Por Carlos A. Abarca Vásquez

  1. INTRODUCCION

El conocimiento de las ocupaciones de los trabajadores directos, las condiciones en que producen sus medios de subsistencia, el empleo, salarios y las relaciones de trabajo, los niveles de vida y sus ambientes culturales constituyen temas sustantivos para explicar las desigualdades sociales y luchas laborales, las ideologías y formas de organización política en las sociedades capitalistas.    

Lo confirman la mayoría de las obras de economía política, la filosofía de la Ilustración y el liberalismo, y buena parte del pensamiento que se sustenta en los tratados de las llamadas doctrinas político-económicas. Basta referir a las preocupaciones humanistas, sociales y políticas de “los socialistas utópicos” del siglo XVIII. O bien, a los estudios la Situación de la Clase Obrera en Inglaterra y La Contribución al Problema de la Vivienda, de Federico Engels; así como la encuesta que elaboró Carlos Marx para constatar el perfil laboral y social de los trabajadores alemanes.

En América Latina, el acercamiento a esos tópicos desde la historiografía del movimiento obrero y sindical ha privilegiado el examen de las luchas sociales y de las protestas de las primeras concentraciones del proletariado en la segunda mitad del siglo XIX, en un afán por delinear la fisonomía de la clase obrera moderna y sus luchas contemporáneas. En esa dirección, el conocimiento del sector de los artesanos por oficios, carece de suficiente indagación.    

Este artículo sintetiza alguna bibliografía histórica elaborada sobre ese tema, para satisfacer objetivos como los siguientes:

  1. Comprender el reordenamiento de las actividades productivas de las culturas originarias y de los inmigrantes españoles a raíz de la conquista y colonización en relación con el desarrollo del capitalismo a partir del siglo XVI.
  2. Conocer la evolución de los oficios de los artesanos en las diferentes provincias de Centroamérica entre 1560 y 1850 para apreciar el legado de sus luchas.
  3. Explicar la decadencia de la producción artesanal en Centroamérica en el contexto del liberalismo económico, la independencia de España y la inserción de la región en la división internacional del trabajo creada por las revoluciones industriales.
  4. LEGADOS DEL MERCANTILISMO COLONIAL

En América Latina, el capitalismo mercantil se gestó con la invasión de las milicias privadas de los conquistadores españoles, la despoblación y devastación de la vida comunal indígena, el saqueo y destrozo de sus modos de producción y subsistencia. En la nueva geografía económica se implantó una división del trabajo, organizada con base en la propiedad individual de la tierra y el usufructo privado de los recursos naturales y excedentes económicos. En las actividades que ocupaban numerosos brazos, como en los obrajes o la construcción de templos y obras públicas, se utilizó la coacción policial y autoritarismos jerárquicos y patriarcales justificados en dogmas religiosos o en la manipulación de las creencias autóctonas ancestrales.

Los conquistadores y colonizadores impusieron nuevas relaciones interpersonales, familiares y sociales, desarraigadas de las culturas originarias. Esclavizaron tribus y cacicazgos o trajeron esclavos africanos y los explotaron en combinación con el trabajo servil y el empleo a cambio de víveres o de monedas. En América Central diseñaron sistemas extractivos agropecuarios y en menor grado mineros, en función con objetivos de lucro individual, acumulación de riqueza mediante el comercio y la elaboración de artesanías para reproducir la cultura y pagar tributos a la monarquía.

Durante trescientos años tomó forma una economía mercantil capitalista subordinada a la evolución del transporte marítimo y los intercambios con Europa. Un comercio exterior, constantemente trastornado por las guerras entre las dinastías monárquicas en decadencia, e internamente atrofiado en exceso pues no generó inversiones, oferta y demanda de trabajadores libres, retrasó la tecnificación agrícola y no consolidó la elaboración y comercio de manufacturas. En 1775 España tuvo que reconocer el predominio marítimo de las flotas piratas inglesas u holandesas y se insertó en los flujos del mercado internacional como deudora y consumidora, aún durante el período de reformas liberales de los Borbones.

El ascenso social y político de la burguesía europea después de la revolución inglesa de 1649 y del derrumbe del absolutismo francés, entre 1789 y 1792, no tuvo paralelo en España y Portugal. En los señoríos de “los reyes católicos” prevaleció el “antiguo régimen” de sociedades campesinas, étnicamente diferenciadas y gobernadas por un bloque social constituido por aristócratas terratenientes y mercaderes, usureros y funcionarios incrustados en unas instituciones jurídicas, miliares y político-religiosas ostentosas y segregacionistas.

El 5 de mayo de 1808 la corona española abdicó ante los ejércitos de Napoleón Bonaparte. Entre 1810 y 1821 perdió el control político y militar sobre sus territorios occidentales tras las cruentas guerras que estallaron desde las sierras mexicanas, hasta la cordillera andina y los llanos argentinos. En ese desenlace adquirió fisonomía política la burguesía mercantil y terrateniente centroamericana: una fuerza social heterogénea que tomó el poder político entre 1821 y 1824 con el apoyo del imperio inglés, y vigiladas de cerca con celo y codicia por la Doctrina Monroe norteamericana.

  1. DESPEGUE DE LAS ECONOMÌAS LOCALES

A causa de la independencia, las Juntas de Gobierno o los poderes de los nacientes Estados se involucraron durante más de medio siglo en disputas promovidas por grupos sociales y económicos regionales. La ausencia de un poder central y su inestabilidad fue reemplazada por intereses privados orientados a controlar territorios aptos para la agricultura comercial, minería, cultivos de exportación o para preservar la hegemonía administrativa en las antiguas provincias coloniales, ciudades y puertos. Esa dispersión y enfrentamientos se reforzaron con el auge del mercantilismo desde mediados del siglo XVIII y al final del período colonial interactuaron solapadamente con el expansionismo comercial, marítimo y financiero de capitales privados y los gobiernos de Francia e Inglaterra.

Entre 1824 y 1842 el ejército de Guatemala participó en 51 batallas, el de El Salvador en 40, el de Honduras en 278 y el de Costa Rica, en 5. (Lindo F. Héctor. 1991:157). En esos antagonismos entre individuos, ascendencias y liderazgos de una misma clase dominante, tomaron forma las instituciones militares y sus caudillos: la fuerza primaria que, por encima la legitimidad de la historia de las naciones, el derecho y los fines del Estado, sostuvieron u obstruyeron gobiernos transitorios expuestos a golpes militares, segregación territorial y el acoso de potencias europeas y de los Estados Unidos.

l entramado jurídico e institucional de la división de poderes que floreció con las revoluciones burguesas europeas, la independencia de las colonias inglesas del norte de América y las teorías del liberalismo económico, fue apostillado en cada uno de los países; formalmente, como Estados unitarios o Repúblicas Federales. Las economías locales dieron frutos tardíos de alcance y algún sentido de cohesión nacional, a ritmo de los ciclos y crisis capitalistas y de los avances técnicos, industriales y financieros exteriores. A partir de 1850 creció el volumen de mercancías y bienes de capital comercializados por agencias intermediarias en el contexto de la revolución industrial de 1830-1890 y de las inversiones de capitales extranjeros.

Por lo tanto, en Centroamérica, las economías nacionales y sus Estados no se derivaron de transformaciones estructurales legitimadas en idearios revolucionarios. El capitalismo agroexportador emergió con “malformaciones” de latifundios, campos mineros en abandono, haciendas y plantaciones de fibras, cueros y pulpas dulzonas. Esas materias primas, sinónimo de “productos finales”, se vendían bajo condiciones de libre competencia, acogidas desde 1781. Más tarde, impulsadas por el financiamiento, trasiego marítimo y la tutela militar de Inglaterra, en abierta disputa con Estados Unidos desde la década 1850-1860.

El mercado de trabajo con rasgos capitalistas se consolidó en Centroamérica entre 1860 y el fin del siglo. Adquirió nitidez una vez que fue abolida la esclavitud, liberadas las poblaciones campesinas de añosas servidumbres, eliminados los ejidos y tierras comunales de las cofradías religiosas y de los pueblos de indios, suprimidas las corporaciones de artesanos por oficios y reapropiadas las tierras interiores en beneficio de clases sociales que heredaron la tradición de despojo y depredación colonial. Las ideas políticas, filosóficas y económicas de la Ilustración, el enciclopedismo y la ciencia positiva del capitalismo maduro, fueron ejecutadas en el istmo con retardo, desfases y ritmos desiguales entre las naciones.

  1. LA PRODUCCIÒN ARTESANAL

La elaboración de artesanías surgió como un campo de trabajo para hombres y mujeres de diferentes etnias, edades y condición social que durante el período colonial no poseían medios de producción, no trabajaban en labores agrícolas, mineras o pecuarias y, en apariencia, se ocupaban en condiciones más favorables para sobrevivir.

Las autoridades españolas reorganizaron la producción artesanal con la formación de asentamientos y reducciones indígenas. Las primeras ordenanzas del Ayuntamiento de Guatemala se emitieron en 1559 con referencia al trabajo de zapateros y curtidores. Proponían crear un gremio bajo control de un alcalde y de un veedor. Éste otorgaba licencias para vender los cueros y el primero, las reglas de elaboración del calzado y la enseñanza del oficio. http://dspace.usc.es/bitstream/10347/4647/1/pg_301-324_semata12.pdf En la zapatería concurrían las tareas de curtido, zurrado y manejo de las pieles. En 1566 una Cédula Real ordenó que el Ayuntamiento asumiera la función de examinar a los artesanos. (Martínez, P. 1985:707)

En 1573 Alonso Anguciana de Gamboa se propuso traer a Costa Rica un "carpintero de lo blanco", dos tejedores, un jaquimero y un cordonero, así como labradores y "carpinteros de ribera". Por su parte, Diego de Artieda y Chirinos informó en 1581 que traería 70 u 80 hombres, labradores, casados y oficiales de oficios.

