Por Leonardo Ixim

Los sucesos violentos en Ucrania son parte de los efectos de la caída del socialismo burocratizado, que dio pie al resurgimiento del capitalismo en toda la región de Eurasia y al renacimiento de los sentimientos nacionales y étnicos acompañados de elementos religiosos.

Si en la década de los 90s se dio el resurgimiento del nacionalismo de las repúblicas autónomas soviéticas y algunas minorías en cada una de ellas, ahora surgen en escena las comunidades rusas desplegadas en todas estas repúblicas, como el caso de los abajasios y osetios en Georgia, hoy repúblicas independientes, el Trans-dnistier en Moldavia o las recientemente autoproclamadas Repúblicas Populares de Lugansk y Donesk en el Este ucraniano.

Desde las alturas, la élite oligarca que rodea a Putin levanta la bandera del panrusismo con claves conservadoras morales basadas en la fe ortodoxa oriental. Abajo, dentro de las masas proletarias de origen o identificadas con Rusia, hay un sentir de que es allí donde pueden tener una vida plena, aunque esto sea en parte un espejismo y en parte una reacción contra el avance del nacionalismo fascista apoyado por Washington.

En el plano de la geopolítica

Tanto EU como la UE y Alemania, actuaron al unísono en lo que se refiere a sanciones a personas naturales, funcionarios rusos, crimeos y rusos-ucranianos, así como sanciones a empresas, provocando una leve fuga de capitales en empresas rusas que invierten tanto en Europa, como el temor de empresas europeas en Rusia. Ante eso muchas empresas alemanas como Siemens que tienen inversiones conjuntas con empresas rusas, siguen manteniendo vínculos y el mismo gobierno alemán ha evitado aplicar mayores sanciones.

En el orden geopolítico el bloque imperialista superior está alineado tras la oligarquía trasatlántica, con ella la burguesía alemana y tras de ella la francesa. Por otro lado el campo emergente, Rusia, China y otras, tienen mayor autonomía políticamente, realizando acuerdos de defensa mutua y sustituyendo el dólar como moneda de cambio internacional, incorporando al rublo ruso, el yuan chino y posiblemente el euro alemán.

En ese sentido los alineamientos actuales irán cambiando. La hegemonía financiera y económica de Alemania en Europa es clara, las empresas industriales de ese país han logrado tener a Europa como su mercado, pero la oferta de acuerdos de libre comercio con EU y tras él el Reino Unido, no les convence totalmente, Alemania ve amenazada la consolidación de su mercado. En ese sentido un acuerdo de comercio muto con Rusia y China usando las monedas de estos y el euro puede ser una posibilidad para la burguesía germana.

Recientemente China anunció la construcción de un mega ferrocarril bautizado como “la nueva ruta de la seda”, que unirá el puerto de Duisburgo en las márgenes occidentales del Rhin con la ciudad china de Chongqing en la provincia de Xingian, que pasara por Kasajistan, Rusia, Bielorrusia y Polonia. Además Rusia espera generar una zona económica especial desde Abjasia hasta Crimea, buscando que inversionistas chinos se asienten y con ello la salida de productos chinos por el Mar Negro.

De esa forma los intereses estadounidenses juegan contra los intereses europeos sobre todo alemanes, interviniendo en apoyo a la “Junta de Kiev”. Los intereses alemanes son debilitados, pues le convendría más una Ucrania unida que pueda servir como puente con Rusia, tal como la malograda conexión gasífera procedente de Rusia actual, del cual los alemanes y otras naciones europeas son dependientes.

De igual forma, a Rusia le conviene más un estado tapón suficientemente grande, que dos pequeñas repúblicas que a la larga tienen la posibilidad de anexionarse a Rusia, con ella toda la región sur de ese país y la región moldava del Trans-Dniester, teniendo una peligrosa frontera con la OTAN.

En ese sentido Putin pidió a los independentistas que aplazaran los referéndum soberanistas, esperando para las elecciones del 19 de mayo -donde ha sido prohibida la participación de partidos pro rusos, comunistas y de izquierda, por tanto sin legitimidad-. Los independentistas, mostrando su verdadera naturaleza autónoma se negaron, a excepción de la provincia de Jarkov, más cercana geográficamente a Kiev y con cierta cantidad de población netamente ucraniana.

Rusia por su parte ha anunciado la disminución de tropas en la frontera ucraniana, algo que es calificado de falso por los altos jerarcas de la OTAN; como sea, las tropas rusas no preparan por ahora una invasión, aunque tal situación está latente. Por otro lado, la OTAN tiene asesores militares en Ucrania y un inusual movimiento terrestre y aéreo en Polonia y en menor medida en los países Bálticos

En el terreno concreto

 

Occidente y el gobierno interino del presidente Olalexander Turchinov cercano a la ex primera ministra Yulia Timochenko y a los intereses estadounidenses, desconocen, calificándolos de ilegales, los referéndum en el Este; previo a eso mandaron tropas militares del descompuesto ejercito ucraniano y la cuasi fascista Guardia Nacional, dándose varios enfrentamientos desde finales de abril.

Occidente, ahora con la venia de Moscú, busca normalizar la situación con las elecciones del 19 de mayo y el Acuerdo de Ginebra que contó con la presencia de EU, UE, Ucrania y Rusia, pero no de las fuerzas independentistas; pero eso está lejos de lograrse, pues además de no darle oportunidad a todas las fuerzas políticas, careciendo de legitimidad, se da en medio de un ambiente de guerra civil y el desconocimiento de las nuevas repúblicas por parte de Kiev.

En el ínterin de la decisión guerrerista de Kiev y los referéndum, se dieron los incidentes de Odessa, importante metrópoli al sur de Ucrania, donde tras una serie de manifestaciones pro rusas, grupos fascistas del autodenominado Sector de Derechas, cercano al gobierno interino quemaron la sede de los sindicatos, asesinando a una cantidad grande de sindicalistas, quienes apoyaban las reivindicaciones pro rusas. Esta situación aumentó más el repudio de los sectores independentistas.

En este marco, el ejercito ucraniano se ha negado a reprimir a los independentistas en el Este, situación similar a la que se dio cuando Yanukóvich mando a reprimir las movilizaciones de Maidan y el ejército se negó. Ante eso la “Junta de Kiev” destituyó a altos y medios oficiales y formó una Guardia Nacional conformada por elementos fascistas de partidos nacionalistas y del Sector de Derechas, que como recordamos, coparon el movimiento de Maidan volviéndolo un engendro pro occidental, contando para eso con el apoyo de elementos de los servicios de inteligencia occidental e israelí

Los resultados de los referéndums en ambas provincias fueron claros. En Donestk con una participación del 74.87 %, el 89.07 % voto por la separación (El Pais, 12 de mayo). En Lugansk por su parte, la participación fue del 81 %, con un 90 % de votantes por la independencia (Novosti 12 de mayo). Es decir, en ambas provincias el apoyo fue masivo y los deseos de la población fueron claros. Por su parte, Moscú ha sido cauteloso, en la medida que ha dicho no buscar anexionarse tales ex provincias ucranianas; por su parte, a pesar de haber un sentimiento alto en este sentido, los gobiernos provisionales han dicho que la anexión es prematura, primero tienen que hacerle frente a la embestida de Kiev y en todo caso convertirse ambas en una nueva república (Novosti 13 de mayo).

La demanda por la autonomía e independencia de los pueblos ruso ucranianos tuvo como respuesta la agresión militarista de la “Junta de Kiev”. Días previos a los referéndum se lanzó la ofensiva contra las principales ciudades de Donestk y Lugansk, dejando a su paso un reguero de víctimas de ambos bandos. Las tropas fascistas atacaron la sureña ciudad de Mariupól y la población, con gran cantidad de bajas, obligó a los tanques de Kiev a huir.

Luego de los referéndums se registraron otros enfrentamientos como en la ciudad de Kramostosk, donde las tropas rebeldes asestaron importantes golpes a las fuerzas de ocupación ucranianas. Las ahora repúblicas populares de Donestk y Lugansk, iniciaron pláticas para su integración (El Pais 13 de mayo). Recordemos que en ambas repúblicas se establecieron asambleas populares representativas de las poblaciones y anunciaron que en sus territorios no se realizarán las elecciones del 19 de mayo. Mientras eso pasa en el oriente, en el occidente el gobierno fascista llama a la Rada (parlamento) ocupada por políticos de derecha, a proscribir el Partido Comunista Ucraniano acusándolo de separatismo (Novosti 13 de mayo).

En ese escenario, la prensa occidental acusa a las fuerzas independentistas de ser controlados por oligarcas pro rusos, algo que si bien es real, es aún más evidente en la Ucrania de Kiev y ante eso se callan, buscando desprestigiar la auténtica rebelión del Este. Recordemos que esta región situada en la cuenca del río Don, es la más industrial y rica, donde los obreros, como resultado de sus luchas, gozan de buenos salarios con respecto a la media ucraniana y que pese a tener direcciones pro burguesas encarnadas en los partidos Comunista y el de las Regiones, en este caso pro Moscú y sus oligarcas afines, tiene una tradición de lucha importante.

 

Al cierre de esta edición, la Asamblea de la República Popular de Donesk ha dado un ultimátum para que se retiren las fuerzas invasoras de su territorio, imponiendo ley marcial en todo su territorio. Además se registran en muchas regiones controladas por Kiev deserciones de soldados (RT 15 de mayo) y en ese contexto las fuerzas independentistas se preparan para la “guerra de guerrillas” en palabras del comandante de una milicia popular de la ciudad de Donbass (Novosti 15 de mayo).

Desde el PSOCA consideramos que para hacerle frente a la embestida criminal de Kiev, con la amenaza de atacar las principales ciudades como Slaviansk capital de Lugansk, que presume será un baño de sangre, es urgente la conformación de comités populares o soviets tanto en fabricas como pueblos y barrios, que controlen desde abajo tanto las asambleas como las milicias populares; mas cuando se dan excesos xenófobos contra ciudadanos pro ucranianos o síntomas de conservadurismo religioso, algo que la prensa occidental señala, pero hipócritamente evita comentar sobre sucesos similares en las regiones pro Kiev.

