Por Armando Tezucún

Del 6 al 10 de junio se celebró en Los Ángeles, California, la novena Cumbre de las Américas, convocada por el gobierno de Estados Unidos. Esta cumbre ha reunido a los presidentes de las naciones americanas más o menos cada tres años desde 1994. En esta edición del evento se hicieron evidentes las dificultades por las que atraviesan las relaciones entre la administración de Joseph Biden y los gobiernos de algunos países latinoamericanos claves para la política exterior estadounidense.  

Es necesario señalar que el expresidente Donald Trump hizo todo lo posible para deteriorar las relaciones entre países del área y Estados Unidos, con medidas y actitudes prepotentes y despectivas, y sobre todo con la imposición de políticas extremas en el tema migratorio; como parte de esa tendencia, evitó asistir a la anterior cumbre por no considerarla importantes.

Biden fracasó en su convocatoria

La novena cumbre significaba, entonces, una oportunidad para la administración Biden de reparar el daño causado por su antecesor, recuperando el liderazgo de Estados Unidos sobre el continente. Pero empezó con mal pie a rehusarse a invitar a los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, a quienes señala de violar sistemáticamente los derechos humanos de sus ciudadanos. El resultado fue, primero, una incertidumbre sobre los invitados que acudirían, y finalmente la ausencia de presidentes de países claves para la política exterior estadounidense, en especial la política migratoria, como México y los países del Triángulo Norte Centroamericano. Además de los mandatarios de estos países, se ausentaron los de Bolivia y Uruguay. En la última cumbre, celebrada en Lima, asistieron 34 países; esta vez se presentaron solamente 23.

No todas las ausencias se debieron a las críticas contra la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Los presidentes de Guatemala y El Salvador, con abiertas tendencias autoritarias, se rehusaron a asistir en protesta por las presiones de la administración Biden contra la corrupción y en defensa de una administración transparente de la justicia; el presidente estadounidense hizo reiteradas referencias al tema durante la cumbre, como “La democracia está siendo atacada en todo el mundo, unámonos nuevamente y renovemos nuestra convicción de que la democracia no solo es la característica definitoria de la historia estadounidense, sino el ingrediente esencial para el futuro de las Américas” (La Hora 12/06/2022). A pesar de que los presidentes ausentes enviaron a sus cancilleres, fue notoria la falta de entusiasmo, la frialdad y las críticas de los participantes hacia Estados Unidos.

Y es que mientras los países de la región eran ignorados por la administración Trump, éstos formaron nuevas alianzas con otras potencias como China, Rusia y Turquía. En enero el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, viajó a Ankara y firmó importantes acuerdos de cooperación económica, intercambio académico y cooperación en el ámbito tecnológico. China ha firmado acuerdos y contratos con países como Panamá, El Salvador y Nicaragua; y Rusia ha incrementado sus relaciones económicas con Perú, Venezuela y Brasil. Estas nuevas potencias no condicionan su alianza a la implementación de medidas democráticas, como sí pretende hacer la administración Biden, y estas alianzas expresan los intereses de nuevos sectores burgueses emergentes que compiten con las transnacionales estadounidenses.

El esfuerzo del gobierno estadounidense por recuperar la hegemonía y los amigos en la región se vio mermado por la evidente imposición de un tema que es de su propio interés, sobre todo en un año de elecciones legislativas, en las que el Partido Demócrata podría perder el control del Congreso: el candente tema de la migración, que dominó la cumbre. El principal acuerdo es la Declaración de Los Ángeles sobre Migración y Protección, firmada solamente por 20 de los 35 países de la región. En una muestra de que la política de Estados Unidos hacia América Latina aún se guía por sus propios intereses, el acuerdo busca comprometer a los países del área a tomar medidas para reducir el flujo migratorio hacia el norte.  

La declaración sobre migración

El documento incluye cuatro pilares. El primero es estabilidad y asistencia para las comunidades, que compromete a países que reciben refugiados y migrantes a implementar políticas de asistencia humanitaria, solidaridad, regularización y status de protección temporal para estas personas; estos países son Belice, Colombia, Costa Rica y Ecuador, que han recibido refugiados de Venezuela, Nicaragua, Centroamérica y Cuba. Estados Unidos proporcionará con este fin aportes por US$ 339 millones a través de diferentes agencias.

El segundo es ampliación de las vías legales, que compromete a Canadá, México, España (que participó como país observador) y Estados Unidos con medidas de reubicación de refugiados, integración socioeconómica y laboral para refugiados, programas de reclutamiento y migración legal de trabajadores temporales y fronterizos, etc.

El tercer pilar es sobre gestión humana de la migración en las fronteras, que pretende combatir a las redes de contrabando de personas, mejorar la eficiencia y objetividad de las condiciones de asilo en la frontera, facilitar las condiciones de retorno de migrantes que no tengan necesidad de protección a sus países de origen, mayor intercambio de información y cooperación legal bilateral y regional para enfrentar el contrabando de migrantes y la trata de personas.

El cuarto pilar versa sobre dar una respuesta coordinada ante las emergencias, para dar respuesta a movimientos masivos de migrantes y refugiados.

Estas medidas en realidad no atacan las causas reales de las oleadas migratorias, que son la falta de empleos, la violencia, la ausencia de servicios básicos como salud, educación, etc. El gobierno de Estados Unidos no ignora estos causales de la migración y pretende darles respuesta mediante la Asociación de las Américas para la Prosperidad Económica, un acuerdo que pretende impulsar la recuperación y el crecimiento de la economía de la región mediante cinco ejes. Pero para el área centroamericana lo esencial es el plan impulsado por la vicepresidente Kamala Harris, lanzado en 2021 bajo el nombre de Llamado a la Acción.

Llamado a la acción, un llamado a forjar jugosos negocios

Entre los funcionarios del gobierno gringo que se hicieron presentes en la cumbre estuvo la vicepresidente Harris, quien anunció que diez nuevas empresas se sumaron al proyecto “Llamado a la Acción”, con la intención de invertir US$ 1,900 en los próximos años. Con ello, ya llegan a 40 empresas las que se han comprometido a invertir en diversas áreas, con un total prometido asciende ya a US$3,200 millones en negocios.

El plan es coordinado entre el Departamento de Estado, la organización independiente Partnership for Central América, y la USAID. Se propone desarrollar la región mediante la promoción de la inclusión digital y financiera; la seguridad alimentaria y la agricultura climáticamente inteligente; adaptación al clima y energía limpia; educación y desarrollo de la fuerza de trabajo; y el acceso a la salud pública.

