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Por Manuel Cuesta Morúa

Del Estado totalitario al Estado corporativo: el VI Congreso testimonia la ruptura del Partido Comunista con cualquier sentido estratégico de nación.

Si el 13 de septiembre de 2010 se consuma la liquidación de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) como representante genuino de los trabajadores, el 19 de abril de 2011, fecha de clausura del VI Congreso, testimonia la ruptura del Partido Comunista de Cuba (PCC) con cualquier sentido estratégico de nación. Allí donde la CTC se mujaliza (1), el PCC se actualiza siguiendo el modelo del Partido Revolucionario Institucional (PRI), anterior a la reforma democratizadora en México. No es de extrañar por tanto la falta de entusiasmos ciudadanos.

Ambos procesos internos están conectados en profundidad. No es mi propósito desde luego describir aquí los caminos paralelos que siguen la CTC y el PCC, pero para lo que se nos viene encima en términos políticos, económicos, sociales e históricos creo importante destacar el nuevo tipo de conexión príista que se establece entre ambas instituciones: la CTC se define claramente como el mecanismo de control sobre los trabajadores en manos de un partido sin ideología, aceleradamente pragmático y anclado al poder. Los privilegios, los beneficios y el castigo son los medios propios de este control.

Se me dirá que siempre fue así, por supuesto. Sin embargo, existía una realidad de la apariencia, fundada en la idea de un partido cuya esencia y sustancia ideológicas provenía de los trabajadores, y de una CTC que representaba concretamente los intereses y las necesidades de aquellos frente a la pérdida posible de las "armonías naturales" entre administración y mundo del trabajo.

Por ejemplo, cuando los trabajadores de Antillana de Acero, una vieja empresa situada al sureste de La Habana, discutían con la administración en torno a sus necesidades e intereses afectados, lo hacían bajo la ilusión de que eran el sujeto fundamental de un partido político en control absoluto del Estado. La CTC se situaba de este modo en medio de esa tensión, "velando" por el equilibrio entre sus dos lealtades básicas: el partido-Estado y los trabajadores. Pero cuando los trabajadores de la Empresa de Telecomunicaciones SA (ETECSA) pueden ser convocados para funciones paramilitares, la CTC solo tiene la misión de recordarles que si no acuden a la convocatoria pueden ser castigados con la pérdida de beneficios y privilegios, incluyendo el puesto de trabajo mismo. Con los trabajadores de Antillana observamos, todavía, un vínculo de clases; con los de ETECSA vemos ya una relación estrictamente clientelar.

Esta transición —para el futuro de Cuba resulta esencial entenderla— queda completada con el VI Congreso del PCC recién concluido. Por lo que en términos ideológicos podemos decir, con toda propiedad: adiós al Partido Comunista.

Partido Comunista Institucional es el nombre ajustado para este que nace el 19 de abril de 2011. En rigor, estamos de cara a una transformación fundamental. Y digo fundamental, no necesariamente positiva, porque dicha transformación institucional intenta empezar por donde terminaron, históricamente hablando, los partidos comunistas en los antiguos sistemas totalitarios de la Europa Central y del Este, y por donde concluyó el Partido Revolucionario Institucional en México. Transformación más cercana al PRI que a aquellos partidos en tanto comienza sin doctrina ideológica. Príización del Partido Comunista podría entenderse entonces así: control del poder y de los intereses, más otorgamiento de beneficios corporativos a todos los que muestren palmariamente sus lealtades. Limitar los términos que no la extensión del poder —solo un índice de democracia si va acompañado de muchos otros requisitos democráticos, como la propia existencia del PRI demostró— es una apuesta en la dirección de lograr la dictadura perfecta que experimentó México.

¿Qué sale de este Congreso? Dentro del esquema del "socialismo real", pasamos del Estado totalitario al Estado corporativo. En él, el PCC es la corporación mayor que invita a la mesa del poder a corporaciones e intereses menores, sean internos o externos, para establecer una alianza asimétrica pero en la que todos los invitados pueden gestionar sus autonomías y satisfacer sus intereses, a condición de no contestar la legitimidad del poder, de no discutir los fundamentos del Estado y de establecer una relación crítica que no invada el campo de las decisiones políticas.

La referencia que hace Raúl Castro en el discurso inaugural del Congreso a todas las religiones, a todas las denominaciones y a todas las fraternidades es reflejo y compendio de un totalitarismo desmoralizado —que ya no puede aspirar a la representación social de la verdad—, pero que se niega a compartir el espacio público con otras verdades, y les ofrece un pacto: verdades privadas, silencio público a cambio de apoyo administrativo a intereses corporativos. Aquellas se convierten de tal manera, junto a determinados grupos intelectuales, en una pieza clave dentro de este nuevo Estado corporativo.

Desde una perspectiva ideológica existe una muestra bien extraña de esta alianza: el llamado público que hizo la Iglesia Católica para que los cubanos —léase, los trabajadores— se pusieran comprensivos frente a las duras medidas económicas que tiene que tomar el gobierno. Un papel consistente con la naturaleza de la Iglesia Católica, y sin dudas más decente que el desempeñado por la CTC, pero totalmente incompatible con el rol y las expectativas de la sociedad cubana. Que los conservadores cubanos vengan en ayuda de los revolucionarios, supuestos o reales, es algo más que la clásica pinza griega, que describe la unión de los extremos ideológicos para bloquear las posibilidades al centrismo político.

Dentro de este nuevo Estado corporativo, la militarización del Estado a través del partido y de los intereses es más visible. Ocho de los 15 miembros del Buró Político son militares, y todos tienen intereses económicos específicos. Las fuerzas armadas ya no asumen solo un papel en la defensa de la soberanía, sino que legitiman y defienden una red de intereses económicos que se han venido fraguando, al menos desde hace 20 años, en una especie de capitalismo de secuaces. Los militares constituyen la pieza clave de este nuevo tipo de Estado, y son, por razones obvias, los más fortalecidos por el VI Congreso.

La tercera pieza son los intereses económicos extranjeros. Lo específico aquí no va por las posibilidades de inversión en una economía que está ávida de capitales, sino por las posibilidades y seguridades que esos intereses adquieren para definir la estructura socioeconómica del país sin la participación, perturbación e injerencia posibles de los ciudadanos cubanos. Adquirir la propiedad de activos cubanos casi a perpetuidad, junto al desarrollo en Cuba de maquiladoras —proyecto que se cocina para la zona del Mariel, al oeste de La Habana—, constituyen prototipos de una corporativización de la economía cubana que adquiere fuerza e impulso políticos con el VI Congreso, el cual funcionó, a su vez, como aliviadero psicológico para cualquier rastro de mala conciencia que pudiera quedar por la rara asociación,—rara para quienes siguen pensando y hablando de socialismo— entre el capitalismo global y los "revolucionarios" cubanos.

El VI Congreso del PCC propuso únicamente, y en congruencia con su naturaleza, una rearticulación del poder, y no una rearticulación del proyecto de nación. Es por eso que no conecta estratégicamente con las necesidades estructurales de Cuba.