¿Qué pasara después? los pronósticos son reservados. Puede haber rebeliones en el occidente contra la “Junta de Kiev”, conformación de una república independiente en las ex provincias del Este y el Sur de Ucrania o su integración a Rusia, algo que puede implicar un peligro debido al autoritarismo del Kremlin, etc. Es importante la independencia del proletariado ante las direcciones proburguesas, los oligarcas de Kiev pro EU o el gobierno de Putin.

 

Por Boris Kagarlitsky

Los burócratas rusos se han visto francamente sorprendidos por la reacción del Occidente oficial —no esperaban tanta ira o condena unánime—. Los políticos europeos están completamente fuera de sí. La prensa occidental relata terribles historias a sus lectores sobre la agresión rusa contra Ucrania. La televisión emite entrevistas con ministros y diputados de Kiev que imploran llorosos que Europa salve a su país del oso furioso.

De hecho, la reputación de la Rusia de Putin en el Oeste no es precisamente maravillosa —es incluso peor que la de la Unión Soviética de Breznhev—. Pero a lo que asistimos ahora está completamente fuera de lo habitual. No hubo nada parecido durante la Guerra Fría, durante el conflicto checheno o durante el choque entre Rusia y Georgia. No vale la pena ni mencionar la acción de Yeltsin al bombardear el parlamento ruso; en ese momento, el Oeste liberal aplaudió.

En Moscú la gente esperaba críticas tras la anexión de Crimea. Pero de eso hace más de un mes y las autoridades del Kremlin no han hecho nada nuevo desde entonces. Varias veces al día repiten, como un mantra, palabras con el fin de demostrar que respetan la integridad territorial de Ucrania; que no piensan anexionar nada más; que han pedido a Occidente trabajar conjuntamente la crisis… pero las críticas no han cesado.

Mientras tanto, cuanto más absurdas son las declaraciones de los actuales gobernantes de Kiev, más ávidamente y con más satisfacción se acogen con entusiasmo. Sólo tras la firma del acuerdo de Ginebra del 17 de abril entre Ucrania, Rusia y Occidente hubo una cierta suavización: los oficiales europeos descubrieron de repente que en Ucrania era “necesario tratar con grupos que no responden ni a Kiev ni a Moscú” y se reconoció que “faltaban pruebas claras” de la interferencia de Moscú. Pero en cualquier caso se lanzaron advertencias de que si las autoridades rusas no se comportaban, quizás aparecerían pronto tales pruebas.

Los argumentos del Kremlin en esta disputa no han funcionado y no podían funcionar, por la simple razón de que los políticos occidentales no están especialmente interesados por el momento en lo que la Rusia oficial esté pensando o haciendo. Estos políticos saben perfectamente bien que no hay ninguna invasión rusa y esto, precisamente, es el principal problema internacional para ellos. Admitirlo sería tanto como admitir que el gobierno en Kiev ha ido a la guerra contra su propio pueblo.

Hablar de la República Popular de Donetsk como un fenómeno político independiente de eso es imposible, puesto que esto implicaría plantear la cuestión de los motivos para la protesta popular y pasar lista a sus demandas. Hablar de agentes del Kremlin y de las omnipresentes tropas rusas —a las que es imposible descubrir pero que han ocupado cerca de la mitad de Ucrania sin disparar un tiro o incluso sin mostrarse en territorio ucraniano— interpreta el mismo papel de propaganda contra la República de Donetsk que el que interpretaban en la propaganda antibolchevique de 1917 las historias sobre espías alemanes y sobre el dinero del Cuartel General alemán.

De lo que se trata aquí no es tanto de desacreditar a los oponentes de las actuales autoridades, presentándolos como traidores a su país, como de ocultar la esencia de clase del movimiento que ha surgido, su base social. Un miedo semiinconsciente ha prendido en el público liberal, desde intelectuales y políticos hasta burguesía decente y casi progresista, y los está forzando a creer los disparates más obvios, a repetir cualquier basura manifiesta mientras la lucha de clases ni se menciona ni se piensa en ella en cualquier forma seria. Es decir, la lucha de clases no como se describe en tomos aprendidos y en el mejor cine de vanguardia, sino tal como ocurre en la vida real y tal como llega a ser un hecho de la política práctica.

Las nuevas autoridades de Kiev dirigen las mismas acusaciones a las fuerzas del anti-Maidán en el sudeste y le dan las mismas vueltas a las teorías conspirativas sobre ellas que la propaganda de Yanukovich empleaba hace unos meses al discutir sobre Maidán. Pero todo esto se repite a una escala diez o cien veces mayor que antes y está tomando formas absolutamente grotescas. Los paralelismos entre el Maidán y el anti-Maidán son bastante genuinos. El dinero extranjero, por supuesto, ha sido un elemento en ambos casos, así como lo ha sido la influencia extranjera.

El dinero extranjero que fluía a Maidán era estadounidense y europeo occidental, mientras en el caso del anti-Maidán ha sido ruso (o más probablemente, el dinero ruso ha estado implicado en ambos casos). Occidente, sin embargo, no sólo multiplicó por mucho el gasto, sino que también invirtió el dinero mucho más sabia y efectivamente. Pero al igual que la victoria del Maidán en febrero no fue y no podía haber sido el resultado de las maquinaciones políticas de Occidente, las exitosas revueltas de centenares de miles (y problemente millones) de personas en el este de Ucrania no se pueden explicar sobre la base de la “interferencia rusa”.

Mucho más importantes que las semejanzas entre estos dos movimientos, sin embargo, han sido las diferencias. Las distinciones clave que se deben extraer no son sólo ideológicas, aunque merece sin duda hacerse la comparación entre los dos eslóganes dominantes —fascista en el caso del Maidán, demandas de derechos sociales en Donetsk, acompañadas en este último caso por el canto de la Internacional—.

Las diferencias ideológicas en última instancia reflejan la fundamentalmente diferente naturaleza social y base de clase de los dos movimientos. Por supuesto, la revuelta del sudeste no sólo es una negación del Maidán sino también su fruto y continuación, igual que Octubre de 1917 fue simultáneamente el fruto y la continuación de la revolución de Febrero y su negación. La naturaleza elemental de una crisis revolucionaria, una vez ha girado fuera de control, saca de su órbita nuevos estratos de la sociedad, nuevos grupos y clases que anteriormente no habían participado en política.

Hasta hace poco la lucha política era un privilegio de la “sociedad activa”, formada por la intelligentsia liberal y las clases medias de la capital, a cuya ayuda era siempre posible sumar un cierto número de miembros apasionados de grupos marginales, sobre todo jóvenes desempleados del oeste de Ucrania. El concepto de democracia que muchos en la izquierda compartían, incluso de forma no hablada, con sus colegas liberales era el de la política como un asunto para profesionales o como entretenimiento para las capas medias.

En esta representación, a la masa de trabajadores (no sólo en el sudeste sino en Kiev también) se les asignaba en el mejor de las casos el rol de votantes o de espectadores pasivos, y en el peor, de conejillos de Indias sobre los que experimentar. La idea que esta masa de gente silenciosa y aparentemente apolítica, preocupada por su lucha cotidiana por la supervivencia, pudiese tener un papel activo e independiente en los acontecimientos no entraba en la cabeza de la intelligentsia liberal o de las élites políticas de cualquier tendencia. Incluso hoy esta idea se percibe por esa gente como una imposibilidad, una pesadilla inverosímil.

La revuelta de los hooligans

Los acontecimientos de la primavera de 2014 tenían que producirse tarde o temprano. Los precursores de estos desarrollos ni siquiera tuvieron lugar en Ucrania, sino en Bosnia, donde, en desafío a todas las convenciones, multitudes de trabajadores airados y desempleados ocuparon las calles en oposición al sistema establecido, uniéndose bajo eslóganes comunes y destruyendo los esquemas políticos tradicionales basados en la división de la sociedad en grupos étnico-religiosos.

Las olas de lucha que han barrido las ciudades del este y el sur de Ucrania, igual que las protestas de Bosnia, han alterado abruptamente la sociología de la vida política. Al frente han estado las masas, con sus demandas, intereses, esperanzas, ilusiones y prejuicios. Son categoricamente diferentes de los héroes románticos de los libros infantiles y su conciencia de clase estaba inicialmente a nivel embrionario. Pero una vez empezaron a actuar estaban destinados a aprender y comprender la ciencia de la lucha social.

Debe reconocerse que la experiencia del Maidán no se ha desperdiciado. Levantados contra las autoridades de Kiev, los habitantes del sudeste ucraniano hicieron uso de los mismos métodos con cuya ayuda los radicales del ala derecha forzaron el régimen anterior para someterlo a su voluntad. Las manifestaciones callejeras progresaron rápidamente a la toma de edificios administrativos. Pero los activistas en Donetsk y Lugansk, al rechazar limitarse a la toma de edificios de las administraciones provinciales, anunciaron la creación de sus propias repúblicas populares.

Mientras la República Popular en Lugansk a mediados de abril seguía siendo básicamente un eslógan del movimiento de masas, en Donetsk pronto empezó a tomar las características de un régimen alternativo. Ayudaba a ello la toma de comisarias de policía y otras instalaciones estatales. Algunas de las tomas las llevaron a cabo multitudes rebeldes, pero en muchos casos también estuvieron implicados grupos armados disciplinados —antiguos miembros de las fuerzas especiales de la policía Berkut y otros órganos de órden público que habían sido despedidos por el nuevo gobierno de Kiev o que habían desertado (algunas unidades abandonaron el servicio prácticamente con toda su fuerza, llevándose con ellos sus armas y municiones).

La propaganda de la Kiev oficial respondió describiendo a los antiguos oficiales de sus propias fuerzas de órden público como fuerzas especiales spetsnaz rusas. Pero entre la población del sudeste ucraniano, con simpatías por Rusia, estas acusaciones no sirvieron para desacreditar la revuelta sino que más bien le hicieron propaganda. Cuanto más las autoridades en Kiev y sus partidarios hablaban de intervención directa rusa en la región e incluso de su “ocupación”, más se unía la gente de las localidades implicadas en las protestas.