Por muy bonito y seductor que parezca este plan, sabemos que cualquier intento de mejorar la economía y el nivel de vida de las y los trabajadores que involucre a los empresarios estará destinado al fracaso, pues la prioridad siempre serán las ganancias. Es un sueño de ilusos pensar que porque están asociados con la vicepresidente Harris los capitalistas empezarán a pagar salarios acordes al costo de la vida, a ofrecer condiciones laborales aceptables, a cumplir con las leyes de la seguridad social, a cumplir con un trato justo hacia las mujeres trabajadoras, etc. Al contrario, el empresariado del Triángulo Norte basa sus ganancias en la sobrexplotación de la mano de obra, en el pago de sueldos precarios, en el robo de las cuotas patronales a la seguridad social, en despidos injustos, en la creación de trabajos a tiempo parcial, y en la destrucción del medio ambiente.

Y en efecto, en el listado de empresas que se han enrolado en el plan de Harris encontramos viejos tiburones voraces, como Corporación Agroamérica, que se basa en la explotación de la palma aceitera; Millicom, empresa de capital europeo que el año pasado adquirió al gigante de las telecomunicaciones Tigo; Pantaleón, un conglomerado de la industria azucarera, conocida por el daño renal que produce en sus trabajadores en época de corte y el daño ambiental producido por la quema de plantaciones. Las otras nuevas empresas son Coatl (servicios digitales), Fundación Terra (sectores de energía, petróleo, retail e inmobiliario), Gap Inc. (textiles y ropa), San Mar (ropa), Unifi (hilos reciclados y sintéticos), Visa (inclusión financiera e infraestructura digital), Yazaki North America (componentes automotrices). La realización de la Cumbre atrajo también a otras empresas ávidas de hacer negocios, como Aceros de Guatemala y Cementos Progreso, propiedades de rancias familias oligárquicas guatemaltecas y con inversiones en la región.

El encuentro realizado en Los Ángeles puso de relieve el deterioro del liderazgo de Estados Unidos, que es cuestionado tanto por gobiernos autoritarios como por gobiernos supuestamente progresistas. También ha puesto en evidencia que el intento de la administración Biden de solucionar las causas sociales y económicas de la migración dentro del marco del sistema capitalista, lo lleva inevitablemente a aliarse con la oligarquía y el empresariado de la región, que son precisamente los causantes de las situaciones que empujan a los trabajadores a migrar; un intento, pues, que está destinado al fracaso. Son los propios trabajadores y trabajadoras de centro y Latinoamérica los que tienen en sus manos la solución de sus problemas, luchando y movilizándose por un programa democrático radical que conduzca a la revolución socialista.  


Un partidario de Trump ondea la bandera de la confederacion esclavista, al tomarse por asalto el Capitolio

 

Por Orson Mojica

La democracia en Estados Unidos está en crisis. Este hecho de la realidad, forma parte de un proceso de crisis mundial de los valores de la democracia liberal, que a su vez es una manifestación de la crisis general de la economía capitalista. La crisis de la democracia, tanto en el mundo como en Estados Unidos, esta asociada a la crisis económica. La democracia burguesa no puede existir sin condiciones materiales para adormecer a las masas trabajadoras.

Los primeros síntomas de la crisis del sistema

Estados Unidos ha sufrido periódicamente periodos de crisis. En el siglo 19 fue la guerra civil y en el siglo XX fue la gran depresión de los años 30. Por ausencia de una conducción revolucionaria, el sistema capitalista y la democracia liberal lograron salir avante.

El fin del boom económico de la postguerra, y la pérdida de peso económico de Estados Unidos dentro de la globalización capitalista, se traducido en una decadencia sistemática. Las nuevas potencias imperialistas como Rusia y China, ocupan cada vez más espacio económico y militar en las relaciones internacionales, en detrimento de Estados Unidos.

La crisis económica está íntimamente relacionada con la crisis política. Los primeros síntomas de la crisis de la democracia norteamericana se manifestaron en la elección presidencial del año 2000, cuando George Bush se impuso con 271 votos del Colegio Electoral (un elector tránsfuga demócrata voto a favor de Bush) contra los 266 de Al Gore. A pesar que este había obtenido más votos de medio millón de votos a nivel popular, perdió los 25 votos del Colegio Electoral del Estado de Florida por apenas 537 votos populares (después de que el caso fuera llevado hasta la Corte Suprema de Justicia, algo nunca antes visto).

La administración de Barack Obama

El estallido de la crisis financiera del año 2008, conmocionó a Estados Unidos. Millones de trabajadores perdieron sus empleos y sus viviendas. La clase media se empobreció. Esto produjo luchas y una radicalización que fue aprovechada por la verborrea de Barack Obama (2009-2017), el candidato presidencial del Partido Demócrata. No obstante, como era de esperarse, la administración Obama desencantó a muchos. Terminó socorriendo financieramente a los grandes bancos y monopolios financieros, y aunque logró crear un sistema de seguros de salud para los más de 47 millones de pobres que no tenían seguridad social, conocido como Obama Care”, la cobertura de este servicio era y sigue siendo muy limitada.

Bajo la administración Obama se produjo el surgimiento del movimiento conocido como “Tea Party”, la expresión política de una corriente ultraderechista dentro del Partido Republicano, pero que también aglutinaba a grupos racistas y fascistas, que siempre han existido en las sombras.

El Tea Party organizó protestas e incidió para que los republicanos controlaran el Congreso del 2014 en adelante, amarrándoles las manos a Obama, quien se había desgastado por el incumplimiento de las promesas electorales

El advenimiento de Trump

El Tea Party sentó las bases para un reagrupamiento ultra derechista y racista con la candidatura presidencial de Donald Trump (2017-2021), quien en las elecciones internas del 2016 desplazó a la cúpula dirigente del Partido Republicano. Trump fue la expresión contraria al fenómeno de Obama, un contra fenómeno. Tanto Obama como Trump surgieron en periodo de crisis económica y de empobrecimiento generalizado de la población norteamericana. Son los extremos del mismo fenómeno económico y de expresiones políticas contrarias.

