Por Fabricio de la Torrente

Con un poco mas de dos millones 300 mil votos, el 55.74 %, el general retirado Otto Pérez Molina  del Partido Patriota (PP), fue proclamado ganador de la segunda vuelta de las elecciones generales por el Tribuna Supremo Electoral  (TSE); su contrincante el empresario Manuel Baldizon del partido Libertad Democrática Renovadora (Lider) fue votado por un millón 981 ciudadanos, el 46.26 %.

La victoria de Pérez, podríamos considerarla como pequeña con respecto a su contrincante, pues la diferencia fue de tan solo 319, 970 votos y de un total de un poco mas de  siete millones 340 mil votantes, por su parte dejaron de ir a votar un poco mas de 3 millones, es decir el 30 % de los empadronados, el total de empadronado son de un poco mas de siete millones;  junto a eso  se le suma los votos nulos y blancos que  fueron 183, 414, es decir 4.11 %. Entonces el nuevo presidente tiene en su contra el 69 % de los votantes sin contar los que no están empadronados.

Algunos elementos sobre los resultados

Pero mas haya de los números fríos, podemos considerar algunas cosas, recorriendo los datos de los niveles de abstencionismo desde la llegada de la democracia formal, estos se redujeron en estas elecciones, sin embargo una buen parte no se sigue considerando representado por la democracia forma y limitada que tenemos,  junto a eso podemos también mencionar que muchos de los que votaron nulo, en blanco y por Baldizon no sienten en el nuevo presidente alguien que los represente.

Otro elemento importante a considerar, es el peso que tiene por un lado el área metropolitana de la ciudad capital y por el otro todo el país en general. Pues desde la firma de la paz, donde supuestamente finalizo la llamada “transición a la democracia” y se termino de coronar la “democracia formal y representativa”, habido cinco elecciones. Así la capital ha puesto a tres candidatos en la presidencia, Arzú, Berger y ahora Pérez; mientras el resto del país,  ha puesto a  Portillo y Colom; por su parte el candidato de Lider era en su mayoría apoyado en el resto del país y  revisando los datos desagregados encontrados en la pagina web del TSE, se observara que en varios municipios y departamentos, sobre todo en occidente, la costa sur  y su natal Peten, la diferencia a favor de él fue significativa.

Ahora, a nuestro entender lo que explica la situación descrita en el párrafo anterior seria que en la Guatemala de pos guerra, se vive el resquebrajamiento, aunque sin poder asegurar que tal situación sea de carácter fundamental, del bloque de poder entre dos facciones de la burguesía, es decir por un lado el capital monopólico y oligárquico que concentra el poder económico y político afincando su capital en la agroexportanción, las finanzas y alguna industria; por el otro lado el denominado “capital emergente”, que se fue formando en el ultimo cuarto del siglo XX en  actividades comerciales, agropecuarias, industriales, importación, priorizando el deprimido mercado interno, etc; así como la existencia de otro actor y en muchas veces siendo los mismos, que tiene presencia en  ambos facciones, es decir el  crimen organizado y sobre todo el narcotráfico, amamantado  este ultimo con la venia de elementos del ejercito.

Así por un lado, los emergentes financiaron y se beneficiaron de los gobierno de Portillo y Colom, perdiendo la oportunidad ahora al no ganar Baldizon; mientras que la oligarquía, se identifico y se beneficio con Arzu en cierto momento pues me atrevería a decir que ya no es de tal rosca, Berger y ahora Pérez Molina.

Algo interesante de notar es que el voto para los candidatos del capital emergente vino sobre todo de mal llamado interior del país,  intuyo la existencia de un sentir instintivo de una buena parte de la población, centrada en la ruralidad y en los espacios urbanos de ese interior del país, que se muestra en contra de ese peso opresivo que desde la capital se ha ejercido en toda la historia de este intento de construir nación. Pues es desde esta urbe subdesarrollada que la oligarquía y su proyecto ladino liberal trata de dibujar una nación minusválida a las amplias masas campesinas, indígenas, obreras, profesionales y populares, de este país y desgraciadamente ese peso se siente también en las masas populares urbanas que muchas veces se plegan  a tal visión, reproduciendo elementos como el racismo. 