El principal desencadenante de la revuelta, sin embargo, no fue la simpatía pro-rusa de la población local, o incluso la declarada intención de los gobernantes de Kiev de revocar la ley que había dado al ruso el estatuto de “lengua regional”. El descontento se había estado formando durante mucho tiempo en el sudeste, y la gota final que causó que se desbordase el vaso fue el grave empeoramiento de la crisis económica que siguió al cambio de gobierno en Kiev.

Tras firmar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional las autoridades decretaron grandes subidas en el precio del gas y las medicinas y la explosión social se hizo inevitable. En el oeste del país y en la capital, la indignación creciente se frenó durante un tiempo mediante el uso de la retórica nacionalista y la propaganda antirusa. pero cuando se aplicó a los habitantes del este este método tuvo el efecto contrario. Al intentar apagar el fuego en el oeste, las autoridades lanzaron petróleo a las llamas en el este.

“Me resulta difícil creer el cambio en mis compatriotas”, escribe el residente en la ciudad de Gorlovka Yegor Voronov en el site ucraniano Liva.

“Hace sólo seis meses —prosigue Voronov– eran gente normal y corriente que veía la televisión y se quejaba por el mal estado de las carreteras y de los servicios comunales. Ahora son luchadores. Tras varias horas junto al edificio de la administración provincial no me encontré ni a una sola persona que viniese de Rusia. La gente era de Mariupol, Gorlovka, Dzerzhinsk, Artemovsk, Krasnoarmeysk.

“De pie junto a mí había residentes normales de Donbass —la gente con la que viajamos cada día en el autobús, con la que coincidimos en las colas, con la que nos peleamos cuando dejan la puerta del descansillo abierta—.

“No eran la clase media de Kiev [como en el Maidan], separada de la gente por sus ‘circunstancias’ especiales, sino trabajadores normales. Y no hay que negarlo, hay un montón de desempleados en estos sitios. Ahí estaba toda esa gente a la que en el último mes y medio se le había estado ‘implorando’ en las oficinas privadas y las empresas estatales un recorte en sus miserables salarios. Así que esta es otra conclusión: cuanto más se recortan o estrujan los salarios de los residentes de Donbass hoy, más opositores se encontrará Kiev en el este.”

La gente que ha estado protestando contra las autoridades en Donetsk, Lugansk y muchas otras ciudades ucranianas no tenía un conocimiento particular de la política o incluso un programa claro de acción. La confusión de sus eslóganes junto al uso simultáneo de símbolos religiosos y soviéticos y revolucionarios debe ofender sin duda a los estrictos connoisseurs de la ideología proletaria.

El problema es que esos mismos ideólogos han estado tan inconmensurablemente alejados de las masas no sólo como para ser incapaces y reticentes a insuflar la “conciencia correcta” en sus filas, sino incluso para ayudarles a dar sentido a las cuestiones políticas actuales. Mientras el movimiento ha encontrado a tientas su camino espontáneamente y con dificultad durante su recorrido político, elaborando una expresión general del sentimiento antioligárquico y de la protesta social, los miembros de la izquierda, excepto unos cuantos activistas en Donetsk y Kharkov se han dedicado a abstractas discusiones en los grandes espacios de internet.

Era completamente predecible que la intelligentsia liberal, tanto la ucraniana como la rusa, respondiese a las protestas de las masas con un estallido de odio y desprecio.

Los trabajadores que tomaron las calles recibían muchísimos nombres despectivos. Eran ridiculizados como “lumpen”, “basura”, “hooligans”, y esto es lo más curioso, como vatniki [“chaquetas acolchadas”]. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la figura caricaturesca del vatnik, copiada del personaje de los dibujos animados estadounidenses Bob Esponja, sugería precisamente un individuo absolutamente leal a las autoridades estatales, y completamente dominado por la propaganda gubernamental. En este sentido, la gente en Ucrania que más se merece ser vista como vatniki son los intelectuales, quienes repiten acríticamente cualquier propaganda del nuevo gobierno de Kiev, hasta la más absurda.

Hay que destacar que en la competición de mentiras librada por los servicios de propaganda de Moscú y Kiev, fueron los ucranianos quienes ganaron con claridad el primer premio. No es que los rusos mintiesen menos, pero los de Kiev mentían más temerariamente y con más inventiva, sin mostrar la menor preocupación por la verdad y sin ni siquiera tener en cuenta si las imágenes de televisión que mostraban tenían alguna relación con el comentario. La última consistía solamente de apasionados relatos sobre vehículos armados repeliendo multitudes de tropas de las fuerzas especiales rusas que estaban intentando forzar a los hambrientos soldados a alimentarse con jamón y pepinillos caseros.

No sorprende en absoluto que la intelligentsia liberal haya visto a la gente normal de Donetsk, o de cualquier otro sitio, como enemigos y una amenaza para el “progreso” (tal como lo entiende la intelligentsia…). Es mucho más interesante ponderar las razones por las que un cierto sector de la izquierda en ambos lados de la frontera hablaba igual que los liberales.

A medida que se desarrollaban los acontecimientos, los liberales de izquierda ucranianos al menos refinaron sus puntos de vista y reconocieron que algunas de las demandas del Donbass estaban justificadas (lo que se puede calibrar a partir de los materiales de la conferencia en Kiev “La izquierda y el Maidán”). Pero los pensadores rusos y occidentales tomaron una posición completamente irreconciliable, solidarizándose completamente con el gobierno de Kiev y los líderes de la Unión Europea. Importantes cantidades de “euroizquierdistas” expresaron también esos puntos de vista, especialmente aquellos entre ellos que previamente habían insistido en la necesidad de situar el foco sobre temas como el multiculturalismo, la tolerancia y la corrección política.

Al observar todo esto, el especialista en ciencias políticas de Kiev Vladimir Ishchenko dijo con desaliento: “Es una extraña sensación cuando el ejército ya está con el pueblo y muchos izquierdistas (¡¡¡anarquistas!!!) todavía siguen con las autoridades.”

Obviamente, esta situación no se puede explicar puramente sobre la base de la lógica ideológica. La gente y los grupos aquí implicados buscan trazar su pedigrí político hasta una mitologizada y petrificada revolución de 1917. Es significativo que en muchos casos empleen los mismo argumentos contra la revolución que se está produciendo actualmente en el sudeste de Ucrania… que los que usaban contra los bolcheviques sus oponentes hace algo menos de cien años.

Hemos asistido a un cuarto de siglo de hegemonía reaccionaria, con el colapso político y moral del movimiento de izquierda (no solamente en el territorio de la antigua URSS, sino también en otros países). Durante muchos años, la actuación según lo políticamente correcto y la observancia de los derechos de las minorías se supone que ocuparon el lugar de la política de clase y de masas. Nada de esto, por supuesto, ha pasado sin que haya tenido algún efecto. En el nivel de la conciencia social hemos sido arrojados un siglo y medio atrás. Parte de la responsabilidad corresponde a la intelligentsia, quien hace mucho olvidó su misión popular y se ha dedicado a refinados juegos culturales e ideológicos en lugar de trabajar con las masas y para las masas.

Precisamente por esta razón el movimiento en Donetsk con todas sus contradicciones e incluso absurdos, como los iconos y las banderas tricolor junto a la bandera roja, ha proporcionado una imagen excelente del estado de desarrollo a partir del cual surgieron las acciones de los trabajadores del siglo XIX. Mientras tanto, la República de Donetsk, si lo examinamos con atención, recuerda más que nada, las formaciones políticas espontáneas que los trabajadores creaban “antes del advenimiento del materialismo histórico”.

Ante nosotros está la clase obrera real —tosca, atolondrada y falta de corrección política—. A cualquiera que le desagrade el estado ideológico y cultural actual de la clase debería ir y trabajar con las masas. Lo bueno es que nadie impide a la gente ir a esta multitud con banderas rojas y panfletos socialistas (a diferencia del Maidán, donde las banderas rojas se hacían trizas y los agitadores de izquierda eran golpeados y arrojados fuera de la plaza).

El futuro de la República de Donetsk sigue indeciso y esto supone una enorme oportunidad histórica de la que no había ni rastro en las manifestaciones del Maidán, cuyos líderes no siempre podían controlar a la multitud pero mantenían un control rígido y efectivo de la agenda política.

Por contraste, la República de Donetsk formula su agenda desde abajo, literalmente sobre la marcha, en respuesta al estado de ánimo público y al curso de los acontecimientos. Estrictamente hablando, esta República Popular ni siquiera es un estado —más bien equivale a una coalición de comunidades diversas, la mayor parte de ellas autoorganizadas—. En esencia, es la perfecta encarnación de la idea anarquista del orden revolucionario. Curiosamente, hay anarquistas que rechazan tener nada que ver con ello, prefiriendo repetir la retórica estatal y patriótica de los nuevos gobernantes de Kiev.

No es difícil entender que la razón por la que la auto-organización de la República de Donetsk funciona relativamente bien es porque los restos del viejo aparato administrativo siguen con sus actividades cotidianas como si nada fuera de lo común estuviese sucediendo, mientras todas las cuestiones del gobierno se reducen en última instancia a la organización de la defensa.

¿Pero es esto tan diferente de la Comuna de París (no la comuna idealizada y romántica, sino la que realmente existió)? Si la República Popular en Donetsk sobrevive mucho más, inevitablemente cambiará y está lejos de ser cierto que lo haga para bien. Pero al guerrear su primera batalla, la República Popular ya ha demostrado el enorme potencial de la auto-organización de las masas. Gente desarmada consiguieron detener unidades del ejército ucraniano y llevar a cabo agitación entre los soldados, reventando la “operación antiterrorista” que había iniciado Kiev. Esta resistencia pacífica no sólo pasará a la historia sino que será una parte importante de la experiencia social colectiva de los trabajadores ucranianos y rusos.