Trump ganó las elecciones del 2016 apoyándose en los trabajadores de la manufactura (muchas de esas fabricas cerraron para irse a China o México), la mayoría son blancos de ascendencia europea. También se apoyó en la enorme masa de pequeños granjeros arruinados, ubicados en el centro de Estados Unidos, y en las capas sociales urbanas más ricas de las minorías (negros, latinos, etc.). El discurso racista y xenófobo, contra la inmigración (legal o ilegal) tuvo eco en estos sectores sociales, o sea que el Trumpismo reflejó la desesperación de una buena parte del proletariado blanco y de un sector de las minorías, que creen que el origen de la decadencia de Estados Unidos está en la excesiva inmigración (legal o ilegal), o en los tratados de libre comercio que les arrancaron los puestos de trabajo.

Los regímenes de los viejos y nuevos imperialismos

La fórmula mágica de la democracia norteamericana ha sido, hasta hace poco, el equilibrio de poderes. El poder no está concentrado en una sola institución, la presidencia, sino repartido entre el Congreso y la Corte Suprema de Justicia.

Sin embargo, ese modelo resulta arcaico para las necesidades actuales del imperialismo norteamericano, en un mundo capitalista convulsionado por las crisis periódicas, y por la existencia de nuevos imperialismos emergentes, como China y Rusia.

Estados Unidos se construyó como potencia imperialista en el siglo 19, cuando el sistema capitalista todavía estaba en expansión. Este es el origen de las tradiciones democráticas de Estados Unidos. En cambio, Alemania, en la segunda mitad del siglo 19, para reunificarse como nación y emerger como potencia imperialista, tuvo que recurrir, no a la democracia burguesa, sino a la proclamación del emperador (kaiser) Guillermo I (1871-1918) y su autoritario gobierno. Alemania no logró superar a las otras potencias imperialistas (Inglaterra, Francia y Estados Unidos), todas forjadas en el periodo de esplendor y ascenso capitalista. Después de provocar las dos guerras mundiales, y salir derrotada en ambas, Alemania debió conformarse con un rol de imperialismo subordinado, aunque es la potencia dominante en la actual Union Europea (UE).

Este fenómeno de gobiernos y regímenes autoritarios en los imperialismos emergentes, en el periodo decadencia capitalista, esta cada vez mas claramente descrito. Japón, al igual que Alemania, se levantó como potencia imperialista en el siglo XX, bajo el puño de hierro del emperador Hirohito. Al sufrir derrota en las dos guerras mundiales, aceptó también el rol de imperialismo subordinado.

En el siglo XXI, han emergido dos nuevos imperialismos: Rusia y China. En ambos países existen gobiernos y regímenes autoritarios. Vladimir Putin asume el rol y actúa como nuevo zar de Rusia, aunque formalmente es una república. Algo similar ocurre con China, un imperio milenario que fue despezado y humillado por las potencias occidentales, durante los siglos 19 y 20, ha resurgido de las cenizas como un pujante imperialismo que nació, igual que en Rusia, de las entrañas del antiguo Partido Comunista. Después de una seria de transiciones, Xi Ping es presidente vitalicio de la republica popular China, es decir, en los hechos el nuevo emperador.

En pocas palabras, los nuevos imperialismos, en el periodo de decadencia del sistema capitalista, para existir y sobrevivir ante el ataque de los viejos imperialismos (Inglaterra, Francia y Estados Unidos), sus instituciones no toleran el rejuego de la democracia burguesa, por lo tanto no adquieren la forma de democracias occidentales, sino de regímenes bonapartistas o autoritarios, antesala de la proclamación de nuevos emperadores.

El bonapartismo del “loco” de Trump

El equipo detrás de Trump comprendió que, para mantener la hegemonía de Estados Unidos en el mundo, y el control de los blancos al interior de ese inmenso país, requerían desmantelar el sistema de democracia liberal instaurada en 1787, basada en el equilibrio de poderes, y en la preponderancia del Congreso de Estados Unidos.

Desde la época de Richard Nixon, pasando por la administración de Ronald Reagan, hasta llegar el gobierno de Donald Trump, siempre hubo intentos de convertir la institución del presidente en nuevo emperador. Pero quien llegó más largo en ese proceso fue Trump.

Bajo la presidencia de Trump se produjo un sistemático ataque a las instituciones que controlaban al presidente. Para avanzar en su objetivo, Trump recurrió al discurso racista, atacó la inmigración, prometió devolver los empleos perdidos, y de esta manera logró reconstruir la conciencia racista y nacionalista de los colonos. El Trumpismo representa un fenómeno de neofascismo con fuertes componentes de racismo.

Estados Unidos se construyó mediante el aniquilamiento físico de la población aborigen, la cual fue expulsada de sus tierras, que fueron tomadas y explotadas por los blancos. La esclavitud de los negros traídos de África, para realizar las tareas agrícolas, es otro componente de la mentalidad racista. El capitalismo naciente en  Estados Unidos estuvo parcialmente recubierto, durante los siglos 18 y 19, bajo la forma del esclavismo. Trump liberó ese subconsciente para lograr la meta de instaurar una presidencia imperial en el segundo mandato.

Probablemente Trump hubiera logrado imponerse como presidente imperial, sino fuera por el estallido de la crisis económica, agudizada por el pésimo manejo de la pandemia del coronavirus. Las movilizaciones conta el racismo, por un lado, y la crisis por la pandemia, fueron los detonantes que hicieron despertar a millones de norteamericanos que estaban encandilados con la verborrea de Trump.

Comparación entre Hitler y Trump.

A veces se olvida que Hitler, que representaba al fascismo en una Alemania derrotada y humillada, reflejo la desesperación de las masas y ascendió al poder por medio de votación popular. Un proceso bastante parecido al de Trump en Estados Unidos en la actualidad, aunque los niveles de crisis en Alemania eran espeluznantes.

Una diferencia sustancial es que las masas alemanas estaban acostumbradas al gobierno autoritario del militarismo del Kaiser Guillermo I, porque este había logrado construir una potencia imperial. La inestable república de Weimar (1918-1933) construida bajo la crisis y la humillación de la derrota, no consolidó una conciencia democrática. Este fue un factor subjetivo, junto a la traición stalinista, que contribuyeron a la rápida victoria de Hitler.

Trump iba por el mismo camino que Hitler, pero en condiciones diferentes. La crisis económica de Estados Unidos no tiene los niveles de caóticos años 30 en Alemania. En Estados Unidos, a pesar del racismo estructural, un sector importante de la población todavía cree en la democracia. Estas ilusiones democráticas, combinadas con las movilizaciones contra el racismo, fueron factores que evitaron que prevaleciera el proyecto bonapartista y neofascista de Trump.

