Por Nicolás Lebrun

En el año de 1948, la Asamblea de las Naciones Unidas vota la resolución que da origen al Estado de Israel.

Apuntalados por los Estados Unidos de América, las fuerzas sionistas desplegaron un reino de terror en el cual arrasaron con pueblos palestinos enteros, lo que provocó el éxodo de millones de personas de esas tierras. Esta política de tierra arrasada no solo causó la eliminación de Palestina como nación, si no que también fue la pérdida de la antigua autoridad colonial inglesa sobre ese territorio.

Después de la segunda guerra mundial, el papel de los Estados Unidos como primera potencia económica y militar del planeta, hizo que las antiguas potencias imperialistas, las del viejo continente fueran perdiendo sus colonias y por lo tanto sus zonas de influencia. Esto no fue necesariamente la desaparición total de sus intereses, pero a sabiendas que jugarían desde ese momento un rol de segundo orden. 

El Estado sionista le posibilitó entonces a la burguesía yanqui de abrirse terreno en el Medio Oriente con este enclave que hasta la fecha se ha mantenido en gran parte a las transferencias de dinero de Washington. Anualmente, los Estados Unidos otorga cerca de tres millardos de dólares al estado sionista, sin contar los cerca de 3 millardos adicionales en ayuda militar para el desarrollo armamentista y los 2 millardos que contribuyentes privados envían. Todo esto no toma en cuenta otras ventajas adicionales que los yanquis le dan a sus aliados en esta estratégica zona.  En el campo militar, Israel es el principal aliado de los E.E.U.U por fuera de la OTAN. El control de la zona aledaña al canal de Suez le permite el flujo de petróleo en cantidades suficientes y en un buen tiempo. El oleoducto del canal represente cerca de tres millones de barriles diarios que, de ser cerrado este canal, pondría a los Estados Unidos en una situación de penuria energética, dado que una sola desviación en esta importante vía provocaría un aumento significativo en los costes de los derivados del petróleo. Todo esto por cuanto, el cierre de este oleoducto, Suez-Mediterráneo, haría que los grandes buques se retrasaran cerca de diez días en sus entregas, un costo que, en este contexto de crisis, no están dispuestos a pagar.

Pero esta historia de acercamiento entre la burguesía gringa y los sionistas no es nueva, empieza desde que la administración del presidente Wilson en 1917 apoyaba ya la declaración de Balfour, la cual proponía y acuerpaba la creación de un estado sionista en el protectorado británico de Palestina.

En otro campo, el electorado yanqui sionista, representa cerca del 16% del total del electorado demócrata. A lo largo de los años, después de la creación del estado sionista, las diferentes administraciones le han silbado al oído a esta franja de votantes. Pero el interés de esta alianza va mas allá de los fines electorales. La zona en la que se creó el enclave es de vital importancia para los intereses de la burguesía yanqui. De hecho, es casi una ocupación indirecta en la zona vía el ejército sionista.

Sin embargo, los yanquis no son los únicos socios de Israel. Francia y Alemania le han proporcionado importantes cantidades de armamentos que van desde los aviones Dassault franceses que se usaron en la guerra de Seis Dias hasta los submarinos de fabricación alemana que pertenecen a la marina de guerra israelí. Todo esto sin exceptuar la inmensa colaboración de Francia en el programa nuclear israelí que le permitió al Estado sionista de poseer desde la década de los sesenta de la bomba nuclear.

Este marco pintado a grandes trazos da una idea de los grandes intereses económicos políticos y militares que se fraguan por esos lares.

El regreso con fuerza del tío Sam

Durante la administración Obama, la política exterior en el Medio Oriente si bien en el fondo no tuvo cambios sustanciales, en la forma no fue bien acogida por el lobby sionista. Este lobby sionista no solo está compuesto por personas de origen judío, sino también por toda la derecha evangélica cercana al Tea Party y el partido Republicano fundamentalmente.

La primavera árabe vino a remover un poco los cimientos del rol de los Estados Unidos en el área. Este periodo donde las masas vinieron a sacudir algunos regímenes aliados de los yanquis no fue bien tomado por los sectores más conservadores. La caída de Mubarack en Egipto y el ascenso de los hermanos musulmanes con el gobierno de Morsi representó todo un periodo de inestabilidad que crispó la epidermis del estado sionista y del lobby imperialista. Esta crisis se saldó con el brutal golpe de estado que puso al general Sissi en el poder, para garantizar el retorno al status quo.

El desmembramiento de Libia y la posterior entrada en escena de las masas sirias hicieron que las luces del tablero se volvieran a poner en rojo.  Los acuerdos de Munich sirvieron en bandeja de plata la cabeza de la revolución siria para que los Estados Unidos y Rusia se transformaran en los gendarmes del área, sin poner en duda el papel mayoritario de los yanquis que controlan el grueso de las vía de abastecimiento energéticas.

Este punto es fundamental para entender como el gobierno de Trump aprovecha el hecho que uno de los procesos de lucha más importantes de los últimos tiempos fuera derrotado con el contubernio de las potencias del área, desde los iraníes hasta los sionistas.

Durante cinco años, diferentes grupos que van desde los djihadistas del Estado Islámico que buscaban imponer un estado secular sunita con una nueva burguesía salida de la implosión del estado de Irak entre otros, no pudo ver el día por mucho tiempo. La urgencia de contrarrestar a las otras fuerzas que combatían al gobierno de Hassad hizo que los rusos y los yanquis firmaran este pacto. Los rusos podrán conservar su base naval en el Mediterráneo, pero sin afectar el trasiego de carburantes.

Los recientes acuerdos entre Fatah, el gobierno de la Autoridad Palestina y Hamas, el gobierno de la banda de Gaza, para que el control de este último territorio pasase a manos de la AP, ha sido muy significativo. Es un reconocimiento a la autoridad representada por Fatah, la fracción palestina que ha reconocido el estado de Israel, al contrario de Hamas, que hasta el momento se ha negado a hacerlo.

La flexibilización de posiciones podría hasta pasar por el también reciente acuerdo entre el estado sionista y la ANP para que Israel proporcionase 33 millones de litros cúbicos de agua. Desde la creación del estado de Israel en 1948, las fuentes de agua han sido expropiadas y puestas bajo control israelí, lo que ha provocado una enorme desigualdad en cuanto al acceso al agua. Solo en la banda de Gaza, cerca del 90% del agua disponible no es potable, suma casi inversa del lado de los colonos y las ciudades israelíes. Todos estos recientes acuerdos antes citados han sido con el beneplácito del gobierno de Trump-Pence, que ha visto en ellos una forma para llegar a un acuerdo de paz.

La decisión de trasladar la embajada de los Estados Unidos a Israel, no solo viola las resoluciones de la Asamblea de la ONU y de su consejo de seguridad, que “reconoce” las fronteras de Israel antes de la guerra de los seis días en 1967, donde se empararon de la ciudad y de la franja de Gaza.  El golpe proporcionado a las masas en Egipto con el golpe de estado que abortó la situación revolucionaria y la consecuente derrota de las masas sirias que no han logrado derrocar al tirano de el Assad, entre otros aspectos, hace que la coyuntura para Trump sea favorable para pasar a la ofensiva en el terreno de la diplomacia. Las masas palestinas que encabezaron la primera y segunda Intifada vieron como su lucha fue traicionada por las dirigencias de Fatah y luego por los integristas islámicos de Hamas en su afán de derrotar la ocupación sionista. Lejos de eso, todo esto ha provocado que el sionismo con la complicidad de las burguesías imperialistas logre avanzar con sus proyectos de construir nuevas colonias en los territorios ocupados.

Urge una nueva dirección para encabezar la lucha contra el Estado sionista

LA derrota del estado sionista pasa fundamentalmente por una gran movilización de masas. Estas lo han demostrado por décadas pero en contra parte, las direcciones temen más a las masas, que harían que perdieran sus privilegios de clase, que a la situación actual. El gobierno de la ANP se ha transformado en un freno así como la dirección de Hamas que le ha puesto un camisón de fuerza a las nuevas generaciones que cercen hacinadas y bajo la ocupación.

En este sentido, el PSOCA sigue levantando la bandera de la creación de una Republica Palestina laica y democrática que se contraponga a los estados teocráticos de la región y que asegure el camino a una federación socialista de repúblicas de Oriente Medio.


Por Nicolas Le Brun

Uno de los argumentos de la izquierda reformista y neo estalinista, es que El Assad es un bastión de la resistencia en contra del imperialismo yanqui y de la UE. Otro de los argumentos esbozados es la amplitud del régimen de Damasco, como un valor agregado para apoyarlo.

Siria, un gendarme del imperialismo en la región

A mediados de los años setenta, el régimen sirio, del papá El Assad, invadió el Líbano con un doble propósito.