Las reformas y su ritmo, comentados en este VI Congreso, expresan clara y ejemplarmente las necesidades perentorias para rearticular, en tiempo suficiente, el poder de aquellos mismos que lo han ejercido por más de 50 años.

La desesperación mundial para que algo se mueva en Cuba —muy visible en medios de comunicación, en ámbitos diplomáticos y en algunos gobiernos— ha llevado a una sinfonía de aplausos tempranos y ruidosos en relación con las reformas. Aquí hay algo parecido al Síndrome de Estocolmo: un mendrugo de pan, en medio de un campo de concentración, al borde de la inanición de los concentrados, es todo un progreso y una muestra positiva de voluntad humanitaria.

Se puede y debe conceder esto: tomadas individualmente, las reformas son positivas. Pero su significado más claro es el de mostrar y demostrar que cuando se da un paso en dirección de la economía, esta funciona. De manera que el Congreso no definió lo que es fundamental: el cambio de las estructuras económicas, en la propiedad de la tierra, en la liberalización del trabajo en las empresas económicas del Estado, en la apertura a la gestión pública de las empresas, y en la licitación abierta con preferencia para que los trabajadores adquieran acciones, en medio de una economía de mercado y tras un plan abierto y estratégico. Por el contrario, el Congreso se decantó por un capitalismo mercantil al contado, alrededor de la compra-venta, los salarios deprimidos y la renta del Estado; en detrimento de un capitalismo productivo, moderno, basado en la gestión de los servicios, la economía del conocimiento y la apertura a la información global.

En tal sentido, el VI Congreso del Partido Comunista deja definido claramente que, en lo adelante, tendremos un gobierno de minoría para beneficio de una minoría. A menos que se siga pensando en la capacidad taumatúrgica del pensamiento mágico —el pensamiento que primó en este Congreso, lo que asegura el fracaso de unas reformas que exigen proyección estratégica, sentido realista y mentes más maduras— no hay manera de demostrar que el usufructo de la tierra, la economía privada en la infraempresa mercantil, los altos impuestos, el mercado laboral cautivo y la eventual compra-venta de la vivienda puedan beneficiar a las grandes mayorías, en medio de una economía altamente endeudada, con bajos niveles tecnológicos, de pobre entramado empresarial y sin ahorros ni capitalización suficientes. De cualquier manera, muchas de estas reformas solo eliminan prohibiciones permanentemente burladas. Lo que es saludable porque el intento sistemático de impedir algo intrínsicamente imposible es una empresa corruptora.

Esta apertura al capitalismo comercial, incapaz de aprovechar ese boom de las materias primas que beneficia a las principales economías latinoamericanas, es un regreso a la economía mercantil del siglo XIX combinado con prácticas neoliberales de fines del siglo XX, tanto en el mundo de las finanzas —al inquilino que no pueda pagar la electricidad simplemente se le corta— como en la reestructuración del empleo —los trabajadores serán lanzados a la calle a competir, sin opciones ni subsidios compensatorios, en una estructura económica limitada a 178 oficios.

Todo lo anterior se produce en medio del abandono de una agenda socialista, en la que el beneficio se determina a partir de la estructura social, para adoptar una política asistencialita —en una imitación grosera de Estados Unidos— en la que la ayuda es personalizada. Y el siglo XXI debe esperar.

Desde la realpolitik, esto merece aplausos. Desde un proyecto de nación, solo merece críticas. La cuestión para la mayoría de los cubanos no es hacer del movimiento del gobierno cubano una virtud. A fin de cuentas, a todos los gobiernos siempre se les recuerda, de un modo u otro, que están ahí para que hagan algo. Para nosotros el dilema es el de aquilatar si ese movimiento se hace en la dirección indicada, del modo correcto y al ritmo necesario. Si en las utopías el tiempo no cuenta, una vez que estamos despiertos el tiempo comienza a importar. Y podemos darnos cuenta que lo hemos perdido.

¿Qué perfiló definitivamente este Congreso? El retiro del Estado-providencia en beneficio del capital extranjero, del Estado corporativo y de ciertos intereses razonables. Nada más.

Se acelera así, con más rapidez, la cuenta progresiva de los perdedores. En primer lugar, los ciudadanos. En la medida que el Partido Comunista se desentiende de las responsabilidades administrativas para autoproclamarse como poder moral, se sigue destruyendo la capacidad de los ciudadanos para definir democráticamente y en libertad los marcos de su propia convivencia en el plano político. Un partido que racistamente sigue considerándose como superior desde la Constitución misma —la única constitución, por cierto, de las consultadas por mí, que con desenfado dice que un grupo humano es superior a los restantes grupos humanos. Semejante sacralización moral del PCC, sin fundamento alguno en sus prácticas de 50 años, es realmente peligrosa, nos acerca políticamente al Irán de los Ayatólas y da cobertura teocrática a la irresponsabilidad de aquellos que ejercen una dualidad de funciones en el Partido Comunista y en el Estado.

En segundo lugar, la cuenta progresiva de los perdedores atrapa a la tercera edad de la revolución. Los ancianos son los grandes perdedores en esta reestructuración, y esto parece obvio. La pérdida mayor para ellos es, sin embargo, moral: observar cómo la tensión entre actitudes y valores, siempre presente en los asuntos humanos, es zanjada a favor de las actitudes pragmáticas y contra los valores inculcados debe ser psicológicamente destructiva para gente que voló por encima de los sueños.

En tercer lugar los trabajadores. Favorecer a las clases medias puede ser visto como modernización. Esto, siempre que la modernización se base en una reestructuración económica que dé la oportunidad a los trabajadores de seguir siendo trabajadores, además de cuentapropistas.

En cuarto lugar, atravesando esta cadena enredada de perdedores, están los negros. Ellos no tienen ahorros ni son, en su mayoría, recapitalizables por los inversionistas extranjeros. No tienen casas ni autos que vender, ni dinero con que comprar bienes duraderos. Muchos se encuentran en las prisiones, o son candidatos a ingresar en ellas si son atrapados por las redadas esporádicas y entusiastas de la policía; son marginales por marginados y no despiertan interés, excepto el que combina lo erótico con lo exótico, para los intereses extranjeros que se mueven con velocidad a jugar golf. A lo sumo, pueden servir bien para la construcción de marinas y campos de juego, reproduciendo la estructura racial de este capitalismo batistiano que se recupera como amarga ironía de la historia. Y los negros son, más o menos, la mitad de la demografía cubana.

Para esta cadena de perdedores el VI Congreso tuvo dos ofertas. Un discurso retórico que se aferra a las palabras tradicionales de control mental, social y político de la sociedad —y todas tienen que ver con los conceptos del socialismo y del nacionalismo—, para garantizar que el poder pueda recircularse en la misma elite. Este discurso revolucionario, que confunde la Revolución con quienes la hicieron, no pudo elevarse a las cotas líricas del pasado —buscando apoyo en el pensamiento racista e integrista de Cinto Vitier— pero perseveró en su intento de romantizar épicamente la acción para mantener el entusiasmo de forma permanente, de modo de conseguir que los que aún se consideran revolucionarios se sigan levantando, día tras día, con la misma disposición para las nuevas tareas. Hasta dónde logrará impacto esta oferta repetida es cuestión de tiempo.

