Manuel Castells en 1978: “La crisis que sacude al mundo capitalista en los años setenta es multifacética: política, ideológica y económica. En consecuencia, la única teoría susceptible de explicarla será aquella que integre esos diferentes niveles de la realidad social dentro de una perspectiva que entienda el desarrollo histórico como un proceso contradictorio. La tradición marxista es, en nuestra opinión, la única que intenta sintetizar el movimiento del capital y el proceso de cambio social, según su determinación simultánea por la lucha de clases en la producción, el consumo, el poder y los valores culturales”[12].

Otras elaboraciones interpretativas se han preparado también desde las tiendas de los neoclásicos y los keynesianos, para quienes la teoría del ciclo aporta muy poco a la comprensión del por qué los instrumentos de política económica fallan en un determinado momento. De aquí que se fijen tanto en las dificultades de la oferta y de la demanda para atender el consumo, en la relación precio-salario cuando las organizaciones sindicales no ejercen ninguna presión real sobre los mecanismos de la acumulación, o cuando insisten obsesivamente en que la teoría del ciclo no explica los desajustes monetarios en una economía industrializada y progresista. Este es el momento en que, para estos teóricos, la gran depresión de 1929-1933 sigue siendo un laboratorio de extraordinaria relevancia, para hacerse una idea sobre qué se puede prever, analizar e instrumentar cuando la crisis hace su aparición. Pero siguen evaluando el ciclo como una anomalía y no como un componente estructural del sistema económico.

Para el ciclo 1972-1978, nos encontramos con una recesión (1974-1975) que vendrá definida, de nuevo, por la superproducción de mercancías, capitales y valores, de acuerdo con el ritmo seguido desde 1816[13]. Fue una recesión que resumió muy bien el retroceso experimentado por las economías capitalistas centrales, en la onda larga de expansión que las había caracterizado, desde 1940 en los Estados Unidos, y desde 1948 en Europa y Japón. La nueva onda larga sería definida, en el mediano y largo plazo, por una tasa de crecimiento hasta un 50% menor a la de los años cincuenta y sesenta[14].

Este deterioro de la acumulación haría que los gobiernos de Ronald Reagan (1911-2004) en Estados Unidos y Margaret Thatcher (1925-2013) en Inglaterra se convirtieran en los puntales de las políticas neoliberales, que liquidarían sin piedad muchos de los logros alcanzados por los trabajadores desde la Segunda Guerra Mundial[15]. Sin embargo, bajo el signo de mayo 68 en Francia y del triunfo de la revolución en Viet-Nam (1975), el crecimiento de la capacidad de lucha de los trabajadores organizados en Portugal, Italia, Inglaterra, España y México, iría a darle nuevas dimensiones a la lucha de clases la cual, al calor de la crisis económica del sistema, se exacerbaría y encontraría nuevos escenarios revolucionarios en América Central y el Caribe.

Pero cuando las economías del capitalismo dependiente latinoamericano hacían crisis debido a su deuda externa, durante los ochenta, en gran parte adquirida para pagar la factura por los problemas con el abastecimiento de combustibles, las economías metropolitanas, por su parte, alcanzaban el punto álgido de su proceso de expansión desde la Segunda Guerra Mundial, momento a partir del cual se volvía imparable el deslizamiento hacia la situación actual, cuando, se suponía, el escenario era más beneficioso, pues muchos de los problemas políticos, sociales e ideológicos de la llamada Guerra Fría habían sido resueltos durante los años noventa.

Quedaba claro, de esta forma, que el sistema capitalista tendría que darse a sí mismo las respuestas requeridas para readecuar los procesos de acumulación, producto de una nueva división del trabajo cada vez que el sistema entraba en crisis. Si desde 1945 la tasa de explotación se medía por el predominio de la extracción de la plusvalía relativa, llegaría el momento en 1980, cuando sería posible volver a hablar de tasas de explotación de plusvalía absoluta, consideradas por mucho tiempo como típicas del capitalismo decimonónico[16].

Con un escenario así era ineludible hallar un conjunto de nuevas respuestas políticas y sociales al hecho de que, el capitalismo emergente en los países del viejo socialismo, presentaba un nuevo desafío a las tradicionales economías industrializadas abrumadas por un neoliberalismo sin cortapisas. La década de los noventa, entonces, terminaría por prepararle la tramoya al capital ficticio, con el cual los procesos de producción terminarían por colapsar, abriendo el camino a una crisis financiera sin precedentes desde la gran depresión de 1930[17].

II. Problemas de teoría y método.

Al lector poco informado le cuesta distinguir entre ciclo y crisis. Algunos economistas, por su parte, hacen todo lo posible por confundirnos todavía más, puesto que les conviene a ellos, y a los sectores sociales a quienes representan, que la gente de a pie no entienda de estas cosas. Sentimos la crisis en cuanto visitamos el supermercado, cuando nos pagan el mismo salario durante años y cada vez compramos menos alimentos, se nos hace más difícil que nuestros hijos puedan estudiar, que podamos atender debidamente nuestras deudas. Entre tanto los patronos, los políticos a sueldo y los ideólogos gratuitos de la prensa argumentan que el problema es que los trabajadores, los educadores, los estudiantes, no quieren hacer sus deberes, simplemente, porque son una bola de holgazanes, los sindicatos son la guarida de los corruptos y las huelgas la expresión de un inconformismo irracional y sin sentido. En fin, ¡todo es culpa de los comunistas!

Pero la cuestión no es tan sencilla. Ya hemos visto en la sección anterior que las crisis le convienen al sistema capitalista, y a su clase social más representativa, la burguesía, los patronos, los dueños y amos de los medios de producción. De tal forma que será inevitable un conflicto cada vez que la productividad decae, o se genera una superproducción de mercancías, valores o dinero, porque esa burguesía acusará a los trabajadores de ser los culpables, pues sostiene que les está pagando muy bien, que tienen un montón de derechos y que no cumplen con sus deberes a cabalidad. A la burguesía patronal le aterroriza el descenso de la productividad, porque de esta forma se reduce también su capacidad de acumulación de riqueza, para seguirse reproduciendo como clase social, como grupo humano, con sus gustos, su forma de vida, sus patrones culturales y sus lujos. Entre tanto, los trabajadores buscan organizarse de la mejor manera posible, porque de lo contrario sus salarios pueden reducirse física o nominalmente, pueden perder el empleo. La contradicción emerge entonces, porque una crisis de superproducción es acompañada de desempleo[18].

Los ciclos de negocios, entonces, o ciclos industriales, o ciclos económicos, todo depende dónde pongamos el énfasis, ya sea en la actividad financiera, productiva o de realización de la cuota de explotación de los trabajadores, ciclos cuya duración es relativa, como hemos visto, y por lo cual han recibido distintos nombres, de acuerdo al estudioso que los haya investigado con más detalle y atención, son ciclos que serán sacudidos periódicamente por crisis que socavan una de las mayores aspiraciones de los capitalistas, esto es, el equilibrio para seguir acumulando. Pero resulta que la historia ha demostrado que, antes y después de una crisis, en el sistema capitalista nunca ha existido equilibrio; éste no es más que una aspiración utópica de los ricos y poderosos. De tal manera que, con frecuencia, al menos durante los últimos cien años, el estado, al cual los capitalistas tanto critican, tiene que estar interviniendo, como hoy lo hace el Presidente de los Estados Unidos, para devolverle a la economía su “equilibrio”.