En primer lugar, el acuerdo que diseño el mapa del Medio Oriente, dividió los restos del antiguo imperio Otomano en varias “parcelas” controladas por las potencias vencedoras de la primera Gran Guerra. El Líbano fue dejado por fuera del nuevo estado sirio como un reconocimiento a los maronitas libaneses y como una forma para el imperialismo francés de asegurar sus espaldas. Durante la invasión de 1976, uno de los argumentos fue el de la “unificación “ de la gran Siria. Pero lejos de esta argumentación, el objetivo sirio era de contener el avance del MNL (Movimiento Nacional Libanés), movimiento nacionalista pequeño burgués pero que ponía en cuestión no solo al régimen libanés, sino al régimen sirio. Por otro lado, la presencia palestina en el Líbano, era motivo de preocupación para el régimen sirio. Los dos movimientos juntos eran un factor que podía impulsar la revolución dentro del área y de las fronteras sirias. La intervención siria se dio con el beneplácito de la Liga Árabe, que le dio su mandato y del imperialismo yanqui que vio una oportunidad para que los sirios hicieran su labor de gendarme en un sector del país. Los sionistas por su lado también invadieron el país, para apoyar a las milicias falangistas que ejecutaron una de las masacres más sangrientas, la de los campos de Sabrah y Chatilla. Las fuerzas sionistas se fueron retirando y la hegemonía siria se fue consolidando hasta su salida del territorio libanés en el 2005, luego de la guerra del Golfo. Eso no impidió dos hechos remarcables, el primero fue el bombardeo de los campos de refugiados palestinos por parte de la aviación siria y luego de la creación bajo el padrinazgo del régimen de El Assad y del régimen de los Ayatolas, de la fuerza militar chiita, el Hezbollah o partido de dios. Estos últimos combaten desde hace tres años al lado del gobierno. En un principio solo contaban con el apoyo de los sectores chiíes pero luego el apoyo se fue ampliando, llegando incluso a obtener el de los sectores suníes y cristianos de la sociedad libanesa que ven en El Assad un garante de la estabilidad regional.

Esto no es obra de la casualidad, el polo Teherán-Damasco-Moscú no es un polo revolucionario, ni mucho menos, es todo lo contrario.

Durante décadas la autoridad del Hezbollah, ha sido utilizada para la reconstrucción del país sobre un modelo neo-liberal, un proyecto burgués nacionalista que aspira a consolidarse como clase y de pesar en el concierto regional.

Es este sentido el aliado fundamentalista del que nadie habla durante estos análisis de la teoría de la conspiración es un viejo conocido y también aliado de Teherán, que ha jugado un rol progresista cuando ha combatido las invasiones sionistas en el Sur del Líbano. Fuera de eso, es una camisa de fuerza en contra de las aspiraciones de las masas.

La primavera árabe abrió las puertas a la revolución

Durante la primera guerra del Golfo, las masas en todos los países del Magreb y del Oriente Medio manifestaron en contra de la intervención imperialista. Sin embargo los regímenes de la Liga Árabe se negaron en su conjunto a apoyar militarmente al gobierno de Saddam Hussein en contra de esta fuerza de intervención. Esto porque políticamente y estructuralmente las burguesías árabes no van a impulsar a las masas en esa dirección que hubiera podido abrir las puertas para el desarrollo de una revolución que hiciera caer las fronteras nacionales y los regímenes totalitarios implantados desde décadas.

La chispa que encendió de nuevo esta aspiración fue la denominada árabe que partió de Túnez hacia casi todos los países del área.

Uno de los epicentros de esta contestación fue la caída del gobierno de Mubarak. La grave crisis económica y política que había provocado enormes masas de desempleados y de una creciente represión no se detuvo en las fronteras nacionales. En este caso, el gobierno de los Hermanos Musulmanes, luego de las potentes movilizaciones que dieron como resultado la caída del antiguo gobierno, se hizo sobre la base del respeto total a las estructuras del antiguo régimen. Tal como en Túnez, el período posterior se vio ensombrecido por la entrada en escena de partidos islamistas. El proyecto de estos partidos no era el de hacer avanzar los procesos revolucionarios, si no más bien el de reprimirlos con base en los principios religiosos, movilizando a una serie de milicias para militares encargadas de ejecutar y reprimir a la oposición. El caso más flagrante, fue el del asesinato del líder sindical tunecino de la UGTT y miembro del Frente de Izquierda, Chokri Bellaid por parte de las milicias del partido islamista Ennhada en el poder. Esto tenía el objetivo de disuadir las manifestaciones contra el régimen, no solo durante la dictadura de Ben Alí, si no posteriormente, en el bastión obrero más importante de ese país.

El turno llegado al régimen del partido Baas no se hizo esperar. Sin embargo, la respuesta fue brutal. El mosaico del país se fue desquebrajando debido al componente multiétnico y multicultural.

Por un lado, el esquema de dominación colonial representado por el régimen sirio, donde una minoría étnica, en este caso los drusos de confesión chií, con alianzas con otros sectores, han oprimido a una mayoría de origen sunita y a los kurdos presentes en este país y dispersados en varios otros mas como Turquía e Irak. Solo dentro de Turquía, viven cerca de diez millones de kurdos. La lucha armada emprendida durante los 70 y que dio origen al PKK, Partido de los Trabajadores del Kurdistán, ha hecho que las intervenciones de las fuerzas armadas turcas tengan como objetivo privilegiado las fuerzas kurdas en Siria. Sin embargo, un statu-quo sui generis entre las fuerzas del régimen sirio y las fuerzas del YPG, los kurdos de Siria, fue respetado hasta el 2015, cuando la aviación del régimen bombardeó sus territorios. El giro dado en la situación reciente, con el acercamiento entre los rusos y el gobierno de Erdogan no anticipan nada bueno para las aspiraciones autonómicas de los kurdos en un nuevo escenario.

Por otro lado, el autodenominado Estado Islámico, sunitas de confesión wahabita, es decir de la corriente fundamentalista de las monarquías del Golfo, como la de Arabia Saudita y Qatar, han impuesto un régimen de terror contrarrevolucionario, convirtiéndose en un segundo polo que ahoga el empuje revolucionario de las masas por derribar el régimen de El Assad. Sin embargo, las fuerzas del EI no han sido tan castigadas ni por los bombardeos de las fuerzas imperialistas, ni por los turcos, ni por los rusos. Los objetivos van desde las otras fracciones islamistas hasta el ESL.

El factor determinante en todo esto es la ausencia de una dirección revolucionaria que lograra hacerle contrapeso a todas las alternativas sectarias y confesionales alimentadas por las diferentes potencias imperialistas que tienen sus intereses en el área. Pero si de algo tienen pavor los regímenes burgueses de la región, es la alteración del escenario global. En ese sentido mantener en el poder al carnicero de El Assad es fundamental para llegar a un acuerdo de “paz”. Desde la extrema derecha, como por ejemplo el Frente Nacional de Marine Le Pen ya en el 2015 llamaba a aliarse con El Assad para derrotar al Estado Islámico y llamaba a seguir el ejemplo ruso que comenzaba los bombardeos sobre las ciudades controladas por la oposición siria. De la misma forma, el presidente del Frente de Izquierda, Jean Luc Mélenchon, felicitaba a El Assad por según él “eliminar a Daesch”. Para tranquilizar su conciencia reformista, argumentaba también que la oposición revolucionaria siria era “ultra minoritaria” lo que justificaba los bombardeos.

La paz de los cementerios se negocia en Siria

Las potencias imperialistas, desde Rusia, pasando por Turquía, los Estados Unidos, la Unión Europea e Irán se frotan las manos y saben que el momento de las negociaciones y el reparto del botín se avecina. Todo esto sobre las tumbas del casi medio millón de víctimas causadas por el conflicto. El sitio de Alepo no es sino de una evidencia más de la barbarie del régimen y sus aliados.

Esto también le permitiría a Erdogan afianzarse más en el poder y llevar adelante sus reformas bonapartistas que le llevarían eventualmente a derrotar al PKK y a las milicias que combaten en Siria. Estas últimas podrían crear un estado kurdo en las fronteras mismas del estado turco.

Los cañones y la aviación no han dejado de apuntar principalmente a la población civil. Es paradójico como, cuando Palmira estaba ocupada por DAESCH, un corredor fue abierto para que pudieran dejar la ciudad. Luego cuando las fuerzas sirias y rusas estaban ocupadas en destruir Alepo, los combatientes del Estado Islámico pudieron recuperar de nuevo la ciudad. Es decir, para los rusos y sus aliados el objetivo tampoco es destruir a Daesch como lo han hecho creer si no de barrer del mapa todo rastro de rebelión y sentar un precedente a todos los que se han opuesto al régimen.

Desde el PSOCA, llamamos a los trabajadores y trabajadoras del mundo a sostener la revolución siria que es una de las vías para que el movimiento de masas de estos países pueda liberarse de los regímenes dictatoriales de toda índole, desde los confesionales chiíes o sunitas hasta los supuestamente laicos que se apoyan en las minorías para oprimir a las mayorías étnicas.