Y a juzgar por la aceleración del tiempo, las posibilidades indican una tendencia: la conversión rápida de los revolucionarios en ciudadanos. Frente a estos el VI Congreso ofreció, en toda su crudeza, un discurso autoritario, ese que empieza cuando se intenta justificar; cuando aparece con nitidez el agotamiento físico y emocional de las energías utópicas de una sociedad. Para los ciudadanos, el VI Congreso no empleó —no podía— su poder de persuasión, sino su capacidad de justificación y de infundir miedo. Como todo discurso autoritario y amenazante, aquel se puso a la defensiva para pretender explicar por qué el propósito utópico de la revolución ya no está. Quiso sujetar a los ciudadanos transfiriendo la culpa a los Estados Unidos y amenazando a aquellos con el castigo severo. Hizo, hasta cierto punto, una apropiación revolucionaria del discurso contrarrevolucionario para preservar el poder y liquidar a sus adversarios.

La primera víctima de esa política de solución final, después de legitimada desde lo más alto del Estado y del Partido Comunista en el VI Congreso, se llama Sara Marta Fonseca Quevedo, una vieja víctima de un gobierno que se dice nacionalista, pero que se pone del lado de intereses extranjeros frente a los mismos intereses solo porque son cubanos; y que insiste en llamarse socialista, mientras se niega de plano a poner las empresas en manos de los trabajadores. Es duro observar el linchamiento de la integridad física y moral de una persona en nombre del socialismo, cuando este solo enmascara la movida violenta hacia el capitalismo.

Para los que entienden que Cuba es solo un país en crisis que exige un reajuste de enfoques y una definición más o menos oscura del rumbo, el VI Congreso del Partido Comunista puede ser considerado un interesante punto de partida.

Pero para los que entendemos que Cuba es un país fallido que requiere un reajuste de enfoques, una redefinición clara del rumbo, forjar las bases de un nuevo contrato político y establecer una nueva claridad moral, el VI Congreso del PCC es una mera oportunidad para alcanzar la felicidad en los términos que la describía un analista político: hacerse el tonto y tener un par de artefactos. Los que puedan.

(1) Mujalismo, por Eusebio Juan Salvador Mujal Barniol, quien fuera secretario general de la Confederación de Trabajadores Cubanos de 1947 a 1959, es decir en época de Fulgencio Batista. Fue Senador por dos períodos y participó en la Asamblea Constituyente de 1940. Un político de triste figura para el movimiento sindical. Se entiende por mujalismo en Cuba la tendencia sindical que responde más al poder político que a los intereses de los trabajadores.

 congreso PCC

Por Miguel Ángel Hernández

Secretario General de la Unidad Socialista de Izquierda (USI), Venezuela

El VI Congreso del PCC cerró sus sesiones ratificando el ajuste capitalista y las medidas de mercado (despidos, más impuestos, fin de los alimentos subsidiados) que ya se venían aplicando en Cuba, bajo el falso slogan de “preservar el modelo socialista cubano”. Tal como en el caso chino, la burocracia del PCC se consolida como agente restaurador del capitalismo en Cuba. Esta es la triste realidad.

El argumento de la “actualización del modelo socialista” es similar al mecanismo discursivo del gobierno de Chávez que aplica una política antiobrera y antipopular, bajo el discurso de que se está “transitando al Socialismo del Siglo XXI”.

El VI congreso del PPC ratificó las inversiones extranjeras, las empresas mixtas, y en la decisión de avanzar en una legislación de mercado capitalista abierto como, por ejemplo, legalizando la venta de automóviles y el negocio inmobiliario, que hasta ahora era sólo para extranjeros.

Por otro lado, el Congreso le dio un espaldarazo al ajuste ya en curso contra el pueblo cubano. Entre las medidas de dicho ajuste se ratificó el despido de medio millón de trabajadores y la liquidación de la Libreta de Alimentos, una vieja conquista del pueblo cubano que, aunque reducida a su mínima expresión (sólo cubre 12 días de las necesidades del mes), ayudaba a más de la mitad de la población a mitigar la situación de miseria que se vive con salarios de entre 10 a 15 dólares promedio, mientras la burocracia del PCC y los nuevos ricos ganan sueldos privilegiados. Justamente, los 1.000 delegados al Congreso lo que no aprobaron fue un aumento de salarios acorde a la canasta familiar cubana.

La verdad de los “nuevos lineamientos”, votados en La Habana, la da con toda crudeza el economista cubano Omar Everleny Pérez, a quien muchos señalan como uno de los padres de la reforma: “Sí, hay gente que va a perder con las reformas. Sí, hay gente que va a estar desocupada. Sí, las desigualdades van a aumentar”. Dicho esto prosigue: “Esas desigualdades ya existen, lo que hoy tenemos es una falsa igualdad. Lo que hay que determinar ahora es quien merece realmente estar más arriba” (Le Monde Diplomatique, No. 142, abril 2011).

Mucho menos, los delegados se ocuparon de debatir y votar sobre el derecho de los trabajadores, la juventud y el pueblo a protestar, a hacer una huelga, formar un sindicato o un centro de estudiantes independiente del gobierno y del PCC. Más allá de palabras como “autocrítica” y “renovación”, ratificaron el régimen represivo de partido único.

El Congreso fue cerrado con la presencia de Fidel Castro, para ratificar su total apoyo a las resoluciones del VI Congreso.

Los socialistas revolucionarios, que desde siempre hemos defendido las conquistas socialistas de la Revolución Cubana, que venimos repudiando el bloqueo imperialista y que siempre hemos combatido a la burocracia del PCC y sus políticas, no podemos dejar de denunciar la realidad de lo que sucede en Cuba y el significado del VI Congreso del PCC. Nos solidarizamos con los trabajadores, la juventud y el pueblo cubano que deberán enfrentar este brutal ajuste y ataque a su ya difícil situación social. Y los animamos a luchar contra la restauración capitalista instrumentada por el régimen del PCC, y por volver a las viejas conquistas socialistas. Peleando por el fin del régimen de partido único restaurador del capitalismo y por el derecho a que los trabajadores y el pueblo tengan libertad para protestar, expresarse sin censura, hacer huelgas y formar sus organizaciones sindicales, estudiantiles y políticas libremente.

Hoy en Cuba está planteado luchar por un verdadero socialismo con democracia para los trabajadores, la juventud y el pueblo cubano.

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Por Orson Mojica

El curso que ha tomado la guerra civil en Libia ha desconcertado a la izquierda centroamericana y mundial: existe un sector que por elemental antiimperialismo tiene a solidarizarse con Gadafi, quien habiendo siendo aliado de los imperialistas en los últimos años, contradictoriamente ahora sufre los ataques militares quirúrgicos de la OTAN.