Ese capital emergente cual oportunista se muestra falsamente, a pesar de sus buenas intenciones y algunas acciones beneficiosas para las masas, como los programas asistenciales del lamentable gobierno de Colom, y que por cierto Pérez continuara, como representante de este segmento de la población. Pero es mas lamentable cierta izquierda imbuida por visiones estalinistas de la historia (desarrollo capitalista similar al de Europa, buscando sectores democráticos de la burguesía y un día, saber cuando, se trascenderá de tal sistema) que se va a la cola de este sector pudiente.

Sin embargo hay algo que une ambas facciones de la burguesía, su temor a la organización independiente del pueblo en toda sus expresiones y por tanto aunque mas agudo en la oligarquía, su negativa a realizar reformas profundas aun en las enmarcadas en los acuerdos de paz, que tienen todavía muchas limitaciones, por lo tanto nunca existirá un sector democrático en las clases dominantes que quieran hacer cambios profundos, eso le toca al amplio campo de las clases oprimidas y de los pueblos indígenas considerando que también dentro de estos, la diferencia clasista existe y eso hay que tomarlo en cuenta.

Por Leonardo Ixim

El pingue aumento al salario mínimo que el gobierno del socialdemócrata Álvaro Colom, títere de los empresarios, es nada más que la continuación de las mismas  medidas hambreadoras para la clase trabajadora de esta larga dictadura de la burguesía. Esto se vuelve una llamada de atención a las políticas de  las direcciones sindicales en lo que se refiere a la movilización y concientización de los y las trabajadoras.

El 30 de diciembre en acuerdo ejecutivo 529-2011, se aumentó el mínimo para actividades agrícolas y no agrícolas en 68 quetzales diarios, un 6.75 % con respecto al salario anterior, mientras que para maquila y actividades exportadoras en 62.50 quetzales, un 5.13 %. Es decir, mensualmente para las primeras actividades, incluida la bonificación incentivo  (por medio de la cual muchos empresarios a evaden la seguridad social) queda en Q 2,324. Mientras que para las  actividades  de exportación mensualmente quedó en Q 2,156.25, incluyendo también la bonificación

Por otra parte, según reportó el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) a inicios de este mes, la  inflación cerró el año pasado con una variación mensual de 0.22 por ciento y acumulada del 6.22 %, un poco mas alto que los dos últimos años, aunque menor considerablemente que en el 2008. Los productos que mas subieron, según reporta el INE, fueron los que entran en la división de alimentos y bebidas no alcohólicas variando mensualmente 0.48 % y acumulada en 12.08 %. Esta división, la de alimentación, es la que mas afecta al trabajador por ser fundamental para asegurar la reproducción de la condición humana y un derecho básico para la sobrevivencia. Aunque hubo variaciones entre productos en general el aumento reduce significativamente los ingresos precarizando el mínimum vital de los trabajadores.

Además de esto, para muchos trabajadores especialmente agrícolas, el salario mínimo es una ficción, sobre todo en fincas cafetaleras, según un informe de la Unión Europea. Por su parte según comenta el matutino El Periódico, una encuesta recién publicada por el INE  reveló que el 60 por ciento de la población trabajadora que depende de un salario no siquiera recibe el salario mínimo ni ningún tipo de prestación.

Por tanto, con un costo diario de la canasta diaria familiar de Q 81.34, la canasta básica alimentaria mensual (CCBA) de Q 2,440.20 y la canasta básica vital (CCBV) de Q 4,452.92, ese mísero aumento del salario mínimo no alcanza el costo de la CCBA, mucho menos de la CCBA, que además de los productos alimentarios básicos incluye servicios públicos y recreación, en un contexto internacional de aumento de los precios de los productos alimentarios y del petróleo, debido entre otras cosas a la especulación financiera de los commodities. El país creció económicamente  en el 2011,  según reporta un informe de la central sindical UGT, entre 3.5 y 3.8%, y se dio un aumento de hasta un 25 % de las exportaciones, justo en el sector donde el aumento del salario mínimo fue menor en función de beneficiar a esta fracción empresarial que compite en el mercado mundial en base a salarios de hambre. Los argumentos mentirosos de los empresarios de que los aumentos afectarán la productividad lo que esconden es la baja de la tasa real de ganancias de estos, que para competir necesitan  explotar  la fuerza laboral.