La pelea “apenas está comenzando”

Después de vanas infructuosas gestiones para cambiar los resultados de la votación, en la que Joe Biden resultó ganador, Trump alentó el ataque al Congreso de Estados Unidos, el altar de la democracia norteamericana, apoyándose en los grupos y milicias de extrema derecha. Esta fue la gota que derramo el vaso de la paciencia. Al parecer Trump quería imponer el caos para justificar el uso del Ejercito y la Guardia Nacional.

En una insólita carta, los siete generales del Estado Mayor Conjunto, emitieron una declaración, distanciándose de Trump, en la que afirmaron que "cualquier acto contra el proceso constitucional no solo atenta contra nuestras tradiciones, valores y juramento; también va en contra de la ley”.

Los grandes medios de comunicación, Wall Street, el alto mando militar, se distanciaron de Trump. Había ido demasiado lejos, en un país polarizado y al borde de la guerra civil.

Trump tuvo que retroceder a regañadientes, y en su solitario discurso de despedida, el 19 de enero, entre otras cosas, dijo lo siguiente: “(…) “Ahora, mientras me preparo para entregar el poder a una nueva Administración al mediodía del miércoles, quiero que sepan que el movimiento que iniciamos apenas está comenzando”.

En cierta medida, Trump tiene razón. Su movimiento fue derrotado en las urnas, por una leve mayoría, pero el fenómeno de racismo y neofascismo continuará en la medida que la administración de Joe Biden no podrá resolver la crisis, ni devolver la prosperidad a Estados Unidos. El Trumpismo es la antesala del nuevo fascismo, que expresa la desesperación de las masas ante la crisis. Aunque Trump no este al frente, el fenómeno continuará, bajo nuevas formas y nuevos sujetos, hasta que los trabajadores norteamericanos logren frenar la crisis capitalista.


Por Orson Mojica

A partir del 3 de noviembre el mundo estuvo en vilo, pendiente del resultado final de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. No era para menos. El futuro de cada uno de nuestros países, estará influido por el resultado electoral. A pesar que la recesión económica y la pandemia, Estados Unidos sigue siendo la potencia imperialista dominante. Los cambios políticos en la metrópoli, inciden directamente en los países de la periferia.

El lado oscuro de la democracia norteamericana

En sus casi 245 años de existencia, Estados Unidos y su democracia liberal han sido presentados como el gran ejemplo a seguir. Desde su fundación en 1776, los ciudadanos escogen libremente a un presidente, un parlamento y varios importantes cargos públicos.

Pero esta es una verdad a medias. El Acta de Independencia de Estados Unidos proclamó pomposamente que todos “los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Esta percepción idílica es solo una cara de la moneda. Estados Unidos se construyó como una potencia imperialista, masacrando a la población aborigen e importando esclavos negros de África para realizar las duras labores agrícolas. En resumen, se edificó a favor de una minoría de colonos blancos, quienes gozaban de una experimental democracia liberal, mientras un importante sector de la población era aniquilado y explotado.

Al finalizar la guerra civil (1861-1865) se proclamó el fin de la esclavitud, pero continuaron prevaleciendo la discriminación racial y la vigencia de leyes en muchos Estados que restringían los derechos de los negros y aborígenes, creando un sistema de apartheid que permaneció intacto hasta comienzos de los años 60 del siglo XX.

Estas son las raíces históricas del racismo y el supremacismo blanco que en la actualidad concentra todo su furor contra los inmigrantes, sean legales o no.

El fenómeno político personificado en Trump

La pujante economía de Estados Unidos atrae migrantes de todos los rincones del planeta. En el siglo XX, cuando comenzaron a establecerse restricciones a las leyes de inmigración, este apartheid se extendió a la población migrante.

Este crecimiento de la inmigración en Estados Unidos amenaza con convertir a los blancos en una minoría. Donald Trump olió el problema y comprendió que la bandera antiinmigrante, la exacerbación del supremacismo blanco y la decepción popular contra un sistema bipartidista corrupto e inoperante, le permitiría ascender al poder.

Una meta estrategia de Trump es evitar que cambie la composición del padrón electoral, es decir, que la sumatoria de las minorías convierta a la población blanca de origen anglosajón en una verdadera minoría.

Para cumplir sus metas, Trump necesita apoderarse o controlar al Partido Republicano, que representa a la tradicional derecha conservadora, que por cierto tiene múltiples corrientes. El surgimiento del Tea Party en 2009 le brindó a Trump la posibilidad de iniciar la batalla interna por el control del Partido Republicano, obteniendo finalmente la nominación presidencial y el triunfo electoral en 2016.

En su discurso de aceptación de la candidatura para la reelección, en agosto del 2020, mientras sus partidarios coreaban “cuatro años más”, Trump respondió: “Ahora, si realmente quieren volverlos locos, entonces digan 12 años más”. Esto no fue un exabrupto, reflejaba la imperiosa necesidad de un periodo presidencial mucho más largo.

Primer paso del Bonapartismo: controlar la rama judicial

La personalidad díscola de Trump, sus discursos provocadores, los despiadados ataques personales contra sus enemigos, sus oscilaciones políticas, etc, representaban una ruptura con la caballerosidad de la política norteamericana. Trump parecía más bien un capo de la mafia, que un dirigente político. Su discurso rupturista estaba destinado a inflamar a la base social del supremacismo blanco, arrastrando a sectores de las minorías, como el caso especifico de los cubanos en Miami.

Sus métodos reflejaron esa necesidad de cambiar el régimen político, terminar con los controles del Congreso, con la autonomía de los Estados y convertir al presidente en un nuevo emperador, en lo que hemos denominado “bonapartismo”.

Esta no es una tarea simple. Una reforma constitucional en Estados Unidos es demasiado lenta y debe tener el voto favorable de la mitad más uno de los Estados, y aprobar por dos tercios de la las legislaturas de cada Estados. Como este camino es prácticamente imposible, Trump estaba dinamitando al régimen político desde adentro.

La democracia es, en ultima instancia, el gobierno de los jueces. El sistema legal en Estados Unidos, basado en las tradiciones inglesas de la “comon law”, otorga a los jueces, a través de sus sentencias, la posibilidad de modificar las leyes. Entonces, Trump se concentró en modificar la tradición de independencia de la rama judicial.