Catástrofe de la clase media

Los acontecimientos en Kiev que empezaron el invierno de 2013 se pueden describir legítimamente como la última “revuelta de la clase media”. Si empezamos con el principio del nuevo siglo, estos levantamientos han recorrido literalmente el mundo entero, desde los Estados Unidos a Brasil y los países árabes. Rusia y Ucrania no han sido excepciones. Pero aunque estas revueltas han tenido toda una serie de características en común, sus agendas políticas no han sido siempre similares en absoluto. En algunos casos eslóganes generales democráticos han sido combinados con la demanda de reformas sociales progresistas en interés de la mayoría de la población, mientras en otros casos estos eslóganes se han mezclado con el más primitivo egoísmo de grupo, transformando en realidad la retórica democrática en una cobertura para programas que en esencia han sido claramente antidemocráticos.

Esta incoherencia no es un accidente. Dada la extremadamente insegura posición que la clase media ocupa en la sociedad contemporánea, es también extremadamente inestable desde el punto de vista ideológico y político, tendiente a dar tumbos a izquierda y derecha. Igualmente, no es casualidad que en los países del “centro” global la protesta de la clase media sea más a menudo progresista, mientras en la periferia sucede al revés. Cuanto mayor es la clase media, y más conscientes su miembros de su posición como trabajadores contratados, menos ilusiones tiene la clase respecto a su posición, sus atributos y sus perspectivas.

En contraposición, las capas medias más reducidas en los países de la periferia y semiperiferia se inclinan más a menudo a ilusiones elitistas y a ver su posición como amenazada no por la puesta en marcha de reformas neoliberales sino por las reclamaciones de los desposeídos e invariablemente de las órdenes más bajas “retrógradas” de una mayor porción del pastel. Mientras tanto, la autoestima de la clase media, su idea de sus propias capacidades y perspectivas a menudo equivale a un conjunto de las más improbables ilusiones y mitos. Cuanto más periférica es la economía de un país, más ridículos resultan ser estos puntos de vista.

Estas concepciones erróneas pueden, naturalmente, corregirse. Cuando un país tiene una fuerte tradición cívica y hay un movimiento de izquierda, se puede desarrollar un proyecto de modernización radical democrática, e incluso en tales circunstancias esto dejará tras de sí a una parte de la clase media —como ocurrió, por ejemplo, en Venezuela—. Pero tan pronto como tal proyecto encuentra dificultades o deja de moverse hacia adelante vemos cómo una sección de la clase media se vuelve abruptamente a la derecha.

La paradoja se encuentra en el hecho de que el movimiento de la intelligentsia de izquierda, a la que durante muchos años le ha faltado cualquier conexión con la gente trabajadora pero ha sido una sola carne con la clase media, ha compartido en su mayor parte las vacilaciones de su base social. Para la izquierda mantener sus vínculos con la clase media no plantea grandes problemas, teniendo en cuenta que la estructura social de la sociedad moderna es hoy muy diferente de la que había en tiempos de Marx.

Pero la tarea de la izquierda es trabajar para la formación de un amplio bloque social de la clase media con la mayoría de la sociedad y sobre todo con la clase obrera. Si no es así, la agenda política de la clase media se vuelve reaccionaria y la izquierda, al servir a esta agenda, no sólo termina desorientando y confundiendo a sus camaradas, sino que objetivamente (y no sólo objetivamente) impulsa los intereses de la reacción. En última instancia, las víctimas de este proceso incluyen a esa misma clase media.

Esto es lo que sucedió en Ucrania. O más concretamente, en Kiev.

Rehenes del Maidán

Al observar los acontecimientos, los ideólogos de la clase media ilustrada se han visto forzados a mencionar la indisimulada hegemonía de la derecha y a captar hacia donde se dirige el vector político del movimiento. Pero se han limitado a dar excusas triviales del tipo “los fascistas y los seguidores de Bandera no fueron los únicos en el Maidán”. Es como si el debate estuviese en la composición de la multitud y no en sobre quién representaba el rol dominante dentro de la multitud, ejerciendo la hegemonía ideológica y política.

En cierto sentido, la situación hubiera sido menos peligrosa si la multitud en Kiev hubiese estado formada únicamente por fascistas convencidos. Incluso entre los militantes de las “centurias” banderistas no todo el mundo era un fascista comprometido. La gente no nace adhiriéndose al fascismo más que al comunismo, al socialismo o, créase o no, al liberalismo.

Pero las filas banderistas, tras llevar a cabo la correspondiente socialización, terminar en las centurias y tomar parte en sus acciones, se están convirtiendo realmente en genuinos fascistas. El Maidán acabó siendo una auténtica amenaza a la democracia principalmente porque los ultraderechistas consiguieron ganar el liderazgo de las masas de individuos corrientes de las clases medias de la capital, así como de la juventud estudiantil y una parte de la intelligentsia.

Los intelectuales de izquierda liberal, a pesar de ver claramente quién estaba presente en los ingredientes del cóctel del Maidán y quién estaba agitando la mezcla, se unieron al proceso en lugar de manifestarse en contra. Estos intelectuales tienen por tanto una responsabilidad directa no solamente de las consecuencias políticas de lo que sucedió, sino también del destino personal de mucha gente a los que arrastraron al movimiento.

Al apoyar el proceso de Maidán, los liberales de izquierda entregaron a la gente común a la reelaboración ideológica, permitiendo y ayudando a su transformación en “material humano”, un recurso para su uso en la puesta en marcha de la agenda de la derecha (puesto que no había ninguna otra agenda en el Maidán y no podía ser de otra forma ante la completa hegemonía de las fuerzas reaccionarias). Crearon una atmósfera psicológica y cultural favorecedora de una nueva ola de reformas antisociales, planeada por los líderes políticos de la oposición ucraniana.

Por supuesto, hablar contra el Maidán en un contexto de euforia general, soportando la presión de los medios de comunicación de masas y la hegemonía conservadora-nacionalista era difícil y a veces también peligroso. Los militantes del Maidán empezaron a usar la violencia física contra los disidentes incluso antes de que el poder terminase en sus manos.

Más tarde, un mes y medio después de los acontecimientos en Kiev, otra gente salió a las calles de las ciudades ucranianas, gente sin nada en común con la clase media de la capital, y el estado de ánimo y el estilo del discurso de los intelectuales cambió enormemente. Los intelectuales críticos con la República Popular de Donetsk recopilaron pruebas con la tenacidad y el espíritu mezquino de un fiscal provincial al que se le ha confiado un caso que claramente se está hundiendo. Al Maidán se le perdonó su uso agresivo de la violencia, los cócteles Molotov lanzados no contra vehículos acorazados sino directamente a la gente, a los reclutas a los que el gobierno había alineado en cordones.

Mientras tanto, la República Popular de Donetsk ha sido condenada por los intentos de sus partidarios de detener tanques con sus manos desnudas, sin armas y sin disparar a nadie. Por lo que respecta a la República Popular, nada se deja pasar. No es necesario decir que ha habido muchas cosas en las protestas en el este de Ucrania que se oponen a nuestras ideas de una estética revolucionaria “correcta”, pero ¿por qué han sido los intelectuales de izquierda tan indulgentes con la estética del Maidán en lo que parecen circunstancias comparables? ¿Por qué han perdonado los retratos de Bandera, las “banderas de un país extranjero” (la Unión Europea), los símbolos nazis, los eslóganes racistas y, lo más importante, la agenda abiertamente antisocial, reaccionaria y antidemocrática de los líderes oficiales del movimiento?

Los dobles estándares son sin duda la norma para la propaganda, pero en este caso hablamos no de periodistas de la televisión estatal sino de intelectuales, quienes se enorgullecen de su independencia y pensamiento crítico.

Las protestas en el sudeste ucraniano parecerían haber dado a los intelectuales todo aquello con lo que habían soñado durante muchos años, si debemos creer sus palabras y escritos. ¿No debería haber encantado a “verdes” y “anarquistas” la resistencia no violenta, detener en seco la maquinaria militar estatal? ¿No son los grupos locales organizados espontáneamente el mecanismo ideal para el autogobierno? ¿Y por qué está en desacuerdo la aparición en las calles de una masa de trabajadores con las profecías y llamamientos de los marxistas? ¿Por qué no se alegran los intelectuales de izquierda? ¿Por qué se unen al coro de fascistas e instigadores de pogroms que piden represalias sangrientas para los rebeldes o, en el mejor de los casos, mantienen un vergonzoso silencio?

Aquí, tal como indicaban las enseñanzas del doctor Freud, encontramos lo que no es tanto inconsistencia ideológica como terror inconsciente. El motivo por el que los intelectuales atacan la República Popular de Donetsk no es sólo y no tanto porque deseen condenarlo, como porque esperan justificarse a sí mismos, probarse a sí mismo que no se han equivocado, y lo que es más importante, cerciorarse de que no hay culpa alguna que les afecte por su apoyo a los nacionalistas del Maidán. Todo su refinamiento intelectual y toda su agudeza de mente se ha dirigido a pergeñar argumentos para justificar a la extrema derecha o la colaboración con sus miembros.

El apoyo acrítico mostrado por los intelectuales al Maidán es terrible no sólo porque les fuerza a una posición moralmente catastrófica. Mucho peor es que una vez que se encuentran en esta vía les resulta muy difícil salirse. Tomar esta posición aísla a los intelectuales no sólo de las masas que se han alzado en una protesta genuinamente revolucionaria en el sudeste de Ucrania, sino también de la gran cantidad de partidarios y activistas del Maidán que ayer tenían dudas, hoy están desilusionados y mañana se unirán a las protestas, quizá en las primeras filas. La gente normal puede cambiar sus puntos de vista, incluso en dirección opuesta, de forma relativamente fácil y sin vergüenza. Pero no los intelectuales. La gente normal siempre pueden decir simplemente: “Me han decepcionado”. Los intelectuales tienen que confesar: “He decepcionado a la gente”.