Otra encuesta del INE  recién publicada que mide condiciones de vida  (Encovi), muestra que los niveles de extrema pobreza se redujeron en los últimos cinco años del 15.20 al 13.33%, de seguro por las políticas asistencialistas que emprendió el gobierno actual y que continuará el nuevo. Pese a esto, el nivel de pobres aumentó del 51 al 53.71%, y el porcentaje de no pobres bajó del 49 al 46.29%. En un escenario internacional donde la crisis mundial nos afectará sobre todo en los precios de productos básicos y con salarios bajos, la pobreza si duda seguirá creciendo.

Ante esta nueva coyuntura cruzada por la crisis mundial y un nuevo gobierno pro oligárquico,  situación que afectara las  condiciones de vida de las y los trabajadores, las luchas estarán al orden del día como en otras partes del globo. El PSOCA considera vital la unidad del movimiento popular con un programa mínimo de lucha, la democratización de los sindicatos en la toma decisiones y la constante información a sus afiliados y a la población en general para movilizarse en defensa de nuestros derechos. En especial, ante el próximo gobierno debemos rechazar el magro aumento al salario mínimo y reclamar un incremento que satisfaga las necesidades de los trabajadores.

Por Iduvina Hernández

El 14 de enero de 2012 asumirá la presidencia de Guatemala el general retirado Otto Fernando Pérez Molina, ganador de las elecciones presidenciales en segunda vuelta, el 6 de noviembre. Según datos del Tribunal Supremo Electoral (TSE) de Guatemala, Pérez Molina obtuvo 53.74% de los votos, contra 46.26% de su rival, Manuel Baldizón.

Ambos candidatos representan ofertas políticas ultraconservadoras y de derecha. Una visión que marca sus agendas de gobierno en todos los campos y particularmente en el de la seguridad. Dado que el país -ubicado en triángulo norte de Centroamérica-mantiene una de las tasas más altas de homicidios violentos y femicidios en la región, el discurso autoritario de los candidatos en contienda encontró eco en el electorado y muy especialmente en el electorado urbano.

A pesar de que Baldizón obtuvo la mayoría de votos en 12 de 22 departamentos y Pérez Molina solo en 10, el conteo total de sufragios favoreció al segundo debido al amplísimo margen (64% contra 34%) que alcanzó en la capital. De igual forma, el resultado en la cabecera de Mixco, municipio cercano a Ciudad de Guatemala, con un diferencial de 72% para Pérez contra 21% para Baldizón, facilitaron la llegada del ex militar a la presidencia.

Leer más…GUATEMALA.- Los desafíos para un militar que promete mano dura

 

Marcelo Colussi

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El 29 de diciembre se cumple el decimoquinto aniversario de la Firma de la Paz Firme y Duradera. Quince años han pasado desde que los comandantes del movimiento armado (la URNG: Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca) y el gobierno del por entonces presidente Álvaro Arzú estamparan solemnemente sus firman para dar así por terminada la segunda guerra civil más prolongada del continente, luego de la colombiana.

Ya quince años de paz…. ¿De paz? Las interrogantes que se abren son muchas más que las respuestas.

Se dice y repite hasta el hartazgo que "la paz es mucho más que la ausencia de guerra". Verdad rotunda, sin dudas. En Guatemala ello se hace patéticamente evidente. Formalmente en el país hace ya una década y media que terminó el enfrentamiento bélico, pero muy lejos se está de la paz. Es cierto que ya no existe un clima de militarización con fuerzas armadas ocupando todos los espacios (los geográficos y también los sociales), enfrentamientos armados, zonas tomadas por la guerrilla e impuestos de guerra, estrategias contrainsurgentes con desaparición forzada de personas y campañas de tierra arrasada. Todo eso quedó en el pasado. Ahora el país, formalmente al menos, vive en "democracia". Ninguno de los dos contrincantes antaño enfrentados en el campo de batalla puramente militar ha vuelto a desarrollar acciones bélicas contra el otro; el cumplimiento del cese al fuego ha sido celosamente respetado por ambas partes, y sus fuerzas desmovilizadas se han integrado a la vida civil. De ello pueden dar fe una larga lista de observadores y acompañantes internacionales del proceso de paz. Pero la paz, si es cierto que ella es más que la ausencia puntual de guerra, es una realidad muy lejana en la cotidianeidad de la sociedad guatemalteca.