Normalmente tendemos a olvidar las contradicciones de la Historia. Se olvida, por ejemplo, que el difunto Sadam Hussein fue un gran aliado del imperialismo norteamericano para contener la expansión de la revolución iraní, y que después, cuando ya no era útil a sus intereses, le dieron la espalda y organizaron su derrocamiento, mediante sucesivas intervenciones militares. Pero esta actitud última de oposición a la política de Estados Unidos no transformó a Sadan Hussein en antiimperialista. Lo determinante en cada caso, es comprender cuál es la relación de la dirección con las masas y si esta encabeza la movilización de masas en contra de las políticas del imperialismo.

En toda comparación hay similitudes y diferencias. En el caso de Sadam Hussein y de Gadafi hay similitudes y diferencias, pero lo que nos interesa resaltar es que en ambos casos hay una similitud impresionante: dirigentes antiimperialistas que en el transcurso del tiempo terminaron aliándose con el imperialismo, enriqueciéndose y estableciendo dictaduras militares y que al final hubo levantamientos populares en su contra, y donde evidentemente el imperialismo trata de aprovechar la situación a su favor.

El error que comete este sector inocente de la izquierda es que no ve que en Libia se produjo una insurrección popular contra la dictadura de Gadafi, y que hay una revolución en curso no solo en ese país, sino en todo el norte de África, lo que obligó al imperialismo norteamericano y europeo a abandonar a su antiguo aliado, a intervenir militarmente, como mecanismo de contención de la insurrección y, al mismo tiempo, para controlar y domesticar a los rebeldes.

¿Gadafi es realmente antiimperialista?

Fidel Castro en una de sus famosas Reflexiones, confirma nuestro análisis que Gadafi ya no es antiimperialista y que tenía muy buenas relaciones con las potencias occidentales, hasta el estallido de las revoluciones democráticas en el Magreb

En sus Reflexiones del 3 y 4 de Marzo, Fidel Castro argumenta lo siguiente: “(…) En los encuentros de alto nivel entre Libia y los dirigentes de la OTAN ninguno de estos tenía problemas con Gaddafi. El país era una fuente segura de abastecimiento de petróleo de alta calidad, gas e incluso potasio. Los problemas surgidos entre ellos durante las primeras décadas habían sido superados. (…) Se abrieron a la inversión extranjera sectores estratégicos como la producción y distribución del petróleo.

La privatización alcanzó a muchas empresas públicas. El Fondo Monetario Internacional ejerció su beatífico papel en la instrumentación de dichas operaciones. Como es lógico, Aznar se deshizo en elogios a Gaddafi y tras él Blair, Berlusconi, Sarkozy, Zapatero, y hasta mi amigo el Rey de España, desfilaron ante la burlona mirada del líder libio. Estaban felices. Aunque pareciera que me burlo no es así; me pregunto simplemente por qué quieren ahora invadir Libia y llevar a Gaddafi a la Corte Penal Internacional en La Haya”.

En realidad, Fidel Castro no tiene preguntas, el mismo afirma en otro párrafo que “El imperialismo y la OTAN ─seriamente preocupados por la ola revolucionaria desatada en el mundo árabe, donde se genera gran parte del petróleo que sostiene la economía de consumo de los países desarrollados y ricos─ no podían dejar de aprovechar el conflicto interno surgido en Libia para promover la intervención militar”.

Obviamente, el imperialismo siempre trata de aprovechar cualquier guerra civil, ya sea desatándola directamente, como ocurrió con los contras en Nicaragua, o cabalgandose sobre ella, como está ocurriendo actualmente en Libia.

Lo que nos interesa resaltar es que el imperialismo norteamericano no tenía como política central desatar una guerra civil contra su aliado Gadafi, pero que con el estallido de la insurrección popular, tuvieron que abandonar su tradicional política de amistad y negociación con Gadafi, y en un giro clásicamente oportunista tratan de copar la dirección rebelde, primero asfixiándola financiera y militarmente, y después dándole ayuda a cuenta gotas, mientras juega maquiavélicamente con las distintas fuerzas en el campo de batalla, como solían hacer los dioses del Olimpo en la mitología griega

Una guerra civil de baja intensidad

Después de la desastrosa experiencia militar ocurrida durante la invasión a Irak, cuando se derrumbaron el ejército y la policía iraquíes, y los odios acumulados permitieron el caos de la guerra civil, los Estados Unidos han aprendido la lección, y en relación al dictador Gadafi – mucho más débil desde el punto de vista militar que Sadam Hussein--han tenido una actitud mucho más prudente.

Un triunfo militar de la insurrección popular contra Gadafi puede terminar influyendo en los países adyacentes, en una zona conmovida por procesos revolucionarios, con vecinos que todavía no se recuperan de la primera oleada de movilizaciones, por ello los Estados Unidos y la OTAN han diseñado una guerra civil de baja intensidad, como mecanismo que permita controlar la rebelión militar pero que al mismo tiempo evite la destrucción de las fuerzas armadas libias, las únicas que pueden imponer el orden en caso de radicalización del proceso revolucionario.

Todos los analistas coinciden en afirmar que en Libia no hay instituciones, que todos los resortes de la vida política y económica están ligados a la familia Gadafi, y que por ello ha resultado difícil que el círculo cercano se rebele rápidamente. Esta afirmación está sujeta a comprobación, pero debe ser tomada en cuenta para comprender porque Gadafi mantiene todavía el control del poder, a pesar de semejante castigo militar de la OTAN.

Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN, con el mayor cinismo ha señalado que “no hay solución militar para este conflicto. Necesitamos una solución política, y el pueblo libio debe trabajar en esta dirección (…) en última instancia será la ONU quien deba ayudar a Libia a encontrar una solución política a esta crisis (…) La integridad territorial de Libia se debe mantener a toda costa” (AP 09/04/2011)

Fracasa la mediación de la Unión Africana

La “solución política” implica negociación entre los bandos militares en lucha. Mientras Inglaterra, Estados e Italia presionaban en el campo militar y diplomático exigiendo la salida de Gadafi del poder, una delegación de alto nivel de la Unión Africana (UA), organismo de países extremadamente pobres financiado por Gadafi, visitó Trípoli. Jacob Zuma, presidente de Sudáfrica, encabezó la delegación y se reunió con el coronel Gadafi, y planteó una hoja de ruta para detener la guerra civil, iniciar la reconciliación nacional y la democratización del régimen, promulgar una nueva Constitución, pero con la familia Gadafi en el poder.

Obviamente, la propuesta de la UA no fue aceptada por los rebeldes, quienes presionados por un sector de las masas insurrectas, exigen el juicio de Gadafi por los crímenes cometidos así como investigar el enriquecimiento de su familia. Las palabras de Gadafi resultan poco creíbles después de varias promesas de cese al fuego unilateral, pero que en realidad han sido aprovechadas astutamente para intentar obtener la victoria militar sobre los rebeldes, que tienen el escudo protector de la aviación de la OTAN

Pero la rechaza propuesta de la UA represento el primer paso en el camino de la negociación política, que ya se inició y que no sabemos cómo terminará.