¿Equilibrio para qué o entre quiénes? Desde el siglo XVIII se nos viene diciendo que en la medida en que cada individuo busque y satisfaga sus propios intereses, la sociedad toda se verá beneficiada. Es la famosa “mano invisible” según la cual, el sistema económico estará equilibrado, en el tanto y cuanto cada persona se deje guiar por sus propios afanes. Pero esta tesis más bien ha provocado grandes injusticias. Y sobre todo un tremendo desorden económico, social, político, ideológico y jurídico. Resulta que con la “mano invisible” hemos olvidado que el sistema capitalista reposa esencialmente sobre una tremenda y devastadora avaricia. A lo largo de su historia, en el sistema han aparecido pequeños grupos los cuales, armados de aparatos ideológicos, ejércitos bien armados, y una tremenda voracidad por acumular riqueza, han arrinconado al resto de la humanidad y la han reducido a niveles intolerables de pobreza, humillación y necesidad.

El equilibrio que han buscado por siglos el señor patrono burgués, terrateniente o comerciante, es aquel equilibrio que le permita explotar, con la mayor libertad posible, a sus trabajadores, a los que contrata por un salario con el cual puedan reproducirse como especie nada más, para que lo continúen enriqueciendo. En algunos capítulos de esta historia, el trabajador llegó a laborar hasta 16 horas diarias por salarios ridículos. Pero los logros, arrancados a sangre y fuego, jamás concesión gratuita y amorosa de los patronos, les permitieron a los trabajadores reducir la jornada laboral, y atemperar los sacrificios que representa cotidianamente en sus vidas. Aunque en ciertas partes del mundo subdesarrollado todavía persisten estas jornadas de trabajo, hoy no se trabaja 16 horas diarias en algunas grandes ciudades; pero la tecnología ha hecho posible que el producto que antes se obtenía en ese tiempo, ahora se extraiga en la mitad, con un desgaste mayor para la sociedad toda y las familias de los trabajadores particularmente.  

En el ciclo económico, entonces, sea éste Kondratiev, Juglar, Kitchin, Mandel, o Schumpeter, habrá siempre una etapa de despegue, otra de auge, y una de descenso que, a veces, abre el camino a la crisis, seguida con frecuencia, de un colapso o de una parálisis general de la actividad productiva. El último ciclo, que se inicia allá por 1966, es en gran medida, producto de los avances alcanzados por la economía norteamericana, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando pasó a ser la locomotora de la economía mundial.

Durante el siglo XIX fue la economía británica la que jugó este papel. Pero, de acuerdo con el criterio decenal, el ciclo ha experimentado cortapisas en 1977, 1989, 1997, y la última en 2009. Cada una de estas interrupciones críticas de la acumulación, con el consabido descenso de la tasa de beneficio, ha tenido su expresión ineludible en un crecimiento desmedido de la tasa de desempleo. La relación directa que establece Schumpeter entre índices de innovación tecnológica y crecimiento de la productividad, está condicionada, a lo largo del ciclo, por la capacidad de acumulación y de reproducción del sistema. Pero dicha relación directa puede ser desviada y distorsionada por la intermediación financiera de un grupo de personas que no produce nada, pero que se aprovechan habilidosamente de las crecidas tasas de acumulación que aquella relación genera. Esta clase de actividades la lleva a cabo el capital financiero, los bancos, las grandes transnacionales que comercian y trafican con el conocimiento y el desarrollo acumulado por otros.

La economía norteamericana, entonces, literalmente “empapela” con dólares al planeta, después de la última gran guerra y se endeuda de forma descomunal, una deuda que debió ser saldada parcialmente involucrándose en la guerra de Viet-Nam (1969-1975)[19]. Pero junto a la crisis del petróleo de 1973-1975, la crisis de la deuda externa en América Latina en 1980-1984, la crisis por la llegada de los nuevos países surgidos de la caída del socialismo en 1991, la crisis financiera de Asia en 1997, y la crisis por las invasiones de Afganistán en 2001 e Irak en 2003, el sistema económico ha puesto en evidencia que la economía norteamericana ya no es la locomotora que fue en el pasado, y desde finales de la década de los setenta, cada vez es más cristalina una nueva regionalización imperialista, en la que sobresalen Europa Occidental, Japón y China. Aún así sería ineludible que la última crisis, esta en la que estamos inmersos, tuviera su punto de partida en los Estados Unidos, debido a que en este país se encuentran la mayor parte de los bancos y de las casas matrices que hicieron posible una globalización financiera con la se tejió la red de intercambios que, a la larga, significó también la trampa en la que está metido el resto de las economías del planeta.    

 

III. La crisis actual. Orígenes y evolución.

Algunos economistas tienden a olvidar, con mucha facilidad, que la ciencia social que han estudiado es eso precisamente, una ciencia social, y buscan enfrascarse en discusiones peregrinas sobre los orígenes y trayectoria de una crisis que cualquier hijo de buen vecino, más o menos enterado, veía venir desde hacía rato. Todos los componentes ideológicos de las humanidades salen a flote en esta clase de discusiones, y nos ayudan poco a comprender el verdadero meollo de la cuestión[20]. Otros, dichosamente, cumplen a plenitud con el propósito cierto de toda ciencia social y humanística, es decir ayudar a la gente a entender mejor el mundo en el que le ha tocado vivir.

En los pequeños países del capitalismo periférico como Costa Rica se nota que algunas cosas están cambiando violentamente, porque casi de la noche a la mañana, quiso saltar hacia el futuro de progreso y prosperidad prometido por los ideólogos del neoliberalismo, orientando una parte importante de su estructura económica hacia la producción, promoción y expansión del turismo; pero, sin sorpresa, se encuentra hoy con que casi la mitad de sus hoteles, playas y centros de recreación para turistas está vacía. Ese mismo país se vio a sí mismo con el problema entre sus manos de que, habiendo sido tradicionalmente agrario, un grueso importante de sus exportaciones de frutas se ha contraído de manera decisiva. El desempleo lo está afectando, y con ello la criminalidad se apura a superar el ritmo que traía, debido a la desprotección de una legislación obsoleta para atender los nuevos retos que las mafias internacionales le han planteado. Esas son algunas de las consecuencias que la estrecha y paralizante dependencia de la economía norteamericana le ha ocasionado a este pequeño país que se llama Costa Rica.

Mas esta serie de problemas económicos, los cuales tienen repercusiones sociales, políticas y culturales importantes en nuestra población, tienen un origen muy preciso. Estamos en crisis decimos: no hay créditos porque el dinero es muy caro, o sea, las tasas de interés son muy altas, se ha contraído la construcción de casas, los combustibles suben, la comida cada día es más cara, a los jóvenes se les han reducido las posibilidades de encontrar trabajo, en la profesión que tantos años de estudio les ha tomado, y, finalmente, se corre el riesgo de perder el empleo, que se ha vuelto el bien más preciado que tiene una persona hoy día. Pues bien, toda esta situación, que tanta inseguridad e incertidumbre le producen al costarricense promedio, procede de los Estados Unidos. Y veamos por qué.  

