Por Olmedo Beluche

A la memoria de Humberto Tito Prado

La gran victoria electoral de Pedro Castillo en Perú, pese a las campañas de temor “al comunismo” lanzadas por los medios de comunicación y los partidos de la burguesía, constituye la evidencia de que los pueblos de América Latina desean un cambio urgente frente a tanta miseria, violencia y muerte que está dejando este capitalismo agónico del siglo XXI, exacerbado por la pandemia de la COVID-19.

La heroica revolución popular y democrática que se está produciendo en Colombia, contra uno de los más repugnantes regímenes fascistoides del continente, es otra evidencia más que anuncia la aurora de un nuevo día. En Colombia se ha caído la careta pseudo democrática de un régimen oligárquico, antidemocrático, asesino, paraco, que mata por decenas cada año líderes sindicales, comunales, indígenas, ecologistas para beneficio de una oligarquía repugnante lacaya de Estados Unidos y la principal exportadora de cocaína del mundo. 

El pueblo y la juventud colombianos se han levantado contra la pobreza, el desempleo, la migración forzada, la represión y las corruptas instituciones políticas que los gobiernan, resistiendo a pecho descubierto en los bloqueos de las carreteras las balas asesinas de la policía junto a las de los paramilitares aupados por el gobierno Duque-Uribe.

La juventud chilena también nos muestra el camino hacia un nuevo amanecer al derrotar con la movilización constante la vergonzosa constitución heredada de la dictadura de Pinochet, que fuera sostenida por más de dos décadas por una alianza de socialdemócratas y liberales. Se acabó. El pueblo chileno no solo ha logrado instalar una Asamblea Constituyente, sino que ha electo para que le represente una camada de activistas, feministas, ecologistas y de izquierda, repudiando a los partidos tradicionales.

Los pueblos originarios del continente también se han puesto en marcha arrancando importantes victorias políticas contra las oligarquías neoliberales y racistas. En Bolivia, su movilización fue decisiva para la derrota de la dictadura de la señora Añez. En Ecuador, hace dos años derrotaron un plan neoliberal de Lenin Moreno, y acaban de presentar una candidatura presidencia propia con capacidad de disputar electoralmente el poder.

En Brasil han salido decenas de miles de personas a las calles en todas sus ciudades para decir contundentemente un fuera a Bolsonaro y su régimen. En todas partes, pese a la pandemia, nuestros pueblos latinoamericanos se movilizan contra un sistema capitalista cada vez más inhumano, que se aprovecha de la pandemia de la COVID-19 para aumentar la explotación y la miseria, que desconoce los derechos laborales conquistados en décadas de luchas, que impone reformas fiscales regresivas para cargar sobre las espaldas populares el peso de la crisis mientras la burguesía permanece exonerada, que recorta los presupuestos sociales a educación y salud pública, cuando más se necesitan, en cambio sostienen el pago de pública la deuda a bancos y bonistas.

Ante este cuadro general de barbarie capitalista, pero sobre todo de lucha denodada de los pueblos, alguien ha dicho recientemente: “es la hora de la izquierda”. Sí, pero tiene que ser la hora de UNA NUEVA IZQUIERDA. 

Tiene que ser una propuesta política capaz de estar a la altura de los retos que el momento demanda. Esa izquierda no puede estar representada por el grotesco régimen nicaragüense, que cada vez más parece sacado de una novela de García Márquez, Roa Bastos o Miguel Ángel Asturias, y que usurpa el nombre de lo que fue la gloriosa Revolución Sandinista. 

Esa nueva izquierda no puede estar representada por la triste caricatura en que se ha convertido el Proceso Bolivariano que dirigió Hugo Chávez que, mientras se chacharea de socialismo, las sanciones norteamericanas solo sirven para degradar los derechos de la clase trabajadora, empezando por el salario, mientras se sigue enriquecimiento la burguesía oficialista y de “oposición” que se hermanan en la corrupción que ahoga a ese pueblo.