El Grupo de Contacto

El régimen de Gadafi comienza a resentir los efectos de los bombardeos y el aislamiento internacional. Musa Kusa, quien fuera durante muchos años jefe de inteligencia y ministro de Exteriores de Libia, desertó a finales de marzo y buscó refugio en Londres, pero no para unirse a los rebeldes, sino para servir como mediador entre Gadafi y el Consejo Nacional de Transición (CNT). Pero los rebeldes no se tragaron el anzuelo y rechazaron su mediación por considerarlo un enviado no oficial del régimen de Gadafi

Una vez que los principales objetivos de los intensos y puntuales bombardeos de la OTAN han sido logrados, como es debilitar la capacidad militar del ejército libio, y que el ejército rebelde languidece por falta de armas, ha comenzado a tomar fuerza la negociación política y diplomática.

Tomando con referencia inmediata el primer intento de negociación propuesta por la UA, a propuesta del imperialismo norteamericano y Europeo, se constituyó a finales de marzo, en Londres, con el apoyo de la ONU, la Liga Árabe, la Organización de la Conferencia Islámica y el Consejo de Cooperación del Golfo, el llamado Grupo de Contacto, una verdadera coalición internacional contra Gadafi, que tuvo su primera reunión en la ciudad de Doha, bajo la copresidencia de Inglaterra y Quatar

En esa primera reunión, tomando en consideración la debilidad militar del ejército rebelde, compuesto por milicianos y sin un mando centralizado, el Grupo de Contacto acordó desbloquear 310 millones de dólares de los fondos del gobierno de Libia y entregárselos a los rebeldes. El pretexto fue la necesidad de intensificar la ayuda humanitaria para los civiles, pero en realidad esta es una fría decisión política que persigue apuntalar política, diplomática y militarmente a los rebeldes, para equilibrar fuerzas en el campo de batalla, pero al mismo tiempo persigue el objetivo de copar el movimiento de masas que se insurreccionó contra la dictadura de Gadafi.

Ayuda militar a cuenta gotas

En esa reunión, Mahmud Awad Shamman, portavoz del CNT, volvió a insistir: “Queremos que nos den armas para que podamos defendernos nosotros mismos". (El País, 13/04/2011) Pero, si bien es cierto, todos los miembros del Grupo de Contacto desean la renuncia de Gadafi, no todos están de acuerdo en el fortalecimiento militar de los rebeldes, porque temen profundamente que un triunfo militar de estos cambie la correlación de fuerzas en el norte de África y en todo el Medio Oriente

Al final de la reunión, el Grupo de Contacto declaro que "Gadafi y su régimen han perdido toda la legitimidad; debe dejar el poder y permitir que los libios determinen su futuro", y reconoció política y diplomáticamente al CNT como "interlocutor legítimo que representa las aspiraciones del pueblo libio".

Dentro de la OTAN hay contradicciones en torno a la conveniencia de armar a los rebeldes. España temerosa plantea que armar a los rebeldes "requeriría una nueva resolución de la ONU o una reunión del comité de sanciones, porque la 1973 excluye esa posibilidad". En cambio, Inglaterra ha reconocido que ha entregado "material no letal de defensa, como teléfonos por satélite y otros equipos de comunicación". Italia, considera que la Resolución No 1973 de la ONU "no prohíbe el abastecimiento de armas para autodefensa".

Cinismo imperialista

Debido a que las simpatías con los bombardeos de la OTAN han disminuido en Estados Unidos y en Europa, en un afán de influir políticamente sobre sus electores, Barack Obama, Nicolás Sarkozy y David Cameron, en una movida política poco usual, escribieron conjuntamente un artículo, publicado el 15 de abril simultáneamente en Le Figaro, The Times, Herald Tribune y Al-Hayat-.

En ese artículo, los mandatarios reafirman su compromiso con la operación militar comandada por la OTAN, pero aclaran que "no se trata de eliminar a Gadafi por la fuerza. Pero es impensable que alguien que ha querido masacrar a su pueblo tenga lugar en el futuro del Gobierno libio (…) Ello condenaría al país a ser no solo un Estado paria, sino también un Estado fallido (…) la OTAN y sus aliados de la coalición deben mantener sus operaciones para proteger a los civiles e aumentar la presión sobre el régimen. Entonces podrá empezar la verdadera transición de un régimen dictatorial hacia un proceso constitucional abierto a todos con una nueva generación de dirigentes (…) es el propio pueblo libio, y no la ONU, quien debe decidir su nueva Constitución, elegir a sus nuevos dirigentes y escribir el siguiente capítulo de su historia. Francia, Reino Unido y Estados Unidos no dejarán de llevar a cabo las resoluciones del Consejo de Seguridad hasta que el pueblo libio pueda decidir su futuro". (El País, 15/04/2011)

El cinismo de los imperialistas no tiene límites: por el momento le perdonan la vida a su antiguo aliado Gadafi, lo único que desean fervorosamente es que abandone el poder, para proceder a reorganizar Libia para sus intereses imperiales.

Apoyar militarmente al bando rebelde

En términos generales, por principios, los socialistas centroamericanos siempre estamos en contra de la agresión militar del imperialismo, contra cualquier país atrasado. El problema en Libia es que hay una revolución contra Gadafi que se materializa en la guerra civil, y que el imperialismo ha intervenido militarmente, no para derrocar a Gadafi, sino para forzarlo a salir del poder, utilizando al desorganizado ejército rebelde como mecanismo de presión interna.

¿Pueden los rebeldes libios recibir armas del imperialismo para combatir a Gadafi? Sin lugar a dudas que sí. El imperialismos tiene objetivos contrarrevolucionarios, igual que la dirección del CNT, pero la base popular de los rebeldes quiere una revolución y luchan con las uñas contra ellos tanques y aviones proporcionados precisamente por las potencias imperialistas que ahora atacan a Gadafi.

El hecho indiscutible de que la dirección burguesa del CNT está dispuesta a convertirse en agente del imperialismo, y sustituir el rol que jugaba Gadafi hasta hace poco, no oculta que por debajo hay una revolución popular. No es la primera vez en la historia que observamos esa enorme contradicción entre una dirección burguesa, por un lado, y La dinámica de las masas populares, por el otro. Este último aspecto es el que debemos contribuir a desarrollar

No olvidemos que durante la guerra civil española, el bando republicano recibió armas de algunas potencias imperialistas, de la misma manera que lo recibieron los fascistas. Tampoco olvidemos que durante la segunda guerra mundial, la URSS recibió armas y apoyo logístico directo de Estados Unidos para derrotar la invasión de Hitler. Y para no ir tan largo, recordemos que la guerrilla del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) recibió armas y dinero de la socialdemocracia europea, mientras el presidente Carter congelaba la ayuda militar a la dictadura somocista.