La economía norteamericana salió excepcionalmente fortalecida de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Incluso se dio el lujo de crear instituciones que vigilarían el comportamiento del capitalismo financiero de ahí en adelante, tales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que fueron pensadas, en gran parte, para impedir que Estados Unidos perdiera su hegemonía sobre el sistema económico mundial. Y se dio una época de prosperidad sin precedentes en ese país, entre los años de 1948 y 1966 debida, con mucho, a las fuertes inversiones de recuperación económica que los norteamericanos habían impulsado en Europa y Asia, a través del mal conocido Plan Marshall. No sólo llegó a ser el principal acreedor del planeta, sino que también las mayores reservas de oro del mundo quedaron en sus manos.

Contra tanta riqueza, los Estados Unidos empezaron a emitir masas descomunales de dólares, con los cuales prácticamente inundaron el mercado mundial, una estrategia pensada para compensar los indicios de contracción de su capacidad de pago en oro, debida a las demandas procedentes de las economías europeas y asiáticas que buscaban reactivar y fortalecer sus actividades bancarias y financieras. De esta forma, en la década siguiente, los años setenta, el dólar entró en crisis, y aceleró una revisión del sistema monetario y del sistema internacional de pagos. Con la guerra de Viet-Nam (1969-1975), Estados Unidos intentó contra pesar el impacto que la situación estaba generando en su capacidad de acumulación y en el proceso de reproducción capitalista, puesto que la crisis del dólar (1974-1977) era simplemente el síntoma de un mal mayor: la acerada tendencia que tiene la economía norteamericana al sobre endeudamiento y al sobre consumo, a través de los cuales se crea a sí misma cuellos de botella que son, finalmente, desbloqueados por la economía internacional.

Es decir, Estados Unidos desvaloriza el dólar y de esta manera les pasa la factura a las economías emergentes y dependientes o semi coloniales[21]. La crisis de la deuda en América Latina (1980-1982) formó parte de este proceso, con el cual la economía norteamericana buscó remontar sus propios problemas financieros internos. Cuando, durante estos años, los países latinoamericanos se declararon insolventes, fue porque las corporaciones bancarias internacionales, con residencia en Estados Unidos, habían acelerado el proceso de endeudamiento de estos países para financiar su propio patrón de crecimiento. Esto no ha cambiado hasta el presente.

De acuerdo con los neoliberales dicha estrategia financiera era perfectamente normal, puesto que, desde finales de los años setenta, venían sosteniendo que la menor ingerencia del Estado en los negocios, era la actitud más saludable para que deudores y acreedores saldaran sus desacuerdos sin traumas ni conflictos escandalosos. Resulta, sin embargo, que el endeudamiento externo hizo colapsar a la economía latinoamericana, provocando un retroceso descomunal en áreas tan decisivas, socialmente hablando, como vivienda, acueductos, educación y salud. El desplome de economías, otrora tan progresistas como la argentina, la mexicana y la brasileña, fue un espectáculo que dejó lecciones todavía insalvables, y que explican mayormente, el auge de la economía social que se está operando en América Latina hoy.

Los años ochenta, por su lado, la década perdida en América Latina, son también, al mismo tiempo, aquellos durante los cuales cristalizó una readecuación importante de las economías hegemónicas a escala internacional. Con su fracaso en la guerra de Viet-Nam, los Estados Unidos tendrían que negociar con la vieja Unión Soviética y con China la distribución geoestratégica que le esperaría al mundo del siglo XXI, donde una Alemania y un Japón con nuevos bríos emergerían para participar, como en el pasado, en el reparto del botín.

Igualmente en la URSS, con la Perestroika de 1984, tendría lugar un ajuste de cuentas sin precedentes en la historia universal de los imperios, pues se trataba del primero que cometía suicidio y repartía los pedazos al mejor postor. En 1989, China también experimentaba la primera gran sacudida de un modelo de desarrollo económico-social y político que empezaba a operar en dos vertientes, no siempre armónicas, la economía y la institucionalidad política, como se verá después, durante los años noventa, cuando la restauración capitalista despegaba con consecuencias sociales todavía por verse.

En la década siguiente, en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón y otras potencias industriales, así como en China, el nuevo “taller del mundo”, se desataba un auge espectacular de la construcción, que solo hacía más notoria una de las contradicciones históricas del sistema capitalista: el problema de la sobre producción y el sub consumo. El sobre endeudamiento y el sobre consumo, por su parte, como corolarios de aquella contradicción básica, evidenciaban, que la llamada “burbuja financiera”, el capital ficticio, que no siempre tiene relación directa con la economía real, era una nueva forma de expresarse la sincronía alcanzada, a través de la globalización financiera, de las economías centrales a escala mundial.

La crisis asiática de 1997 y el “efecto tequila”, procedente de México en 1995, así lo hacían notar. En pocas palabras, lo que queremos decir es que hoy, más que nunca antes, una crisis en el centro capitalista, tiene efectos directos en las otras economías ancilares y periféricas del sistema. Y para continuar hablando de burbujas, la “burbuja inmobiliaria” será también uno de los detonantes de la crisis en Japón y México. Hubo momentos en que en el centro de Tokyo un metro cuadrado de construcción costaba US$300,000. Para construir, sin embargo, se requerían grandes masas de crédito, y para que éste estuviera disponible se necesitaban ciertos patrones de consumo y rentabilidad y ésta, a su vez, estaba en relación directa, supuestamente, con la capacidad productiva de la economía que la hacía posible.

Pero, si el grueso del dinero en los bancos y financieras norteamericanos es capital-dinero procedente de inversionistas asiáticos y europeos, o de corporaciones multinacionales con sede en los Estados Unidos, para hacerlo circular hay que pagarle elevadas tasas de interés al verdadero propietario de tales capitales, con lo cual el sistema bancario norteamericano se torna en uno de los más endeudados del planeta y su población asume igual condición de endeudamiento.

En algún punto de la cadena crediticia, esta situación hará crisis puesto que la capacidad productiva de la sociedad, sus patrones de acumulación, quedarán por debajo de las demandas y expectativas del capital financiero, de tal forma que la brecha se superará de forma ficticia acudiendo al sobre consumo y estrangulando a la gente con préstamos y más préstamos…¡Es la edad de oro de las tarjetas de crédito, de los automóviles de lujo del año, de las grandes mansiones con piscina, de los viajes turísticos familiares a carísimos hoteles en las playas de Costa Rica!

Con este escenario, era inevitable el colapso bancario. Pero de la esfera financiera, la crisis se traslada rápidamente a la economía real, donde la mayor parte de las empresas operan, crecen y se reproducen con dinero prestado. Entonces, si se contrae el crédito, se reduce al mínimo la contratación de nuevos trabajadores, o se despiden los que están empleados, pues no hay forma de que la empresa continúe su reproducción. Y si no se producen mercancías, el comercio exterior se contrae también, con lo cual la economía roza los niveles de la depresión.

Estamos entonces frente a una espiral depresiva que ha sido recurrente en la historia económica del sistema capitalista desde hace unos ciento cincuenta años, según se vio en la sección anterior. Como ha sido igual de recurrente el que estas situaciones críticas a quienes más perjudican es a los trabajadores, que ponen los muertos en este proceso, pues los capitalistas, para recuperar su capacidad de acumulación y reproducción, saquean la plusvalía acumulada, y despiden a sus empleados o recortan sus salarios, se deterioran las condiciones de trabajo, y los avances logrados por los trabajadores se bloquean o se limitan considerablemente.