En Cartago los barrios de indígenas y pardos se localizaban fuera de la ciudad. San Juan de Herrera de los Naboríos, fundado en 1590, proveía mano de obra a los españoles para servicios domésticos o artesanos, lo mismo que la Puebla de los Pardos, fundada a finales del siglo XVII. No se ha constatado la existencia de gremios; aunque se menciona la jerarquía de maestros, oficiales y aprendices. En 1626 el monarca solicitó informe al gobernador Fray Juan de Echauz sobre el costo de la construcción de los edificios públicos, pues estaba enterado que el cabildo y la cárcel tenía techos de paja y estaban en mal estado. Se le sugirió que las estancias se construyeran con adobes, ladrillos, tejas, cal y maderas. http://www.historia.fcs.ucr.ac.cr/articulos/maestro2.htm

En Guatemala, a fines del siglo XVI Quezaltenango, Totonicapán, Huehuetenango, Chiapas y Verapaz destacaron en la producción de hilados, telas de lana de ovejas y de algodón. En las alcaldías de Sonsonate y San Salvador las comunidades indígenas pagaban tributo con telas de algodón; y, en Subtiava y Masaya, Nicaragua, había bastantes telares. (Solórzano J. 1993:36).

También en Nicaragua, “Vázquez de Espinosa menciona objetos elaborados con algodón, cueros o plantas como tejidos, zapatos, sogas, jarcia, lonas, cordeles y tintes, los cuales se fabricaban en El Realejo, Chinandega y El Viejo. La hechura de tejidos en El Realejo estaba a cargo de mujeres y los hombres trabajaban la “carpintería de ribera”. La mayoría de los productos se trabajaban manualmente. Los tintes de color azul y morado se preparaban en El Viejo y en la Isla del Cardón con el zumo extraído del caracol. Mediante la infusión de las hojas del arbusto “masato” los indios obtenían el color rojo y del árbol “ojo de buey”, un bello tinte negro. El maíz proveía pan y bizcocho. http://www.ihnca.edu.ni/files/doc/TallerHistoria10.pdf

La división del trabajo adquirió rasgos precisos en el siglo XVII, con el aumento de la población. “Los pueblos y aldeas se especializaban: unos eran agricultores, otros sirvientes. Los indios de Santamaría de Jesús proporcionaban madera a la ciudad. Los del barrio de Santo Domingo de los Hortelanos, sembraban y vendían hortalizas. Jocotenango proveía artesanos. Los indígenas de las tierras cálidas del pacifico, en Escuintla o el altiplano de Amatitlán y las cercanías a la ciudad eran abastecedores de sal, pescado, carne, trigo, hilo y algodón, cal y maderas (…) o construían obras públicas. (Wortman M.1991: 82)

Las Leyes Nuevas de 1542 prohibieron la esclavitud de los indios, pero introdujeron los repartimientos o trabajos forzados y activaron la importación de negros. Los criollos ricos poseían esclavos que eran sirvientes y a veces artesanos como herreros, carpinteros y albañiles. En algunas ciudades, villas, costas y puertos del Atlántico los esclavos negros trabajaban en oficios domésticos, manualidades y el comercio ambulante. Muleros y artesanos compraban su libertad sirviendo como carpinteros, albañiles, cargadores o vendedores callejeros. Guardaban dinero para pagar el derecho a ser hombres y mujeres libres, incluso en épocas que el precio de la libertad era alto. (Wortman M.1991:87 y 90). También las cofradías suministraban trabajadores libres, productos agrícolas, pecuarios o artesanales y financiaban a los maestros dueños de talleres.      

Después de 1650 la construcción de iglesias, fortificaciones, presidios y casas de gobierno sustituyeron no solo las pirámides, montículos y campos ceremoniales indígenas, sino también las obras públicas hechas con madera y paja. La mano de obra indígena o mestiza era reclutada por los curas y los mismos frailes se ocupaban como maestros de obras o arquitectos empíricos. Llegó a identificarse un estilo de arquitectura Centroamericana, llamado el “barroco sísmico”. Los clérigos imponían los temas y diseños de los objetos de arte, cuadros y retablos. (Webre, S. 1993:203-204).    

Los ayuntamientos ejercían mucho control sobre los artesanos y su producción, en particular en las ciudades. “Era una política adoptada frente a un sector emergente (de trabajadores). Consistía en cerrarle a los mestizos el acceso al plano económico y político de los grupos dominantes, situarlos por sobre los indios y por debajo de los españoles, canalizar su fuerza de trabajo hacia el nivel medio de las ocupaciones libres, y ejercer sobre dicha actividad un control para que asumieran tareas productivas y no productivas de las que estaban exentos españoles y criollos…Se generó una relación de dominación y hasta de opresión de clase”.

De ahí la obligación de que se agremiaran, igual que otros proveedores no artesanales como los salitreros, boticarios, molineros, curtidores, taberneros y roperos. Pero la agremiación no respondía a los intereses de los artesanos, sino a su función de proveedores. Además, los gremios no tenían representación en el Ayuntamiento. (Martínez P. 1985: 306-307).

Las autoridades tomaron también disposiciones para cultivar destrezas y experiencias de los artesanos. Desde 1678 se obligó a los artesanos a practicar un solo oficio, a especializarse por medio del aprendizaje, a no abandonar las faenas y abrir tienda, obraje o taller para atender al público. Ese año había en Cartago 35 artesanos de un total de 575 habitantes.

El reclutamiento y aprendizaje de los oficios eran controlados y conservados como parte de una orientación de política pública, pues se pretendía ir más allá de la simple preservación de conocimientos. Se procuraba evitar el vagabundeo y el abandono de menores de edad, de manera que había objetivos de control social y apaciguamiento de los descontentos de los pobladores más pobres. En 1607 muchos menores de edad de pueblos indígenas como Ujarráz, Curridabat, Pacaca, Quircot, Cot y Guicasí fueron compelidos a trabajar en Cartago como aprendices. El reclutamiento se regulaba en un contrato de "asiento" y "obligación", y era común que el maestro tuviera entre dos y cuatro jóvenes a su cargo durante 4 o 5 años. Los artesanos provenían de todos sectores étnicos de la población; pero después de 1670, aumentó entre ellos, el número de blancos, españoles.

Esos trabajadores desempeñaban oficios tanto para el servicio público como el privado. Los “carpinteros de ribera" se encargaban de las construcciones y reparaciones de las embarcaciones. Los "carpinteros de obra blanca" se dedicaban a elaborar menajes de casa como mesas, camas, sillas, bancos, armarios, etc. En otras referencias documentales se menciona con menor frecuencia a los cerrajeros, silleros, curtidores, canteros y albañiles.

Sastres, zapateros y tejedores eran oficios para satisfacer las necesidades de las élites españolas. Por eso ciertos artesanos eran personas de prestigio en el medio social. Los zapateros tenían buen reconocimiento pues muy pocos usaban calzado. Las actividades religiosas demandaban la elaboración de imágenes y hubo especialistas en el arte de tallar madera y pintar las figuras. Al primero se le denomina "maestro ensamblador y arquitecto".

Algunos oficios requerían materia prima especial. Para los herreros, el artículo más preciado era el "fierro" para fabricar sólidos instrumentos de trabajo agrícola, pecuario o para la vida cotidiana. El metal lo proveían comerciantes locales que lo adquirían en el exterior. Una libra de hierro valía cuatro reales a principios del siglo XVIII. La escasez del metal estimuló la especulación y el comercio de contrabando con los zambos, mosquitos e ingleses. Para trabajarlo el herrero requería de la fragua, especie de fogón o estufa a altas temperaturas. También el carbón que se obtenía de la quema de árboles en alrededores de las ciudades.

Asimismo, los sastres dependían del comercio de telas e hilos, o de las importaciones de encajes, agujas y dedales. Los zapateros obtenían cueros en las tenerías. Hubo años que escasearon las materias primas. En 1681, no se halla "... por ningún dinero un cuero para zapatos”. Los artesanos recibían ingresos de labores agrícolas, pecuarias o del comercio. http://www.historia.fcs.ucr.ac.cr/articulos/maestro2.htm Aunque los gremios eran organismos ligados al ayuntamiento, la iglesia y la corona. Poseían algunos bienes comunes y contaban con la beneficencia y el socorro de los miembros de las cofradías. (Menjívar R., 1982: 33).

La participación de los artesanos en la dinámica de la sociedad colonial muestra gran falta de cohesión y unidad. Sí tenían rasgos comunes como trabajadores o productores: talleres pequeños, relaciones jerárquicas, empleo de instrumentos simples, predominio de la fuerza humana. Pero no actuaban como una entidad social, ni siquiera esbozada. No hacían gestiones como conjunto, ni movimientos, ni solidaridades gremiales debido a la rigidez de la jerarquía entre maestros, oficiales y aprendices. El joven aprendiz trabajaba por el alimento, albergue y vestido; sin salario. Permanecía con el maestro varios años y sólo cuando tenía dominio del oficio ocupaba el grado de oficial. Este era asalariado, pero no podía trabajar por cuenta propia, hasta ser maestro. Para eso debía aprobar exámenes, desembolsar dinero para abrir el taller, pagar salarios a oficiales y mantener aprendices. La mayoría seguía siendo oficial, hasta por 20 años o 30 años.

El empleo no era muy estable. Los artesanos estaban presionados por el aumento del mestizaje y por consiguiente de la oferta de artesanos, el crecimiento lento de las ciudades y el desempleo. No tenían mayor margen de movilidad ascendente, salvo hacia abajo: hacia la plebe urbana y los ladinos rurales. Entre ellos había, además, diferencias horizontales. Unos mejor calificados como plateros, relojeros, impresores. Otros dedicados a oficios rudos de canteros o herreros.