Donetsk a la sombra de Moscú

No es un secreto que las masas rebeldes del sudeste ucraniano han contado con el apoyo de Moscú. Al desplegar banderas tricolor y gritar eslóganes sobre su amor por Rusia han esperado sinceramente arrastrar de su lado al estado hermano. Esta esperanza ha unido a la gente que sueña con la unificación con Rusia, otros que buscan la federalización de Ucrania y aún aquellos otros que simplemente esperan que el poder de Rusia defenderá a los residentes de la región contra la represión de Kiev.

Pero desde el principio, el Moscú oficial ha tomado una posición ambigua sobre los acontecimientos. Aun apoyando claramente un movimiento dirigido contra el abiertamente inamistoso gobierno de Kiev, está menos preparado para patrocinar una revolución popular, aunque su resultado sirviese para expandir el estado ruso. Los funcionarios del Kremlin no disfrutan con la idea de recibir como nuevos súbditos masas de gente rebelde que están organizadas, a menudo armadas y que han adquirido el hábito de la lucha activa por sus derechos. Esto es especialmente cierto en el contexto de una creciente crisis socioeconómica en Rusia misma. Las revoluciones a veces se exportan, pero hay pocos oficiales estatales que quisieran importar una.

Moscú nunca ha querido conquistar Ucrania o desmembrarla. Esto no es así porque el Kremlin haya sido leal a los intereses de un estado vecino sino simplemente porque al liderazgo ruso le ha faltado cualquier plan estratégico. Las élites rusas de hoy son básicamente incapaces de pensar estratégicamente. Dos circunstancias han exacerbado la situación. En primer lugar, se ha demostrado imposible consolidar los resultados conseguidos en Crimea. La anexión de Crimea a Rusia fue incuestionablemente una improvisación y no tanto por parte de Moscú como de las élites de Crimea, quienes reaccionaron ante una situación que había cambiado y la explotaron para servir a sus intereses.

Pero una vez Crimea ha sido anexionada, la tarea principal con la que se enfrentó la diplomacia rusa fue defender la adquisición. Parte de esto suponía sacrificar los intereses del sudeste ucraniano. Mientras tanto la sociedad rusa, a diferencia de la intelligentsia liberal, ha apoyado masivamente a los insurgentes de Donetsk y esto ha puesto al Kremlin en una situación muy difícil. Animar enfáticamente tal estado de ánimo implicaría crear una cultura de resistencia y revuelta en las masas. Pero un abrupto cambio de curso, lo que implicaría un rechazo a apoyar a los rebeldes, sería arriesgado. El estado de ánimo patriótico cultivado por las autoridades rusas se enfrentaría al carácter de la protesta.

En una situación así la política del Kremlin es necesariamente ambigua y contradictoria, pero hemos sido testigos de un momento curioso de verdad cuando se firmó el acuerdo entre Rusia, Ucrania y Occidente en Ginebra el 17 de abril. A primera vista todo parecía completamente adecuado y convencional. Hubo llamamientos a la reconciliación, el desarme y las concesiones mutuas. Pero incluso antes de que empezase la reunión, el lado ruso, supuestamente por motivos técnicos, renunció a su demanda de que representantes de la Ucrania del sudeste tomasen parte en las charlas. Más tarde se dijo que la delegación rusa en Ginebra había presentado el punto de vista de las organizaciones del este ucraniano, específicamente, del Partido de las Regiones y otras estructuras oligárquicas. La República Popular de Donetsk, la única fuerza que une genuinamente a la población y controla la situación a nivel local, ni siquiera fue mencionada.

El texto del documento resultante indicaba claramente que Moscú no se opondría a la liquidación de la República Popular de Donetsk:

“Los pasos a cuya puesta en marcha hacemos un llamamiento son los siguientes: todas las organizaciones armadas ilegales deben ser desarmadas; todos los edificios ocupados ilegalmente deben ser devueltos a sus legítimos propietarios; y todas las calles, plazas y otros lugares públicos ocupados en todas las ciudades de Ucrania deben ser despejados. Se debe promulgar una amnistía para todos los opositores excepto aquellos que hayan cometido crímenes graves.”

En principio, la idea principal que subyace al acuerdo, y que unió a los diferentes lados, fue un rechazo a reconocer la República Popular de Donetsk como un hecho político. Hubo consenso sobre este punto que servía como base real del pacto. La subsección sobre el desarme de “formaciones ilegales” fue escrita de una forma calculada para adaptarse a las nuevas autoridades de Kiev. Formalmente, la subsección propone el desarme de ambos lados. Pero el gobierno de Kiev conserva su ejército, los servicios de seguridad y la Guardia Nacional. La República Popular de Donetsk no tiene formaciones armadas aparte de la milicia “ilegal”.

Lavrov informó tras el acuerdo que por formaciones ilegales el tenía en mente también a la Guardia Nacional de Kiev, pero no hay ni una palabra sobre esto en el texto del acuerdo. El lado ucraniano y Occidente interpretarán el acuerdo de manera diferente, y en términos jurídicos tendrían completamente la razón: la Guardia Nacional fue creada por una decisión oficial del gobierno con el consentimiento de la Rada Suprema. Por lo que respecta a las “salvajes” centurias y los elementos del Pravy Sektor (Sector de Derecha) que todavía no habían sido legalizados mediante la incorporación a la Guardia Nacional, el gobierno de Kiev mismo sueña con su desarme puesto que ya han surgido conflictos con ellos.

Aún más importante, sin embargo, es la demanda para retirarse de los edificios ocupados y la eliminación de las barricadas en calles y plazas. Si esta cláusula se cumple significará la autoliquidación de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk y el retorno a las antiguas posiciones de los administradores nombrados por Kiev. Esto a pesar de que fueron precisamente estos nombramientos los que provocaron el levantamiento. Para gobernar a las provincias sud-orientales, Kiev nombró a oligarcas odiados por el pueblo, dando a estas figuras autoridad política además de su poder económico.

Vale la pena señalar que este punto no es compensado por ninguna concesión que equilibre. Nada se dice, por ejemplo, sobre la retirada oficial de las llamadas operaciones antiterroristas en el este de Ucrania y no se sugiere que las unidades militares deban ser retiradas a los lugares en los que normalmente están estacionadas. Esto sería perfectamente comprensible considerando el obvio fracaso de las operaciones y la decrepitud del ejército.

En suma, Moscú firmó un acuerdo que ofrecía la capitulación del levantamiento a cambio de una promesa abstracta de empezar un proceso constitucional abierto e “inclusivo” ¡y ni siquiera proponía conversaciones directas con los insurgentes! Naturalmente a los representantes del gobierno ucraniano no se les pidió que diesen un proyecto claro sobre cómo se llevarían a cabo los preparativos de esta reforma.

Los diplomáticos rusos tenían tanta prisa por firmar el acuerdo de Ginebra con Kiev que ni siquiera se molestaron en pedir la eliminación de la desgraciada prohibición de la entrada en Ucrania de hombres adultos procedentes de la Federación Rusa. Esto a pesar de que la prohibición contradice todas las normas internacionales y equivale a una brecha directa y flagrante de derechos humanos, como los negociadores rusos habrían debido señalar ante la presencia de los representantes occidentales.

La Kiev oficial no perdió tiempo en explotar las oportunidades que se le habían dado. El primer ministro Arseny Yatsenyuk amontonó amenazas sobre los rebeldes de Donetsk y Lugansk pidiendo la rendición inmediata y haciendo referencia al acuerdo de Ginebra, en el marco del cual “Rusia se vio forzada a condenar el extremismo”.

El arresto de Konstantin Dolgov, uno de los líderes de la coalición de centroizquierda Unidad Popular, los ataques por parte del Pravy Sektor a los puestos de control de la República Popular de Donetsk y los actos de represión contra activistas, todo lo cual siguió inmediatamente a la firma del acuerdo de Ginebra, confirmaron que Kiev no tenía en mente ni un diálogo democrático ni un acuerdo de paz. Incluso si el gobierno de Turchinov y Yatsenyuk hubiese estado dispuesto a hacer concesiones, lo hubieran impedido los nacionalistas radicales, sin cuyo apoyo el nuevo régimen no podría existir.

Por su parte, los líderes de la República Popular de Donetsk declararon que estaban satisfechos de encontrar la expresión en el acuerdo de Ginebra de un “cambio en la posición de los países occidentales en relación con los acontecimientos en Ucrania”. Pero como no habían sido invitados los representantes de la República Popular a la reunión en Ginebra y no habían firmado el documento, los líderes de Donetsk no se consideraban vinculados a él:

“Nos vemos obligados a declarar que nuestra advertencia sobre la inutilidad jurídica y el absurdo político de un diálogo ‘con todos los ucranianos’ sin la participación de los representantes legales de la Ucrania oriental y la República Popular de Donetsk se ha demostrado, desgraciadamente, completamente justificada. Ignorar la voluntad del pueblo del Donbass ha tenido un resultado previsiblemente triste: los resultados de las discusiones sólo se pueden valorar como un conjunto de llamamientos incoherentes e inútiles, imposibles de realizar en la práctica, dirigidos por algunas figuras oscuras a gente sin nombre y sujetas a su aplicación en un periodo indeterminado de tiempo y de una forma desconocida. En la actualidad estos llamamientos no reflejan ni las realidades políticas ni la nueva situación legal que ha surgido desde la proclamación de la República Popular de Donetsk, sobre cuyo territorio no tienen fuerza legal.”

El acuerdo de Ginebra no pudo ser aplicado. ¿Cómo puede alguien forzar al pueblo a llevar a cabo tal acuerdo cuando este pueblo acaba de empezar a sentir su fuerza? ¿Cuando los tanques dan la vuelta y huyen de ellos? ¿Cuando son capaces de detener columnas del ejército simplemente con abucheos y obscenidades? El pueblo no rendirá sus posiciones sólo porque importantes caballeros en Ginebra, sin preguntar a nadie realmente en el lugar, hayan decidido por sí mismos sobre el destino de otros.