En 2013, el senador demócrata Harry Reid, se quejó de que en la historia de Estados Unidos el Congreso ha bloqueado el nombramiento de 168 jueces federales, de los cuales 82 fueron rechazados bajo la presidencia de Barack Obama.

El control del senado con una mayoría republicana desde el 2014, le permitió a Trump bajo su presidencia nombrar a mas de 200 jueces federales, llenando las vacantes de los vitales Tribunales de Apelación federal. Además, bajo la presidencia de Trump logró cambiar la correlación de fuerzas al interior de la Corte Suprema de Justicia, imponiendo como magistrados a los jueces federales Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh. Ante el fallecimiento de la magistrada progresista Ruth Bader Ginsberg, recientemente Trump impuso a una velocidad sin precedentes, días antes de la realización de las elecciones, a la jueza conservadora Amy Coney Barrett.

El Trumpismo tiene mayoría de votos dentro de la Corte Suprema de Justicia, y controla una buena parte de los tribunales de apelaciones. Estos son los avances importantes que ha logrado. Debido a que los magistrados de la Corte Suprema de Justicia son vitalicios, ha logrado imponer por dos décadas una mayoría conservadora.

Una campaña electoral sumamente polarizada

Las ultimas elecciones en Estados Unidos han sido muy polarizadas. Antes de la pandemia y del destape de la crisis económica, Trump tenía casi asegurada su reelección, con vientos a su favor. Hubo un pequeño boom económico bajo su mandato, producto de las concesiones en materia de impuestos a las grandes empresas, aunque los economistas ya habían señalado que ese crecimiento tenía límites y en cualquier momento estallaba una nueva crisis. El detonante fue la pandemia de coronavirus que trajo una recesión económica en Estados Unidos, con altos niveles de desempleo, inseguridad y precariedad laboral.

La recesión económica y la pandemia acumularon muchas tensiones sociales, y el asesinato de George Floyd hizo explotar los ánimos, y surgió un movimiento de masa contra el racismo. Hubo enormes manifestaciones de masas, incluso conatos de violencia social. El panorama político comenzó a complicarse para Trump, quien comenzó a manejar el discurso que solo él podía restablecer la ley y el orden, con el objetivo de atraer a la atemorizada clase media norteamericana.

En este proceso, Trump cometido muchos errores en el manejo de la pandemia, echando la culpa a China, menospreciando los consejos de los científicos. En realidad, Trump no podía hacer nada desde el Estado ante un sistema de salud absolutamente privatizado, y con unos 40 millones de trabajadores que no gozan de seguro social o cobertura médica.

El Partido Demócrata cierra filas

El triunfo de Trump en 2016 provocó el crecimiento del ala “izquierda” del Partido Demócrata encabezada por el senador Bernie Sanders, a quien Trump tilda como “socialista”. Sanders es más un socialdemócrata que un verdadero socialista. En las internas del Partido Demócrata las diversas corrientes cerraron filas en torno a la candidatura moderada del exvicepresidente Joe Biden, y de Kamala Harris, quien representaba una posición más de centro entre la izquierda y la derecha dentro del Partido Demócrata.

Bajo una pavorosa crisis, el discurso de la formula Biden-Harris se concentró en aprovechar los errores de Trump para echarlo de la Casa Blanca.

El stabilishment se rebela contra Trump

En el último periodo, en un afán desesperado por revertir el deterioro político que sufría, Trump se enfrentó a la cúpula militar, que se negaba a usar las tropas del Ejército para sofocar las protestas contra el racismo. Trump atacó públicamente sus jefes militares. incluso a las compañías que venden armamento.

Las estupideces políticas de Trump en torno al coronavirus han provocado fisuras en el Partido Republicano. Lideres importantes, como el expresidente George W Bush, el general Colin Powell, y otras importantes figuras del republicanismo crearon el llamado “Proyecto Lincoln”, una plataforma política que llamaba a la base republicana a votar por Biden, al considerar que Trump es un oportunista y no un conservador sincero.

El Partido Republicano ha estado en silencio observando el desarrollo de los acontecimientos.

Un apretado resultado electoral

Aunque las encuestas daban una ventaja de 10 puntos a Biden sobre Trump, la verdadera sorpresa fue que Trump logró una alta votación. Biden logró 279 votos electorales y obtuvo el 50.5% a nivel popular, mientras que Trump obtuvo 214 votos electorales y el 47,6% de los votos populares.

El relativo éxito de Trump se debió a varios factores: Biden es católico, y Trump se ganó el voto protestante. La mayor parte de los votantes de Trump quieren una mejoría económica, como la que se vivió antes de la pandemia, y creen que Trump la puede devolver. Quienes votaron por Biden lo hicieron pensando en que solo los demócratas pueden garantizar el apoyo necesario para recuperar el empleo. Incluso, los demócratas plantearon varias reivindicaciones como el aumento del salario mínimo a 15 dólares, y una urgente reforma migratoria, además de explotar hábilmente el mal meno de Trump en relación a la pandemia.

La batalla apenas está empezando

Debido a que en Estados Unidos no existe un sistema electoral centralizado, sino que esa tarea corresponde a cada Estado, existe una lentitud en el conteo de votos. Biden fue proclamado ganador por los grandes medios de comunicación, con base a los datos de cada uno de los Estados. Pero la ventaja es tan reducida, que Trump ha optado por dar la batalla en los tribunales, donde tiene mayoría, para intentar revertir la votación de los colegios electorales y la votación popular.

Toda la campaña de un masivo fraude electoral encabezada por el propio presidente Trump, es para retardar que cada Estado certifique el resultado de la votación electoral. Corresponde al Congreso, con base a esas certificaciones, proclamar oficialmente al candidato ganador.

Se avecina una batalla judicial, a las que el multimillonario Trump esta acostumbrado, para anular el triunfo electoral de Biden-Harris y también, si no puede imponerse, regatear votos para lograr mayoría en la cámara de representantes y en el senado.

La democracia en Estados Unidos está en cuidados intensivos, la batalla contra el bonapartismo de Trump apenas esta comenzando. Los únicos que pueden defender la democracia son los sindicatos de la central AFL-CIO que anunciaron una huelga general si Trump se resiste a entregar el poder. En ellos confiamos.