Debe surgir una nueva izquierda que no se quede en los límites del “progresismo” incapaz de pasar de administrador del capitalismo, tratando de apagar el fuego social con medidas “redistributivas” basadas en una pobre política de “transferencias”, financiadas con más préstamos o con exportaciones de materias primas, sin atreverse a tocar los intereses del capitalismo nacional y extranjero.

Pero también esta Nueva Izquierda debe tener la virtud de superar el ultraizquierdismo y la autoproclamación, y ser capaz de acompañar la experiencia de los pueblos con las diversas direcciones políticas, dialogando con las masas, celebrando sus pequeños triunfos democráticos y económicos, pues la revolución no tiene etapas, pero la conciencia de la gente sí.

Debe ser una Nueva Izquierda que asuma un programa que levante sin temor las demandas de todos los oprimidos para unir sus luchas hacia una nueva sociedad bajo los principios de la democracia popular, el multiculturalismo, la libertad, los derechos de las naciones originarias, de la cultura afrodescendiente, de las mujeres, de los colectivos LGBTi, contra el extractivismo, por respeto a la naturaleza, los derechos de la clase trabajadora y el socialismo. 


Por Olmedo Beluche

“El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”, reza un viejo refrán. Esto parece ser lo que ha sucedido con las seguramente buenas intenciones de la gobernación de Coclé de ser la primera entidad política panameña en conmemorar de alguna manera el Bicentenario de la Independencia de España. Dado que llevamos ya casi medio año y no se aprecia ninguna actividad al respecto, pese a que ha sido nombrada una comisión especial, con seguridad las autoridades coclesanas tuvieron la buena voluntad de hacer su aporte con un “monumento” y una medalla denominada “Juan D. Arosemena” para personalidades de méritos públicos.

A partir de ese “buen” deseo conmemorativo, el resto de las decisiones tomadas por las autoridades de aquella gobernación y los funcionarios que fueron encargados de su realización constituyeron un desastre que no demoró en hacerse evidente y en ser señalado, con lo cual el efecto positivo esperado se ha transformado en su contrario.

Algunas feministas cuestionaron una medalla al mérito con el nombre del expresidente Juan D. Arosemena quien, quien fue un político tan conservador que persiguió a las sufragistas panameñas de aquella época, empezando con su dirigente, la Dra. Clara González, que tuvo que exiliarse para no ser arrestada.

Los que juegan a hacer política de “oposición” enfocándose en las nimiedades para no atacar el corazón de las decisiones económicas del actual gobierno, han centrado sus críticas en la profusión de medallas entregadas y en los personajes que las recibieron: varios ministros de estado, el vicepresidente y algunos políticos del oficialismo.

La mayoría de las críticas se han centrado en el monumento erigido en el corazón de Penonomé. El ingeniero Orlando Acosta Patiño ha cuestionado los criterios estéticos con que se hizo el “monumento -si puede llamarse así” y ha cuestionado que no se convocó un concurso para escultores nacionales y extranjeros basado en criterios rigurosos, poniendo como ejemplo contrario lo que en el pasado se hizo con la Plaza Porras y el Conjunto Escultórico de la Justicia en el Palacio Legislativo (La Estrella, 4/5/2021).

La periodista Emilia Zeballos ha recogido críticas de historiadores, artistas e intelectuales. Omar Jaén Suárez ha dicho: “El monumento no representa adecuadamente la historia del país y tampoco mejora el paisaje urbano”. El pintor Aristides Ureña Ramos agregó: “Creo que en verdad hemos bajado muy en bajo… seguimos abrazando el fascinante mundo de la república de las bananeras”. El historiador Rommel Escarreola ha señalado que el monumento contiene varios errores, como una simbología griega e ideología masónica, que no expresa a la nación y que su lema dice “Bicentenario de la República de Panamá”, cuando debió decir “Bicentenario de la Independencia de Panamá de España” (El Siglo 5/5/2021).

En fin, que en esta era de decadencia del capitalismo neoliberal, más cerca de la barbarie que de la civilización (como advertía Rosa Luxemburgo), en materia estética el mal gusto parece ser la moda artística prevaleciente; la improvisación el método de trabajo; la adulación de los jefes y clientelismo político, son las doctrinas que guían el accionar de las autoridades.