Por Ashley Smith

Gilbert Achcar es profesor de Estudios sobre el Desarrollo y Relaciones Internacionales en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (School of Oriental and African Studies, SOAS) de la Universidad de Londres. Es autor de numerosos libros. Ashley Smith le ha entrevistado sobre una de las cuestiones candentes planteadas por la primavera árabe: el enfoque de la izquierda con respecto al fundamentalismo islámico.

Uno de los fenómenos más importantes que se han producido en Oriente Medio en las últimas tres décadas es el ascenso de lo que los comentaristas suelen denominar indistintamente islam político, islamismo y fundamentalismo islámico. ¿Por qué piensas que es mejor referirse a esta corriente política con el nombre de fundamentalismo islámico, y cuáles son sus características?

El término que uno emplea para denominar un fenómeno tiene que ver, por supuesto, con la evaluación y el juicio político que hace del mismo, y cada término tiene implicaciones diferentes. Veamos uno de los términos que acabas de mencionar: el islam político. ¿Por qué nadie emplea esta designación para instituciones y corrientes políticamente activas en el seno del cristianismo, el judaísmo o el hinduismo y no habla, por ejemplo, de “cristianismo político”? Hablar de “islam político” plantea el problema de definir qué es el islam “no político”; en otras palabras, ¿cuándo comienza el islam a ser “político” y cuándo deja de serlo? ¿Por qué calificar a los hermanos musulmanes de Egipto de “islam político” y no, digamos, al gran imán de Al Azhar, que ocupa un alto cargo político? Si reflexionamos seriamente, veremos que esta etiqueta no tiene mucho sentido.

Otro término que se emplea a menudo, y que puede parecer más preciso, es el de “islamismo”. Se aplica a movimientos políticos que consideran que el islam es su ideología y su programa fundamental, de ahí el “ismo”. Quienes empezaron a utilizar este término –fue en Francia en la década de 1980– pretendían evitar el concepto de “fundamentalismo islámico” porque consideraban que este último encerraba una carga política. Sin embargo, al hacerlo –cualquiera que fuera su intención, si bien ya estaban advertidos por algunos, como el profesor marxista de estudios islámicos, Maxime Rodinson– olvidaron el hecho de que era un término que había sido utilizado para referirse al propio islam. Si buscas en el diccionario, verás que islamismo se ha empleado como sinónimo de islam por lo menos hasta hace unos decenios.

En efecto, “islamismo” se mezcla con el islam como religión en la mente de la mayoría de las personas que oyen el término. Y dado que “islamismo” se convirtió casi en sinónimo de terrorismo –de nuevo, independientemente de las intenciones de algunos de los que emplearon el término–, llevó a la gente a confundir terrorismo con el islam como tal. Está claro que esto es muy peligroso, pues alimenta un fanatismo islamófobo que ya está muy extendido, máxime cuando “islamismo” reduce el fenómeno a una característica exclusiva del islam, entre todas las religiones.

Estas son las razones por las que no utilizo los dos términos citados. Prefiero hablar de “fundamentalismo islámico”, un término que tiene una doble ventaja. La más importante es que la noción de fundamentalismo se aplica a todas las religiones y se puede formular una definición genérica del término que abarque todos los fundamentalismos religiosos. Todos ellos tienen rasgos comunes: antes que nada, la adhesión a interpretaciones literales y dogmáticas de las escrituras religiosas y a un proyecto político de imposición de estos puntos de vista a la sociedad por medio del Estado. Así, la noción de fundamentalismo es útil para aclarar la distinción entre fundamentalismo islámico e islam como religión, ya que la gente suele hacer la misma distinción entre otras religiones y sus variantes fundamentalistas. Nadie confunde el fundamentalismo protestante con el protestantismo, por ejemplo. Quienes usan el término “islamismo” alegan a menudo que el término “fundamentalismo” pertenece a la historia del protestantismo; en realidad, a mi modo de ver es un argumento a favor de utilizarlo.

La segunda ventaja del término “fundamentalismo islámico” es que la noción de fundamentalismo ayuda a afinar la distinción entre las diferentes corrientes y grupos que otorgan al islam un lugar central en su identidad ideológica. Es más restrictivo que términos como “islam político” o “islamismo”, que suelen juntar movimientos muy distintos en la misma categoría. Mira el partido gobernante de Turquía, el AKP, por ejemplo. Suele incluirse en las categorías de “islam político” e “islamismo”, junto con el régimen iraní, y esto es un error garrafal que el término “fundamentalismo islámico” evita. El AKP no es un partido fundamentalista; no propugna la implantación de la ley religiosa islámica, la sharía, en Turquía. Es más bien un partido musulmán conservador, de derechas, similar a partidos cristianos conservadores o de derechas en Europa, y no ha dejado de serlo pese a su reciente deriva autoritaria.

No cabe duda de que la propia categoría de “fundamentalismo islámico” es bastante amplia, como todas las categorías ideológicas que abarcan una amplia gama de movimientos (pensemos en el marxismo o el comunismo, por ejemplo). Aunque el núcleo programático de un “Estado islámico” basado en la sharía es más o menos común a todos los grupos englobados en la categoría de “fundamentalismo islámico”, estos grupos aplican diferentes estrategias y tácticas. Así, existen fundamentalistas “moderados” que preconizan una estrategia gradualista consistente en realizar su programa primero en la sociedad y después en el Estado, mientras que otros recurren al terrorismo o la implementación del Estado por la fuerza, como es el caso del llamado Estado Islámico (EI), también denominado ISIS. Sin embargo, todos tienen en común un proyecto fundamentalista dogmático y reaccionario.

¿Cuáles son las raíces del fundamentalismo islámico en Oriente Medio? ¿Cómo y por qué surgió como fuerza política?

El fundamentalismo islámico, en la forma de un movimiento político organizado de la era moderna, nació a finales de la década de 1920 con la creación de la Hermandad Musulmana en Egipto. Esta fue, en efecto, la primera organización política moderna que se dotó de un programa fundamentalista islámico. Y también fue por esa época que la teorización del Estado islámico, la doctrina básica del fundamentalismo islámico, adquirió su forma moderna, igualmente en Egipto. Claro que hubo corrientes fundamentalistas con anterioridad y diversas clases de sectas puritanas en la historia del islam, como en otras religiones monoteístas, pero los hermanos musulmanes fueron los pioneros de una corriente del fundamentalismo islámico adaptado a la sociedad contemporánea en forma de movimiento político.

Esta corriente surgió a raíz de una serie de acontecimientos. El primero fue la proclamación de la república y la abolición del califato en Turquía unos pocos años después de la primera guerra mundial. La instauración por Mustafá Kemal de una república laica en Turquía fue un golpe moral para quienes rechazaban la separación entre el islam y el Estado. Esto sucedió al mismo tiempo que la fundación del reino saudí en la península arábiga, un Estado basado en una premisa fundamentalista islámica, aunque de carácter arcaico-tribal.

En segundo lugar, Egipto era un país en el que estaba madurando una situación revolucionaria debido a la acumulación de una serie de problemas explosivos: problemas sociales, una pobreza terrible en el campo, una monarquía corrupta, dirigentes despreciados u odiados por el pueblo y la dominación colonial británica. Sin embargo, la izquierda egipcia era débil y el movimiento obrero había sucumbido a la represión en la década de 1920. De modo que había una conjunción de factores que favorecieron el surgimiento del fundamentalismo islámico como movimiento político que capitalizó el descontento popular.

Desde el punto de vista del materialismo histórico, el fundamentalismo islámico es una asombrosa ilustración de lo que Marx y Engels identificaron en su Manifiesto Comunista como una de las orientaciones ideológicas de las clases medias tradicionales. Un sector de la pequeña burguesía tradicional, los artesanos y el campesinado medio y pequeño sufren los efectos devastadores del capitalismo, que se desarrolla a sus expensas y los fuerza a pasar de su condición de pequeños productores o comerciantes a la de trabajadores asalariados obligados a vender su fuerza de trabajo para ganarse el sustento.

Un sector de estas clases mínimamente acaudaladas se opone al desarrollo capitalista pretendiendo “hacer girar hacia atrás la rueda de la historia”, según la famosa expresión de Marx y Engels; una formulación excelente, por cierto, que destaca el carácter reaccionario de estos sectores. Y que encaja perfectamente en el caso del fundamentalismo islámico, en el sentido de que esta corriente nace de una revuelta contra las consecuencias del desarrollo capitalista, impulsado por la dominación extrajera, pero lo hace desde una perspectiva reaccionaria que pretende retornar a una mítica edad de oro islámica de hace trece siglos. Y esto es lo que tienen en común todos los grupos fundamentalistas islámicos, desde los hermanos musulmanes como movimiento de masas, al menos en su versión original egipcia, hasta los grupos terroristas, entre los que el más extremista es el terrible Estado Islámico (EI). Todos ellos comparten el deseo de reinstaurar de alguna manera la forma de gobierno y las normas sociales que existían en la época temprana del islam. En el caso del EI, creen que ya lo están haciendo con su llamado Estado Islámico.