Por otro lado, esta nueva crisis contradice los postulados de aquellos que sostenían que después del último evento similar en los años setenta, las economías europea, asiática, la de los países emergentes, como los del viejo socialismo, y la de los países dependientes o semi coloniales, no iban a verse impactadas por el episodio tal y como se ha ido desplegando en los Estados Unidos. Los procesos de globalización han globalizado, más que nunca, los mecanismos de acumulación a escala mundial, y las economías están hoy, como jamás lo estuvieron en el pasado, perfectamente sincronizadas. De tal forma que la teoría del “desacople” carece de sustancia si pensamos en que, los Estados Unidos continúan siendo, aunque precariamente, la locomotora de la demanda a escala internacional, y cualquier catástrofe en los patrones de consumo de la sociedad norteamericana, debería leerse como un derrumbe en los otros componentes de la acumulación a escala internacional.

Si partimos del principio de que dos de las características más notables del capitalismo del siglo XXI son precisamente un aumento espectacular de la tasa de ganancia y la imposibilidad de una expansión de la acumulación, que permita ampliar y profundizar los procesos de reproducción del sistema, nos daremos de frente con el problema que representa para este último el que la desvalorización del capital, y su consecuente incremento en la extracción de plusvalor, impida la gestación de una nueva ola de modernización capitalista, tal y como la había pensado Schumpeter en sus mejores ensueños.

Además, la caída del socialismo real, supuestamente, iba a lanzar unos 800 millones de nuevos consumidores sobre los bienes manufacturados por las naciones industrializadas del viejo capitalismo, pero tal cosa sólo ha generado una nueva ola de preocupaciones para países como Austria, España, Francia, Alemania, Suiza y otros, quienes han prestado enormes cantidades de dinero a los viejos aliados de la fenecida Unión Soviética; y en estados como Hungría, la crisis ya asestó sus primeros golpes reduciendo de forma traumática su capacidad de pago, con lo cual se reducen también las posibilidades reales de la restauración capitalista en estas naciones.

La situación con China es igualmente aleccionadora. Este gigantesco taller de manufacturas es el principal abastecedor comercial de Europa y los Estados Unidos, tanto así como para que ciudades enteras hayan surgido en menos de veinte años, en su totalidad estructuradas para alojar principalmente a trabajadores extranjeros, procedentes de Hong Kong e Indochina, y dedicarse por completo a la fabricación de juguetes por ejemplo. La sobre acumulación[22] en China no ha tenido eco en su descomunal y lenta maquinaria política y administrativa, y, aunque la expansión comercial ha posibilitado alguna modernización de la estructura productiva, este país padece serios problemas laborales y sociales que están al borde de provocar una explosión sin precedentes en época de restauración capitalista, sobre todo en las ciudades costeras, totalmente volcadas a la satisfacción del comercio internacional.

Por otro lado, aunque realmente nadie puede decir a ciencia cierta qué fue lo que pasó con el experimento soviético, después de más de ochenta años la única sensación real que queda de todo eso es que el régimen de planificación central pudo haber fallado en todo, menos en el cálculo de larga duración respecto a las orientaciones posibles de la teoría del valor, para justificar la represión del consumo y una cotidianidad en la que no contaban las opciones personales sino las preocupaciones estatales de largo plazo[23]. Es decir, la supuesta “acumulación socialista”[24] en países como China y la Unión Soviética nunca remontó los designios de la teoría del valor y se agotó en el impulso de una estructura productiva que ponía el énfasis sobre las cosas, antes que en las personas[25].

La producción y transferencia del excedente agrícola para impulsar el desarrollo industrial, postulado clave del régimen de planificación central, y todavía vigente en la mayor parte de los países que se declaran a sí mismos como países socialistas, colapsaron en razón de los atajos burocráticos que tomaba el mencionado excedente. Era así, como entre otros recursos, se servía el socialismo burocrático de inspiración soviética para escamotear las crisis, según ocurriera en los años treinta y setenta del siglo pasado.

Ahora resulta que la mayor parte de los países del viejo socialismo real se han convertido en los principales clientes del crédito generado en Europa Occidental, Estados Unidos y Asia, con lo cual todos los mecanismos de la acumulación socialista se han transferido a una “nueva acumulación primitiva”, que tiende a fortalecer los sectores secundario y terciario, pero dejando intactos los lazos y relaciones de la vieja y corrupta burocracia del socialismo fracasado.

La mayor parte de los grandes magnates que han surgido en Rusia, Ucrania, la República Checa, Polonia, Hungría y otras de estas naciones, está constituida por un grupo de funcionarios que asaltaron y cooptaron las estructuras burocráticas del socialismo real casi inmediatamente después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956, cuando Nikita Kruschev (1894-1971) hiciera las denuncias sobre los atroces crímenes de Stalin (1879-1953); una labor que esmeradamente se continuaría durante el régimen de Brezhnev (1906-1982), y se coronaría con éxito total durante la pomposa Perestroika impulsada por Gorbachov (1931- ), a partir de 1984 hasta el colapso definitivo de la Unión Soviética en 1991. Todo esto prueba que el socialismo burocrático estaba perfectamente bien preparado para recibir la restauración capitalista, y asestar a la clase trabajadora, de paso, uno de los golpes políticos más letales de que tenga memoria la historia social de los últimos doscientos años.    

Con el eufemismo de “países emergentes” se nos quiere vender la idea de que la restauración capitalista fue todo un éxito en naciones como Rusia, donde las quiebras y un sonado fracaso de la política monetaria, impulsada por el Fondo Monetario Internacional, a finales de los años noventa del siglo anterior, se sucedieron sin límite de consecuencias, estableciendo un récord, pues los rusos no sabían lo que era una situación crítica desde los años veinte, durante el llamado “comunismo de guerra”, para enfrentar a la invasión extranjera, luego del triunfo de la revolución bolchevique. Todo para convertirlos en los nuevos consumidores de mercancías, bienes de capital y valores gestados en Alemania, Inglaterra, Austria, España y los Países Escandinavos. De esta forma, un nuevo protagonista se unía a la sincronía crítica que se venía preparando desde principios de la presente década. Los nuevos recién llegados fortalecían así y daban sentido al triunfalismo capitalista, que iría a estar presente en nuestra vida cotidiana a todo lo largo de las últimas dos décadas.

Pero ni la crisis latinoamericana ni la asiática de los años ochenta y noventa hicieron posible que los lugares centrales del capitalismo avanzado se percataran de que algo mayor se avecinaba. México y Argentina, así como Japón, posiblemente la nación capitalista asiática que experimentara las mayores transformaciones imaginables entre 1953 y 1973, quedaron atrapados en una espiral de endeudamiento, de la cual les iría a resultar sumamente difícil escapar, antes de que terminara la primera década del siglo XXI; aunque Japón daba algunos indicios de recuperación desde el 2003. Pero el camino recorrido por América Latina, merece un análisis distinto, debido a las peculiaridades de sus diversas formas de inserción en la economía mundial.