Por Leonardo Ixim

Durante la semana recién finalizada se realizó la Convención Nacional Demócrata (CND), donde fue nominado el ex vice-presidente de la época de Obama, Joe Biden y la candidata a vice-presidente Kamala Harris; también se está realizando la Convención Nacional Republicana (CNR), donde se nominará al actual presidente estadounidense Donald Trump y al vice-presidente Mike Pence como candidatos.

Elecciones en un ambiente de luchas sociales

Las elecciones programadas para el tres de noviembre están inmersas en un ambiente de crispación social. En los últimos años asistimos a una radicalidad en la lucha de clases en esta potencia, que se manifiesta en las recientes movilizaciones de este año, de la juventud y los trabajadores, a raíz de la violencia policial tras la muerte de George Floyd en la ciudad de Minneapolis.

La violencia policial afecta sobre todo a las comunidades negras y latinas por el racismo estructural sobre el que esta edificado ese pais, pero no solo, y eso se demuestra en que estas movilizaciones fueron concurridas por personas de todas las razas. En los últimos años, a partir del gobierno de Obama, la protesta en los barrios negros reflejo de ese racismo estructural, adquirió fuerza; es en ese momento que se forman grupos como Black Lives Matter. A esto se agrega que las policías locales se fueron militarizando, tanto en las gestiones demócratas como republicanas.

Pero a partir de la crisis económica mundial de 2008 y la quiebra de conglomerados financieros como el Lehman Brothers, donde los principales Estados imperialistas, para evitar una quiebra masiva del sistema financiero inyectaron miles de millones de dólares para salvarlos, a la par que se lo cargaron a la clase trabajadora, ésta ha ido despertando, aunque paulatinamente, debido al papel nefasto de las burocracias sindicales. De allí que en los últimos años en ese pais, sectores como los trabajadores industriales -automotrices-, estibadores, servicios -trabajadores de Amazon por ejemplo-, sector público -maestros y hasta trabajadores de la NASA- por un lado. El movimiento por aumentar el salario mínimo, a US$15 dólares la hora, protagonizado por trabajadores de restaurantes de comida rápida, muchos de origen latino y sectores independientes FreeLancer con educación universitaria, que conformaron el Occupy Wall Street, entre otros.

Esto ha generado una onda explosiva que ha golpeado al régimen político, generando dos fenómenos diferenciados, tanto en el Partido Demócrata como el Republicano.

Cisma en el régimen político

Por la derecha, en el Partido Republicano, dio pie al aparecimiento del fenómeno Trump. Un personaje proveniente del mundo de los negocios, aunque no de la oligarquía financiera. Un vividor de los sectores emergentes, que, con un discurso ultraconservador, racista y agrupando atrás de sí, a lo mas reaccionario de ese partido, emergió como candidato, desplazando a otros sectores tradicionales republicanos, ganando las elecciones en 2017. A regañadientes, los importantes conglomerados monopólicos de la burguesía le terminaron dando su apoyo.

A su vez ha creado una base social, sobre todo de población blanca de ciudades pequeñas y medianas, que es proclive al racismo, aunque no solo -paradójicamente de algunos negros y latinos acomodados también-; además de algunos sectores obreros de ciudades del nor oeste arruinados por la desindustrialización, quienes eran base de los demócratas traicionados en el gobierno de Obama, quien como recordamos, al ganar en 2008 se presentó como el nuevo Roosevelt

Trump utilizó esto con un discurso de crítica al establecimiento que refleja mas una contra-revolución de derecha, con cierto apego en algunos sectores de las masas y cuyas intenciones son romper la estabilidad centenaria del régimen y ubicarse, como un verdadero hombre fuerte (un Bonaparte) sobre la sociedad.

Estos sectores obreros fueron perdiendo sus simpatías por Trump, por sus falsas promesas tales como generar empleo por medio de un plan de inversión en obras públicas, el regreso de industrias localizadas en otros países (muy pocas han re-localizado sus plantas); un Medicare (seguro de salud) distinto, que no iba a beneficiar a las empresas prestadoras de salud como el presentado por Obama al ser obligatorio -pero que cubría medianamente las necesidades de las y los trabajadores-. Y así, todo esto fue demagogia y en los hechos lo que recetó fue una reducción de los impuestos para los mas ricos, afectando mas a la clase trabajadora y la prestación de servicios públicos.

Por la izquierda, el fenómeno de crisis social post 2008, se tradujo en un fortalecimiento de las alas izquierdistas del Partido Demócrata, sobre todo en lo que ha sido en dos ocasiones la pre-candidatura de Bernie Sanders, que atrajo a una parte del activismo social mencionado, bajo el discurso de un socialismo democrático. Las ideas del socialismo tienen aceptación sobre todo en la juventud menor de 30 años, que se explica al ser los sectores mas afectados por la crisis.

La ilusión de jalar hacia la izquierda al Partido Demócrata no es nueva, por lo menos data de finales de lo sesenta con el movimiento anti-guerra y por los derechos civiles. En esta ocasión, ese papel lo cumplen los Socialistas Democráticos de América (DSA en sus siglas en inglés), una agrupación que rompe con el Partido Socialista y que cada vez se ha ido posicionando como la corriente de izquierda, dentro de los demócratas. Esto deja por fuera el intento de crear un partido de los trabajadores, el cual podría aglutinar al activismo social y las corrientes socialistas.

Otro reflejo fueron los resultados obtenidos por candidatos dentro del Partido Demócrata, en las ultimas lecciones ante la cámara de representantes en 2018, por candidaturas cercanas al DSA.  Entre ellos, algunas de origen migrante como la dominicana Alexandria Ocasio-Cortez; esta refleja el voto latino ante la represión de Trump contra las comunidades hispanas, muchas en situación de ilegalidad.

Las elecciones de noviembre son de suma importancia porque coinciden además de las presidenciales, con la elección para la Cámara de Representantes y para el Senado, donde muchas de estas candidaturas de base popular pero adaptadas en el Partido Demócrata, buscan su reelección

Las convenciones partidarias

Producto de la pandemia del COVID-19, en la cual Estados Unidos ocupa el primer lugar de contagiados y fallecidos a nivel mundial, debido en parte a la irresponsabilidad de la administración Trump, lo cual se tradujo en que las preferencias electorales por Trump han ido en picada, las convenciones de los partidos en contienda se fueron posponiendo. En estas elecciones, además de los partidos tradicionales, participa el Partido Verde que presenta a Howie Hawkins como candidato presidencial y el Partido Libertario, a Jo Jorgensen por su parte; estos a su vez obtienen votos de protesta de ambos lados del espectro.