El país sigue presentando índices de pobreza y exclusión social alarmantes. Según datos de Naciones Unidas, ocupa el primer lugar en América Latina y el sexto a nivel mundial en desnutrición crónica (UNICEF, 2011). Por otro lado, dada la catástrofe medioambiental que se vive, el cambio climático lo coloca en cuarto nivel a escala global en orden a la vulnerabilidad derivada de los desequilibrios ecológicos, que golpean básicamente a los sectores pobres. El analfabetismo sigue siendo una dura realidad, con un 25% de su población que no lee y escribe (ya no digamos analfabetas digitales, donde apenas un 10% del total de sus habitantes se conecta a internet); el 51% de los guatemaltecos se encuentra por debajo de la línea de pobreza (2 dólares diarios de ingreso), las diferencias entre lo urbano y lo rural continúan tajantes, con población de origen maya siempre excluida, sin mayor representación política (8 diputados mayas sobre un total de 158), condenada a los peores y más mal pagados empleos, y para una buena parte de la juventud en general, maya y no maya (70% de la población tiene 30 años o menos) la única salida posible es marchar como inmigrante irregular a Estados Unidos en búsqueda de mejores horizontes. En otros términos: las causas estructurales que encendieron la mecha de la guerra civil en la década de los 60 del siglo pasado siguen vigentes.

Para completar el paisaje social donde la paz es, ante todo, una dudosa declaración discursiva, podría agregarse que hoy por hoy, a partir de una compleja sumatoria de motivos, la situación de inseguridad ciudadana coloca a la sociedad en un clima de zozobra perpetua, donde la criminalidad campea impune y la sensación de indefensión de la población civil, aunque por distintos motivos, no es tan distinta de la vivida años atrás en los momentos más álgidos del conflicto armado interno.

No cabe ninguna duda que hoy ya no se respira un agobiante clima dictatorial, que no hay retenes policiales ni militares a cada paso, que existen garantías constitucionales desconocidas algunos años atrás. Si se quiere hacer una lectura optimista de todo ello, sin dudas se puede concluir que hoy la guerra es algo del pasado, y el 15 º aniversario de la firma de la paz da para festejar mucho. Pero quedarse sólo con eso puede ser un tanto miope…, o malintencionado.

Hoy no hay guerra, eso es una realidad. No hay 20 muertos diarios producto de las acciones bélicas, no hay censura en los medios de comunicación, cualquiera puede expresar bastante libremente sus ideas sin temor a los servicios de inteligencia que lo estarán persiguiendo, se puede circular sin mayores restricciones por cualquier parte del país…, pero la paz no ha llegado. Y tal como van las cosas, nada indica que ande cerca, aunque se festeje quizá con cierta pompa un nuevo aniversario (u otros más en el futuro inmediato, porque nada indica que en el breve plazo vaya a darse un nuevo conflicto bélico interno).

Dos cuestiones importantes a destacar entonces. Por un lado, si bien hoy no existe una dinámica de guerra, un abierto clima bélico con combates, atentados y emboscadas, la sensación de inseguridad generalizada así como la cantidad de muertos diarios por hechos criminales colocan a Guatemala con tasas de violencia como si se tratara de un país en guerra. De hecho, está entre los más violentos del mundo (en el momento de festejar este nuevo aniversario, la cantidad de muertos diarios por hechos violentos ronda las 15 personas, con una tasa de homicidios de 45 por cada 100.000 personas al año, considerada altísima según los patrones internacionales). Junto a ello, abonando también al clima de violencia generalizada, como fenómenos directamente ligados a la cultura militarizada de la post guerra se da una serie de hechos altamente cuestionables y preocupantes: la cultura de violencia y desprecio por la vida que legaron tantos años de guerra está incorporada en la normalidad cotidiana. De ahí que puedan verse como hechos cotidianos los linchamientos, la "limpieza social" de "indeseables" (rateros, pandilleros, travestis), la proliferación de violentas pandillas juveniles con lógicas de acción y armamentos militares (lo que puede hacer pensar en agendas ocultas tras de ellas), el asesinato con posterior descuartizamiento de las víctimas, el feminicidio en curso (asesinato selectivo de mujeres con marcado sadismo, lo cual comporta mensajes políticos), y el consecuente pedido de "mano dura" por parte de la población para terminar con esta explosión de violencia que se presenta como incontenible. Por lo pronto, en las recién pasadas elecciones quien acaba de ganar la presidencia es un general retirado que justamente prometía endurecimiento contra esta inseguridad, y fue lo que le llevó a triunfar en la justa electoral, asentándose en el temor de la población, urbana en mayor medida.