IV. Balance para América Latina.

No todos los intentos latinoamericanos de innovación en política económica obtuvieron los resultados esperados, durante la crisis de los años treinta. Y lo mismo podría decirse del centro, si recordamos el nazi-fascismo en Alemania e Italia, España y Portugal, así como el militarismo en Japón[26]. Pero las resemblanzas que se irían a operar con las dictaduras militares que sacudieron a gran parte de los países de América del Sur, durante los años setenta, no eran la pura coincidencia histórica, sino el resultado de que muchas cosas seguían practicándose igual, a la vuelta de cincuenta años.

La gran depresión de 1930 fue un fenómeno importado que afectó a la América Latina, al menos en cuatro aspectos esenciales:

  1. Restricciones financieras como resultado de las estrictas medidas monetaristas adoptadas por el gobierno de los Estados Unidos en julio de 1928, las cuales provocaron la fuga de capitales y la pérdida de las reservas obligando a los latinoamericanos a desprenderse del patrón oro.
  2. Contracción del comercio internacional que dio como resultado la introducción de medidas proteccionistas en la mayor parte de los países latinoamericanos.
  3. Deterioro de los términos de intercambio y un debilitamiento de los precios de las materias primas y de los alimentos.
  4. Una deflación generalizada incrementó el peso de la deuda externa[27].

Esta secuencia de eventos, detonados mayormente por decisiones y golpes de mano en los Estados Unidos, obligaron a los diseñadores de política económica en América Latina, es decir, a los técnicos, expertos y estrategas políticos, a tomar consciencia de la profunda dependencia de nuestros países con relación a la economía norteamericana. Los supuestos “científicos”, como se les conocía en la dictadura de Porfirio Díaz en México (1876-1911), cuyos afanes de modernización fueron arroyados por el vendaval de la revolución que los removió del poder, no encontrarían eco en una generación posterior que aspiró esencialmente a marcarles el terreno a los empresarios norteamericanos, de ahí en adelante. Quedaba claro, con la crisis del 30, que en América Latina eran urgentes las medidas de política económica requeridas, para sostener cierto margen de maniobra respecto a los aconteceres de la economía mundial y particularmente de la estadounidense. Tales cambios de estrategia serían apuntalados por modificaciones vertebrales en la política monetaria, como el abandono del patrón oro.  

Pero a lo largo del siglo XX, América Latina se haría célebre por la serie de problemas económicos, financieros, políticos y sociales que caracterizaron su desarrollo, y , como irónicamente lo apunta el último premio Nobel de economía, para quien dichas dificultades nada tuvieron que ver con las agencias más agresivas del imperialismo norteamericano en esta parte del mundo[28], la mayoría de ellas se debe a malas decisiones políticas, malos gobiernos, “populismo macroeconómico” en clara alusión a los gobiernos de Chaves en Venezuela, Morales en Bolivia, y otros de igual factura, sin olvidar el “antiamericanismo” de esos que el Ex Presidente Ronald Reagan llamaba “países tan diferentes”, y tan reacios a las bondades del neoliberalismo.

Precisamente, uno de los ejemplos más conspicuos de lo que pudo ser capaz de realizar el neoliberalismo en nuestros países, lo constituye el mal llamado “Consenso de Washington”, el cual estaba constituido por un conjunto de medidas que, no sólo recuerdan las aristas más afiladas del panamericanismo de entre guerras, sino también a lo que puede llegar el imperialismo cuando se encuentra acorralado por su propia incapacidad para resolver los excesos del sistema económico[29].

Decía el Profesor Michael Reid, eminente “experto” en asuntos de América Latina del prestigioso The Economist de Londres, que ninguno de los puntos del Consenso de Washington fue jamás impuesto por ninguna de las instituciones que los estaba catapultando, pues el grueso de los resultados al que llegaron las economías latinoamericanas durante la década perdida de los años ochenta, fue producto de sus propias decisiones y nunca de imposiciones hechas por el FMI o el BM, con quienes más bien negociaron y a los cuales los gobiernos latinoamericanos siempre les fallaron[30]. Habría que recordarle al Prof. Reid que en Costa Rica a los comisarios del Fondo Monetario Internacional se los declaró non gratos y se los expulsó del país, durante el gobierno del Ex Presidente Rodrigo Carazo Odio (1978-1982).

El punto de origen del Consenso de Washington, uno de los instrumentos mejor elaborados de los neoliberales del momento para retomar el control en la economía latinoamericana, estaba en la crisis de la deuda latinoamericana de 1982. De acuerdo con ellos, América Latina había estado viviendo hacía mucho rato por encima de sus posibilidades reales, con dinero prestado desde mediados de los años setenta. Sin embargo, algunos expertos latinoamericanos y banqueros extranjeros creyeron por un momento que la crisis de la deuda era un asunto pasajero, un ligero y transitorio problema de liquidez, hasta que su estallido en el caso de México, los puso frente a la evidencia de que se trataba de una de los eventos más serios que hubiera afectado a un solo país desde 1929.

Al inicio de los años ochenta, la economía mundial se topó de frente con una desagradable combinación de factores, entre los que estaban los altos precios del petróleo, un crecimiento lento y retardatario, inflación, tasas de interés crecientes, y una caída de los precios de las materias primas. Esta combinación, contribuyó mucho para que la crisis de la deuda fuera disparada, e hiciera cualquier proceso de recuperación sumamente difícil. Los años, como decíamos atrás, de vivir por encima de sus posibilidades reales, se habían acabado para América Latina.

De esta manera, la región se vio lanzada a una salvaje miríada de intentos para ajustar la situación. Algunos gobiernos, tomaron medidas para reducir con violencia las importaciones, el gasto público y la demanda interna, con lo cual pensaban impulsar las exportaciones para reducir la brecha del endeudamiento y así poder dar la talla con los acuerdos de readecuación del mismo. Esto tuvo un impacto inversamente proporcional en el flujo de dinero, pues el ingreso neto de capital promedió entre 1976 y 1981 unos $12 billones de dólares, y los egresos netos promediaron unos $26.4 billones durante los cinco años siguientes.

Para el latinoamericano de a pie un escenario así era realmente dramático, pues en 1986 el ingreso per cápita se acercó al 0.7% por debajo del alcanzado en 1982; y, para 1992, aún no había recuperado el nivel de los diez años anteriores. La inflación, un componente crónico en la historia económica reciente de América Latina, despegó sin precedentes, y la devaluación que la acompañó luego incrementó el precio de las importaciones. Los recortes presupuestarios fueron anulados por la recesión, la cual, a su vez, redujo los ingresos por impuestos, obligando a los gobiernos a imprimir dinero de manera impresionante.

La inflación promedio anual en unos 19 países de la región fue de 33% en 1970 y de 437% en 1980. Algunos de esos países experimentaron una devastadora hiperinflación, lo cual nos hace recordar que la inflación actúa como una especie de impuesto contra los pobres, pues los más ricos, si ahorran divisas, propiedades o valores, quedarán protegidos contra cualquier inestabilidad monetaria, pero los más desprotegidos carecen de cualquiera de estas alternativas. Una tasa inflacionaria de esta naturaleza crea una gran desconfianza contra los gobiernos, dispara los conflictos sociales, e impide la planificación financiera, los pactos sociales de cierta duración, y la toma de decisiones en el corto plazo, que beneficie a la mayor parte de la población.