Quiero centrarme en el “lapsus” de quienes decidieron escribir en el monumento el lema “Bicentenario de la República de Panamá”. ¿Cómo se pudo cometer un error tan evidente? Siendo que la llamada “República de Panamá” (intervenida por Estados Unidos), recién apareció en 1903. ¿Qué puede llevar a quien quiera que haya diseñado el llamado monumento y a las autoridades que lo aprobaron a no darse cuenta del error histórico que contenía?

La respuesta es una combinación entre el bajo nivel cultural de nuestros políticos de turno y sus asesores, junto con una historia oficial falsificada a conveniencia de nuestras igualmente ignorantes élites oligárquicas, para quienes el período en que fuimos parte de Colombia debe ser pintado como una “era oscura”, si es que se habla de ello, porque de esa manera la traición cometida en 1903 queda embellecida como “una liberación”.

La tarea en que se ha empeñado la historia oficial es pintar a Panamá como “un hecho singular” en el conjunto de Latinoamérica, como si no hubiera nada en común, ni la historia, con nuestros hermanos colombianos o centroamericanos. Una historia así contada satisface la aspiración de la oligarquía panameña que soñaba con ser una estrella en la bandera yanqui borrando su estigma hispano, indígena, africano.

“Panamá se independizó sola de España”; “Bolívar no tuvo que venir a Panamá; “La nación panameña tiene 500 años de historia”; “Nos constituimos en nación independiente el 28 de Noviembre”. Con afirmaciones de esta índole es natural que alguien un poco ingenuo y carente de conocimientos históricos piense que hace 200 años se fundó la república de Panamá.

Cuando se habla del Panamá colombiano del siglo XIX se le pinta como algo sumamente negativo, que conviene olvidar: porque “los colombianos” nos tenían “olvidados”; nos “oprimían”; nos “explotaban”; nos sometían a cruentas guerras civiles a nosotros los “pacíficos” panameños; siempre fuimos una nación diferente, nunca fuimos colombianos; por eso Estados Unidos nos “liberó” dos veces, la primera de Colombia y la segunda de Noriega.

Dichas las cosas de esa manera es natural que el siglo XIX sea visto como “un trauma”, dicho a la manera de Hernán Porras o de Sigmund Freud, con lo cual es natural que tienda a olvidarse esa época “mala” y que alguien con buenas intenciones crea que en realidad la república panameña nació hace 200 años, ya que “nos independizamos solos”.

El anacronismo es el peor pecado de los historiadores, pero el más común, puesto que la historia manipulada es el caldo de cultivo de los nacionalismos, chauvinismos y la xenofobia muy conveniente a la burguesía que se representa así misma como encarnación y guía de la nación.

La realidad es que, no solo no surgió ninguna “República de Panamá” hace 200 años, sino que tampoco “nos independizamos solos”, y que la historia de ese periodo para su cabal comprensión no admite los estrechos márgenes del localismo y provincialismo, sino que exige una visión global y continental porque los que se deshizo fue el imperio colonial “español”.

Hace 200 años en Panamá no habría pasado nada, ni el general monárquico José de Fábrega se hubiera pasado al bando republicano, sin las victorias previas de Vicente Guerrero, José de San Martín y Simón Bolívar y sin las previas independencias de la Nueva España, la capitanía de Guatemala (Centroamérica), la Nueva Granada, el Río de la Plata, Chile y la Villa de Los Santos todas las cuales precedieron al 28 de Noviembre y lo marcaron.

Basta de chauvinismo, provincialismo y pseudo nacionalismo en la historia panameña para que reconozcamos sin ambages que estamos celebrando el Bicentenario de la Independencia de España y de la República de Colombia de la que los istmeños hicimos parte orgullosamente.


Por Olmedo Beluche

En política, como en medicina, conviene empezar por el diagnóstico, para saber cuál es la cura. Un mal diagnóstico conduce a errores en el tratamiento, un análisis equivocado de la realidad conduce a propuestas políticas tramposas.