Junto a esta primera consideración, no puede dejarse de mencionarse como otro elemento especialmente importante que conspira contra la paz, la expandida cultura de impunidad que barre toda la sociedad. En realidad, todos estos elementos se interconectan, y combinadamente son los que tornan tan difícil –cuando no imposible– hablar seriamente de una genuina paz en Guatemala: a) la pobreza crónica como común denominador con diferencias irritantes entre los más ricos y los más excluidos (el país tiene el promedio más alto del mundo en tenencia de automóviles Mercedes Benz per capita, así como de avionetas particulares, junto a índices de pobreza escalofriantes, como Haití o como países del áfrica sub-sahariana), combinado con b) los efectos que dejó la guerra (armas en manos de civiles por doquier, legales y no legales; agencias de seguridad privada que superan en número en un 600% a los efectivos policiales nacionales; aceptación normal de salidas violentas para resolver todo tipo de conflictos, estructuras del aparato contrainsurgente que no se han desmantelado y continúan manteniendo cuotas de poder, muchas veces enquistadas en el mismo Estado), todo lo cual se da sobre c) un mar de fondo de absoluta impunidad (según lo reconoce el mismo sistema de justicia oficial, 98% de los crímenes no llega jamás a condena; con algunos centavos, o con un buen matón a sueldo, cualquier juez se "ablanda", con lo que el mensaje dominante es, entonces, que la justicia no funciona).

Es importante resaltar que la impunidad no es sólo un efecto de los años de guerra; el enfrentamiento armado la dejó ver de un modo evidente, pero en realidad puede llegar a decirse que el mismo conflicto bélico vivido por 36 años y la modalidad que el mismo tomó fueron consecuencia de una impunidad crónica que marca toda la historia del país. Desde la constitución del Estado-nación moderno, en 1821, la unidad nacional no dejó de ser pensada y manejada como gran finca, con una aristocracia agroexportada mirando siempre hacia el extranjero (Europa o Estados Unidos), que basó su desarrollo económico en una inmisericorde explotación de la mano de obra desorganizada y barata, indígena en su mayoría. La cultura de impunidad recorre de cabo a rabo la formación de la sociedad guatemalteca, haciendo posible que un finquero fuera amo y señor de su tierra, disponiendo de un modo casi feudal lo que sucedía en su propiedad. A modo de ejemplo, valga decir que durante la dictadura del general Jorge Ubico, entre 1931 y 1944, existía una ley que legitimaba abiertamente esta impunidad permitiendo al finquero cometer cualquier tropelía contra el empleado díscolo, eximiéndolo de toda responsabilidad penal. Tiempo en que se vendían las fincas con "todo lo clavado y plantado, indios incluidos". Es decir: impunidad que marca la vida cotidiana en todos sus aspectos, haciendo que las asimetrías entre poderosos y desposeídos sean abismales, con un Estado que no hizo sino legitimar históricamente esas diferencias, siempre pensando en la agroexportación llevada a cabo por una escasa élite, multinacional muchas veces, y de espaldas a las grandes mayorías, rurales en lo fundamental. Impunidad que se expresa en todos los aspectos de la vida; valga como muestra la relación entre géneros, donde hasta hace algunas décadas la mujer que deseaba trabajar fuera de la casa necesitaba el consentimiento de su padre, esposo o tutor, o donde el varón que violaba a una mujer menor de edad, según una normativa jurídica nacional aprobada constitucionalmente, si ésta lo aceptaba luego como esposo, quedaba libre de toda responsabilidad criminal, ley que fue derogada recién después de la Firma de los Acuerdos de Paz.