Entonces, a mediados de los años ochenta se lanzaron una serie de propuestas que buscaban atacar este problema de manera estructural en países como Brasil, Argentina y Perú, con las cuales se buscaba quebrar la espiral inflacionaria y controlar más de cerca a los mecanismos monetarios y de precios. Se creía que gran parte de la situación inflacionaria inédita era debida a la insuficiencia de la demanda, y a la incapacidad de los productores para innovar. Se sabe, sin embargo, que para finales de la década, la situación había empeorado. Con este escenario, algunos gobiernos optaron por la salida más neoliberal posible, como en el caso de Chile, donde los éxitos económicos de la dictadura de Pinochet, le fueron atribuidos a la gran capacidad de la clase empresarial, a su talento para aprender de lo que estaba sucediendo en Asia, y a que toda la seguridad social fue sometida a revisión y a un desmantelamiento progresivo, en el que se fueron de por medio, líderes sindicales, organizaciones populares y partidos políticos ligados alguna vez con el Presidente Salvador Allende.

Este abandono de prácticas económicas en las cuales el Estado había jugado un papel esencial, hizo factible la promoción del famoso documento preparado por John Williamson, que recogió en diez puntos las aspiraciones neoliberales más sentidas por un conjunto de políticos, intelectuales, empresarios, economistas y técnicos que creían en la posibilidad de superar la situación económica y social que vivía América Latina, en aquel momento, a través de tres ejes vertebrales:

  1. La estabilidad macroeconómica.
  2. Desmantelar el proteccionismo y abrirse totalmente al comercio exterior, la competencia y la inversión extranjera.
  3. Reformar el papel del estado y reforzar el de los mercados con el fin de hacer más confiables su capacidad para reasignar recursos y capacidades.

Estos tres ejes serían el resultado de una estrategia compuesta por los diez puntos mencionados y que eran los siguientes:

  1. Déficit fiscal lo menor posible para que pudiera ser financiado sin acudir a tácticas inflacionarias.
  2. Gasto público redireccionado para reforzar la inversión en educación, salud e infraestructura.
  3. Reforma fiscal que ampliara la base impositiva y redujera sus tasas marginales.
  4. Liberalización financiera, con la intención de que fueran los mercados los que establecieran las tasas de interés.
  5. Una tasa de cambio uniforme lo suficientemente competitiva como para inducir el rápido crecimiento de las exportaciones no tradicionales.
  6. Sustitución de las restricciones cuantitativas al comercio por tarifas, las cuales serían progresivamente reducidas hasta lograr una tarifa uniforme con un rango del 10% al 20%.
  7. Eliminación total de las barreras que impidan el ingreso de la inversión extranjera directa.
  8. Privatización de las empresas del Estado.
  9. Abolición de todas las restricciones para el ingreso de nuevas firmas extranjeras que pudieran competir con firmas nacionales, incluso en el nivel laboral.
  10. Provisión para proteger todos los derechos de propiedad, especialmente en el sector informal[31].

Este ideario neoliberal, apoyado en algunos de sus puntos, por organizaciones como la CEPAL, de supuesta trayectoria estructural y ortodoxa, haría saltar en pedazos a la economía Argentina, durante los años noventa, y produciría serias transformaciones políticas y sociales en Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay y Uruguay (recientemente también en El Salvador) calificadas de populistas por aquellos que vieron en el retorno de estos pueblos a la cuestión social y a una renovada participación del Estado, como la gran pérdida del terreno avanzado por los comisarios del capital, liderados por el ahora considerado obsoleto Fondo Monetario Internacional.

El Consenso de Washington, que bien podría ser llamado también Bretton Woods II, era la expresión neoliberal de un nuevo régimen financiero que habría surgido después de la crisis de 1975-1977, y que se extendería hasta los inicios de la crisis actual. Recordemos, al mismo tiempo, que Bretton Woods I, era el resultado del triunfo de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, que puso en sus manos el control de la estructura financiera internacional[32].

Para América Latina, este cambio de régimen marcaba la diferencia de haber aplicado un modelo perverso que separaba lo económico de lo social, ponía el énfasis sobre la estabilidad contra el crecimiento, y diferenciaba la responsabilidad de la justicia, creando una clase de desesperación social en nuestros países, que los condujo inevitablemente a buscar nuevos caminos y a retomar los viejos donde se habían detenido, debido a golpes de estado y dictaduras militares. Eran las dos caras de una misma moneda: de haber sido el campo de batalla experimental para las más exacerbadas expresiones del neoliberalismo, América Latina tenía ahora que enfrentar las consecuencias de su más sonado fracaso[33].

Para el año 2004, prácticamente, la nueva plataforma panamericanista de los Estados Unidos, el ALCA, estaba muerta, y se daba inicio así a una nueva era de gobiernos progresistas, de izquierda y centro-izquierda que pretendían iniciar una nueva era en la cual las abrumadoras diferencias económicas, sociales, políticas y culturales de la región podían ser superadas. Recordemos, finalmente, que el único país de América Latina y del Caribe, para el cual el neoliberalismo era extraño, fue Cuba, cuyo maltrecho socialismo tuvo que hacer las mejoras y modificaciones requeridas con tal de que la debacle soviética no se la tragara.      

Para el 2002, en el mundo subdesarrollado, América Latina era la región donde el proceso de privatización había alcanzado niveles insospechados, tanto así como el 40% del total de las ganancias obtenidas fuera del mundo desarrollado. El proceso no sólo fue masivo en lo que respecta a su escala sino también con relación a su velocidad, pues, mientras Gran Bretaña vendía unas veinte firmas estatales en cuestión de diez años, en México se vendían ciento cincuenta en seis años. Con la excepción de Chile después de 1973, donde la velocidad y profundidad de la privatización durante la dictadura alcanzó niveles excepcionales, en el resto de América Latina, la estampida de la privatización arrasó con todo, durante los años noventa. La propiedad estatal y el control de los bancos, telecomunicaciones, petróleo, gas, petroquímicos, agua, transporte público y electricidad fueron parte de un botín festivo en países como México, Argentina, Brasil, Perú, Bolivia, Venezuela y Paraguay[34].

Esta privatización no fue únicamente el producto de presiones externas, según se ha visto al hablar del Consenso de Washington, sino sobre todo de una nueva hornada de coaliciones del capital interno y externo que emergería en América Latina, poco después de la crisis de la deuda al empezar la década de los años ochenta. Para ello había que hacer importantes modificaciones al aparato de Estado, tal y como hubiera surgido después de la Segunda Guerra Mundial, y ello exigía igualmente una transformación a fondo de la estructura sindical, de las distintas estrategias de negociación laboral, así como de los partidos políticos, que volvían, algunos, a la vieja modalidad clientelista y caudillista del pasado.

Ahora bien, si la presente crisis del sistema capitalista mundial es el tiro de gracia a las prácticas neoliberales, ese es un asunto que todavía está por verse, pero hay algo que sí es tangible y que está empezando a mortificar a la mayoría de los grupos sociales dominantes en América Latina, nos referimos a la rearticulación de ciertas organizaciones de izquierda, que pudieran haber venido a menos debido a la gran capacidad represiva desplegada por las alianzas cívico-militares, que tiñeron de sangre a nuestros países durante los últimos treinta años del siglo veinte. Pero este es un tema para otro momento.