Una cosa son los planes y objetivos del imperialismo y otra, muy diferente, es la dinámica de la lucha de las masas, que se vería enormemente fortalecida con nuevo armamento para los rebeldes. No es causal la división de la OTAN en torno a este último punto. Los rebeldes necesitan armas y apoyo logístico para derrotar a Gadafi, y aquí es donde se demuestra, una vez, la esencia contrarrevolucionaria de la actual intervención imperialista en Libia, que persigue solo debilitar militarmente a Gadafi, para forzarlo a salir del poder, mientras arrodilla a la dirección burguesa de la CNT, y evita de esta manera la extensión y radicalización de la revolución.

La discusión está abierta.

Camino_Brega

Por Orson Mojica

Las revoluciones democráticas en los países del norte de África han despertado las simpatías y la solidaridad mundiales. Casi todos coincidimos en que es una necesidad histórica derribar a los regímenes totalitarios o dictatoriales en Medio Oriente y en cualquier parte del mundo. En Túnez y en Egipto las movilizaciones de masas fueron relativamente pacíficas, no llegaron a producir la insurrección popular. Antes de que esto ocurriera, el imperialismo norteamericano y europeo movieron teclas para lograr los cambios desde arriba, aun en medio de una situación revolucionaria.

Las particularidades de Libia

A pesar de la similitud de los procesos de revolución democrática en marcha en Túnez y Egipto, la situación en Libia es completamente diferente. Esta particularidad ha provocado la división de la izquierda centroamericana en relación a la actitud a tomar ante la guerra civil en Libia.

A diferencia de Túnez y Egipto, donde había procesos electorales, amañados, fraudulento, por medio del cual se escogía a un presidente, aliados de las potencias occidentales, en Libia existe prácticamente una monarquía, donde Kadaffi, aunque no tiene corona, ni linaje real, ha instaurado un régimen totalitario basado en su persona, que prepara la dinastía, es decir, heredarle el poder a sus hijos y familiares.

El régimen de Gadafi no tolera la más mínima disidencia. A diferencia de Túnez y Egipto, en donde en los procesos electorales controlados se manifestaban algunas corrientes políticas, en Libia prácticamente no hay partidos políticos de oposición, ni sindicatos ni organizaciones de la sociedad civil. El panorama político es tan árido como las mismas arenas del desierto de Libia.

Al no haber espacios para que se manifestara pacíficamente el descontento social, el movimiento tomó rápidamente las características de una insurrección espontanea, cuya represión terminó provocando la división del ejército libio y con ello se encendió la llama de la guerra civil.

Conducción burguesa y organismos de doble poder

Las masas insurrectas han creado, improvisado, organismos de poder, como son las milicias populares y los comités populares, los cuales reflejan el vigor de la insurrección pero al mismo tiempo tiene una gran debilidad: no existe una fuerza política nacional, de naturaleza revolucionaria, que dirija ese proceso de lucha política y militar.

El llamado Consejo Nacional Provisional de Transición de Libia (CNTP) es una alianza de fuerzas burguesas, con participación de antiguos funcionarios del régimen. Se trata de una conducción burguesa que acaba de ser reconocida como “interlocutor privilegiado” por la Unión Europea. Pero la conducción burguesa no le resta méritos a la insurrección popular. Esta contradicción entre la conducción burguesa, por un lado, y la dinámica antiimperialista y anticapitalista de los procesos insurreccionales, por el otro, es una característica propia de las revoluciones en los países atrasados, especialmente en países con regímenes totalitarios que niegan las libertades democráticas más elementales.

De la superación de esta contradicción depende el futuro de la revolución en Libia y el desenlace de la guerra civil.

La relativa fortaleza de Gadafi

La nacionalización del petróleo, y las posteriores concesiones a las empresas transnacionales, proveyeron al régimen de Gadafi de miles de millones de dólares que le permitieron repartir migajas entre los pobres, y crear una base o sustento social del régimen. Todos los regímenes totalitarios, por muy extraño que parezca, tiene algún sustento social. Sadam Hussein, solo para citar un ejemplo, tenía apoyo social en la poderosa minoría sunita.

El pasado revolucionario de Gadafi, los multimillonarios recursos del petróleo y su firme voluntad de aferrarse al poder, le han permitido cohesionar a su base social y reagruparla para una guerra civil prolongada.

Aunque las cosas en Libia nunca volverán a ser como antes, Gadafi resiste, no para sostenerse en el poder, sino para negociar con sus adversarios. Evidentemente que si puede, los terminará destruyendo.

Las contraofensivas militares de Gadafi y la recuperación de algunas ciudades, anteriormente en manos rebeldes, demuestran la superioridad militar del sector del ejército que le es fiel. Sin embargo, debemos recordar que el mejor ejército del mundo puede ser destrozado por la insurrección popular, siempre y cuando el otro bando levante una política que reste apoyo social al enemigo. Como ejemplo tenemos la insurrección popular contra el ejército del Sha en Irán en 1979.

Aun con las escasas informaciones que disponemos, podemos afirmar que la dirección burguesa del CNTP no tiene una política de reivindicaciones sociales para restarle base de apoyo a Gadafi, sino más bien que esta ha concentrado sus aspiraciones en recibir apoyo militar del imperialismo para vencer la resistencia de Gadafi.

Pero la relativa fortaleza de Gadafi no proviene de la amplitud de su base social, sino de la debilidad política del CNTP, de la ausencia de una conducción revolucionaria,  y en cierta medida, por el escaso apoyo militar al bando que se enfrenta militarmente a Gadafi en la actual guerra civil.

¿Es antiimperialista Kadaffi?

En Centroamérica, sectores de la izquierda se han dividido en torno a la actitud a tomar en torno a la guerra civil en Libia. Algunos sectores, sobre todo aquellos ligados al chavismo, al castrismo y al sandinismo, consideran que Gadafi está siendo víctima de una conspiración contrarrevolucionaria y que debemos apoyarle en estos momentos difíciles.

Nosotros creemos lo contrario, que debemos apoyar a quienes se enfrentan a Gadafi, independientemente de cuáles son las reales intenciones del imperialismo. Existe un mito sobre el antiimperialismo de Gadafi. El golpe de Estado de 1969, encabezado por el joven coronel Gadafi, derrocó a la monarquía existente, nacionalizó el petróleo, el principal recurso natural de Libia, pero la revolución se estancó y retrocedió hasta reinstaurar un régimen muy parecido a su anterior monárquico. En el transcurso del tiempo el antiimperialismo de la revolución Libia y del propio Kadaffi fue dando paso a una colaboración cada vez más estrecha con los imperialismos norteamericano y europeo.