Al borde de la barbarie

La dramática situación social de Panamá, y por extensión del mundo, pone en evidencia la necesidad de una salida urgente que salve del sufrimiento a millones de seres humanos. Solo en nuestro país, según cifras oficiales, 275 mil trabajadores han perdido sus empleos en los últimos cuatro meses bajo el eufemismo de “contratos suspendidos”. Y la cifra sigue creciendo cada día. La Organización Internacional del Trabajo habla de la pérdida de decenas de millones de empleos en el continente americano y cientos de millones en el mundo.

A los casi 300 mil nuevos desempleados, hay que agregar los 146 mil que ya estaban desocupados al iniciar el año 2020, y otros 716 mil que corresponden a quienes sobreviven con un empleo informal. La mitad de la fuerza de trabajo panameña, más de 1 millón de trabajadores, se encuentran en situación dramáticamente precaria. El otro millón de asalariados, no está del todo bien pues muchos han visto sus jornadas de trabajo y salarios recortados, y sus pocos ahorros esfumarse.

Si antes de la pandemia más del 20% de las familias no les alcanzaba para pagar la Canasta Básica General, y el 10% ni siquiera tenía suficientes ingresos para la Canasta Alimenticia, una encuesta realizada en este momento mostraría el drama de la situación.

Tan solo los funcionarios públicos han sostenido sus ingresos, gracias a los cuales se mantiene activa la economía, pese a que voces avaras de la burguesía claman en los medios de comunicación por recortes en la planilla estatal, sin comprender que sin esos salarios la crisis del capitalismo panameño sería aún peor. Irracionalidad sistémica.

Hasta las clases medias se han visto pauperizadas, por el cierre y muy probable quiebra de sus pequeños y medianos negocios. Aunque hayan logrado acuerdos de moratoria con sus bancos saben que el plazo fatal es en diciembre, cuando deberán hacer frente a sus “obligaciones” financieras, sin ninguna garantía de que sus negocios puedan funcionar.

Si este análisis socioeconómico lo hiciéramos extensivo al conjunto del planeta se haría evidente una crisis humanitaria, que ya era importante antes del COVID-19, ahora arrastra a una buena parte de los habitantes del mundo al hambre y la desesperación. Es una crisis de las mismas dimensiones de la que llevó a Rosa Luxemburgo a advertir, ante la tragedia de la Primera Guerra Mundial, que la alternativa era: “socialismo o barbarie”.

¿Cuál es la causa, el COVID-19 o el sistema capitalista?

Los elementos aportados que, aunque cifras frías, muestran el alcance de la degradación humana a la que estamos llegando, son parte de los síntomas del problema. A estos síntomas podríamos añadir otros, como: las crecientes disputas comerciales entre potencias, especialmente de Estados Unidos y China; la crisis política y el descrédito de gobiernos y partidos tradicionales; la llegada a los gobiernos de sectores fascistoides al estilo de Trump y Bolsonaro; el derrumbe del progresismo que sucumbe ante sus propias contradicciones y asume criterios neoliberales que decía combatir, etc.

Ninguno de estos síntomas empezó con el COVID-19. Ya existían con antelación al año que discurre. Lo que ha hecho la pandemia es potenciar, poner en evidencia, las contradicciones del sistema. Incluso se ha estimado que la recesión económica ya había empezado a fines de 2019.

Que el coronavirus se apoye en la sociabilidad de los humanos, es una característica natural de este tipo de enfermedades. Pero que el virus haga de los pobres sus víctimas predilectas, no es natural, es producto del sistema capitalista en que vivimos y las desigualdades sociales que impone.

Son productos artificiales del capitalismo: la pobreza, el hacinamiento habitacional, los bajos ingresos e incapacidad para adquirir lo básico para la alimentación e higiene, desnutrición, pésimos sistemas de transporte, deterioro de los sistemas de salud públicos, especialmente la atención primaria, desabastecimiento de insumos y medicinas, altos precios de medicamentos, etc.

No existe una cepa más benigna del capitalismo, un “capitalismo más humano”, ésta no ha sido descubierta en ningún sitio. Por el contrario, se ha puesto en evidencia el fracaso de las variantes “progresistas”, socialdemócratas, nacionalistas, neokeynesianas, etc.