Para cualquiera en Donetsk, Lugansk, Odessa, Kharkov (e incluso Kiev) que haya mantenido la esperanza de que la Rusia de Putin resolverá todos los problemas mediante su intervención solidaria, los acontecimientos recientes habrán supuesto un chasco aleccionador. Pero este chasco simplemente beneficiará al movimiento. La revolución no sólo debe basarse en su propia fuerza sino que ya tiene la fuerza suficiente como para tener éxito. Esto es especialmente cierto, puesto que a pesar de la posición tomada por el Kremlin, la simpatía de la sociedad rusa sigue del lado del pueblo insurgente de un país hermano.

Por lo que se refiere a Rusia misma, las capas dirigentes están en riesgo de seguir en el agujero que concienzudamente han excavado. Al rendir sus posiciones en la cuestión ucraniana, se están volviendo contra el estado de ánimo patriótico cuyo surgimiento ellos han potenciado de todas las formas posibles en los últimos meses. Por supuesto, ningún hecho convencerá a la gente que considera a Putin un héroe irreprochable o, en el otro lado, un villano de cuento de hadas. Pero esta gente, aunque llenen de spam el 70 por ciento de internet con sus arengas, son sin embargo una minoría.


Por Nicolas le Brun

Las potencias imperialistas se reunieron la última semana en la ciudad suiza de Ginebra para tratar de llegar a un acuerdo sobre la crisis en Ucrania.

En esta conferencia relámpago buscaron limar las asperezas de una crisis que tiende a prolongarse y a salirse de las manos en medio de una situación global que apunta al caos y a la inestabilidad.

Al día de hoy las fuerzas separatistas pro-rusas y las fuerzas leales al gobierno ucraniano se han enfrentado y causado algunas victimas mortales, lo que ha llevado a crispar de nuevo los ánimos. Las amenazas van de lado a lado y la posibilidad de que aumente la escalada militar se hace más probable con el paso del tiempo.

Sin embargo, habría que analizar el conjunto de la situación para ver si la salida militar es la que prima el imperialismo y los rivales rusos en este momento o bien si esto no es más que un aumento de la presión para llegar lo mas rápido posible a un acuerdo.

La crisis política y económica se prolonga

La conferencia de Ginebra tenía por principio desactivar la bomba de tiempo que se incuba en la región. En artículos anteriores se ha explicado la creciente movilización que se ha producido en los antiguos estados obreros como en Bulgaria, donde las masas lograron provocar la caída del gobierno por un asunto de las tarifas de electricidad en medio del invierno. Por otro lado, en la antigua Yugoslavia las tensiones intercomunitarias no han cesado a pesar de la intervención de las fuerzas militares de la SFOR que tienen cerca de dos décadas en el sitio.

Para las burguesías de todos los sectores, esta situación empieza a producir desgastes importantes, sobre todo porque de conjunto, la zona se encuentra frágil debido a la crisis económica desatada en el 2008.

En ese sentido, los indicadores económicos rusos no son tan relucientes como se quiere hacer creer. A finales del 2013 la bolsa de Moscú estaba en caída de casi el 25% en comparación al 2008. De igual manera, el gigante ruso de la energía, Gazprom, reflejaba una caída casi de la misma magnitud. Otros sectores como el automotriz también reflejaba una importante caída en la bolsa, la más importante del conjunto con casi 75%, como un reflejo de la inestabilidad que puede existir dentro del gigante ruso. El único sector que no reflejaba una caída era el sector bancario, que más bien daba señales de vigor con una tasa positiva cercana al 23%. (Correo Internacional no. 1196)

Del otro lado del planeta, las cosas no parecen más fáciles que para los rusos desde el punto de vista económico. Como apunta el Wall Street Journal de 7 de abril 2014:

“… occidente podría ganar la guerra de sanciones contra Rusia, pero le faltaría un estomago de acero…la mano de los rusos sobre el aprovisionamiento energético de Europa no va a durar eternamente. El dinero fácil de la FED (Reserva Federal) que hace subir los precios de las materias primas no va durar eternamente”

Esto en pocas palabras quiere decir que la posibilidad de sostener esta situación por mucho tiempo es imposible debido al escenario económico precario y a una situación política todavía más delicada para la burguesía imperialista.

La inestabilidad al interior de Ucrania

Por otro lado, después de la caída del muro, la constitución de una burguesía nativa no ha sido un proceso evidente. El enfrentamiento gansteril entre diferentes fracciones ha provocado una gran inestabilidad política, cargada de golpes de estado disimulados y un férreo control por parte de Moscú.

El cambio de camiseta en estos momentos no es fácil y por más esfuerzos que quieran realizar los yanquis y la Unión Europea, constituir un gobierno de transición que sea legitimado como interlocutor válido por el conjunto de los sectores no es posible en estas circunstancias. “…la élite local del este (del país ndlr) está presta a colaborar con los invasores para no perder sus privilegios, lo que es el caso… no hay que olvidar que los todos representantes de la autoridad sin excepción casi, son parte de una generación que ha estado implicada en el pillaje del país” (Gaceta de Ucrania, 17/04/2014)

Esta descripción de la prensa local, que ha sido baluarte de la rebelión de la plaza Maidan, deja claro el estado de ánimo de la población con respecto al gobierno. Las disidencias dentro de la clase política no han cesado. La burguesía busca con afán llegar a un acuerdo político lo mas rápido posible, sin embargo la coyuntura todavía no lo permite.

“Frente a los 110 multimillonarios que atesoran un tercio de la riqueza rusa, la docena de oligarcas ucranios podría parecer en desventaja, tanto en número como en la cuantía, más modesta, de sus fortunas. Pero el tradicional protagonismo de estos últimos en la vida política del país, entre bastidores o como puntales del nuevo Gobierno de Kiev, les da una considerable ventaja con respecto a los rusos, que controlan la economía pero dependen de las decisiones del Kremlin y, sobre todo, del presidente Vladímir Putin”.

“No es de extrañar que Kiev recurra a oligarcas para apuntalar zonas sensibles en el este del país; además, ya no tienen nada que hacer en Crimea, de donde se baten en retirada ante la llegada de los rusos. Los oligarcas son los primeros interesados en una Ucrania estable y unida. Si el Este sigue los pasos de Crimea tendrían todas las de perder ante sus colegas rusos, mucho más poderosos. Y para la mayoría de la población son un poder incontestable”, explicaba el periodista Andrei Grimov en Donetsk. Ajmétov ha reiterado en sus escasas declaraciones tras el vuelco en el poder en Kiev —la mayoría mediante comunicados— su apuesta por una Ucrania territorialmente íntegra y una salida negociada a la crisis. (El País 21/04/2014).

Además, las disidencias no han cesado de producirse, no solo en el seno de las fuerzas armadas ucranianas como lo apunta la cita anterior, si no que también figuras políticas como el alcalde de Donest se han hecho manifiestas.

“Serguéi Taruta, el gobernador de Donetsk, se distancia de la operación militar lanzada desde Kiev para controlar las protestas en su región y considera ‘el creciente caos’ como el mayor peligro. “Yo no dirijo la operación. Se hace desde Kiev. No está ni concertada ni coordinada conmigo y no influyo en el proceso (El País, 17/04/2014).

La visita de Joe Biden, el vicepresidente de los Estados Unidos a Kiev, se hace en medio de la creciente inestabilidad en la zona y como una forma de presionar a los dos campos para que los acuerdos a que se llegó en Ginebra sean puestos en marcha y para presionar también al gobierno ucraniano para que avance en la consolidación de las zonas en conflicto por medio de la garantía de las fuerzas armadas leales al régimen. El fiasco producido por las fuerzas armadas ucranianas que se vieron expulsadas por la milicia pro rusa no ha sido bien visto por la administración yanqui.

“Biden llega a Ucrania con un paquete de ayuda técnica y económica bajo un brazo y la amenaza de nuevas sanciones contra Moscú bajo el otro, para el caso de que no cumpla su parte del citado pacto, en un claro ejemplo de la estrategia que la administración Obama ha decidido adoptar ante el conflicto: el aislamiento internacional de Rusia y el apoyo al proceso electoral y constitucional ucranio. El vicepresidente quería venir a Kiev para enviar un mensaje claro del apoyo de EE UU a la democracia, la unidad, la soberanía y la integridad territorial”, explicó un alto funcionario de la Casa Blanca. “Él también hará un llamado para el cumplimiento inmediato del acuerdo alcanzado en Ginebra la semana pasada y dejará claro que habrá nuevas consecuencias para Rusia si en los próximos días opta por desestabilizar, en lugar de por la vía constructiva”, advirtió. (El País 21/04/2014).

Pero a pesar del panorama desolador para las potencias occidentales con respecto a la conformación de un nuevo gobierno, los llamados son a guardar el gobierno así como esta.

“No maten al pianista, el hace lo que puede, el gobierno debería ser un motor de la sociedad, puede ser criticado pero esa critica no debe transformarse en asistencia al enemigo” (La Gaceta Ucraniana 17/04/2014).

La posibilidad de que el conflicto pase a un enfrentamiento armado no es de descartar, pero las iniciativas que se siguen llevando adelante apuntan más bien a la resolución por medio de un acuerdo político. Putin no lo ha dejado de señalar. En una emisión televisiva donde respondió a preguntas de toda índole, pero fundamentalmente sobre el tema de Ucrania, afirmó: “El presidente ruso, Vladimir Putin, dijo que la única manera de que el gobierno de Ucrania fue el ‘diálogo’ y no el uso de la fuerza que conduce al país hacia el ‘abismo’, en su sesión de preguntas y respuestas televisión. ‘Es sólo a través del diálogo en los procedimientos democráticos y no usar las fuerzas armadas, tanques y aviones que pueden poner orden en el país’, dijo Putin. En cuanto a las afirmaciones sobre la participación de las fuerzas rusas en los disturbios, ‘es toda esa basura’, ha dicho” (Le Monde, 25/04/2014).