Todo esto significa que la impunidad como norma es la matriz con la que se desenvolvió la sociedad guatemalteca a través de los años, de los siglos. La guerra civil que enlutó al país dejando una cauda de 200.000 muertos y 45.000 personas desaparecidas y de cuya finalización ahora se celebra el 15 º aniversario, expresa la brutalidad impune con que siempre se han manejado las cosas: el silencio y la resignación como norma, y cuando se pretende protestar, represión feroz, sabiéndose que quien reprime no tendrá consecuencias (de hecho, después de terminad la guerra y con la cantidad enorme de violaciones de derechos humanos registrada, no hay prácticamente ningún juicio que condene a los responsables de estos abusos –más de 600 masacres de aldeas campesinas, por ejemplo–, salvo algunos ocasionales "chivos expiatorios" (algún militar de bajo rango, algún agente de policía o algún patrullero civil, pero nunca alguien de la jerarquía castrense). Dicho en otros términos: la impunidad es la ley imperante.

Terminó la guerra, es cierto, pero las causas estructurales que la provocaron persisten, y la cultura de impunidad reinante hace que lo que se firmó 15 años atrás no haya podido, y como van las cosas, no vaya a poder concretarse nunca. Es decir que, tal como está la  situación real, los Acuerdos de Paz no pueden dejar de ser letra muerta para pasar a constituirse en hechos efectivos de la vida político-social en Guatemala. Los poderes reales del país (los grupos aristocráticos tradicionales ligados a la agroexportación o ligados a las nuevas economías globales, o las nuevas aristocracias emergentes, ligadas en muchos casos a economías no muy "santas" –narcotráfico, lavado de dinero, contrabando–, así como los llamados "poderes ocultos" que siguen manejándose con la lógica contrainsurgente de años atrás), si bien aceptaron la firma de la paz, nunca se comprometieron realmente con la misma. Lo que fijan los Acuerdos de Paz no es vinculante: nunca pasaron a ser texto constitucional. Se cumplieron a cabalidad los acuerdos que fijaban la desmilitarización concreta, la desmovilización de efectivos del ejército y del movimiento guerrillero con su correspondiente reasentamiento y opciones para la reinserción a una vida no militar. Pero todos aquellos acuerdos que fijaban –al menos en el papel– modificaciones reales a la estructura de poder en el país (tenencia de la tierra, tributación fiscal, políticas sociales) no pasaron de las buenas intenciones.

Podría decirse que en el único campo donde se registraron algunos reales avances es en la presencia cultural de los pueblos mayas. Hoy día el racismo no ha desparecido de la sociedad guatemalteca; ni siquiera eso se plantea seriamente con políticas públicas sostenibles. Pero sí es cierto que las nuevas agendas abiertas luego de la Firma de la Paz en 1996 visibilizaron bastante la situación de los pueblos originarios. No cambiaron en lo sustancial, pero al menos hoy tienen una presencia nueva con la que no contaron en la historia pasada. Esa es, quizá, la faceta más visible como cambio social en estos 15 años. De todos modos es preciso destacar que en ese cambio cultural hay mucho de cosmético, de espectáculo preparado en términos de "corrección política" y en el que cuenta mucho el apoyo económico de la comunidad internacional: se les permite y reivindican sus ceremonias religiosas ancestrales, por ejemplo, pero su situación económica real no cambia. Hace ahora un año en que se produjo un accidente donde un camión cargado de "indios" (80, para ser exactos) volcó, provocándose la muerte de alrededor de 20 de ellos. Era un camión que llevaba población maya a un corte de café igual a como se hizo históricamente, transportándolos de sus lugares de origen a las fincas de producción en las peores condiciones: el accidente dejó ver lo que continúa siendo la realidad social de los pueblos originarios, más allá de algunas transformaciones mas cosméticas que sustanciales: la mano de obra barata acarreada como siempre, aunque se alienten oficialmente sus ritos religiosos en un país de tradición católica a morir.

Ahora bien, si nada ha cambiado, si incluso puede pensarse que "poderes ocultos" siguen manejando metodologías contrainsurgentes fomentando el actual clima de inseguridad pública ("en río revuelto, ganancia de pescadores"…): ¿por qué se firmó la paz entonces? Eso hay que entenderlo en el contexto regional, pero más aún, en el concierto internacional. La guerra estaba empantanada desde hacía ya un buen tiempo antes que se sellara la histórica firma el 29 de diciembre de 1996. Técnicamente ninguno de los dos contendientes podía derrotar en forma abierta al otro; de todos modos, las estrategias contrainsurgentes seguidas por las fuerzas armadas habían desmovilizado ampliamente a las bases populares, campesinas en su mayoría, creando un clima de terror que no permitía el crecimiento político de la propuesta revolucionaria. De esa cuenta, la guerrilla no crecía, y mucho menos podía imponerse. Y para la derecha guatemalteca, si bien la convivencia con la guerra no le era cómoda, tampoco le era especialmente incómoda, dado que seguía adelante con sus negocios (siempre lo más importante en la lógica de acumulación del capital), en tanto las fuerzas armadas –dominantes de la escena política– habían conseguido un espacio económico que la guerra misma no le impedía, o más bien favorecía. Si se firmó la paz fue porque la composición del escenario internacional, dominado por la hegemonía estadounidense, no la alentaba, o dicho de otro modo: ya no necesitaba de estas guerras regionales en Centroamérica.