No puede ser de otra manera, pues el capitalismo es un sistema de explotación de clases. Es un sistema canibalesco que consume trabajo humano para extraerle plusvalía en beneficio de una minoría. Esa costumbre de comer carne humana, casi que literalmente, el sistema capitalista no la pierde ni siquiera bajo crisis como la pandemia actual. Por el contrario.

Quién lo dude, puede apreciar la actitud del gobierno panameño: salvar con miles de millones de dólares al sistema bancario, mientras que da un miserable “bono solidario” a los pobres (y no a todos) que apenas representa un tercio de la canasta básica de alimentos, y una bolsa de comida cuyo costo es menor a 20 dólares que no llega a una semana.

Si la causa es el sistema capitalista, el remedio no puede ser un “pacto” con la oligarquía

La burguesía panameña avizora el abismo que tiene ante sus pies, presiente la posibilidad de un alzamiento popular ante tanta miseria, tiene pesadillas con el “fantasma que recorre el mundo”.

Por esa razón busca abrazarse de todo aquel que la pueda salvar del peligro. Busca el abrazo de oso aplicado a los potenciales enemigos: personalidades hasta ahora intachables, humanistas, socialdemócratas, líderes populares, dirigentes sindicales.

El abrazo del oso consiste en proponer la idea de un pacto interclasista por el que, a cambio de pocas dádivas, se salve al sistema capitalista. La idea de un “Pacto Social” o “Nuevo Contrato Social”, el “Diálogo” que salve la “unidad nacional” para “salir” de la crisis.

Hay un sector que ya ha conformado un “Think Tank”, denominado “Repensar Panamá”, al que han sumado conspicuos empresarios de lo más representativo de la burguesía nacional, como Stanley Motta, Juan D. Morgan y Mario Galindo con notables dirigentes del Partido del Pueblo, el partido de los “comunistas panameños” y que, entre otras cosas, han propuesto: “urgentemente” la tarea de transformar el Estado y las políticas públicas mediante la planificación a mediano y largo plazo”.

Entre esas reformas, ya han propuesto la creación de un organismo regente de la educación panameña ubicado por encima del MEDUCA, con participación del sector privado y los que se dedican al negocio de la educación. Por supuesto, estas propuestas no han sido ni discutidas ni consensuadas con los gremios magisteriales, pero son la carne para una reforma constitucional en ciernes estilo gatopardista, “cambiar para que nada cambie”.

En el mismo sentido se ha escuchado el 1 de julio al presidente Laurentino Cortizo llamando al “diálogo tripartito” sobre la economía, sobre la reforma de la Caja de Seguro Social, etc. Aquí es donde la dirigencias populares y sindicales deben extremar sus cuidados, porque pueden quedar envueltos en acuerdos que marchiten sus prestigios para siempre. Porque el abrazo del oso ahoga, y con él se hunden no solo los políticos de la burguesía sino los sindicalistas que se presten al juego.

Que hay que negociar, vale. Pero a veces vale más no pactar y sufrir una imposición a que las bases interpreten que sus dirigentes han sido cómplices de los males que se les imponen.

Construir la unidad popular, pero también la alternativa socialista

La única manera de enfrentar la crisis actual para las clases populares y explotadas es promoviendo una unidad desde abajo, para la lucha contra las miserias que imponen el sistema y el gobierno, para exigir el derecho a una vida digna para todos. Se requiere con urgencia un organismo de coordinación de la lucha, no por arriba, sino desde las bases, con democracia participativa por abajo, y no como acuerdo de élites burocráticas.

Se requiere un organismo como el que constituimos en el Paraninfo Universitario en 2005 en defensa de la Caja de Seguros Social, capaz de concitar la unidad popular y movilizar a decenas de miles bajo una misma sigla. Recordemos que esa lucha detuvo la llamada “Ley de la Muerte”.