¿Qué relación guarda el fundamentalismo islámico con el imperialismo? ¿Se opone al mismo o está confabulado con él?

Ambas cosas, diría yo, y esto no es contradictorio. La tropa del fundamentalismo islámico está formada por personas que reaccionan ante las consecuencias del capitalismo, de la dominación imperialista y de las guerras imperialistas. Pero responden a estas de un modo reaccionario. Frente al capitalismo y al imperialismo podrían optar por emprender una lucha progresista, encaminada a sustituir el capitalismo salvaje por una sociedad igualitaria socialmente justa, o bien creer que la solución pasa por reinstaurar una forma de gobierno que resulta completamente anacrónica en los tiempos que corren, abrazando por tanto una perspectiva muy reaccionaria.

Y puesto que es una respuesta reaccionaria a los problemas que hemos mencionado, ha acabado siendo utilizada históricamente por toda clase de fuerzas reaccionarias, incluido el propio imperialismo. Desde que se fundó su movimiento, los hermanos musulmanes han establecido un vínculo estrecho con el Estado que era y sigue siendo de lejos el más reaccionario, antidemocrático y misógino que hay en el mundo, el reino de Arabia Saudí. Este vínculo lo establecieron en virtud de la afinidad entre su propia perspectiva y lo que suele denominarse el wahabismo, que es la ideología de la fuerza tribal que fundó el reino saudí.

Los hermanos musulmanes colaboraron estrechamente con el reino saudí desde su creación hasta 1990, cuando Irak invadió Kuwait y provocó la primera guerra de EE UU contra Irak. Hasta entonces, la Hermandad Musulmana fue un gran aliado del reino saudí y del propio EE UU, el patrón de los saudíes. Ambos la utilizaron en la lucha contra el nacionalismo de izquierda, en particular contra Gamal Abdel Nasser en Egipto (1952-1970), pero también contra el movimiento comunista y la influencia de la Unión Soviética en países de mayoría musulmana. Esta alianza impura de EE UU, Arabia Saudí y los movimientos fundamentalistas islámicos era reaccionaria hasta la médula.

Los saudíes rompieron con la Hermandad porque esta última no secundó al reino en su apoyo al ataque de EE UU contra Irak en 1991. Esto se debió, por un lado, a que a los hermanos musulmanes les resultaba muy difícil, desde el punto de vista ideológico, aprobar una intervención occidental contra un país musulmán desde el territorio que alberga los lugares sagrados del islam. Por otro lado, tenían que tomar en cuenta el hecho de que sus bases se oponían firmemente a aquella agresión, al igual que la gran mayoría de la opinión pública de los países árabes.

Así, la mayoría de secciones regionales de la Hermandad Musulmana condenaron el despliegue y el ataque de EE UU, lo que hizo que el reino saudí rompiera con ella. Por eso se puso a buscar y encontró a otro patrocinador: el emirato de Catar, que desde entonces es su principal patrocinador. Después de haber sido financiada durante décadas por los saudíes, ahora la financia el emirato de Catar. Y Catar, por supuesto, es otro íntimo aliado de EE UU en la región, un país que alberga cuarteles avanzados del Mando Central militar de EE UU (CENTCOM) y la plataforma más importante de las guerras aéreas de EE UU desde Afganistán hasta Siria.

Cuando los hermanos musulmanes ejercieron el poder en Egipto durante la presidencia de su miembro Mohamed Morsi, se ganaron los elogios de Washington. Su historial es más que evidente. Otras ramas más “radicales” del fundamentalismo islámico también han colaborado en el pasado con EE UU. La historia de Al Qaeda es conocida: se originó al sumarse a la guerrilla apoyada por EE UU, Arabia Saudí y Pakistán para luchar contra la ocupación soviética de Afganistán, antes de convertirse en feroces enemigos de EE UU y de la familia real saudí después de 1990, por un motivo similar al que provocó la ruptura de la Hermandad con el reino.

¿Ha cambiado el carácter de clase del fundamentalismo islámico con este cambio de patrocinador estatal? ¿Sigue siendo una expresión de la pequeña burguesía o se ha “aburguesado”?

Antes que nada, el fundamentalismo islámico no se limita a un único movimiento. Constituye un amplio espectro de fuerzas y grupos, como ya he señalado, que va desde los Hermanos Musulmanes hasta los fanáticos totalitarios como el EI, pasando por los yihadistas. Incluso si nos circunscribimos a la Hermandad Musulmana, no debemos olvidar que se trata de una organización regional y global cuyas estrategias y tácticas varían de un lugar a otro. Sin embargo, si nos centramos exclusivamente en Egipto, está claro que se ha producido un “aburguesamiento” de la Hermandad egipcia. Cuando Nasser los reprimió, muchos de sus miembros y dirigentes acabaron en el exilio en Arabia Saudí, donde varios de ellos se convirtieron en hombres de negocios y sacaron provecho del boom del petróleo de la década de 1970. La relación con el Estado saudí y el capital del Golfo desempeñó un papel importante en el desarrollo en Egipto de una capa de lo que los turcos llaman “burguesía devota”, un sector que desempeña un papel cada vez más importante en el seno de la Hermandad.

Mientras que esta fracción capitalista adquirió una importancia notable en el seno de la Hermandad, el grueso de sus bases, de su tropa, sigue reclutándose en las filas de la pequeña burguesía y las capas más pobres de la sociedad. Esto no debería extrañar a nadie. Mira el caso de Donald Trump en EE UU. Es el portaestandarte de la política reaccionaria, pero sus seguidores no son precisamente accionistas de Microsoft. La derecha capitalista, especialmente sus sectores más reaccionarios, siempre busca reunir una masa de seguidores en otras clases, en particular entre los sectores resentidos de las clases medias y del proletariado.

Dicho esto, el cambio de composición de clase de la dirección de la Hermandad no ha alterado básicamente su programa. Para empezar, nunca han sido anticapitalistas, más allá de expresiones muy generales sobre la equidad social que se escucha incluso de los partidos más conservadores. Salvo en el caso de los grupos que se adhieren abiertamente al crudo darwinismo social, hasta los partidos políticos más conservadores utilizan una retórica compasiva. Recordemos el “conservadurismo compasivo” de George W. Bush. Lo mismo ocurre con la Hermandad. Hablarán de ocuparse de los pobres para decir que el islam aporta la solución y que la caridad islámica aliviará la pobreza. Todo esto encaja perfectamente en una perspectiva neoliberal que apoya la privatización de la asistencia social y su delegación en sociedades de beneficencia privadas.

No es extraño, por tanto, que cuando los hermanos musulmanes accedieron al poder en Túnez y Egipto, mantuvieran la misma política económica de los regímenes anteriores. Aprobaron los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI) e hicieron todo lo posible por complacer a la clase capitalista, incluidos los amiguetes capitalistas del antiguo régimen. Los fundamentalistas islámicos no se opusieron al orden neoliberal que ha hundido en la miseria a Oriente Medio.

¿Por qué se ha convertido el fundamentalismo islámico en una corriente política dominante en Oriente Medio? Esto es sorprendente dada la rica historia de nacionalismo secular y organización comunista en la región.

Esta es una cuestión muy importante. Actualmente prevalece una visión impresionista debido a las continuas informaciones de los medios de comunicación sobre diversas ramas del fundamentalismo islámico en Oriente Medio. Esto ha creado la impresión de que la religión, en general, y el fundamentalismo islámico, en particular, siempre han dominado el escenario político en la región. Pero esto no es cierto. Un país como Egipto, la cuna de la Hermandad Musulmana, es un ejemplo ilustrativo. Allí, la Hermandad logró crecer y experimentar un avance espectacular en la década de 1940, creando una fuerza con cientos de miles de seguidores. Uno de los motivos principales de su avance fue el hecho de que la izquierda fuera relativamente débil y estuviera fragmentada en este país. Esto contrastaba con otros países de la región, donde en aquel entonces los nacionalistas laicos de izquierda y los comunistas eran bastante fuertes, y la Hermandad, por consiguiente, mucho más débil. En Siria e Irak, el partido laico nacionalista Baas estaba desarrollándose en competencia con un movimiento comunista masivo.

Esto comenzó a cambiar en Egipto con el golpe militar de 1952. Nasser y su grupo de oficiales y suboficiales tumbaron la cúpula del ejército y la monarquía y proclamaron la república. Desde el punto de vista político, el grupo era variopinto. Con el tiempo se inclinaron hacia la izquierda, impulsando reformas nacionalistas y sociales. Aprobaron una reforma agraria, redistribuyendo las propiedades de los grandes terratenientes. También nacionalizaron propiedades extranjeras, siendo el acto más espectacular la nacionalización del Canal de Suez en 1956, que dio lugar a la agresión combinada de Gran Bretaña, Francia e Israel contra Egipto. La nacionalización de empresas extranjeras vino seguida de la nacionalización de empresas privadas egipcias y la proclamación del “socialismo” en 1961.