Una salida de las masas es posible

Mientras las potencias imperialistas se aprovechan de las aspiraciones nacionales de los pueblos y las transforman en caldo de cultivo de la ultraderecha fascista, las masas ven cómo su situación no mejora con ninguna de las falsas alternativas que ofrecen tanto los imperialistas occidentales como los rusos.

La dicotomía no se plantea entre la liberación nacional y el respeto de la nacionalidades dentro de una federación en igualdad de condiciones, si no de opresión nacional a largo y mediano plazo. Putin no es una garantía de respeto para las minorías, tal y como fue su modus operandi en Chechenia. Por otro lado ya sabemos con creces el rol del imperialismo con respecto a las minorías nacionales a lo largo y ancho del planeta.

El único camino posible viene de la tradición soviética en los inicios de la revolución. Las masas deben apuntar las armas no en contra de sus hermanos de clase sino en contra de los opresores y de aquellos que entregaron las conquistas de la revolución de octubre para enriquecerse a manos llenas.

En ese sentido es el llamado que hacemos desde el PSOCA, a que los trabajadores ucranianos enfrenten al enemigo común, las burguesías imperialistas de Rusia, la Unión Europea y Estados Unidos, y la oligarquía ucraniana. La alternativa es la construcción de una Federación de Estados Unidos Socialistas de Europa.

Putin firmó la anexión a Rusia, con las autoridades de la republica Autónoma de Crimea

Por Maximiliano Cavalera.

En los últimos meses el mundo ha visto cómo reviven conflictos ya relegados en la memoria histórica. El problema político militar que se desarrolla en Ucrania pone al descubierto los intereses que tomaron forma luego de la caída de la URSS y la restauración capitalista de la misma. En menos de un mes, Ucrania vive una convulsión política tan importante que defenestró al gobierno pro ruso de Yanukovich, y a la fecha detona problemas que amenazan no solo con la balcanización del país, sino con que afloren los conflictos inter imperialistas que se manifestaban antes de la caída de la URSS. Lejos de solventar la crisis, el intento de anexión a Rusia de la población de Crimea hace aflorar los problemas nacionales y la división cultural de Ucrania, país que a lo largo de su historia ha oscilado entre el imperialismo ruso y el imperialismo occidental. En pleno siglo XXI el problema no resuelto de la independencia nacional aflora nuevamente, dejando claro que los imperialismos estadounidense, europeo y ruso solo pelean por el saqueo de sus países de influencia, o como decimos en Centroamérica, por su patio trasero.

Un poco de Historia

Ucrania es un país que se ha mantenido bajo la sombra de los imperialismos tanto europeo como ruso. Esta balcanización ha creado dos rasgos nacionales bien marcados entre el Oriente y Occidente: “La figura de Bandera no puede ser aceptada por el Este ucraniano, rusohablante y de cultura rusa, país con el que le unen 350 años de historia común. Las provincias del oeste, cuna y bastión de los partidos nacionalistas radicales ucranianos, han pertenecido sucesivamente a Polonia durante 600 años, 120 al Imperio Austríaco y otros 20 a Polonia durante el periodo de entreguerras. Hábitos alimenticios distintos y tradición religiosa le dan un carácter nacional distinto. De ahí también el nulo apoyo a estos grupos en las regiones del este de Ucrania.” (El Confidencial 17/03/2014). Es decir, los rasgos nacionales y las voluntades políticas de las regiones en Ucrania están vinculados a las constantes intervenciones imperialistas que Ucrania ha recibido a lo largo de los siglos. En este momento están aflorando las contradicciones creadas por los imperialismos europeos que se han repartido Ucrania a su gusto.

En pleno siglo XXI el desarrollo del capitalismo ha logrado constituir un sistema global, al que llamamos actualmente globalización. Pero las fronteras nacionales siguen teniendo una enorme importancia política, y son motivo de grandes conflictos sociales que terminan en guerras civiles. Tenemos, pues, una enorme contradicción entre la economía mundial y la superestructura estatal burguesa, que sigue teniendo la forma de Estados nacionales.

El referéndum de anexión

El conflicto que divide actualmente a Ucrania es una consecuencia de la desaparición de la URSS y de la restauración capitalista. La ansiada independencia nacional fue obtenida en 1991. Ucrania se constituyó formalmente en un Estado independiente, pero en realidad esta independencia fue efímera, porque bajo el capitalismo en crisis la independencia real frente a los imperialismos se logra solo mediante la revolución socialista. Por eso la independencia de Ucrania comenzó a retroceder desde el mismo día de su proclamación. Aparentemente el problema nacional, la gran reivindicación democrática de constituirse en Estado independiente, había sido resuelto. Pero los hechos demuestran que para mantener la independencia se requiere una lucha a muerte contra los imperialismos europeo, norteamericano y gran ruso. El problema central no es entonces la lucha por la autodeterminación nacional, sino la lucha contra los imperialismos que quieren despedazar a la nación ucraniana.

Desde la antigüedad Ucrania ha sido el granero de lo que fue la URSS y Rusia. Este factor la ha relegado a tener poco desarrollo industrial, y por ende, no ha desarrollado una clase obrera fuerte. La restauración capitalista en Ucrania no trajo consigo un mejoramiento en los niveles de vida de las masas. Este factor y el enorme derroche estatal crearon un gran malestar que llevaron a la caída de Yanukovich. Lo que denota la caída de Yanukovich es el temor de una parte de la población a la influencia del imperialismo Ruso, visualizando el ingreso a la Unión Europea como una salida a la crisis económica que impera en Ucrania. Las movilizaciones se iniciaron por dos proyectos de alianza económica diferentes, pero la dinámica se centró contra el gobierno de turno caracterizado por la opresión y la corrupción.

La represión del gobierno de Yanukovich, lejos de desarticular la movilización, la radicalizó. Se mezclaron varios aspectos: lucha nacional contra la opresión gran rusa, situación de miseria y pobreza creada por la restauración política, ilusiones democráticas de las masas que fueron manipuladas por el imperialismo europeo y norteamericano, etc.

Los grupos de derecha

Las movilizaciones de la plaza Maidan y la caída de Yanukovich dejan la percepción de que no se ha articulado una alternativa independiente de izquierda que articule a los trabajadores, es más, no vemos poder dual en donde se dispute el poder con el Estado burgués. La caída de Yanukovich responde a la movilización de las masas y a un golpe preventivo de parte de un sector del ejército intentando calmar una posible revolución. La preocupación es el creciente afloramiento de grupos de derecha: “Bajo el nombre de Pravyi Sektor (Sector de la Derecha, SD), un conjunto de agrupaciones nacionalistas y de ultraderecha consideradas marginales y completamente desconocidas para la sociedad ucraniana se unieron al comienzo de las protestas para proteger a los manifestantes.” (El Confidencial 17/03/2014). A este panorama debemos agregar que la radicalización del país se ha trasmitido al ejército, en donde hay sectores pro rusos y otros que son fieles al nuevo régimen.

Estos grupos son heterogéneos: “Sus miembros son muy diversos y pueden incluir gente muy educada, clase media, trabajadores, estudiantes o ultras del fútbol. Por lo general, gente joven, menor de 35 años” (El Confidencial 17/03/2014).

La crisis económica

La preocupación por la aparición de estos grupos se ve acrecentada por la crisis económica: “El déficit alcanzará este año los 26.000 millones de dólares, la mitad del presupuesto nacional (50.000 millones), mientras que el PIB registrará en 2014 un descenso del 3% en caso de que se adopten las medidas propuestas, y del 10% si la Rada las rechaza, amenazó Yatseniuk durante su discurso. La inflación se situará entre el 12% y el 14%.” (El País 27/03/2014). Para salvar la crisis económica el nuevo gobierno ha solicitado un préstamo al FMI de $ 19.000 millones y otras instituciones internacionales se suman.

La independencia de Crimea

El golpe de gracia es la decisión de Crimea de realizar un referéndum para la independencia y anexión de Crimea a Rusia. Los resultados fueron categóricos, el 95% de la población votó a favor de la anexión a Rusia, este es un tema muy importante y sensible en un país que siempre ha estado a la sombra de los imperialismos, tanto occidental como ruso. Los socialistas revolucionarios estamos a favor de la autodeterminación de las naciones. El referendo ha sido una votación democrática y mayoritaria de la población que desea anexarse a Rusia. En el caso de Crimea defendemos el derecho de su población a decidir su destino. Así como estamos por la separación de los pueblos oprimidos, también respetamos el derecho de anexarse a Rusia, aunque debemos aclarar que esta anexión fortalece al imperialismo granruso.

En medio de este panorama el imperialismo ruso decide dar un golpe en la mesa, y utilizando como pretexto la defensa de los ciudadanos rusos en Crimea invade la región. Estratégicamente el imperialismo ruso invade y controla los puntos claves sin la menor resistencia. La invasión revuelve el avispero y los imperialismos europeo y norteamericano comienzan a pegar el grito al cielo. Como en los viejos tiempos, se inicia un forcejeo de imperialismos en la zona. Estados Unidos apeló a la OTAN y ha exigido sanciones en contra de Rusia. La OTAN ha tratado el tema con mucho cuidado pero ha intentado ponerle presión al imperialismo ruso para que no invada a Ucrania u otro país estratégico para los imperialismos europeo y norteamericano.

Los socialistas no promovemos la balcanización de un país, pero respetamos el sentimiento democrático de las masas, aunque estén equivocadas, por ello siempre proponemos como alternativa revolucionaria la construcción de una Federación de los Estados Unidos Socialistas de Europa. La resolución de la ONU en contra de la separación de Crimea es Gallo Gallina, la realidad concreta nos plantea qué hacemos ante esta situación. La situación es tan compleja que el abastecimiento de gas de muchos países de Europa occidental depende de los suministros que vienen de Rusia. Desgraciadamente hasta el momento la clase obrera no hace su aparición organizada, será hasta que esto pase que probablemente Ucrania y Crimea consigan una verdadera independencia. Ante cualquier amenaza de guerra interimperialista llamamos a todos los trabajadores a que se opongan a una guerra que lo único que hará será repartirse el viejo continente en contra de los intereses de los y las trabajadoras del mundo.