Por otra parte, su condición dependía de que fueran proveedores de bienes o de servicios. Los primeros estaban expuestos a la falta de materiales como fibras, cueros, metales. Unas materias primas se adquirían en el mercado interno, otras se importaban a altos precios. “Solo una fracción del sector artesanal, integrada por algunos maestros y quizás unos pocos oficiales poseedores de modesto bienestar puede considerarse una capa social media urbana. La mayoría era parte de la plebe de las ciudades. (Martínez, P. 1985: 306).

El tejido e hilado lo hacían los indígenas. En Boruca, los clérigos forzaban a los indios a teñir hilos con el caracol de múrice y a las mujeres a tejerlo. Con esos productos se pagaban las misas y servicios eclesiales. El ganado era una fuente regular de ingresos por la venta de cueros, zurrones, cebos, candelas y quesos. (Fonseca E. 1993:114-115). Al final del siglo XVII “la producción indígena competía con los productos que traían los españoles pues la economía europea pasaba una crisis de larga duración. “Fuentes y Guzmán se quejaba de que los cinco talleres textiles de Guatemala habían sido manejados por vagabundos, ladrones y esclavos fugitivos “desaparecidos de nuestros ojos” a causa de la “libertad perjudicial” que el gobierno dio a los indios en la producción textil.” (Wortman M.1991: 89)

Por esos años el Ayuntamiento de Guatemala propuso otras reglamentaciones al trabajo de los artesanos. El 14 de noviembre de 1737 la Audiencia creó el gremio de los coheteros. Otra norma de 1792 señala en el Art. 9 que solo serían admitidos “españoles limpios” en el gremio de los polvoreros; es decir que había artesanos mestizos, mulatos, negros e indios. En 1776 se dictaron ordenanzas para plateros y batihojas indicando la inoperancia de otras regulaciones de 1745. El oficio de carpintería fue regulado en 1776 y 1782. El pensamiento ilustrado y el liberalismo influyeron en esos reglamentos.

A causa del terremoto de 1773 y el traslado de la capital, Santiago de los Caballeros, al Valle de la Ermita, se produjo “un golpe definitivo para muchos talleres y hasta gremios enteros que venían arruinándose con la creciente importación de artículos industriales europeos”. La construcción de la nueva ciudad absorbió gran cantidad de trabajadores de oficios que luego quedaron desocupados, desorganizados y fueron a engrosar las filas de los menesterosos de la ciudad o plebe capitalina, una masa de empobrecidos que no llegó a compactar como clase social por motivo de la gran disparidad de funciones económicas y sociales de sus componentes. (Martínez S., 1985:296 y 300).

La demanda de albañiles, carpinteros, herreros, ladrilleros, tapieros y peones aumentó después de 1773 y esos trabajos se regularon tres años después en cuanto a horarios, salarios y tipo de tareas. En 1798 se contempló por primera vez con carácter general el trabajo de los artesanos. Esa normativa restringió a las corporaciones el ejercicio de diversos oficios. Algunos proponían eliminar los gremios, pero regular y conservar las asociaciones ya que perfeccionaran el arte y la ayuda mutua. Pedro Rodríguez, Conde de Campomanes, propuso unificar las artes, incluir a las mujeres, prohibir las asociaciones de oficiales y las cofradías gremiales, establecer juegos, diversiones y crear una policía gremial.

En oposición, Gaspar Melchor de Jovellanos se pronunció por la eliminación de los gremios debido a que propiciaban concentración del trabajo en pocas manos, frenaban el aprendizaje y excluían artesanos de otros oficios. Era partidario del libre trabajo en los oficios. A fines del XVIII se formó la Real Sociedad Económica de Amigos de la Patria. La asociación propuso una reforma a la actividad de los gremios y contempló reglamentar la vida pública de los artesanos para morigerar sus costumbres. http://dspace.usc.es/bitstream/10347/4647/1/pg_301-324_semata12.pdf

Desde fines del siglo XVII, Hispanoamérica vivió un período de diversificación económica regional con un auge minero en Brasil y Perú que creó un mercado interior transitorio con alta demanda de textiles, derivados de la ganadería, alimentos, productos de madera y otras actividades subsidiarias. (Cardoso F.C 1979:225).

La confección de telas con lana de oveja fue muy productiva. En Huehetenango, en 1712 una población indígena de 20.000 habitantes rodeaba grandes fincas dedicadas a la crianza de ovejas y parte de la leche se usaba para elaborar quesos”. (Wortman 1991:98). En 1770, de 26.761 habitantes de la antigua Guatemala “gran número eran ladinos ejercían diversos oficios”. Momostenango, Chichicastenango y Quezaltenango progresaron con los tejidos de lana de ovejas; igual que en los pueblos de Cobán y Rabinal, en la Alta Verapaz, con el suministro de algodón. (Solórzano, J. 1993:31).

“Una vez recogida la cosecha, el algodón en rama se distribuía entre mujeres de los pueblos de indios, quienes debían hilarlo. El hilo era luego recolectado por los alcaldes mayores y los clérigos lo enviaban a otros poblados de para convertirlos en telas… En 1795 había un millar de telares en Antigua Guatemala”. Las telas y ropas se intercambiaban por añil o ganado en Comayagua, San Salvador, León o Costa Rica. Había haciendas que usaba la ropa como medio de pago. (Solórzano F. 1993:36).

En la costa del Pacífico de Nicaragua se construyeron astilleros para fabricar los barcos. Trabajaban maderas de pino de altura o cortezas duras como el cedro, caoba o el guácimo, y usaban brea y resinas. Las telas para las velas eran suministradas como tributo por los indígenas quienes proveían, además, mantas y la cordelería hecha de maguey o de cabuya. La brea de pino se usaba para calafatear y los cortes del mismo árbol en la fabricación de toneles, útiles para conservar los vinos que se enviaban a Perú. (Fonseca E. 1993:132).

En las ferias semanales, anuales y por regiones era considerable el tráfico de artesanías: rebozos multicolores procedentes de Guatemala, jícaras labradas para beber agua y chocolate, sombreros y esteras de paja o petates, arreos y cohetes (…) los rebozos de algodón, ponchos y hamacas venían de El Salvador. Los indígenas hondureños trabajaban todo el año produciendo confites y jabón que vendían en las ferias (...) En los mercados de Guatemala se encontraban los sombreros de palma hechos por los indios salvadoreños de Tenancingo (…) Tres almacenes de Sonsonate daban salida en 1858 a las sillas de cuero, canastillos de vena de palma y cedazos de fibras. (Lindo F. Héctor. 1991:191-195). En 1820, en plena decadencia del mercado para artesanías, subsistían en Antigua Guatemala 637 telares que abastecían a San Salvador, Comayagua y León. (Solórzano F., 1993:37).

La producción artesanal siguió activa a pesar de su notorio declive desde principios del XIX. En 1811, el presidente de la Audiencia de Guatemala, José Bustamante y Guerra, propuso otro reglamento general para los gremios. La reforma refleja el espíritu burgués de la época, pues estima que el “benemérito” cuerpo de artesanos es parte del Estado y por lo tanto, requiere la protección de los gobiernos. Según esa concepción, los trabajadores por oficios deben corresponder con la sociedad, sujetándose a principios de convivencia en orden, templanza moral, laboriosidad y buena aplicación.

Los gremios, dependientes de los Ayuntamientos, cada mes eran convocados a un cabildo. Se eliminaron castigos corporales y se creó un departamento policial separado para recluir a los artesanos que delinquieran. Todo oficio con 12 maestros, tienda y taller formaría un gremio y si no los tenían debían agregarse a otros gremios. Se propuso la creación de la Cofradía Gremial consagrada a la Virgen del Socorro: todos los artesanos serían cofrades y celebrarían fiesta en la primera semana de noviembre.

http://dspace.usc.es/bitstream/10347/4647/1/pg_301-324_semata12.pdf

En Costa Rica, antes de 1820, las artesanías y manualidades estaban separadas de la agricultura, sólo en las ciudades. En pueblos y aldeas, antiguas reducciones de indios, una cuarta parte de hombres, cabezas de hogares, declaraban oficios de sombreros, canasteros, hilanderos, tejedores o carpinteros. Hubo especialización en ramas como la herrería, la fabricación de pólvora y cigarros, el hilado y la costura. En 1813 se menciona en Alajuela la urgencia de entrenar a los maestros plateros, herreros, zapateros y sastres. El municipio ordenó que los pocos maestros u oficiales entrenasen cada uno a dos o tres jóvenes.  

En el censo de 1824 no se reportaron talleres, solo oficios. Pero en Cartago, Manuel Escalante poseía 2 de los 8 telares. El trabajo de hilar había alcanzado importancia extra-doméstica. En San José había 110 locales dedicados a tejer o hilar que ocupaban 142 personas. El sur de la capital era un barrio artesanal que empleaba muchas mujeres jefas de familia como hilanderas; aunque declaraban que su oficio era la industria. Los barrios de El Carmen y Guadalupe tenían un sector artesanal bien definido.  

En Cartago, la elaboración de tejas originó el poblado El Tejar. Desde la colonia trabajadores negros y mulatos de la Puebla de los Ángeles se dedicaban a herrería y la pólvora. En 1844 trabajaban 16 herreros y hacían labores diferenciadas, como el oficial mayor y el fornidor, encargados de fundir y elaborar herramientas. En las fábricas de pólvora había tres oficios: el maestro, el polvorero y el labrador de pólvora. En los archivos de las series Congreso y Gobernación se constata que entre 1843 y 1844 había en las tres ciudades principales del país al menos 480 artesanos, jefes de familia, de un registro total de 1867 personas. (Gudmundson L. 1990: 58-80).