La radicalización a la izquierda de estos nacionalistas –con la destacada figura de Nasser en el centro de este proceso– hizo que ganaran una enorme popularidad, no solo en Egipto, sino en el conjunto de la región y más allá, en todo el tercer mundo. Esto se debió a sus reformas sociales y su oposición al imperialismo y al sionismo, una actitud que respondía a las aspiraciones de las masas. Bastante pronto, tras un breve periodo de cooperación, chocaron con los hermanos musulmanes y los reprimieron antes de embarcarse en su proceso de radicalización. Desde entonces, los hermanos musulmanes se convirtieron en los peores enemigos de los nacionalistas. Y los saudíes, de común acuerdo con Washington, los utilizaron como arma contra Nasser.

A raíz de la radicalización y la creciente influencia del nasserismo, la Hermandad quedó completamente marginada en Egipto. Había sido objeto de una feroz represión, sin duda, pero la represión por sí sola no consigue nunca marginar a un movimiento que mantiene un fuerte atractivo ante las masas. El caso es que los hermanos perdieron su atractivo. No tenían soluciones que ofrecer a los problemas sociales reales de las masas, mientras que los nacionalistas sí abordaban estas cuestiones, al menos en parte. En este periodo, la mayoría de las personas en Egipto y en toda la región ya solo vieron a los hermanos musulmanes como agentes de los saudíes y de la CIA.

La situación comenzó a cambiar a finales de la década de 1960, con la crisis del nacionalismo laico. El momento clave fue la victoria de Israel en 1967 sobre el Egipto nasserista y la Siria baasista. Al igual que en Egipto, esta última había experimentado una radicalización nacionalista de izquierda, encabezada por un grupo que Asad –el padre del actual carnicero de Siria– derrocaría podo después. Con la derrota de 1967, seguida en 1970 del aplastamiento de las guerrillas palestinas en Jordania, la muerte de Nasser y el derrocamiento del ala izquierda del partido Baas, el nacionalismo radical árabe sufrió un fuerte revés que abrió las puertas al retorno de la Hermandad Musulmana.

El sucesor de Nasser, Anuar el Sadat, emprendió un rumbo de desnasserización en Egipto, revirtiendo todas las políticas progresistas del periodo anterior, tanto en el ámbito agrícola o industrial como en el terreno antiimperialista o antisionista. Al embarcarse en este proyecto regresivo, soltó de la cárcel a los hermanos musulmanes y permitió que volvieran los que se encontraban en el exilio. Lo hizo porque los necesitaba como aliados en su proyecto reaccionario en Egipto. Los hermanos cumplieron su tarea de buena gana, convirtiéndose en la fuerza de choque de la ofensiva ideológica de Sadat en su ataque contra la izquierda. Sadat les permitió reconstruir su organización para convertirla en un movimiento de masas, a condición de que no le disputaran el poder. Mantuvieron esta relación con el sucesor de Sadat, Hosni Mubarak.

En un contexto de debilidad organizativa de la izquierda, cuyo sector más visible también mantenía una relación ambigua con el régimen, la Hermandad llenó un vacío, atrayendo a sectores descontentos de la población. Con los fondos aportados por los nuevos capitalistas en sus filas y su patrocinador saudí, lograron un crecimiento espectacular. Sin embargo, con la recuperación de su poder empezaron a surgir ambiciones de desempeñar un mayor papel político que lo que les permitía el régimen. Esto generó tensiones que dieron pie, ocasionalmente, a medidas represivas por parte del régimen, pero una y otra vez fueron liberados de la cárcel al cabo de periodos relativamente cortos. En ningún momento sufrieron una represión tan dura como la que tuvieron que soportar bajo Nasser. Mubarak jamás trató de aplastarlos ni de prohibir del todo su movimiento. Fueron tolerados porque eran útiles al régimen y solo eran reprimidos cuando el régimen pensaba que se estaban extralimitando.

Por tanto, en 2011 no surgieron de la nada. Eran una fuerza muy importante en Egipto, incluso en el terreno electoral. En 2005 lograron el 20 % de los escaños en el parlamento. Mubarak utilizó este ascenso controlado para advertir al gobierno de George W. Bush, que le estaba presionando para que procediera a cierto grado de liberalización política. Ante la ausencia de fuerzas significativas a la izquierda o entre los liberales, capaces de desafiar al régimen o capitalizar el descontento popular, el fundamentalismo islámico se hallaba en una posición óptima para capturar ese potencial.

Sin embargo, la historia demuestra que cuando existe una corriente progresista que goza de cierta credibilidad, es posible contrarrestar efectivamente el fundamentalismo. La debilidad de la izquierda es inversamente proporcional a la fuerza del fundamentalismo islámico. Entre estas dos corrientes el juego es de suma cero, a diferencia de la relación de la izquierda con la teología de la liberación en América Latina. Allí, la teología de la liberación, que representa una interpretación progresista del cristianismo, es una componente importante de la izquierda, con la que comparte, en muchos lugares, las mismas organizaciones, como fue el caso del Partido de los Trabajadores de Brasil en sus buenos tiempos de radicalidad. En Oriente Medio, la izquierda se enfrenta al fundamentalismo islámico como uno de los dos polos principales de la política reaccionaria, siendo el otro polo el constituido por los regímenes.

De este modo, la revuelta árabe se topó, ya en 2011, con dos fuerzas de la contrarrevolución en vez de la tradicional oposición binaria de revolución y contrarrevolución, es decir, con una configuración triangular en que un proceso revolucionario tuvo que enfrentarse a dos polos contrarrevolucionarios. Las fuerzas progresistas, que expresaban las aspiraciones del levantamiento, fueron necesarias para ponerlo en marcha y organizarlo en sus primeros pasos, pero pronto chocaron con los regímenes, por un lado, y con las oposiciones fundamentalistas islámicas, por otro, ambos opuestos a las aspiraciones de la ola revolucionaria y, en algunos países de la región, confabulados directamente para frustrar su radicalización.

El caso de Egipto vuelve a ser un ejemplo ilustrativo de la colaboración de los hermanos musulmanes con el ejército en 2011, el primer año de la revuelta. Esto abrió de hecho un espacio para el campo progresista. La elección presidencial de 2012 mostró el ascenso del polo progresista con el candidato nasserista, Hamdeen Sabahi, logrando –para sorpresa de todo el mundo– más votos que nadie en El Cairo y Alejandría y un 20 % de los votos a escala nacional. Se acercó en número de votos a los dos candidatos ganadores de la primera vuelta, el de los militares y el de los hermanos musulmanes, Mohamed Morsi.

Por desgracia, sin embargo, Sabahi cayó en la trampa de apoyar el golpe militar contra Morsi en 2013. En vez de oponerse coherentemente a ambos bandos contrarrevolucionarios, se echó del lado de uno de ellos: después de aliarse con los hermanos musulmanes en 2011, pactó con los militares en 2013. Solo cuando se mantuvo equidistante entre ambos, en 2012, consiguió un avance importante. La izquierda debe extraer de esta experiencia una lección crucial si quiere convertirse en una fuerza creíble y dirigir una nueva revuelta hacia la victoria. Ha de construir una alternativa tanto al régimen como a los fundamentalistas islámicos. Si no lo hace, y puesto que la política, al igual que la naturaleza, aborrece el vacío, la Hermandad Musulmana podría retornar y reconstruirse como la principal oposición al régimen, o peor aún, podríamos asistir al surgimiento de ramas más violentas del fundamentalismo islámico.

Me parece que vale la pena desarrollar esto un poco más. ¿Cómo debería posicionarse la izquierda en relación con las fuerzas fundamentalistas islámicas que luchan contra el imperialismo o el sionismo? Por ejemplo, ¿cómo debería relacionarse la izquierda con Hamás y Hezbolá?

La izquierda ha desarrollado una rica tradición, en la que deberíamos inspirarnos para enfocar esta cuestión. Esta tradición consiste en apoyar las luchas justas contra el colonialismo y el imperialismo independientemente de quién las impulsa, sin que esto suponga un apoyo acrítico a quienes están librando estas luchas. Por ejemplo, cuando la Italia fascista invadió Etiopía en 1935, lo razonable era que todos los antiimperialistas se opusieran a la invasión, pese a que Etiopía estaba gobernada por un régimen sumamente reaccionario desde el punto de vista de la izquierda. La oposición a la invasión italiana no suponía un apoyo acrítico al emperador etíope.