La Guerra Fría había tocado a su fin y los grupos armados ya no tenían mayor espacio para seguir moviéndose. En Nicaragua, caída la revolución sandinista por vía electoral en 1990, para la geoestrategia imperial ya no era necesario seguir manteniendo a la Contra en el plano militar. Ese reacomodo de fuerzas y los aires de "pacificación" que se fueron imponiendo para la región, hicieron que la guerrilla salvadoreña –el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN– no pudiera seguir adelante con su lucha, llegando a una paz negociada políticamente en 1992. El escenario no permitía tampoco la continuidad del proyecto revolucionario por vía armada en Guatemala, con un campo socialista ya desintegrado y con Cuba atravesando su terrible "período especial", dificultándosele cada vez más el apoyo a los procesos transformadores en el área. La paz, entonces, fue más producto de la imposibilidad de seguir adelante con una guerra que ya no tenía reales posibilidades de triunfo por parte de la URNG que por un proceso genuino de transformación que superara las diferencias históricas que la habían iniciado casi cuatro décadas atrás.

De algún modo puede decirse que no habiendo podido triunfar en el plano militar, el movimiento revolucionario plasmó en el papel de los Acuerdos buena parte de su ideal de cambio para sentar las bases de una nueva sociedad. Ahora bien: si la derecha nacional, incluidas sus fuerzas armadas –y por supuesto con el aval de Washington– aceptaron esa firma, fue porque la correlación de fuerzas políticas se lo permitía: se firmaba algo sabiendo que luego, en la práctica, nada cambiaría. Al día de hoy es poco lo cumplido de esos históricos acuerdos. Y lo que no se cumplió en 15 años, ya muy difícilmente pueda cumplirse de aquí en más. El gobierno entrante del general Otto Pérez Molina, que asumirá el próximo 14 de enero del 2012, no augura para nada una profundización de esos acuerdos, sino por el contrario su paulatino olvido.

15 años después, la maniobra es evidente: se puso fin a un proceso militar que, sin ningún lugar a dudas, era contraproducente para muchos sectores pues no ofrecía salidas, pero el genuino espíritu de cambio (paz y justicia) que imponían los Acuerdos está muy lejos de haberse materializado. Se podrá decir ahora, quizá con cierta grandilocuencia, que efectivamente no hay guerra, que se silenciaron las armas y que el clima democrático prevalece. Aunque eso es muy relativo, muy engañoso incluso: no hay guerra formal, pero sigue habiendo 18 muertes diarias por inanición, por hambre, en un país productor de alimentos.

Las luchas sociales siguen. No hay, en todo caso, un proyecto claro y definido desde la izquierda; el movimiento guerrillero, ahora reconvertido en partido político, no encuentra su espacio, y su actuación electoral es bastante pobre. Por otro lado, los movimientos sociales están desperdigados, sin haber instancias que aglutinen todo el descontento que flota en el aire. Es cierto que no hay acciones armadas, pero la conflictividad está a la orden del día expresándose de una y mil maneras. La violencia delincuencial que azota al país es una expresión (en muy buena medida manipulada desde las sombras) que funciona como mecanismo de control social. Por supuesto, los beneficiados de todo ello no son los ciudadanos de a pie que la experimentan día a día.

No hay guerra, es cierto, pero sigue habiendo muerte, sufrimiento, pobreza extrema, desesperanza y desmovilización. Si se quiere ver con objetividad: no hay guerra en términos formales, pero el país no está en paz ni remotamente. Por tanto, es poco lo que puede festejarse este 29 de diciembre.