  1. DECADENCIA DE LOS OFICIOS ARTESANALES

Los cambios estructurales que condujeron en Inglaterra a la producción fabril en gran escala, se aceleraron en la segunda mitad del siglo XVIII en detrimento, principalmente, de la producción artesanal y manufactura de los países colonizados. Las mercancías de la era industrial invadieron Centroamérica a través del comercio ilegal y la piratería desde los bastiones ingleses de Jamaica y Belice. Después de la Independencia, a consecuencia del libre comercio capitalista.    

La obsolescencia del mercantilismo económico y del régimen monárquico era irreversible y la reacción restauradora culminó en España con las Reformas Borbónicas. Se suprimieron prohibiciones a la libre explotación de fuerza de trabajo, se exigieron nuevos impuestos y restricciones fiscales, se reorganizó la administración y gobierno en el nivel regional y se amplió el marco legal para el libre comercio. Esas medidas acentuaron las contradicciones políticas entre la metrópoli y las clases dominantes en las colonias, las cuales culminaron en las rebeliones y levantamientos populares precursores de las Guerras de Independencia.

En 1765 el gobierno colonial estableció un impuesto sobre las ventas, gravó importaciones europeas y se transfirieron de México a Centroamérica los monopolios de tabaco y pólvora. “Todos los artesanos tenían quejas. En noviembre de 1766 los productores de Guatemala enviaron una petición al alférez real, Manuel de Batres, en protesta por los monopolios, los altos derechos aduanales y los impuestos.

La ciudad estaba a punto de rebelión (…) Fueron arrestados los autores de las peticiones de los artesanos (…) El “humor de la multitud” llegó a su punto más bajo el 31 de diciembre (…) Había temores de un “levantamiento popular”. Por ello se suspendió el cobro de impuestos sobre todas las reventas y se procedió a distribuir granos a los grupos más pobres de la ciudad”. Las medidas sofocaron el descontento. (Wortman M.1991: 178-179).

No obstante, continuó favoreciéndose el libre comercio. Entre 1760 y 1808 la monarquía derogó impuestos de importación, autorizó a compañías privadas para que comerciaran con exclusividad en regiones específicas, suprimió el sistema de flotas y rebajó tarifas para aumentar el número de navíos en tránsito y el volumen de las ventas.

A fines del siglo XVIII las crónicas ya no se refieren a la población designándola por sus rasgos étnicos, sino por su importancia numérica y los rasgos como fuerzas productoras rurales o de las ciudades. En el trance 1808-1823 se acentuó la fisonomía de las clases y capas de la sociedad colonial guatemalteca. (Martínez P. 1985: 232 y 279). “Burócratas, comerciantes y hacendados vinculados con casas comerciales peninsulares; clérigos y artesanos amenazados por las importaciones y los grupos medios afectados por el alza de los precios y el desempleo, todos se oponían al liberalismo aunque compartieran algunas ideas de la Ilustración”. (Wortman M.1991: 255)

Las contrariedades por la aplicación de libertades económicas sin control, se incrementaron a comienzos del siglo XIX. “Desde 1800, cuando los funcionarios liberales permitieron la entrada de textiles ingleses, hubo un aumento en el comercio en manos de españoles debido a que garantizaba utilidades mayores que las ventas y compras de las telas locales (…) Pero el intercambio destruía a los artesanos locales y drenaba las reservas de plata de la colonia”. (Wortman M.1991: 261)

El libre comercio expandió las relaciones mercantiles y la explotación capitalista. Pero beneficiaba solo a una pequeña parte de la clase dominante de la colonia: a aquellos que tenían nexos con el mercado inglés. Al mismo tiempo, destruyó a quienes estaban involucrados en la producción textil. “Para los artesanos, cuyos instrumentos importados de España tenían que ser adquiridos a precios muy elevados, el peso de la colonia era irresistible, más aún, cuando en lo interno eran explotados por la clase adinerada de las ciudades. (Wheelock J. 1976:71)

No todos los artesanos veían un peligro en la libertad de comercio. Los carpinteros se beneficiaban con la entrada de herramientas más baratas que en el mercado negro. Los herreros se perjudicaban con el ingreso de productos de la metalurgia, pero les interesaba liberar las importaciones de hierro y los monopolios. Plateros y coheteros no tenían interés en el libre comercio porque disfrutaban de concesiones. Solo los tejedores se manifestaron en contra de la importación de telas. “En el número No. 4 del periódico El Amigo de la Patria se publicó una petición de 210 tejedores de Antigua Guatemala solicitando protección mediante el cese de la importación de telas”. El caso fue discutido en la sesión de la diputación provincial del 5 de noviembre de 1820. (Martínez P. 1985:709) La mayoría de artesanos que formaba la plebe urbana sí apoyaron el proteccionismo de algunos criollos. (Martínez, P. 1985: 312-315).

En Verapaz, el altiplano de Guatemala y alrededores de la ciudad, “miles de mujeres pobres se ocupaban en hilandería.” Pero a medida que el producto inglés inundaba el mercado, el precio de la tela disminuyó un 75%: de doce a tres reales la vara. Antes de 1810 se decía que el altiplano vendía a México entre 35.000 y 40.000 pesos en artículos de algodón y lana, a precio entre 30 y 35 pesos la docena de piezas. Con el libre comercio ya no había esa interacción, aunque se ofrecían los artículos entre 12 y 30 pesos…

José Cecilio del Valle fue vocero del sentimiento proteccionista y abogó por apoyar a los artesanos: “Existe mortalidad en el taller: existe en la forja y en el telar. (Si estuviese aquí) (Álvarez de) Cienfuegos conocería artesanos que son aptos para sus cantos y Séneca vería virtud en manos diestras en el trabajo”. Para defender la industria propuso abolir el comercio de telas inglesas (…) tratar de extinguir su uso en ropas de algodón (…) quemar las reservas (…) y si es posible devolvérselas a sus productores (…) Entonces veremos la necesidad de vestirnos con nuestros propios textiles nacionales (…) La agricultura prosperará y el número de artesanos aumentará”. (Wortman M.1991: 278)

La oposición al libre comercio sí fue un motivo de las movilizaciones de artesanos durante las rebeliones de 1811- 1812 en San Salvador, León, Granada, Segovia, Rivas, Tegucigalpa, Nicoya y Cartago. Los algodoneros y otros artesanos del altiplano se unieron con los comerciantes españoles y el clero para abogar por un retorno a la autoridad centralizada y proteccionista del gobierno español y poner fin a los nexos comerciales con los británicos (…) Los comerciantes nicaragüenses y otros del interior se aliaron con estos grupos porque el comercio se les escapaba de la región hacia Guatemala y los productos iban a parar a Belice, en vez de Granada”. (Wortman M.1991: 279)

La disputa entre partidarios del libre comercio y quienes abogaban por proteger el mercado interno, “se reflejó en las diferencias entre las clases económicas y sociales que después de 1820 fueron la base para que se formaran las facciones que disputaban el poder político. “En la madrugada del 4 de junio de 1822 un grupo de artesanos indígenas de Subtiava, junto a varios estudiantes, se apoderaron del cuartel de la Compañía Provincial en León con el apoyo de militares del interior para ejercer las atribuciones del poder y elegir una Junta de once individuos que asumieran el mando”. El 31 de mayo habían concurrido autoridades indígenas de Subtiava y otros barrios, casi todos de oficios artesanales, como el herrero Justo Altamirano y otros. (Wheelock J. 1976: 89-90).

“Las agitaciones urbanas protagonizadas por artesanos, constituyen uno de los ingredientes más dinámicos de la vida política de mediados del siglo pasado. Halpering Donghi señala que los artesanos irrumpen en la escena continental en la década de los cuarenta y comenta que fue uno de los signos del fin del período, e hicieron sentir la presencia política de los grupos plebeyos ajenos a (los intereses) de las élites, aunque no fue suficiente para quebrar el cerrado predominio de éstas”. (Cueva A. 1980: 54)                                  

“Los productos manufacturados ingleses reducían la producción a domicilio de los artesanos que vendían a pequeños tenderos. La producción de telas y ropas en alguna escala decayó desde 1850 y solo se mantuvo en Guatemala, Chiapas y Nicaragua. “Las economías del interior en Guatemala, León, Granada, Tegucigalpa quedaron sin monedas. Disminuyó la demanda y la riqueza continuó fugándose a las manos de los ingleses, hasta el período de la federación”. (Wortman M. 1991:280). Los colorantes sintéticos comenzaron a utilizarse en Gran Bretaña desde 1858 (Cardoso y Pérez H. 1977: 174.), y con el aumento de las importaciones y la apertura de bodegas en los puertos y ciudades declinaron las ferias. Los artesanos que laboraban libremente irrumpieron en las luchas electorales a partir de 1860.

El libre comercio fue el precio que se pagó a Inglaterra, Francia y Estados Unidos por sus apoyos indirectos a la independencia de Centroamérica. En 1825 pocos se quejaban de interferencias del gobierno, alta tributación, disminución del comercio o estancamiento económico como lo habían hecho veinte años atrás… En toda casa de comerciante se usaban artículos de plata “para los propósitos domésticos más bajos” y cada dama de la casa tenía “por lo menos media docena de costureras, floristas y bordadoras, lo cual por el momento daba a sus apartamentos la apariencia del barco de un millonario”. (Worman M. 1991:311).