De la lucha en común contra las imposiciones del gobierno y sus jefes capitalistas, nacerá la posibilidad de constituir una alternativa política que sustente un programa para un Panamá diferente, basado en la justicia social, la democracia participativa, la independencia nacional, la soberanía alimentaria, el proteccionismo, el fomento del empleo con un gran plan de obras públicas, el respeto a los derechos de los pueblos originarios, los afrodescendientes, las mujeres, los grupos LGBTi, etc.

Paralelamente a esa unidad popular, que incluye a todos los sectores, incluso a los que aún tienen ilusiones con la democracia burguesa y el capitalismo, se requiere la unidad de quienes sabemos que el sistema capitalista es el problema, de quienes sabemos que el deber histórico pasa por construir una organización y un programa para luchar, no por la utopía, sino por la única alternativa realista: el socialismo.

Al margen de las dudas, las incógnitas sin respuestas, las incertidumbres, los revolucionarios socialistas deberíamos dar ejemplo de unidad, para empezar. Y hasta ahora no es así.


Por Olmedo Beluche

El promedio diario de casos detectados por día ha escalado a más de 600, con un porcentaje de positividad del 30% y más de 400 fallecidos. Cuando se pensaba que la pandemia de la COVID-19 había llegado a su pico más alto, desde que se inició junio se ha dado una nueva escalada mayor que la anterior, coincidiendo con la reapertura del bloque 1 de la economía, sin que se avizore el final de esta fase.

Con justo derecho la gente se pregunta y especula qué está pasando. ¿Por qué otros países de la región están mucho mejor que nosotros?  ¿De qué ha valido ser la “Dubái de Centroamérica”, si países como Costa Rica nos están dando cátedra?

La razón de que la COVID-19 no cede en Panamá es estructural, tiene que ver con el tipo de país que se ha construido, con lo que se ha hecho y dejado de hacer en las últimas décadas y los responsables son los gobiernos de todos los partidos que han compartido el poder. Las razones son:

1.- El debilitamiento sistemático que data de hace 40 años del sistema de salud público con criterios neoliberales de privatizaciones, externalizaciones, recortes presupuestarios, liquidación de lo que fue la consigna en los años 70: “salud igual para todos”.

2.- La desviación de recursos hacia megaproyectos cuestionables e ineficientes pero aptos para la corrupción, como la “Ciudad Hospitalaria” (que se va a comer B/.9 mil millones), mientras se descuidaba lo existente.

3.- Más recientemente el recorte de 2019 hecho por Laurentino Cortizo y su ministro estrella, Héctor Alexander, de B/ 300 millones a la Caja de Seguro Social y más de B/. 100 millones al MINSA.

4.- El crecimiento económico, pero con una de las peores desigualdades sociales del mundo, donde el 10% de las familias con más ingresos ganan 40 veces lo que gana el 10% de familias más pobres.

5.- Donde la pobreza afecta a 1 de cada 4 familias, mientras el 10% de los habitantes pasa hambre literalmente.

6.- Familias con ingresos promedio que no cubren la Canasta Básica General y apenas aruñan una magra Canasta Básica de Alimentos.

7.- Porque los servicios públicos han sido deteriorados por falta de inversión, como el agua potable que está faltando cuando más se necesita en los barrios donde la COVID- se está expandiendo.

8.- El sistema ineficiente de transporte público manejado por mafias que operan al margen de la legalidad, pero en completa impunidad.

9.- También existen patrones culturales negativos, como la famosa filosofía del “juega vivo” y el “qué hay pa mí” instigadas por la política clientelista de los partidos políticos corruptos para manipular a los sectores populares.

10.- Todo lo cual ha sido empeorado por unos decretos que permitieron suspender más de 270 mil contratos de trabajo; por un  Plan Panamá “Solidario” tacaño con el pueblo y dadivoso con los banqueros, con un bono que equivale a menos de un tercio de la canasta alimenticia (uno de los más bajos de la región); por la negación de una ley de moratoria de deudas e hipotecas; donde continúan los lanzamientos  de sus casas a gente que no puede pagar por quedar desempleada, pese a la palabra hueca del presidente de la república.