La CND oficializó la nominación de Biden y Harris, una senadora y ex fiscal de California, cuya madre procede de la India y su padre es afrodescendiente, conocida por sus posturas duras y criminalizantes de las comunidades pobres. Esta convención se realizó de forma virtual y por televisión, con la participación de una pléyade de discursantes, entre funcionarios públicos, empresarios, sindicalistas, artistas, deportistas, etc., que se dedicaron a alabar la figura de Biden y presentarlo como el mas apto para derrotar a Trump, entre ellos el mismo Sanders.

Este último, pese a contar con 1,073 delegados y Biden 2,687, ya se había retirado de la campaña y al igual que en las elecciones anteriores que perdió contra Hillary Clinton, debido al peso de los super delegados (elegidos por el Comité Ejecutivo Demócrata y con mas de un voto). Esta vez se tuvo que tragar -fue muy crítico a la nominación de Clinton la vez pasada- el discurso y las promesas de moderación para atraer a los republicanos que apoyan a Biden, tales como Collin Powel, George Bush Junior, su hermano Jef, Condolezza Rice, Mitt Rommey, entre otros.

Se votó la plataforma mas progresista en la historia de ese partido, como el acceso universal a la salud, el incremento del salario mínimo, la descriminalización del uso de la marihuana, la legalización de la migración, el acuerdo multilateral de desnuclearización con Irán y hasta el derecho a la autodeterminación del pueblo de Puerto Rico, entre otros. Pero la presencia de los republicanos, impone la impronta de que no habrá un giro radical de Biden como es de esperarse, porque este partido impulsó también las políticas neoliberales de ajuste contra la clase obrera acompañando a Reagan y luego con William Clinton. Esto pone en una encrucijada al senderismo y al DSA y el debate queda abierto en torno a si es correcto, seguir fortaleciendo un ala de izquierda demócrata o crear un partido de los trabajadores.

La CNR que se realiza en Charlotte, Carolina del Norte, ya sin ninguna oposición por lo menos visible, re-elegirá la formula Trump-Biden (ya sin sectores como el Lincoln Proyect y Never Trump Movement, que apoyarán a los Demócratas) y una pequeña parte se irá para los Libertarios, pero lo cierto es que Trump afianza su poder en este partido.

En los últimos días la amenaza de parte de Trump de posponer las elecciones aduciendo hipócritamente el peligro al contagio y poniendo en entredicho la seguridad del correo, pues una buena parte se realizará de esa forma, ha evidenciado sus pretensiones de romper con el régimen liberal. Esto abre la posibilidad de movilizar a las masas contra Trump sin que signifique votar por Biden.

Por Orson Mojica

El fenómeno político derechista y ultra reaccionario del supremacismo blanco que representó Donald Trump en el 2016, ha comenzado a desintegrarse. El relativo bienestar de la economía norteamericana ha quedado atrás, ahora Estados Unidos esta siendo sacudido por un monstruo con dos cabezas, que amenazan con devorar al imperialismo mas poderoso de la tierra: la pandemia del coronavirus y la recesión generalizada de la economía mundial que golpea de manera especial a ese país.

Pero existe un nuevo factor, inesperado, que es la rebelión de las masas, preocupadas por el desempleo y la irresponsabilidad de Trump ante la pandemia, que se ha manifestado en esta primera fase bajo la forma de lucha contra la violencia policial y el racismo. Como siempre ocurre, la realidad da un volantín a los planes de los políticos.

La sentencia de la CSJ mantiene temporalmente el DACA

Bajo la presidencia de Barack Obama se aprobó el programa conocido como Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA por sus siglas en ingles), una especie de amnistía migratoria por la vía ejecutiva, que protegía a más de 800,000 jóvenes, cuyos padres habían migrado ilegalmente con ellos a Estados Unidos.

Es un tema muy espinoso, la opinión de los norteamericanos está dividida. En septiembre de 2017, Trump pasó a la ofensiva y emitió una orden anulando DACA, un juez federal paralizó la orden de Trump y el caso terminó en la Corte Suprema de Justicia (CSJ)

Finalmente, el pasado 18 de junio, la mayoría de magistrados vitalicios votó apretadamente 5 a 4, a favor de denegar la solicitud de Trump por considerar que no fue planteada correctamente. Esta sentencia fue una salida temporal que retarda la deportación inmediata de los “dreamers” (soñadores), pero que no soluciona el problema de su status migratorio.

El presidente de la CSJ aclaró que la sentencia "no decide si DACA o su rescisión son políticas sólidas, solo abordamos si la el departamento de Seguridad Nacional (DNS) cumplió con el requisito de procedimiento de que proporcione una explicación razonada de su acción".

Esta sentencia prolongó el limbo legal de los “dreamers”. Trump, como siempre, reaccionó airado por Twitter: “Estas decisiones horribles y políticamente cargadas que salen de la Corte Suprema son disparos de escopeta en la cara de personas que se enorgullecen de llamarse republicanos o conservadores".

Después minimizó los efectos de la sentencia, al anunciar que volverá a intentar la acción legal contra DACA: “La Corte Suprema nos pidió que volvamos a presentar DACA, no se perdió ni ganó nada”. Sin embargo, la sentencia de los magistrados insinuó que la solución de fondo de DACA la debe dar el Congreso a través de una Ley, lo que pospone para después de las elecciones de noviembre, cualquier decisión al respecto.

El aniversario del “Juneteenth”.

El 19 de junio de 1865, al finalizar la guerra civil, los soldados de la Unión llegaron a Galveston, Texas, un Estado de la confederación, y leyeron el anuncio de que todos los esclavos negros eran libres. Cada año, en fechas diferentes, más Estados se sumaron a la celebración conocida como el “Dia de la Emancipación”, pero en el último periodo se celebra en torno a la fecha origina del 19 de junio.

Estados Unidos utilizó formas de trabajo esclavo en los siglos XVIII y XIX para fortalecer la economía capitalista nacional y mundial, de la misma manera que en América Latina se usó la encomienda y otras formas de trabajo serviles, para acrecentar la acumulación capitalista originaria. En Estados Unidos la supremacía de la raza blanca tuvo siempre una base económica. El desarrollo de Estados Unidos como potencia capitalista se hizo y fue posible bajo formas de explotación esclavista, por eso el racismo en intrínseco al capitalismo norteamericano.