Por Ursula Pop

El candente conflicto en Ucrania requiere un atento análisis, pues estamos ante un claro conflicto de intereses inter-imperialistas que se mezclan con fuertes movilizaciones populares por demandas democráticas y el reclamo de determinados sectores por el derecho a decidir su identidad nacional.

Más allá de la polarización mediática, tanto de los medios vinculados al imperialismo norteamericano y europeo, como aquellos vinculados al emergente imperialismo ruso (y sus cercanos colaboradores de izquierda, el neo estalinismo y el reformismo chavista), debemos analizar los últimos acontecimientos que condujeron al derrocamiento del gobierno pro ruso de Víctor Yanukovich.

La real división de Ucrania

Después de la separación de Ucrania de la ex URSS, se ha intensificado la lucha por el poder entre sectores proclives al imperialismo norteamericano y europeo, y otros proclives al emergente imperialismo ruso.

Víctor Yanukovich llegó al poder en 2010 gracias a una mayoría de votos procedentes de las regiones al este del río Don, la República Autónoma de Crimea -entregada por Rusia a Ucrania por Nikita Kruschov en 1955- y la región sur; estas regiones, en su mayoría de población de origen ruso, practicantes del cristianismo ortodoxo (en Crimea hay una población musulmana de origen tártaro), son las regiones más industrializadas y por tanto donde mayor peso hay de clase obrera.

La población de la otra región del país, situada al oeste del Don, es en su mayoría ucraniana, practicantes del catolicismo e históricamente vinculados a Europa. Es la región menos industrializada de la actual Ucrania, a excepción de Kiev, con amplia población campesina, con mucha pequeña burguesía y sectores dispersos del proletariado, además de ser durante el siglo pasado y lo que va de éste, la base social de movimientos nacionalistas de derecha y fascistas, con amplios sentimientos anti rusos y anti socialistas. Estos sectores se levantaron en 2006 en la “revolución naranja” promovida por el imperialismo norteamericano y europeo contra el gobierno de Leonid Kruchma cercano a Moscú, imponiendo una constitución neoliberal, sobre la de 1994 que tenía algunos elementos de capitalismo de Estado.

Trasfondo económico en la lucha democrática

Desde la independencia de Ucrania en 1991, tras la disolución de la URSS, la antigua burocracia estalinista se convirtió en la nueva oligarquía que se enriqueció al amparo de las privatizaciones y del control de los resortes económicos desde el Estado. Un sector de ésta en Ucrania se acercó más al imperialismo europeo, mientras Rusia vivía una pavorosa crisis económica, y promulgó la apertura total de la economía, mientras otro sector de la nueva burguesía, más cercano a Rusia, propugnaba por algunas formas de capitalismo de Estado.

En un primer momento, Yanukovich trató de acercarse a la Unión Europea, pero ésta le ofrecía un acuerdo leonino de apertura total de los mercados, lo que conduciría a una destrucción de la industria. En cambio, Rusia, que ahogaba económicamente a Ucrania por la dependencia energética (importación de gas, petróleo y electricidad), prometió reducir intereses en préstamos para la importación de gas y un plan de ayuda por 15 mil millones de dólares para reactivar la economía. Esta propuesta resultó aceptable al gobierno de Yanukovich.

Sin embargo, el aumento de precios, la escalada inflacionaria y el estancamiento de salarios, producto del carácter dependiente de la economía ucraniana, hizo que un importante sector de masas del oeste se movilizara bajo la falsa ilusión de que al acercarse a la UE vendría la solución inmediata a las penurias económicas. Estas movilizaciones, en la misma línea de las que derrocaron gobiernos en los países árabes, tienen un carácter masivo, espontáneo y heterogéneo. El rechazo al antiguo régimen estalinista ha causado una bajo nivel de conciencia política y un atraso en el surgimiento de un alternativa anticapitalista creíble para las masas. La clase trabajadora ha sido incapaz de ofrecer una opción como clase, y la izquierda, muy débil, no pudo ofrecer estructuras organizadas de autodefensa ante la respuesta represiva del gobierno. Por esta razón los partidos de la derecha ucraniana, uno cercano a Washington y otro a Berlín, lograron abanderar con consignas democráticas la salida de Yanukovich. De igual forma el nacionalismo reaccionario ucraniano cuasi fascista aprovechó la falta de una dirección de una izquierda independiente, para encabezar la autodefensa de las movilizaciones contra la represión de la policía. Estos combates callejeros tuvieron como epicentro la plaza Maidan en el centro de Kiev. Recientemente se ha sabido que los servicios secretos occidentales mandaron mercenarios y francotiradores para forzar la salida de Yanukovich.

El enorme peso de los intereses imperialistas

El imperialismo alemán, por su parte, trató de apaciguar las movilizaciones llegando a un acuerdo con Moscú, para repartirse el poder entre sus peones en el terreno. A diferencia de Estados Unidos, a Alemania y Europa en general le conviene tener una buena relación con Rusia, por su dependencia del gas ruso. A finales de Febrero hubo un acuerdo contrarrevolucionario entre Alemana, Rusia y Estados Unidos para constituir un gobierno de unidad nacional en Ucrania y poner fin a la crisis que amenazaba con el estallido de la guerra civil.

Sin embargo, la ola de movilizaciones contra el sector pro ruso era tan avasalladora que, pese al acuerdo suscrito, la derecha recuperó el control del parlamento y con la mayoría de diputados logró destituir a Yanukovich, obligándolo a abandonar el poder y exilarse en Rusia. El nuevo gobierno pro imperialismo europeo, ha restablecido nuevamente la constitución neoliberal de 2006.

Más allá de las movilizaciones del oeste de Ucrania, han tenido mayor peso los intereses de las potencias imperialistas. Estados Unidos intenta hacer retroceder el resurgimiento de Rusia como una potencia imperialista, estrechando el cerco militar sobre ella. El imperialismo alemán y la Unión Europea quieren mantener viva la rebelión para tener una carta de negociación con Rusia, e impedir el rearme de Rusia como una potencia mundial que compita directamente con Estados Unidos en el plano económico y militar. A su vez, Rusia, para consolidar su poder imperial, necesita recuperar con urgencia sus antiguos territorios, los de la ex URSS, para impulsar su industria y consolidar los mercados bajo su control.

La izquierda reformista empuja hacia las fauces de un nuevo imperialismo

Diversas corrientes dentro de la izquierda plantean la problemática como si estuviéramos ante una nueva guerra fría modernizada, con Rusia representando un campo progresista que se enfrenta al imperialismo europeo y estadounidense. Entre estas corrientes se encuentran los partidos neo estalinistas de la región y el reformismo chavista latinoamericano. Estos partidos olvidan u ocultan a propósito, que al disolverse la economía estatal y desmoronarse la URSS, una nueva burguesía aprovechó el caos de las privatizaciones y la ausencia de un Estado garante del funcionamiento de la economía, para tomar el control utilizando métodos mafiosos. La riqueza de esta oligarquía de ex burócratas soviéticos se asienta principalmente en el gas y el petróleo. Su representación política es un nuevo régimen con fuertes rasgos autocráticos, en el centro del cual Putin actúa como un zar posmoderno. El control férreo de los medios de comunicación y la represión contra los opositores y los movimientos que piden democracia son la tónica.

Esta alternativa poco promisoria es la que espera a los sectores de la población que rechazan los cantos de sirena de la Unión Europea y los Estados Unidos.

La rebelión del oeste de Ucrania no es reconocida por la población de origen ruso del Este, Sur y de la península de Crimea

La pelea por Crimea

La mezcla de los mongoles, -que permanecieron varios siglos- con los turcos que la ocuparon posteriormente, dio origen a los tártaros de Crimea que podrían considerarse sus habitantes autóctonos. Casi a finales del siglo XVIII, la zarina Catalina II incorporó Crimea a Rusia después de su victoria sobre los turcos en 1774.

Entre 1992 y 1997, Rusia y Ucrania negociaron la soberanía de Crimea, que había sido anexada a Ucrania en 1955, permitiendo la existencia de las antiguas bases militares rusas hasta 2042.

Ya hemos visto que Ucrania está dividida en dos grandes zonas: la del oeste es económicamente atrasada, pero políticamente pro imperialismo europeo, y la del este es pro rusa y políticamente apoya al emergente imperialismo ruso.

La estratégica península de Crimea está en el lado pro ruso. Ahí están las bases navales militares que garantizan el control del mar negro y la salida de Rusia al mar mediterráneo, pasando por el estrecho del Bósforo, en Turquía. Por esta fuerte razón geopolítica, el imperialismo ruso no puede abandonar ni perder el control de la península de Crimea y el puerto de Sebastopol, puesto que, como en el caso de la base militar de Tartus, en Siria, son bases militares que le permiten tener acceso y controlar rutas de oleoductos y tráfico de combustibles.

El ingreso de Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN supone un desequilibrio militar contra los intereses del naciente imperialismo ruso. En estas circunstancias, Putin solicitó al Senado de Rusia la autorización para el envío de un contingente militar a Crimea, el cual todavía no se ha llevado a cabo abiertamente por que no ha habido necesidad. Las fuerzas pro rusas y soldados rusos disfrazados tienen el control total de Crimea. El parlamento de Crimea votó el 6 de marzo entrar a la Federación Rusa, y anunció la realización de un referéndum del próximo 16 de marzo para decidir la anexión. La situación de se complica porque la población tártara teme la ocupación rusa y está pensado en refugiarse en el exterior ante una inminente incorporación a la Federación Rusa.

Para el pueblo ucraniano la disyuntiva entre el imperialismo ruso y el europeo/estadounidense es un callejón sin salida. Ninguna opción traerá una verdadera solución a sus problemas. Ciertamente el pueblo de Crimea tiene el derecho de decidir la anexión a Rusia, pero será solo para caer en las garras de un régimen autoritario y hambriento de territorios. Por ello la tarea urgente es fortalecer la naciente oposición de izquierda e impulsar la participación organizada del movimiento obrero independiente.

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