Como dijo recientemente el Dr. Jorge Luis Prosperi (La Prensa, 30/5/20): ‘Este virus habita donde hay carencias’.


 
Por Giovanni Beluche Velásquez.
Juan tenía siete años en 1989 y aún recuerda como si fuera ayer la noche del 19 de diciembre de ese año. Como todo diciembre, el final del ciclo lectivo le permitía cambiar los cuadernos por las ilusiones de los juguetes que iba a desempacar el día de navidad. Garabateó con su puño y letra su pedido al barrigón vestido de rojo, que llamaba al público en la puerta de una lujosa juguetería cerca de la Plaza 5 de Mayo. Anotó unos carritos Hot Wheells y un Nintendo, “pero si no se puede por lo menos tráeme unas Tortugas Ninja”. Su corazón conjugaba un poco de ilusión y una dosis de conformismo, porque a su corta edad ya entendía de las limitaciones económicas de su familia.
 
A las seis de la tarde la mamá puso en la mesa el arroz con guandú, las tajadas fritas y las lentejas. Esta vez no había para comprar carne, pero sí para una refrescante limonada endulzada con raspadura. Juan se sentó junto a su papá, que había hecho un alto en su jornada como taxista para compartir un rato con la familia. La mamá comió con la hermanita en brazos. Media hora después el padre se despedía con un beso y salía para aprovechar que en diciembre la gente toma taxi para no llevar tantos paquetes en los “Diablos Rojos” atestados de pasajeros.
 
Bajo protesta “porque ya estoy de vacaciones” Juancito aceptó irse a dormir a las 9:00 p.m., se acostó a soñar con tortugas karatecas y carritos súper sónicos. “El otro año pido la pista para los carritos”. Se fue quedando dormido con el olor a pescado frito y patacones, que en las noches vende la vecina bajo su ventana en la calle 25 de El Chorrillo. A la cuartería entraba la brisita fresca de diciembre, desde su cama alcanza a ver el cielo despejado y se duerme sintiéndose el niño más dichoso del mundo. 
 
Sin saber qué hora era, Juancito despertó sobresaltado por los estruendos que venían de la calle, su madre se abalanzó sobre él con la hermanita en su regazo y quedaron los tres bajo la cama. ¡Son bombas, es horrible!, gritaba la madre mientras Juan se tapaba los oídos y la bebé pegaba gritos. Habría transcurrido media hora cuando los vecinos tumbaron la puerta y le gritaron a María que saliera con sus hijos porque el caserón de madera estaba ardiendo en llamas. Corrieron escaleras abajo, María apretaba las manos de Juan para no dejarlo atrás. La calle era un infierno, El Chorrillo entero lloraba lágrimas de sangre y fuego, las personas parecían zombis deambulando por el mundo de los vivos, tropezaban unos con otros si saber adónde dirigirse. 
 
Las bombas habían dejado de estallar y a lo lejos escucharon que un gigante metálico, con patas de oruga, ingresaba al barrio. Detrás venían hombres que parecían extraterrestres, con ropas y cascos llenos de guindarejos que asemejaban ramas y hojas. Un sonido nuevo y desconocido golpeó los oídos de la familia, no sabían bien qué era, pero cada vez que tronaba caían vecinos con el cuerpo agujereado. Por todas partes aparecían los extraterrestres con sus máquinas sanguinarias, el tropel de habitantes del barrio se contaba por miles, pegaban gritos de terror. María trataba de buscar refugio en los multifamiliares de Patio Pinel, cuando vio caer un helicóptero norteamericano derribado por el fuego antiaéreo de las metrallas patriotas. Pasado ese susto se percató de que Juan ya no estaba asido a sus manos, lo había perdido, ¡¿qué será de mi niñito?! Preguntaba chillando sin que nadie respondiera.
 