Un decreto sobre la libertad de industria con fecha 13 de junio 1833, no abolió los gremios. Las corporaciones mantuvieron funciones económicas, sociales y morales durante al menos tres décadas. Ese año se creó en Guatemala la Sociedad para el Fomento de la Industria. Proponía crear escuelas mecánicas, abrlr fábricas de papel, traducir e imprimir manuales prácticos sobre los oficios de tejidos, curtiembre, loza, jabón, sombrerería, construcción, fundición, aserrío, tintorería y ebanistería; introducir modelos y muestras de máquinas y reunir una biblioteca de arte. Sin embargo, no acogió la solicitud de tejedores que desde 1820 proponían la prohibición de las importaciones. La Sociedad se inspiró en los conceptos liberales de educación, fomento e industria. http://dspace.usc.es/bitstream/10347/4647/1/pg_301-324_semata12.pdf

Las reformas liberales del último cuarto del siglo XIX situaron a los artesanos en un nuevo universo económico y social. La mayoría se benefició con la ruptura de las reglamentaciones coloniales y algunos encontraron condiciones para instalar sus propios talleres y tiendas. Todos quedaron desorganizados e indefensos frente a la competencia fabril; perdieron las protecciones y socorros que disfrutaban. Se insertaron en una división del trabajo que se regía por las condiciones competitivas del mercado, alejados del trabajo doméstico y la agricultura de subsistencia, y sujetos al movimiento ondulante de los precios de las materias primas y mercancías. Ese es el punto de partida de “un importante movimiento social configurado por el artesanado libre” desde la segunda mitad del siglo XIX.

“Una investigación realizada en 1858 sobre “el estado de sus habitantes y profesiones en que se ocupan”, la que cubrió solo a 5 de los 15 departamentos, muestra la concentración de los artesanos en pequeñas villas y pueblos: ante todo pintores, plateros, carpinteros, sastres, albañiles, zapateros y otros”. Ya en 1860 los artesanos apoyaban las promesas y medidas “proteccionistas” del gobierno de Gerardo Barrios en Guatemala. En los años sesenta y setenta se expandieron las formas organizativas del artesanado libre”. (Menjívar, R. 1982: 35).

  1. CONCLUSIONES

Desde el siglo XVI el oficio de los trabajadores artesanos, hombres y mujeres de la población autóctona o inmigrantes, quedó subordinado a los objetivos de lucro y ganancia comercial. Primero regulado por la monarquía española y su concepción mercantilista de la economía; más tarde por el avance de las relaciones de producción capitalistas a escala mundial.

En numerosos estudios de historia social centroamericana del siglo XIX. se ha enfatizado el examen de los artesanos por oficios: Su importancia en la producción mercantil, las demandas reivindicativas, sus formas de organización, ideologías compartidas sobre las relaciones entre el pasado histórico, sociedad y economía; su participación o rechazo a los procesos electorales liberales y otros rasgos de sus identidades culturales.

Pero el objeto de estudio se ha observado en conexión directa con la historia del movimiento obrero y, con frecuencia, como su precedente inmediato. De esa forma, la historia de los artesanos no sólo preludia “en línea directa” la del movimiento obrero, sino que éste, a la vez, hereda sus influencias y algunas “desviaciones” en las actitudes de clase que delimitan históricamente antagonismos, intereses sociales y necesidades políticas entre la clase obrera y los empleadores capitalistas.

Las investigaciones recientes de los historiadores, evidencian las diferencias entre una y otra modalidad de inserción de los trabajadores directos en los procesos de producción no agrícolas. La producción de bienes materiales y culturales derivada de los oficios artesanales “modernos” ocupó lugar significativo entre los valores de uso y mercantil de los bienes y servicios que se consumían en los campos y aldeas de aquellas sociedades.

Los productores artesanos fueron parte de la mano de obra especializada que, junto con trabajadores indígenas y negros esclavizados levantaron templos, edificios públicos, caminos empedrados, canales de agua potable y viviendas “palaciegas” de obispos, colonizadores y hacendados encomenderos. Suplieron en buena parte las necesidades del comercio centroamericano de artesanías, hasta la segunda mitad del siglo XIX.    

  1. BIBLIOGRAFIA

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Cueva Agustín. El desarrollo del capitalismo en América Latina. Siglo XXI. Editores S. A. Cuarta edición. México. 1980. P. 238.

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Lindo F. Héctor. “Economía y Sociedad (1810-1870)”. En: Historia General de Centroamérica. Tomo III. Flacso. CEE. Madrid. Pp. 141-202.

Martínez Peláez Severo. La Patria del Criollo. 10ª. Edición. EDUCA. San José. 1985.

Menjívar, Rafael. Formación y lucha del proletariado industrial salvadoreño. Segunda edición. EDUCA. Centroamérica. 1982.

Solórzano, F. Juan Carlos. En: Historia General de Centroamérica. Tomo III. FLACSO. CEE. Madrid 1993.

Webre, Stephen. “Poder e Ideología”. En: Historia General de Centroamérica. Tomo II. FLACSO, CEE. Madrid. 1993    

Wheelock R., Jaime. Raíces indígenas de la lucha anticolonialista en Nicaragua. Siglo XXI Editores S.A. 2 edición. Buenos Aires. 1976.

Wortman Miles, L. Gobierno y sociedad en Centroamérica 1680-1840. BCIE. EDUCA. San José. 1991.  

http://dspace.usc.es/bitstream/10347/4647/1/pg_301-324_semata12.pdf

http://www.historia.fcs.ucr.ac.cr/articulos/maestro2.htm

http://www.ihnca.edu.ni/files/doc/TallerHistoria10.pdf

 

Por Juan del Llano

Con un territorio de 419.000 km2 habitado en 1820 por 1.227.000 personas, hace 192 años que Centroamérica vivió el proceso de insumisión y rebeldías continentales para independizarse del decadente imperio español. Durante tres siglos sufrió la dominación militar, política y religiosa de la Capitanía General, la Audiencia y la Arquidiócesis de Guatemala, brazos autoritarios y expoliadores del Virreinato de la Nueva España.

Las provincias más pobladas eran Guatemala y El Salvador. Los habitantes de Nicaragua se concentraban en el área de los lagos y litoral del Pacífico. El este de Honduras era un espacio natural vacío y en el centro y el oeste habitaban dispersos algunos pueblos de indios. La mayoría de las gentes de Costa Rica vivían entre montañas, en el Valle Central. En 1800 el Virreinato de Nueva España perdió el territorio de Luisiana occidental que fue vendido por Napoleón I a Estados Unidos en 1803; y los gringos compraron La Florida a la corona española, en 1819.

De 103.000 personas inscritas en el censo de tributantes de 1778, casi el 70% eran indígenas guatemaltecos. En Costa Rica sólo el 1% eran contribuyentes. La población originaria era menor en Nicaragua, Honduras y Costa Rica. La fuerza de trabajo estaba compuesta por esclavos, indígenas sujetos a las encomiendas y a servía las familias aristócratas, la iglesia y los funcionarios militares y políticos. En menor grado, como jornaleros y trabajadores, mestizos, mulatos y ladinos mal pagados con especies, fichas o monedas.

Las normas fiscales introducidas en 1747, ataron a los pueblos de indios a los intercambios mercantiles, y las ordenanzas reales de 1785 crearon las intendencias de Chiapas, Salvador, Honduras y Nicaragua -incluida Costa Rica-. La monarquía pretendía satisfacer los apetitos de tierras, riquezas y dinero de los hacendados, funcionarios, clérigos y comerciantes locales, en consonancia con los privilegios de las clases dominantes de Guatemala.

En adelante alcaldes, corregidores e intendentes, comerciantes, especuladores de tierras y el alto clero, aumentaron la explotación y el hostigamiento sobre los pueblos de indios. Entre 1805 y 1809 el 80% de los ingresos de la corona provenían de los estancos y alcabalas. Un siglo atrás, los tributos indígenas proveían ese mismo porcentaje. De ahí que al final del período colonial renacieron los motines de indios motivados por los abusos de los funcionarios de gobierno, la rigurosidad en los tributos y las arbitrariedades en las cobranzas.

Otros rasgos constriñeron el crecimiento económico, agudizaron los conflictos, sociales, acentuaron el desigual sistema de enriquecimiento y el modo de vivir, y revivieron las disputas por el poder político: El carácter monopólico mercantil de la economía, la poca diversidad de la agricultura de exportación afectada, además, por la revolución industrial de 1760-1815, las exacciones de los gobiernos y el clero, la ausencia de libertades para desarrollar otros cultivos, los asaltos y saqueos de los piratas ingleses y zambos mosquitos en el Atlántico, y el difícil acceso al comercio con Europa y América del Sur a través del mar oriental. Las zonas de agricultura más productiva estaban en las tierras del Pacífico.

El movimiento anticolonial

Las posiciones anticoloniales de fuerzas sociales diversas y heterogéneas emergen con claridad diez años antes de la Independencia. En América del Sur, el proceso transcurrió con diferentes rasgos de lucha política entre 1810 y 1824. Las fuerzas populares irrumpen en los enfrentamientos militares a partir de 1812. Al principio, al lado de los monárquicos; después de 1814 alineadas en guerrillas regionales con los bandos en pugna. En 1817 el general Bolívar logró unificarlas y encauzarlas a la guerra anticolonial continental, mediante la incorporación de reivindicaciones e intereses populares a los objetivos de descolonización. El proceso culminó con la derrota del General Morillo y la liberación de Venezuela.

Esos alineamientos de las fuerzas económicas y sociales dominantes durante la colonia, adobados con las intenciones de suprimir la esclavitud y de apaciguar con reformas la situación de los indígenas, las clases trabajadoras y otros estratos medios, se expresaron con altibajos y acentos discordantes en las contiendas militares desatadas en los virreinatos de La Plata, Perú y Nueva España.

La guerra entre Francia y España de 1808-1814 y su desenlace en provecho de la burguesía liberal -manifiesto en las Cortes de Cádiz de 1810- abrieron entre las autoridades de los cabildos y de las audiencias de la Nueva España, el debate en torno a la titularidad de la soberanía ante la abdicación de Fernando VII. En México, las reformas de 1808 y el golpe reaccionario de1809, propiciaron la rebelión del cura Miguel A. Rojas Hidalgo y Castilla, el 16 de setiembre de 1810. El acontecimiento abrió la fase de transición a la guerra civil, a las proclamas de independencia de España y a la constitución de la monarquía de Agustín de Iturbide.