Este mismo planteamiento es el que deberíamos aplicar hoy. Hamás o Hezbolá han estado implicadas, efectivamente, en luchas contra la ocupación y la agresión israelí. Apoyamos esta lucha sea quien sea quien la libre. Pero Hamás no es el único grupo que lucha contra Israel; hay otras organizaciones en Palestina. Así que hemos de discernir, dentro de esta gama de grupos antisionistas, cuáles son más próximos a nuestra perspectiva política. Y lo mismo cabe decir con respecto a Líbano.

Tanto en Palestina como en Líbano, el juego de suma cero entre la izquierda y estas fuerzas es un hecho. Hamás consiguió crecer a expensas de la izquierda palestina. En la época de la primera intifada, en 1988, la izquierda era la fuerza dirigente en los territorios ocupados en 1967. Sin embargo, por desgracia sus grupos acabaron aprobando directa o indirectamente la capitulación de Yaser Arafat ante EE UU e Israel. Y esto fue un desastre para su influencia política, abriendo la puerta a Hamás. Recordemos que Hamás fue fundada por la rama palestina de los hermanos musulmanes, que hasta entonces había sido favorecida por el ocupante israelí como antídoto contra la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Lo mismo cabe decir de Hezbolá en Líbano. Apareció tras la invasión israelí de Líbano en 1982, pero no fue quien inició la resistencia a dicha invasión. En realidad, fueron el Partido Comunista y fuerzas nacionalistas de izquierda quienes lo hicieron, amparados en una tradición de lucha contra las sucesivas invasiones israelíes del sur de Líbano. Hezbolá se construyó a expensas de estas fuerzas, en particular del Partido Comunista. Este tenía gran influencia en las regiones de mayoría chií y por tanto era considerado un importante competidor de Hezbolá, que era una secta chií. Hezbolá fue tan lejos que asesinó a destacadas figuras chiíes del Partido Comunista. Pese a convertirse en la fuerza dominante en una lucha justa –la lucha contra la ocupación israelí–, no es en modo alguno una fuerza progresista. Ha llegado a ser lo que es reprimiendo y descabezando a fuerzas progresistas que libraban la misma lucha. No obstante, era correcto apoyar la resistencia libanesa, pese a que pasó a estar completamente dominada por Hezbolá. Esto no es lo mismo que apoyar a Hezbolá en general, incondicional y acríticamente.

La política interior de Hezbolá en Líbano, tanto en el terreno económico como en el social o cultural, no es en modo alguno progresista. El Partido de Dios (es lo que significa Hezbolá en árabe) se acomodó muy bien en la reconstrucción liberal de Líbano. Tampoco debemos olvidar que depende estrechamente del régimen iraní, que es todo menos progresista. Ahora bien, si EE UU o Israel lanzaran un ataque contra Irán, nosotros no dudaríamos en apoyar a este país. Esto no significa que no consideremos que el régimen iraní es reaccionario, represivo, capitalista, y por tanto un enemigo de la causa social por la que luchamos. Es muy importante entender esto, porque en los últimos años Irán y Hezbolá han acudido en ayuda del régimen contrarrevolucionario de Siria. Le han prestado tropas de choque decisivas que se han sumado a la masacre contra el movimiento popular democrático. Esto demuestra su profundo carácter reaccionario. Para el régimen iraní, esto es perfectamente coherente con la represión del movimiento democrático en el propio país en 2009.

¿Qué postura debería adoptar actualmente la izquierda con respecto a los Hermanos Musulmanes en Egipto? Algunos la califican de fuerza reformista, con la que la izquierda puede formar un frente único. ¿Qué piensas de esto? Y ¿qué alternativa propones a este planteamiento?

Bueno, permíteme que especifique las actitudes de algunos sectores de izquierda en Egipto más que marcarles una línea desde la distancia. Hay sectores de izquierda que mantienen una postura que me parece correcta: oponerse a la toma del poder por los militares y condenar la brutal represión contra la Hermandad Musulmana, sin prestar ningún apoyo político a esta última.

Caracterizar la Hermandad de “reformista” induce a confusión, por decirlo suavemente. Si no se matiza, esta etiqueta pude implicar que se considera la Hermandad como una organización similar a las alas reformistas del movimiento obrero, lo que sería sumamente engañoso. Claro que se podría decir que la Hermandad es “reformista” (o “moderada”) en comparación con los yihadistas “radicales” y terroristas como Al Qaeda y el EI, pero esto entraría dentro del espectro de la ideología fundamentalista islámica reaccionaria.

Sería un gran error y sumamente engañoso decir que la Hermandad es “reformista” sin más, dando a entender que es reformista de la misma manera que algunas corrientes progresistas no revolucionarias, ya sean estalinistas, socialdemócratas o nacionalistas de izquierda, corrientes que creen que pueden alcanzar el socialismo sin desmantelar el Estado burgués. La Hermandad Musulmana ultraneoliberal solo es “reformista” en la implementación de su programa fundamentalista islámico, pero de ninguna manera en un sentido socialdemócrata. Es una fuerza ultrarreaccionaria en materia de política social. No obstante, esto no significa ni mucho menos que haya que aplaudir su represión a manos de regímenes que son igual de reaccionarios. La izquierda debería ser siempre la que lucha de modo más consistente por las libertades democráticas.

¿Qué lecciones debería sacar la izquierda del papel de las fuerzas fundamentalistas islámicas en la primavera árabe en su conjunto?

Lo que he dicho con respecto a Egipto puede extenderse al conjunto de la revuelta árabe. La izquierda ha de adoptar una actitud correcta de oposición a ambos polos contrarrevolucionarios, representados por los regímenes, de un lado, y por las fuerzas fundamentalistas islámicas, de otro, y esforzarse por crear un tercer polo, opuesto igualmente a ambos en su perspectiva estratégica. Claro que tácticamente, la izquierda puede “golpear conjuntamente” con uno contra el otro –el más peligroso del momento–, siempre que siga “caminando por separado” con su propio programa, desafiando a ambos polos reaccionarios. Desde el punto de vista estratégico, la izquierda debería librar su combate en ambos frentes. En lugar de este planteamiento, por desgracia, hemos visto cómo fuerzas progresistas se alineaban con los fundamentalistas islámicos contra los regímenes –como ocurrió en las primeras etapas de la revuelta en muchos países, o todavía ocurre en el caso de Siria–, mientras que otros sectores de la izquierda se alineaban con los regímenes existentes contra los fundamentalistas islámicos.

Y mientras podemos encontrar en la primera categoría a algunos individuos que califican erróneamente a los hermanos musulmanes de “reformistas” (lo cierto es que esta caracterización es tan descabellada que hay muy poca gente que la sostenga), la mayoría de los grupos de la segunda categoría califican erróneamente a los hermanos musulmanes de “fascistas”, lo cual es igual de descabellado. La analogía con el fascismo pasa por alto importantes diferencias entre las dos corrientes y solo se fija en algunos aspectos organizativos que son comunes a partidos muy diferentes, basados en la movilización de masas y el adoctrinamiento, incluida la tradición estalinista. A diferencia del fascismo histórico, la Hermandad Musulmana no surgió en países imperialistas en respuesta al movimiento obrero cuando este puso en jaque al capitalismo, y con el fin de encarnar una versión más dura del imperialismo.

Así que tenemos estos dos tipos de planteamiento simétricamente opuestos. También hay fuerzas de izquierda que han cambiado de uno a otro. Por ejemplo, el partido nasserista egipcio, dirigido por Sabahi, pasó de aliarse con los Hermanos Musulmanes en 2011, hasta el punto de participar en su coalición electoral como socio minoritario, a aliarse con el ejército en 2013, sumándose al coro que cantó las loas al mariscal de campo Abdelfatah al Sisi. Esta actitud política es desastrosa si se quiere construir una alternativa progresista en la región. Es crucial que los progresistas afirmen un tercer polo revolucionario, opuesto por igual a los dos polos contrarrevolucionarios que ahora dominan la escena, si desean en algún momento dado volver a abanderar las aspiraciones que inspiraron la primavera árabe en 2011.

A falta de esto, seguiremos asistiendo al desastre en curso con un escenario regional arrollado por el choque entre los dos polos contrarrevolucionarios. La mejor situación a corto plazo es la de la coalición entre los dos polos reaccionarios, como ha ocurrido en Túnez, donde el equivalente local a los Hermanos Musulmanes se integró en una coalición de gobierno con las fuerzas del antiguo régimen, o en Marruecos, donde el rey ha incorporado al equivalente local al gobierno. Washington y sus aliados europeos están impulsando activamente este tipo de acuerdos en casi todos los países de la región: la reconciliación entre los dos polos contrarrevolucionarios encaja muy bien dentro de su perspectiva, desde luego. Sin embargo, esta reconciliación también será beneficiosa desde un punto de vista progresista, pues obligará a las fuerzas progresistas a oponerse a ambos polos contrarrevolucionarios y propiciará su aparición como la alternativa a los dos. En cualquier caso, el futuro de la izquierda en Oriente Medio depende de que adopte esta orientación.