En los últimos diez años, Kadaffi estrechó su alianza con el imperialismo norteamericano y europeo. Abrió nuevamente el país a las inversiones extranjeras, especialmente en el sector petrolero, y colaboró activamente con los Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo

Este giro a la derecha de Kadaffi fue más visible después de los ataques del 11 de septiembre del 2001, cuando anuncio su renuncia al programa nuclear y el desmantelamiento del armamento de destrucción masiva. En 2004 indemnizó  a los familiares de las víctimas del atentado de Lockerbie de 1988. Kadafi ha estado a favor de reunir a todas las tribus Tuareg, dispersas por todo el Sahara, en un solo territorio a llamarse Traguistan, sacándolas de los diversos estados nacionales donde se encuentran. Producto de este giro hacia la derecha, todos los países europeos normalizaron sus relaciones diplomáticas con Libia

En enero de 2008, Kadaffi formó con Estados Unidos un convenio de cooperación científica y tecnológica, además Libia fue elegida para un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU

Los hechos de los últimos diez años demuestran que Gadafi abandonó la lucha imperialista y que más bien se mantuvo en el poder, por restablecer las alianzas políticas y militares con el imperialismo norteamericano y europeo

Suplicándole apoyo al imperialismo

Está claro que en los últimos años, Gadafi se logró mantener por los acuerdos con el imperialismo. Por esta razón, ahora protesta y suplica volver al statu quo anterior.

En conferencia de prensa, Gadafi ha dicho: "Estoy sorprendido de que teníamos una alianza con Occidente para combatir a Al Qaeda y ahora que estamos combatiendo a terroristas nos han abandonado" (Europapress 28/02/2011)

Más adelante, volvió a insistir: "Estoy sorprendido de que nadie entienda de que esta es una lucha contra el terrorismo (…) Nuestros servicios de seguridad cooperan. Los hemos ayudado muchos estos últimos años. Así que ¿por qué cuando estamos en una lucha contra el terrorismo aquí en Libia nadie nos ayuda a cambio?" (Reuters 06/03/2011)

Y para que no quepa la menor duda, Gadafi reitera que "Libia juega un papel vital para la paz en la región y en el mundo entero (…) Somos un importante socio en la lucha contra Al Qaeda (…) Hay millones de negros que podrían llegar al Mediterráneo y luego saltar a Francia e Italia si Libia deja de garantizar la seguridad". (El País, 07/03/2011)

Todas esas declaraciones no llaman a las masas libias a luchar contra el imperialismo y la invasión militar que prepara, sino que recurre a su antiguo aliado para tratar de superar las desavenencias.

La política del imperialismo

El imperialismo norteamericano y europeo están esperando pacientemente el desarrollo de los acontecimientos. Han abandonado a su antiguo aliado, no por amor a la democracia, ya que ellos han sido los principales sostenes militares de las dictaduras y monarquías árabes, sino por que tratan de influir en los futuros gobiernos.

Estados Unidos teme que Libia se convierta en otro Irak, es decir, en un enfrentamiento militar que desgaste políticamente a la administración Obama, en una coyuntura de fragil recuperación de la economía norteamericana. Por ello, ha preferido construir una alianza política con la Unión Europea y los países árabes, superando el unilateralismo que caracterizo a la pasada administración Bush. Construir ese consenso imperialista no es fácil y lleva tiempo, por eso Gadafi aprovecha el interregno para recuperar el terreno perdido, y renegociar su papel con el imperialismo.

La Unión Europea acaba de reconocer como “interlocutor privilegiado”  al CNTP, pero sin proporcionar armas a los rebeldes. En cierta medida, el imperialismo norteamericano y europeo está dejando que ambos bandos se debiliten, para promover una transición ordenada que mantenga el orden imperialista en esa zona. Por eso se han resistido a crear la zona de exclusión área, y se niegan a darle la estocada final a su antiguo aliado, esperando que surja una negociación que ahorre los costos políticos de una intervención militar directa.

Debemos apoyar al bando que lucha contra Gadafi

Independientemente, del carácter burgués de la dirección del CNTP, de la espontaneidad de la insurrección, de la falta de centralización de las milicias y de los comités populares, el bando que lucha contra la dictadura de Gadafi es el más progresivo de la actual guerra civil. Por eso los trabajadores centroamericanos y del mundo, debemos apoyarles. El triunfo militar sobre Gadafi abriría una situación favorable para el surgimiento de una dirección genuinamente revolucionaria, en cambio el aplastamiento militar de la insurrección, cerraría esa posibilidad por muchos años.

Cuando una guerra civil estalla, ninguno de los bandos tiene asegurada la victoria de antemano, todo dependerá de las políticas que implementen cada uno de los bandos en pugna. La guerra es la continuación de la política por otros medios. Nuestro deber es apoyar militarmente al bando que lucha contra Gadafi y ayudar a que surja esa dirección revolucionaria que se coloque al frente de la nación libia, por la reconquista de la independencia política y por el triunfo de la revolución democrática y antiimperialista.

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Por Nicolas le Brun

Luego de la ola tunecina, el Norte de África y el Medio Oriente se ha convertido en un polvorín. Inmensas movilizaciones transformadas en insurrecciones, han sido la tónica desde finales del 2010 hasta ahora.

Estas insurrecciones han comenzado reclamando aperturas democráticas en regímenes que llevan 10, 20, 30 o como en el caso de Kadafi, 42 años en el poder.

Sin embargo, existen otros factores como la enorme pobreza que se ha apoderado de la población, como producto de los planes de ajuste y reconversión productiva que han sido implementados por estos gobiernos.

Las verdaderas aspiraciones se encuentran lejos de las hipócritas posiciones de las potencias imperialistas, al fin y al cabo responsables del “orden” económico al cual se encuentran sujetas.

En el artículo anterior dimos un vistazo a las desventajosas relaciones comerciales que era sujeto Egipto y en otro artículo Túnez.

La riqueza petrolera en manos imperialistas

El panorama en Libia y los otros países del área no es diferente. Una gran dependencia de los países occidentales, como productores de petróleo, maquila de diversa índole y servicios, ha hecho que con la crisis abierta en las metrópolis, los efectos hayan sido más devastadores que en otros países. En todos estos países hubo un crecimiento impresionante del PIB  a partir del año 2005 hasta el 2007 cuando cayó en forma vertiginosa. De las misma forma, el crecimiento de los precios de consumo ha sido sostenido a la alza. En el caso de Libia, mientras el PIB retornó al alza en el 2010, el crecimiento de los precios al consumidor ha sido uno de los más altos. Es decir, la receta que el costo de la crisis ha recaído en las espaldas del pueblo.

La anterior baja de los precios del petróleo sumada al alza de los precios de los alimentos hizo que se hiciera más grande el déficit en la balanza comercial y la caída del PIB.

Como consecuencia de estos factores, las alzas en los precios no se hicieron esperar y por ende las primeras grandes protestas que fueron sofocadas por la enorme represión desatada. Un enorme componente de jóvenes en la población, que sin acceso a servicios de educación, salud y oportunidad de empleo, ha sido el principal contingente de estas movilizaciones. Jóvenes que sin un acicate en sus países de origen, deben tomar el camino de la inmigración en Europa. Sin embargo, esta salida es cada vez más riesgosa debido al aumento de los controles migratorios y por el fenómeno de la derechización de los gobiernos de Europa y el creciente racismo y xenofobia.