Después que Fernando VII fue reinstalado en el trono monárquico, las situaciones conflictivas y los forcejeos por el poder entre élites civiles, militares y religiosas locales, o entre estas con la burguesía y la aristocracia metropolitanas, crearon un vacío de poder. La efervescencia social urbana se acentuó debido a la crisis de la producción y comercio del añil y el desempleo de los jornaleros salvadoreños y nicaragüenses. El paro forzoso desplazó a la población de los campos, a las villas y ciudades.

Entre 1811 y 1814 el descontento social tomó un alto potencial insurreccional. Los levantamientos, a veces sin relación con el ideario separatista, se acompañaron con reivindicaciones económicas, jurídicas y sociales de beneficio popular. Exigían la destitución de los funcionarios y fiscales corruptos y represivos; demandaban la supresión o reducción de las alcabalas y el papel sellado. Plantearon la abolición del tributo indígena, la repartición de tierras, libertad para cultivar y comercializar tabaco, cacao y azúcar, o la reducción de sus precios.

En la evolución de estas rebeldías, los sectores populares se comportaron en forma más radical. Trataron de ajusticiar a esbirros de la monarquía y a altos funcionarios.   Al grito de “mueran los chapetones”, tomaron haciendas, saquearon tiendas, casas y almacenes, destruyeron garitas recaudadoras, hurtaron víveres, alimentos, ropas y herramientas de trabajo.

El quinquenio 1810-1815 fue el lapso de mayor violencia social, política y delictiva. Hubo cuatro enfrentamientos entre populares con las tropas de la monarquía. El primero en noviembre de 1811 en San Salvador, cuando se solicitó un obispado independiente de Guatemala. El segundo en diciembre de 1811 en Granada, debido al malestar por las ventajas políticas de León y la mala gestión del Intendente. La tercera de nuevo en San Salvador, en enero de 1814, inspirada por la insurrección de Morelos. La lucha más importante ocurrió en Guatemala en diciembre de 1813, organizada en los pasillos y la iglesia del convento de la orden de los Bethlemitas. Estos movimientos fueron disueltos y reprimidos en 1814 y 1815.

Pero lentamente fue configurándose una alianza de fuerzas revolucionarias entre los dirigentes de las familias criollas, los letrados pobres aspirantes a un empleo público y los miembros de las profesiones liberales a quienes se les negaba o regateaba el ejercicio profesional por razones de ideología política, a causa de sus lugares de nacimiento. Algunos pueblos de indios se sumaron a los rebeldes, recelosos o por medios coactivos.

En setiembre de 1820 las Cortes suprimieron las órdenes monásticas; restringieron la actividad de los mendicantes; prohibieron la propiedad a instituciones civiles y eclesiásticas; abolieron las exenciones de impuesto y otros privilegios de los obispos y sacerdotes, y el fuero militar para los oficiales de milicias. Tanto el clero como los soldados se enemistaron con el poder público por esas medidas liberales. El descontento amplió las simpatías por la alianza social que anhelaba y lideraba la independencia de Guatemala.

En 1820 entró de nuevo en vigencia la Constitución de Cádiz de 1812 y el clima legal propició la formación de facciones políticas. El grupo más intransigente lo formaba la oligarquía de hacendados y comerciantes exportadores, y elementos de clase media propagandistas de las ideas monárquico constitucionales o representantes liberales de la burguesía europea y Estados Unidos. Los periódicos El Editor Constitucional dirigido por Pedro Molina, y El Amigo de la Patria, de tendencia más moderada, editado por José Cecilio del Valle, atizaron los debates en torno al libre comercio y el constitucionalismo republicano. También avivaron el regionalismo.  

Guatemala fue epicentro de las confrontaciones y desenlaces. Las provincias de la periferia decidieron a tono con los sucesos que ocurrían en la Capitanía General y la sede del Virreinato. Las actas separatistas se proclamaron después que Yucatán declaró la independencia de España y reconoció el poder de Iturbide, en el Plan de Iguala, el 15 de setiembre de 1821. La separación se consumó en la Intendencia de El Salvador el 29 de setiembre; al día siguiente lo hizo la diputación de León, y en misma fecha, Nicaragua. Los cabildos de Costa Rica sesionaron aparte de los delegados de Nicaragua y el 1 de noviembre del mismo año depusieron al gobernador español. En Honduras, desde el principio Tegucigalpa se anexó a Guatemala y Comayagua al imperio mexicano.

BIBLIOGRAFIA

DieterichHeins. Relaciones de producción en América Latina. Ediciones de Cultura Popular. Segunda edición. México 1985.

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Lindo Fuentes, Héctor. “Economía y Sociedad (1810-1870)”. En: Historia General de Centroamérica. Tomo III. Flacso. CEE. Madrid. Pp. 141-202

Pinto Soria, Julio César. “La Independencia y la Federación”. En: Historia General de Centroamérica. Tomo III. Flacso. CEE. Madrid. Pp. 75-140

http://www.elnuevodiario.com.ni/opinion/57338

http://www.ihnca.edu.ni/files/doc/TallerHistoria10.pdf

http://www.fmmeducacion.com.ar/Bibliotecadigital/Anna_MexicoyAmCentral.pdf


Por Emilio Young Barría

La historia de Panamá es la historia de la separación de Colombia y de la construcción del canal de Panamá. El día 3 de Noviembre de 1903, el gobierno de Estados Unidos promovió la separación o “independencia” de la provincia de Panamá del Estado de Colombia, utilizando diez acorazados para garantizar la separación.

Este 15 de agosto de 2013 se cumplen 99 años de la inauguración del Canal de Panamá, considerado la octava maravilla del mundo. Se ha creado un mito en torno a la idea de que el nacionalismo panameño fue el precursor de la separación, y en ese proceso encontraron el apoyo “desinteresado” de Estados Unidos.

Estados Unidos desechó la vía por Nicaragua

La historia de la construcción del canal interoceánico en Centroamérica tuvo idas y venidas. A finales de 1901, varias comisiones del Senado de Estados Unidos dieron su consentimiento para que el Canal se construyese en Nicaragua, utilizando el río San Juan.

Pero el aventurero francés Philippe Bunau-Varilla, que tenía intereses en la Compagnie Universelle du Canal Interocéanique, que había quebrado en el primer intento de construir el canal por Panamá, realizó un intenso cabildeo ante congresistas norteamericano para convencerlos de que la mejor opción era Panamá, no Nicaragua. El argumento central utilizado en ese momento contra Nicaragua fue la supuesta e intensa actividad volcánica, pero el verdadero motivo fue el interés de los grupos de poder imperialistas, que decidieron que era más barato y beneficioso negociar con un nuevo país, desmembrado de Colombia, que con el gobierno nacionalista del general José Santos Zelaya en Nicaragua.

Finalmente, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley Spooner, que facultaba al presidente Teodoro Roosevelt para negociar con el gobierno colombiano el traspaso del canal, reconociendo un pago de 40 millones de dólares en concepto de indemnización a favor de la Compañía Francesa del Canal. Pero dicha ley fijaba un plazo para llegar a acuerdos con Colombia, de lo contrario el Canal se construiría en Nicaragua.

El Congreso Colombiano rechazó el Tratado Herrán-Hay

El 22 de Enero de 1903, en Washington, fue suscrito el Tratado Herrán-Hay, entre John M. Hay, Secretario de Estado de los Estados Unidos, y Tomás Herrán, ministro colombiano de relaciones exteriores, con el objetivo de construir el canal interoceánico en el departamento de Panamá, perteneciente a la República de Colombia.

A pesar de la intensa actividad diplomática realizada por H. Grudger, cónsul norteamericano en Colombia, el 12 de agosto de ese mismo año el Senado de Colombia resolvió dejar en suspenso la aprobación del Tratado Herrán-Hay hasta el año 1904, complicando los planes imperialistas.

La posición del gobierno de Colombia no era antiimperialista, sino basada en la defensa de sus propios intereses. La oligarquía colombiana estaba interesada en que venciese el contrato, en el año 1904, con la Compañía Nueva del Canal, de origen francés, para no tener que indemnizarla por la cantidad de 40 millones de dólares, pero al mismo tiempo insistía ante el gobierno de Estados Unidos que subiese a 25 millones la cantidad que sería entregada a Colombia (el Tratado Herrán-Hay proponía solo 10 millones).

El 31 de Octubre de 1903, el Senado de Colombia, como un mecanismo de autodefensa ante las presiones de Estados Unidos, cerró sus sesiones suspendiendo indefinidamente el tema de la ratificación del Tratado Herrán-Hay. La repuesta del presidente Roosevelt fue montar el plan de separar el istmo de Panamá de Colombia, para crear una republiqueta directamente controlada por Estados Unidos.

Estados Unidos impulsó la separación de Colombia

Se ha discutido mucho sobre el ancestral sentimiento de separación de Panamá, por parte de la población autóctona, desde la época colonial hasta la fatídica fecha del 3 de Noviembre de 1903.

Pero, en realidad, en 1903 no hubo un movimiento de masas autóctono a favor de la separación. El movimiento separatista de última hora fue apoyado por comerciantes panameños que ansiaban tener más poder.Las tropas colombianas acantonadas en el istmo fueron sobornadas para que no presentaran resistencia o sencillamente se replegaran a Colombia.

El desembarco de miles de soldados atemorizó a la población autóctona. En los días inmediatos de la separación, de 60 concejos municipales existentes en el departamento de Panamá, 48 no se habían pronunciado, estaban atónitos. La Junta de Gobierno impuesta por Estados Unidos dictó, entre otros, el Decreto No. 12, del 12 de Noviembre de 1903, que obligaba a empleados públicos, a firmar una “declaración de fidelidad a la República”, bajo la amenaza de perder sus empleos. También dictó el Decreto No. 17, del 11 de Noviembre de 1903, por medio del cual amenazó con desterrar de Panamá a cualquier persona “no satisfecha con el movimiento separatista verificado últimamente”.