Por Nicolás Le Brun

     Dos de las superpotencias imperialistas del siglo XXI se encontraron en Múnich para llegar a un acuerdo, para según ellos, alcanzar un alto al fuego en Siria. El conflicto sirio que hasta la época y de acuerdo a cifras oficiales ha alcanzado cerca de doscientos sesenta mil muertos y las cifras no dejan de aumentar. A parte de las bajas civiles, se suma el drama humanitario de los cientos de miles de refugiados que salen cotidianamente del país y que luego de tortuosas rutas controladas por mafias, logran llegar a una Europa que pone cada vez más trabas para su llegada.

Pero lo urgente para el imperialismo es de tratar de apagar el fuego de este conflicto que provoca una situación de crisis en el conjunto del área. Esta área que representa casi la mitad de las reservas de petróleo mundial y por donde transitan el grueso de los millones de barriles que se utilizan diariamente en los cuatro rincones del planeta.

La conferencia anual de seguridad de Múnich

     El imperialismo en los albores de la denominada guerra fría precisamente en el año 1963, instituyó esta conferencia anual en Múnich para evaluar la situación de la seguridad a nivel mundial. En un principio los participantes eran casi exclusivamente los miembros de la OTAN, luego de la caída del muro, otros países de Europa Central fueron admitidos y en la actualidad, ciertos países denominados por la burguesía como “emergentes” han ganado su lugar en esta conferencia. Desde hace unos cinco años con la explosión de la primavera árabe, representantes de estos países también han sido admitidos.

En el marco de esta conferencia se llevaron a cabo las negociaciones entre las dos grandes potencias que se enfrentan en el marco de la guerra civil en Siria. Luego de la caída y desaparición de los estados obreros y el posterior control de la estructura económica de estos países por el imperialismo y la burocracia estalinista transformada en burguesía, Rusia volvió a estar presente en estas conferencias.

En un artículo anterior se analizaba la entrada de la aviación rusa como un factor para empujar las negociaciones a un marco más equilibrado, desde el punto de vista ruso y poder aumentar su relación de fuerza en el conflicto. Desde la entrada en acción de la aviación rusa, las tropas de Al Assad han ganado terreno, principalmente por los bombardeos estratégicos que han permitido cortar el aprovisionamiento de pertrechos para los combatientes de Ejercito Libre Sirio y de otras fracciones sunitas apoyadas por Turquía. En el momento de escribir este artículo se encuentran en una posición de retomar el bastión de la oposición, Alepo. Este giro en la relación de fuerzas ha puesto de nuevo en la arena política al gobierno y esto le ha sacado provecho Putin para inclinar un poco la balanza.

Las negociaciones llevadas a cabo en Múnich, principalmente entre John Kerry, secretario de Estado del gobierno yanqui y Sergei Lavrov, ministro ruso de asuntos extranjeros, llegaron a pactar un “cese de hostilidades” en Siria. Este acuerdo logrado el 12 de febrero en el marco de 52 conferencia no ha surtido efecto. De hecho este acuerdo debería entrar en vigor el 19 de febrero, sin embargo el ritmo de las operaciones parece intensificarse lejos de atenuarse.

Este cese de hostilidades se encuentra lejos de concretizarse. La multiplicidad de interventores en el terreno, los conflictos étnicos como el de los kurdos, el conflicto entre las potencias del eje sunita (Arabia Saudita, Turquía, Kuwait) contra las potencias del eje chií (El gobierno de el Assad, Irán, el Hezbolah en el Líbano) además la entrada en acción del Estado Islámico en Libia hacen que el equilibrio se vuelva cada vez más precario y más difícil para el imperialismo de mantener el control y velar por sus intereses.

La estructura de los países del golfo hace que se encuentren diseminadas poblaciones de diferentes confesiones, siendo en la mayoría de los casos los sunitas la población mayoritaria. Este sectarismo religioso que ha permitido la aparición de grupos parias como el Estado Islámico, que reivindican esta corriente del islam, no son que manifestaciones de la descomposición de los estados nacionales impuestos por el imperialismo en el último siglo. Esta situación es de vital importancia, ya que de crecer esta dinámica a su máximo exponente, el estallido de los estados aliados de los Estados Unidos y las potencias occidentales podría ser una posibilidad que los pondría en mayor dificultad.

     Solo para tener una idea de la situación, las poblaciones de origen chií representan en Arabia Saudita entre un 12 a un 20 por ciento. Pero las mayores reservas y la más grande cantidad del tráfico de petróleo transita por sus territorios; De ahí la importancia para los saudíes de dar un golpe de fuerza para mantener el control en la península. Una crisis militar o política de mayor envergadura, podría hacer que los precios del petróleo se fueran por las nubes. La producción de Arabia Saudita equivale a unos 103,3 millones de barriles al día. Si esta producción se detuviera por varios días, el precio podría llegar a los 200 dólares o más. (TheDaily Telegraph 4/01/2016).

     El actual curso de los precios del crudo ha hecho que la monarquía wahabita haya anunciado importantes recortes en los gastos del reino, un plan de austeridad.

La reaparición del “bombero loco”?

     El levantamiento de sanciones a Irán luego del acuerdo nuclear con las potencias occidentales han creado la ilusión que una posibilidad para llegar a un acuerdo en Siria podría ser posible, debido al apoyo incondicional del régimen de los Ayatolas al régimen sirio. Sin embargo, la entrada de los rusos en el campo de batalla, precipitaron la participación también de los turcos en teatro de operaciones. Para ponerle todavía más combustible a la hoguera, el conflicto en el Yemen enfrenta también saudíes e iraníes. Las amenazas de los primeros de intervenir directamente con tropas en Siria hacen que las perspectivas de lograr el cese al fuego no sean tan realistas. Hay que recordar las escaramuzas fronterizas entre los turcos y los rusos que avivan la intensidad del conflicto. Sin embargo la OTAN ha sido clara al decir que no necesariamente tendría que intervenir en el caso de un conflicto ruso-otomano (The Dialy Mail, 20 de febrero de 2016). el artículo 5 del tratado establece que en caso de agresión a un país miembro, este sería apoyado por los otros países miembros. Este distanciamiento de la diplomacia europea pone en evidencia la fragilidad de su situación pero también de las consecuencias todo nivel, sobre todo la intensificación del flujo de refugiados que podría suceder.

     Por eso los riesgos por el momento son compartidos por las dos potencias, en el marco de este acuerdo John Kerry ha declarado “ Es esencial que Rusia cambie los objetivos. Nosotros determinaremos lo que debe ser alcanzado y lo que no…porque es evidente que, si los que están dispuestos a participar en el proceso político son bombardeados, las conversaciones estarían limitadas. (Rusia Today, 13 de febrero de 2016).

     A pesar del discurso evocando una nueva guerra fría, el número dos del régimen ruso, Medvev, declaró en su discurso durante esta conferencia que “ Debemos preservar a Siria como un estado unido y evitar su disolución… el mundo no podría sobrevivir otra Libia, Yemen o Afganistán. Las consecuencias de este escenario serian catastróficas para el Oriente Medio. La implementación de estas medidas deben ser conducidas por Rusia y los Estados Unidos. Quiero hacer énfasis en que la clave es el trabajo diario de los militares de Rusia y Estados Unidos. Hablo de un trabajo regular …trabajo diario, el trabajo de todos los días” (Voltaire Network 13 de febrero de 2016)

     Como se puede ver después de estas declaraciones es que los objetivos estratégicos de ambos es re establecer el statu quo en la zona. Como también habíamos anotado en un artículo precedente, la derrota de la primavera árabe es fundamental para el imperialismo. El re establecimiento del régimen militar en Egipto y los esfuerzos de los yanquis para hacerse de un lugar en Libia también apuntan a eso. En el caso de este último país, la presencia de fuerzas especiales gringas en el terreno desde el 2015 cuando menos. Lo mismo pasa con otros grupos militares de las potencias europeas que tratan de impedir que el Estado Islámico tome el control de los pozos petroleros.

         Una política de clase

Los socialistas revolucionarios rechazamos los acuerdos de Múnich porque conducen al pueblo sirio por el camino del matadero. El pacto que se avecina con el régimen sanguinario de Bacher El Assad para salvar al régimen demuestra una vez mas que la burguesía no escatima nada para mantener a los aliados fieles mientras puedan servir a sus intereses. No es casual que la mayor parte de los bombardeos tengan como objetivo las ciudades controladas por las fuerzas “laicas” que combaten a Al Assad.

Las masas insurgentes en el Medio Oriente tienen una labor fundamental, la construcción de un partido revolucionario que esté por encima de todas estas diferencias étnicas, que se dé la tarea de derrotar por la vía de la insurrección a las monarquías sanguinarias, a los ayatolas y a todas las variantes de estos que reivindican la opresión religiosa como elemento aglutinador.