Por Armando Tezucún

Las políticas neoliberales y la grave crisis del capitalismo han repercutido en una situación de deficiencia crónica en los servicios estatales de salud y educación. Como reconoció el ministro de Salud Ludwig Ovalle, “…desde principios de año anunciamos que el presupuesto de salud era insuficiente y el préstamo que fue otorgado por el Congreso de la República fue exclusivo para el pago de nóminas… todo el año hemos venido afrontando crisis y problemas por la insuficiencia financiera…” (Diario La Hora 14/11/11).

Durante el año los trabajadores de ambos sectores han salido a las calles a luchar por mejoras salariales y por el aumento de los recursos de sus ministerios para que se de a la población un servicio digno y eficiente. En las últimas semanas una vez más los empleados estatales tomaron las calles para exigir el cumplimiento de acuerdos.

El 15 de noviembre el Sindicato Nacional de Trabajadores de Salud de Guatemala suspendió la atención regular en 23 consultas externas, debido a actividades de protesta exigiendo el abastecimiento de insumos en los hospitales del país. Los compañeros reclamaron que el Congreso de la Republica aprobó un préstamo de US$ 115 millones para salud, del cual no se sabe qué destino le dieron las autoridades del Ministerio, además de que durante el año fueron trasladados Q 814 millones de salud a los programas de Cohesión Social, sabiendo que el presupuesto de salud era insuficiente. La demanda es que el Congreso apruebe  una ampliación presupuestaria de Q 100 millones para que el Ministerio pueda abastecer los hospitales, y Q 180 millones para el pago del bono de antigüedad para los trabajadores, y el cumplimiento de otros puntos del pacto colectivo.

El 16, los trabajadores salubristas efectuaron bloqueos de carreteras en Chichicastenango, Huehuetenango y Asunción Mita (Jutiapa). Además de los hospitales de la capital, suspendieron actividades 29 centros hospitalarios en el interior. El mismo día los compañeros realizaron una marcha en la capital, que salió del Hospital San Juan de Dios y finalizó en el Congreso de la República, con la finalidad de “exigir al Congreso la aprobación de la readecuación presupuestaria para dotar de más recursos al sector salud que permita al Estado cumplir  con el pacto colectivo de trabajo” (Diario Siglo XXI 16/11/11).

El jueves 17, los sindicalistas de la salud, representados por el Frente Nacional de Lucha, firmaron un acuerdo con los ministros designados del próximo gobierno del Partido Patriota para salud, finanzas y trabajo, en el que los futuros funcionarios se comprometieron a utilizar los recursos de sus ministerios de manera adecuada. Por el FNL firmó Luís Lara. Este último aseguró que los trabajadores no realizarían más movilizaciones, bloqueos o suspensión de servicios (Prensa Libre 18/11/11).

Por su parte, los sindicatos del magisterio realizaron el 17 en la capital una marcha de cientos de maestros de 12 departamentos para exigir al congreso la asignación del 4% del PIB para educación en el presupuesto del próximo año, que representa unos Q 15 mil millones, y al futuro presidente Pérez Molina que le de prioridad a la educación en su gobierno.

En el presupuesto gubernamental para el próximo año, aprobado entre el 23 y 24 de noviembre, fueron asignados Q 4,434.9 millones para salud y Q 11,193 millones para educación. Pero este presupuesto está desfinanciado en un 20%, y cuenta con ingresos provenientes de una ley anti evasión que aún no ha sido aprobada. Además, Pérez Molina está contando con una reforma fiscal que aún tiene que ser concensuada con un empresariado renuente a pagar más impuestos.

El futuro ministro de salud, en una entrevista reconoció la incertidumbre del financiamiento “…estamos empezando con falta de recursos y lo que se consiga va a ser solo para mantener funcionando, pero no para dar un paso a la mejoría. La lucha para conseguir más presupuesto es permanente…el Congreso tendrá que hacer su análisis, habrá que hacer una readecuación de los ingresos fiscales, pero esto ya sale del ministerio de Finanzas…” (La Hora 23/11/11).

El futuro gobierno del PP heredará dificultades financieras de las que le será muy difícil salir. A pesar del acuerdo entre el FNL y los futuros ministros, los trabajadores estatales deben estar alertas y preparar su arsenal de lucha para futuras movilizaciones por las demandas que aún no han sido cumplidas. Tanto más que en el gobierno del ex general veremos un aumento de la represión (legal e ilegal) contra las protestas populares.

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