Firma y Ratificación del Tratado Hay-Bunau Varilla

El 3 de noviembre el Concejo Municipal de Panamá en una sesión extraordinaria aprobó una proposición en la que se afirmaba que en "vista del movimiento espontáneo de los pueblos del Istmo (…) declarando su independencia de la metrópoli colombiana y deseando establecer un gobierno propio, independiente y libre, acepta y sostiene dicho movimiento".

Al día siguiente, se congregó una multitud, asustada y curiosa, en la Plaza de la Catedral de Panamá, donde fue proclamada solemnemente la independencia en relación a Colombia y se constituyó un Gobierno Provisional compuesto por: Agustín Arango, Federico Boyd y Tomás Arias, todos dirigentes activos en la conspiración dirigida desde Washington.

Toda la población debió firmar el acta de independencia, de lo contrario serían desterrados de la nueva república.

El 6 de noviembre de 1903, la Junta de Gobierno nombró al aventurero francés Philippe Bunau-Varilla como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante el gobierno de los Estados Unidos, facultándolo para negociar cualquier asunto político o fiscal.

Ese mismo día, el gobierno de Estados Unidos mandó una nota amenazante al gobierno de Colombia, que en sus partes medulares decía:

“Habiendo el pueblo de Panamá, mediante un movimiento aparentemente unánime, roto sus vínculos políticos con la República de Colombia y reasumido su independencia, y habiendo adoptado el gobierno propio bajo forma republicana, con el cual ha entrado en relaciones el gobierno de los Estados Unidos (…) El gobierno de los Estados Unidos sostiene que está obligado no sólo por las estipulaciones de los tratados sino también por el interés de la civilización a velar por que el tráfico pacífico del mundo a través del istmo de Panamá no se vuelva a perturbar, como lo ha sido hasta hoy, por una sucesión constante de guerras civiles” (Bunau-Varilla, 1913).

Estados Unidos realizó maniobras militares en Colón para evitar que Colombia enviara tropas en contra de la separación. El 16 de noviembre de 1903, en menos de quince días, Estados Unidos y todos sus aliados reconocieron a la nueva República de Panamá

A los dos días, el 18 de Noviembre, el aventurero Philippe Bunau-Varilla firmó el Tratado Hay-Bunau Varilla con el Secretario de Estado, John M. Hay. Por la firma de este infame Tratado, Estados Unidos otorgó a las nuevas autoridades “independientes” la suma de 10 millones de dólares, los cuales se gastaron de la siguiente manera: 6 millones quedaron invertidos en Estados Unidos y fueron administrados por el agente fiscal y cónsul de Panamá en Nueva York, el Sr. William N. Cromwell, accionista de la Compañía del Ferrocarril de Panamá, 3 millones se utilizaron para financiar los gastos del nuevo Estado y un millón se gastaron en sobornos de las antiguas autoridades colombianas.

Era el mismo Tratado que el Senado de Colombia se rehusó a ratificar, pero con algunas cláusulas más favorables a Estados Unidos: el territorio del canal será cedido a perpetuidad y la República de Panamá no podrá ejercer ningún acto de soberanía. El 2 de diciembre de 1903 fue ratificado por las autoridades títeres de Panamá el tratado Hay-Bunau-Varilla.

Cínicas Palabras de Roosevelt

El presidente Teodoro Roosevelt reconoció años después, que Panamá fue una creación suya: “(…) El pueblo de Panamá estaba unido en el deseo de tener el canal y de expulsar al gobierno de Colombia. Si no se hubiera sublevado, yo me proponía recomendar al Congreso la toma de posesión del istmo por la fuerza de las armas. Había escrito ya el mensaje de un borrador a ese efecto. Cuando los panameños se sublevaron, hice uso inmediato de la Marina para impedir que los bandidos que habían tratado de detenernos, emplearan meses de fútil derramamiento de sangre en la conquista del istmo o en el intento de realizarla, en perjuicio, en último término, del Istmo, de nosotros y del mundo. No consulté a Hay, ni a Root ni a nadie, sobre lo que yo hacía, porque un Consejo de Guerra no pelea, e intenté resolver el asunto de una vez por todas”.

La lucha por la recuperación de la soberanía

La Zona del Canal se convirtió en un enclave de los Estados Unidos, sujeto a sus propias leyes, a su control militar y vedado por completo a los panameños. La lucha por la recuperación de la soberanía nacional duró casi un siglo.

Producto de estas luchas, donde se derramó la sangre, el 7 de septiembre de 1977, producto también de cambios en la situación mundial, Estados Unidos firmó los Tratados Torrijos-Carter que permitieron una transferencia gradual de la soberanía al gobierno de Panamá. Hoy el Canal pertenece formalmente a Panamá, pero sigue siendo controlado en el fondo por las transnacionales imperialistas y continúa aún bajo tutela de Estados Unidos.

 

Derribamiento de la estatua de Somoza García

Por Sebastián Chavarría Domínguez

El triunfo de la insurrección popular en 1979 ha sido descrito por los historiadores sandinistas como la culminación de una larga lucha guerrillera, pero esta afirmación dista mucho de reflejar lo que realmente ocurrió.

Como cualquier triunfo revolucionario de las masas, fue producto de una combinación de factores nacionales e internacionales, extremadamente favorables, que confluyeron en un momento determinado.

Crisis económica, pugnas interburguesas y radicalización de la clase media

El régimen somocista ha sido, por décadas, el sistema político que más beneficios económicos le ha producido a las diferentes alas de la burguesía nicaragüense, hasta el terremoto de Diciembre de 1972. La reconstrucción de Managua era un jugoso negocio que despertaba la codicia de todos los empresarios. Somoza rompió los acuerdos y comenzó a invadir, desde el Estado, las áreas económicas que habían sido acordadas desde el “Pacto de los Generales” Somoza-Chamorro en 1950, provocando un conflicto inter burgués de grandes proporciones.

La burguesía reclamaba a Somoza que hacía “competencia desleal”. En este contexto de crisis económica y conflicto inter burgués, alas radicalizadas de la clase media giraron hacia la izquierda y confluyeron con las diversas tendencias del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), fortaleciendo al conjunto de la organización guerrillera que era vista por las masas como luchadora consecuente contra el somocismo.

La brutal represión del somocismo y la ausencia de libertades para desarrollar la lucha política, polarizaron rápidamente a la sociedad nicaragüense y la guerrilla urbana se convirtió en un método de lucha de las masas. Sectores de la burguesía, decepcionados por la incapacidad del somocismo de promover una reforma política, comenzaron a apoyar decididamente al FSLN.

Contexto internacional favorable

Después de la derrota militar en Vietnam en 1975, el imperialismo norteamericano se reacomodó con una estrategia defensiva que promovía la democracia y la defensa de los “derechos humanos” en el mundo. Esta política fue impulsada bajo la administración del presidente Jimmy Carter (1977-1981) y tuvo especiales consecuencias en Nicaragua y Centroamérica: para evitar estallidos revolucionarios, Estados Unidos dejó de ser el tradicional protector de la dictadura somocista y de muchas otras dictaduras de América Latina.

Pero en el caso de Nicaragua, la estrategia del imperialismo llegó tarde porque el somocismo se resistió al más mínimo cambio y por ello no pudo frenar el ascenso de masas. Los acontecimientos en Nicaragua preocuparon a la burguesía regional.

Con una política de alianzas con los empresarios, el FSLN obtuvo, en el periodo 1978-1979, el apoyo financiero, militar y diplomático del General Omar Torrijos, del presidente de Panamá, de Rodrigo Carazo Odio, presidente de Costa Rica, de Carlos Andrés Pérez, Presidente de Venezuela y de José López Portillo, Presidente de México. La Internacional Socialista (IS) también apoyo decididamente al FSLN en su lucha contra Somoza.

Pero este apoyo no fue desinteresado. Cada gobernante apoyó la lucha contra Somoza por la defensa de sus propios intereses. El General Omar Torrijos, por ejemplo, estaba negociando con la administración Carter la devolución del Canal de Panamá, y no quería que los Estados Unidos, a partir de la derogación del tratado Chamorro-Bryan en 1974, fijasen sus ojos nuevamente en Nicaragua para construir un nuevo canal interoceánico, que podría desplazar al obsoleto canal de Panamá.

De la misma forma, la crisis de la economía costarricense en el periodo 1974-1975, muy vinculada a la nicaragüense, estaba sufriendo los estragos de la inestabilidad política y la lucha revolucionaria, que amenazaba extenderse a toda el área centroamericana. México tenía un interés muy particular: después del terremoto de 1972, el negocio de la reconstrucción de Managua pareció quedar en manos de las compañías mexicanas, pero la voracidad de la dictadura somocista provocó roces no solo con los empresarios mexicanos sino con la oligarquía conservadora, que comenzó a rebelarse.

Los intereses de Carlos Andrés Pérez no eran tanto económicos como políticos: aspiraba a que la Internacional Socialista influyera en los procesos políticos en América Latina. Contrario a lo que se puede creer, el apoyo de Cuba fue limitado y discreto en relación a las fuerzas políticas descritas anteriormente, aunque fue vital durante la insurrección en 1979.