IV. Conclusiones.

¿Era previsible esta crisis que ya tenemos encima, con toda su violencia y su injusticia? ¿Se veía venir desde que México, allá por 1995, nos diera los primeros indicios de lo que podría ser una nueva recesión de gran envergadura? Debemos tener algo bien claro: en la sociedad capitalista, los académicos, y especialmente los economistas al servicio del sistema, no tienen interés alguno en escamotear las crisis periódicas en que se hunde el mismo. Se vuelven apasionados y sumamente interesados en el estudio del fenómeno, al ritmo dictado por esa misma periodicidad, como si se tratara de un cometa que cada cierto tiempo, según la vieja creencia, se acercara a la Tierra y amenazara con su destrucción total.

Esos académicos, científicos sociales, humanistas, políticos, empresarios y estrategas políticos, sólo tienen interés en controlar la crisis, no en preveer sus efectos o desviarlos. Es que durante mucho tiempo ha estado meridianamente claro que las crisis son sumamente útiles al sistema capitalista. Le permiten, a sus promotores y merodeadores, sacar partido de la situación, y de la destrucción total que se produce, en todos los terrenos imaginables, buscan salir más fortalecidos y visionarios, nunca más previsores, para prepararse a recibir el nuevo impacto del cometa.

Hemos visto, a lo largo de este ensayo, que existe toda una teoría y un conjunto de métodos para estudiar el ciclo económico y sus crisis. Pero tales herramientas teóricas y analíticas, solo permiten un conocimiento libresco de la situación. La vivencia cotidiana de una realidad crítica con estas características, las dimensiones trágicas del escenario desplegado debido a la irresponsabilidad histórica de los dueños del poder y de la riqueza es de tal magnitud, que las implicaciones humanas son sólo perceptibles en el largo plazo.

No podía ser de otra forma, pues en el sistema capitalista quienes pagan el costo de la recuperación son precisamente los trabajadores. Sin embargo ellos, en cada crisis periódica pueden también variar su abanico de opciones políticas, y plantearse nuevas rutas y nuevas vías para que la crisis no los liquide. Así lo prueban las experiencias recientes de varios países de América Latina, donde el neoliberalismo, tal vez el principal responsable de todo este desmadre financiero, crediticio y económico, hizo todos sus esfuerzos y dio lo mejor de sí, para que la sociedad latinoamericana fuera una de las más desiguales del planeta.

Sin embargo, la mayor parte de estos gobiernos populistas latinoamericanos han tenido que negociar con las burguesías nacionales, para que el espacio de maniobra política no se les redujera y les impidiera impulsar los planes de trabajo que tenían pensados al servicio de las grandes mayorías. En esas negociaciones se han sacrificado una gran cantidad de conquistas de los trabajadores, aunque los avances en otros terrenos legitiman las medidas de recuperación nacional, a pesar de que dejan intacto el funcionamiento del sistema económico.

En América Latina la lucidez de algunos líderes políticos es suficiente como para dejarnos ver que, como decía Lenin, en épocas de crisis hay que construir utopías, para que las transformaciones posibles de la realidad produzcan la menor cantidad de situaciones traumáticas, las cuales, como siempre, serán bien aprovechadas por los dueños del capital. Hoy, en Bolivia, Venezuela, Brasil, y otros países con gobiernos de centro-izquierda, se intenta volver a las épocas cuando las personas eran más importantes que las mercancías. Dejémoslos crecer….ya veremos.

Pero entre tanto, habría qué preguntarse también lo que pueden haber estado haciendo Brasil, Argentina y México en el último encuentro del G-20 en Londres, cuando es bien sabido que la reestructuración del endeudamiento externo, la reactivación del crédito y el nuevo aliento que se espera dar a los flujos internacionales de capital, siempre perjudican a los países pobres. Pudiera ser que los grupos poderosos de esos tres países latinoamericanos busquen participar de las migajas que arrojarán los herederos de Bretton Woods, cuando se anuncia un “nueva era de prosperidad y progreso para los pueblos libres del planeta”. Tan estrecha y condicionada noción de libertad es la misma que ahora trae a la quinta cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, el Presidente Obama de los Estados Unidos, heredero paniaguado de la tradición “clintoniana”, uno de los soportales del Consenso de Washington.

Para conjurar la profunda tristeza de su lamentable tradición histórica en materia diplomática, la burguesía costarricense se vuelve ahora una de las grandes abanderadas en favor de levantar el bloqueo contra Cuba, cuando nuestros gobiernos siempre jugaron el más nefasto papel de corifeos al servicio de Washington. Y más de cuarenta años de servilismo así lo prueban. Discutir sobre el bloqueo contra Cuba, sin que Cuba y Puerto Rico estén presentes en la mencionada cumbre, sólo indican lo poco que han avanzado las clases dominantes en América Latina, cuando se trata de presentar un frente opositor común a los desmanes del imperio. Por eso, no debería sorprendernos la presencia de Brasil, Argentina y México en el foro del G-20, que terminó siendo el lacrimoso responso por la muerte del neoliberalismo. ¿Qué dirán entonces estos nostálgicos de nueva generación, a los nostálgicos que después de la muerte del socialismo real enjugaron sus lágrimas con el pañuelo de la restauración capitalista?    

Notas.



Paolo Guerrieri. 1990. P. 14.

Renato Giannetti. 1988. P. 9.

Joseph Schumpeter. 2005. Tomo I. Ver la Introducción.

Renato Giannetti. Op. Cit. P. 26.

Ibídem. Loc. Cit.

Ernest Mandel. 1995. P. 6.

Ibídem. P. 25.

Richard Day. 1981. P. 30.

Carlos Marichal. 1988. Capítulo 2.

Alessandra Pescarolo. 1991. P. 30.

Pierluigi Ciocca. 1988. P. 27.

Manuel Castells. 1978. P. 13.

Ernest Mandel. 1978. P.34. Mandel menciona unas veinte crisis de super producción: 1816,1825,1836,1847,1857,1866,1873,1882,1891,1900,1907,1913,1921,1929,1937,1949,1953,1958,1961,1970. El año indicado es el punto de despegue.

Ibídem. P. 12.

Andrew Gamble y Paul Walton. 1980. Pp. 292 y ss.

Christian Palloix.1980. P. 268.

André Gunder Frank. 1988. Capítulo II.

Paul Mattick. 1977. “Los capitalistas viven la crisis como falta de demanda para las mercancías, los trabajadores como falta de demanda de su fuerza de trabajo”. P. 99.

Ernest Mandel. 1980. Capítulo XXV.

Homa Katouzian. 1982. P. 48.

Juan Chingo. Diciembre 2008-Enero 2009.