Juan apenas atinó a correr hacia la Avenida de los Poetas, en el camino resbaló en un charco de sangre y quedó tan embarrado como cuando iba a buscar conchuelas aprovechando la marea seca. Como era pequeñito logró escabullirse sin que lo vieran los soldados y se refugió en una cueva bajo el malecón, que era su guarida cuando jugaba al escondido con sus amiguitos del barrio. Desde su escondite escuchaba los aviones que volaban con sus faros apagados, veía lucecitas rojas que surcaban el cielo tratando de atinarle a las naves invasoras, después supo que se llamaban balas trazadoras. Casi ni respiraba para no ser detectado por los extraterrestres, cuyas botas le asustaban caminando cerca. Lo más espantoso fue cuando una lancha arribó a la orilla y vio como metían cuerpos de panameños que los llevaban mar adentro, luego la barcaza regresaba vacía para llenarse nuevamente con su tenebrosa carga.
 
Amaneció y todo estaba en una aparente y sepulcral calma. Escuchaba llantos a lo lejos, alguien gritaba el nombre de su ser querido desaparecido en la refriega. Arrastró sus pies descalzos entre escombros y metales retorcidos, tropezó con un cuerpo inerme y carbonizado. Unas horas bastaron para hacerlo pasar de su inocente niñez a la crudeza de la vida, perdón, de la muerte. Un presidente de los Estados Unidos decidió regalar desolación a los niños y niñas panameñas en esa navidad. No encontraba explicaciones, no hallaba a su madre y hermanita, mucho menos a su padre que estaba trabajando cuando empezó el horror. Toda la zona era un desastre y los yanquis invasores no dejaban que la Cruz Roja asistiera a los heridos. 
 
Deambuló hasta que un gringo con la cara pintada de negro lo correteó durante cinco minutos y, al darle alcance, lo llevó a empellones hasta un camión lleno de civiles que serían transportados a un Centro de Concentración en el área del canal. Mientras lo trepaban al vehículo, vio a unos extraterrestres con un aparato que lanzaba fuego incendiando los caserones de madera que aún se mantenían en pie. El cura católico Javier Arteta de la Iglesia de Fátima, encubrió a estos asesinos acusando a la resistencia panameña de ocasionar el siniestro, poco tiempo bastó para evidenciar su mentira, ¡Que dios lo perdone, yo no!, razonó Juan años después cuando tuvo conciencia plena de todo.
 
Ya en el campamento militarizado se reencontró con su madre y su hermanita. Del papá supo que al comenzar la invasión trató de llegar a la casa para proteger a su familia. Cuando doblaba de la Avenida de los Mártires (en honor a los caídos en otra invasión gringa) rumbo a la Avenida A, se topó con la infantería yanqui, precedida por los tanques que le pasaron por encima a varios vehículos, en uno de ellos murió una familia completa, otro fue el taxi con que el papá de Juan se rebuscaba unos reales para mantener a la familia.
 
En medio de la matanza un gordo asumió como presidente en una base militar extranjera y otro entró a la ciudad subido en un tanque invasor, cual reina de los carnavales de Las Tablas. Casi 20 años después lo hicieron alcalde de la capital panameña. El dictadorzuelo criollo se escondió bajo las enaguas del Nuncio Apostólico sin disparar un tiro, entregándose luego a sus amos de siempre. El barrio mártir de El Chorrillo desapareció, tragándose los sueños de tortugas ninja de Juan y las pertenencias de 18 mil personas. La cantidad de muertos es imprecisa, han sido identificados más de 500 panameños, pero la Asociación de Familiares de los Caídos calcula que podrían sobrepasar los 4 mil. Tantos años después permanecen sin abrir cuatro fosas comunes. Vale decir que la armada más poderosa del mundo reconoce que 26 de sus asesinos entrenados yacen en el infierno desde aquel fatídico diciembre de 1989. 
 
Con 37 años de edad Juan ha visto pasar a muchos presidentes, todos serviles y vendepatrias; ninguno ha querido rendir homenaje a las víctimas de la invasión declarando Ley de la República el 20 de diciembre como Día de Luto Nacional. Ni un solo soldado gringo ha sido procesado por crímenes de guerra. Juan y miles más quedaron esperando la indemnización por los daños materiales, pero lo que más le duele es la indiferencia de muchos hacia la memoria histórica de quienes como su padre murieron en una guerra injusta y desigual.

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