El 79% de las exportaciones de hidrocarburos libios se hacen hacia Europa. De esa misma forma, las inversiones europeas y estadounidenses no cesan de llegar. Estas inversiones se hacen en todos los campos, desde el desarrollo nuclear por parte hasta obras de infraestructura y evidentemente en el campo de explotación petrolera. Entre las inversiones de estos países se encuentran las grandes compañías como BP, Shell, Total, Wintershall, RWE sólo en hidrocarburos. En esta danza, las compañías de todos estos países han visto en Kadafi un socio estratégico para sostenerlas. Sólo los franceses, en el año 2007 hicieron acuerdos de inversión por cerca de 10 millardos de euros.

Además, estos países han abastecido del mejor armamento a la dictadura, por ejemplo Libia ha comprado helicópteros, misiles anti tanques y otros pertrechos que han sido vendidos sin el menor pudor al régimen. Luego de las sanciones impuestas en la década de los noventa, se han abierto las tuberías.

Dentro de este marco y bajo la égida de las potencias imperialistas, los gobiernos dictatoriales se habían mantenido “estables”, hasta ahora.

La Libia de Kadafi

Hace 126 años, en Berlín, las potencias imperialistas,  se repartieron el continente africano y formaron países de acuerdo a sus intereses y necesidades de rapiña. Organizaron el continente sin tomar en cuenta las poblaciones nativas, trazaron fronteras para luego pasar a tomar los enormes recursos naturales que posee el continente.

Esto no ha cambiado mucho desde esa época, a pesar de la ola de independencias que se dio luego de la Segunda Guerra Mundial, como un síntoma del debilitamiento de las potencias europeas en relación con el nuevo amo del mundo: Estados Unidos.

Vía las grandes transnacionales, los mercados y sobre todo la fuerza militar presente en el área. La OTAN realiza la Operación Activa Endeavour,  un patrullaje conjunto desde el año 2001, con el pretexto de la lucha anti terrorista con el fin de garantizar el suministro energético a los países metropolitanos así como de garantizar los propósitos políticos y económicos del conjunto de estos países.

El caso de Libia, antigua colonia italiana, ha sido similar al de otros países del área. Luego de la independencia obtenida en el año 1951, luego de cruentos combates, se instaló una mornarquía con el rey Idris. Libia fue el primer país del Maghreb en obtener la independencia, luego de la ocupación por parte de las fuerzas aliadas posterior a la Segunda Guerra. El país se basa en la unidad de tres grandes regiones, la Cirenaica, la Tripolatania y la Dodecanesa.

En el año 1969, el coronel Muamar Kadafi da un golpe de estado e instala un gobierno nacionalista burgués de partido único, el Yamahiriyya o Estado de las Masas.

El gobierno de Kadafi tuvo varios vaivenes que lo llevó a distanciarse del imperialismo en los años 80. Esto lo llevó a ser considerado como parte del “eje del mal” por la administración yanqui.

Sin embargo, la prueba de fuego fue la guerra del Golfo, donde poco a poco empezó el alineamiento con el imperio al poner signos iguales entre la invasión a Kuwait y la invasión de las fuerzas aliadas a Irak. Poco a poco, el gobierno nacionalista fue cediendo, dando “signos de buena voluntad” hacia las potencias hasta lo que se expone en la primera parte de este artículo, los enormes negocios que fagocitan de la población y de los recursos naturales del país.

La insurrección y guerra civil libia

Luego de la revolución democrática en Túnez y luego en Egipto, la situación se ha mantenido caliente. Las movilizaciones que reclaman aperturas democráticas y el fin de largos regímenes golpean las puertas de todos los países del Maghreb y el Medio Oriente.

El caso de Libia tiene hasta el momento los ribetes más dramáticos. La insurrección que comienza por medio de movilizaciones pasa a ser reprimida por medio de las fuerzas del régimen, sobre todo por un contingente de mercenarios africanos contratados por Kadafy y que tienen amplia experiencia en guerra civiles como la del Tchad, Sudán, otros países del área y de los Balcanes. Además la estructura de mando de estos grupos contiene elementos que han servido en organismos militares profesionales en varios frentes.

La insurrección se ha focalizado en diferentes ciudades, tanto al este como al oeste del país. Esto se debe en principio a que el diseño del país se hizo con base a tres grandes regiones, las cuales han sido objeto de maniobras por parte del régimen para favorecer esos localismos y utilizarlos a su favor.

Por eso las zonas liberadas hasta el momento, pertenecen a dos regiones distintas, la Tripolitania y la Cirenaica, las ciudades y pueblos de estas zonas se encuentran bajo el control de los rebeldes. Pero no todo está decidido, la batalla final por Trípoli no se ha dado aunque el cerco sobre la ciudad se mantiene. Parte de las fuerzas armadas se ha pasado al bando de los insurrectos y han dejado pertrechos y equipos militares tirados, desobedecido órdenes de tirar o bombardear ciudades. El régimen puede desmoronarse en cuestión de días.

El imperialismo ha mantenido una política “prudente” que busca salvaguardar a toda costa sus inversiones e intereses. El espejismo de una intervención armada no es prioritaria por el momento, porque la base que sostiene esta insurrección tiene un sentimiento anti imperialista profundo. Cuando decomisan armas a los asesinos a sueldo del gobierno, señalan que son armas dadas por los yanquis y los sionistas, argumento que es cierto.

Además la OTAN se ha manifestado por una “preocupación” sobre los hechos que acontecen y los yanquis dan un compás de espera. La amenaza de una intervención militar por el instante no es probable. El imperialismo ha sacado enseñanzas importantes como el caso de Somalia, guardando las distancias,  provocó un rechazo por parte de los bandos en pugna y una pequeña derrota

Contra el imperialismo y por la revolución democrática

Los socialistas centroamericanos no podemos depositar ninguna confianza  en intervenciones militares salvadoras de los mismos pillos imperialistas que saquean las riquezas de los países de los países semi coloniales.

Mientras no haya intervención militar del imperialismo, apoyamos sin reservas la lucha heroica del pueblo libio por conquistar las libertades políticas. Y en la guerra civil en curso, debemos apoyar militarmente al bando que lucha contra el gobierno opresor.

Kadafy debe caer y las posibilidades que se abren para que esta lucha democrática pase de esta etapa y logre resolver las necesidades básicas de la clase trabajadora y del pueblo.

Esto implica una serie de medidas como:

Por una Asamblea Constituyente que discuta en igualdad para todas las etnias y naciones la creación de un nuevo estado.

Expropiación de las multinacionales: Control obrero sobre las industrias y pozos petroleros. Libia posee las más grandes reservas petrolíferas del continente africano.

Creación de una República Socialista Árabe del Magrheb: los trabajadores y el pueblo no pueden aspirar a enfrentar al imperialismo que ha sumido en la pobreza y el atraso a los pueblos del Maghreb.

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