Isaac Joshua define de esta manera una crisis de sobre acumulación: “[...]una acumulación del capital que se

efectúa a un ritmo tal que no puede sostener en el tiempo la tasa de ganancia que esperan los que aportan

el capital. La sobre acumulación es, de cierto modo, una acumulación que no supo detenerse a tiempo. La

inversión resulta al principio del período de ascenso, en tasas de ganancias muy altas. Pero después, por el

hecho mismo del ascenso, las cosas se degradan: por ejemplo, los nuevos kilómetros de vías de ferrocarril

instalados son menos rentables que los viejos, el mercado potencial es sobreestimado o se estanca más

rápido que lo previsto, otros países empiezan a producir con precios más bajos (y comienzan a captar el

mercado), los costos de producción (entre los cuales están los salarios) aumentan fuertemente, etc. La

acumulación tendría que reducirse. Pero, envalentonados por las tasas de ganancias elevadas, atraídos por

el afán de ganancias, llevados por la euforia, la inversión sigue con la esperanza de que lo que funcionó

una vez seguirá funcionando en el futuro, que nos irá mejor que a la competencia, etc. Una parte de las

ganancias termina de acumularse en puras pérdidas. La oferta se incrementa, cuando los precios están

demasiado bajos para asegurar la rentabilidad esperada de las capacidades ya en funcionamiento. Una

coyuntura pasajeramente favorable, un endeudamiento renovado, políticas gubernamentales de apoyo,

etc. pueden, durante un tiempo, enmascarar la situación y postergar los ajustes. Pero, tarde o temprano, la

realidad se impondrá sola y el ajuste será aun más brutal ya que la sobre acumulación habrá sido llevada a

niveles muy altos”. 2006. P.182. Citado por Juan Chingo en Crisis y contradicciones del capitalismo del siglo XXI. 2007. Nota 4. P. 14.

Paul Krugman. 2009. P. 11.

Diego Azqueta Oyarzún. 1983. Capítulo 5.

“The emancipatory interests, on the other hand, are oriented to the growth, differentiation and self-realization of the personality in all dimension of human activity. They demand above all the potentially comprehensive appropriation of the essential human powers objectified in other individuals, in objects, modes of behaviour and relationships, their transformation into subjectivity, into possession not of the juridical person, but rather of the intellectual and ethical individuality, which presses in its turn for more productive transformation” . Rudolf Bahro. 1978. P. 272.

Carlos F. Díaz Alejandro. 1984. Capítulo 2. P.46.

Daniel Díaz Fuentes. 1998. Capítulo 15. P. 445.  

Paul Krugman. “For generations, Latin American countries were almost uniquely subject to currency crises, banking failures, bouts of hyperinflation, and all the other monetary ills known to modern man. Weak elected governments alternated with military strongmen, both trying to buy popular support with populist programs they could not afford. In the effort to finance these programs, governments resorted either to borrowing from careless foreign bankers, with the end result being balance-of-payments crisis and default, or to the printing press, with the end result being hyperinflation. To this day, when economists tell parables about the dangers of “macroeconomic populism”, about the many ways in which money can go bad, the hypothetical currency is by convention named the “peso”. Op. Cit. 2009. P. 31.

Michael Reid.2007. Capítulo 6. Este libro está considerado por algunos analistas, como uno de los mejores que se ha escrito sobre el tema en los últimos veinticinco años.

Idem. P. 134.

Idem. Loc. Cit.

Robert Wade. 2008. P.5.

Emir Sader.2008. P.5.

Carlos Aguiar de Medeiros.2009. P.109.

Bibliografía citada.

Alejandro, Carlos F. Díaz. Latin America in the 1930s. En Rosemary Thorp (Editor). Latin America in the 1930s. The Role of the Periphery in World Crisis. 1984.New York, St. Martin´s Press.

Azqueta Oyarzún, Diego. Teoría económica de la acumulación socialista. Análisis de dos experiencias históricas: URSS (1927-1932) y China (1949-1962). 1983. Madrid: H. Blume Ediciones.

Bahro, Rudolf. The Alternative in Eastern Europe. 1978. London and New York: New Left Books.

Castells, Manuel. La teoría marxista de las crisis económicas y las transformaciones del capitalismo 1978. Madrid, España: Siglo XXI editores. 3ª. Edición.

Chingo, Juan. El capitalismo mundial en una crisis histórica. Revista Estrategia Internacional Diciembre 2008-Enero 2009. Buenos Aires, Argentina. No. 25.

Ciocca, Pierluigi. Crisi economiche: il novecento. Enciclopedia Il Mondo Contemporaneo. Serie Economia e Storia. A cura di Marcello Carmagnani e Alessandro Vercelli. 1988. Firenze, Italia. La Nuova Italia Editrice.

Day, Richard. The Crisis and the Crash. Soviet Studies of the West (1917-1939) 1981. London and New York: Verso Books.

De Medeiros, Carlos Aguiar. Asset-Stripping the State. Political Economy of Privatization en Latin America. En New Left Review. Jan/Feb 2009. London, No.55.

Díaz Fuentes, Daniel. Latin America During the Interwar Period: The Rise and Fall of the Gold Standard in Argentina, Brazil, and Mexico. En John H. Coastworth and Alan M. Taylor (Editors). Latin America and the World Economy Since 1800. 1998. Harvard University Press. David Rockefeller Center for Latin American Studies.

Frank, André Gunder. El desafío de la crisis. Ensayos sobre la crisis económica mundial. Ironías políticas internacionales y desafío europeo. 1988. Madrid: Iepala editorial.

Gamble, Andrew y Walton, Paul. El capitalismo en crisis. La inflación y el Estado 1980. México: Siglo XXI editores. 3ª. Edición.

Giannetti, Renato. Crisi economiche: L´ottocento. 1988. Enciclopedia Il Mondo Contemporaneo. Serie Economia e Historia. A cura di Marcello Carmagnani e Alessandro Vercelli. No. 4. Firenze, Italia. La Nuova Italia Éditrice.

Guerrieri, Paolo. Flutuazioni. Enciclopedia Il Mondo Contemporaneo. Serie Economia e Storia. A cura di Marcello Carmagnani e Alessandro Vercelli. No. 3. 1990. Firenze, Italia. La Nuova Italia Editrice.

Joshua, Isaac. Une trajectoire du capital. 2006. Paris, Editions Syllepse.

Katouzian, Homa. Ideología y método en economía. 1982. Madrid: Blume Ediciones.)

Krugman, Paul. The Return of Depression Economics and the Crisis of 2008. 2009. London and New York. W.W. Norton & Co.

Mandel, Ernest. La crisis 1974-1980. 1980. México: ERA.

Mandel, Ernest. Long Waves of Capitalist Development. A Marxist Interpretation. 1995. London and New York. Verso Books.

Mandel, Ernest. The Second Slump. A Marxist Analysis of Recession in the Seventies. 1978. London: NLB.

Marichal, Carlos. Historia de la deuda externa de América Latina. 1988. Madrid: Alianza.

Mattick, Paul. Crisis y teoría de la crisis. 1977. Barcelona: Península.

Palloix, Christian. Proceso de producción y crisis del capitalismo. 1980. Madrid: Harold Blume Ediciones.

Pescarolo, Alessandra. Grande Depressione (1873-1896) Enciclopedia Il Mondo Contemporaneo. Serie Economia e Storia. A Cura di Marcello Carmagnani e Alessandro Vercelli. 1991. La Nuova Italia Editrice, Firenze. Italia.

Reid, Michael. Forgotten Continent. The Battle for Latin America´s Soul. 2007. New Haven and London. Yale University Press.

Sader, Emir. The Weakest Link? Neoliberalism in Latin America. En New Left Review. July/Aug 2008. No.52. London.

Schumpeter, Joseph. Business Cycles. A Theoretical, Historical, and Statistical Analysis of the Capitalist Process. 2005. London and New York. Martino Publishing Co. Mansfield Centre. CT. El original es de 1939. Tomo I.

Wade, Robert. Financial Regime Change? En New Left Review (Sept/Oct. 2008. No.53. London.

Más artículos…

Hemeroteca

Archivo