En resumen, esta amplia alianza de fuerzas políticas a nivel internacional fueron determinantes en el triunfo popular sobre la dictadura somocista en 1979. El punto culminante de esta alianza internacional fue la Resolución de la OEA, del 23 de Junio de 1979, que ordenaba “a) El reemplazo inmediato y definitivo del régimen somocista; b) Instalación en el territorio de Nicaragua de un gobierno democrático cuya composición incluya los principales grupos representativos opositores al régimen de Somoza y que refleja la libre voluntad del pueblo de Nicaragua; c) Garantía de respeto de los derechos humanos de todos los nicaragüenses, sin excepción; d) Realización de libres elecciones a la brevedad posible que conduzcan al establecimiento de un gobierno auténticamente democrático que garantice la paz, la libertad y la justicia”.

¿Lucha guerrillera o insurrección popular?

A nivel interno, a partir de los espectaculares ataques militares en Octubre de 1977, y del surgimiento del “Grupo de los Doce”, sectores de la burguesía opositora y de la clase media proporcionaron todo tipo de apoyo político y logístico a la guerrilla del FSLN. Evidentemente, el rol decisivo lo jugaron las masas populares que salieron a la calles a combatir a la Guardia Nacional (GN), especialmente después del asesinato del líder opositor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, en Enero de 1978. En ese período el puñado de guerrilleros sandinistas que habían sobrevivido a la violenta represión desatada por la GN, se convirtió en una poderosa fuerza política y militar, capaz de encabezar la lucha a muerte contra la dictadura somocista.

El mito de la guerrilla rural que acumuló fuerzas lenta y gradualmente, y se abastecía por su propia cuenta, hasta tomar por asalto las ciudades, debe ser desechado porque no corresponde a la verdad de la historia.

El general retirado Humberto Ortega Saavedra, principal estratega militar del sandinismo, reconoció el vital apoyo financiero y militar de la burguesía latinoamericana en la lucha del FSLN contra Somoza, al escribir que “(…) el caudillo costarricense José Figueres Ferrer en 1978 nos entregó un lote importante de armas. El otro aporte bélico más moderno lo entregó el Presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez. También el general Torrijos nos proporcionó armas (…) A inicio de 1979, el Presidente Venezolano nos manifiesta que ni él ni el General Torrijos pueden suministrarnos más ayuda militar, y seguidamente le solicita a su homólogo cubano que nos proporcione armamento, a lo que Fidel responde afirmativamente (…) desde 1978, los Terceristas venimos obteniendo apoyo financiero que proviene particularmente de Venezuela a través de su Presidente, quien nos proporciona más de un millón de dólares (…) Del general Omar Torrijos recibimos 100 mil dólares mensualmente, también el Presidente López Portillo realizó aportes (…) en pleno desarrollo de la ofensiva final manejé varios millones de dólares que eran resguardados en sacos de lona, y se emplearon de una manera veloz para sostener los ritmos ofensivos que la insurrección demandaba (…)”. (La Epopeya de la Insurrección)

19 de Julio: El triunfo de la insurrección popular

Con el triunfo de la insurrección popular, el 19 de Julio de 1979, las masas trabajadoras derribaron a la dictadura, desmantelaron la columna vertebral del Estado burgués: la Guardia Nacional (GN) de Somoza, el aparato represivo que la intervención militar norteamericana había instalado en el poder, a raíz del asesinato del General Augusto César Sandino y del aplastamiento de las guerrillas nacionalistas y antiimperialistas en 1934.

La entrada triunfal de las columnas guerrilleras del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) a Managua, el 19 de Julio de 1979, fue la culminación victoriosa de una corta pero sangrienta guerra civil.

Al derrumbarse el Estado por el empuje de la revolución, la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN) liquidó el Congreso Nacional, derogó la Constitución de 1974 y proclamó el “Estatuto Fundamental del Gobierno de Reconstrucción Nacional”, el 20 de Julio de 1979, disolviendo “la Corte Suprema de Justicia, Cortes de Apelaciones, Tribunal Superior del Trabajo y demás estructuras de poder somocista”; se declararon “especialmente inaplicables todas las disposiciones que se refieren al partido de la minoría en cualquier otra ley vigente”. Este “Estatuto Fundamental del Gobierno de Reconstrucción Nacional” fungió como Constitución provisional.

Situación revolucionaria en Centroamérica

La situación revolucionaria en Nicaragua se extendió y generalizó a toda el área centroamericana, aunque con ritmos desiguales y contradictorios en cada país.

A pocas semanas de la victoria revolucionarla del 19 de Julio de 1979 cayó la dictadura del General Romero, en El Salvador, producto del poderoso ascenso obrero y popular, siendo sustituida por el igualmente frágil y efímero gobierno “cívico-militar” del Coronel Majano. En Guatemala, a pesar del heroísmo desplegado por la guerrilla, esta no logró convertirse en un peligro militar para la dictadura de los generales. Nicaragua y El Salvador se transformaron en los picos más altos de la revolución centroamericana.

La revolución nicaragüense planteó la posibilidad real de liberar a Centroamérica de la dominación imperialista y realizar la tarea democrática inconclusa que las burguesías se negaron a realizar: la reunificación de la nación centroamericana un solo Estado.

Estatua en honor a Pablo Presbere

Por Carlos Abarca Vásquez

Ará, el nombre original de Talamanca, nunca pudo ser conquistada por los españoles. No es casual entonces que sea la región donde sobrevive la principal población indígena del país, producto de una historia de resistencia. A raíz de la mortalidad y consecuente escasez de trabajadores en el Valle Central, los indígenas insumisos fueron hostigados desde principios del siglo XVII mediante la actividad misionera.

El proceso de reconquista por la vía de la evangelización inició en 1605 cuando Diego de Sojo y Peñaranda fundó Santiago de Talamanca. Pero la ciudad fue destruida en 1610 por la rebelión dirigida por el Usekól, nombre de los máximos jefes religiosos de los Bribris y Cabécares. En 1613 el cacique Coroneo, principal jefe político y militar - en lengua indígena- sublevó gran número de tribus del este de la provincia colonial. En 1620 los caciques de Talamanca, Juan Serraba, Francisco Kagrí, Diego Hebeno y Juan Ibquezara se autoinmolaron, como opción al sometimiento. En 1662 el Bru Kabsi tomó y destruyó la recién fundada ciudad de San Bartolomé de Duqueiba. Otros caciques se pusieron bajo el control de los misioneros porque buscaban protección contra los piratas ingleses y los zambos mosquitos.

En 1694 ingresaron a Talamanca los frailes franciscanos, Fray Pablo de Rebullida y Fray Antonio Andrade. Cinco años después, con ayuda militar del Gobernador Lorenzo Antonio de Granda y Balbín, decidieron trasladar las poblaciones del lado Caribe, a Boruca, en el Pacífico. En 1709, el cacique de Suinse, Pabru -jefe de las lapas- Presbri, castellanizado como Pablo Presbere, interceptó una carta de los frailes en la que se daba la orden de "[sacar] a la provincia de Boruca los [indios] que estuvieren cercanos a ella, y a Chirripó y Teotique los que pudieren salir por la misma razón [porque] sus tierras [son] malas para administrarlos..." Ante esa disposición, el 28 de septiembre de 1709 estalló la rebelión.

Unos 4000 indígenas atacaron San Juan, lugar donde se encontraba fray Antonio de Andrade. Cinco soldados murieron y el resto huyó a Cartago. Presbere, al mando de otros guerreros, dio muerte a fray Pablo de Rebudilla y a dos soldados que se encontraban en San Bartolomé de Urinama. El cacique cabécar, Pedro Comesala, al mando de otro grupo, se dirigida Chirripó donde dieron muerte a fray Antonio de Zamora, a dos soldados, y a la mujer y el hijo de uno de ellos. Fueron destruidas reducciones misionales de Cabécar, Urinama y Chirripó, e incendiadas las casas del convento, los cabildos y 14 capillas. Los rebeldes avanzaron hasta Tuis, a 50 km de Cartago y exhumaban los cuerpos de indígenas sepultados por los españoles para enterrarlos según sus propias tradiciones. En la sublevación participaron unos 10.000 indígenas.

La rebelión fue salvajemente reprimida. El Gobernador Granda y Balbín torturó a varios indígenas de Pacaca. Luego organizó una tropa de 200 soldados, no sólo para controlar la sublevación, sino también para adquirir prisioneros y usarlos como mano de obra para los encomenderos de Cartago. El líder indígena Presbere fue capturado en una emboscada. El Usekól Pedro Comesala y otros rebeldes lograron escapar. Las milicias ofrecieron la paz a cambio de la rendición de los rebeldes, pero estos prefirieron dar fuego a sus chozas y huir. Los españoles hicieron prisioneros a 700 indígenas.

Según testimonio del gobernador Diego de la Haya Fernández, expedido nueve años más tarde, solo 500 llegaron con vida a Cartago y fueron repartidos entre los oficiales, soldados y miembros de la élite. A Pablo Presbere y demás líderes los encarcelaron en el convento de La Soledad. Fue enjuiciado el 1o de junio de 1710 y la sentencia se cumplió el 4 de julio del año 1710, en la ciudad de Cartago.

La sentencia decía así: "...fallo que de condenar al dicho Pablo Presbere por lo que contra él está probado, sin embargo, negativa que tiene hecha en su confesión, que sea sacado del cuarto donde le tengo preso y puesto sobre una bestia de enjalma llevado por las calles públicas de esta ciudad con voz de pregonero que diga y declare su delito, y estramuros de ella, arrimado á un palo, vendado los ojos, ad módum deli sea arcabuzceado, atento a no haber en ella verdugo que sepa dar garrote; y luego que sea muerto le sea cortada la cabeza y puesta en alto que todos la vean en el dicho palo...".

El 19 de marzo de 1997 la Asamblea Legislativa de la República de Costa Rica lo declaró DEFENSOR DE LA LIBERTAD DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS, y un decreto ejecutivo declaró el 4 de julio como el Día de Presbere. El único colegio que llevaba su nombre, ubicado en Calle Blancos, Goicoechea, se cerró en 1987.

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