     El bloqueo de los países occidentales a Rusia luego de la crisis en Ucrania también forma parte de las tensiones que tratan de limar en medio de esta conferencia, a pesar de estas, la posibilidad de encontrar acuerdos en algunos aspectos no es imposible sobre todo cuando importantes reservas energéticas están en juego.


Por Nicolas le Brun

A finales del mes de septiembre los bombardeos rusos sobre las posiciones de la oposición siria y de DAESCH (las iniciales del Estado Islámico en árabe) han representado un cambio cualitativo en el desarrollo de la guerra civil en Siria, que data ya de cinco años.

En el seno de la izquierda se ha satanizado y canonizado a distintos intervinientes, elevando a la categoría de anti imperialista al régimen de El Assad, llegando a llamar a sostener el régimen, y de demonizar a la oposición siria, compuesta de diferentes corrientes.

¿Una tercera guerra o un tercer frente?

En la antesala de la intervención rusa, se dieron los bombardeos del gobierno turco a las posiciones del Estado Islámico y de paso a la oposición kurda en Siria y al PKK, el partido de trabajadores del Kurdistán, que se enfrenta armadamente al gobierno de Ankara desde hace tres décadas. Esta escalada intervencionista dio la impresión para algunos de que una tercera guerra estaba en proceso. Sin embargo lo que vino después fue algo un poco mas complejo que eso. El imperialismo ruso ha hecho su entrada de manera declarada en el conflicto, dejando una posición pasiva (venta de armas al régimen sirio) por un rol activo (bombardeo de las posiciones de todos los opositores a Al Assad).

Este frente al que se suma Rusia, es el mismo en el que se encuentra Irán, que a su vez sostiene al régimen genocida de Al Assad.

Lo que está en juego es una nueva repartición de la región en manos de las potencias de esta época. Hace cien años, el tratado Sykes Picot entre las potencias vencedoras de la primera guerra mundial creó los Estados que conocemos en la actualidad bajo la denominación de protectorados. Estos protectorados, ingleses y franceses, desmembraron el derrotado imperio Otomán y crearon Siria bajo la tutela francesa, Irak, bajo la tutela inglesa y crearon algunos otros estados artificiales para mejor dividir, como el Líbano, donde la minoría católica maronita se alió con la potencia ocupadora para oprimir a las mayorías de origen chií y establecer un régimen reaccionario que estalló durante la guerra civil de los años setenta. En el resto del área, la formula colonialista fue la misma que se aplicó en el resto del mundo. Las minorías étnicas fueron elevadas al rango de aliados de los ocupantes y las mayorías a sufrir el yugo de la ocupación.

En este contexto, los Estados Unidos, que no eran una potencia hegemónica en el principio del siglo XX, no tuvo la posibilidad de entrar en esta repartición de rapiña de las potencias europeas vencedoras de este primer conflicto mundial. Luego de la Segunda Guerra, el papel indiscutible de los Estados Unidos como la primera potencia imperialista mundial hizo que el balance de fuerzas fuera desplazándose hacia su lado, no sin contar con la oposición de las potencias europeas que no querían desprenderse de sus botines alcanzados. El establecimiento del enclave yanqui en el Medio Oriente, el estado Sionista de Israel, hizo que esta relación de fuerzas se desplazara hacia el bando yanqui. Las alianzas con el régimen wahabita de Arabia Saudita, los golpes de Estado en Irán y la implantación de la dictadura de Mohammad Reza Pahlavi en los albores de los años cincuenta fueron parte de este desplazamiento.

La aparición de los movimientos nacionalistas árabes representados por el partido Baas en Irak y Siria, además del movimiento nacionalista egipcio encabezado por Nascer, desencadenaron una serie de conflictos armados en la zona que llevaron a afianzar al estado sionista como fuerza de ocupación en los altos del Golán, la franja de Gaza. En ese entonces el papel de gendarme lo jugó básicamente Israel, luego Irak durante la guerra contra Irán y posteriormente los mismos Estados Unidos durante la primera y segunda Guerra del Golfo.

El resquebrajamiento de los estados nacionales

Durante la primavera árabe del 2011, que inició en Túnez para extenderse hacia varios países del área, varias dictaduras fueron cayendo debido a la irrupción de un poderoso movimiento de masas. Este movimiento, en algunos países como Túnez y Egipto se dirigió básicamente a la consecución de objetivos democráticos burgueses, como la organización de elecciones. En otros como Libia y Siria tomaron la forma de una guerra civil. En el caso de Libia, el Estado creado luego de la Segunda Guerra durante mas de tres décadas, bajo la dictadura del coronel Gadafi, llegó a enfrentar episódicamente al imperialismo yanqui, sin dejar de mantener las relaciones comerciales con éstos y los otros países imperialistas europeos. La caída del régimen libio puso el país delante de una guerra civil que no ha cesado y ante la casi imposibilidad de re establecer un estado nacional con los rasgos del anterior. La experiencia de Libia, así como la experiencia del Sudán del Sur, pone en evidencia que los intereses de las potencias son debilitar ciertos Estados para poder obtener mayores ventajas sobre todo en materia de la explotación de los recursos energéticos que estos países poseen.

Dentro de este contexto, la creciente ola de intervenciones militares por parte de las potencias imperialistas pone en relieve la creciente contradicción que prima entre ellos y la magnitud de las diferencias en cuanto a sus intereses político-económicos.

Desde el inicio del conflicto, los estados de la UE se habían negado a establecer negociaciones con el gobierno de Bachar El Assad. El giro de la revolución ha hecho que las potencias hablen de nuevo de la posibilidad de retomar las negociaciones con el régimen para poner una salida al conflicto.

Dentro de este contexto, la intervención rusa pone en una posición de mayor fuerza al gobierno sirio. El peón de la OTAN en la zona, el gobierno de Erdogan, ha evocado luego de los recientes bombardeos que esta opción es bien posible. La canciller alemana, Angela Merkel también se ha pronunciado en ese sentido, no así el discurso de los franceses, antiguos amos de la región en conflicto.

La opción de encontrarse ante un nuevo escenario libio hace que la alianza inter imperialista pase a la ofensiva. La entrada de la aviación rusa no se hace sin el consentimiento tácito de los otros interventores. La prensa iraní se ha hecho eco de este nuevo escenario alentador bajo su perspectiva. El periódico reformador iraní Shargh ha calificado la intervención de las fuerzas de Putin como “razonable y pragmática” para mas adelante señalar que “si la iniciativa político militar rusa con el apoyo de Teherán logra la colaboración de los países de la región y de la comunidad internacional, será la única solución para salir del impasse” (Courrier International n°1301).

El sentido de la intervención rusa, no es solo de sostener a El Assad en el poder y conservar su base naval en el Mediterráneo, sino algo más consistente como lo apunta el cotidiano árabe parlante basado en Londres AL-Hayat, el cual apunta que “Es así que Rusia se transforma en el gendarme de Occidente en el Medio Oriente. Esto permite a todos encontrar sus marcas: los países árabes que se sienten acechados por los chiíes y amenazados por el Estado islámico, a Israel que prefiere el mantenimiento del régimen sirio que ha protegido sus fronteras” (ídem).

En el mismo sentido, la publicación bimestral Foreign Policy apunta más o menos en el mismo sentido. Según el director de la redacción de este medio David Rothkopf “nada asegura que el tándem ruso-iraní no ganara fácilmente a los extremistas. Y nada dice, según mi opinión, que este sea su objetivo en este momento. Lo que los rusos y los iranís se esforzarán por hacer es crear una cabeza de playa que les dará una ventaja decisiva en todo arreglo político en el futuro. Llegarán a mantener a El Assad al frente, ya sea a mantenerlo en el poder durante un periodo de transición, asegurándose de escoger o de vetar el sucesor” (28/09/2015).

Esto deja claro que la incapacidad para los yanquis de abrir otro frente en el área cuenta con la alternativa de recurrir a otros aliados para hacerle frente a la situación, todo con el mismo objetivo de pasar las aspiraciones de las masas bajo las armas y ahogarlas bajo las bombas.

Por otro lado las potencias agrupadas en la UE buscan una solución lo más rápida posible para mantener lejos de sus fronteras a las masas de refugiados y evitar darles el estatuto de refugiados de la misma forma como consideran ahora que Irak es un país seguro.

Por una salida socialista a la crisis

Los socialistas revolucionarios condenamos la intervención imperialista de cualquier potencia en el área. La salida para las masas es terminar con la guerra fratricida e inter religiosa impuesta por las corrientes reaccionarias.

Las bases del tratado Sykes Picot debe ser eliminadas por la acción del movimiento de masas y establecer en la región una Federación de Estados Socialistas del Medio Oriente.

Esta es una tarea colosal que pasa no solo por la caída del gobierno Sirio, si no por el avance de la revolución en el conjunto del área, principalmente por el triunfo de revolución palestina, el fin de la ocupación sionista.

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