Este año la celebración del Juneteenth se produjo en el contexto de una recesión económica general y de un alza poderosa de las movilizaciones contra la violencia policías y el racismo, que estallaron por el asesinato de George Floyd, pero que en realidad solo fue la primera explosión del descontento generalizado. Esta furia se ha manifestado, entre otros aspectos, en el derribo de estatuas que representan símbolos de la opresión racista.

Fracasó el mitin de Oklahoma

Trump organizó el primer gran mitin de su campaña electoral por la reelección en la ciudad de Tulsa, Oklahoma, una zona muy conservadora que voto masivamente por el en 2016. Creyó que podría dar un golpe de imagen ante el deterioro de su imagen que se manifiesta en una drástica ciada en las encuestas. Le salió el tiro por la culata. Escogió un mal lugar. Convocó al mitin en Tulsa, una ciudad en donde, el 31 de mayo de 1921, se produjo en Tulsa una masacre racial de 300 negros, que sigue siendo recordada y que este año se asoció a la celebración del Juneteenth. La comunidad negra de Tulsa anunció que boicotearía ese mitin. Trump contestó amenazante en tuit: “Cualquier manifestante, anarquista, agitador, saqueador o de bajos ingresos que vaya a Oklahoma, por favor comprenda que no lo tratarán como si hubiera estado en Nueva York, Seattle o Minneapolis. ¡Será una escena muy diferente!

Trump anuncio que reuniría a un millón de personas, pero en el Centro BOK de Tulsa, con capacidad para 19,000 asientos, solo un tercio estaba ocupado. Trump estaba furioso y en su discurso dijo que “la mafia de izquierdas desquiciada está tratando de destrozar nuestra historia, profanar nuestros monumentos, nuestros hermosos monumentos, derribar nuestras estatuas y castigar, cancelar y perseguir a cualquiera que no se ajuste a sus demandas de control absoluto y total”

El declive de Trump y el ascenso de Biden

Las ultimas en cuentas de los grandes medios de comunicación indican que la popularidad de Trump se ha desplomado, pero ninguna menciona las causas de este desgaste increíble, producto de una combinación de factores: el mal manejo de Trump en la lucha contra la pandemia, la crisis económica y el desempleo masivo, así como las grandes movilizaciones contra la violencia policial y el racismo

La última encuesta de Fox News, una televisora claramente inclinada a favor de la candidatura de Donald Trump, tuvo que reconocer que John Biden tiene un 63% a favor, mientras que Trump apenas un 33%. Es una abismal diferencia de 2 a 1.

Fox News justificó esta inclinación a favor de Biden, por el miedo. En su informe dijeron que “el miedo es un factor importante cuando se trata de participación, y eso podría ayudar a Biden. En 2016, quienes respaldaron a Trump (61 por ciento) que Hillary Clinton (54 por ciento) dijeron que los motivo el miedo a ella”.

En cierta medida, Fox News tiene razón, pero en esta ocasión no es el miedo a Biden sino a la crisis económica y sus consecuencias

La misma encuesta revela que en el enfrentamiento directo, Biden supera a Trump por un margen de 50 a 38%. Esta ventaja de 12 puntos es estadísticamente significativa y está por encima de la ventaja de 8 puntos de Biden el mes pasado (48-40 por ciento). El elemento clave en el deterioro de la imagen de Trump parece estar en el estallido social que ha significado las enormes movilizaciones, aun bajo pandemia, contra la violencia policial y el racismo.

Sobre el candente tema del racismo, el 53% de los norteamericanos cree que Biden es más respetuoso de las minorías raciales frente al 35% que acumula Trump. Entre los votantes negros, el 79% opina que Biden respeta a las minorías raciales, mientras que el 86% piensa que Trump no lo hace.

Esta pérdida del apoyo entre los negros y latinos será catastrófico paro los intentos de Trump de reelegirse en la presidencia.

El escandaloso libro de John Bolton

John Bolton, halcón republicano, fue durante mas de un año asesor del poderoso Consejo de Seguridad Nacional de la administración Trump, principal artífice de la política de presiones sobre Venezuela, Cuba y Nicaragua.

Ante la acumulación de fracasos, Trump utilizó a Bolton como chivo expiatorio en septiembre del 2019. Este comenzó a brindar declaraciones en los medios de comunicación, revelando algunos secretos sobre la errática personalidad de Trump. Cuando los demócratas impulsaron el impeachment fue citado a comparecer al Congreso, pero los senadores republicanos bloquearon su participación al desechar a los testigos.

Bolton volvió a la carga con la publicación de sus memorias que fue temporalmente paralizadas cuando Trump declaró que contenía información relacionada con la seguridad nacional. Las editoriales detuvieron sus rotativas, pero el libro ha salido finalmente a luz. Trump acudió a los tribunales, pero un juez federal declaró que el libro podía ser publicado, y ya está circulando con el sugestivo título "La habitación donde sucedió".

Este libro es una estocada más de los grupos de poder dentro de Estados Unidos que comprenden que Trump ya no es útil, sobre todo para contener la crisis y el enorme descontento social de las masas norteamericanas.

Bolton narra que Trump paralizó investigaciones criminales "para, de hecho, dar favores personales a los dictadores que le gustaban", citando casos relacionados con importantes empresas en China y Turquía. Pero la revelación más escandalosa ha sido que Trump utilizó las sanciones arancelarias contra China para pedirle al presidente Xi Jinping que compre productos agrícolas estadounidenses para ayudarlo a ganar las elecciones en los estados agrícolas. Bolton dice que Trump "enfatizó la importancia de los agricultores y la necesidad que China aumente las compras chinas de soja y trigo lo que tendrá un efecto en el resultado electoral".

La necesidad de un Partido Laborista

Es poco probable que Trump logre remontar en las encuestas, salvo que ocurra algun acontecimiento inesperado en el mundo o en el propio Estados Unidos. El gran beneficiado, por inercia, es Joe Biden el candidato del Partido Demócrata. Pero hay un elemento nuevo este tradicional juego bipartidista, y es que las masas norteamericanas han salido a movilizarse contra el racismo y la violencia policial. Estas movilizaciones producirán grandes cambios en la conciencia.

Hoy mas que nunca es urgente la construcción de una nueva alternativa política en Estados Unidos: un Partido Laborista que surja de los grandes sindicatos y de los suburbios en donde habitan los trabajadores, en condiciones de pobreza y marginación.

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